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    MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912) - Página 3 Empty Re: MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912)

    Mensaje por Lluvia Abril 21.08.22 23:54

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).


    ESTUDIOS POÉTICOS DE MARCELINO MENENDEZ PELAYO
    Odas, epístolas y tragedias de
    D. Marcelino Menéndez y Pelayo




    Odas anacreónticas



    Paráfrasis de una oda teológica de Sinesio de Cirene obispo de Tolemaida

    Idilio de Mosco a La muerte de Bión
    Traducido del griego

    (cont.)




    Hoy tornas a gemir; de nuevo sientes
    La pérdida de un hijo dolorosa,
    Ambos amados de las sacras fuentes.



    Uno bebió en la onda armoniosa
    De la Pegasia cumbre, otro en la pura
    Corriente de Aretusa sonorosa.



    Uno cantó de Helena la hermosura
    Y al fiero Menelao, hijo de Atreo,
    Y del doncel de Tetis la bravura.



    No celebró Bión al de Peleo,
    Sino los besos de la edad florida,
    El suave amor, el juvenil deseo.



    Por él la leve flauta fue tañida;
    Cantaba a Pan, mientras al prado ameno
    Era por él la vaca conducida.



    Nunca de amores encontrose ajeno,
    Y amado fue de la ciprina diosa
    Porque el placer alimentó en su seno.
    El llanto comenzad, sículas Musas.



    Toda ciudad, Bión, tu muerte llora,
    Más que a Hesiodo te recuerda Ascrea,
    Más que a Píndaro Tebas te deplora.



    No a Simónides tanto lloró Cea,
    De Safo el himno Mitilene olvida,
    Más que a Arquíloco Paros te desea.



    En canción los pastores dolorida
    También repiten tu funesta suerte,
    Tú, claro honor de Samos, Sicelida,



    Tú, Lícidas, también; un tiempo el verte
    Contento a los cidonios infundía,
    Hoy triste lloras de Bión la muerte.



    Fileta en las ciudades de Triopía
    Gime también cabe el undoso Alento,
    Y en Sicilia la lúgubre armonía



    Resuena de Teócrito. En acento
    De pastoril dolor, de ausonio llanto,
    Yo discípulo tuyo te lamento.



    Cual don postrero con el dulce encanto
    De las dóricas Musas nos ornaste;
    Otro heredó tu hacienda, yo tu canto.
    El lloro comenzad, sículas Musas.



    ¡Ah! si en el huerto planta florecida
    Del apio, verde eneldo o malva mueren,
    Otro año tomarán a nueva vida;



    Pero los hombres, aunque sabios fueren,
    Grandes y fuertes, cuando ya finaron,
    No de aquel sueño despertar esperen,



    Si en la cóncava tierra descansaron.
    Tú dormirás también, sombra sagrada,
    Con los altos varones que pasaron;



    Y si a las Ninfas el cantar agrada
    De la estridente rana, no le envidio,
    Que no es dulce su voz ni es acordada.
    El llanto comenzad, sículas Musas.



    ¿Qué hombre cruel, de compasión ajeno,
    Vertió en tu dulce boca la amargura?
    ¿No endulzaron tus labios el veneno?



    ¿Quién acercar osó la copa impura?
    ¿Quién la ponzoña derramó en el vaso?
    ¿No oyó de tus cantares la dulzura?
    El llanto comenzad, sículas Musas.



    Mas a todos llegó justo castigo;
    Yo en medio de este duelo lamentable,
    En canto funeral, tu muerte digo.



    Si luchando con fuerza incontrastable,
    Penetrar, cual Alcides, consiguiera
    Al reino de Plutón inexorable,



    Como Ulises y Orfeo descendiera
    A la infemal mansión del negro Dite,
    Y entre las sombras tu cantar oyera.



    A la reina Perséfona repite
    Un tono pastoril, Siracusano,
    Que al de la playa de Sicilia imite.



    Que ella también del Etna siciliano
    Los dorios tonos escuchar solía.
    Premio tendrá tu canto soberano.



    Quizá tornar a la montaña umbría
    La diosa, al escuchar, te concediera,
    Y si mi canto algún poder tuviera,
    Yo en los infiernos mismos cantaría.



    Santander, 5 de noviembre de 1876.




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    MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912) - Página 3 Empty Re: MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912)

    Mensaje por Lluvia Abril 21.08.22 23:55

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).


    ESTUDIOS POÉTICOS DE MARCELINO MENENDEZ PELAYO
    Odas, epístolas y tragedias de
    D. Marcelino Menéndez y Pelayo




    Odas anacreónticas


    Paráfrasis de una oda teológica de Sinesio de Cirene obispo de Tolemaida


    Ven, septicorde lira,
    Que un tiempo resonabas
    Cual la Lesbiana que de amor suspira,
    Y leve acompañabas
    Himnos de Teos que el placer inspira.



    En dorio canto ahora
    Ensalce tu voz grave
    No a bellas de sonrisa halagadora,
    Ni la lazada suave
    Que une al mancebo y la mujer que adora;



    Sino aquella luz pura,
    Aquella eterna fuente
    De do mana el saber que siempre dura,
    Que es la gloria esplendente
    Y la verdad, la ciencia y la hermosura.



    Huyo de la falacia
    De profanos amores,
    Por el eterno amor que nunca sacia;
    De mundanos loores,
    Por el divino aliento de la gracia.



    ¿Es comparable el oro,
    O la beldad terrena,
    O de los altos reyes el tesoro,
    O la amorosa pena,
    Al pensamiento del Señor que adoro?



    La cuadriga ligera,
    Cual flecha voladora
    Dirija el uno en rápida carrera;
    Otro su cabellera
    Sobre los hombros muestre brilladora;



    Celebren su belleza
    las jóvenes, los mozos;
    Otro, avaro, persiga la riqueza,
    Que yo tengo mis gozos
    En penetrar la soberana alteza.



    En vida silenciosa
    Quiero vivir y oscura,
    Sin el eco de fama vagarosa,
    Y ver con mente pura
    Las obras de la mano poderosa.



    ¡Ven, oh sabiduría,
    Más que el oro preciada,
    Que la luz brotas que al mancebo guía
    Y en la áspera jornada
    Vigor das al anciano y energía!



    Ya la cigarra bebe
    El matinal rocío,
    Y alegre canta sobre rama leve;
    Sonar la lira debe,
    ¿Quién ha de producir el canto mío?



    Las cuerdas se estremecen
    Y dulce voz resuena...
    Los sacros himnos a mi Dios empiecen...
    Él los espacios llena,
    En él comienzan y por él fenecen.



    Y toda criatura
    Que habita el ancho suelo
    Salió por él de la tiniebla oscura;
    Velado en lumbre pura,
    Mora el Señor en la amplitud del cielo.



    La Unidad increada,
    La simbólica esfera,
    La causa de las causas no engendrada,
    La Mónada primera
    Se halla en triple poder multiplicada.



    En haces dividida
    La luz, ya se condensa,
    Ya en triple rayo tiéndese esparcida,
    Y sin cesar, inmensa,
    Brota del puro centro de la vida.



    Alma mía, detente;
    Los celestes arcanos
    No es justo revelara la impía gente;
    Deja el cielo eminente,
    Oculta sus misterios soberanos.



    Mas sólo en ideales
    Mundos reposa el alma,
    Sin vagos pensamientos terrenales,
    Y su anhelar se calma
    Tan sólo en las esferas celestiales.



    Allí brotó la llama
    Del alto pensamiento,
    Puro destello que el Señor derrama
    Desde el sublime asiento,
    Soplo vital que la materia inflama.



    El alma decaída
    Divina semejanza
    Conserva siempre a la materia unida,
    Y guarda la esperanza
    De tomar a la fuente de su vida.



    De la divina esencia
    Partícula es la mente,
    Reflejo de la pura inteligencia
    Que doquiera presente
    Reanima y vivifica la existencia.



    Emanación del cielo,
    Cuando el mundo dirige,
    Del ángel toma el trasparente velo,
    Y fecundiza el suelo
    O el curso errante de los astros rige.



    Pero la pura idea
    A veces encarnada
    En la materia yace que la afea,
    Y vive encadenada
    En la triste mansión y onda Letea.



    Mas siempre a nuestros ojos
    Remota luz fulgura;
    El alma siente aquí vagos enojos;
    Sedienta de ventura,
    Quiere dejar los míseros despojos.



    A lo infinito tiende
    Por una oculta fuerza,
    Cuando la nada de la tierra entiende,
    Y sin que el rumbo tuerza,
    Místico vuelo los espacios hiende.



    ¡Feliz, rayo divino,
    Si rota la atadura
    Que al bajo mundo te enlazó mezquino,
    Cumplido tu destino,
    Puedes volver a la celeste altura!



    ¡Dichoso si, aún viviendo
    Del cielo desterrado,
    Vas los terrestres lazos sacudiendo,
    Y en amor inflamado
    De Dios las maravillas conociendo!



    El ansia vehemente
    De verdad escondida
    Dé alas al espíritu potente,
    Y radiará52 fulgente

    Lumbre del trono de Jehová vertida.



    Tu curso peregrino
    Dirigirá su mano
    Con rayo precursor en tu camino,
    Y mostrará divino
    El foco de belleza soberano.



    Valor, pues, alma mía;
    En las eternas fuentes
    Tu sed de ciencia saciarás un día;
    Por alcanzar porfía
    Del cielo las moradas esplendentes.



    De terrena existencia
    Rotos los férreos lazos,
    Has de volver, humana inteligencia,
    Con místicos abrazos
    A confundirte en la divina esencia.



    Santander, 8 de septiembre de 1875.





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    MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912) - Página 3 Empty Re: MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912)

    Mensaje por Lluvia Abril 21.08.22 23:57

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).


    ESTUDIOS POÉTICOS DE MARCELINO MENENDEZ PELAYO
    Odas, epístolas y tragedias de
    D. Marcelino Menéndez y Pelayo




    Odas anacreónticas


    Invocación del poema de Lucrecio De Rerum Natura


    Æneadum genitrix, Divum hominumque voluptas


    Alma Afrodita, del Romano madre,
    Deleite de los hombres y los dioses,
    Que haces fecundo el mar de naves lleno,
    Y el suelo colmas de preciados frutos:
    Por ti todo animal es concebido
    Y a la lumbre solar abre sus ojos;
    Vientos y nubes tu presencia esquivan,
    Flores te rinde la dedalca tierra;
    A ti las olas de la mar sonríen,
    Y en más puro esplendor bañas el Cielo,
    Pues apenas la alegre primavera
    De nuevo trae sus halagüeños días,
    Y recobra su anhélito fecundo
    El aura de Favonio engendradora,
    De amor heridas las volantes aves
    Te anuncian, Diosa, en armoniosos cantos;
    Salta en los pastos mugidor el toro
    Y en pos de la novilla enardecido
    Se lanza a rapidísima corriente.
    Toda especie animal presa en tus lazos
    Sigue veloz el curso que la traces,
    Y en montes, mares, desbordados ríos,
    En verdes campos, en frondosos bosques,
    Haces, de amor hiriendo todo pecho,
    Que las generaciones se propaguen.



    Sola el imperio de natura riges,
    Sola los seres sin cesar produces;
    Nada nace sin ti, nada se engendra,
    Ni es nada alegre ni gracioso nada.



    Tú, pues, benigna, mi cantar inspira;
    Tú me revela el natural arcano.
    ¡Logre la ciencia iluminar a Memmio,
    A quien tú, Diosa, con celestes dones
    Ornaste siempre! Eterna gracia dame
    Y nueva vida infunde a mis acentos.
    Descansen en la tierra, mientras canto,
    Descansen en el mar las roncas armas.



    Tú sola conceder a los mortales
    Puedes la dulce paz; rige la liza
    El sanguinario Marte armipotente,
    Que tal vez al Amor rinde su cuello,
    Y busca y ciñe tus hermosos brazos,
    Dobla en tu seno la cerviz enhiesta
    Y en ti fija insaciable la mirada,
    Sin respirar, pendiente de tus labios.
    Mientras tus sacros miembros le sostienen,
    Inclínate hacia él, y en voz melosa
    La dulce persuasión vierte en su alma;
    Pídele paz para el romano pueblo,
    Pues ni puedo cantar en la tormenta
    Que a mi patria infeliz aflige tanto,
    Ni abandonarla en tal peligro debe
    De Memmio la preclara descendencia.



    Libre un momento, Memmio, de cuidados
    Con atención escucha mis razones;
    Entiéndelas primero que desprecies
    Mi ofrenda largamente elaborada.
    Yo cantaré el sistema de los cielos,
    La razón de los dioses, el principio
    De todo ser de do Natura crea
    Y acrece y alimenta toda cosa,
    Cómo sus formas sin cesar destruye,
    Qué es cuerpo engendrador, qué es la materia,
    Qué son principios o átomos primeros
    De donde todo ser ha procedido.



    Porque en perpetua paz inalterable
    De su inmortalidad gozan los dioses
    Lejos del mundo nuestro y sus dolores,
    Exentos de temor y de peligro,
    Y por su propia esencia poderosos,
    Sin que les rinda la virtud humana,
    Ni el crimen llegue a provocar su ira.
    Cuando oprimió la tierra el fanatismo,
    Que alzando su cabeza entre las nubes
    Al tímido mortal amenazaba
    Con aspecto feroz, un varón griego
    En él osó clavar mortales ojos.
    No le aterró la fama de los dioses,
    Ni el rayo de las nubes descendido,
    Ni la mugiente voz del ronco trueno;
    Antes ardiendo su ánimo invencible
    En vivo anhelo de romper las puertas
    Del alcázar cerrado de Natura,
    Con gigantesco paso veloz corre
    Más allá de los muros inflamados
    Del mundo; con su mente soberana
    Cruzó la inmensidad, y victorioso
    Supo el misterio al fin de la existencia,
    Cómo pueden nacer todos los seres,
    Cómo su esencia a su poder limita.
    Él vio a sus plantas el error hollado.
    ¡Nos iguala a los dioses la victoria!



