Menéndez Pelayo, Marcelino
(1856-1912).
ESTUDIOS POÉTICOS DE MARCELINO MENENDEZ PELAYO
Odas, epístolas y tragedias de
D. Marcelino Menéndez y Pelayo
El ciego
Idilio de Andrés Chénier
Dieu dont l'arc est d'argent, Dieu de Claros, écoute...
-«Oye mis ruegos tú, deidad de Claros,
Apolo Smínteo, el de la alada flecha
Y arco de plata. Moriré sin duda,
Si tú no guías a este errante ciego.»
Tal pronunciaba con suspiro triste,
Penetrando en la selva, errante anciano,
Y en una piedra se sentó gimiendo.
Al ladrido tenaz de los molosos,
Custodios fieles de la grey balante,
Tras él corrían con veloces pasos,
Hijos de aquella tierra, tres pastores,
El furor deteniendo de sus canes,
Por amparar del viejo la flaqueza,
Y acercándose a él, así decían:
-«¿Quién es aqueste anciano, débil, ciego?
¿Será por dicha morador celeste?
Grandeza y altivez su faz descubre,
Pende una lira informe de su cinto,
Y al resonar su canto, se estremecen
El aire, el mar, el cielo y las montañas.»
Él sus pasos oyó, y atento espera,
Y tiembla al acercarse, y ambas manos
En ademán de súplica extendía.
-«No temas (dicen ellos), extranjero,
Si ya en forma terrestre, deleznable,
No eres un numen que a la Grecia ampara:
¡Tanta grandeza en tu vejez descubres!
Si eres sólo un mortal, oh triste anciano,
No te arrojaron las marinas olas
A tierra cruda y de piedad ajena.
Nunca el destino da dicha colmada;
A ti los altos dioses concedieron
Noble y sonora voz, pero tus ojos
Cerraron a la luz del claro día.»
-«Infantil vuestra voz blanda parece;
Niños seréis, mas los discursos vuestros
Prudencia suma y madurez revelan.
Pero siempre recela el indigente
Extranjero que sirven sus desgracias
De objeto a muchos de baldón y risa.
No compararme a los celestes dioses
Oséis: ¿mis canas, mi arrugada frente
Y esta perenne noche de mis ojos
Son de un numen tal vez digno semblante?
¡Soy hombre entre los hombres desdichado!
Si a un pobre conocéis, errante, triste,
A ese tan sólo compararme puedo.
No porque yo intentara, cual Tamiris,
La prez del canto arrebatar a Apolo,
Ni, cual Edipo, con incesto hubiera
Y parricidio sobre mí llamado
De las negras Euménides las iras.
En mi vejez el hado omnipotente
Me reservaba la tiniebla oscura,
Y en destierro vagar, hambre y pobreza.»
-«Toma, y ojalá cambie tu destino,»
Ellos dijeron, y sacando luego
De una de cabra piel, blanca y luciente,
El manjar aquel día preparado,
En sus rodillas ponen a porfía
El blanco pan de trigo, la aceituna,
La almendra, el queso y los melosos higos.
Come también el perro, que yacía
Entre sus pies, mojado y sin aliento,
Que nadando dejó la corva nave
A pesar del remero, y en la orilla
Vino a juntarse a su infelice dueño.
-«No siempre mi destino es inflexible;
Salud, oh niños (el anciano dijo)
De Jove mensajeros. ¡Venturosos
Los padres que a estos niños engendraron!
¡Venid y que mis manos os conozcan
Cual si vista tuviera! ¡Oh hijos míos,
Hermosos sois los tres, vuestros semblantes
Hermosos son, y dulces vuestras voces!
¡Qué amable es la virtud de gracia llena!
Creced cual la palmera de Latona,
Del cielo don, del mundo maravilla,
Que contemplé, cuando mis ojos vieron,
Al aportar a la sagrada Delos,
Cerca de Apolo y de su altar de piedra.
Cual ella creceréis grandes, robustos,
Fuertes, de los mortales venerados,
Porque amparar sabéis tanta desdicha.
Apenas el mayor tendrá trece años,
Oh niños míos; yo era casi viejo
Antes que vuestros padres respiraran.
Siéntate junto a mí, del viejo cuida,
Tú el mayor de los tres.» - «Cantor ilustre,
¿Cómo o de dónde vienes? que las olas
Rugen por dondequiera en nuestra orilla.»
-«Mercaderes de Cyme me guiaron;
Dejaba de la Caria las riberas,
Por ver si Grecia patria me ofrecía
Y los dioses benignos me otorgaban
Suerte menos cruel, horas serenas.
¡Que la esperanza hasta el sepulcro vive!
Mas nada tengo; ni pagar el viaje
Pude a los nautas, y ellos me arrojaron,
Como visteis poco ha, a vuestra ribera.»
-«¿Y por qué no cantaste, dulce viejo?
