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    Mensaje por Lluvia Abril Dom Ago 28, 2022 6:03 am

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).


    ESTUDIOS POÉTICOS DE MARCELINO MENENDEZ PELAYO
    Odas, epístolas y tragedias de
    D. Marcelino Menéndez y Pelayo





    A la memoria del eminente poeta catalán Don Manuel Cabanyes
    Muerto en la flor de su edad el año 1833



    Oda
    (/On oi (qeoi\ filou=sin a) poqnh?skei ne/oj )
                (El varón amado por los Dioses muere joven.)
    MENANDRO.


    ¡Feliz quien nunca en la acordada lira
    Al poder tributó venal incienso,
    Ni elevó al solio de opresores viles
             Su profanado canto!

    ¿Por qué de Horacio el numeroso acento
    Adula el sueño al opresor del mundo?
    ¿Por qué soñada alcurnia en su alabanza
             Teje de Mantua el vate?

    ¡Feliz quien nunca en el marmóreo alcázar,
    Su voz hiriendo regios artesones,
    Himno entonó que servidumbre inspira,
             Preso en dorados lazos!

    ¡Feliz quien nunca del inquieto vulgo
    El furor excitó, temió las iras,
    Ni arrastró de su musa desgarrado
             El manto por las plazas!

    Odio patricio y ambición insomne
    El brazo armaron del terrible Alceo,
    Envenenó la Némesis plebeya
             De Béranger el alma.

    ¡Maldición para aquel que en muelle halago
    Vierte en su ritmo corrupción infame,  
    Y las flores de Chipre regaladas
             Torpemente deshoja,

    Cual Ovidio y Petronio las mancharon
    Con labio impuro al profanar los dones
    Que sobre ellos vertieran las sagradas
             De Mnemósine hijas!

    ¡Hélade antigua! generosas sombras,
    Píndaro, Homero, Sófocles, Esquilo,
    Que nunca infieles de la Urania Venus
             Fuisteis al puro culto,

    Abrid del templo las doradas puertas.
    ¡Paso al virgen mancebo laletano,
    Que en sus hombros la túnica del genio
             Ostenta no manchada!

    ¡Dulce Cabanyes! en humilde tumba
    Cubre tus restos el materno suelo;
    Sobre ella vela el numen de la lira...
             El de la gloria duerme.

    De la región etérea donde moras,
    Propicio acoge mi modesta ofrenda;
    Para cantarte, de tu lumbre un rayo
             Vierte sobre mi frente.

    Tú la belleza con afán buscaste
    Como a los griegos se mostró y latinos,
    Mórbida y rica, transparente y tersa
           Cual de Paros el mármol.  


    Y esa increada idea realizando,
    Cuerpo la diste, movimiento y vida,
    Forma gentil, de Helénica pureza,
           De sencillez graciosa.

    Libre como tu espíritu tu musa
    Rima desdeña y números sonoros;
    Campo la diste que a extender bastara
             Su altivo pensamiento.

    Dieron el tono a tus audaces himnos
    De Ofanto el cisne y el cantor del Tormes,
    Robusto )Alfieri, Fóscolo indomado,
           Lusitano Filinto.
     
    Y cual la abeja del ameno Tíbur,
    Flores libando en los vergeles todos,
    Sonó tu voz en Laletania fértil
             Madre de trovadores.

    Émulo de Lucrecio, describiste
    El monstruo crudo que del Ganges vino
    A emponzoñar con su hálito funesto
              Las fuentes de la vida;

    Y como Horacio al navegante execra,
    Tú al oro cantas, domador del mundo,
    Maldiciendo en tremendas armonías
             Su corruptor imperio.

    Trajo la historia a tu inspirada mente
    Los claros nombres de la edad pasada;
    Un rey jurando en manos del ardido
             Esposo de Jimena;


    Por los desiertos mares conduciendo
    Iberas quillas, de Liguria un hombre,
    Y gigante visión del ponto erguida
             Para anunciar sus hados.  


    Y las que yacen en silencio antiguo
    Ciudades de alto nombre entre rüinas
    Ansiaste levantar al soplo ardiente
             Del vivífico estío.  


    Seguiste el rumbo de la clara estrella,
    Guiadora gentil de tu destino
    Que embelleció con luz plácida y suave
             Tus solitarias horas.  


    A los pies de la virgen que adorabas
    Canto ofreciste cual su pecho puro,
    Más blando que el gemir del arpa eolia
             Por los vientos herida.]

    Su aliento te infundió la sacra musa
    Que en el Tabor y en el Calvario mora;
    Viste a Jehová de cólera ceñido,
             Fulminador, tronante;
     
    Y al tímido modesto ) sacerdote
    Que al ara de Adonai mueve su planta,
    Y a quien en incruento sacrificio
             El Hombre-Dios desciende.  


    Áureos tus versos son; su eco robusto
    Vigor inspira, varonil grandeza;
    Dignos de edad más fuerte y generosa
             Que la nuestra menguada.

    Llegó a tu mente un rayo de aquel fuego
    Que iluminó los pórticos de Atenas,
    Como llegó al cantor de la Cautiva,
             A Andrés Chénier divino.

    Joven moriste... Apenas a la vida
    Se abrieron ¡ay! tus penetrantes ojos.
    Joven sucumbe el que los dioses aman,
             ¡Triste ley de los hados!

    De Némesis y Delia los clamores
    No a su amador libraron de la tumba,
    Ni al sollozar sus élegos dolientes
             Las Parcas se ablandaron.

    De Catón y Pompeyo las cenizas
    En sus urnas de horror se estremecieron
    Y un ¡ay! lanzaron sus sagrados Manes,
             Al expirar Lucano

    Rota cayó en el Sorga aquella lira
    Que moduló en el Tajo los amores
    Y llevó a extrañas gentes el sonoro
             Nombre de Garcilaso.

    Rindió su cuello a la segur impía
    El que al Enfermo celebró y al Ciego;
    El numen de la gloria remontole
             Sobre el cadalso impuro.

    Horrible mal devora a Leopardi,
    Titán vencido pero no domado;
    A Byron ve caer heroicamente
             Missolonghi en su arena.


    Jóvenes todos... como tú, Cabanyes,
    Vieron pasar en desplacer sus días,
    Con el estigma del dolor impreso
             En sus alzadas frentes.

    No fue en la tierra el fin de tu viaje;
    Libre de los escollos tu barquilla,
    Viste de paz las fúlgidas moradas
             Donde inmortal reposas.

    Breves y oscuros de la tierra al seno
    Fueron tus días en quietud llevados,
    Sin que el clamor de la mentida fama
             Tu nombre pregonase.

    Hoy, mientras ciñen profanados lauros
    Frentes vulgares, tu memoria muere.
    ¡Oh si en tu honor mi canto más durara
             Que mármoles y bronces!

    Santander, 4 de febrero de 1875.


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    Mensaje por Lluvia Abril Dom Ago 28, 2022 9:04 am

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).


    ESTUDIOS POÉTICOS DE MARCELINO MENENDEZ PELAYO
    Odas, epístolas y tragedias de
    D. Marcelino Menéndez y Pelayo



    En el abanico de mi prima


    En ósculo de amor indefinible
    Se unieron nuestras almas,
    Antes de descender del bajo mundo
    A la negra morada.

    ¿Cuándo será que tornen a enlazarse
    Las divididas ramas,
    Y que una misma savia poderosa
    Haga crecer a entrambas?

    Abril de 1878.




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    MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912) - Página 4 Empty Re: MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912)

    Mensaje por Lluvia Abril Dom Ago 28, 2022 9:08 am

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).


    ESTUDIOS POÉTICOS DE MARCELINO MENENDEZ PELAYO
    Odas, epístolas y tragedias de
    D. Marcelino Menéndez y Pelayo




    D. Alonso de Aguilar en Sierra Bermeja
    Poema heroico en octavas reales
    (Van adjuntos el poemita, traducido de los metamorfóseos de Ovidio y titulado: Píramo y Tisbe, la traducción de la égloga VIII de Virgilio y diferentes poesías del autor)
    Primera edición con notas

    Santander, 1871



    Advertencias

    Historia del poema

    Con el título de Un poema épico de Menéndez y Pelayo publicó Artigas, en el segundo trimestre de 1923 en nuestro Boletín, un breve artículo, en el que se daban noticias sobre este Poema, que hoy nos decidimos a publicar íntegro a pesar de que, con letra de su mano, dejó escrito don Marcelino: «Prohíbo que se publique ni dé a conocer nada de este poema más que su título».
    ¿Por qué fue tal prohibición y qué alcance puede tener? Esto es lo que vamos a explicar a los lectores para poner en claro nuestro proceder, en primer término, y para que nos absuelvan del pecadillo que cometemos, si por tal lo juzgan.

    Como se verá por la portada que va al frente, en 1871, o sea el año en que terminaba Menéndez Pelayo su Bachillerato en Artes, como entonces se llamaba, concluía también su famoso poema de D. Alonso de Aguilar en Sierra Bermeja. «Comenzose este poema, dice en una de sus cuartillas autógrafas, a 15 días del mes de Mayo de 1871 en Santander». Cuando a fines de septiembre de este año salió para Barcelona con su tutor don José Ramón Luanco, llevaba ya pergeñado todo el borrador de la famosa composición poética. «Acabose este poema, dice en otra parte, a 12 días del mes de Setiembre en Santander».
    He aquí un chico que sin cumplir los 15 años había compuesto, ya un largo poema heroico en sonoras octavas reales. Torcuato Tasso comenzó su primer poema Rinaldo a los 16 años y no lo terminó hasta los 18; y perdónesenos este recuerdo que no viene a establecer comparaciones, inoportunas y, hasta si se quiere, desorbitadas, sino a mostrar lo madrugador en todo del talento de Menéndez Pelayo.
    Con su poema en el baúl -con baúl se viajaba entonces y con baúl viajó él toda su vida- llegó Menéndez Pelayo a Barcelona; y con el poema escrito en cuadernillos de folio, uno para cada canto, y arrollados debajo del brazo, iba de acá para allá, ahora a las clases, luego a la biblioteca, haciendo en las octavas las enmiendas que se le iban ocurriendo. Su tutor Luanco, hombre de buen humor, le embromaba frecuentemente a cuenta de las musas, no por mortificarle, sino por verle reaccionar y defenderse. El instrumento, es decir, el rollo poético de Marcelino, era objeto de cuchufletas y hasta de pareados, de los que don José Ramón era buen improvisador.
    Pero don Marcelino Menéndez Pintado, el padre del juvenil poeta, lo había tomado muy por lo serio; él iba copiando con su clarísima letra las octavas que, bien pulidas ya y con su última lima, le enviaba el hijo a Santander: «Bien por la lección de Poética, le decía en 10 de enero de 1872; pero al dármela te olvidaste, hijo mío, de que yo estoy poco fuerte en eso; así es que al mandarte la octava para que la reformases, si te parecía conveniente, sólo lo hacia porque no me sonaba bien; por lo demás, con haberme dicho que estaba ajustada a las buenas reglas, bastaba; de todos modos mándamela otra vez, porque no me he quedado con copia».
    Y Marcelinito no sólo le devolvía aquella octava ajustada a las buenas reglas para que el padre la copiase tal como quedó en su primera y correcta redacción, sino otras muchas octavas nuevas para otro canto más; canto histórico que podía servir de introducción al Poema. Este canto, al que llama el padre Cuarto, pero que en realidad es el Primero, o el de Introducción histórica, sin numerar como lo insertamos en esta edición, fue compuesto ya todo él en Barcelona y resulta un añadido nada pertinente al asunto del Poema, aun tomando las cosas ab ovo.
    Sin embargo al padre -que hemos visto por la corrección de la octava que no podía presumir de crítico literario- le agradaban los nuevos versos: «Me gustan mucho las primeras octavas del Canto Cuarto y tengo grandes deseos de que lo concluyas para poder enseñarlo a algunos amigos. No dejes de decirme el juicio que del poema forme el señor Milá».

    Yo no sé si leyó Menéndez Pelayo el Poema a su maestro Milá y Fontanals; era demasiado grave y serio aquel don Manuel; pero a quien sin duda se lo leyó fue a don Joaquín Rubió y Ors, su catedrático de Historia, padre de su, desde los primeros momentos, íntimo amigo Antonio, en casa del cual pasaba la tarde muchos domingos, y comía frecuentemente. El mozuco santanderino entretenía a toda aquella familia reunida, recitando versos propios y de otros autores que conservaba frescos en su memoria. Más tarde el simpático Gayter del Llobregat escribía a su exdiscípulo y ya colega en la cátedra, al recibir la primera edición de sus Odas, Epístolas y Tragedias, disculpándose de su incompetencia para juzgar bien tales poesías: «Una cosa puedo sin embargo señalar y me glorio en ello, y es que adiviné en usted al poeta de dotes no comunes y de privilegiado ingenio antes de que los demás supiesen que hacía usted versos».
    Sí, señor, aquellas épicas octavas que había recitado en casa de Rubió y Ors y que tal vez había oído también su maestro Vidal y Valenciano y que le aplaudían los compañeros cuando entre clase y clase se las leía, que obtuvieron muchos plácemes para el padre al enseñárselas orgulloso a algunos amigos, merecían ir a las prensas; había que publicar el Poema.
    De eso se trató aquel verano del 1872 cuando Marcelinito regresó a Santander en vacaciones. El tío Baldomero, hermano de su padre, que por entonces vivía en Madrid, como escritor y hasta autor dramático aliquando, y como político, debía relacionarse con don Benito Pérez Galdós, quien tenía autoridad en varias revistas literarias de la que, por gracia de la aceptación de la Corona de España por Don Amadeo de Saboya, acababa de volver a ser Villa y Corte. Y habló en efecto don Baldomero a don Bonito, y prometiole éste que publicaría el poema de su sobrino: «Baldomero me ha escrito, le decía su papá en carta de 17 de octubre del 72, diciéndome que ha visto a Pérez Galdós, el cual ha quedado en avisarle cuando se vaya a publicar el Poema; pero no le ha dicho cuándo será».
    Y en espera de ese aviso de Galdós quedan padre e hijo impacientes y soñando con ver pronto en letras de molde el famoso Poema; Sueñan ambos, pero no la madre, poco letrada, es cierto, pero muy equilibrada señora, a quien preocupan ya tantos afanes literarios de su hijo, tanta absorción por los libros y tantas distracciones en las cosas más triviales de la vida; la preocupan y hasta la encelan. Es un insensato, dice ella con frecuencia; parece que quiere más a su Ovidio y su Oracio (sic) que a su madre.
    El Poema no acaba de salir a pública luz; pero eran ya tantos los que de él habían oído hablar, los que habían leído algunas octavas, que la impaciencia por conocer la composición hubo que calmarla dando una lectura en público: «El viernes, le escribe el padre en 23 de octubre del 72, se celebró por fin la sesión literaria en este Ateneo, en la cual se leyó la Introducción y el Primer Canto del Poema; para lo cual de acuerdo con Juan, saqué una copia con las correcciones que tú habías hecho, sólo que le pareció a Juan que no debíamos suprimir las primeras octavas. Gustó mucho y la prensa local, al hacer las reseñas de la sesión, te dedica frases muy lisonjeras; otro día te remitiré las reseñas, pues hoy no tengo los periódicos».

    Todo era parabienes y enhorabuenas; la gente de letras de Santander, después de la lectura que en el Ateneo había dado don Víctor Oscáriz, catedrático de Retórica en el Instituto, no hacía más que hablar del famoso Poema y de su jovencísimo, casi infantil, autor. Pero en Madrid no marchaban las cosas tan esperanzadoramente como en un principio. Pérez Galdós comenzaba a disculparse con aquello de la abundancia de materiales, según comunicaba al tío Baldomero en los primeros días de noviembre; y transcurrió todo aquel año del 72 sin que saliesen a luz las octavas reales del estudiante santanderino.

    A principios de 1873 interviene Pereda con Galdós y le apremia para que dé a la estampa el D. Alonso de Aguilar en Sierra Bermeja. D. Benito no se niega, pero expone nuevas dificultades: ¡Es tan largo aquel poema para darlo en un artículo de revista! Así lo dice para conocimiento del propio autor y de su buen padre. Éste comenta con el hijo en carta de 7 de febrero del 73 «También a mí me ha escrito Baldomero, diciéndome lo mismo que a ti; mucho siento la mutilación que va a sufrir el Poema, pero no estoy conforme en lo de suprimir el primer canto; en lo que Juanito opina lo mismo que yo, creyendo uno y otro que debes dejarlo al criterio de Pérez Galdós y esperar el resultado que ya no se hará esperar mucho tiempo».

    Mas a pesar de la supresión de ese primer canto histórico sobre la Discordia, supresión muy acertada, pues aligera y queda más ceñido al asunto el relato, Galdós no se daba prisa a publicar el tan traído y llevado Poema; «para las Calendas Griegas» opina don Marcelino, padre, que va dejando este negocio. Menéndez Pelayo gestiona entonces la publicación de sus versos en Barcelona. Ha leído sus cantos a varios amigos literatos y todos se los aplauden; pero como Galdós, con estos o los otros pretextos, ninguno se decide a publicarlos.
    Va sintiendo desvanecerse su primera ilusión, sus sueños de poeta novel; no consigue ver en letras de molde aquel su primer ensayo, para el que ya, desde 1871, tenía hecha la portada anunciadora de la primera de las Obras del Bachiller en Artes, Marcelino Menéndez y Pelayo.

    Aquello se ponía serio. Luanco, su tutor, ya no le gastaba bromitas con el instrumento; el padre había terminado de hacer copias y más copias de cantos enteros, y ya en sus cartas no le habla más de Baldomero ni de Pereda, ni de Galdós, ni de D. Alonso de Aguilar. Hay en la correspondencia como un tácito convenio de no volver a tratar aquel asunto desagradable.
    Hay además otras cosas que están cambiando rápidamente. Aunque sus papás le llaman todavía Marcelinito, le recomiendan ya que se afeite de vez en cuando para que esté presentable; va a cumplir los 17 años; estudia el segundo curso de Facultad y, lo que es más importante... se ha enamorado. Es ya un hombre y empieza a ver el mundo con otros ojos; no son las aventuras guerreras de D. Alonso las que le seducen; ahora, su dulce Belisa le ha embargado por completo los sentidos:

    «Yo vi, señora, tu beldad riente
    En la sonante playa laletana,
    Donde eleva Favencia la romana
    Hacia las nubes su murada frente.
    Te vi, te amé, mi corazón fue preso
    Entre los rayos de tus claros ojos,
    Entre las redes de tu crencha hermosa;
    ¡Feliz quien pueda, de tus labios rojos
    Ebrio de amor arrebatar un beso,
    Y venga sobre mí la muerte odiosa!»

    Y allá van ahora sonetos en serie a su primer amor, aquella «hija cual yo de la Cantabria fuerte», que le traía anyoranzas de su tierruca y despertaba en él nueva inspiración. ¡Pobre D. Alonso de Aguilar! En el fondo del baúl -mundo del estudiante yacía fajado como una momia egipcia en su ataúd. Ya no volvió a acordarse de él. Quizá al regresar a su hogar en el verano de 1873 echó una mirada, entre enfadada y desdeñosa, al famoso rollo, y lo guardó detrás de aquella nueva estantería que acababa de mandar construir su padre, y de la que le había cedido dos terceras partes para que colocase su ya abundante biblioteca.
    Aquel curso del 73 al 74 fue a estudiar en la Universidad de Madrid, y desde allí mandaba colaboración para Miscelánea Científica y Literaria, de Barcelona. Algunas de aquellas «diferentes poesías del autor», que habían de acompañar al D. Alonso de Aguilar, cuando se publicase el primer volumen de las proyectadas Obras de Marcelino Menéndez Pelayo, Bachiller en Artes, aparecieron en la revista barcelonesa durante el 1874.


    (cont.)


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    MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912) - Página 4 Empty Re: MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912)

    Mensaje por Lluvia Abril Dom Ago 28, 2022 9:14 am

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).


    ESTUDIOS POÉTICOS DE MARCELINO MENENDEZ PELAYO
    Odas, epístolas y tragedias de
    D. Marcelino Menéndez y Pelayo




    D. Alonso de Aguilar en Sierra Bermeja
    Poema heroico en octavas reales
    (Van adjuntos el poemita, traducido de los metamorfóseos de Ovidio y titulado: Píramo y Tisbe, la traducción de la égloga VIII de Virgilio y diferentes poesías del autor)
    Primera edición con notas

    Santander, 1871
     


    Advertencias

    Historia del poema
    (cont.)