    Mas temo, caro Menunio, que me acuses
    Porque de la impiedad trazo el camino;
    Tal vez recelarás que al crimen lleve
    La afirmación valiente de Epicuro.
    Por el contrario, religión mentida
    ¡A cuánto de maldad abrió la puerta!
    Recuerda cuando en Áulide tiñeron
    De Diana el ara en sangre de Ifigenia
    Los reyes de los griegos conjurados,
    La flor de los guerreros de la Acaya.
    Cuando ceñidos con nupciales vendas,
    Que por ambas mejillas descendían,
    De la virgen hermosa, los cabellos,
    Triste a su padre vio junto a las aras,
    Vio al sacrificador que el hierro esconde
    Y al pueblo en tomo, en lágrimas bañado.
    De espanto muda, la rodilla en tierra
    Cual suplicante, ¿para qué sirviola
    Al rey de reyes dar nombre de padre?
    Por varoniles manos arrastrada
    Trémula al ara fue, no cual debiera
    En la sagrada pompa de Himeneo,
    Sino doncella, en el feliz instante
    En que iba Amor a desatar su zona,
    Fue por su padre víctima inmolada
    Para a las naves dar viento propicio
    ¡Tanta maldad la religión persuade!



    Santander, II de enero de 1876.



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    MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912) - Página 3 Empty Re: MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912)

    Mensaje por Lluvia Abril 22.08.22 0:00

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).


    ESTUDIOS POÉTICOS DE MARCELINO MENENDEZ PELAYO
    Odas, epístolas y tragedias de
    D. Marcelino Menéndez y Pelayo






    Epitalamio de Julia y Manlio de Catulo


    Collis oh Heliconei
    Cultor, Uraniæ genus...



    Hijo sublime de la diva Urania,
    Habitador de la Heliconia cumbre,
    Tú que al esposo con eterno lazo
    Unes la virgen,



    Ciñe tus sienes con hermosas flores
    Del amaranto y oloroso mirto;
    Cálzate el zueco, y tu semblante cubra
    Flámeo sagrado.



    Mira propicio nuestra alegre fiesta,
    Suene tu lira los nupciales himnos,
    Pulsa la tierra y con la mano agita
    Fúlgida tea.



    Une en buen hora al venturoso Manlio
    Con Julia, igual a la Ciprina Diosa,
    Cuando sin velo en los Idalios bosques
    Viérala el Frigio;



    Igual al mirto de floridas ramas
    Que en Asia nutren las agrestes ninfas,
    En él vertiendo sus undosas trenzas
    Tibio rocío.



    Deja, Himeneo, las Aonias grutas
    Deja de Tespia las alzadas rocas,
    Que baña en fresca y vagarosa linfa
    Sacra Aganipe.



    Y fausto guía a la nupcial morada
    Virgen que anhela el prometido esposo;
    Únase al joven, como a roble erguido
    Hiedra lozana.



    Las dulces ansias del amor primero,
    Castas doncellas, sentiréis un día;
    Decid ahora en jubiloso canto:
    «Io, Himeneo.»



    Para que oyendo repetir su nombre,
    Venga a la fiesta el sacrosanto numen
    Enlazador de conyugal ventura,
    Padre de amores.



    ¿Qué otra deidad en su ferviente ruego
    Puede invocar el más rendido amante?
    ¿Quién como tú de los celestes dioses,
    Io, Himeneo?



    A ti te invoca por sus hijos caros
    Padre que siente su cercana muerte;
    Por ti desata la vedada zona
    Tímida, virgen.



    Tú la doncella en tierna edad florida
    Del gremio arrancas de su madre triste;
    La das al joven que su amor desea,
    «Io, Himeneo.»



    Nunca sin ti la poderosa Venus
    Placer honesto a conceder alcanza.
    ¿Quién a ti sólo entre los dioses todos
    Puede igualarse?



    Tierra que no alce a tu deidad altares
    No dará jueces ni temidos reyes.
    ¿Quién a ti sólo entre los Dioses todos
    Puede igualarse?



    Nunca sin ti la soberana estirpe
    Crece y se extiende hasta la edad remota.
    ¿Quién a ti sólo entre los dioses todos
    Puede igualarse?



    Abran las puertas sus pesadas hojas...
    Llega la virgen... Las antorchas sacras
    Llama despiden rutilante y pura...
    Reina la noche.



    Guíe el pudor tu vacilante paso;
    Tímida llora, al traspasar la puerta;
    Ven, nueva esposa, que su velo tiende
    Noche sagrada.



    No empañe el llanto tus hermosos ojos;
    ¡Que nunca vea de Hiperión el hijo
    Mujer más bella en su triunfal carrera
    Hacia el Ocaso!



    Tal el jacinto entre las flores brilla
    De rico dueño en el jardín ameno:
    Ven, desposada, que la sacra noche
    Tiende su manto.



    Ven, desposada, nuestras voces oye,
    Mira agitarse las nupciales teas;
    Ven, desposada, que la sacra noche
    Tiende su manto.



    Nunca al esposo de tu dulce gremio
    Amor separe de mujer extraña,
    Antes cual tronco que la vid estrecha,
    Busque tus brazos.



    Alzad, mancebos, fúlgidas antorchas;
    Ved cuál conducen los nupciales flámeos
    Y de Himeneo en acordadas voces
    Resuene el canto.



    Y de Fescennia los alegres versos
    La fiesta animan con punzante risa;
    Corren veloces a coger las nueces
    Tiernos muchachos.
    .........................
    Mira, doncella, la marmórea casa,
    Feliz morada de tu esposo augusto;
    Tuya ha de ser hasta la edad postrera;
    «Io, Himeneo.»



    Hasta que traiga el vagaroso tiempo
    Cana vejez que lo consume todo,
    Gloria destruye y hermosura borra,
    «Io, Himeneo.»



    Con buen agüero los umbrales pasa,
    Tierna doncella de los pies ligeros,
    Y, al acercarte, sus pesadas hojas
    Abran las puertas.



    ¡Cuál te contempla con mirada amante
    Tu noble esposo desde el tirio lecho!
    «Io, Himeneo», pronunciamos todos,
    «Io, Himeneo.»



    Él se consume con la misma llama
    Que a ti te abrasa; pretextado joven,
    Toma del brazo a ruborosa virgen,
    «Io, Himeneo.»



    Y las matronas por la edad augustas,
    Las univiras, del pudor dechado,
    Coloquen luego en el preciado tálamo
    Tímida esposa.



    Ven, oh mancebo; ya en tu lecho yace
    Tierna consorte cual las flores bella;
    No se le igualan azucena blanca,
    Roja amapola.



    Mas no le cede en varonil belleza
    Manlio, tan grato a la ciprina Venus;
    Ella le ayude, pues su llama honesta
    Nunca ocultara.



    ¿Quién contar puede los amantes besos?
    Más bien del circo las arenas cuente,
    Cuente los astros que el nocturno manto
    Bordan errantes.



    No se interrumpan vuestros dulces juegos;
    Nunca tan alta y generosa estirpe
    Quede sin hijos; vuestro nombre ensalce
    Clara progenie.



    Y algún Torcuato pequeñuelo tienda
    Los tiernos brazos a su padre amado;
    Con dulce risa y entreabierta boca
    Bese a su madre.



    Al ver su rostro majestuoso, altivo,
    Hijo es de Manlio, clamarán cien voces,
    Hijo es de Julia, que el pudor materno
    Brilla en sus ojos.



    Y por la fama de su madre casta
    Será ensalzado su glorioso nombre,
    Cual por la suya el Itacense claro,
    Hijo de Ulises.



    Vírgenes cierren las bronceadas puertas,
    Harto jugamos; jóvenes esposos,
    Felices sed, de vuestro amor gozando
    Mutuas caricias.



    Santander, 2 de julio de 1875.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez 22.08.22 0:04

    Dominio absoluto del verso y la mitologia. Todo un MAESTRO CLÁSICO al que hay que leer. Gracias, Lluvia.


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    Mensaje por Lluvia Abril 23.08.22 0:01

    Seguimos, jefe.
    Gracias, Pascual


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    Mensaje por Lluvia Abril 23.08.22 0:03

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).


    ESTUDIOS POÉTICOS DE MARCELINO MENENDEZ PELAYO
    Odas, epístolas y tragedias de
    D. Marcelino Menéndez y Pelayo



    De Catulo al sepulcro de su hermano
    Multas per gentes et multa per æquora vectus




    Por muchas tierras y diversos mares
    A merced de los vientos conducido,
    Vengo, oh hermano, a tu sepulcro triste
    A darte de la muerte el don postrero
    Y hablar en vano a tu ceniza fría.
    Cruda la suerte te arrancó a mi lado,
    Míseramente arrebatado fuiste.
    Hora recibe por antiguo rito,
    Que los amados padres nos legaron,
    Dolorosas ofrendas funerales
    Bañadas con el llanto de mis ojos,
    Y adiós por siempre, dulce hermano, queda.


    Santander, 3 de julio de 1875.





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    Mensaje por Lluvia Abril 23.08.22 0:04

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).


    ESTUDIOS POÉTICOS DE MARCELINO MENENDEZ PELAYO
    Odas, epístolas y tragedias de
    D. Marcelino Menéndez y Pelayo




    Canto secular de Horacio
    Phoebe, sylvarumque potens Diana...



    ¡Oh siempre honrados y honorandos, Febo,
    Y tú, Diana, que en los bosques reinas,
    Lumbres del cielo, en estos sacros días
    Gratos oídnos!



    Hoy que, al mandato sibilino, ensalzan
    Vírgenes castas y selectos niños
    A las deidades que los siete montes
    Miran propicias.



    ¡Sol que conduces en fulgente carro,
    Vario y el mismo, sin cesar, el día,
    Nada mayor que la romana gloria
    Miren tus ojos!



    ¡A las matronas en el parto agudo,
    Ilitia diestra, con amor protege,
    El nombre ya de Genital prefieras,
    Ya el de Lucina!



    Su prole aumenta, y el decreto afirma
    Que a la doncella y al varón enlaza,
    Y haz que germine de la ley fecunda
    Nueva progenie.



    Para que tornen, fenecido el siglo,
    Alegres juegos y festivos cantos,
    Por veces tres en la callada noche,
    Tres en el día
    Vosotras, Parcas, que en feliz augurio
    Nunciáis al mundo los estables hados,
    juntad propicias a los ya adquiridos,
    Bienes mayores.



    Rica la Tierra de ganado y frutos
    A Ceres orne de preñada espiga;
    Nutran las crías transparentes aguas,
    Auras süaves.88




    Piadoso atiende a los orantes niños;
    Oculta, Apolo, en el carcaj la flecha;
    De las doncellas el clamor escucha,
    Reina bicorne.



    Si es obra vuestra la potente Roma,
    Si por vosotros se salvó el Troyano
    Para fundar en la ribera etrusca
    Nuevas ciudades;



    Si entre las ruinas del Ilión ardido,
    Sobreviviendo a la asolada patria,
    De nueva gloria señalara Eneas
    Libre camino;



    Al dócil joven conceded virtudes,
    Dad al anciano plácido sosiego,
    Gloria y honor a la Romúlea gente,
    Prole y riquezas.



    Y el que cien bueyes os inmola blancos,
    Claro de Anquises y de Venus nieto,
    Clemente rija y poderoso el mundo
    Antes domado.



    En mar y tierras su poder extiende,
    El Medo tiembla a la segur Albana,
    Y paz el indio domeñado pide,
    Paz el Escita:



    Que fe y honor y castidad retornan
    Y la virtud, que de la tierra huyera,
    Y la abundancia que del cuerno opimo
    Bienes derrama.



    Si Febo augur, el de sonante aljaba,
    Gloria y amor de las Camenas nueve,
    El que con arte saludable cura
    Larga dolencia,



    Mira propicio el Palatino alcázar,
    Dilate el linde del poder romano,
    Y en nuevos lustros la inmortal acrezca
    Gloria latina.



    Oiga los ruegos de varones quince
    La casta Diana que en Algido mora,
    Y de los niños a los cantos preste
    Fácil oído.



    Esto esperamos que el Saturnio otorgue
    Y que confirmen los celestes dioses;
    Tornad a casa los que ya entonasteis
    Himno sagrado.



    Santander, mayo de 1876.




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    Mensaje por Lluvia Abril 23.08.22 0:05

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).


    ESTUDIOS POÉTICOS DE MARCELINO MENENDEZ PELAYO
    Odas, epístolas y tragedias de
    D. Marcelino Menéndez y Pelayo



    Oda XII del libro I de Horacio

    Quem virum aut heroa



    ¿A qué varón ensalzará tu lira?
    ¿A qué deidad tu cítara dorada,
    Para que el eco de su nombre suene,
    Musa divina,



    O de Helicón en los umbrosos bosques,
    O sobre el Pindo y en el Hemo frío,
    Donde las selvas a la voz de Orfeo
    Raudas giraron?



    Él con el arte de su madre para
    Rápidos ríos, voladores vientos,
    Y enajenadas tras sus dulces sones
    Van las encinas.



    ¿A quién primero celebrar que al Padre,
    De hombres y dioses al monarca augusto,
    Que cielo y tierra y las fugaces horas
    Próvido rige?



    Nada al Tonante en dignidad excede,
    Nada se iguala a su divina alteza,
    Tras él obtiene la guerrera Palas
    Nuevos honores.



    Ni a Baco olvido en las batallas fuerte,
    Ni a ti, doncella pavorosa a fieras,
    Ni a ti temible por certero dardo,
    Claro Timbreo.



    Diré de Alcides y los dos insignes,
    Uno en la lid, en la carrera el otro,
    Que, blanca estrella, al navegante guían,
    Hijos de Leda.