Con tu armoniosa voz pagar podías.»
-«¡Hijos, del ruiseñor los dulces sones
Nunca del buitre calmarán la rabia,
Ni los avaros, insolentes ricos
Alma tendrán para gustar del canto.
Guiado por mi báculo, en la arena,
Del piélago al mugir, solo, en silencio,
Escuché los balidos de un rebaño
Y el resonar de la bronceada esquila.
Tomé la lira; a sus movibles cuerdas
Los dedos apliqué, ya temblorosos,
La bondad implorando de los dioses
Y en especial de Jove hospitalario.
Mas de pronto sonó voz formidable
Y enormes perros contra mí vinieron,
Y vosotros con piedras y con gritos
Calmasteis luego su iracunda rabia.»
-«¿Será cierto tal vez, oh padre mío,
Que ya perverso degenera el mundo?
En otro tiempo al escuchar la lira
Lobos y tigres, su furor rendido,
De un cantor como tú los pies besaban.»
-«¡Bárbaros, ay! Sentado yo en la popa,
Canta, gritaba aquella chusma impía,
Si ve algo más tu ingenio que tus ojos,
Destierra nuestro enfado, vagabundo.
Yo confundirles quise con mi acento,
Mas no se abrió la boca a la respuesta,
Hice callar la lengua, y con la mano
Detuve al Dios hirviente ya en mi seno.
¡Oh Cyme, pues tus hijos ofendieron
A la prole inmortal de Mnemosina,
Profundo olvido su memoria cubra
Y sepulte su nombre densa noche!»
-«Ven a nuestra ciudad, de aquí vecina,
Que a los amigos de las Musas ama;
Un asiento te espera en los festines
Con argentinos clavos tachonado.
Ricos manjares, miel y dulce vino
De los pasados males la memoria
Desterrarán, so la columna alzada
Do pende de marfil sonante lira.
Si en el camino, rápsoda ingenioso,
Con celestiales cantos nos deleitas,
Diré que Apolo desde el alto Olimpo
Tu son inspira y tus acordes rige.»
-«Marchemos, sí; ¿mas dónde me conduces?
Hijos del triste ciego, ¿dónde estamos?»
-«En la isla de Sicos fortunada.»
-«¡Sicos, salud, hospitalaria siempre!
Piso otra vez tu venturosa orilla;
Amigos, vuestros padres me conocen.
Cual vosotros crecían, cuando vine
Joven, valiente: contemplar podía
La primavera, el sol, la blanca Aurora.
Siempre el primero en la gallarda liza,
En la pírrica danza, en la carrera,
Argos y Creta, Atenas y Corinto
Yo visité; la de cien puertas Tebas
Y del Egipto la ribera fértil.
Mas la tierra y el mar, el tiempo, el hado,
Mi cuerpo han oprimido de dolores;
Sólo la voz me queda, cual cigarra
Que cantando en las ramas se consuela.»
-«Ante todo a los dioses invoquemos:
¡Oh soberano, omnipotente Jove,
Sol que en tu lumbre lo penetras todo,
Mar, tierra, ríos, vengadoras Furias,
Salud, ¡oh del Olimpo habitadores!
Todo saber procede a los mortales
De vosotras, oh Musas; comencemos...»
Él prosiguió; las ramas se inclinaron
Del roble antiguo a sus cadentes sones,
Libre dejó el pastor a su ganado,
Y olvidando el camino los viajeros
Pararon a su voz. Él suspendido
Del fuerte brazo de su joven guía,
Sintiolos agruparse y detenerse,
Con avidez oyendo sus cantares,
Y Ninfas y Silvanos de sus grutas
A admirarle salir, no respirando,
Sobrecogidos con espanto mudo.
Porque cantaba en vagarosos himnos,
Cuál se juntaron en fecundo abrazo
Las primeras semillas de los seres,
Los principios de fuego, tierra y aire,
Y del seno de Jove descendida
El agua a congregarse en hondos ríos;
Las leyes, los oráculos, las artes
Y la concordia fraternal del pueblo;
El caos, los amores inmortales,
El Rey sublime, que el Olimpo y Tierra
Al mover estremece de sus ojos;
Los dioses dividiendo fiera lucha,
Sangre divina enrojeciendo el suelo,
Congregados los reyes, y a sus plantas
Nubes de polvo, carros voladores,
Armas brillantes de guerreros fuertes,
Cual vasto incendio en escarpada cima,
Crines flotantes de ligeros potros
Que a sus jinetes a la lid arrastran.
Cantó después la paz de las ciudades,
Los oradores, las sagradas leyes,
Y de los campos la cosecha fértil;
Mas pronto coronadas las murallas
De soldados mostró; víctimas ruedan
En los sagrados atrios, y las madres
Y las esposas gimen; las doncellas
A dura esclavitud son condenadas.