        Terminada brillantemente su carrera en el curso del 73 al 74, doctor ya en letras en 1875, sin haber cumplido los 19 años, comenzó, de vuelta a su hogar, a hacer proyectos y a revisar apuntes y papeles. Y entre éstos debió de aparecer su D. Alonso, el héroe de Sierra Bermeja, cubierto no del polvo de las batallas, sino del de los anaqueles. D. Marcelino pasó una mirada comprensiva sobre el Poema, y se sonrió inteligentemente, sin pizca de resentimiento ni amargura. Ni los sonetos clásicos que había dedicado a su Belisa le satisfacían; ensayaba entonces nuevas formas poéticas, escribía en verso blanco, huyendo del martilleo de la rima, traducciones de clásicos griegos y latinos, sáficos y laverdaicos, que enviaba a su amigo y maestro D. Gumersindo, quien amorosamente y parándose en los detalles más nimios, se los retocaba aconsejándole. Caminaba a pasos de gigante al molde más acabado de su expresión poética: la Epístola a Horacio, La  Galerna del Sábado de Gloria, la Carta a mis amigos de Santander. Se había convencido de lo que tal vez ya por entonces le habría dicho su amigo D. Juan Valera, quien, hablando de su asombrosa facilidad para versificar, había de expresarse pocos años después con bella frase en el discurso con que le recibió en la Real Academia de la Lengua: «su Pegaso pide más que espuela, freno».
        El freno que él supo ir poniendo a su desbordada fantasía, la armonía interna, la euritmia y engarce sonoro de versos y estrofas, que disciplinadamente le hace pasar casi sin sentir, del verso libre a la maravilla de su prosa, en la que a veces los párrafos son también como estrofas de un canto.
        Y si en este aspecto de la forma poética estaba ya muy lejos de las octavas de su infantil poema, más aún se había distanciado en cuanto a los asuntos. Ya no canta las armas y los esforzados guerreros al modo clásico, ni los tiernos amores, queriendo emular al divino Herrera, a Dante y a Petrarca:
                                 

     «Que al nombre celestial de mi Belisa
    Al olvido darían su tormento
    Dante, Petrarca y el divino Herrera».
       
    Continúa haciendo versiones de clásicos; pero tanto en éstas, como en las poesías originales, hay una nueva fuente de inspiración, temas de más trascendencia, una rara mezcla de paganía y cristianismo, un nuevo arte de «verter añejo vino en odres nuevos». Y todo ello encuadrado en un fondo filosófico en el que sobresalen las puras, bienaventuradas, ideas platónicas.
        En aquel verano de 1875 es cuando traduce La Hechicera, de Teócrito, la hechicera que con sus conjuros hace volver al amor que se aleja; dos composiciones de Catulo, aquel Catulo cuyos versos se había aprendido de memoria repasándolos en la edición microscópica que le había regalado Posada Herrera, y que llevaba de chico en el bolsillo del chaleco; dos odas de Horacio, de su Horacio, el «monarca de la lira», al que tal vez ensayaba ya dirigir su famosa Epístola; un fragmento de Petronio sobre cuyo Satyricón había tratado largamente en su tesis doctoral; el Himno de Prudencio, poeta cristiano, A los mártires de Zaragoza; y los Sepulcros del descreído Hugo Fóscolo; y aquella inspiradísima  Paráfrasis de una oda teológica de Sinesio de Cirene, en versos que no hubiera desdeñado el mismo Fray Luis de León.

                 

                   
    «Huyo de la falacia
    De profanos amores,
    Por el eterno amor que nunca sacia;
    De mundanos loores,
    Por el divino aliento de la Gracia.

      ¿Es comparable el oro,
    O la beldad terrena,
    O de los reyes el tesoro,
    O la amorosa pena,
    Al pensamiento del Señor que adoro?»
     
      Sí, era ya otro; estaba alcanzando en tan temprana edad la madurez de un hombre de estudios; había dado a luz varios trabajos de crítica literaria: sobre las Obras inéditas de Cervantes, publicadas por D. Adolfo de Castro, sobre Pedro de Valencia, Noticias para la historia de nuestra métrica, Noticias literarias sobre los jesuitas españoles extrañados del reino en tiempo de Carlos III, varias Noticias bibliográficas, su peregrina tesis doctoral La Novela entre los latinos; tenía dispuesto para la imprenta su estudio sobre Trueba y Cosío y más de 50 biografías para su Biblioteca de Traductores, tres de ellas premiadas en un solo concurso de La Ilustración Española y Americana. Era colaborador de esta revista, de la Revista Histórico-Latina y de la Miscelánea Científica y Literaria, de Barcelona, de la Revista Europea y de La Tertulia; se había hecho ya amigo de Valera, de los Pidales, y de otros muchos hombres de letras madrileños; formaba con los de Santander la Sociedad de Bibliófilos Cántabros y recogía datos para escribir toda una colección o biblioteca de Escritores montañeses; poseía ya sólidos conocimientos científicos, históricos y filosóficos -a pesar de haber querido suspenderle Salmerón en Metafísica el año anterior- como pudo demostrarlo, pocos meses después, al comenzar la polémica sobre La Ciencia Española.
     
      Era por tanto natural que aquel candoroso poema infantil, en el que hay versos que recuerdan mucho los de Quintana, Gallego, el Duque de Rivas, etc., y en los que las imitaciones de los grandes poemas clásicos La Ilíada y La Eneida son tan patentes y directas que a veces parecen calcos, hiciese sonreír a su autor y no quisiera éste que tal ingenuidad poética, que tantas desazones le había proporcionado de niño, viese la luz pública. Y entonces fue -por el mismo carácter de letra ya casi hecha se puede reconocer también la época -cuando, en una de las copias del poema, escrita por su padre, no en el original autógrafo que también se conserva, estampó su prohibición de que se diese a conocer del poema más que el título.
     
      Había que prevenirse; porque su buen padre y su tío Juan -Juanito- y algunos entusiastas amigos, a los que las sonoras estrofas retumbaban aún en los oídos, eran muy capaces de organizar, durante sus proyectadas ausencias, nuevas lecturas públicas del poema, como aquella del Ateneo en el año 72, o de imprimirlo, al menos en edición privada, para que lo conociesen íntegro sus paisanos, sus profesores y amigos.
        Este es, a mi modo de ver, el sentido claro de la prohibición de don Marcelino de que se diera a conocer su Poema. La puso al frente de una de las copias del padre, porque para él y los suyos estaba escrita principalmente; si Menéndez Pelayo hubiera deseado que el Poema no se diera jamás a la estampa lo hubiera roto; habría destruido el original y todas las copias en lugar de conservarlas tan cuidadosamente.
     
      No era para darlo entonces a la estampa aquel su ensayo infantil, que nada podía añadir al lauro de poeta, al que aún aspiraba por entonces con todo entusiasmo; pero se daba ya cuenta Menéndez Pelayo de que su personalidad de escritor había de pertenecer a la historia, y que aquellos sus primeros pasos por el camino de la poesía podían interesar al historiador, al biógrafo de mañana. Publicarlo él o consentir que sus deudos publicasen el poema de D. Alonso de Aguilar hubiera sido una inocentada; el que ahora, a los 42 años de muerto su autor y en vísperas de la conmemoración del Centenario de su nacimiento, en el que se han de hacer estudios serios sobre las distintas facetas de la personalidad literaria de don Marcelino, lo demos nosotros a conocer, nos parece un deber, que nos agradecerán muchos y que al mismo autor no había de desagradar.

    Enrique Sánchez Reyes




       


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    MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912) - Página 4 Empty Re: MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912)

    Mensaje por Lluvia Abril Lun Ago 29, 2022 4:43 am

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).


    ESTUDIOS POÉTICOS DE MARCELINO MENENDEZ PELAYO
    Odas, epístolas y tragedias de
    D. Marcelino Menéndez y Pelayo




    D. Alonso de Aguilar en Sierra Bermeja
    Poema heroico en octavas reales
    (Van adjuntos el poemita, traducido de los metamorfóseos de Ovidio y titulado: Píramo y Tisbe, la traducción de la égloga VIII de Virgilio y diferentes poesías del autor)
    Primera edición con notas

    Santander, 1871


    Advertencia histórica

    Aunque es bastante conocido el hecho que sirve de argumento a este poema, creemos oportuno dar algunas noticias históricas tomadas de los escritores del siglo XVI y de algún otro posterior. «El año 1500, dice Mármol, los moros de la Sierra y Alpujarras, se rebelaron, diciendo que se les quebrantaban los capítulos de las paces con que se habían entregado. Sabidos estos alborotos en Sevilla, el Rey Católico partió para Granada, a 27 de enero y mandó al Conde de Tendilla y a Gonzalo Hernández de Córdoba que fuesen sobre el castillo de Güéjar, donde se habían recogido algunos moros de los alzados; los cuales fueron luego sobre él y tomándole le destruyeron, no sin gran daño de la gente de armas que llevaban. El Conde de Lerín fue sobre Andarax, porque los moros de aquella taha (comarca), se habían hecho fuertes en el castillo de Lanjar y ganándole por fuerza de armas, voló con pólvora la mezquita mayor. Y el Rey D. Fernando entró por el valle de Lecrín, cercó y ganó el castillo y lugar de Lanjarón, viernes a siete días del mes de marzo, llevando consigo al alcaide de los Donceles, a Gonzalo Mejía, al comendador mayor de Calatrava y a otros muchos señores y caballeros.
    «Siendo pues opresos los rebeldes con increíble presteza y allanadas las cosas de la Alpujarra, volvió el Rey a Sevilla. El año 501 se alzaron varios lugares de la Serranía de Ronda y Sierra Bermeja y Villaluenga, y sus Altezas enviaron contra ellos al Conde de Ureña y a D. Alonso de Aguilar. Mas no les sucedió tan prósperamente, pues fueron desbaratados en un lugar, llamado Calaluí, cerca de Ginalguacil, martes en la noche a dieciséis días del mes de marzo, muriendo D. Alonso de Aguilar a manos de un moro llamado el Ferí, vecino de Ben-Estepar. Escapó D. Pedro, su hijo, con los dientes quebrados de una pedrada y el Conde de Ureña y los demás, con grandísimo trabajo.» Hasta aquí Mármol, libro I, cap. XXVIII.

    Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, en sus Quincuagenas (Bat. Iª, Quin. Iª, Dial. 36), asegura que D. Alonso fue muy gentil capitán y valiente lanza y muchas veces dio testimonio de su animoso esfuerzo.

    Abarca, en su obra titulada Reyes de Aragón, hace el siguiente elogio del héroe castellano: «Fue sugeto de grande autoridad entre los grandes de su tiempo, por su linaje, por sus prendas personales y por los altos puestos que ocupó así en la paz como en la guerra. Hizo ésta a los infieles, por espacio de cuarenta años, bajo el estandarte de su casa en la niñez y como caudillo de sus gentes más adelante o como virrey de Andalucía y capitán de los ejércitos reales. Fué el quinto señor de su cristiana y belicosa casa que pereció combatiendo por su patria y religión contra la maldita secta de Mahoma y debe creerse que su alma recibió en el cielo la gloriosa palma del soldado cristiano, puesto que iba fortificado con los santos sacramentos de la Confesión y Comunión, que aquella misma mañana recibiera.» (Reyes de Aragón, tomo II, página 340 y 341.)
    Bleda afirma en su Crónica de los Moros de España (Valencia, 1618; libro 5.º, capítulo 26) que abierto el sepulcro del héroe muchos años después de su muerte, se encontró introducido en sus huesos el hierro de la lanza con que fue herido por el Ferí de Benestepar.

    Era D. Alonso natural de Córdoba y hermano mayor del Gran Capitán. Paulo Giovio (Vita magni Gonsalvi) hace derivar el nombre de Aguilar del águila, enseña de los guerreros de su casa. Por los servicios de sus antepasados en tiempo de San Fernando, se les concedió el derecho de usar el apellido Córdoba, por el cual fue conocido siempre Gonzalo. Distinguiose mucho en las guerras de Portugal y de Granada, y por su valor y pericia militar llegó a merecer la confianza de sus soberanos. Tuvo en su juventud largas rivalidades con su primo el Conde de Cabra«El año 876 de la Égira (1471 de la Era Cristiana), dice Conde, pidió campo al Rey de Granada D. Diego de Córdoba contra D. Alonso de Aguilar, con quien estaba enemistado y habiéndolo pedido al Rey de Castilla, su señor, no se lo había concedido. Recibiole bien Abul-Hacén y le señaló campo en la vega, y como detenido por su señor el rey, no viniese el día aplazado D. Alonso de Aguilar, el Rey de Granada le declaró por vencido. Estaba presente cierto caballero, pariente del cristiano Aguilar y se ofreció a tener campo por el ausente y pelear con su contrario, asegurando que D. Alonso era tan buen caballero que no faltaba por su voluntad a la aplazada lid y que no consentiría que se le declarase por vencido ni por cobarde. El rey Abul-Hacén no le permitió salir a pelear, diciendo que había dado seguro a don Diego de Córdoba y como aquel caballero porfiase, el Rey le mandó matar por su falta de respeto, y por intercesión de D. Diego de Córdoba, a quien el Rey estimaba mucho, le perdonó.»


    Hallose D. Alonso en la desgraciada expedición de la Ajarquía y a él se debió en gran parte la victoria de Lucena y la prisión del rey Boabdil. Concurrió a las conquistas de Málaga, de Baza y de Granada, y coronó sus hazañas con la gloriosa muerte que recibió en Sierra Bermeja. A este funesto combate asistió, aunque no lo refiera Mármol, D. Juan de Silva, Conde de Cifuentes, asistente de Sevilla, que mandaba trescientos caballos y dos mil infantes. Apenas sufrieron pérdida sus gentes, pues quedó al pie de la Sierra, custodiando el campamento y protegió la retirada del Conde de Ureña y de D. Pedro de Córdoba, a quien dieron los Reyes Católicos el título de Marqués de Priego. En 1570 el Duque de Arcos, descendiente del Marqués de Cádiz, atravesó aquel sitio para sofocar la segunda rebelión de los moriscos granadinos. Veíanse por doquiera lanzas, arneses y armaduras destrozadas, blanqueban los huesos de los que perecieron al lado del señor de Aguilar, porque hacía medio siglo que ningún castellano había puesto su planta en aquellas rocas inaccesibles.
    El pueblo acusó al Conde de Ureña de haber abandonado a su compañero de armas en la Sierra, y Bleda ha conservado dos versos de un romance en que se le increpa en estos términos:

    Decidme, Conde de Ureña,
    ¿Dónde D. Alonso queda?

    «Salió como buen caballero, dice Mendoza, aunque dando ocasión a los cantares y libertad española.»

    Ginés Pérez de Hita, en su Historia de las Guerras Civiles de Granada, atribuye a D. Alonso varios hechos conocidamente fabulosos y refiere su muerte con alguna diversidad en las circunstancias.
    Fue tan célebre en Castilla el desastre de Sierra Bermeja, que sobre él se compusieron tres bellísimos romances insertos en la obra de Hita y en el Romancero General (Madrid, 1614, por Juan de la Cuesta).
    El jurado de Córdoba, Juan Rufo, en su poema La Austríada, impreso en 1585, Toledo, dedica a D. Alonso este breve y honroso recuerdo:


    Tendrá Córdoba siempre el dolor vivo,
    Igual con la razón y el sentimiento,
    Que se debe a la muerte presurosa
    De un hijo, por quien ella fué famosa.

    ¡Oh cara, ilustre prenda, quién pudiera
    Tu ingenio y tu valor mayor que humano,
    En voz cantar que perdurable fuera,
    Por todo cuanto abraza el océano!;
    Que si el acerbo fin no previniera
    El largo paso de tu orgullo ufano,
    Tú fueras, D. Alonso, en todo el mundo,
    Mayor que fué tu hermano sin segundo.

    El que desee más pormenores puede consultar las obras siguientes: Historia de los Reyes Católicos, de Andrés Bernáldez, Cura de los Palacios, publicada modernamente en Sevilla por la Sociedad de Bibliófilos Andaluces; Anales de Sevilla, de Ortiz de Zúñiga (Madrid, 1677); Zurita, Anales de Aragón (Zaragoza, 1585), Garibay, Compendio Historial; Sandoval, Historia del Emperador Carlos V (tomo I, página 5.ª); Mariana, Historia de España; Prescott, Historia de los Reyes Católicos, etc. Además de los autores citados en la presente noticia, Hernando de Baeza, Relaciones acerca de los últimos tiempos del Reino de Granada, publicadas por la Sociedad de Bibliófilos Españoles.

    M. Menéndez Pelayo.


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    Mensaje por Lluvia Abril Lun Ago 29, 2022 4:48 am

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).


    ESTUDIOS POÉTICOS DE MARCELINO MENENDEZ PELAYO
    Odas, epístolas y tragedias de
    D. Marcelino Menéndez y Pelayo




    Invocación
    Et pius est, patriae facta referre, labor.
    (Ovidio, Trist., lib. 11, 322.)


    Oh musa celestial, tú que cantaste
    La cólera del hijo de Peleo,
    Tú que al piadoso Eneas celebraste
    Cuando surcó las ondas de Nereo,
    Y al desterrado Dante acompañaste
    En las negras orillas del Leteo
    Del Averno los antros recorriendo
    Al divino Virgilio en pos siguiendo;

    Tú que inspiraste al vate lusitano
    Cuando cantó las naves que surcaban
    Las espumas del férvido Oceano,
    Y al reino de la aurora navegaban
    Mientras en la región del aire vano
    Los vientos blandamente respiraban
    Y el céfiro ligero se mecía
    Y las cóncavas velas impelía;

    Divina Clío, tú que en el Parnaso
    Inspiraste al cantor de Godofredo,
    Tú que dictaste de Sorrento al Tasso
    Las glorias de Reinaldo y de Tancredo,
    Que meciste la cuna a Garcilaso
    Al pie de las murallas de Toledo,
    Tú, que al Homero inglés, a Milton ciego,
    De sacra inspiración le diste el fuego;

    Préstame, oh musa, tu sagrada lira,
    La lira que pulsó el divino Herrera
    Cuando la triste Lusitania mira
    Llorar su error del Tajo en la ribera;
    El Betis su doliente son admira,
    Y su sonora voz en la pradera
    Las ninfas y los faunos aplaudieron
    Y su canto sublime repitieron,

    Quiero alzar a mi patria un monumento,
    Que el tiempo no destruya ni el olvido,
    Que si humilde es mi voz, débil mi acento,
    Grande es el de Aguilar y esclarecido.
    Los siglos correrán cual un momento,
    Los imperios caerán que han existido,
    Su gloria quedará cual firme roca
    Que el mar en vano con sus aguas toca.

    Ya el pendón de Castilla tremolaba
    En las torres de Baza y Almería,
    Ya el Conde de Castilla gobernaba
    De Muley Alhamar la monarquía,
    La Alhambra, el Albaicín y la Alcazaba,
    La morisca ciudad de Andalucía
    Mostraban ya la cruz en sus almenas
    Donde brillaron lunas agarenas.

    En la bella ciudad que el Genil riega
    Y el Darro con sus aguas fertiliza,
    No cruzan ya su deliciosa vega
    Los agarenos en revuelta liza,
    Ni el granadino ya las cañas juega,
    Ni en opuesto escuadrón hace ya riza,
    Ni ostenta ya sus cifras y pendones
    Ni cabezas suspende en los arzones.

    Ni una sonrisa de su mora bella
    Hace que el musulmán de amores arda,
    Ni una palabra de sus labios sella
    Amor eterno, que inviolable guarda;
    Ni a los peligros lánzase por ella,
    Ni a Granada abandona en noche tarda,
    Ni la dirige ya sus tristes ojos
    Para volver cargado de despojos.

    A las arenas líbicas lanzados,
    De la Numidia a los peñascos duros,
    Tendían sus ojos, de llorar cansados,
    De la ciudad a los perdidos muros;
    Y al contemplar los campos tan amados
    En la desierta playa mal seguros,
    Elevaban al cielo sus clamores
    Y mostraban inútiles furores.

    Y ya las barras de Aragón unidas
    De Castilla a los ínclitos leones,
    En el Mediterráneo tan temidas,
    Dilataban su nombre y sus blasones;
    Sus armas, por Gonzalo conducidas,
    Sometían indómitas naciones;
    De sus corceles al fogoso vuelo
    Parténope sintió temblar su suelo.

    Porque ya la cristiana monarquía,
    Del Pirene nevado al mar de Atlante,
    Sus armas dilataba y extendía,
    Doquier llevando su pendón triunfante;
    Del Católico Rey la sien ceñía,
    Cual blanca perla o fúlgido diamante,
    De Aragón la corona esclarecida,
    Ya de Castilla a la diadema unida.

    Y rota al fin la artificial barrera,
    Que ambos pueblos un día separaba,
    Al aire ondeaba sólo una bandera,
    Y España en torno se agrupaba
    Y Patria y Religión su enseña era;
    Y ante ella el Universo se inclinaba,
    Que Dios sus estandartes bendecía
    Y un Apóstol sus haces dirigía.

    Y en alas de la fe y de la esperanza,
    Siguiendo luego a un genovés osado,
    Sus leños entregaron sin tardanza
    A las iras del hondo ponto hinchado;
    Y surcaron en plácida bonanza
    Ondas de un mar jamás atravesado,
    Y náyades y faunos y tritones
    Saludan al partir sus galeones.

    Y el viento juega en las tendidas lonas
    Y el aire cruzan las pintadas aves,
    Y vense ya del monte las coronas,
    Y espumas cortan las ligeras naves;
    Y un mundo al cetro de Castilla donas
    Tú, Dios, que solo su destino sabes
    Y les conduces a abrasada arena
    Del mar azul por la extensión serena.