    Así que brilla su divina lumbre,
    Fluyen la rocas agitada espuma,
    Huyen las nubes y los vientos callan,
    Callan las ondas.



    ¿Diré tras esto al fundador Quirino,
    La paz de Numa, las Tarquinias fasces
    O de Catón el de Útica la noble
    Muerte gloriosa?



    Nombre en su canto la guerrera musa
    A Escauro fiero, a Régulo constante,
    Pródigo a Paulo de su heroica vida,
    Fuerte a Fabricio.



    Nombre a Camilo y al intonso Curio,
    Rayo en la lid, que en áspera pobreza,
    Campos humildes y paternos lares
    Sólo habitaron.



    Como árbol sube que callado crece
    Marcelo en fama, y el planeta Julio
    Brilla, cual suele entre menores lumbres
    Cándida luna.



    Padre y custodio de la humana gente,
    Jove Saturnio, a quien velar por César
    Dieron los hados: las alturas rige,
    Rija él la tierra.



    O ya conduzca domeñado en triunfo
    Al Parto siempre amenazante al Lacio,
    O ya subyugue en el extremo Oriente
    Indios y Seras,



    A ti inferior dominará la tierra;
    Tú en grave carro estremeciendo a Olimpo,
    Abrasarás con enemigos rayos
    Bosques impuros.



    Santander, 25 de julio de 1875.






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    Mensaje por Lluvia Abril 23.08.22 0:07

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).


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    Odas, epístolas y tragedias de
    D. Marcelino Menéndez y Pelayo




    Oda V del Libro I de Horacio

    Quis multa gracilis...



    ¿Qué tierno niño entre purpúreas rosas,
    Bañado en oloroso ungüento,
    Te estrecha, Pirra, en regalada gruta,
    Cabe su seno?



    ¿Por quién sencilla y a la par graciosa
    Enlazas las flexibles trenzas?
    ¡Ay cuando llore tu mudanza el triste,
    Y tu inclemencia!



    Mar agitado por los negros vientos
    Serás al confiado amante,
    Que siempre alegre y amorosa siempre
    Piensa encontrarte.



    ¡Mísero aquel a quien propicia mires!
    Yo libre de tormenta brava
    Al Dios del mar ya suspendí en ofrenda
    Veste mojada.



    Santander, 9 de julio de 1875.




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    Mensaje por Lluvia Abril 23.08.22 0:08

    Menéndez Pelayo, Marcelino
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    D. Marcelino Menéndez y Pelayo



    Elegía I del Libro I de Tibulo


    Divitias alius fulvo sibi congerat auro
    Et teneat culti jugera multa soli.





    Otro tenga opulento plata y oro,
    Yugadas mil de cultivado suelo,
    Y sin cesar aquéjele el recelo
    De enemigo que anhela su tesoro;



    Su sueño ahuyente la guerrera trompa,
    Pase mi vida sin laurel ni fama,
    Arda siempre en mi hogar tranquila llama,
    Lejos de mí la lid, lejos la pompa.



    No deje la esperanza mis umbrales,
    Mas compense del año la fatiga
    En vino ardiente y en preñada espiga,
    Y proteja mis tiernos recentales.



    A las plantas daré sabroso riego,
    Frutales plantará mi diestra mano,
    De alegres vides ornarase el llano,
    Fértil la tierra escuchará mi ruego.



    Veloz aguijaré los tardos bueyes,
    Y si el balido de la oveja suena,
    O el cabritillo por su madre pena,
    Los llevaré en mis hombros a sus greyes.



    En la estación de frutos precursora
    Lustro aquí religioso mis pastores,
    Y baño en leche y entretejo en flores
    El ara de la Diosa labradora.



    Pues en el rudo tronco la venero,
    Y humilde imploro su favor divino
    En la vetusta piedra del camino
    Que marca de dos tierras el lindero.



    De espigas, Ceres, tejeré corona
    Que de tu templo ante los postes penda,
    Y al Dios agricultor haré la ofrenda
    De cuanto fruto el año nos endona.



    Y en los huertos pomíferos, inmundo,
    La diestra armada de segur tajante,
    Príapo ahuyentará la grey volante,
    Con forma obscena y rostro rubicundo.



    Y a vosotros, oh dioses familiares
    Que protegéis mi hacienda todavía,
    Hoy tan menguada si opulenta un día,
    Dones ofreceré, rústicos Lares.



    Propicios aceptad, númenes, todo,
    Aunque de pobre mesa en frágil vaso
    Que labrador antiguo, de arte escaso,
    Fabricó para sí de tenue lodo,



    ¡Oh ladrones, oh lobos carniceros,
    Os ruego perdonéis a mi ganado;
    Otro redil os dé botín colmado,
    Buscad para la presa otros senderos!



    No ansío de mis padres la riqueza,
    Ni la opulenta troj de mis abuelos;
    Pobre mies satisface mis anhelos.
    Descanse en pobre lecho mi cabeza.



    Me es dulce oír el Aquilón sonante
    Y a mi amada estrechar, mientras él ruge,
    Cuando a su embate poderoso cruje
    Mi combatido techo vacilante...



    Y cuando lance el Austro sus corrientes
    Y desborde los cauces espumosos,
    Arrullarán mi sueño cadenciosos
    De la perenne lluvia los torrentes.



    Si reina acaso la inclemencia estiva,
    Del fiero Can el hálito abrasado
    Esquivaré, a la sombra recostado,
    Por do murmura el agua fugitiva.



    ¡Antes perezcan esmeraldas y oro,
    Que suspire por mí mi triste amante,
    Cuando me entregue al piélago inconstante,
    Ni sus mejillas humedezca el lloro!



    A ti, oh Mesala, bélica prudencia
    Pertenece mostrar por tierra y mares,
    En despojo trayendo a tus hogares
    De cien vencidos pueblos la opulencia.



    Mas yo cautivo en tus hermosos ojos,
    Oh Delia, estoy, y ante tu puerta dura
    Alegre me consumo en vida oscura
    Por solo un beso de tus labios rojos.



    Y cuando llegue a mí la hora postrera
    Véate yo postrada ante mi lecho,
    Con lamento que hiera el alto techo,
    Derramar una lágrima sincera.



    Y llamando a los dioses, aunque en vano,
    Cuando se extinga mi postrer aliento,
    ¡Que pueda yo en el último momento
    Asirme a ti con moribunda mano!



    Tú llorarás sobre la alzada pira,
    Triste beso a las lágrimas mezclando;
    Que no es de pedernal tu pecho blando,
    Ni tus entrañas como férrea vira.



    No importunes mi sombra; el dolor pasa;
    No maltrates, oh Delia, el rostro bello,
    No te meses el nítido cabello,
    No oscurezcas la lumbre que me abrasa.



    Hoy puedo suspirar por tu belleza,
    Hoy te amaré, pues lo consiente el hado;
    Ya vendrá la vejez con pie callado,
    Cubierta de tinieblas la cabeza.



    Aun brilla la estación de los amores,
    De alegres risas y lascivo fuego;
    Aun las puertas quebranto en blando juego;
    Estas mis guerras son y mis dolores.



    Lejos de mí clarines y banderas,
    Gloria buscad, grandezas y tesoro;
    Despreciador de la pobreza y oro,
    Yo viviré contento con mis eras.



    Santander, 9 de enero de 1874.




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    Mensaje por Lluvia Abril 23.08.22 0:11

    Menéndez Pelayo, Marcelino
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    Elegía de Ovidio a la muerte de Tibulo

    Memnona si mater, mater ploravit Achillen






    Si a su hijo Memnón lloró la Aurora,
    Si Tetis lloró a Aquiles esforzado,
    Si llega el crudo revolver del hado
    A la Deidad que en el Olimpo mora;



    ¡Oh Musa de la flébil elegía!
    Laméntate en endecha lastimera,
    Destrenza sin primor tu cabellera;
    ¡Bien mereces tu nombre en este día!



    Arde cadáver en alzada pira
    Aquel de tu deidad honor y gloria,
    Y la hija inmortal de la Memoria
    Tierna como él y lánguida suspira.



    El rapaz de la madre Citerea
    Rompe triste la aljaba y pasadores,
    Y, extinguida la luz de los amores,
    Lleva en la diestra la apagada tea.



    Con las manos lastima el rostro bello,
    Hiere su pecho en desconsuelo tanto,
    Recoge los raudales de su llanto,
    Suelto sobre los hombros su cabello.



    Tal dicen que salió de tus umbrales,
    Oh Julo Ascanio, en el solemne día
    En que el cadáver de tu padre ardía
    Con sacra pompa y regios funerales.



    Y no menos sintió bella Afrodita
    De su cantor la miseranda suerte,
    Que cuando vio que daba cruda muerte
    A su Adonis gentil fiera maldita.



    Al gran poeta la Deidad le llora,
    Él es sagrado entre la humana gente,
    Arde fuego del cielo en nuestra mente,
    Dicen que un dios en nuestro pecho mora.



    ¿Y no respeta ese divino aliento
    Tu profana segur, muerte importuna?
    Vida fea y mísera fortuna
    Pasan cual sombras que arrebata el viento.



    Del Ísmaro el cantor, el que las fieras
    Con su voz amansaba peregrina,
    Aunque de estirpe descendió divina,
    No detuvo las horas pasajeras.



    El Dios autor de la celeste lumbre
    Su muerte lamentó con triste canto,
    Y por él derramó copioso llanto
    Diva Caliope en la Parnasia cumbre.



    Aquel hijo de Esmirna, cuya boca
    Fue manantial de versos inmortales,
    Que en cristalinos, plácidos raudales,
    Bañan el Pindo y la Pieria roca,



    También al cabo descendió al Averno
    Y vio los antros de la noche oscura;
    Pero su gloria para siempre dura,
    Y vive Homero en su cantar eterno.



    Por él Aquiles en su carro vuela,
    Fiero terror de la troyana gente,
    Por él la casta esposa tristemente
    Vuelve a tejer la destejida tela.



    Así vivirá el canto lastimero
    Que expresó de Tibulo los dolores,
    De Némesis y Delia los ardores,
    Una el primer amor, otra el postrero.



    ¿Detuvisteis la muerte presurosa
    Con vuestros sacrificios religiosos,
    Con agitar los sistros sonorosos,
    Con puro lecho y lustración piadosa?



    ¡Ah! cuando hiere la guadaña cruda
    Al varón justo, al virtuoso, al sabio,
    ¡Oh Dioses, perdonad mi torpe labio!,
    De vuestro ser mi entendimiento duda.



    Piadoso vive, morirás piadoso;
    Con ofrendas adorna los altares;
    En breve dejarás tus dioses Lares
    Para sumirte en el sepulcro odioso.



    Si en la belleza de tu canto fías
    Que ha de salvarte de la tumba helada,
    Mira a Tibulo en la postrer morada,
    En urna breve sus cenizas frías.



    ¡Oh celestial cantor! ¿La llama fiera
    Tu pecho consumió, de amores nido?
    ¿Cebarse en tus entrañas ha podido?
    ¿Ardió tu cuerpo en funeral hoguera?



    ¿Y tal maldad los dioses consintieron
    En cuyas aras el incienso humea?
    ¿Por qué no abrasa vengadora tea
    Los áureos templos que la infamia vieron?



    Los ojos apartó madre Ericina,
    La que habita de Pafos en la altura,
    Cubrió su rostro palidez oscura,
    Y derramó una lágrima divina.



    Y aun fuiste más feliz que si la muerte
    De Feacia en los campos te alcanzara
    Y en urna vil tu polvo descansara:
    Fuete propicia al fin la adversa suerte.



    Al menos hoy en tu postrer partida
    Los ojos te cerró madre amorosa
    Y tu ceniza recogió piadosa;
    ¡Triste recuerdo de tu amarga vida!



    Y suelta la flotante cabellera,
    Tu hermana lamentó tu muerte triste,
    Y al lado de tu madre siempre asiste,
    En su dolor y llanto compañera.



    Con sus besos los suyos han unido
    Tu Némesis, tu Delia juntamente;
    De entrambas se escuchaba el son doliente,
    Mientras era tu cuerpo consumido.



    Así al partir tu Delia suspiraba,
    Dejando con pesar la extinta hoguera:
    «¡Felice yo, que tus amores era!
    ¡Felice fuiste mientras yo te amaba!»



    «¡Ah! no acrecientes mi dolor tirano,
    Némesis dijo al escuchar su acento,
    Yo recogí su postrimer aliento,
    Él me estrechó con moribunda mano.»



    Si somos más que sombra fugitiva,
    Si un resto acaso de existencia dura,
    De los Elíseos bosques la espesura
    En su seno tu espíritu reciba.



    Allí de lauro y hiedra coronado,
    Con Calvo vagarás, dulce Tibulo;
    Allí resuena el canto de Catulo
    Por las helenas Musas arrullado.



    Galo camina con erguida frente,
    Pálido aún por la reciente herida;
    Con propia sangre rescató su vida,
    De crímenes horrendos inocente.



    Tal morada tu espíritu posea,
    Pues fuiste de las Piérides amado,
    ¡Duerma en la urna el polvo sosegado;
    Leve la tierra a tu ceniza sea!



    Santander, 18 de marzo de 1875.



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    Mensaje por Lluvia Abril 23.08.22 23:08

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).