Cantó tras esto las alegres mieses,
Balante grey y mugidor rebaño,
La rústica zampoña, las canciones
De ruidosa vendimia, los festines,
La flauta suave y la ligera danza.
El viento desató que el mar agita
Y al nauta envuelve en las hinchadas olas;
Mas súbito a las hijas de Nereo
Salir ordena de azulada gruta,
Y pronto levantáronse a sus gritos
Naves sin cuento que la mar cortaban
Con rumbo cierto a la troyana orilla.
Mostró después de Estigia las prisiones
Y la ribera criminal, los campos
De asfódelo, do vagan macilentas
Sombras de luz y de vivir privadas,
Tristes ancianos por la edad vencidos,
Jóvenes arrancados de sus padres,
Niños cuyo sepulcro fue la cuna,
Y doncellas que en flor arrebatadas
Tálamo hallaron en la tumba fría.
Bosques, arroyos, montes y peñascos,
Cómo debisteis palpitar de gozo
Cuando el vate mostraba al divo Hefesto
Forjando en Lemnos, en el sacro yunque,
Aquella red irresistible y fina,
Como de Aracne las sutiles hebras,
Y entre sus hilos enredando a Venus;
O cuando en piedra trasformaba a Niobe,
Madre tebana, de altivez en pago,
O cuando con acento lastimero
De la triste Aedon repitió el lloro,
Que de un hijo madrastra involuntaria
Huyó, cual ruiseñor, a la espesura
Del solitario bosque. Con el vino
Vertió después el néphendes potente,
Que olvido inspira de los males todos,
De los guerreros en las copas; luego
Cogió la flor del moly que a los hombres
Hace prudentes, sabios y felices,
Y del calmante lotos la bebida
Con cuyo filtro olvidan los mortales
Los caros padres y la dulce tierra.
Vieron por fin el Osa y el Peneo
Y la espesura umbrosa del Olimpo,
Las mesas de Himeneo ensangrentadas,
Cuando el monstruoso pueblo de la noche
Al festín asistió de Piritoo;
Y Tesco arrancó medio desnuda
La esposa de su amigo, del robusto
Brazo del ebrio, del salvaje Eurito,
Mientras, acero en mano, el desposado
«Espera (le gritó), traidor espera:
Fuerza es que hoy vengue el insolente ultraje.»
Mas, antes que él, sobre el Centauro fiero,
Hizo Dryas caer ardiente pino,
Con el hierro sus ramas erizadas.
El cuadrápedo atroz en vano clama
Y el suelo hiere, donde al fin sucumbe.
Y al esfuerzo de Nesso armipotente
Ruedan Cymele, Periphas, Evagro;
Mata Pirito a Antímaco y Petreo,
Y al de nevados pies, leve Cilaro,
Y al negro Macareo, que con pieles
De tres leones por su mano heridos
Armaba sus ijares y su seno.
Encorvado, una roca levantando,
Imprudente Bianor es sorprendido
Por Hércules divino, que sepulta
En un vaso de bronce antiguo, inmenso,
Herida con la clava, su cabeza;
Y ceden al furor del bravo Alcides
Licotas, Clamis, Demoleón, Rifeo,
Que ostentaba en sus crines orgulloso
El heredado brillo de las nubes.
De doble lid Eurynomo sediento,
Mueve sus pies en raudo torbellino,
De Néstor sacudiendo la armadura
Con repetidos golpes; huye el duro
Yelops, y con el brazo levantado
Espera el ágil Crántor la embestida,
Mas súbito Eurynomo, se interpone
Y va a hendir con el leño su cabeza.
Violo el hijo de Egeo ensangrentado
Y del ara arrancó una ardiente encina;
Lanzó grito terrible; de su espalda
Nunca domada las flotantes crines
Asió veloz, y sepultó en su boca
Abierta con esfuerzo poderoso
La llama juntamente con la muerte.
Despójase el altar de sus antorchas
Y armas para el combate les ministra;
Suena en el bosque femenil gemido;
Los ungulados pies baten la tierra,
Y mézclase al tumulto del combate
Ruido de vasos con estruendo rotos,
Injurias, gritos, moribundos ayes.»
Así el viejo de imágenes osadas
Desarrolló el tejido portentoso,
En tanto que los niños asombrados
Contemplaban salir de aquella boca
Raudo torrente de inmortal palabra,
Como en invierno la copiosa nieve
Cae en la cima del erguido monte.
A su encuentro con ramas en las manos,
Salen de la ciudad los moradores
Hombres, mujeres, jóvenes, ancianos,
Flor y ornamento de la isleña Sicos.
«Ven, elocuente vate, repetían;
Ven, armonioso ciego, a nuestros muros;
Alumno de las Masas, convidado
Al nectáreo banquete de los dioses;
Nuestra isla habitarás, y quinquenales
Juegos celebrarán el fausto día
En que holló nuestra playa el grande Homero.
Santander, 6 de diciembre de 1875.
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