    Y en las remotas playas de Occidente,
    Ocultas hasta entonces e ignoradas,
    Bajo los rayos de su sol ardiente
    Por el salvaje habitador pobladas,
    En cuya virgen selva sólo siente
    Rugir el viento en rápidas oleadas,
    Enclavaron la cruz de sus pendones
    Entra barras, castillos y leones.



    Última edición por Lluvia Abril el Mar Ago 30, 2022 5:04 am, editado 1 vez


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    MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912) - Página 4 Empty Re: MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912)

    Mensaje por Lluvia Abril Mar Ago 30, 2022 4:59 am

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).


    ESTUDIOS POÉTICOS DE MARCELINO MENENDEZ PELAYO
    Odas, epístolas y tragedias de
    D. Marcelino Menéndez y Pelayo




    Canto I

    ... Bella, horrida bella,
    Et Tybrim multo spumantem sangitine cerno.
    (Virgilio, Æneid, VI, 86.)


    Argumento. -Levantamiento de los moriscos en la Alpujarra. -Llegada del Ferí de Benestepar. -Su discurso. -Contestación de Gazul. -Se disponen para el combate y eligen por caudillo al Ferí.


    Era el primer albor de la mañana,
    Y roto de la noche el denso velo
    Su cetro abandonaba ya Diana;
    Brillaba el sol iluminando el suelo,
    Y desterrando la tiniebla vana
    Voló su carro en el azul del cielo;
    Y entre las sombras de la noche fría
    Surgió la claridad del nuevo día.

    Un ronco grito en la Alpujarra suena
    Y el eco le repite en la montaña;
    Por los quebrados valles ya resuena
    Que el Verde Río con sus aguas baña;
    Convoca la trompeta sarracena
    De los hijos de Agar la furia y saña,
    Que armados de su bélico heroísmo
    Hacen temblar el firmamento mismo.

    Armada multitud cubre la tierra
    Y cubre las fragosas Alpujarras
    Y corona la cumbre de la sierra
    Y brillan las moriscas cimitarras;
    Resuena el grito de venganza y guerra
    Y de África el león muestra sus garras,
    Y monta ya el caudillo sarraceno
    Indómito corcel que tasca el freno.

    Y deja su guarida el mahometano,
    Y corre presuroso a la venganza,
    Y con sangre del pueblo castellano
    Quiere teñir los hierros de su lanza.
    El númida veloz, el africano
    Dejaron el desierto sin tardanza,
    Y en sus corceles, cual ligero viento,
    Llegaron de Gazul al campamento.

    Las lágrimas regaron la mejilla
    Del triste granadino desterrado
    Mientras el estandarte de Castilla
    Estuvo de laureles coronado;
    Lloraron su deshonra y su mancilla
    Y su trono en el polvo derribado,
    Mientras brilló en los muros de Granada
    La Cruz en Covadonga tremolada.

    La rabia concentrada, que un momento
    Sin cesar en su pecho viva ardía,
    Estalló al fin, cual el furioso viento,
    Que ruge en medio de la selva umbría;
    Como el Vesubio, que por bocas ciento
    Arroja lava, que en su centro hervía,
    Y convierte en escombros las ciudades,
    Hoy cenizas y vastas soledades.

    Vertió su copa la discordia un día
    Y Marte despeñó su carro ardiente,
    Y entre las sombras de la noche fría
    El árabe blandir su lanza siente;
    Muerte, desolación y guerra impía
    Corrieron a las playas de Occidente,
    Rasgaron las entrañas de la tierra,
    Volaron a la cumbre de la sierra.

    En sitios señalados reunidos
    De la nación infiel los más ancianos,
    Por las diversas tribus elegidos,
    De los errantes pueblos mahometanos,
    Por el peligro de la guerra unidos,
    La venganza común de sus hermanos
    En secreto consejo meditaban
    Y el final rompimiento dilataban.

    Rodeaba la tienda del consejo
    En torno la apiñada muchedumbre;
    Mirábase en el mar, como un espejo,
    El dios autor de la celeste lumbre,
    Y de sus claros rayos el reflejo
    Doraba de la sierra la alta cumbre,
    E iluminando la azulada esfera
    Llegaba a la mitad de su carrera.

    Por la nevada sierra un caballero
    A galope tendido descendía
    Y con semblante y ademán guerrero
    Su caballo hacia el llano dirigía;
    Y con espuela de templado acero
    Del corcel los ijares oprimía;
    Llegó por fin al campo de la tienda
    Y al brioso alazán paró la rienda.

    Venir parece de región distante,
    Cubre el polvo su negra vestidura,
    Negras plumas ostenta en el turbante

    Y negro es el color de su armadura;
    Tristeza muestra su feroz semblante,
    Es arrogante y noble su estatura
    Y el peso de la lanza que blandía
    Ni Ayax de Telamón sustentaría.

    Negro turbante la su sien ceñía;
    De su escudo los timbres y blasones,
    Que la adarga en su centro contenía,
    Eran rotos castillos y leones;
    Y a sus pies una letra que decía:
    «Yo humillo de Castilla los pendones,
    En España mi nombre fue temido,
    Siempre fui vencedor, nunca vencido».

    Pende el alfanje del siniestro lado
    Y enristra el adalid pesada lanza,
    Y muestra un pendoncillo tremolado
    El alegre color de la esperanza;
    Corre el caudillo en su corcel montado
    Mostrando su valor y su pujanza,
    En sus ojos demuestra y en su rabia
    La salvaje fiereza de la Arabia.

    El bruto cordobés, hijo del viento,
    Alta la crin y de cerviz erguido,
    Con ligero y airoso movimiento,
    Con paso resonante y atrevido,
    Estribando su brazo en duro asiento,
    Tascando el leve freno guarnecido,
    Rompió por las legiones apiñadas
    Y la tierra temblaba a sus pisadas.

    Llegó el desconocido caballero
    Hasta el centro del campo mahometano
    Y fijaron su vista en el guerrero
    Los jefes del ejército africano;
    Nadie le conoció, por extranjero
    Y criado en el suelo mauritano,
    Y él impuso silencio a los campeones
    Y dirigioles luego estas razones:

    «Soy el sostén del pueblo mahometano,
    La gloria de las lunas agarenas,
    Yo humillé el estandarte castellano,
    Yo rompí de Granada las cadenas,
    Yo llevé a la victoria al africano,
    Yo conduje las huestes sarracenas
    Y en la guerra este nombre merecí,
    Yo de Benestepar soy el Ferí.

    Yo teñí en sangre del Genil la orilla,
    Yo me hallé en la defensa de Granada,
    Y yo vi la bandera de Castilla
    De la Alhambra en el muro tremolada;
    La misma enseña que brilló en Sevilla
    En la Torre del Oro enarbolada,
    La misma enseña que brilló en Toledo,
    Ciudad de Leovigildo y Recaredo.

    Si cobarde Boabdil cayó en Lucena
    En poder del ejército cristiano,
    Si teñida con sangre sarracena
    Su corona rindió al rey castellano,
    Si él mismo se forjara las cadenas
    Que pesó sobre el pueblo mahometano,
    ¿Cómo habían de darnos justas leyes
    Rey sin corona, ejércitos sin reyes?

    ¿Es ésta la nobleza de Granada?
    ¿Es ésta de sus reyes la memoria?
    ¿Es ésta la bandera desplegada,
    Que llevaba sus hijos a la gloria?
    Con sangre nuestra tierra fue regada
    Y dejó nuestras haces la victoria,
    Y el reino de Alhamar corrió a su ruina
    Irritando la cólera divina.

    Reinó el furor en vuestros corazones
    Sin quedar un destello de esperanza,
    Escuchasteis la voz de las pasiones,
    Escuchasteis la voz de la venganza,
    Y vieron de Castilla las legiones
    Teñida en propia sangre vuestra lanza,
    En sangre que aumentaba cual torrente
    Del Genil y del Darro la corriente.

    Cristalino Genil, que te deslizas
    Por apacibles cármenes y vegas;
    Dorado Darro, tú que fertilizas
    Los campos con tus ondas y los riegas;
    Darro, que con el Betis rivalizas,
    Genil, que de Granada al muro llegas,
    ¡Visteis teñir en sangre las espadas
    Contra los mismos hijos afiladas!

    ¿Dónde está la ciudad, la que extendía
    Su nombre hasta las playas del Oriente,
    Y del viento en las auras se mecía
    Embalsamando el regalado ambiente?
    El Darro su corriente dirigía
    Por los frescos jardines de Occidente,
    Y mansión de perpetua primavera
    Del Darro y del Genil fue la ribera.

    Ya cayó la potencia granadina,
    Muerto está su valor y su pujanza,
    Sombras mil se levantan de su ruina,
    Rota y sin brillo está la antigua lanza;
    El rayo de la cólera divina
    Tomó de sus ofensas la venganza,
    Y lanzó en el sepulcro del olvido
    El reino de Alhamar fuerte y temido.

    Doblaron la rodilla al extranjero
    Esos fuertes caudillos musulmanes,
    Y no hubo entre nosotros un guerrero
    Que resistiera en pie sus alazanes;
    Y Boabdil al dejar el suelo ibero,
    Huyendo de la guerra los afanes,
    Por Granada lloró y por sus placeres;
    ¡Tiempo era de llorar como mujeres!

    Envuelto entre las ruinas de Granada,
    De la Libia en los secos peñascales,
    De la Libia sedienta y abrasada,
    Más fiero que los tigres y chacales,
    Volví la vista a la ciudad amada
    Y corrí a los desiertos arenales;
    Juré vengar la afrenta recibida
    Y mi patria vengar de su caída.

    Siguiendo la bandera desplegada
    Corramos hacia el templo de la gloria,
    En ruinas sepultemos a Granada,
    ¡El fuego alumbrará nuestra victoria!
    Y empuñando la mano ardiente espada,
    De nuestros triunfos la inmortal memoria
    Escribamos con sangre en sus almenas,
    Y rompamos por fin nuestras cadenas.»

    Calló el Ferí, sus últimos acentos
    Por las concavidades retumbaron
    Y llevados en alas de los vientos
    En lejanos espacios resonaron;
    Dejaron los ancianos sus asientos
    Y los mozos sus armas empuñaron
    Y al joven capitán, al extranjero,
    Contestó así Gazul, viejo y guerrero:

    «También Toledo vio y Sevilla un día
    Triunfante el estandarte mahometano,
    Y la fértil y rica Andalucía
    Obedeció la ley del africano;
    Imperio poderoso que temía
    El reino de Aragón y el castellano,
    Imperio que Almanzor llevó hasta el Duero
    Y dilató con su glorioso acero.

    Lleva al combate, a la victoria lleva
    Las indomables huestes sarracenas,
    Tu mano la pesada lanza mueva,
    Dirige las legiones agarenas;
    El nuevo triunfo, la victoria nueva,
    Quebrante de tu patria las cadenas,
    Que por jefe y caudillo te aclamamos
    Y perpetua obediencia te juramos.»

    Las últimas palabras del anciano
    El pueblo repitió con voz de trueno,
    Adelantose el jefe mahometano
    Hasta el centro del campo sarraceno
    Y juró destruir el castellano
    Imperio y el poder del nazareno,
    Y romper de su patria las cadenas
    Y conducir las huestes agarenas.

    Mil valientes por jefe le aclamaron
    Y vibrando las corvas cimitarras
    Obediencia y respeto le juraron,
    Y el eco resonó en las Alpujarras;
    El pendón granadino tremolaron.
    ¡Castellano león, muestra tus garras,
    Que con guerra amenaza ya tu seno
    El oculto enemigo sarraceno!

    La clara luz del sol se oscurecía
    Y cubriendo la tierra denso velo,
    Entre las sombras de la noche fría
    Pálida luna iluminaba el suelo;
    Y sus trémulos rayos dirigía
    Por las espesas nubes que en el cielo,
    Confusas y sin orden, semejaban
    Fantásticos espectros que cruzaban.




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    MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912) - Página 4 Empty Re: MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912)

    Mensaje por Lluvia Abril Mar Ago 30, 2022 5:03 am

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).


    ESTUDIOS POÉTICOS DE MARCELINO MENENDEZ PELAYO
    Odas, epístolas y tragedias de
    D. Marcelino Menéndez y Pelayo








    Canto II


    Sacra suosque tibi commendat Troia penates.




    (Virgilio, Aen., lib. II, 293.)



    Argumento. -Al recibir la noticia del alzamiento de los moriscos, convocan los Reyes Católicos a sus nobles. -Razonamiento del rey Fernando. -Se ofrece a la empresa D. Alonso Fernández de Córdoba, señor de Aguilar, hermano mayor del Gran Capitán. -Contestación de la reina Isabel. -A la mañana siguiente D. Alonso reúne sus hombres de armas y marcha a Granada para unirse con los Condes de Ureña y de Cifuentes. -Profecía del Betis




    Apenas por las puertas del Oriente
    Con su manto bordado de oro y grana,
    Anunciando del sol la luz ardiente,
    Prestando claridad a la mañana,
    Mostró la aurora su risueña frente,
    Oscureciendo el brillo de Diana;
    Abriéronse a los nobles de Castilla
    Las puertas del alcázar de Sevilla.



    Los llama el Rey Fernando, que blasones
    Del reino de Aragón y el Castellano
    Enlazando de España en los pendones,
    Hizo temblar al bárbaro africano;
    Terror de los infieles escuadrones
    La fe ensalzó y el nombre de cristianos,
    Dominó de Granada las murallas
    Invocando al Señor de las batallas.



    Y aquella reina, cuya eterna fama
    Escrita está con páginas de gloria,
    A quien Castilla por su madre aclama
    Y guarda de su nombre la memoria,
    La que ardió de la fe en la santa llama
    E hizo inmortal su nombre y su victoria,
    Isabel de Castilla soberana,
    Gloria y honor de la nación hispana.



    Los grandes y los nobles de Castilla
    Por sus reyes y príncipes llamados
    Del Betis claro a la tranquila orilla,
    Abandonan su hogar y sus estados,
    Acuden al alcázar de Sevilla
    A la voz de la patria convocados,
    Y a defender su religión y leyes
    Corrieron al palacio de sus reyes.



    Ocupa el trono, a la derecha mano,
    La noble reina y ciñe la corona
    Del reino de León y el castellano,
    Áurea diadema, que su sien corona;
    Y rige el rey con poderosa mano
    El cetro de Aragón y Barcelona;
    Y el trono los magnates rodeando
    Les dirigió su voz el rey Fernando:



    «Próceres y magnates castellanos,
    Caudillos vencedores de Granada
    Y terror de los reyes mahometanos,
    Afilad al combate vuestra espada,
    Porque ya los infieles africanos
    Tremolan su bandera desplegada,
    Amenazando, ¡sedición impía!,
    Hundir en polvo nuestra monarquía.



    En vano de Granada en las almenas
    Ondean nuestros ínclitos pendones,
    Y en vano ya las huestes sarracenas
    Huyen de los castillos y leones;
    Porque ese pueblo rompe sus cadenas
    Y al ímpetu y furor de sus legiones,
    No resisten almenas ni murallas
    Ni fuertes cotas de aceradas mallas.



    Cual torrente que rompe sus riberas
    Inundando los campos desbordados,
    Y arrollando sus diques y barreras
    Dilata su corriente, arrebatado,
    Así vuelan las árabes banderas;
    Y el pueblo sarraceno encadenado
    Vibra en su mano la pesada lanza
    Y corre presuroso a la venganza.



    Y súbito en la cima de la sierra
    Tremolan de Granada los pendones,
    óyese el grito de venganza y guerra
    Y el rápido volar de sus bridones;
    Armada multitud cubre la tierra
    Y corren al combate sus legiones
    Y hacen que el viento y que los aires rompa
    El ronco son de la guerrera trompa.



    Caudillos y guerreros castellanos,
    Corred a defender vuestros hogares,
    Porque ya los infieles africanos
    Amenazan el trono y los altares;
    Y lanzas y paveses mahometanos
    Conduce la Discordia a vuestros lares,
    Y teñirán en sangre sus aceros
    De Libia y Mauritania los guerreros.



    Si caballeros sois y en vuestras venas
    Corre la noble sangre castellana,
    Si no teméis las huestes agarenas,
    Ni toda la potencia mahometana;
    Si brilla de Granada en las almenas
    La santa cruz de redención cristiana
    Y del Genil a la argentada orilla
    Llevasteis los pendones de Castilla;



    Si la Discordia conturbó la tierra,
    Rasgando del abismo las entrañas,
    ¿Quién ha de alzar en la desnuda sierra
    El blasón noble de las dos Españas?
    Y pues sois invencibles en la guerra
    ¿Quién clavará el pendón en la montaña?
    Si caballeros sois y sois cristianos
    Mostrad, pues, el valor de castellanos.»



    Calló el rey de Aragón y los magnates,
    Que en profundo silencio le escuchaban
    Y sintieron llamarse a los combates,
    Un confuso murmullo levantaban;
    Como azotan las olas con embates
    En los mares las rocas, se agitaban
    Pretendiendo correr a las batallas,
    Defender de Granada las murallas.



    Alzose al fin de Córdoba un guerrero,
    De Córdoba nacido en los jardines,
    Gentil y valeroso caballero,
    Capitán de Granada en los confines,
    Que, más limpio que el sol su blanco acero,
    Al escuchar el son de los clarines,
    Tiñó con sangre mora en cien batallas,
    Tiñó su cota de aceradas mallas.



    Es D. Alonso de Aguilar el fuerte
    Que libró a la sultana de Granada,
    Que se lanzó mil veces a la muerte
    Por su Dios, por su rey y patria amada;
    Es D. Alonso cuya triste suerte,
    Del Darro en las orillas lamentada,
    Eterniza en sus páginas la historia
    Y guarda de sus hechos la memoria.



    «¡Oh reyes!, exclamó, si es que la muerte
    Puede arrancarme de la patria mía,
    Si es que ha querido mi cansada suerte
    Que en temprana y tristísima agonía,
    ¡Oh dulce patria!, tenga que perderte,
    Por ti yo moriré con alegría.
    ¡Oh reyes, escuchad, que el castellano
    Cetro regís con poderosa mano!



    El fuerte y valeroso caballero
    Que cuelga al cinto la temida espada,
    Que tiñe en sangre su desnudo acero
    Y se viste el arnés y la celada,
    El que combate cual leal guerrero
    Al pie de una muralla derribada,
    Y abandona su patria y sus hogares
    Por defender el trono y los altares,



    O vuelve vencedor en cien batallas
    Y clava victorioso en las almenas
    De su feudal castillo en las murallas
    Triunfante las banderas sarracenas,
    Cuelga la cota de aceradas mallas
    Terror de las legiones agarenas,
    Porque en el peto y la acerada cota
    Más de una lanza infiel ha sido rota;



    O si enemiga la fortuna impía,
    En medio del estrago y la matanza,
    Entre las sombras de la noche fría,
    Al caballero en el sepulcro lanza,
    Si ha querido la suerte que en un día
    De algún brazo alevoso la venganza
    Corte cobarde su preciosa vida
    Y le atraviese con traidora herida;



    Morirá sin temor, porque la gloria
    Quedará de su nombre y de su hecho,
    Y le guarda en sus páginas la historia
    Triste recuerdo de su fuerte pecho;



    Quedará de su nombre la memoria
    Y cuando duerma en el sangriento lecho
    El Señor de los cielos y la tierra
    Recordará que ha muerto en buena guerra.



    Sí, caballeros somos y cristianos,
    Y juro por la fe de caballero
    Que he de alzar los pendones castellanos,
    Si alcanzo la victoria, como espero;
    Y contra los infieles africanos
    Teñido en sangre mi desnudo acero,
    La voz de patria y religión me manda
    Que venza o que perezca en la demanda.



    Y si Dios ha querido que yo muera
    Y no vuelva a los muros de Sevilla,
    Y que corra mi sangre la primera
    Del Verde Río en la sangrienta orilla,
    Aunque mayor mi sentimiento fuera,
    Moriré por la gloria de Castilla,
    Moriré por su trono y por su ley,
    Por mi Dios, por mi patria y por mi rey.»



    «Y si mueres, que Dios te dé su gloria,
    Dijo la noble reina de Castilla,
    Y quede de tu nombre la memoria,
    Del Betis claro en la tranquila orilla;
    Y si alcanza tu brazo la victoria
    Y vuelves a los muros de Sevilla
    Triunfante y vencedor en cien combates,
    El primero serás de los magnates.



    El Señor encamine tus legiones
    Puesto que eres cristiano y caballero;
    Bendiga de Castilla los pendones,
    Pues de Dios y de su ley eres guerrero;
    Y pues fe y religión son tus blasones,
    Y más limpio que el sol tu blanco acero,
    Al combatir al árabe enemigo
    De Dios la bendición vaya contigo.



    Por la fe de Granada en las almenas
    Brilla la cruz de redención cristiana,
    Y por la fe las huestes agarenas
    Huyen de la bandera castellana;
    Porque la fe rompió nuestras cadenas,
    Derribó la pujanza mahometana,
    Y nos abrió un camino por los mares
    Para ensalzar la cruz y sus altares.



    ¡Guerrero de la fe, marcha a la sierra,
    Tremola la bandera castellana,
    Y si mueres en santa y buena guerra,
    Y si corta una lanza mahometana
    El curso de tus días en la tierra,
    Dios premiará tu abnegación cristiana;
    Y si vuelves triunfante y sin mancilla,
    Por vencedor te aclamará Castilla!»