    ESTUDIOS POÉTICOS DE MARCELINO MENENDEZ PELAYO
    Odas, epístolas y tragedias de
    D. Marcelino Menéndez y Pelayo




    Fragmento del poema de Petronio De Mutatione Reipublicae Romanae

    Orbem jam totum victor Romanus habebat


    Ya el orbe todo ante sus pies rendido,
    Tierras y mares, el Romano viera;
    Y aún no saciada su ambición, las olas
    Peso oprimía de guerreras quillas;
    Si alguna tierra en su escondido seno
    Oro encerraba, con inicua guerra
    Se extraía el metal de sus entrañas;
    Ya no agradaban los vulgares goces
    Ni los deleites que la plebe anhela;
    Asiria rinde sus preciadas conchas,
    Y sus perfumes la feliz Arabia,
    Sérica lanas, mármoles Numidia;
    Tiñe el blanco vellón de las ovejas
    Rojo color de púrpura de Tiro.
    ¡Fuentes de guerra, destrucción y llanto!...
    El elefante de preciosos dientes
    Es perseguido en la africana selva
    Hasta el árido Ammón, de Libia extremo.
    Vienen los tigres en dorada jaula
    Sangre humana a beber, entre el aplauso
    De ronca multitud que el circo llena...
    Mesas de cedro, de África traídas,
    Servil rebaño, púrpura esplendente
    Del suntuoso festín la pompa aumentan.
    Trae al banquete la ingeniosa gula
    Vivo el escaro en agua de Sicilia,
    La leve concha de Lucrinia playa;
    Y ya sin aves la remota Fasis
    En su triste ribera sólo escucha
    Gemir el viento en las desiertas hojas...
    Venden sus votos en el campo Marcio
    Los Quirites; venal es el Senado
    Venal el pueblo, mercaderes todos;
    Por precio vil se otorgan los favores,
    Y la virtud ni en los ancianos queda;
    La augusta majestad se rinde al oro;
    Es Roma de sí propia mercancía;
    Ni un brazo se ha de alzar en su defensa;
    Es presa vil de quien primero llegue...
    Soñolienta, en el ocio sumergida,
    ¡Quién podrá levantarla de su cieno,
    Sino el furor y la espantosa guerra
    Y con el hierro la ambición armada!



    Santander, agosto de 1875.


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    Mensaje por Lluvia Abril 23.08.22 23:10

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).


    ESTUDIOS POÉTICOS DE MARCELINO MENENDEZ PELAYO
    Odas, epístolas y tragedias de
    D. Marcelino Menéndez y Pelayo




    Himno de Prudencio en loor de los mártires de Zaragoza

    Bis novem noster populus sub uno






    De diez y ocho las cenizas guarda
    Mártires sacros, en la misma urna
    Fiel nuestro pueblo: a Zaragoza asiste
    Gloria tan alta.



    De ángeles llena la ciudad augusta,
    No, frágil mundo, tu ruina teme,
    Pues tantos dones que ofrecer a Cristo
    Lleva en su seno.



    Cuando el Señor, sobre candente nube,
    Descienda, y vibre la fulmínea diestra,
    Y justo pese con igual balanza
    Todas las gentes,



    Delante el Cristo, la cabeza erguida,
    Prestas del orbe las ciudades todas
    Irán llevando en azafates de oro
    Ricos presentes.



    La África tierra mostrará tus huesos,
    Doctor Cipriano, de facundo labio,
    Y a Acisclo, a Zóel y sus tres coronas
    Córdoba magna.



    Madre de santos, Tarragona pía,
    Triple diadema ofrecerás a Cristo,
    Triple diadema que en sutiles lazos
    Liga Fructuoso.



    Cual áureo cerco rutilantes piedras,
    Ciñe su nombre al de los dos hermanos;
    De entrambos arde en esplendor iguales
    Fúlgida llama.



    Los santos miembros del invicto Félix
    Pequeña y rica ostentará Gerona;
    Los dos guerreros Calahorra, nuestra
    Patria querida.



    Con Cucufate se alzará Barcino,
    Y con su Paulo la feraz Narbona,
    Con tus cenizas la potente Arelas,
    Divo Genesio.



    Virgen Eulalia, tus reliquias lleve
    En don a Cristo y hasta el ara misma,
    De Lusitania la ciudad cabeza,
    Mérida insigne.



    Doble tributo, duplicada ofrenda
    Lleve en sus manos la feliz Compluto:
    De Justo y Pástor la inocente sangre,
    Cándidos miembros.



    Tánger, sepulcro de Masilios reyes,
    No la ceniza de Casiano olvide
    Que el suave impuso a los domados pueblos
    Yugo de Cristo.



    Pocas ciudades mostrarán un mártir,
    Con dos o tres agradarán algunas,
    Tal vez con cinco ofrecerán a Cristo
    Prenda de alianza.



    Diez y ocho tú presentarás, Augusta,
    Ciudad dichosa, del Señor amada,
    Cinta la sien de ensangrentada oliva,
    Signo de paces.



    Tú sola al paso del Señor pusiste
    Mártires sacros en legión inmensa,
    Sola tú rica, de piedad espejo,
    Rica en virtudes.



    No te igualaron en tesoro tanto
    Cartago, madre del guerrero peno,
    Ni Roma misma que el excelso ocupa
    Solio del mundo.



    La limpia sangre que bañó tus puertas
    Por siempre excluye a la infernal cohorte;
    Purificada la ciudad, disipa
    Densas tinieblas.



    Nunca las sombras tu recinto cubren,
    Huye de ti la asoladora peste,
    Y Cristo mora en tus abiertas plazas,
    Cristo doquiera.



    De aquí ceñido con la nívea estola,
    Emblema noble de togada gente,
    Tendió su vuelo a la región empírea
    Coro triunfante.



    Aquí, Vicente, tu laurel florece;
    Aquí, rigiendo al animoso clero,
    De los Valerios la mitrada estirpe
    Sube a la gloria.



    ¡Oh, cuántas veces la borrasca antigua,
    En torbellino estremeciendo el orbe,
    De este almo templo quebrantó en los muros
    Su hórrida saña!



    Mas de teñirse la gentil espada
    Ni un punto en sangre de los nuestros cesa:
    A cada golpe del granizo brotan
    Mártires nuevos.



    ¿Tú no teñiste con purpúreas gotas,
    Claro Vicente, el augustano suelo
    Como preludio de la no distante
    Muerte gloriosa?



    Así del Ebro la ciudad te honora
    Cual si su césped te cubriera amigo,
    Cual si guardara tus benditos huesos
    Tumba paterna.



    Nuestro es Vicente, aunque en ciudad ignota
    Logró vencer y conquistar la palma;
    Tal vez el muro de la gran Sagunto
    Vio su martirio.



    De Zaragoza en el estadio ungido
    De fe y virtudes con el óleo santo,
    Para domar al enemigo horrendo
    Fuerzas obtuvo.



    Vio en esta Iglesia las diez y ocho palmas,
    Los patrios timbres su heroísmo encienden,
    Y ardiendo en sed de acrecentarlos vuela
    Presto al combate.



    Aquí los huesos de la casta Engracia
    Son venerados: la violenta virgen
    Que holló resuelta las del vano mundo
    Pompas falaces.



    Mártir ninguno en nuestro suelo mora,
    Cuando ha alcanzado su glorioso triunfo;
    Sola tú, virgen, nuestra tierra habitas,
    Vences la muerte.



    Vives y aun puedes referir tus penas,
    Palpando el hueco de arrancada carne;
    Los negros surcos de la atroz herida
    Puedes mostrarnos.



    ¡Qué impio sayón te desgarró el costado,
    Vertió tu sangre, laceró tus miembros!
    Partido un pecho, el corazón desnudo
    Viose patente.



    ¡Mayor tormento que la muerte misma!
    Cura la muerte los dolores graves
    Y al fin otorga a los cansados miembros
    Sumo reposo.



    Mas tú conservas cicatriz horrible,
    Hinchó tus venas dolorosa llama
    Y tus medulas pertinaz gangrena
    Sorda roía.



    Aunque el acero del verdugo impío
    El don te niega de anhelada muerte,
    Ceñir lograste, cual si no vivieras,
    Mártir, la palma.



    De tus entrañas una parte vimos
    Arrebatada por agudos garfios;
    Murió una parte de tu propio cuerpo,
    Siendo tú viva.



    Título nuevo de perenne gloria
    Nunca otorgado, concediole Cristo
    A Zaragoza; de una mártir viva
    La hizo morada.



    Alza tu frente, esclarecido pueblo,
    Rico en Optato y en Lupercio rico;
    De los diez y ocho a tu senado ilustre
    Salmos entona.



    Canta a Succeso y a Marcial celebra,
    Canta la muerte del feliz Urbano,
    De Quintio y Julio el venerado nombre
    Suene en tus himnos.



    Repita el coro de Frontón la gloria,
    Del animoso Ceciliano el triunfo
    Y la preciosa de Egüencio y Félix
    Sangre vertida.



    Ni a Publio olvide ni a Apodemo claro,
    Ni a Primitivo en el silencio deje,
    Ni a aquellos cuatro que nombrar esquiva
    Sáfico metro.



    La edad antigua Saturninos llama
    A estos varones, y mi amor los nombra;
    No es el cantar a los de Dios electos
    Vano ejercicio.



    Grande es el arte que en sus cantos sepa
    Los áureos nombres engarzar de aquéllos;
    Cristo los sabe y los conserva escritos
    Libro celeste.



    Serán leídos en tremendo día
    Cuando tu ángel los diez y ocho ofrezca
    Que por derecho de martirio y tumba
    Rigen tu pueblo.



    Y ha de añadir al número primero
    La casta virgen tras tormentos viva,
    Muerto a Vicente, pues su gloria es nuestra,
    Nuestra su sangre.



    Y ha de mostrar a Cayo y a Cremencio
    Saliendo ilesos del cruel certamen,
    Llevando en signo de menor victoria
    Palma incruenta.



    La fe de Cristo confesaron ambos,
    Ambos lucharon con viril denuedo,
    Ambos gustaron, aunque levemente,
    Gloria y martirio.



    De nuestras culpas el perdón implora
    Esta legión bajo el altar guardada
    En Zaragoza, de tamaños héroes
    Ínclita madre.



    Dejad que bañe con piadoso llanto
    Mármol que cubre la esperanza nuestra
    Para romper las ligaduras fuertes
    De mis pecados.



    Póstrate humilde, generoso pueblo,
    Y, acompañando la festiva pompa,
    Sigue después las resurgentes almas,
    Sigue los miembros.



    Santander, 15 de agosto de 1875.



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    MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912) - Página 3 Empty Re: MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912)

    Mensaje por Lluvia Abril 23.08.22 23:11

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).


    ESTUDIOS POÉTICOS DE MARCELINO MENENDEZ PELAYO
    Odas, epístolas y tragedias de
    D. Marcelino Menéndez y Pelayo



    Cintra
    Poema latino de Luisa Sigea, toledana


    Est locus occiduas ubi sol æstivus ad oras...






    Guardan un sitio las hesperias playas
    Do, en ebúrnea carroza conducido,
    Cuando vence la noche al claro día,
    Su radiante corona el sol estivo
    Desciñe, y los corceles fatigados
    Baña del ponto en los cristales fríos.
    Un valle, do murmuran frescas aguas,
    Cercan peñascos hasta el cielo erguidos,
    El mar dominan y tocar parecen
    La etérea cumbre tres enhiestos picos.
    Y si no orlaran su cabeza nubes,
    Dijérase que en ellos sostenido,
    Como en pilares de diamante inmobles,
    Del cielo estriba el eternal zafiro.
    Moran allí los Faunos saltadores,
    Y el antro de las fieras escondido
    Penetra el cazador, de astucia armado,
    Que hiere con la madre al cachorrillo.
    Sus verdes hojas desplegando el roble
    De la intrincada selva en el recinto,
    Sombra y morada placentera ofrece
    A Silvanos y Sátiros lascivos.
    El haya crece allí, crece la encina,
    Y el álamo de Alcides escogido,
    Y el peral, el cerezo y el castaño
    Con las flexibles ramas del corylo.
    Y otros dones innúmeros que al hombre
    Feliz para sustento ha concedido
    La bondad de los dioses inmortales,
    Míranse a breve espacio reducidos.
    Allí la rubia Ceres por su mano
    Enseña a cultivar el suelo opimo,
    Semillas lanza, y las alegres mieses
    Hace luego brotar del surco hendido.
    A la siniestra del florido valle
    Por do al Arctos el mundo está vecino,
    Alegres pastos a la grey balante
    Ofrece Pan en campos extendidos.
    La hespéride granada purpurea
    Del hondo valle en el recinto esquivo;
    Muestra el laurel sus hojas, que corona
    Tejen al luchador de premio digno.
    Encrespándose da sombra sagrada,
    Amado de Afrodita, el leve mirto;
    Hállanse al par de bien olientes flores
    De Cintra en el vergel frutos dulcísimos.
    Se oye el cantar de suave Filomela
    Y de la viuda tórtola el gemido,
    Y cuantas aves por el éter vagan
    Tienen en estos árboles sus nidos.
    Llenan la selva sus alegres cantos,
    Rosas produce el prado, violas, lirios,
    Y la menta aromosa y el romero,
    El tomillo, la nepta y el narciso.
    De yerba ornados, de verdor y flores
    Ríen doquier el prado y el ejido;
    Con flores entretejen sus coronas
    Las Dríadas, los Faunos fugitivos.
    Fúlgida rueda susurrante el agua
    Del rudo seno de peñón altivo
    A regar en corriente sosegada
    El valle melancólico y sombrío;
    Forma ancho estanque do las Ninfas bellas
    Bañan tal vez sus cuerpos peregrinos,
    Cuando la Aurora en su carroza esplende
    O cuando al cielo cubre manto umbrío.
    Regio alcázar elévase en la orilla
    Del lago limpidísimo y tranquilo,
    Y desde allí las cándidas doncellas
    Prado contemplan y jaral bravío.
    Desde allí sus delicias yo admiraba,
    En cada objeto el ánimo embebido,
    Al tiempo que la Aurora derramaba
    Por tierra y cielos su esplendor divino.
    Cuando el espejo líquido quebrando
    Brota gallarda Ninfa de improviso,
    En voz y aspecto semejante a diosa,
    Que con acento blando así me dijo:



    -«Salve, doncella de los dioses cara,
    ¿Qué miras, di, desde la torre erguida?
    ¿De tu princesa conocer el hado
    Quieres, Sigea?»