    Era la aurora del siguiente día
    Y triste apareció y oscuro el cielo,
    Y perdieron las flores su alegría
    Y cayeron marchitas en el suelo;
    Y en la fértil y rica Andalucía
    Una voz resonó de desconsuelo;
    Las madres los acentos escucharon
    Y a los pechos sus hijos apretaron.



    Una voz se escuchó en los corazones,
    Y resonando su postrer acento,
    ¡Ay de Castilla, dijo, y sus campeones!
    Y tembló la ciudad en su cimiento,
    Temblaron los castillos y leones,
    Y estremeciose en su profundo asiento
    El trono y el alcázar de Sevilla,
    Mansión de los monarcas de Castilla.



    Mas D. Alonso de Aguilar salía
    Con la primera luz de la mañana;
    Tropa de mil valientes le seguía
    Y su gente aguerrida y castellana
    Hacia las Alpujarras dirigía
    Contra la raza bárbara africana;
    Desplegando al viento su bandera
    Llegan del Betis claro a la ribera.



    El padre Betis elevó su frente,
    De lirios y espadañas coronada,
    Y detuvo sus aguas tristemente;
    Detuvo su corriente arrebatada,
    Y cesando el murmullo del torrente,
    A los vientos calmó su voz sagrada,
    Y mirando a los muros de Sevilla
    Anunció los destinos de Castilla.



    ¡Cisne del Betis, tú divino Herrera,
    Suave cantor de la sonante lira,
    Quién tu sonora voz y arpa me diera
    Y aquel sagrado numen que te inspira
    Del Guadalquivir en la ribera,
    Tu dulce canto, que de amor suspira,
    Y en cuanto baña el mar y Cintio dora
    Hace inmortal el mundo de Eliodora!



    Así el Betis habló: «¡Triste Castilla!
    ¿Qué será de tus bravos campeones?
    ¿Quién volverá a los muros de Sevilla?
    Y rotos los castillos y leones,
    ¿Quedará en tus escudos tal mancilla?
    A la muerte conduces tus legiones.
    ¡Verted mares de llanto, castellanos,
    Pues que sois caballeros y cristianos!



    ¿A dónde vais, a dónde vais perdidos?
    ¿A dónde vais caudillos y guerreros?
    ¿Sois aquellos valientes tan temidos?
    ¿Sois aquellos gallardos caballeros?
    Y ¿sois aquellos nobles no vencidos,
    Que tiñeron en sangre sus aceros,
    Y vistiendo la cota y la armadura
    No temieron jamás la muerte dura?



    ¡Los de acerada cota y fuerte espada!
    ¿Sois los que del Genil en la ribera,
    Al viento vuestra enseña desplegada,
    Con fuerte corazón y fe sincera,
    Corristeis a los muros de Granada
    Y alzasteis de Castilla la bandera
    Sobre rotas almenas y murallas,
    Conquistadas con sangre en cien batallas?



    Vuestros padres con brío afortunado,
    Caballeros sin tacha y sin mancilla,
    Triunfantes en las Navas y el Salado,
    Vencedores de Córdoba y Sevilla,
    Sobre el trono del godo, destrozado,
    Levantaron el trono de Castilla;
    Un rey sobre paveses elevaron
    Y una corona ante sus pies postraron.



    Vosotros herederos de su gloria
    De su valor y su entusiasmo ardiente,
    Acatando su nombre y su memoria
    Volasteis del Genil a la corriente;
    Alcanzó vuestro brazo la victoria
    Y temblaron los reyes del Oriente,
    Huyendo los leones africanos
    Al sentir los guerreros castellanos.
    ¡Mas, ay, cuánta coraza, cuánto escudo,
    Cuánto cuerpo de nobles destrozado,
    Lleva el Río Verde, con silencio mudo,
    En su rauda corriente arrebatado!
    ¡Ay, que ese suelo, estéril y desnudo,
    Con sangre castellana fue regado,
    Y esos tigres hambrientos de matanza
    En la sierra cumplieron su venganza!



    Sí, D. Alonso, en la escarpada sierra,
    Cual bueno y valeroso caballero,
    Morirás, combatiendo en santa guerra,
    Tiñendo en sangre tu fulmíneo acero;
    Pero tu nombre quedará en la tierra,
    Y se levantará un nuevo guerrero,
    Y saldrá un vengador de tus cenizas,
    Pues con tu sangre el suelo fertilizas.





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    MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912) - Página 4 Empty Re: MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912)

    Mensaje por Lluvia Abril Miér Ago 31, 2022 4:48 am

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).


    ESTUDIOS POÉTICOS DE MARCELINO MENENDEZ PELAYO
    Odas, epístolas y tragedias de
    D. Marcelino Menéndez y Pelayo




    Canto III


    ¡Río Verde, Río Verde,
    Tinto vas en sangre viva,
    Entre ti y sierra Bermeja
    Murió gran caballería!




    (Romancero General.)



    ARGUMENTO. -D. Alonso sale de Granada con sus gentes y se dirige a sierra Bermeja. -Envía uno de sus vasallos al castillo de Aguilar con un mensaje para su hijo mayor, D. Pedro de Córdoba. -Llegada del capitán. -Su entrevista con su tío. -Éste sale del castillo para unirse con su padre. -Llegan a las orillas del Río Verde. -Combate sostenido contra los moriscos acaudillados por Gazul. -Muerte de Nuño, escudero del Conde de Cifuentes. -Los cristianos retroceden, pero el Conde de Ureña reanima su valor y pone en fuga a los musulmanes. -Muerte de Gazul. -Al caer la tarde, llegan a las entrañas de la sierra D. Alonso, su hijo y el Conde de Ureña, mientras el Conde de Cifuentes queda al pie de los montes para proteger, en caso necesario, la retirada. -Historia de un castillo, situado en aquellos riscos. -Los castellanos sientan los reales cerca de sus muros. -El Ferí asalta sus tiendas durante la noche y pone fuego al campamento. -Espantosa derrota de los cristianos. -Retirada del Conde de Ureña. -Muerte de D. Pedro de Córdoba. -Combate personal de D. Alonso y el Ferí de Benestepar. -Muerte de Aguilar, que expira al ver la cabeza de su hijo330.




    En medio de la rica Andalucía,
    Cercada de murallas y de almenas,
    Se eleva la ciudad que fuera un día
    Asiento de las lunas agarenas;
    La que sus estandartes dirigía
    Por todas las provincias sarracenas,
    La que desde la Alhambra y la Alcazaba
    A Málaga y Guadix leyes dictaba.



    La ciudad que, de España en los confines,
    Sobre alfombras y cármenes de flores,
    Entre mirtos, laureles y jazmines,
    Sin temer de la guerra los horrores,
    Agotaba en palacios y en jardines
    La copa del placer y los amores,
    Corriendo sus jinetes por la vega
    Que el manso Darro con sus aguas riega.



    Era la noche y con su negro manto
    Los montes y los valles ocultaba;
    Triste Granada, en soledad y llanto,
    En la confusa sombra vigilaba;
    Y D. Alonso de Aguilar, en tanto,
    La ciudad con su gente abandonaba,
    Seguido por valientes adalides
    Que la victoria coronó en las lides.



    Marchando van por la tranquila orilla
    Al ronco son de trompas y atambores,
    Siguiendo el estandarte de Castilla,
    Con paso silencioso entre las flores,
    A vengar de su patria la mancilla,
    Calmar su acerbo llanto y sus dolores,
    Caminando serenos a la muerte
    Sin temer los rigores de la suerte.



    Con noble corazón y altiva frente
    A la batalla el de Aguilar se lanza,
    De su patria el amor le impele ardiente
    No la bárbara sed de la venganza;
    Arroja su corcel espuma hirviente,
    Carga su brazo el peso de la lanza
    Y brilla de su yelmo entre el plumaje
    El águila, blasón de su linaje.



    Pende a su lado la cortante espada
    Que desnudó de Loja en el combate,
    Cuando salvó la hueste destrozada
    Del mahometano al poderoso embate
    Y firme protegió su retirada
    Sin clavar al bridón el acicate,
    Hasta que vio volver a los infieles
    Las riendas de sus rápidos corceles;



    Y desnudó otra vez en Vivarrambra,
    Vengador de la tribu abencerraje,
    Al rodar en los patios de la Alhambra
    Las cabezas de aquel noble linaje,
    Cuando en torneos y morisca zambra
    Lanzaron los zegríes vil ultraje,
    Cuando allí los valientes perecieron,
    Cuando lanzas las cañas se volvieron.



    Y entrando luego en la ciudad sitiada
    Con cuatro caballeros castellanos
    Lidió por la sultana de Granada
    Contra cinco caudillos africanos.
    ¿Quién cantará tu gloria señalada?
    ¿Quién el valor dirá de dos hermanos?
    Porque emularon, sí los Aguilares
    Triunfos de Garcilasos y Pulgares.



    Su hermano, que Gonzalo se llamaba,
    En Nápoles laureles recogía,
    Para su rey un trono conquistaba
    Y una corona ante sus pies ponía;
    Y de Francia las lises humillaba,
    La gloria de su patria engrandecía,
    Y en la margen del claro Garellano
    Hizo inmortal el nombre castellano.



    Se alzaba D. Alonso entre sus gentes
    Como el ciprés erguido en la colina,
    Y se elevaba sobre altivas frentes
    Como el nudoso tronco de una encina.
    Con el Conde de Ureña, el de Cifuentes
    Por la orilla que al Darro se avecina,
    Conducen a la lucha sus guerreros,
    Denso tropel de pajes y escuderos.



    Vinieron al combate de este día
    Los que ciñe de Gades la barrera,
    Vinieron del confín de Andalucía
    Los hijos de Archidona y Antequera,
    Los que pisan los campos de Almería
    Y del Genil habitan la ribera,
    De Granada la vega y las arenas,
    Do vierte el Darro el oro de sus venas.



    De Córdoba dejaron las murallas
    Y de Aguilar siguieron los pendones,
    Soldados de Aguilar en las batallas,
    Vasallos con sus armas y blasones
    Vistiendo cotas de aceradas mallas;
    Oprimiendo la espalda a los bridones,
    Siguiendo de los montes el camino,
    Van los hijos del Betis cristalino.



    Sólo faltaba un adalid valiente
    Entre tantos gallardos capitanes,
    Mozo gentil, en juventud ardiente,
    Criado de la guerra en los afanes,
    Que el noble fuego de la patria siente,
    Y entre lanzas, escudos y alazanes
    En el castillo de Aguilar criado,
    Para la guerra fue predestinado.



    Dirige, ¡oh musa!, el vuelo a las murallas
    Que de Aguilar coronan las almenas,
    El genio invocaré de las batallas
    Cuando cante las huestes sarracenas,
    Cuando rotos los petos y las mallas
    Y teñidas en sangre sus arenas,
    Arrastre el Río Verde destrozadas,
    Lanzas y arneses, grebas y celadas.



    De la luna a los tibios resplandores,
    Pendientes de su cinto los aceros,
    Al castillo feudal de sus señores,
    Se encaminan armados caballeros;
    No resuenan ni trompas ni atambores,
    En silencio los pajes y escuderos
    Siguen el estandarte donde brilla
    La cruz y los leones de Castilla.



    Ya un guerrero sintió desde una almena
    El paso de los brutos andaluces;
    Al caer de la puerta la cadena
    El resplandor de antorchas y de luces,
    Prestando claridad a aquella escena,
    Iluminando las cristianas cruces,
    Descubrió a los armados castellanos
    Que llegaban guerreros sevillanos.



    Rodrigo, que por su señor regía
    De aquel fuerte castillo la tenencia,
    Las llaves, como alcaide, poseía,
    Viejo lleno de canas y prudencia.
    Dirigiose al que jefe parecía
    De D. Alonso por la triste ausencia,
    Y dijo: «¿Qué buscáis en esta tierra?
    ¿Acaso apellidáis para la guerra?»



    «Vasallos somos de Aguilar el fuerte,
    Le respondió el armado caballero,
    Y marchamos en busca de la muerte
    Guiados por el brillo de su acero.
    No tememos reveses de la suerte,
    No nos alcanzará su pie ligero,
    Nunca volvió la cara al enemigo
    La enseña de Aguilar, noble Rodrigo.



    A D. Pedro de Córdoba me envía,
    Pues de Granada mi señor se aleja,
    Y antes de ver la luz del cuarto día
    Ya sus gentes verán Sierra Bermeja.»
    Y D. Pedro de Córdoba que oía
    Estas palabras, las almenas deja,
    Y el jefe al ver de D. Alonso al hijo,
    Hincando en tierra la rodilla, dijo:



    «Tierno renuevo de la ilustre rama
    Que con sangre creció de tus mayores,
    El bélico clarín a guerra llama,
    Y resuenan las cajas y atambores,
    Porque en el pueblo infiel prendió la llama
    Y gimen de la sierra los alcores;
    Se estremecen del monte las encinas
    Y el musulmán oprime las colinas.



    La soberana que tu patria rige
    Y empuña el noble cetro castellano,
    A D. Alonso de Aguilar elige
    Y entrega el estandarte de su mano;
    Porque el pendón en la Alpujarra fije
    Contra el furor del pueblo mahometano;
    Si sangre de Aguilar corre en tus venas
    Deja de este castillo las almenas.»



    «Dadme una lanza, sí, dadme una lanza,
    Siento en mi mente inspiración del cielo,
    Dadme el caballo, que en correr alcanza
    De los vientos el presto y raudo vuelo.»
    Y de la cumbre al llano se arrojaba
    Cual rayo que hace estremecer la tierra,
    De las cavernas retumbando el seno
    Al bravo son del poderoso trueno.

    (cont.)


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    MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912) - Página 4 Empty Re: MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912)

    Mensaje por Lluvia Abril Miér Ago 31, 2022 4:50 am

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).


    ESTUDIOS POÉTICOS DE MARCELINO MENENDEZ PELAYO
    Odas, epístolas y tragedias de
    D. Marcelino Menéndez y Pelayo




    Canto III
    (cont.)




    Terrible fue el encuentro y en pedazos
    Rotas fueron las haces musulmanas,
    Mas resistieron los robustos brazos
    El empuje de lanzas castellanas;
    Y unidos luego con estrechos lazos,
    Brillando cimitarras africanas,
    El ruido se escuchó de los guerreros
    Y el triste rechinar de los aceros.



    Cual suelen en las fraguas de Vulcano,
    Del Etna en las entrañas escondidas,
    Con el martillo en la pesada mano
    Sacudiendo las masas encendidas,
    En los yunques herir y al aire vano
    Formar roncos estruendos y estampidas,
    Ocultos en el seno de los montes
    Estérope feroz, desnudo Bronte,



    Pues tal era el estruendo del combate
    Al pie de la Alpujarra sostenido;
    Ni el castellano su pendón abate,
    Ni el musulmán se retiró vencido;
    Estréllase en las gentes del magnate,
    Cual las olas del mar embravecido,
    Cuando un peñasco su furor refrena,
    Van a morir en la menuda arena.



    Empuñando un acero damasquino
    Entró en la lid un bárbaro africano,
    De nombre y de linaje sarracino,
    De religión y patria mahometano;
    De los desiertos de Numidia vino
    Llamado por el ruego de su hermano,
    Que en Lanjarón y en Güéjar dominaba
    Y como rey su pueblo gobernaba.



    Pero Núñez, mancebo que en Granada,
    Sintió correr sus años juveniles,
    Que se encontraba en la ciudad sitiada,
    Cuando cumplió los diecinueve abriles,
    El más gallardo que ciñera espada,
    De corazón y alientos varoniles,
    Y del Conde de Fuentes escudero,
    A la batalla se lanzó el primero.



    El trance de la lid incierto y vario
    En silencio miraba la Alpujarra,
    Pero el joven cayó, pues el contrario,
    Levantando la corva cimitarra,
    Derribó la cabeza a su adversario;
    Como león ensangrentó su garra
    Y la sangre bañó la faz hermosa,
    Cual de Sidón la púrpura preciosa.



    Lanzó un grito la hueste del guerrero
    Y otro grito el caudillo mahometano.
    Teñido en sangre su desnudo acero
    Se lanza por el campo castellano;
    No resiste paje ni escudero
    El rudo acometer del africano;
    Dondequiera que va la muerte lanza
    Movido por el ansia de venganza.



    Pero el Conde de Ureña, dirigiendo
    A sus gentes la voz, se arroja airado
    Y el sarraceno va retrocediendo;
    Mas Gazul, a morir determinado,
    Su ya vencida gente deteniendo,
    Gritó feroz con ánimo irritado:
    «Muslimes, es el día de la gloria,
    Id a buscar la muerte o la victoria.»



    Resisten como fieras el embate,
    Bajo sus pies estremeciose el suelo,
    Entre el fragor y estruendo del combate
    El polvo sube a oscurecer el cielo;
    Marte su escudo con la pica bate,
    Tiende sobre las nubes denso velo,
    El sol sus claros rayos oscurece,
    Crece la niebla y la batalla crece.



    Cual luchando en la orilla el ponto brama
    Y en las rocas se estrella su corriente,
    O abrasa selvas resonante llama
    Encendiendo en los bosques fuego ardiente
    Que en las ásperas cumbres se derrama,
    Arde el fresno, laurel, pino eminente,
    Y caen al fuego de la mies vecina
    Añejo roble y sacudida encina,



    Tal, regando los bárbaros la tierra,
    En torrentes de sangre derramada,
    Huyendo van por la desnuda sierra
    Del castellano la sangrienta espada.
    Con sus vasallos el de Ureña cierra
    Y D. Alonso va con su mesnada,
    D. Pedro de Córdoba les guía,
    Que el estandarte de su rey seguía.



    La arena se tornó sangriento lago,
    Gazul, el viejo, con furor pelea,
    Pero una flecha por el aire vago,
    Cortó su vida sin que el triunfo vea;
    Creció la confusión, creció el estrago
    Y los suyos dejaron la pelea,
    Huyendo como fieras a los montes
    A ocultarse en remotos horizontes.



    Tendió en tanto la noche el denso velo,
    La casta luna, que con faz serena
    De los mortales míseros el duelo
    Alumbra y su dolor y triste pena,
    Roja brillaba en la mitad del cielo
    Iluminando la sangrienta escena,
    Cubierta de cadáveres y espadas,
    De lanzas y armaduras destrozadas.



    Llegó, pues, el ejército cristiano
    De la desnuda sierra a las entrañas,
    Donde espacioso se formaba un llano
    Rodeado de altísimas montañas;
    Un collado, de nieves siempre cano,
    Dominaba aquellas fértiles campañas
    Y un torrente impetuoso se despeña
    Haciendo un ronco son de peña en peña.



    Un castillo se alzaba en la espesura
    Coronado de muros y torreones,
    Bosques de adelfas, selvas de verdura,
    Cercaban los deshechos murallones;
    Y entre las sombras de la noche oscura,
    Agitando los árabes pendones
    El viento, que silbaba en sus almenas,
    Semejaba rumor cual de cadenas.



    Y es fama que en aquella fortaleza,
    Do estrellan su furor los huracanes,
    En los brazos del ocio y la pereza,
    Siguiendo de la caza los afanes,
    Un godo de valor y de nobleza
    Fatigando sus perros y alazanes,
    Moraba de sus torres al abrigo
    Cuando reinaba el infeliz Rodrigo.



    Y combatió a su lado en Guadalete,
    Mostrando su valor y su venganza
    En un potro de Córdoba jinete;
    Doquier vibraba su nudosa lanza
    Tremolaban las plumas de su almete
    Y de su férreo brazo a la pujanza,
    Formando de cadáveres un puente
    Sucumbían los hijos del Oriente.



    Y triunfante, gallardo y animoso,
    Llevando muerte, asolación y guerra,
    Rompió por las escuadras victorioso
    Y sembró de cadáveres la tierra;
    Y triunfante en el choque peligroso
    Volviose a su castillo de la sierra,
    Seguido por sus fieles compañeros
    Y teñidos en sangre sus aceros.



    Era una noche, y su estrellado manto
    Ocultaban los densos nubarrones,
    Era una noche de terror y espanto,
    Velaban en el muro los campeones.
    Y del ave agorera el triste canto
    Resonaba en los góticos torreones,
    Rasgaba de sus bóvedas el seno
    La ronca voz del pavoroso trueno.



    Mas del castillo la ferrada puerta
    Giré sobre sus quicios y dinteles,
    Y por el oro a la traición abierta
    Dio paso al escuadrón de los infieles.
    Vieron los godos su desdicha cierta,
    Brillaron los turbantes y alquiceles,
    Y Muza apareció con sus falanges
    Desnudos en sus diestras los alfanjes.

    (cont.)


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    MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912) - Página 4 Empty Re: MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912)

    Mensaje por Lluvia Abril Miér Ago 31, 2022 4:51 am

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).


    ESTUDIOS POÉTICOS DE MARCELINO MENENDEZ PELAYO
    Odas, epístolas y tragedias de
    D. Marcelino Menéndez y Pelayo




    Canto III
    (cont.)