    Y respondila: -«Si los altos Dioses
    Cumplir quisieran lo que yo deseo,
    A mi señora en los sublimes astros
    Vieras alzada.



    Oh tú que en rostro, cabellera y ojos,
    En leve paso y en mullido seno,
    Diosa pareces que el lugar custodias,
    Cándida Ninfa,



    De cuya boca transparente manan
    De aqueste río las serenas ondas,
    Tú revelarme el celestial decreto
    Puedes acaso.



    Dime la suerte que a la virgen regia
    Guardan los hados en futuros días,
    Cuál la reserva el eternal destino
    Tálamo de oro.»



    Interrumpiome con rosado labio:
    -«Virgen, escucha, mi verdad no dudes;
    Poco ha Neptuno a las etéreas sedes
    Me ha conducido.



    En el alcázar del supremo Jove,
    La ambrosía y néctar en doradas copas
    Los inmortales, de fulgor ceñidos,
    Ledos gustaban.



    Ya retiradas las fragantes mesas,
    Por tu señora suplicaron todos,
    Para que a cuantas en virtudes vence
    Venza en imperio.



    Por la Princesa agradecidos ruegan
    Minerva docta y el canoro Febo
    Y Caliope, del Saturnio padre
    Prenda querida.



    A éstos amara la gentil doncella
    Que sabiamente penetró sus artes;
    Con aquel rostro que los cielos calma
    Jove repuso:



    -«Dioses, gozaos; inmutables yacen
    Los altos hados de la excelsa virgen;
    Si ve a otras manos empuñar el cetro,
    No desespere.



    Ya su lugar encontrará el destino;
    Con gran fatiga a la elevada cumbre
    Logra arribarse; no tolera el cielo
    Débiles dioses.



    Cual otras, fácil encontrara esposo,
    Mas el que a ella destinó la suerte
    Lugar ocupa en elevada cima,
    Lejos del vulgo.



    Feliz el orbe regirá domado,
    Cuando a él se enlace la gentil princesa,
    Y entrambos polos doblarán la frente
    A tu Señora.



    Vuela a anunciarle que tranquila pase
    Ya sin recelo sus alegres días,
    Y a repetirle el que de mí escuchaste
    Fiel vaticinio.



    No te acongojes, ni temor alguno
    Tal vez te impida predecir los hados,
    Que por su orden cuanto tú dijeres
    Ha de cumplirse.»



    -«El tiempo dime del augurio, Ninfa,»
    (Yo repliquela) y respondiome aquesto:
    «Justo es tu ruego; conocer el plazo
    Justo parece.



    Díjolo el padre, al terminar la fiesta:
    Antes que Febo en su perpetuo giro
    Raudo del Cancro al Agocero helado
    Pase dos veces,



    Ha de cumplirse el eternal decreto.
    Feliz entonces, pues sus votos logra;
    Llevar al ara la Princesa debe
    Sacros perfumes.»



    Dijo la Ninfa, y ocultose luego
    En rápido, argentado remolino,
    Surco trazando, al sumergirse, leve
    En las ondas del lago, antes tranquilo.
    Y yo que incierta por la infanta estaba,
    Sabedora por fin de su destino,
    juzgué que a revelarle, disfrazado,
    Mercurio descendiera del Olimpo.
    Hoy constante es mi fe; por tal augurio
    Al cielo entrambas manos hoy dirijo,
    Y si se cumple en mi Princesa el hado,
    Pienso obtener lugar casi divino.



    Santander, 27 de diciembre de 1875.





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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez 24.08.22 14:48


    ESTUDIOS POÉTICOS DE MARCELINO MENENDEZ PELAYO

    No puedo subrayar nada en concreto: GENIAL MAESTRÍA.


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    Mensaje por Lluvia Abril 25.08.22 0:02

    Gracias, Pascual, es cierto, es un trabajo excepcional.
    Seguimos pues.


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    Mensaje por Lluvia Abril 25.08.22 0:05

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).


    ESTUDIOS POÉTICOS DE MARCELINO MENENDEZ PELAYO
    Odas, epístolas y tragedias de
    D. Marcelino Menéndez y Pelayo



    Los sepulcros
    Poema italiano de Hugo Fóscolo a Hipólito Pindemonte


    Deorum manium iura sancta sunto.

    (XII Tablas)

    All'ombra de'cipressi e dentro l'urne...




    ¿Del ciprés a la sombra, en rica urna
    Bañada por el llanto, es menos duro
    El sueño de la muerte? Cuando yazga
    Yo de la tumba en el helado seno,
    Y no contemple más del sol la lumbre
    Dorar las mieses, fecundar la tierra,
    Y de yerbas cubrirla y de animales,
    Y cuando bellas, de ilusión henchidas,
    No pasen ya mis fugitivas horas,
    Ni, dulce amigo, tu cantar escuche
    Que en armonía lúgubre resuena;
    Ni en mi pecho el amor, ni arda en mi mente
    El puro aliento de las sacras Musas,
    ¿Bastará a consolarme yerto mármol
    Que mis huesos distinga entre infinitos
    Que en la tierra y el mar siembra la Muerte?



    Es verdad, Pindemonte, aun la Esperanza,
    última diosa, los sepulcros huye;
    Todo el olvido en su profunda noche
    Presto lo oculta, y sin cesar girando
    Una fuerza invencible lo arrebata,
    Y el hombre y sus sepulcros suntuosos
    Y sus últimos restos y sus nombres
    De la tierra y del cielo borra el Tiempo.
    ¿Mas no vive el mortal, cuando ya muda
    Es para él del mundo la armonía,
    Si puede alimentar dulces recuerdos
    En los pechos amantes? La celeste
    Correspondencia de amoroso afecto
    Don es a los humanos otorgado;
    Por él vivimos con el muerto amigo,
    Y él vive con nosotros; la piadosa
    Tierra que en su niñez le alimentaba
    Le ofrece en su regazo último asilo,
    Y sus cenizas de la lluvia impía
    Y del profano pie guarda y defiende;
    Su nombre escribe en mármol, y con flores
    De árbol amigo su sepulcro cubre,
    Sobre él tendiendo bienhechora sombra.



    Mas quien afectos no dejó en herencia
    Con triste rostro mirará las tumbas,
    Errar verá su espíritu desnudo
    Por las orillas de Aqueronte río,
    O levantarse en las augustas alas
    Del divino perdón, pero su polvo
    Deja a la ortiga del terrón desierto,
    Donde ni dama enamorada ruegue,
    Ni escuche el pasajero los suspiros
    Con que desde el sepulcro hablan los Manes.
    Nombre tan sólo aquellos muertos tienen
    Que con piadoso llanto son honrados.
    ¡Oh Talía! sin tumba el sacerdote
    Yace, que con amor, en pobre asilo,
    Te consagró un laurel, ciñó tus sienes
    Con preciada corona; tú aplaudías
    En dulce risa el cántico festivo,
    Punzante al Sardanápalo lombardo,
    Con el mugir dormido de sus bueyes,
    Que arando las campiñas del Tesino
    Ocio le dan, riquezas y abundancia.
    ¡Oh bella Musa! ¿dónde estás? No siento
    Pura ambrosía, indicio de tu numen,
    Entre las plantas do sentado lloro
    Por mi techo materno. Aquí venías
    Tu poeta a escuchar, bajo aquel tilo
    Que hoy gime y tiende sus dobladas hojas
    Porque no cubre, oh Diosa, del anciano
    La urna con la sombra de sus ramas.
    ¿Buscas tal vez en túmulos plebeyos
    El lugar do descansa la cabeza
    Sagrada de Parini? No en sus muros
    Sombra le puso, mármol ni inscripciones
    Milán, la de cantores enervados
    Engendradora; sus cenizas mancha
    Tal vez con torpe sangre el homicida
    Que purgó en el patíbulo su crimen;
    Acaso siente cuál sus huesos roe
    Abandonado can que triste aúlla
    Y hambriento escarba la olvidada fosa,
    Mientras nocturno buho vuelve al nido,
    Si la luna alumbró el fúnebre campo,
    Y en inmundos sollozos se lamenta
    Del pálido fulgor que los luceros
    Sobre la tumba abandonada vierten.
    ¡Oh sacra Musa! de la oscura Noche
    Por tu poeta la merced implora.
    ¡Ay del difunto que ni gloria humana
    Tras sí dejare ni amoroso llanto!
    Flores no nacerán sobre su losa.



    Cuando las nupcias, tribunales y aras
    Dulcificaron de la humana gente
    Las ásperas costumbres, y piadosas
    Tornáronlas, los vivos arrancaron
    Al aire vago, a las voraces fieras
    Los míseros despojos que Natura
    En raudo vuelo, en incesante giro,
    Nueva existencia a producir destina.
    Monumentos de gloria los sepulcros
    Fueron al par que venerandas aras.
    Allí los Lares responder solían,
    Del oráculo allí la voz oyose,
    Y fue temido el juramento horrible
    Sobre el paterno polvo pronunciado.
    Tal religión que con diversos ritos
    La virtud patria y la piedad unía,
    Fue por largas edades continuada.
    No siempre el pavimento recubrieron
    De los templos las losas sepulcrales,
    Ni el hedor de cadáveres mezclado
    Al humo del incienso respirose,
    Ni entristecieron la ciudad efigies
    De hórridos esqueletos, ni la madre
    Despertaba del sueño estremecida,
    Tendiendo el nudo brazo a la cabeza
    Del tierno niño que en su seno yace,
    Oír pensando de irritada sombra
    Largo gemir que el corazón lo helaba.



    En otra edad los cedros, los cipreses,
    De efluvios puros impregnando el aire,
    Hojas tendían en memoria eterna
    Sobre la urna, y en corintios vasos
    Derramadas las lágrimas votivas,
    Una antorcha encendían los amigos,
    Para alumbrar la subterránea noche,
    Porque los ojos moribundos buscan
    La luz del sol, y el último suspiro
    Todos los pechos a su luz exhalan.
    Las fuentes derramando aguas lustrales,
    Amarantos regaban y violas
    En el fúnebre cerco, do si alguno
    A libar leche y a contar sus penas
    A los caros finados se acercaba,
    Sentía en torno una fragancia pura
    Como las auras del Elíseo prado.



    Hoy piadosa locura a las doncellas
    Britanas hace suburbanos predios
    Mucho estimar, donde el amor las lleva
    De la perdida madre, do imploraron
    Al Genio del lugar por el retorno
    Del héroe que rompió vencida nave,
    Y de su mástil fabricó su tumba.
    Donde duerme el afán de ínclitos hechos,
    Y el trémulo pavor y la opulencia
    Son del vivir político ministros,
    Inútil pompa, precursora imagen
    Del Orco son marmóreos monumentos.
    Ya el rico, el docto y el patricio vulgo,
    Gloria y decoro de la Ausonia tierra,
    En sus palacios, entre vil lisonja,
    Tiene, aun en vida, excelsa sepultura,
    Y en vanos timbres su grandeza asienta.
    Ven, dulce muerte, reposado albergue
    Do la fortuna sus venganzas cesa;
    Recoja la amistad no de tesoros
    Herencia, mas de canto no humillado
    Y libres pensamientos el ejemplo.


    (cont.)


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    MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912) - Página 3 Empty Re: MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912)

    Mensaje por Lluvia Abril 25.08.22 0:06

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).


    ESTUDIOS POÉTICOS DE MARCELINO MENENDEZ PELAYO
    Odas, epístolas y tragedias de
    D. Marcelino Menéndez y Pelayo



    Los sepulcros
    Poema italiano de Hugo Fóscolo a Hipólito Pindemonte


    Deorum manium iura sancta sunto.

    (XII Tablas)

    All'ombra de'cipressi e dentro l'urne...

    (cont.)





    A egregios hechos, Pindemonte, excitan
    Las urnas de los fuertes; bella y santa
    Hacen al peregrino aquella tierra
    Que las oculta. Cuando vi el sepulcro
    Donde de aquel varón los restos yacen,
    Que el cetro del tirano gobernando,
    Deshoja su laurel, y al pueblo muestra
    Con qué lágrimas crece y con qué sangre,
    Y el féretro de aquel que nuevo Olimpo
    Alzó en Roma a los Dioses, y la tumba
    Del que vio al sol inmóvil y a los mundos
    Bajo el etéreo pabellón rodando,
    Y al Ánglico inmortal mostró la vía
    Del antes ignorado firmamento;
    Dichosa te llamé, ciudad que baña
    Aura vital, y lava el Apenino
    Con torrentes lanzados de su cumbre.
    Limpidísima luz vierte la luna
    En tus collados que la vid adorna,
    En los cercanos valles que a los cielos
    Despiden de mil flores el aroma.



    Tú, Florencia, escuchaste la primera
    Del desterrado Gibelino el canto,
    Y tú los padres diste y el idioma
    Al dulce vate, de Caliope labio,
    El que al Amor desnudo en Grecia y Roma
    De un velo candidísimo adornando,
    Volvió al regazo de la Urania Venus
    Y más felice aún, porque en un templo
    Conservas fiel las italianas glorias,
    Las únicas quizá, pues de los Alpes
    El mal vedado paso y la inconstante
    Omnipotencia de la humana suerte
    Armas te arrebataron y defensa,
    Y aras y patria; esta memoria sola
    Nos resta; de aquí brote refulgente
    Luz de esperanza a la oprimida Italia
    Y el fuego encienda en generosos pechos.