    El noble godo la batalla mira
    Y perdiendo el terror y la esperanza
    En la hueste se arroja, ardiendo en ira,
    Vibra y revuelve la pesada lanza;
    La negra muerte con sus alas gira,



    Terrible es de los godos la matanza,
    Quinientos con su jefe perecieron
    Y todos como buenos sucumbieron.



    Y aquel viejo torreón abandonado
    Quedó, entre las inmensas soledades,
    Por el viento y las lluvias azotado,
    Por el ronco furor de tempestades.
    Y yace entre sus ruinas sepultado
    Aquel señor de torres y ciudades;
    Aún su voz en las bóvedas retumba
    Y su castillo le sirvió de tumba.



    Aquí sentó sus reales el de Ureña,
    Claro D. Diego, honor de los Girones;
    De Castilla enarboló la enseña,
    Desplegó de su casa los pendones.
    Y D. Alonso, al pie de una alta peña,
    Reunió sus leales campeones,
    Al estruendo del agua que corría,
    Esperando la luz del nuevo día.



    Cual hambriento león que en los desiertos
    Del África sedienta y abrasada,
    De sangre y de cadáveres cubiertos,
    Lame su garra de matar cansada,
    Y con ligero paso, entre los muertos,
    A su caverna va de retirada
    Y lanzando al llegar triste rugido
    Sobre la ardiente arena cae rendido,



    Tal dormía el ejército cristiano
    Al pie de la muralla destruida,
    Cansado el invencible castellano
    De la sangrienta lucha sostenida,
    Cual la espuma del férvido Oceano
    De las rocas al pie queda dormida.
    Y no se descubría gente armada
    Cuando salió el Ferí de una emboscada.



    Con el furor que el impelido viento
    Desgaja de los árboles la rama,
    Se lanza al castellano campamento
    Y prende en él la abrasadora llama
    Y enciende el pabellón en un momento;
    Y el fuego por las tiendas se derrama,
    Y sube en espirales hasta el cielo
    Rasgando de la noche el denso velo.



    Y en medio del estruendo y la matanza
    Discurren por las tiendas los infieles
    Y en la dormida gente su venganza
    Ejecutan feroces y crueles;
    Y del Ferí la poderosa lanza,
    Arrollando jinetes y corceles
    La tierra de cadáveres sembraba
    Y la sangre cristiana derramaba.



    Y la sangre a torrentes se vertía,
    Y de la muerte la visión horrenda
    Envuelta en humo y polvo discurría
    Del de Aguilar a la abrasada tienda
    Que el fuego lentamente consumía.
    Cae de sus ojos la funesta venda
    Y ve su campo roto y destrozado,
    En sueño y en olvido sepultado.



    Cabalga en su corcel, vuela el magnate,
    Se cubre con su férreo capacete,
    Su noble corazón de gloria late,
    Las árabes falanges acomete;
    Se lanza en lo más recio del combate,
    Y volando las plumas de su almete,
    Se arroja a la batalla con denuedo
    Desnudando la espada de Toledo.



    Mas todo en vano fue, bárbaro estrago
    El muslim por los reales esparcía;
    En sus alas arrastra el aire vago
    El fuego que las tiendas consumía,
    Y convertido en un sangriento lago
    El valle, que los muertos recibía,
    Y en el polvo jinetes y trotones,
    Humeaban los rojos pabellones.



    Rompiendo con los suyos el de Ureña,
    Derribando jinetes y alazanes,
    Pudo llegar a una elevada peña
    Cansado de la lucha y los afanes,
    Y desplegando la cristiana enseña,
    Con pocos de sus fieles capitanes,
    Uniose con el conde de Cifuentes
    Que el campo custodiaba con sus gentes.



    Mas D. Pedro de Córdoba ya vuela
    A vengar de los suyos la derrota
    Hiriendo su caballo con la espuela,
    Viendo su fuerza ya deshecha y rota:
    Alto el escudo, en ristre la arandela,
    Cubierto el pecho de acerada cota,
    Revuelta atrás la roja sobreveste,
    Al hombro el capellar azul celeste.



    Tremolaba en su yelmo roja pluma
    Que el viento desplegaba y sacudía,
    Gallardo joven con su peso abruma
    El guerrero alazán que el Betis cría.
    Jadeante el corcel lanzaba espuma
    Que por los frenos y el pretal corría;
    De Aquiles el bridón así volaba
    Cuando su carro por Ilión rodaba.



    Era su yelmo rico y reluciente,
    Adornado de varia pedrería,
    Con las perlas que vienen del Oriente,
    Con labores de fina argentería.
    Entre sombras su luz resplandeciente,
    En la batalla a sus soldados guía,
    Y brilla del mancebo la armadura,
    Como el ardiente fuego en noche oscura.



    Puesta en el puño la siniestra mano
    Pende a su lado la tajante espada,
    Por artífice insigne castellano
    Del Tajo en las orillas fabricada;
    Va sonando el acero toledano
    En rica vaina de marfil grabada;
    Blancas las armas, cual nobel guerrero
    Sin empresa, sin cifra ni letrero.



    La istriada lanza acomodó en la cuja,
    Y al campo se lanzó de los infieles
    Haciendo que su hierro pase y cruja
    Turbantes y dorados alquiceles
    Que bordó con primor sutil aguja,
    Y ricos mantos de forradas pieles.
    Le vio en la lid y le gritó su padre:
    «Vete y consuela a tu afligida madre;



    No muera de mi casa la esperanza,
    No perezca su gloria en este día.»
    Pero era tarde ya, la férrea lanza
    Que el de Benestepar fuerte blandía,
    Y en medio del estrago y la matanza
    Cual rayo destructor aparecía,
    Hirió al noble corcel y el castellano
    Soltó las riendas y apartó la mano.



    Rompió su lanza y arrojola al viento,
    En tierra descendió, junto a un peñasco,
    Una flecha pasó, cortando el viento,
    Y atravesole el acerado casco,
    Y lanzose sobre él en un momento
    Abdalha con su alfange de Damasco;
    Cortole la cabeza y en su lanza
    Clavola como enseña de venganza.



    ¡Oh musa, dame versos, dame flores
    Para esparcir sobre la tumba fría
    Del joven que mostraba en sus verdores
    A sus abuelos emular un día!
    Permíteme que entone sus loores;
    Cuando en los muros de Aguilar nacía,
    «Tú D. Pedro serás, dijo el destino,
    Corto ha de ser el áspero camino».



    Cual nace en el jardín purpúrea rosa
    Al rojo despuntar de la mañana,
    Y la halagan los céfiros hermosa
    Desplegando sus hojas de oro y grana,
    Mas del agricultor mano oficiosa
    Corta la flor y por el aura vana
    Disipado su aroma y desteñida
    Al perder su color pierde la vida;



    Como la nave, que dejando el puerto
    Entre torrentes de nevada espuma,
    Mirando el mar ante su quilla abierto
    Las aguas corta cual ligera pluma,
    Mas de improviso el cielo ve cubierto
    En negra oscuridad, en densa bruma,
    Y cae, después de resistir en vano,
    En el seno del férvido Oceano,



    Tal el mancebo, que ciñó la espada,
    Siguiendo de su padre las banderas
    En la sangrienta lucha de Granada
    Y del fresco Genil en las riberas,
    Perdió su triste vida, en flor cortada,
    De la sierra en las ásperas laderas,
    Cual lirio que, al pasar, tronchó el arado
    O pisa el niño cuando está enojado.



    Destrozadas las haces castellanas
    Y deshecho su ejército altanero,
    Resistía a las fuerzas mahometanas
    El de Aguilar con su fulmíneo acero;
    Cercábanle las huestes africanas,
    Y solo el valeroso caballero,
    Sostenía una lucha sempiterna
    Cual león acosado en su caverna.



    «El campo abandonad, dijo Rodrigo,
    Pues ¿qué nos resta ya?» «Sólo la muerte,
    Pero nunca ceder al enemigo
    Sin sucumbir al brazo de la suerte.
    Eterno lauro con valor consigo
    Y moriré cual caballero fuerte,
    Pues ¿qué dirán los nobles de Castilla,
    Si vuelvo derrotado y con mancilla?»



    Vio caer sus leales servidores
    Y todos perecieron como buenos,
    De su Dios y su patria defensores,
    Al filo de los hierros agarenos.
    Y vertida su sangre en los alcores
    De la tierra bañó los hondos senos,
    Y cayeron tras luchas y fatigas
    Como caen en el campo las espigas.



    Sólo quedaba D. Alonso, rota
    En partes mil su poderosa lanza;
    La aguda punta de su acero bota,
    Aún sembraba el terror y la matanza;
    Deshecho el peto y la acerada cota,
    Perdida de salvarse la esperanza,
    Muerto a sus pies el alazán guerrero
    Aún lucha el invencible caballero.



    Cierra con él en desigual combate,
    El jefe del ejército africano,
    Resiste de su lanza el rudo embate,
    Herido, el indomable castellano;
    Atraviesa el acero del magnate
    El caballo que monta el mahometano;
    El noble bruto a vacilar empieza,
    En tierra cae y dobla la cabeza.

    (cont.)





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    MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912) - Página 4 Empty Re: MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912)

    Mensaje por Lluvia Abril Miér Ago 31, 2022 4:52 am

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).


    ESTUDIOS POÉTICOS DE MARCELINO MENENDEZ PELAYO
    Odas, epístolas y tragedias de
    D. Marcelino Menéndez y Pelayo




    Canto III
    (cont.)




    Saltó veloz el ofendido moro
    Y desnudó la bárbara cuchilla
    Que en el escudo dio golpe sonoro,
    Donde la empresa del guerrero brilla:
    El águila imperial en campo de oro
    Al pie de los leones de Castilla
    Y partida su adarga en tres cuarteles
    Por antiguo blasón trece roeles.



    Levantó el noble la sangrienta espada
    Y, cubierta su mano con el guante,
    Al darle en la finísima celada
    El golpe descargó sobre el turbante,
    Y sintiendo su sangre derramada
    El hijo belicoso del Levante,
    Arrojando el acero de Damasco
    Que hundir pudiera el acerado casco,



    El puñal desnudó que al diestro lado
    En la vaina de acero le pendía,
    Que con sangre cristiana fue bañado
    En la jornada atroz de la Ajarquía,
    Y lanzando su estoque destrozado
    El de Aguilar, que a su contrario vía
    Con el rojo puñal en sangre tinto,
    Sacó la daga de su férreo cinto.



    Cual luchan en Marsilia dos dragones,
    Enlazando las colas escamosas,
    Tal combaten los fuertes campeones
    Y resuena en las cumbres peñascosas;
    Vienen a tierra como dos leones
    En las llanuras secas y arenosas:
    «Soy D. Alonso», repitió el guerrero,
    «Y yo el Ferí», le respondió altanero.



    Y al oír aquel nombre de venganza
    Vio el noble la cabeza de su hijo
    Enclavada en la punta de una lanza.
    Ni pudo hablar, ni una palabra dijo,
    Y perdiendo su última esperanza,
    Sin resistir aquel dolor prolijo,
    Vio el universo para él desierto
    Y cayó como cae un cuerpo muerto.



    Será eterna y sagrada su memoria
    En cuanto baña el mar y Cintio dora,
    Para siempre inmortal será su gloria
    Mientras preceda al sol la blanca Aurora
    Y guardará en sus páginas la historia,
    El triste llanto con que España llora
    La pérdida tan triste y dolorosa
    De un hijo por quien ella fue famosa.



    ¡Oh cara, ilustre prenda, quién pudiera
    Tu ingenio y tu valor mayor que humano
    En voz cantar que perdurable fuera
    Por todo cuanto abraza el Oceano!
    Que si el acerbo fin no previniera
    El largo paso de tu orgullo ufano,
    Tú fueras, D. Alonso, en todo el mundo
    Mayor que fue tu hermano sin segundo.



    Cayeron los valientes campeones
    Al pie de aquella gótica muralla
    Y fueron arrollados sus pendones
    Y deshecho el arnés, rota la malla,
    Y diezmada la flor de sus legiones,
    Quedó su juventud en la batalla.
    Su pérdida lloró Castilla entera
    Porque el año perdió su primavera.




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    Mensaje por Lluvia Abril Jue Sep 01, 2022 5:23 am

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).


    ESTUDIOS POÉTICOS DE MARCELINO MENENDEZ PELAYO
    Odas, epístolas y tragedias de
    D. Marcelino Menéndez y Pelayo




    Introducción histórica




    Del abismo en los senos escondido
    Poderoso castillo está fundado,
    De triple almena y foso guarnecido
    Y de altas torres por doquier cercado;
    Y su cimiento viejo y carcomido,
    De Aqueronte a la margen fue sentado:
    Digna morada al ser que en ella habita
    La que el furor y el odio siempre excita,



    La que viste de luto a las naciones
    Y guerra y destrucción siembra en su suelo,
    La que entre sí destroza los campeones
    Y muerte arrastra en su ligero vuelo.
    Ella es quien oscurece los blasones,
    Ella quien de las madres es el duelo,
    En ruina los imperios precipita,
    El odio y los rencores ella irrita.



    Las leyes rasga con sangrienta mano,
    Cetros y tronos en el polvo hundiendo,
    Es la enemiga del linaje humano
    Larga copia de males esparciendo;
    Es quien hace enemigo a un pueblo hermano
    Ira, venganza y ambición vertiendo,
    Es, en fin, la Discordia tan temible,
    Furia hasta en el infierno aborrecible.



    Es la horrible Discordia fementida,
    Llamas arroja por su vista ardiente,
    Es la Discordia con la sien ceñida
    De sangrientos cabellos de serpiente;
    De lanzas sobre un haz está tendida,
    El más leve rumor doquiera siente,
    Su mano agita vengadora tea,
    Muerte y desolación sólo desea.



    Lleva una copa en la sangrienta mano,
    De males llena y de venganza henchida,
    Y de ella vierte en el linaje humano
    El odio y la ambición aborrecida;
    Soberbia y vanidad, orgullo vano
    La copa encierra, de áspides ceñida;
    La sangre y hiel rebosa allí mezclada
    Con tósigo mortal emponzoñada.



    El poderoso rey del centro oscuro,
    Ángel que fue del cielo derribado,
    Víctima loca de su orgullo impuro,
    Del Averno a los senos arrojado,
    De la Discordia se acercaba al muro;
    Sobre sus negras alas elevado
    Llegó al umbral y la ferrada puerta
    Sobre estridentes goznes giró abierta.



    Tembló al estruendo el infernal monarca,
    Tembló el viejo castillo en su cimiento,
    Tembló Caronte en su escondida barca,
    Tembló el abismo en su profundo asiento;
    Cuanto el averno en sí cierra y abarca,
    Cual hojas agitadas por el viento,
    Temblaron; la Estigia cenagosa
    Detuvo su corriente perezosa.



    La Discordia tembló, su rostro horrendo
    Elevó desde el lecho en que yacía,
    Y al príncipe rebelde descubriendo,
    En él fija la vista detenía.
    El tentador en vivo fuego ardiendo,
    Cólera respirando y saña impía,
    Y con voz que al infierno mismo altera,
    A la Discordia habló de esta manera:



    «Bien recuerdas el día lastimoso
    En que nuestros pendones elevados
    Contra el Señor y Rey tan poderoso,
    Por sus legiones fueron arrollados;
    En medio del estruendo fragoroso
    Al hondo abismo fuimos arrojados;
    Funesto día que grabose eterno
    Con negra piedra en el profundo Averno.



    Quise arrastrar en mi desobediencia
    Al padre y tronco del linaje humano;
    Desoyendo la voz de su conciencia
    A la rama fatal llevó la mano;
    Gustó por fin del árbol de la ciencia,
    Con su loca soberbia el fruto vano,
    Fruto que a su perdición le llevaría
    Porque era de fatal sabiduría.



    El Señor, que en el cielo desplegado
    Más allá de los aires tiene asiento,
    Que calma con su voz el mar hinchado,
    Cuando sus ondas embravece el viento.
    El Señor cuyo trono está sentado
    Sobre la nube dócil a su acento,
    Tendió su vista al valle de amargura
    Y vio su predilecta criatura.



    Viola de males y dolor cercada,
    Y vio que su existencia cada día
    Estaba a muerte condenada,
    Y vio que el crimen y el dolor hería
    A su posteridad en él manchada,
    Y vio que sangre y lágrimas vertía,
    Del universo fábrica preciosa,
    La primer criatura y más hermosa.



    Cual suele horrible tempestad undosa
    Los mares agitar en su hondo asiento,
    Y ola tras ola elévase espumosa
    Y ruge el aquilón con ronco acento,
    Y surcando la niebla vagarosa
    El rayo cruza y atraviesa el viento,
    Con el trueno los antros retumbando
    Y el relámpago ardiente centellando,



    Y cálmanse las ondas de repente
    Y vuelve a su reposo el mar hinchado,
    Y Febo presta ya su lumbre ardiente
    Al cielo, ora de nubes despejado;
    Deslízase dulce y mansamente
    El mar por leves brisas agitado
    Y sus aguas en paz surcan las naves
    Cortando el aire las pintadas aves,



    Así la indignación de Dios calmose,
    Cual calma su furor mar espumante,
    Y su cólera ardiente sosegose,
    Cual nube que ocultara el sol radiante;
    Habló, y a sus acentos suspendiose
    De arcángeles el coro en el instante,
    Retemblando a su vez en son profundo
    Los ejes de la fábrica del mundo.



    Al hombre sus destinos anunciaba
    Del Supremo en la mente concebidos,
    Sus secretos designios revelaba
    Del Eterno en los senos escondidos,
    Al trabajo y sudor le condenaba,
    Paz y reposo por su mal perdidos;
    Y el suelo que a sus plantas florecía
    Sólo abrojos y espinas le daría.



    Y corriendo las horas presurosas
    Del tiempo el veloz curso arrastraría
    En sus ligeras alas vagarosas
    De gloria y redención el santo día,
    Y que nuestras cervices orgullosas
    La planta de una Virgen hollaría,
    Madre de Dios y Virgen bienhechora,
    Consuelo del mortal que fiel la implora.



    Y corrieron los siglos y olvidando
    De la ley natural los fundamentos,
    Los hombres sus pasiones escuchando
    Erigieron suntuosos monumentos,
    Y a sus deidades templos elevando
    Sobre la arena fundaron sus cimientos;
    Y ofreciendo cruentos sacrificios
    Culto prestaron a sus propios vicios.



    Y el humo del incienso llegó al cielo
    En las sangrientas aras esparcido,
    Y la sangre del templo cubrió el suelo
    A profanas deidades erigido;
    Y el ángel protector en raudo vuelo
    Abandonando el suelo maldecido,
    Cubrió su rostro y apartó la vista
    Y a la mansión llegó do siempre asista.

    (cont.)


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    MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912) - Página 4 Empty Re: MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912)

    Mensaje por Lluvia Abril Jue Sep 01, 2022 5:24 am

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).


    ESTUDIOS POÉTICOS DE MARCELINO MENENDEZ PELAYO
    Odas, epístolas y tragedias de
    D. Marcelino Menéndez y Pelayo




    Introducción histórica

    (cont.)




    Y cumpliéndose el plazo señalado
    Y la tierra en tinieblas sumergida
    Y el vicio por doquier entronizado
    Y la virtud oculta y perseguida;
    De su destino el hombre ya olvidado
    Y la luz natural oscurecida,
    De gloria y redención se oyó la hora
    En las comarcas que el Oriente dora.



    Y el eco resonó hasta los desiertos
    De la sedienta Libia y Mauritania
    Y de la Escitia en los peñascos yertos,
    Y en los salvajes bosques de Germania
    A romana legión jamás abiertos,
    Y en las nevadas rocas de Britania,
    En la soberbia Albión, en Caledonia,
    Y en los perpetuos hielos de Laponia;



    Y en las costas sonó y el mar de España,
    Y del dorado Tajo en la ribera
    Y en la que el Betis con sus ondas baña
    Amena y fertilísima pradera
    Y del Pirene en la áspera montaña,
    Cuna y solar de la nación ibera,
    Del Ebro claro en la tranquila orilla
    Y en los feraces campos de Castilla.



    Esparta en el Taigeto edificada,
    Que a la Grecia forjaba las cadenas,
    Corinto sobre el istmo levantada,
    Argos y Olimpia, Tebas y Micena,
    Bizancio sobre el Bósforo fundada,
    La ciudad de Minerva, sabia Atenas,
    La falsa y corrompida nación Jonia,
    La fuerte y poderosa Macedonia,



    La rica Tiro que sobre los mares
    Su imperio dilataba y extendía,
    La que en frágiles leños sus hogares
    A apartadas regiones conducía;
    La que a Hércules el libio erigió altares,
    Sidón de su esplendor émula un día,
    Oyeron a su vez la buena nueva
    Que aquella vieja sociedad renueva.



    El orgulloso pueblo rey del mundo,
    Sobre siete colinas elevado,
    De gloria y deshonor suelo fecundo,
    En sangre ajena y propia mancillado,
    El que llevó su imperio al mar profundo,
    Y el orbe tuvo ante sus pies postrado,
    Vio al rojo Tíber amagar sus lares
    Y vacilar sus ídolos y altares.



    De Vesta vio apagarse el fuego ardiente,
    Temblar el Quirinal y el Palatino,
    Y el viejo Capitolio oscilar siente
    El escudo de Rómulo Quirino,
    Y la ciudad que baña el Simoente
    El Paladión fatal a su destino;
    Y el carro de Júpiter sonoro
    Giró en los ejes de sus ruedas de oro.



    ¿Es que de Breno la pesada lanza
    Audaz se clava en la ciudad abierta?
    ¿Es que su espada arroja en la balanza
    Y en precio pone la ciudad desierta?
    ¿Es que de Epiro el rey a Roma avanza?
    ¿Es que el cartaginés llega a su puerta?
    ¿Es que del circo en la sangrienta arena
    Del esclavo Espartaco el grito suena?



    No, que de Roma la pasada gloria
    Será en densas tinieblas sepultada
    Y el ara temblará de la victoria
    En la eterna ciudad abandonada;
    De su esplendor no quedará memoria
    Y yacerá en el polvo derribada,
    Ruina será el antiguo Capitolio
    Y ruina de los césares el solio.



    En la cima del Gólgota sangriento
    Una cruz afrentosa se elevaba,
    Rugía el aquilón con ronco acento
    El aire tristemente resonaba,
    Y temblando Salem en su cimiento
    Del sacro templo el velo se rasgaba;
    Sus losas los sepulcros entreabrieron
    Y con fragor las piedras se movieron.



    El claro sol su luz oscurecía
    Por no ver los desórdenes del suelo,
    Y su carroza de oro detenía
    Ocultando su rostro en denso velo;
    Sus términos airado el mar rompía
    Elevando sus olas hasta el cielo,
    Su impetuosa corriente dilatando
    Y a la tierra sus ondas azotando.



    Y volviendo a su cárcel tenebrosa
    Las furias del abismo desatadas,
    A la negra tiniebla pavorosa
    Con nuevo espanto fueron arrojadas,
    Y del averno sima cavernosa
    En el oscuro centro encadenadas;
    La tierra abandonaron torpemente
    Que rescatara al fin sangre inocente.



    Los ídolos cayeron aquel día
    Y derribados fueron los altares,
    Y Roma se aprestó a la guerra impía
    Por la defensa de sus dioses lares;
    Y odio y ciego furor y saña impía
    Esparció el fanatismo en los hogares
    De la patria cruel, en grato asilo
    De Curio, de Fabricio y de Camilo,



    Y el ciego y el cruel pueblo romano,
    Al carro de los Césares uncido,
    Sujeto al férreo yugo de un tirano,
    A los pies de Calígula rendido,
    Víctima de Nerón y Domiciano,
    Por el imbécil Claudio envilecido,
    Al sangriento espectáculo corría
    Y ¡a las fieras, cristianos!, repetía.



    La púrpura imperial ya desgarrada,
    Roto de Augusto el cetro poderoso,
    El águila orgullosa ya humillada
    Por el persa y el godo belicoso,
    La potencia romana dilatada
    Hasta el Indo y el Ganges caudaloso,
    Vio arrollados sus ínclitos pendones
    Y el rostro vio volver a sus legiones.



    Saliendo de la Escitia y la Germania,
    Del inhospitalario Ponto Euxino,
    De la nevada Albién y la Britania
    Nueva raza que cede a su destino,
    Lanzose hasta la Libia y Mauritania;
    Y en el romano imperio abrió camino
    El vándalo y el suevo y el alano,
    El escita cruel, godo y germano.



    Cubrieron los bárbaros la tierra,
    Bajo sus pies estremeciose el suelo
    Y al mundo amenazó sangrienta guerra
    De sus corceles el fogoso vuelo;
    Ante su paso enmudeció la tierra,
    Ante su vista oscureciose el cielo,
    Y las fieras huyeron pavorosas
    A sus negras cavernas tenebrosas.



    Y ¿Roma al precipicio conducida,
    De sangre y de placeres embriagada,
    Al borde de la sima adormecida,
    Ya de su gloria antigua está olvidada?
    ¿En dónde está su juventud temida?
    ¿Por qué no empuña ya la ardiente espada?
    ¿Dónde está su valor, dónde su historia?
    ¿Qué fue de su grandeza y de su gloria?



    Que ya de Atila llegan los leones
    Y hollando están del Tíber las riberas,
    De Genserico avanzan los pendones
    Y cubren ya de Italia las praderas;
    Y del godo Alarico las legiones,
    Al aire desplegadas sus banderas,
    Pisan el Quirinal y el Esquilino,
    Clavan sus tiendas ya en el Palatino.



    Roma cayó, cayó el poder romano,
    Tronos, imperios, Césares cayeron;
    Sus ruinas arrastrando el polvo vano,
    Las torres a su peso se rindieron;
    Esclava del escita y del germano,
    Luto y desolación su faz cubrieron,
    Y presa de enemigos escuadrones
    Partieron sus despojos las naciones.



    Y los godos a España descendieron,
    Tremoló su pendón en Barcelona,
    Sus armas y blasones extendieron
    A Arlés, a la Provenza y a Narbona;
    Los vándalos y galos sometieron,
    Clavaron su estandarte en Carcasona,
    Y de Toledo al muro brilló un día
    La Cruz que Recaredo alzado había.



    Lanzó el infierno en su profundo seno
    Un grito de rencor y de venganza,
    Lleno de horror y de terrores lleno
    Hacia la tierra el fanatismo avanza;
    En el Asia esparció letal veneno,
    En Arabia fatal semilla lanza
    Y tembló la ciudad de Constantino
    Al soplo airado del furor divino.



    Y los hijos del Yemen cual torrente
    Que rompe desbordado su ribera,
    O cual cruza los aires rayo ardiente
    Estremeciendo la celeste esfera,
    Temblar hicieron el tranquilo Oriente,
    Y en Bagdad y en Damasco su bandera
    Triunfante tremoló; del Nilo al Ganges
    Dominaron la tierra sus falanges.



    Después... la antigua goda monarquía,
    Que del cántabro mar al gaditano
    Sus armas dilataba y extendía,
    El fuerte y poderoso trono hispano,
    El trono que Toledo alzara un día,
    El reino que humilló el poder romano,
    Su cetro, su corona hundirse veo
    En las sangrientas ondas del Leteo.



    Y rindieron las cuchillas agarenas
    Cuanto circunda el mar y el Betis baña;
    Su indómita cerviz a las cadenas
    Del hijo de Ismael dobla la España;
    De Sansueña y Toledo las almenas
    Derriba de los árabes la saña,
    Y tinto en sangre arrastra el Guadalete
    El carro y el caballo y el jinete.



    De Pirene en las rocas escarpadas
    Se estrella la soberbia sarracena
    Y crúzanse en el aire las espadas
    Y el grito de venganza ya resuena,
    Y triunfan las legiones arrolladas
    Del Guadalete en la sangrienta arena;
    Huye a su vista el hijo del desierto,
    De polvo y sangre y de sudor cubierto.



    Y del dorado Tajo a la ribera
    Llegaron del Rey Casto los pendones,
    Y en la ciudad de Ulises su bandera
    Triunfante tremolaron sus legiones;
    Rotas fueron sus haces en Junquera,
    Pero unidos castillos y leones
    Huye el árabe infiel de su pujanza
    Y su valor decrece y su esperanza.



    El triunfo de las Navas y el Salado
    Vengó del Guadalete la mancilla;
    El manto de Almanzor ya desgarrado,
    Abren sus puertas Córdoba y Sevilla.
    En árabe mezquita enarbolado
    El glorioso estandarte de Castilla,
    Rompiose de Granada en las almenas
    El postrer eslabón de sus cadenas.



    Llegaron de Castilla los pendones
    A las desiertas playas africanas
    Y vio el Tirreno mar sus galeones,
    Los vio surcar las ondas sicilianas;
    Y vio temblar del galo las legiones
    Al brillo y al fulgor de armas hispanas,
    Y a los pies de Gonzalo vio a los reyes
    Y vio a la Italia obedecer sus leyes.



    Pues bien; vuelve la vista a esas praderas
    Que el claro Betis con sus ondas baña,
    Ve cuál dejan de Hesperia las riberas
    Y de Pirene la áspera montaña,
    Tremolan de Castilla las banderas
    Lejos ya de las costas de la España,
    Que no bastaba un mundo a su deseo
    Y otro surgió del seno de Nerco.



    A su prosperidad quiero oponerme
    Y derribar la cruz de sus almenas;
    El blando sueño de la gloria duerme
    Quiero forjar de nuevo sus cadenas;
    Ni un punto me es dado detenerme,
    Reanímense las huestes agarenas,
    Hombres produzca la desnuda tierra,
    Armados brote la escarpada sierra.



    Tu esclava soy, repuso la Discordia,
    Ley de tu voluntad y tu deseo,
    Y el sol alumbrará de nuestra gloria
    En las negras orillas del Leteo,
    Y el fantasma fugaz de la victoria
    Agitando su falso caduceo,
    Hacia la triste España se encamina
    Y a sus fértiles costas se avecina.



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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue Sep 01, 2022 11:29 am

    En el abanico de mi prima


    En ósculo de amor indefinible
    Se unieron nuestras almas,
    Antes de descender del bajo mundo
    A la negra morada.

    ¿Cuándo será que tornen a enlazarse
    Las divididas ramas,
    Y que una misma savia poderosa
    Haga crecer a entrambas?

    PRECIOSO, QUERIDA AMIGA.

    BESOS.


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    Mensaje por Lluvia Abril Vie Sep 02, 2022 4:49 am

    Gracias, Pascual, y seguimos.


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    Mensaje por Lluvia Abril Vie Sep 02, 2022 4:51 am

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).


    ESTUDIOS POÉTICOS DE MARCELINO MENENDEZ PELAYO
    Odas, epístolas y tragedias de
    D. Marcelino Menéndez y Pelayo




    Fábula de Píramo y Tisbe
    Imitación de los Metamorfóseos de Ovidio






    Píramo de los jóvenes de Oriente
    El más hermoso fue, y a Tisbe amaba,
    Tisbe, la que entre todas excelente,
    De ninfas en el coro dominaba;
    Unioles en la infancia amor ardiente,
    Creció con la tardanza; alimentaba
    Sus locas esperanzas y su fuego
    El triste amor, el inconstante y ciego.



    En la ciudad que edificó de Nino
    La infiel esposa y la cercó de muros
    De cocido ladrillo, abrió camino
    De industria amor a corazones duros,
    Y Píramo de Tisbe fue vecino;
    Una pared los separó seguros,
    Y trataron confiados sus amores,
    Mas el tiempo llegó de los dolores.



    Quiso el amor unir sus corazones,
    Los lazos estrechar quiso Himeneo,
    Satisfacer quisieron sus pasiones,
    Y término poner a su deseo;
    No lograron sus vanas pretensiones,
    Ni el dulce fin de tan dichoso empleo,
    Y de sus padres voluntad sagrada
    Les impidió la unión tan deseada.



    En noche silenciosa determinan,
    Los guardas y testigos engañando,
    De su casa salir; luego caminan,
    De la ciudad el muro abandonando;
    Al sepulcro de Nino se encaminan,
    En el bosque sus pasos ocultando,
    Hasta llegar a la floresta umbrosa,
    Morada de las Ninfas deleitosa.



    Sombra prestaba a una cercana fuente,
    Con blancas frutas un moral erguido
    Que eleva ufano su orgullosa frente,
    Árbol por los amantes escogido
    Para satisfacer su amor ardiente;
    Éste fue el sitio oscuro y elegido.
    Ya la noche tendió su negro manto,
    De las ligeras aves cesó el canto.



    En las tinieblas de la noche fría
    Ocultose del sol la luz ardiente,
    La pura claridad del nuevo día;
    Y la luna mostró pálida frente,
    Y Tisbe cautelosa dirigía
    Sus ciegos pasos a la helada fuente,
    Ocultando su rostro denso velo,
    Y sin marcar las huellas en el suelo.



    Al sepulcro llegó, y allí sentose
    A la sombra del árbol elevado;
    Su amante pensamiento recreose
    En el recuerdo del ausente amado.
    Despreció su peligro y olvidose
    Del sitio oculto, espeso y retirado,
    Prestiole audacia amor y sus ardores,
    Probó la amarga copa de dolores.



    Cansada del estrago y por la boca
    Lanzando espuma con la sed ardiente,
    Con pisada veloz el suelo toca,
    Viene a apagar su sed en la corriente,
    Ciega de ira y furor, de saña loca,
    Viene a enturbiar las aguas de la fuente,
    Que con sus hojas el moral corona,
    Teñida en roja sangre una leona.



    A los pálidos rayos de la luna
    Tisbe la divisó y a un antro oscuro
    Huyó, dejando en manos de fortuna,
    Al desdichado amante mal seguro.
    La persiguió desde la tierna cuna
    Fatal estrella e inconstante el hado,
    La negó gustos, dichas y placeres,
    Y desgraciada fue entre las mujeres.



    Llegó la fiera a la vecina fuente
    De Tisbe desgarró el manto en el suelo,
    Satisfizo su sed en la corriente;
    Con prestos pasos y ligero vuelo
    A la selva corrió, y amor ardiente
    A Píramo llevó al sitio elegido
    Por mal de los amantes escogido.



    Vio en el polvo de sangre los vestigios,
    Y el manto de su Tisbe desgarrado,
    Reconoció de muerte los indicios,
    De todo su sentido enajenado.
    Una noche verá dos sacrificios,
    Exclamó el joven, triste, infortunado;
    Tisbe fue digna de más larga vida,
    Su corazón atravesó mi herida.



    Por mí corrió tu sangre derramada
    Sobre las frescas yerbas, y teñido
    En sangre fue tu manto, y colorada
    La rosa fue con el humor vertido;
    Del tierno cuerpo el ánima arrancada
    Al reino del espanto fue temido,
    De la noche y el Caos mansión dina,
    Morada de Plutón y Proserpina.



    ¿Por qué vine el postrero? ¡Ah! desdichado,
    Leones que habitáis estas cavernas,
    ¿Por qué no desgarráis a un desgraciado?
    ¿Mis tristes penas han de ser eternas?
    ¿Para siempre he de ser infortunado?
    Vuestra rabia mostrad, furias internas,
    Mis entrañas rasgad con mano impía,
    Tienda su velo ya la muerte fría.



    Cobarde soy en desear la muerte,
    Y si al menos en fin tan inhumano,
    ¡Ah! si al morir pudiera al menos verte,
    Y pudiera estrechar tu débil mano
    En el instante mismo de perderte;
    Ya ni me resta este consuelo vano,
    Y en tu infeliz, tristísima agonía,
    Robome este consuelo suerte impía.



    Tomó el velo de Tisbe y dirigiose
    A la sombra del árbol escogido,
    En sus espesas ramas ocultose,
    Y lágrimas vertió sobre el vestido;
    Al elevado tronco recostose,
    Besó el velo, de rojo humor teñido,
    Y «recibe la sangre de mis venas,
    Este consuelo resta ya a mis penas.»



    En el seno escondió la aguda espada,
    La que el siniestro lado le ceñía,
    Y por el corazón atravesada
    De la caliente herida la extraía,
    Y la preciosa sangre derramada
    De negro el fruto del moral teñía;
    Moribundo cayó en el seco prado,
    Cual flor que fue cortada por arado.



    Buscando al triste amante desdichado
    Sin perder el temor Tisbe afligida,
    Por no faltar al pacto concertado,
    En tristes penas y en dolor sumida,
    Hasta llegar al sitio señalado,
    Por el espeso bosque fue perdida;
    Admiró la mudanza de las flores,
    Dudó un momento, viendo sus colores.



    Vio sacudir los miembros temblorosos,
    Mojada en sangre la desnuda tierra,
    Volvió pie atrás con pasos presurosos,
    Sus tristes ojos con temor los cierra,
    Y pálida y con pasos temerosos
    Vio de la muerte la terrible guerra,
    Y vio las convulsiones de agonía,
    Y de la muerte vio la mano impía.



    Luego, reconociendo sus amores,
    Detúvose, abrazando el cuerpo yerto,
    Sintiose traspasada de dolores,
    Vio el miserable fin de su concierto,
    De su loca pasión vio los ardores,
    Y al triste amante, ante sus plantas muerto.
    Tembló, cual suele el mar airado alzarse
    Y al soplo de los vientos agitarse.



    Envuelto en sangre ya su amargo llanto,
    Su hermoso rostro lágrimas regando,
    Reconoció su desgarrado manto,
    Su blando pecho hirió; luego mesando
    Sus cabellos, envuelta en largo llanto,
    Las heridas de Píramo besando,
    «¡Ah Píramo! exclamó, ¿qué desdichado
    Caso te arrebató, mi dulce amado?



    Responde al llanto de tu Tísbe amada,
    Oye mi voz, dulcísimo consuelo».
    A Tisbe oyó nombrar, tan deseada,
    Abrió sus ojos, los fijó en el suelo,
    Y a Tisbe descubrió a sus pies postrada;
    Tendiose de la muerte el negro velo,
    La tierra recibió tristes despojos,
    Sólo para morir abrió los ojos.



    «Tu mano te mató con tus amores,
    Así exclamó la joven desdichada,
    Yo apuré la copa de dolores,
    Yo seré para siempre desgraciada,
    Para morir me bastan los ardores
    De mi ciega pasión arrebatada;
    Si tu mano y amor te dio la muerte,
    Al sepulcro arrastró mi triste suerte.



    Causa fui de tu muerte y compañera
    Seré también en el sepulcro helado,
    Caerá mi yerto cuerpo en la pradera
    Por la cortante espada atravesado,
    Y teñirá del Tigris la ribera,
    El humor de las venas derramado;
    Nada me arrancará ya de tus brazos,
    Ni muerte romperá tan dulces lazos.



    Si es que firme el amor, si última hora
    Nuestras almas unió con dulces lazos,
    Si es que el amor en vuestras almas mora,
    Al dejar para siempre vuestros brazos
    ¡Oh tristes padres!, a quien mi alma adora,
    Sólo os ruego ya que aquestos lazos
    No rompan ni la muerte ni sucesos:
    Cubra una tumba nuestros tristes huesos.



    Y tú que con tus ramas, árbol triste,
    Cubres de un amador el cuerpo helado,
    Pues de negro color frutas teñiste
    Y el lamentable caso de mi amado
    En tus moradas flores escribiste,
    Conserva siempre este color prestado,
    Recuerdo de la triste vida mía,
    Que cortó la segur de muerte impía».



    Dijo; empuñando la caliente espada,
    En la sangre de Píramo teñida,
    Debajo de su pecho colocada,
    El corazón atravesó la herida.
    Y por sus tristes padres acatada
    Fue su postrera voluntad cumplida,
    Y los dioses también se la otorgaron,
    Y las doncellas de Asia la lloraron.



    En un mismo sepulcro sus cenizas
    Tristes reposan y las negras moras
    Conservan el color de eterno luto
    Y a su memoria dan este tributo.



    Barcelona, 29 de septiembre, 1871




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    Mensaje por Lluvia Abril Vie Sep 02, 2022 4:56 am

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).


    ESTUDIOS POÉTICOS DE MARCELINO MENENDEZ PELAYO
    Odas, epístolas y tragedias de
    D. Marcelino Menéndez y Pelayo




    Égloga VIII de Virgilio
    La Hechicera (Pharmaceutria)



    Dedicada al Sr. D. Francisco M.ª Ganuza,
    Catedrático en el Instituto de Santander.
    Traducida directamente del texto latino.


    Pastoris Musam Damonis et Alphesibei





    El canto de Damón y Alfesibeo,
    Que, de pacer las yerbas olvidada,
    Escuchó la novilla embebecida;
    El sabroso cantar, que estupefactos,
    Fuera de sí, los linces admiraron,
    Mientras detuvo su corriente el río;
    El canto de Damón y Alfesibeo
    Digamos, Musa, y tú que los erguidos
    Peñascos del Timavo ya dominas,
    Claro Polión, ¿cuándo será aquel día,
    En que pueda cantar tus altos hechos,
    Y por el mundo dilatar tu fama,
    Y tus versos más dignos del coturno
    De Sófocles? De ti tomé principio,
    En ti he de terminar, pues que tú solo
    Acogiste mis versos pastoriles,
    Mi rústica zampoña y mis cantares;
    Permite que esta yedra se entrelace
    Al laurel de victoria, que tus sienes
    Circunda, como premio a tus hazañas.
    Apenas ya la noche tenebrosa
    Tendió sobre los montes negro velo,
    Al tronco de un olivo recostado
    A cantar comenzó Damón cuitado.



    Canto de Damón

    (cont.)


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    Mensaje por Lluvia Abril Vie Sep 02, 2022 4:58 am

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).


    ESTUDIOS POÉTICOS DE MARCELINO MENENDEZ PELAYO
    Odas, epístolas y tragedias de
    D. Marcelino Menéndez y Pelayo




    Égloga VIII de Virgilio
    La Hechicera (Pharmaceutria)



    Dedicada al Sr. D. Francisco M.ª Ganuza,
    Catedrático en el Instituto de Santander.
    Traducida directamente del texto latino.


    Pastoris Musam Damonis et Alphesibei


    Canto de Damón

    (cont.)