    Alfieri en estas tumbas a inspirarse
    Venir solía; con los patrios dioses
    Airado, en torvo ceño, erraba mudo
    Por la orilla del Arno más desierta
    Con ansioso recelo contemplando
    Los montes y los valles, do ninguno
    A su anhelar quejoso respondía;
    Sobre el mármol dobló la frente austera
    Con palidez mortal, mas aún brillaba
    La divina esperanza en su semblante.
    Hoy yace en esos mármoles; sus huesos
    Aun a la voz de patria se estremecen;
    Desde el sacro recinto un numen habla,
    Numen de patria que animó a los griegos
    Contra el persa invasor, en Salamina
    Y en Maratón, do consagrara Atenas
    Trofeos a sus hijos. El piloto
    Que surcó desde entonces el mar Eubeo,
    Vio centellear en la tiniebla oscura
    Fulgor de yelmos y encendidas teas,
    Humear ígneo vapor las rojas piras,
    Armas brillar cual si la lid tomara,
    Y escuchó en el silencio de la noche
    Tumulto de falanges por el campo,
    Clangor vibrante de torcidas trompas,
    Relincho de corceles voladores,
    Gemir de moribundos, triste llanto,
    Himnos de gloria, y funerales trenos.



    ¡Feliz tú que el imperio de los vientos
    En tus floridos años recorrieras,
    Y si la antena dirigió el piloto
    Tras las islas Egeas, cierto oíste
    Del Helesponto resonar la costa
    Con los hechos antiguos, y espumosa
    Y rugiente miraste a la marca
    Las armas conducir del fuerte Aquiles,
    A las playas Reteas, a la tumba
    De Ayax de Telamón! Sólo la muerte
    Dispensa con justicia eterna gloria;
    Ni astuto ingenio ni favor de reyes
    Al Ítaco falaz aprovecharon;
    Las ondas le arrancaron su despojo
    Por los ínferos dioses concitadas.



    Yo en peregrinas tierras fugitivo
    Por anhelo de gloria y triste suerte
    Estos nombres evoco, que las Musas
    Del mortal pensamiento animadoras,
    Fieles custodios, los sepulcros guardan,
    Y cuando el tiempo con sus alas frías
    Osa tocarlos, las Pimpleas hacen
    Alegres con su canto los desiertos,
    Y vence poderosa su armonía
    De siglos mil las sombras y el olvido.
    Por eso hoy en la Tróade contempla
    Con asombro y respeto el peregrino
    Un lugar por la ninfa consagrado
    Que fue esposa de Jove, y dio la vida
    A Dárdano inmortal, de do Asaraco
    Y los cincuenta tálamos proceden
    Y Troya, el reino de la Julia gente.



    Oyó Electra el decreto de la Parca
    Que del aura vital la transportaba
    A los Elíseos coros, y al Tonante
    Esta postrer plegaria dirigía:
    «Si te agradó mi rostro y mi belleza
    Y las dulces vigilias a mi lado,
    Y algún premio mayor no me deparas,
    La muerta amada desde el cielo mira
    Y haz sagrado el lugar de su sepulcro.»
    Rogando así, moría y el Saturnio,
    Gimió, doblando la inmortal cabeza,
    Y ambrosía vertió sobre la Ninfa,
    Y aquella tumba consagró por siempre.
    Allí yace Erictonio y duerme el justo
    Ilión; allí venían las troyanas
    Sacrificios a hacer, queriendo en vano
    El hado detener de sus maridos;
    Allí vino Casandra, cuando el pecho
    Ardiendo en sacro fuego, el Dios la hacía
    De Pérgamo anunciar los tristes hados,
    Y a las sombras cantaba himno amoroso,



    Guiando a sus sobrinos exclamaba
    Con profundo suspiro: «Si de Argos
    Do al hijo de Laerte, al de Tideo
    Conduciréis al pasto los corceles,
    Tal vez tornar os concediera el hado,
    En vano buscaréis la patria vuestra;
    Los muros arderán, obra de Febo,
    Aun veréis humeantes sus reliquias.
    En esta sacra tumba los Penates
    Habitarán de Ilión, que en la desdicha
    Los Númenes conservan el recuerdo.
    ¡Oh palmas y cipreses que las nueras
    De Príamo plantaron, y que presto
    ¡Ay! creceréis con lágrimas bañados
    De tristes viudas, proteged mis padres!
    Y quien llegare a la espesura sacra
    Que vuestras ramas formarán creciendo,
    Pío se dolerá de nuestros males
    Y tocará con reverencia el ara,
    Amparad a mis padres algún día;
    Veréis errante a un ciego en vuestros bosques,
    Trémulo penetrar en los sepulcros,
    Las urmas abrazar e interrogarlas;
    Entonces gemirán los hondos antros
    Y narrarán las tumbas el destino
    De Ilión, dos veces en el polvo hundida
    Y dos tornada a alzar con gloria nueva
    Para adornar el último trofeo
    Del Pélide fatal. El sacro vate,
    Aplacando las sombras con su canto,
    Ensalzará a los príncipes argivos
    Por cuanto baña el piélago sonante,
    Y a ti, Héctor, dará llanto sublime.
    Santa será la sangre derramada
    Por la patria infeliz, mientras radiante
    El sol alumbre la miseria humana.»



    Santander, 4 de septiembre de 1875.





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    MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912) - Página 3 Empty Re: MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912)

    Mensaje por Lluvia Abril 25.08.22 0:11

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).


    ESTUDIOS POÉTICOS DE MARCELINO MENENDEZ PELAYO
    Odas, epístolas y tragedias de
    D. Marcelino Menéndez y Pelayo




    El ciego
    Idilio de Andrés Chénier



    Dieu dont l'arc est d'argent, Dieu de Claros, écoute...



    -«Oye mis ruegos tú, deidad de Claros,
    Apolo Smínteo, el de la alada flecha
    Y arco de plata. Moriré sin duda,
    Si tú no guías a este errante ciego.»
    Tal pronunciaba con suspiro triste,
    Penetrando en la selva, errante anciano,
    Y en una piedra se sentó gimiendo.
    Al ladrido tenaz de los molosos,
    Custodios fieles de la grey balante,
    Tras él corrían con veloces pasos,
    Hijos de aquella tierra, tres pastores,
    El furor deteniendo de sus canes,
    Por amparar del viejo la flaqueza,
    Y acercándose a él, así decían:
    -«¿Quién es aqueste anciano, débil, ciego?
    ¿Será por dicha morador celeste?
    Grandeza y altivez su faz descubre,

    Pende una lira informe de su cinto,
    Y al resonar su canto, se estremecen
    El aire, el mar, el cielo y las montañas.»
    Él sus pasos oyó, y atento espera,
    Y tiembla al acercarse, y ambas manos
    En ademán de súplica extendía.



    -«No temas (dicen ellos), extranjero,
    Si ya en forma terrestre, deleznable,
    No eres un numen que a la Grecia ampara:
    ¡Tanta grandeza en tu vejez descubres!
    Si eres sólo un mortal, oh triste anciano,
    No te arrojaron las marinas olas
    A tierra cruda y de piedad ajena.
    Nunca el destino da dicha colmada;
    A ti los altos dioses concedieron
    Noble y sonora voz, pero tus ojos
    Cerraron a la luz del claro día.»



    -«Infantil vuestra voz blanda parece;
    Niños seréis, mas los discursos vuestros
    Prudencia suma y madurez revelan.

    Pero siempre recela el indigente
    Extranjero que sirven sus desgracias
    De objeto a muchos de baldón y risa.
    No compararme a los celestes dioses
    Oséis: ¿mis canas, mi arrugada frente
    Y esta perenne noche de mis ojos
    Son de un numen tal vez digno semblante?
    ¡Soy hombre entre los hombres desdichado!
    Si a un pobre conocéis, errante, triste,
    A ese tan sólo compararme puedo.
    No porque yo intentara, cual Tamiris,
    La prez del canto arrebatar a Apolo,
    Ni, cual Edipo, con incesto hubiera
    Y parricidio sobre mí llamado
    De las negras Euménides las iras.
    En mi vejez el hado omnipotente
    Me reservaba la tiniebla oscura,
    Y en destierro vagar, hambre y pobreza.»



    -«Toma, y ojalá cambie tu destino,»
    Ellos dijeron, y sacando luego
    De una de cabra piel, blanca y luciente,

    El manjar aquel día preparado,
    En sus rodillas ponen a porfía
    El blanco pan de trigo, la aceituna,
    La almendra, el queso y los melosos higos.
    Come también el perro, que yacía
    Entre sus pies, mojado y sin aliento,
    Que nadando dejó la corva nave
    A pesar del remero, y en la orilla
    Vino a juntarse a su infelice dueño.



    -«No siempre mi destino es inflexible;
    Salud, oh niños (el anciano dijo)
    De Jove mensajeros. ¡Venturosos
    Los padres que a estos niños engendraron!
    ¡Venid y que mis manos os conozcan
    Cual si vista tuviera! ¡Oh hijos míos,
    Hermosos sois los tres, vuestros semblantes
    Hermosos son, y dulces vuestras voces!
    ¡Qué amable es la virtud de gracia llena!
    Creced cual la palmera de Latona,
    Del cielo don, del mundo maravilla,
    Que contemplé, cuando mis ojos vieron,
    Al aportar a la sagrada Delos,
    Cerca de Apolo y de su altar de piedra.
    Cual ella creceréis grandes, robustos,
    Fuertes, de los mortales venerados,
    Porque amparar sabéis tanta desdicha.
    Apenas el mayor tendrá trece años,

    Oh niños míos; yo era casi viejo
    Antes que vuestros padres respiraran.
    Siéntate junto a mí, del viejo cuida,
    Tú el mayor de los tres.» - «Cantor ilustre,
    ¿Cómo o de dónde vienes? que las olas
    Rugen por dondequiera en nuestra orilla.»



    -«Mercaderes de Cyme me guiaron;
    Dejaba de la Caria las riberas,

    Por ver si Grecia patria me ofrecía
    Y los dioses benignos me otorgaban
    Suerte menos cruel, horas serenas.
    ¡Que la esperanza hasta el sepulcro vive!
    Mas nada tengo; ni pagar el viaje
    Pude a los nautas, y ellos me arrojaron,
    Como visteis poco ha, a vuestra ribera.»



    -«¿Y por qué no cantaste, dulce viejo?
    Con tu armoniosa voz pagar podías.»



    -«¡Hijos, del ruiseñor los dulces sones
    Nunca del buitre calmarán la rabia,
    Ni los avaros, insolentes ricos
    Alma tendrán para gustar del canto.
    Guiado por mi báculo, en la arena,
    Del piélago al mugir, solo, en silencio,
    Escuché los balidos de un rebaño
    Y el resonar de la bronceada esquila.
    Tomé la lira; a sus movibles cuerdas
    Los dedos apliqué, ya temblorosos,
    La bondad implorando de los dioses
    Y en especial de Jove hospitalario.
    Mas de pronto sonó voz formidable
    Y enormes perros contra mí vinieron,
    Y vosotros con piedras y con gritos
    Calmasteis luego su iracunda rabia.»



    -«¿Será cierto tal vez, oh padre mío,
    Que ya perverso degenera el mundo?
    En otro tiempo al escuchar la lira
    Lobos y tigres, su furor rendido,
    De un cantor como tú los pies besaban.»



    -«¡Bárbaros, ay! Sentado yo en la popa,
    Canta, gritaba aquella chusma impía,
    Si ve algo más tu ingenio que tus ojos,
    Destierra nuestro enfado, vagabundo.
    Yo confundirles quise con mi acento,
    Mas no se abrió la boca a la respuesta,
    Hice callar la lengua, y con la mano
    Detuve al Dios hirviente ya en mi seno.
    ¡Oh Cyme, pues tus hijos ofendieron
    A la prole inmortal de Mnemosina,
    Profundo olvido su memoria cubra
    Y sepulte su nombre densa noche!»



    -«Ven a nuestra ciudad, de aquí vecina,
    Que a los amigos de las Musas ama;
    Un asiento te espera en los festines
    Con argentinos clavos tachonado.
    Ricos manjares, miel y dulce vino
    De los pasados males la memoria
    Desterrarán, so la columna alzada
    Do pende de marfil sonante lira.
    Si en el camino, rápsoda ingenioso,
    Con celestiales cantos nos deleitas,
    Diré que Apolo desde el alto Olimpo
    Tu son inspira y tus acordes rige.»



    -«Marchemos, sí; ¿mas dónde me conduces?
    Hijos del triste ciego, ¿dónde estamos?»
    -«En la isla de Sicos fortunada.»
    -«¡Sicos, salud, hospitalaria siempre!
    Piso otra vez tu venturosa orilla;
    Amigos, vuestros padres me conocen.
    Cual vosotros crecían, cuando vine
    Joven, valiente: contemplar podía

    La primavera, el sol, la blanca Aurora.
    Siempre el primero en la gallarda liza,

    En la pírrica danza, en la carrera,
    Argos y Creta, Atenas y Corinto
    Yo visité; la de cien puertas Tebas
    Y del Egipto la ribera fértil.
    Mas la tierra y el mar, el tiempo, el hado,
    Mi cuerpo han oprimido de dolores;
    Sólo la voz me queda, cual cigarra
    Que cantando en las ramas se consuela.»



    -«Ante todo a los dioses invoquemos:
    ¡Oh soberano, omnipotente Jove,
    Sol que en tu lumbre lo penetras todo,
    Mar, tierra, ríos, vengadoras Furias,
    Salud, ¡oh del Olimpo habitadores!
    Todo saber procede a los mortales
    De vosotras, oh Musas; comencemos...»