    Lucero matutino, que anunciando
    El brillo y claridad del nuevo día,
    Los montes y los valles alegrando,
    Destierras a la noche helada y fría;
    Apresura tu curso, y aguijando
    Los caballos del rubio dios del día,
    Contempla mis afanes y tristeza,
    Y de mi infiel amada la crüeza.
    Mientras me quejo y a los dioses ruego
    (En vano, pues que nada he merecido),
    Mientras me abraso vivo en este fuego,
    Que triste y desdichado yo he encendido,
    Y mientras loco, desgraciado y ciego,
    Al morir, de la tierra me despido;
    Levanta el son, zampoña, y los cantares
    De Ménalo repite en los pinares.



    Ménalo tiene bosques y cercados
    Y los erguidos pinos, que cantores
    Repiten los acentos pronunciados
    Por inocentes ninfas y pastores,
    Repiten sus acentos acordados,
    Y repiten su amor y sus dolores;
    Levanta el son, zampoña, y los cantares
    De Ménalo repite en los pinares.



    Únese a Mopso Nisa; ya el cordero
    Aplacará su sed en la corriente,
    Y el tigre, y el león, y el lobo fiero
    Ya beberán con él en una fuente;
    ¡Ah Mopso! para ti sale el lucero;
    Apaga las antorchas, que ya siente
    Tus pasos Nisa; esparce ya las nueces
    ¡Ve ahí la esposa que tan bien mereces!
    Levanta el son, zampoña, y los cantares
    De Ménalo repite en los pinares.



    ¡Ah digna esposa de tu Mopso amado!
    Desprecia a todos; penetrante vira
    Traspase, cual arpón enherbolado,
    Al triste pecho que de amor suspira;
    Y di que ningún dios tiene cuidado,
    Ni por las cosas de la tierra mira;
    Levanta el son, zampoña, y los cantares
    De Ménalo repite en los pinares.



    Siendo pequeña, y con tu madre estando,
    Te vi coger, sirviendo yo de guía,
    Las mojadas manzanas, y alcanzando
    La fruta de los árboles un día;
    Era yo niño, y con la mano alzando
    Los ramos de la tierra recogía,
    Porque de once años ya mi edad pasaba,
    Y desde aquel momento yo te amaba.
    Levanta el son, zampoña, y los cantares
    De Ménalo repite en los pinares.



    Ya te conozco, amor; fuiste engendrado
    De duros garamantas, o en las breñas
    Del Ismaro fragoso y elevado,
    Que azota el mar en las desnudas peñas;
    Del Ródope en los peñascos sustentado,
    Tu sangre procedió; que nuestras señas
    No son las tuyas, ni de nuestra raza
    Nace el que nudo tan cruel enlaza.
    Levanta el son, zampoña, y los cantares
    De Ménalo repite en los pinares.



    Por ti, cruel, por ti, oh amor tirano,
    La sangre de sus hijos derramada,
    Y la sangre inocente de su hermano
    Tiñó una cruda mano despiadada,
    ¿Fue ella más cruel, o tú inhumano?
    Malvado fuiste tú, y ella malvada.
    Levanta el son, zampoña, y los cantares
    De Ménalo repite en los pinares.



    Huirá el hambriento lobo del ganado;
    Producirán manzanas las erguidas
    Encinas, y el arbusto delicado
    Electro sudará por las partidas
    Cortezas, y en el roble sustentado
    Narciso mostrará ramas floridas;
    Títiro emulará el canto de Alceo,
    En los mares Arión, en selva Orfeo.
    Levanta el son, zampoña, y los cantares
    De Ménalo, repite en los pinares.



    Adiós, selvas; y cubran ya los mares
    Los montes y los valles de la tierra;
    Cubran de los pastores los hogares
    Y aneguen las cabañas de esta sierra;
    Porque abandono ya mis Dioses Lares
    Y termino por fin tan triste guerra;
    A las ondas me arrojo infortunado,
    El adiós recibid de un desdichado.
    Termina, Musa, ya tristes cantares,
    Que en Ménalo repiten los pinares.
    Esto cantó Damón; vosotras, Musas,
    El canto repetid de Alfesibeo.

    (cont.)


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    MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912) - Página 4 Empty Re: MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912)

    Mensaje por Lluvia Abril Vie Sep 02, 2022 4:59 am

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).


    ESTUDIOS POÉTICOS DE MARCELINO MENENDEZ PELAYO
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    Traducida directamente del texto latino.

    Pastoris Musam Damonis et Alphesibei

    (cont.)



    Canto de Alfesibeo



    Trae agua, y tú circunda estos altares
    De vendas y verbenas abundantes,
    Y ofrece incienso tú a los Dioses Lares,
    Que mágicos conjuros son bastantes
    A que mi Dafni torne a sus hogares;
    Mis encantos al fin serán triunfantes;
    Atraviesa los mares mi conjuro,
    Y vuelve a Dafni de su casa al muro.



    Con mágicos cantares pronunciados
    Puede la Luna descender del cielo;
    Por Circe son los griegos transformados
    Y ocultos de animales en el velo;
    Con mágicos cantares, los helados
    Áspides se revientan en el suelo;
    Atraviesa los mares, mi conjuro,
    Y vuelve a Dafnis de su casa al muro.



    Y tres lirios te ofrezco lo primero,
    De diverso color, de tres colores;
    Que agrada al Dios el número tercero;
    Y ofrezco un sacrificio a tus amores,
    Y tu imagen llevar tres veces quiero
    En torno del altar que ciñen flores;
    Atraviesa los mares, mi conjuro,
    Y vuelve a Dafnis de su casa al muro.



    Liga, Amarilis, liga con tres nudos
    Estos lirios que tiñen tres colores;
    Y no estén al ligar tus labios mudos,
    Y en cada nudo di de los amores:
    Yo los lazos estrechos y los crudos
    Vínculos enlacé de los dolores.
    Atraviesa los mares, mi conjuro,
    Y vuelve a Dafnis de su casa al muro.



    Cual la novilla de correr cansada
    Por los espesos bosques, que buscando
    Su toro por los montes, y olvidada
    De que la tarda noche está ocultando
    Los montes y los valles, fatigada
    En la yerba se tiende, y escuchando
    La fuente murmurar, queda dormida;
    Así mi alma a Dafnis está unida.
    Atraviesa los mares, mi conjuro,
    Y vuelve a Dafnis de su casa al muro.



    Así como este barro se endurece,
    Así como esta cera se liquida,
    Y un mismo fuego abrasa y enternece,
    Así el alma de Dafnis a mí unida,
    A todas las demás se empedernece;
    La salsa mola esparce, y encendida
    La rama de laurel en este fuego,
    Pues que Dafnis me abrasa en amor ciego.
    Atraviesa los mares, mi conjuro,
    Y vuelve a Dafnis de su casa al muro.



    Dejome estos despojos el malvado,
    Estas prendas queridas y estimadas,
    Aquel Dafnis, por mí tan deseado,
    A mi custodia las dejó confiadas;
    Estas prendas me deben su cuidado,
    A la tierra serán pues entregadas.
    Atraviesa los mares, mi conjuro,
    Y vuelve a Dafnis de su casa al muro.



    Meris me dio estas yerbas poderosas
    En los campos del Ponto producidas,
    Porque es fértil el Ponto en venenosas
    Yerbas, por hechiceros recogidas;
    En figura de fieras pavorosas
    Convertido vi al Meris, traducidas
    De su lugar las mieses y evocadas
    Las sombras levantarse ensangrentadas.
    Atraviesa los mares, mi conjuro,
    Y vuelve a Dafnis de su casa al muro.



    Trae las cenizas, Amarilis mía,
    Y arrójalas detrás en la corriente,
    No vuelvas la cabeza al agua fría,
    Veré si Dafnis el encanto siente;
    De Dafnis moveré la mente impía,
    Sienta su corazón amor ardiente,
    Mas no escucha mi amor ni mis dolores,
    Ni a mis ruegos atiende ni clamores.
    Atraviesa los mares, mi conjuro,
    Y vuelve a Dafnis de su casa al muro.



    En las cenizas ya prendió la llama,
    Y trémula circunda los altares,
    ¡Buen agüero!; a la puerta alguno llama,
    ¿Es que mi Dafnis vuelve a sus hogares?
    ¿Será verdad o sueña aquel que ama?
    ¿O vuelve Dafnis ya a sus Dioses Lares?
    Porque de Hilax se escucha ya el ladrido
    Y se oye ya de pasos el ruido,
    No atravieses los mares, mi conjuro,
    Que es vuelto Dafnis de su casa al muro.



    Barcelona, 16 de octubre de 1871.



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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb Sep 03, 2022 6:49 am

    Menéndez Pelayo, Marcelino
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    ESTUDIOS POÉTICOS DE MARCELINO MENENDEZ PELAYO
    Odas, epístolas y tragedias de
    D. Marcelino Menéndez y Pelayo




    Ensayos poéticos


    Qui no es trist, de mos dictats non cur.
    Ausías March, Cants d'amor.





    A I. M.
    Dedicatoria



    Donec vivam






    Recibe de mis versos el presente
    Debido a tu belleza soberana,
    En tus aras tal vez ofrenda vana,
    Tal vez recuerdo de mi amor ardiente.



    Yo vi, señora, tu beldad rïente
    En la sonante playa laletana,
    Donde eleva Favencia la romana
    Hacia las nubes su murada frente.



    Te vi, te amé, mi corazón fue preso
    Entre los rayos de tus claros ojos,
    Entre las redes de tu crencha hermosa;



    ¡Feliz quien pueda, de tus labios rojos,
    Ebrio de amor, arrebatar un beso,
    Y venga sobre mí la muerte odiosa!



    Santander, 10 de enero de 1875.




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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb Sep 03, 2022 6:51 am

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).


    ESTUDIOS POÉTICOS DE MARCELINO MENENDEZ PELAYO
    Odas, epístolas y tragedias de
    D. Marcelino Menéndez y Pelayo




    Ensayos poéticos


    Tecum vivere liceat, tecum obeam libens.




    (Hor. lib. ni, g.)

    No sé por dónde lleva mi fortuna
    El curso vago de mi incierta vida,
    Por recios huracanes combatida,
    Desde el primer sollozo de la cuna.



    Ora esplendor de gloria me importuna
    De la ciencia en las lides adquirida;
    Ora es mi alma del amor herida,
    Y me lamento al rayo de la luna.



    Paso la vida entre memorias tristes,
    Recordando la faz de mi Belisa;
    Y como cera me deshace el llanto;



    ¡Oh los que alguna vez su rostro vistes,
    Su dulce boca, su gentil sonrisa,
    Decidme si hay olvido a tal encanto!



    Madrid, 3 de octubre de 1874.





    Ulcus enim vivescit et inveterascit alendo.

    (Lucr. IV, 1061.)






    Lágrimas rinden al varón robusto,
    Llanto derrama el ternezuelo infante,
    Lágrimas vierte el afligido amante,
    Llora el mendigo y el monarca augusto.



    Porque es el llanto entre el placer y el gusto
    Recuerdo del dolor que va delante,
    Y en la copa del néctar espumante
    Mezclado con la dicha está el disgusto.



    En el pesar es dulce medicina,
    Que blanda cura las humanas llagas;
    El llanto cava hasta la dura losa;



    Rinda mi llanto, pues, madre Erycina,
    Cual suave filtro de hechiceras magas,
    El pecho de Belisa desdeñosa.



    Santander, 15 de agosto de 1874



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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb Sep 03, 2022 6:53 am

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).


    ESTUDIOS POÉTICOS DE MARCELINO MENENDEZ PELAYO
    Odas, epístolas y tragedias de
    D. Marcelino Menéndez y Pelayo




    Ensayos poéticos

    Interea dum fata sinunt jungamus amores.


    (Tib., Eleg. I, I.ª, V. 69.)


    Cual suele por las puertas del oriente
    Al rojo despuntar de la mañana,
    Desplegando su manto de oro y grana,
    Mostrar la aurora su risueña frente



    Y retratarse en límpida corriente,
    Que murmurando entre las flores mana,
    El rostro de la ninfa soberana
    Guiando su carroza refulgente,



    Así brillaste tú, dulce Belisa,
    Ante mi vista ¡oh Dios! un solo instante;
    Y yo pensé encontrar, ángel de amores,



    Tu voz en el suspiro de la brisa,
    En la faz de la Aurora, tu semblante,
    Tu aliento en el perfume de las flores.







    Tu modo sola places, nec iam, te praeter, in urbe
    Formosa est oculis ulla puella meis.

    (Tib., Eleg. IV, 13, V. 3 y 4)






    Ensalce a Laura el amador toscano
    En dulce canto y cítara sonora;
    El que viva la amó, muerta la llora,
    Condense en Beatriz saber cristiano



    Con noble voz y aliento sobrehumano,
    Por cuanto baña el mar y Cintio dora;
    Haga inmortal el nombre de Eliodora
    El divino poeta sevillano,



    Y respondan las ninfas a su acento
    Con dulce halago y apacible risa,
    Del Betis en la plácida ribera:



    Que al nombre celestial de mi Belisa
    Al olvido darían su tormento
    Dante, Petrarca y el divino Herrera.






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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb Sep 03, 2022 6:54 am

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).


    ESTUDIOS POÉTICOS DE MARCELINO MENENDEZ PELAYO
    Odas, epístolas y tragedias de
    D. Marcelino Menéndez y Pelayo



    Elegía a I. M.
    Epicharis laudatur; ejus pulchritudo depingitur.






    Mihi dulcis amorum sedes, pulcherrima virgo,
    Quae facie praestas venustiore deas,
    Pedibus alternis digna memorari Tibulli,
    Candidior lacte candidaque nive;
    Dicam oculorum lumen velut astra micantium,
    Hecatae similium cum rupit illa nubes,
    Et laxos crines capitis de vertice tortos,
    Qui pectus tegunt turgentiaque poma,
    Fluctibus densiores humero jactantur utroque;
    Tales Aphroditem flexus habere credo,
    Talis caesarie fuerat formosa Lacaena,
    Pergami exitium trojanique regis;



    Talis Berenices coma super astra locata,
    Callimachi ingenio, docte Catulle, tuo.
    Singula quid referam? manus tornatiles ipsas,
    Gracilesque pedes, incessumque divum,
    Et leves risus, blandaque murmura linguae,
    Purpureo in ore provocante basia.
    Felix qui dulcem possit exaudire loquentem,
    Oscula loquenti qui tibi rapiat, felix!
    Felix qui possit nuptam te ducere lectum,
    Fulmine contactus dummodo postea cadat!

    Santander, 3 de agosto de 1876.






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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb Sep 03, 2022 11:35 am

    ERUDICIÓN Y UN GRAN HUMANISMO.

    GRACIAS, LLUVIA.


    Última edición por Pascual Lopez Sanchez el Mar Sep 06, 2022 7:28 am, editado 1 vez


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    Mensaje por Lluvia Abril Dom Sep 04, 2022 6:36 am

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
    Escogidas por:
    Marcelino Menéndez y Pelayo
    (1856–1912)



    Íñigo López de Mendoza,
    Marqués de Santillana
    (1398–1458)


    biografía

    Marqués de Santillana
    (Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana; Carrión de los Condes, España, 1398 - Guadalajara, id., 1458) Poeta y político español. Hijo de Diego Hurtado de Mendoza, se quedó huérfano de padre a los siete años y pasó gran parte de su adolescencia al servicio de la corte aragonesa (1412-1418), donde entró en contacto con poetas catalanes y valencianos, descubrió la lírica trovadoresca y conoció algo de literatura italiana.
    A su vuelta a Castilla, tomó partido a favor de Juan II, por quien luchó en diversas batallas (a raíz de una de las cuales, la de Olmedo, obtuvo el título de marqués de Santillana y conde real de Manzanares), e intervino en la destitución de Álvaro de Luna (1453), contra el cual escribió el Doctrinal de privados. Con la subida al trono de Enrique IV de Castilla, participó en una última batalla contra los musulmanes y se retiró de la política, tras lo cual se instaló en Guadalajara.

    Contemporáneo y amigo del también poeta cortesano Juan de Mena, su obra literaria es variada y recoge diversas influencias, desde la lírica provenzal y galaicoportuguesa hasta la nueva métrica italiana, que intentó adaptar al castellano un siglo antes de que lo hiciera Juan Boscán en sus Sonetos fechos al itálico modo. Recogió y estilizó la tradición medieval castellana en sus Canciones y deçires y en las Serranillas, de delicado y fresco estilo, y demostró su conocimiento del folclor popular en la colección en prosa de Refranes que dicen las viejas tras el fuego.
    Buen conocedor de las lenguas romances, el marqués de Santillana escribió lo que puede considerarse como el primer texto de historia literaria en España, la Carta Proemio al Condestable Pedro de Portugal (1445): en ella, apoyándose en clásicos como Homero y Séneca, se declara partidario de un tipo de poesía rica en latinismos y erudición. El marqués llevó a la práctica estas ideas en sus poemas largos de tipo alegórico, que acusan la influencia de Dante y de la tradición medieval francesa (El infierno de los enamorados, Coronación de mosén Jordi de Sant Jordi, etc.).

    Escribió también poemas de tipo doctrinal y moral, como el Diálogo de Bías contra Fortuna, sobre el estoicismo, o los Proverbios (1437), pensados para la educación del príncipe, aunque tuvieron una gran difusión. El interés del marqués de Santillana por la cultura y los libros se pone de manifiesto con la enorme y valiosa biblioteca que reunió, integrada por una gran variedad de autores y géneros, así como por las traducciones de obras clásicas que encargó y de cuya supervisón se ocupó él mismo.

    1 -Serranilla

    Íñigo López de Mendoza,
    Marqués de Santillana
    (1398–1458)



    Moça tan fermosa
    Non vi en la frontera,
    Como una vaquera
    De la Finojosa.
    Faciendo la vía
    Del Calatraveño
    A Sancta María,
    Vençido del sueño
    Por tierra fragosa
    Perdí la carrera,
    Do vi la vaquera
    De la Finojosa.
    En un verde prado
    De rosas e flores,
    Guardando ganado
    Con otros pastores,
    La vi tan graciosa
    Que apenas creyera
    Que fuese vaquera
    De la Finojosa.


    Non creo las rosas
    De la primavera
    Sean tan fermosas
    Nin de tal manera,
    Fablando sin glosa,
    Si antes sopiera
    D’aquella vaquera
    De la Finojosa.
    Non tanto mirara
    Su mucha beldat,
    Porque me dexara
    En mi libertat.
    Mas dixe: «Donosa
    (Por saber quién era)
    ¿Dónde es la vaquera
    De la Finojosa?...»
    Bien como riendo,
    Dixo: «Bien vengades;
    Que ya bien entiendo
    Lo que demandades:
    Non es desseosa
    De amar, nin lo espera,
    Aquessa vaquera
    De la Finojosa».




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    Mensaje por Lluvia Abril Dom Sep 04, 2022 6:43 am

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
    Escogidas por:
    Marcelino Menéndez y Pelayo
    (1856–1912)



    JORGE MANRIQUE

    BIOGRAFÍA
    Jorge Manrique
    (Paredes de Navas, España, h. 1440 - Castillo de Garcimuñoz, Cuenca, id., 1479) Poeta castellano autor de las célebres Coplas a la muerte de su padre, máxima creación de la lírica cortesana del siglo XV y una de las mejores elegías de la literatura española.

    Miembro de una familia de la nobleza más rancia de Castilla (era hijo de don Rodrigo Manrique, maestre de la orden de Santiago, y sobrino del poeta Gómez Manrique), Jorge Manrique compaginó su afición por las letras con la carrera de las armas, participando junto a su padre en las luchas que precedieron al ascenso de los Reyes Católicos. Ambos pertenecían a la orden de Santiago, y combatieron del lado de Isabel la Católica contra los partidarios de Juana la Beltraneja. Pereció a causa de las heridas recibidas durante al asalto al castillo de Garcimuñoz, en el feudo del marqués de Villena.
    La poesía de Jorge Manrique se sitúa dentro de la corriente cancioneril del siglo XV. Su producción poética menor, reunida en un Cancionero, está formada por medio centenar de composiciones breves, en su mayor parte de tema amoroso, que siguieron los cánones trovadorescos y cortesanos de finales de la Edad Media. Más originales son sus piezas burlescas, como las "Coplas a una beoda" o la titulada "Convite que hizo a su madrastra".

    Las Coplas a la muerte de su padre

    Pero la celebridad de Jorge Manrique se debe fundamentalmente a las Coplas a la muerte de su padre, su obra maestra, compuesta a raíz del fallecimiento de don Rodrigo (1476) y publicada en 1494 en Sevilla con el título Coplas de Jorge Manrique a la muerte de su padre, el Maestre don Rodrigo. Esta elegía pertenece a la tradición medieval de la ascética cristiana: contra la mundanidad de la vida, postula una aceptación serena de la muerte, que es tránsito a la vida eterna. Sin embargo, apunta ya una idea original que preludia la concepción renacentista del siglo siguiente: aparte de la vida terrenal y la vida eterna, Manrique alude a la vida de la fama, es decir, a la perduración en este mundo en virtud de una vida ejemplar que permanece en la memoria de los vivos.
    Tras un primer bloque en el que medita sobre la brevedad de la vida, el paso del tiempo y la muerte, la atención del autor se centra en figuras desaparecidas de su pasado inmediato, como los monarcas Juan II de Aragón, Enrique IV de Castilla o el noble Álvaro de Luna, para concluir con un repaso de las virtudes morales del maestre y su diálogo final con la Muerte. De este modo, la lírica castellana pasó del concepto abstracto de la muerte a su presencia histórica y a su dimensión particular, en un movimiento de flujo temporal que es uno de los grandes hallazgos del poeta. Las Coplas se apartaron de los tópicos macabros tan abundantes en la literatura moral de la época y consiguieron alcanzar una extraordinaria hondura emotiva.