    Él prosiguió; las ramas se inclinaron

    Del roble antiguo a sus cadentes sones,
    Libre dejó el pastor a su ganado,
    Y olvidando el camino los viajeros
    Pararon a su voz. Él suspendido
    Del fuerte brazo de su joven guía,
    Sintiolos agruparse y detenerse,
    Con avidez oyendo sus cantares,
    Y Ninfas y Silvanos de sus grutas
    A admirarle salir, no respirando,
    Sobrecogidos con espanto mudo.
    Porque cantaba en vagarosos himnos,
    Cuál se juntaron en fecundo abrazo
    Las primeras semillas de los seres,
    Los principios de fuego, tierra y aire,
    Y del seno de Jove descendida
    El agua a congregarse en hondos ríos;
    Las leyes, los oráculos, las artes

    Y la concordia fraternal del pueblo;
    El caos, los amores inmortales,
    El Rey sublime, que el Olimpo y Tierra
    Al mover estremece de sus ojos;
    Los dioses dividiendo fiera lucha,
    Sangre divina enrojeciendo el suelo,

    Congregados los reyes, y a sus plantas
    Nubes de polvo, carros voladores,
    Armas brillantes de guerreros fuertes,
    Cual vasto incendio en escarpada cima,
    Crines flotantes de ligeros potros
    Que a sus jinetes a la lid arrastran.



    Cantó después la paz de las ciudades,
    Los oradores, las sagradas leyes,
    Y de los campos la cosecha fértil;
    Mas pronto coronadas las murallas
    De soldados mostró; víctimas ruedan
    En los sagrados atrios, y las madres
    Y las esposas gimen; las doncellas

    A dura esclavitud son condenadas.




    Cantó tras esto las alegres mieses,
    Balante grey y mugidor rebaño,

    La rústica zampoña, las canciones
    De ruidosa vendimia, los festines,
    La flauta suave y la ligera danza.
    El viento desató que el mar agita
    Y al nauta envuelve en las hinchadas olas;
    Mas súbito a las hijas de Nereo
    Salir ordena de azulada gruta,
    Y pronto levantáronse a sus gritos
    Naves sin cuento que la mar cortaban
    Con rumbo cierto a la troyana orilla.



    Mostró después de Estigia las prisiones
    Y la ribera criminal, los campos
    De asfódelo, do vagan macilentas
    Sombras de luz y de vivir privadas,
    Tristes ancianos por la edad vencidos,
    Jóvenes arrancados de sus padres,
    Niños cuyo sepulcro fue la cuna,
    Y doncellas que en flor arrebatadas
    Tálamo hallaron en la tumba fría.
    Bosques, arroyos, montes y peñascos,
    Cómo debisteis palpitar de gozo
    Cuando el vate mostraba al divo Hefesto
    Forjando en Lemnos, en el sacro yunque,
    Aquella red irresistible y fina,
    Como de Aracne las sutiles hebras,
    Y entre sus hilos enredando a Venus;
    O cuando en piedra trasformaba a Niobe,
    Madre tebana, de altivez en pago,
    O cuando con acento lastimero
    De la triste Aedon repitió el lloro,
    Que de un hijo madrastra involuntaria
    Huyó, cual ruiseñor, a la espesura
    Del solitario bosque. Con el vino
    Vertió después el néphendes potente,
    Que olvido inspira de los males todos,
    De los guerreros en las copas; luego
    Cogió la flor del moly que a los hombres
    Hace prudentes, sabios y felices,
    Y del calmante lotos la bebida
    Con cuyo filtro olvidan los mortales
    Los caros padres y la dulce tierra.



    Vieron por fin el Osa y el Peneo
    Y la espesura umbrosa del Olimpo,
    Las mesas de Himeneo ensangrentadas,
    Cuando el monstruoso pueblo de la noche
    Al festín asistió de Piritoo;

    Y Tesco arrancó medio desnuda
    La esposa de su amigo, del robusto
    Brazo del ebrio, del salvaje Eurito,
    Mientras, acero en mano, el desposado
    «Espera (le gritó), traidor espera:
    Fuerza es que hoy vengue el insolente ultraje.»
    Mas, antes que él, sobre el Centauro fiero,
    Hizo Dryas caer ardiente pino,



    Con el hierro sus ramas erizadas.
    El cuadrápedo atroz en vano clama

    Y el suelo hiere, donde al fin sucumbe.
    Y al esfuerzo de Nesso armipotente
    Ruedan Cymele, Periphas, Evagro;
    Mata Pirito a Antímaco y Petreo,
    Y al de nevados pies, leve Cilaro,
    Y al negro Macareo, que con pieles
    De tres leones por su mano heridos
    Armaba sus ijares y su seno.



    Encorvado, una roca levantando,
    Imprudente Bianor es sorprendido
    Por Hércules divino, que sepulta
    En un vaso de bronce antiguo, inmenso,
    Herida con la clava, su cabeza;
    Y ceden al furor del bravo Alcides
    Licotas, Clamis, Demoleón, Rifeo,
    Que ostentaba en sus crines orgulloso
    El heredado brillo de las nubes.



    De doble lid Eurynomo sediento,
    Mueve sus pies en raudo torbellino,
    De Néstor sacudiendo la armadura
    Con repetidos golpes; huye el duro
    Yelops, y con el brazo levantado
    Espera el ágil Crántor la embestida,
    Mas súbito Eurynomo, se interpone
    Y va a hendir con el leño su cabeza.
    Violo el hijo de Egeo ensangrentado
    Y del ara arrancó una ardiente encina;
    Lanzó grito terrible; de su espalda
    Nunca domada las flotantes crines
    Asió veloz, y sepultó en su boca
    Abierta con esfuerzo poderoso
    La llama juntamente con la muerte.

    Despójase el altar de sus antorchas
    Y armas para el combate les ministra;
    Suena en el bosque femenil gemido;
    Los ungulados pies baten la tierra,
    Y mézclase al tumulto del combate

    Ruido de vasos con estruendo rotos,
    Injurias, gritos, moribundos ayes.»



    Así el viejo de imágenes osadas
    Desarrolló el tejido portentoso,
    En tanto que los niños asombrados
    Contemplaban salir de aquella boca
    Raudo torrente de inmortal palabra,
    Como en invierno la copiosa nieve
    Cae en la cima del erguido monte.



    A su encuentro con ramas en las manos,

    Salen de la ciudad los moradores
    Hombres, mujeres, jóvenes, ancianos,
    Flor y ornamento de la isleña Sicos.
    «Ven, elocuente vate, repetían;
    Ven, armonioso ciego, a nuestros muros;
    Alumno de las Masas, convidado
    Al nectáreo banquete de los dioses;
    Nuestra isla habitarás, y quinquenales
    Juegos celebrarán el fausto día
    En que holló nuestra playa el grande Homero.


    Santander, 6 de diciembre de 1875.


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    MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912) - Página 3 Empty Re: MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912)

    Mensaje por Lluvia Abril 25.08.22 23:52

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).


    ESTUDIOS POÉTICOS DE MARCELINO MENENDEZ PELAYO
    Odas, epístolas y tragedias de
    D. Marcelino Menéndez y Pelayo




    El joven enfermo
    Idilio de Andrés Chénier

    Apollon, Dieu sauveur, dieu des savants mystères.



    «Apolo salvador, Dios de la vida,
    Dios del misterio y las salubres plantas,
    Vencedor de Pytón, joven, triunfante,
    Apiádate de mi hijo, mi único hijo,
    Y de su madre, en lágrimas bañada,
    Que sólo por él vive y moriría
    Si perdiese la lumbre de sus ojos;
    Que no ha vivido para verle muerto...
    Su juventud ampara, joven eres,
    Extingue en él la fiebre abrasadora
    Que consume la flor de su existencia.
    Si logra libertarse del sepulcro
    Y al Ménalo tornar con su rebaño,
    Mis arrugadas manos, de tu estatua
    Suspenderán al pie, de onyx la copa,

    Y, cada estío, de un mugiente toro
    La sangre correrá sobre tus aras.



    ¿Siempre, hijo mío, tu silencio triste
    Inflexible será? ¿Matarme quieres?
    ¿En mi cana vejez abandonarme?
    ¿Tus párpados cerrar, unir tu polvo
    A las cenizas de tu padre debo?
    Yo esperaba de ti tales cuidados;
    Yo esperaba que el mármol de mi tumba
    Regases tú con lágrimas y besos.
    Hijo mío, ¿qué pena te devora?
    Doble amargura entraña el mal callado.
    ¿Nunca alzarás los ojos abatidos?»



    -«Adiós, madre, me muero... ya no tienes,
    No tienes hijo, madre muy amada;
    Te pierdo, que una llaga me consume
    Ardiente, venenosa... Con trabajo
    Respiro apenas, e imagino siempre
    Que en cada aliento huye de mí la vida.
    No hablaré más... adiós... me ofende el lecho,
    El peso del tapiz... me oprime todo...
    Ayúdame a morir, ponme de lado...
    ¡Ah! ya expiro... dolor...»



    -«Tente, hijo mío;
    Toma esta copa, esta bebida apura;
    Su calor te dará fuerzas y vida;
    La adormidera, el díctamo y la malva
    Y mil potentes zumos que dan sueño

    Vertió a mi ruego en el hirviente vaso
    La Tésala hechicera. Ya tres giros

    Ha dado el sol, sin que tu boca a Ceres
    Ni tus ojos el sueño conocieran.
    Toma, hijo mío, ríndete a mis ruegos...
    ¡Llora tu anciana, inconsolable madre,
    Tu triste madre a quien amar decías;
    La que otro tiempo dirigió tus pasos,

    Te dio sus brazos, te ofreció su seno;
    La que a hablar te enseñara, y muchas veces

    Con su canto las lágrimas calmaba,

    Que arrancó de tus ojos infantiles

    El brotar de los dientes doloroso.
    Beba tu labio pálido y helado,
    Que otro tiempo mis pechos oprimiera,
    Jugo que nutra y tu dolor mitigue,
    Cual tu infancia nutrió la leche mía!»



    -«¡Valles, collados, bosques de Erimanto,
    Viento sonoro y fresco que las hojas
    Sacudes y las aguas estremeces,
    Y levantas la túnica de lino
    Que avara cubre su torneado seno...
    De leves ninfas saltadores coros!...
    ¿Lo sabes, madre mía? En la espesura
    Del Erimanto ni los lobos vagan
    Ni se arrastra la sierpe ponzoñosa...
    ¡Rostro divino, transparentes aguas,
    Flores y danzas y sonoros cantos!...
    ¿Lugar más bello ofrecerá la tierra?
    Ya no veré esos brazos, esas flores,
    Ni los cabellos, ni los pies desnudos,
    Blancos y delicados... Conducidme
    A los umbrosos bosques de Erimanto,
    Y allí contemple a la doncella hermosa
    Por la postrera vez... Alzarse vea
    Del humo de su hogar larga columna;
    Allí acompaña a su felice padre,
    Con pláticas sabrosas encantando
    Su tranquila vejez. ¡Dioses! la veo
    El vallado saltar, suelta la trenza,
    Y luego a lentos pasos dirigirse
    De su madre al sepulcro, donde llora,
    Sobre él quedando pensativa, inmóvil.
    ¡Qué hermosa faz! ¡Qué dulces son sus ojos!

    ¡Ay! ¿llorarás así sobre mi tumba?
    ¡Ah! si exclamases, bella de las bellas:
    «Crudas con mi amador fueron las Parcas.»



    -«¿Conque es Amor insano, oh hijo mío,

    Quien así crudamente te ofendiera?...
    ¡Hijo mío infeliz! Débiles somos,
    Mas siempre nuestro amor al hombre hiere;

    Cuando lágrimas corren en secreto,
    Siempre por el amor son derramadas.
    Mas, dime: ¿en la espesura de Erimanto
    Qué virgen viste, qué gallarda ninfa?
    ¿No eres rico tal vez? ¿No eras hermoso
    Antes que tus mejillas marchitara
    La dolencia fatal?... Habla, hijo mío.
    ¿Es Egle, hija del rey de la onda pura,
    O Irene rubia, la de largas trenzas?
    ¿Será por dicha la belleza altiva
    Que en templos, en festines es mirada
    De madres y de esposas con espanto?
    ¿Será la hermosa Dafnis...»



    -«Calla, madre,
    Calla, que es orgullosa, es inflexible;
    Como las inmortales, bella, altiva.

    Por ella mil amantes anhelaron,
    Y la amaron en vano... Como ellos,
    Yo altanera respuesta hubiera oído...

    No lo sepa jamás... Pero oye, madre;
    Mira cuál pasan, ¡ay! mis tristes días;
    Mi ruego escucha, ven en mi socorro;

    Yo muero... ve a buscarla... que tu rostro
    Y tu vejez la imagen de su madre
    Traigan a su memoria. El canastillo
    Toma, y en él los más preciados frutos,
    Y el Eros de marfil, la copa de onyx,

    De nuestra choza espléndido ornamento.
    Toma mis cabritillos, toma al cabo
    Mi corazón, y lánzale a sus plantas.
    Dila quién soy y dila que me muero;
    Dila que no te resta hijo ninguno,
    Abraza de su padre las rodillas,
    Implora, gime y en tu auxilio llama

    Cielos y tierra, dioses venerandos
    Templos, altares y potentes diosas.
    Vete; si no consigues ablandarla,



    Adiós, mi madre, adiós, no tendrás hijo...
    -«Hijo tendré; lo dice la esperanza.»
    Sobre el lecho inclinose, y en silencio
    Cubrió la frente del dolor rendida
    Con beso maternal mezclado en llanto.
    Después salió con paso vacilante
    Por la edad y el temor, trémula, inquieta.
    Pronto volvió ligera y anhelosa,
    Gritando desde lejos: -«Hijo mío,
    Ya vivirás.» Sentose junto al lecho;
    Tras ella sonriendo entró un anciano
    Y una virgen después, en cuya frente
    Mostró el rubor su púrpura divina.
    Hacia el lecho miró, y el insensato
    Ocultó tembloroso la cabeza.
    Mas ella dijo: -«Amigo, de las danzas




    Hace tres días que tu ausencia advierto;

    ¿Por qué morirte quieres? Tú padeces,

    Dicen que sola yo puedo curarte...

    Vive y una familia formaremos,
    Y tú padre tendrás, tu madre, hija.»



    Santander, 8 de diciembre de 1875.



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    Mensaje por Lluvia Abril 25.08.22 23:54

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).