    También destacaron por evitar todo exceso erudito o retórico: el estilo posee una elegante sobriedad, fruto del empleo de los vocablos más sencillos y pertenecientes al habla patrimonial. Exponente de esta búsqueda de simplicidad es la elección de una forma estrófica menor, las coplas de pie quebrado (que, por la popularidad de la obra, pasarían a llamarse coplas manriqueñas). Cada copla está formada por dos sextillas de pie quebrado (8a, 8b, 4c, 8a, 8b, 4c, con rima consonante). El tono exhortativo característico del poema refuerza la gravedad de los versos, en una evocación serena del tiempo pasado.
    En el desarrollo del poema pueden apreciarse tres partes. La primera (coplas I-XIII) es una exposición doctrinal en la que, de acuerdo con los principios del cristianismo y con la mentalidad medieval, se señala el nulo valor de la vida humana terrenal (sometida a los vaivenes de la fortuna y al poder destructor del paso del tiempo y de la muerte), destacándose en cambio el valor de la vida eterna en el más allá, que se alcanza mediante la virtud y el cumplimiento de las obligaciones propias del estado social.

    Dentro de esta primera parte, las tres primeras coplas exhortan al lector a tomar conciencia de la temporalidad y de la naturaleza efímera de la vida terrenal. La vida y sus placeres pasan rápidamente (coplas I-II) y terminan en la muerte (III), que iguala a "los que viven por sus manos / e los ricos". En la Invocación (coplas IV-VI), en lugar de dirigirse a las musas paganas, como otros poetas de su época, el autor se encomienda significativamente a Jesucristo (IV) y expone su concepción cristiana de la existencia (V-VI): nuestra vida terrenal, breve y llena de sufrimientos, es el medio (camino) para alcanzar la vida eterna y la felicidad en el más allá. Y alcanzaremos esta vida eterna mediante la práctica de la virtud y el cumplimiento de las normas de la moral cristiana, obrando "con buen tino", "como debemos".

    Las coplas VII-XIV invitan a considerar la futilidad de los bienes terrenales, que son inevitablemente destruidos por el paso del tiempo o la fortuna (copla VIII). El paso del tiempo acaba con la hermosura y la fuerza de la juventud (IX); la pureza de los linajes se pierde (X), y las riquezas y la posición social están sujetas a la fortuna (XI). Y aunque tales bienes durasen toda la vida, carecerían igualmente de valor por su brevedad, que se contrapone a los sufrimientos eternos del infierno (XII), por lo cual perseguir ciegamente placeres y riquezas es caer en una trampa (XIII).
    La segunda parte (coplas XIV-XXIV) es una ilustración de la doctrina expuesta en la primera. El nulo valor de la vida y de los bienes terrenales (riquezas, placeres, linaje) se ejemplifica mostrando los efectos del paso del tiempo, la fortuna y la muerte sobre una serie de personajes poderosos: de nada les sirvió su poder ante la muerte, que los trató igual que "a los pobres pastores / de ganados" (XIV). El autor renuncia a poner ejemplos de épocas antiguas; "lo de ayer", la historia reciente, le proporciona ejemplos suficientes: El rey Juan II y los Infantes de Aragón (coplas XVI-XVII), Enrique IV (coplas XVIII-XIX), don Alfonso (XX), don Álvaro de Luna (XXI) y los maestres Juan Pacheco y Pedro Girón (XXII). Terminada la lista, el poeta se dirige en apóstrofe a la Muerte para destacar su inmenso poder destructor, ante el que no hay defensa posible (XXIII-XXIV).

    Como último de los personajes de la serie anterior, y por lo tanto como nueva y última ilustración de las doctrinas expuestas en la primera, la tercera parte (coplas XXV-XL) se centra en la figura del padre del autor, don Rodrigo Manrique. Se inicia con el elogio fúnebre de don Rodrigo; el poeta exalta primero sus virtudes de modo directo o mediante comparaciones con personajes históricos (coplas XXV-XXVIII) y luego repasa elogiosamente los principales hechos de su vida (XXIX-XXXII). Al elogio fúnebre le sigue un diálogo entre don Rodrigo, próximo a morir, y la Muerte personificada (coplas XXXIII-XXXIX). Inicia el diálogo la Muerte, que expone de nuevo el concepto cristiano de la existencia y afirma que don Rodrigo merecerá la vida eterna por la conducta ejemplar que siempre ha observado. En su respuesta, don Rodrigo acepta su final con modélica resignación cristiana y eleva una oración a Jesucristo rogándole el perdón de sus pecados. En la última copla, el poeta relata con máxima simplicidad el momento de su muerte y halla nuevo consuelo en el recuerdo del difunto.

    Fuente:
    Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «Biografia de Jorge Manrique». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]




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    MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912) - Página 4 Empty Re: MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912)

    Mensaje por Lluvia Abril Dom Sep 04, 2022 6:52 am

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
    Escogidas por:
    Marcelino Menéndez y Pelayo
    (1856–1912)



    JORGE MANRIQUE


    2 A la Muerte del Maestre de Santiago
    Don Rodrigo Manrique, Su Padre
    Jorge Manrique
    (1440–1479)

    Recuerde el alma dormida,
    Avive el seso y despierte
    Contemplando
    Cómo se pasa la vida,
    Cómo se viene la muerte
    Tan callando;
    Cuán presto se va el placer,
    Cómo después de acordado
    Da dolor,
    Cómo a nuestro parescer
    Cualquiera tiempo pasado
    Fue mejor.

    Y pues vemos lo presente
    Cómo en un punto s’es ido
    E acabado,
    Si juzgamos sabiamente,
    Daremos lo non venido
    Por pasado.
    Non se engañe nadie, no,
    Pensando que ha de durar
    Lo que espera
    Más que duró lo que vio,
    Porque todo ha de pasar
    Por tal manera.

    Nuestras vidas son los ríos
    Que van a dar en la mar,
    Que es el morir;
    Allí van los señoríos
    Derechos a se acabar
    E consumir;
    Allí los ríos caudales,
    Allí los otros medianos
    E más chicos;
    Allegados, son iguales
    Los que viven por sus manos
    E los ricos.

    Invocación

    Dexo las invocaciones
    De los famosos poetas
    Y oradores;
    Non curo de sus ficciones,
    Que traen yerbas secretas
    Sus sabores.
    A aquél solo me encomiendo,
    Aquél sólo invoco yo
    De verdad,
    Que en este mundo viviendo,
    El mundo non conoció
    Su deidad.

    Este mundo es el camino
    Para el otro, qu’es morada
    Sin pesar;
    Mas cumple tener buen tino
    Para andar esta jornada
    Sin errar.
    Partimos cuando nascemos,
    Andamos mientras vivimos,
    Y llegamos
    Al tiempo que fenecemos;
    Así que cuando morimos
    Descansamos.

    Este mundo bueno fue
    Si bien usásemos d’él
    Como debemos,
    Porque, segund nuestra fe,
    Es para ganar aquel
    Que atendemos.
    Y aún el Hijo de Dios,
    Para sobirnos al cielo,
    Descendió
    A nascer acá entre nos.
    Y a vivir en este suelo
    Do murió.

    Ved de cuán poco valor
    Son las cosas tras que andamos
    Y corremos;
    Que en este mundo traidor
    Aun primero que muramos
    Las perdemos:
    D’ellas deshace la edad,
    D’ellas casos desastrados
    Que acaescen,
    D’ellas, por su calidad,
    En los más altos estados
    Desfallescen.

    Decidme: la hermosura,
    La gentil frescura y tez
    De la cara,
    La color e la blancura,
    Cuando viene la vejez
    ¿Cuál se para?
    Las mañas e ligereza
    E la fuerga corporal
    De juventud,
    Todo se torna gaveza
    Cuando llega el arrabal
    De senectud.

    Pues la sangre de los godos,
    El linaje e la nobleza
    Tan crescida,
    ¡Por cuántas vías e modos
    Se pierde su grand alteza
    En esta vida!
    ¡Unos por poco valer,
    por cuán baxos e abatidos
    Que los tienen!
    ¡Otros que por no tener,
    Con oficios non debidos
    Se mantienen!

    Los estados e riqueza
    Que nos dexan a deshora
    ¿Quién lo duda?
    Non les pidamos firmeza
    Pues que son d’una señora
    Que se muda.
    Que bienes son de fortuna
    Que revuelve con su rueda
    Presurosa,
    La cual non puede ser una,
    Ni ser estable ni queda
    En una cosa.

    Pero digo que acompañen
    E lleguen hasta la huesa
    Con su dueño;
    Por eso non nos engañen,
    Pues se va la vida apriesa
    Como un sueño:
    E los deleites d’acá
    Son en que nos deleitamos
    Temporales,
    E los tormentos d’allá
    Que por ellos esperamos,
    Eternales.

    Los placeres e dulçores
    D’esta vida trabajada
    Que tenemos,
    ¿Qué son sino corredores,
    E la muerte la celada
    En que caemos?
    No mirando a nuestro daño
    Corremos a rienda suelta
    Sin parar;
    Desque vemos el engaño
    E queremos dar la vuelta
    No hay lugar.

    (cont.)


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    Mensaje por Lluvia Abril Dom Sep 04, 2022 6:53 am

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
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    JORGE MANRIQUE


    2 A la Muerte del Maestre de Santiago
    Don Rodrigo Manrique, Su Padre
    Jorge Manrique
    (1440–1479)

    (cont.)


    Si fuese en nuestro poder
    Tornar la cara fermosa
    Corporal,
    Como podemos hacer
    El alma tan gloriosa
    Angelical,
    ¡Qué diligencia tan viva
    Tuviéramos cada hora,
    E tan presta,
    En componer la cativa,
    Dexándonos la señora
    Descompuesta!

    Esos reyes poderosos
    Que vemos por escripturas
    Ya pasadas,
    Con casos tristes, llorosos,
    Fueron sus buenas venturas
    Trastornadas;
    Así que no hay cosa fuerte;
    Que a Papas y Emperadores
    E Perlados
    Así los trata la muerte
    Como a los pobres pastores
    De ganados.

    Dexemos a los Troyanos,
    Que sus males non los vimos,
    Ni sus glorias;
    Dexemos a los Romanos,
    Aunque oímos o leímos
    Sus hestorias.
    Non curemos de saber
    Lo d’aquel siglo pasado
    Qué fue d’ello;
    Vengamos a lo d’ayer,
    Que también es olvidado
    Como aquello.

    ¿Qué se hizo el Rey Don Joan?
    Los Infantes de Aragón
    ¿Qué se hicieron?
    ¿Qué fue de tanto galán,
    Que fue de tanta invención
    Que truxeron?
    Las justas e los torneos,
    Paramentos, bordaduras
    E cimeras,
    ¿Fueron sino devaneos?
    ¿Qué fueron sino verduras
    De las eras?

    ¿Qué se hicieron las damas,
    Sus tocados, sus vestidos,
    Sus olores?
    ¿Qué se hicieron las llamas
    De los fuegos encendidos
    De amadores?
    ¿Qué se hizo aquel trovar,
    Las músicas acordadas
    Que tañían?
    ¿Qué se hizo aquel dançar
    Aquellas ropas chapadas
    Que traían?

    Pues el otro su heredero,
    Don Enrique ¡qué poderes
    Alcancaba!
    ¡Cuán blando, cuán alagüero
    El mundo con sus placeres
    Se le daba!
    Mas verás cuán enemigo,
    Cuán contrario, cuán crüel
    Se le mostró,
    Habiéndole sido amigo,
    ¡Cuán poco duró con él
    Lo que le dio!

    Las dádivas desmedidas,
    Los edificios reales
    Llenos d'oro
    Las baxillas tan febridas,
    Los enriques e reales
    Del tesoro;
    Los jaeces, los caballos
    De su gente e atavíos
    Tan sobrados,
    ¿Dónde iremos a buscallos?
    ¿Qué fueron sino rocíos
    De los prados?

    Pues su hermano el inocente,
    Qu’en su vida sucesor
    Se llamó,
    ¡Qué corte tan excellente
    Tuvo e cuánto gran señor
    Le siguió!
    Mas como fuese mortal,
    Metióle la muerte luego
    En su fragua.
    ¡Oh jüicio divinal!
    Cuando más ardía el fuego
    Echaste agua.

    Pues aquel gran Condestable
    Maestre que conoscimos
    Tan privado,
    Non cumple que d’él se hable,
    Sino sólo que le vimos
    Degollado.
    Sus infinitos tesoros,
    Sus villas e sus lugares,
    Su mandar,
    ¿Qué le fueron sino lloros?
    ¿Qué fueron sino pesares
    Al dexar?

    E los otros dos hermanos,
    Maestres tan prosperados
    Como reyes,
    Q’a los grandes e medianos
    Traxeron tan sojuzgados
    A sus leyes;
    Aquella prosperidad
    Que tan alta fue subida
    Y ensalzada,
    ¿Qué fue sino claridad
    Que cuando más encendida
    Fue amatada?

    Tantos Duques excellentes,
    Tantos Marqueses e Condes
    E Barones
    Como vimos tan potentes,
    Di, muerte, ¿dó los escondes
    E traspones?
    Y sus muy claras hazañas
    Que hicieron en las guerras
    Y en las paces,
    Cuando tú, cruda, t’ensañas,
    Con tu fuerza los atierras
    E desfaces.

    Las huestes innumerables,
    Los pendones, estandartes
    E banderas,
    Los castillos impugnables,
    Los muros e balüartes
    E barreras,
    La cava honda chapada,
    O cualquier otro reparo
    ¿Qué aprovecha?
    Cuando tú vienes airada
    Todo lo pasas de claro
    Con tu flecha.

    Aquel de buenos abrigo,
    Amado por virtuoso
    De la gente,
    El Maestre Don Rodrigo
    Manrique, tanto famoso
    E tan valiente,
    Sus grandes hechos e claros
    Non cumple que los alabe,
    Pues los vieron,
    Ni los quiera hacer caros,
    Pues qu’el mundo todo sabe
    Cuáles fueron.

    ¡Qué amigo de sus amigos!
    ¡Qué señor para criados
    E parientes!
    ¡Qué enemigo d’enemigos!
    ¡ Qué Maestre de esforcados
    E valientes!
    ¡Qué seso para discretos!
    ¡Qué gracia para donosos!
    ¡Qué razón!
    ¡Cuán benigno a los subjetos!
    ¡A los bravos e dañosos
    Qué león!

    En ventura Octaviano;
    Julio César en vencer
    E batallar;
    En la virtud, Africano;
    Aníbal en el saber
    E trabajar:
    En la bondad un Trajano;
    Tito en liberalidad
    Con alegría;
    En su brazo, un Aureliano;
    Marco Tulio en la verdad
    Que prometía.

    Antonio Pío en clemencia;
    Marco Aurelio en igualdad
    Del semblante:
    Adriana en la elocuencia;
    Teodosio en humanidad
    E buen talante.
    Aurelio Alexandre fue
    En disciplina e rigor
    De la guerra;
    Un Constantino en la fe;
    Camilo en el grand amor
    De su tierra.

    Non dexó grandes tesoros,
    Ni alcanzó muchas riquezas
    Ni baxillas,
    Mas fizo guerra a los moros,
    Ganando sus fortalezas
    E sus villas;
    Y en las lides que venció
    Caballeros y caballos
    Se prendieron,
    Y en este oficio ganó
    Las rentas e los vasallos
    Que le dieron.

    Pues por su honra y estado
    En otros tiempos pasados
    ¿Cómo se hubo?
    Quedando desamparado,
    Con hermanos e criados
    Se sostuvo.
    Después que fechos famosos
    Hizo en esta dicha guerra
    Que hacía,
    Hizo tratos tan honrosos,
    Que le dieron muy más tierra
    Que tenía.

    Estas sus viejas hestorias
    Que con su brazo pintó
    En juventud,
    Con otras nuevas victorias
    Agora las renovó
    En senectud.
    Por su grand habilidad,
    Por méritos e ancianía
    Bien gastada
    Aleançó la dignidad
    De la gran caballería
    Del Espada.

    E sus villas e sus tierras
    Ocupadas de tiranos
    Las halló,
    Mas por cercos e por guerras
    E por fuero de sus manos
    Las cobró.
    Pues nuestro Rey natural,
    Si de las obras que obró
    Fue servido,
    Dígalo el de Portugal,
    Y en Castilla quien siguió
    Su partido.

    Después de puesta la vida
    Tantas veces por su ley
    Al tablero;
    Después de tan bien servida
    La corona de su Rey
    Verdadero;
    Después de tanta hazaña
    A que non puede bastar
    Cuenta cierta,
    En la su villa d’Ocaña
    Vino la muerte a llamar
    A su puerta.

    (Habla la Muerte)

    Diciendo: «Buen caballero,
    Dexad el mundo engañoso
    E su halago;
    Vuestro coraçon de acero
    Muestre su esfuerzo famoso
    En este trago;
    E pues de vida e salud
    Fecistes tan poca cuenta
    Por la fama,
    Esfuércese la virtud
    Para sofrir esta afrenta
    Que vos llama.

    »No se os haga tan amarga
    La batalla temerosa
    Qu’esperáis,
    Pues otra vida más larga
    De fama tan glorïosa
    Acá dexáis:
    Aunque esta vida d’honor
    Tampoco no es eternal
    Ni verdadera,
    Mas con todo es muy mejor
    Que la otra temporal
    Perecedera.

    »El vivir qu’es perdurable
    Non se gana con estados
    Mundanales,
    Ni con vida delectable
    En que moran los pecados
    Infernales;
    Mas los buenos religiosos
    Gánanlo con oraciones
    E con lloros;
    Los caballeros famosos
    Con trabajos e aflicciones
    Contra moros.

    »E pues vos, claro varón,
    Tanta sangre derramastes
    De paganos,
    Esperad el galardón
    Que en este mundo ganastes
    Por las manos;
    E con esta confiança
    E con la fe tan entera
    Que tenéis,
    Partid con buena esperança
    Que’estotra vida tercera
    Ganaréis.»


    (Responde el Maestre)

    «Non gastemos tiempo ya
    En esta vida mezquina
    Por tal modo,
    Que mi voluntad está
    Conforme con la divina
    Para todo;
    E consiento en mi morir
    Con voluntad placentera,
    Clara e pura,
    Que querer hombre vivir
    Cuando Dios quiere que muera
    Es locura.»


    Oración

    Tú que por nuestra maldad
    Tomaste forma servil
    E baxo nombre;
    Tú que en tu divinidad
    Juntaste cosa tan vil
    Como el hombre;
    Tú que tan grandes tormentos
    Sofriste sin resistencia
    En tu persona,
    Non por mis merescimientos,
    Mas por tu sola clemencia
    Me perdona.


    Cabo

    Así con tal entender
    Todos sentidos humanos
    Conservados,
    Cercado de su mujer,
    E de sus hijos e hermanos
    E criados,
    Dio el alma a quien se la dio,
    (El cual la ponga en el cielo
    Y en su gloria),
    Que aunque la vida perdió,
    Nos dexó harto consuelo
    Su memoria.



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    MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912) - Página 4 Empty Re: MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912)

    Mensaje por Lluvia Abril Dom Sep 04, 2022 7:44 am

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
    Escogidas por:
    Marcelino Menéndez y Pelayo
    (1856–1912)




    3- Romance de Abenámar
    Anónimo
    (c. 1500)

    —¡Abenámar, Abenámar,
    moro de la morería,
    el día que tú naciste
    grandes señales había!
    Estaba la mar en calma,
    la luna estaba crecida:
    moro que en tal signo nace,
    no debe decir mentira.—
    Allí respondiera el moro,
    bien oiréis lo que decía:
    —Yo te la diré, señor,
    aunque me cueste la vida
    porque soy hijo de un moro
    y una cristiana cautiva;
    siendo yo niño y muchacho
    mi madre me lo decía:
    que mentira no dijese,
    que era grande villanía;
    por tanto pregunta, rey,
    que la verdad te diría.
    —Yo te agradezco, Abenámar
    aquesa tu cortesía.
    ¿Qué castillos son aquéllos?
    ¡Altos son y relucían!

    —El Alhambra era, señor,
    y la otra la mezquita;
    los otros los Alixares,
    labrados a maravilla.
    El moro que los labraba
    cien doblas ganaba al día,
    y el día que no los labra
    otras tantas se perdía.
    El otro es Generalife,
    huerta que par no tenía;
    el otro Torres Bermejas,
    castillo de gran valía.—
    Allí habló el rey don Juan,
    bien oiréis lo que decía:
    —Si tú quisieses, Granada,
    contigo me casaría;
    daréte en arras y dote
    a Córdoba y a Sevilla.
    —Casada soy, rey don Juan,
    casada soy, que no viuda;
    el moro que a mí me tiene
    muy grande bien me quería.


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