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    Odas, epístolas y tragedias de
    D. Marcelino Menéndez y Pelayo



    Neera
    Idilio de Andrés Chénier



    Mais telle qu'à sa mort, pour la dernière fois...


    .............................
    Como en su muerte, por la vez postrera,
    El cisne gime y falleciente entona
    Dulce cantar al despedir la vida;
    Pálida así, y en la mirada triste
    Sombra funesta, desplegó sus labios
    La ninfa, y dijo con susurro leve:



    «¡Oh del Sebeto náyades ligeras,
    Cortad las trenzas sobre mi sepulcro!
    Clinias, adiós; no volverá tu amada.
    ¡Cielo, mar, tierra, valles y torrentes,
    Flores y bosques y repuestas grutas,
    Traed continuo a su memoria el nombre

    De Neera, su bien y sus amores;
    De su Neera, que por él la casa
    Dejara de su madre, y fugitiva
    De ciudad en ciudad errante anduvo,

    Sin atreverse a levantar los ojos
    Delante de los hombres. Ora el astro
    De los gemelos de la hermosa Elena
    En el jónico mar tu nave guíe;
    Ora de Pesto en el vergel lozano
    Dos veces en el año frescas rosas
    Corte tu mano por tejer coronas,

    Si a la puesta del sol vaga tristeza
    Mezclada de dulzura tu alma siente,
    Llámame, Clinias; estaré a tu lado,
    O tras ti volaré; mi espíritu errante

    Gemirá entre las hojas de los bosques,
    Descenderá en el seno de las nubes,
    Llevaranle los vientos en sus alas,

    O brotará de la marina espuma.
    Como centella surcará los aires,
    Leve cual sueño, sin cesar volando,
    Y siempre tierno y amoroso siempre,
    Mi acento blando halagará tu oído.»



    Santander, 8 de julio de 1876.






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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez 27.08.22 1:25

    NO EN VANO ESTÁ CONSIDERADO UNO DE LOS MÁS ALTOS PENSADORES Y CRÍTICOS EN LÍRICA. ME ENCANTA TU EXPOSICIÓN.

    BESOS.


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    Mensaje por Lluvia Abril 27.08.22 2:07

    Pues nos queda bastante, amigo mío, así que continuamos, yo, instruyéndome, que no es poco.
    Seguimos pues.


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    Mensaje por Lluvia Abril 27.08.22 2:24

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).


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    D. Marcelino Menéndez y Pelayo



    Sáficas

    - II -
    Anyoransa. -A Epicaris



    Sueña el poeta en las nocturnas horas
    Sueño de amores que el amor inspira;
    Visión divina su dormida frente
    Pasa tocando.

    Así descansa el inocente niño
    En el regazo de su tierna madre;
    Sobre él el ángel de doradas alas
    Tiende su mano.

    ¿Quién no ha soñado una región más pura
    Que siempre baña refulgente lumbre?
    Nunca en sus mares la cuadriga Febo
    Rápida esconde;

    Crece en sus prados la purpúrea rosa
    Libre del cardo y la punzante espina;
    Teje Citeres de florido mirto
    Bella corona.

    Juega veloz en deleitosos huertos
    Aura cargada de perfumes leves;
    Arenas de oro en su corriente rauda
    Llevan los ríos.

    Nunca la escarcha sus campiñas cubre,
    Nunca el granizo sus sembrados hiere,
    Jamás la nieve la escarpada cumbre
    Ciñe del monte.

    No se marchitan las gayadas flores,
    Siempre renueva su verdor la tierra;
    Fecundo aliento productor de vida
    Lleva en su seno,

    Aura vital que por doquier circula
    Desde la piedra a la robusta encina,
    Y en cuanto existe omnipotente inflama
    Fuego divino.

    Amor respira el deleitoso suelo,
    Amor exhalan las abiertas rosas,
    Y allá en la selva el ruiseñor repite
    Trinos de amores.

    Lavan del río en las serenas aguas
    Ninfas hermosas sus gallardas trenzas,
    O tejen de oro, en escondida gruta,
    Tela preciada.

    Nunca el jardín de la hechicera Armida
    Mostró a los ojos tan gentil encanto,
    Como la tierra que en dorada imagen
    Sueña el poeta.

    Allí domina en elevado alcázar
    Reina del bosque y la floresta umbría,
    Cifra inmortal de la belleza suma,
    Cándida virgen.

    En ella encarna la celeste idea
    Que en la alta mente del Señor reside,
    Áurea cadena que la tierra enlaza
    Con el Empíreo.

    Fuego de vida su mirar destella,
    Toca la tierra su ligera planta,
    Y entre las nubes al Olimpo claro
    Alza su frente.

    No vista humana a resistir alcanza
    El puro brillo de sus ojos bellos,
    Do se refleja de increados soles
    Lumbre perenne.

    Ni puede el hombre penetrar su acento
    Que, resonando en la celeste esfera,
    Presta al concento de los orbes de oro
    Número y ritmo.

    La vaga imagen que en el sueño viera
    Traduce el vate en la mujer que adora;
    Himnos y flores, del amor tributo,
    Pone a sus plantas.

    Tal a su Laura concibió el toscano;
    Tal adorara en Beatriz el Dante,
    Que puso en ella del saber divino
    Símbolo eterno;

    Tal Ausías March a su edetana altiva,
    Lirio entre cardos, celebró gimiendo,
    Y el divo Herrera a la de negros rizos
    Bella Eliodora.

    Tal una imagen de beldad y gloria
    Yo persiguiera en infantiles sueños;
    Buscó su numen mi agitada mente
    Sobre la tierra

    Y aparecióme en la tendida playa
    Donde potente se elevó Favencia,
    Reina de reyes en pasados tiempos,
    Reina de naves.

    Cual de la blanca y ondulosa espuma
    Del mar Egeo, que la Grecia baña,
    Vieron los dioses con asombro alzarse
    Nítida concha;

    Y como perla de su oculto seno,
    Mostrar la diosa de Citeres bella
    Los lácteos miembros que el Amor torneara
    Plácidamente;

    Tal a mi vista apareció radiante,
    Dulce Epicaris, tu beldad suprema,
    Que festejaban con amante arrullo
    Ondas y vientos.

    Mórbida imagen de estatuaria griega,
    Mármol semejas que labrara Fidias.
    ¡Oh si en tu gloria resonara acaso
    Lira pelasga!

    Hija, cual yo, de la Cantabria fuerte,
    Sólo en tocar las laletanas costas
    De nueva luz y de hermosura nueva
    Tú las vestiste.

    Huyó contigo mi perdida calma
    De nuestra patria a los augustos lares,
    Y desde entonce, en soledad oscura
    Yo me lamento.

    Pero un reflejo de la clara estrella
    Que de mi vida alumbrará el camino
    Viene tal vez a consolar mi duelo
    Lánguidamente.

    Y la anyoransa que en mi pecho anida.
    Tal vez anhela por la cara tierra,
    O reproduce la divina imagen
    De mi adorada.

    Vuela, alma mía, a la región hermosa
    Donde arrullara mi ondulante cuna
    Del mar profundo y el airado viento
    Ronco silbido;

    Tráeme veloz en tus flotantes alas
    Dulce recuerdo de mi amada ausente,
    Y en la anyoransa a consolarme vuelva
    Plácido sueño.


    Barcelona, 1873.]


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    MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912) - Página 3 Empty Re: MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912)

    Mensaje por Lluvia Abril 27.08.22 2:27

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).


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    Cantos latinos
    A imitación de los que componían los goliardos o estudiantes juglares de la edad media



    I


    Ave Salmantina
    Civitas gloriosa,
    Gloria litterarum
    Semper speciosa.

    Ecce tibi venit
    Pauper scholaris,
    Hujus vitæ et morum
    Forte recordaris.

    Gaudens in taberna
    Ludere et cantare,
    Vinum sine nummis
    Semper degustare.

    Gaudens in quadriviis
    Domnam osculari,
    Virgines et nuptas
    Celer insectari.

    Quando venit lena
    Leniter insidens,
    Ego dico: «adsum»
    Tacite subridens.

    Fuit obnoxia feminis
    Vita Salomonis,
    Femina desecuit
    Comam et vim Samsonis.

    Stagirita clericus
    Dicitur insanuisse;
    Pro onere suam puellam
    Humeris imposuisse.

    Oh sapiens Aristoteles,
    Quam dulce onus portabas!
    Interdum hujus crura
    Pro libito tractabas.

    Quis nescit Virgilitumque
    Pendentem de cistella?
    Ridebat omnis Roma,
    Ridebat ejus puella.

    Sed post luxerunt omnes
    Cum ignem extinxisset,
    Et solum inter femora
    Infidæ reliquisset.

    Nec Decretalia lego,
    Nec libros Pandectarum,
    Erit mihi solus Naso
    Magister Sententiarum.

    Et Pamphilum pertracto
    De vetula scribentem,
    Et Apulejum Aphrum
    Sub asino rudentem.

    Hoc ignorantur laici,
    Sed scitur in scholis;
    Non sum peritus juris
    Sed in amorum dolis.

    Uror amore puellæ
    Nec jam maturam sperno;
    Illa est decora facie,
    In hac sapientiam cerno.

    Non solum pulchritudine
    Sed venustate capior,
    Et lascivienti risu
    Cultu et munditiis rapior.

    Et mauras et judaeas
    Simul fideles amo,
    Et fremens sicut cervus
    Pro eis semper clamo.

    Versatus sum Parisiis
    In prato Clericorum,
    Edoctus sum Germaniæ
    In terra Goliardorum.

    Scio ludere alea,
    Et cantilenas pangere,
    Et rhytmice saltare,
    Crumata et tibiam tangere.

    Scio vina discernere
    In poculis commixta,
    Agnosco odorem aquæ,
    Fugio velut arista.

    In potatorio carmine
    Nulli secundus cedo,
    Et carmina pro poculis
    Omni pincernæ reddo.

    Sum vagus sicut ventus
    Et liber sicut avis,
    Me rapiet usque ad mortem
    Illa stultorum navis.

    Santander, enero de 1878.


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    MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912) - Página 3 Empty Re: MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912)

    Mensaje por Lluvia Abril 27.08.22 2:28

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).


    ESTUDIOS POÉTICOS DE MARCELINO MENENDEZ PELAYO
    Odas, epístolas y tragedias de
    D. Marcelino Menéndez y Pelayo




    Cantos latinos goliardescos


    II


    In tabernam ingrediamur
    Scholares et goliardi;
    Eja, age, surge, domine,
    Nobis porge vinum bonum,
    Ut tui nomen celebremus
    Et cum tibiis personemus.

    Bonum verbum, dulcis risus,
    Et jucunda semper facies;
    Nunc, sodales, est bibendum,
    Inter pocula canamus;
    Eja, age, surge e lecto
    Et nos accipe sub tecto.

    Curre, curre, cela uxorem,
    Si sit juvenis et pulchra;
    Curre, curre, natam cela
    Ne marcescat flos innuptæ;
    Quamquam semper in taberna
    Filia pulchra sit pincerna.

    Venustatem et munditias
    Nunquam ponas juxta Bacchum,
    Quia cum Baccho calet Venus;
    Haeret ignis in medullis,
    Et non sufficit prudentia,
    Clericorum ait scientia.

    CORO
    Aperi portas, janitor,
    Audi ut sibilat ventus,
    Turboque mixta grandine
    Segetes lætas verberat.



    A C...
    Preguntas, prima mía,
    Por qué medito y callo;
    Decírtelo querría,
    Mas ni palabras hallo,
    Ni osa afirmar mi lengua
    Lo que soñó mi amor.

    Allá en remota altura,
    Espléndido y sereno,
    De gracia y hermosura
    El ideal heleno
    Mis infantiles sueños
    Tal vez acarició.

    Emblema del deseo
    Del ánima encendida,
    Del seno del Egeo,
    A embellecer mi vida
    Las Horas y las Gracias
    Brotaban a la par.

    Las Gracias que derraman
    Belleza en los mortales,
    Las que al artista llaman
    A amores celestiales,
    Las que ensalzaba Píndaro
    En cántico triunfal.

    De ellas procede al hombre
    Virtud, valor y gloria;
    De ellas el alto nombre,
    La peregrina historia,
    Cuanto levanta el alma
    A célica región;

    Cuanto de ritmo vago,
    De mística armonía,
    De número y halago
    Naturaleza cría,
    Reflejo es de las Gracias,
    Es eco de su voz.

    Las vi agitar terribles
    Las cántabras espumas;
    Y mansas y apacibles,
    Sin nubes y sin brumas
    El golfo de Parténope
    Ceñir y embellecer.

    Las admiré doquiera,
    Y el ánimo extasiado
    A la superna esfera
    Volar quiso inflamado;
    Un rayo de aquel fuego
    Pedí para mi sien.

    «Yo anhelo ver la idea
    En forma traducida,
    Y que esa forma sea
    La lumbre de mi vida.
    ¡Que las helenas Gracias
    Me envuelvan en su luz!»

    Aquel extraño anhelo
    Al fin cumplirse miro;
    Desciende ya del cielo
    La diosa en raudo giro,
    Hermosa cual las Gracias,
    Hermosa como tú.

    Las Gracias animaron
    Sus ojos y su frente,
    Y su cabeza ornaron
    De oro crespo y luciente;
    Pusieron en sus labios
    Riquísimo panal.

    Nadie en sí propio fíe,
    Si vio belleza tanta,
    Hermosa cuando ríe,
    Hermosa cuando canta,
    Dulcísima sirena
    Del gaditano mar.

    ¡Es la Beldad suprema
    Que imaginó mi mente,
    O símbolo ni emblema,
    Mas realidad presente;
    ¡Morir puedo tranquilo,
    Que mi alma al fin la vio!

    Su planta luminosa
    Apenas toca el suelo,
    Su nombre como diosa
    Pregúntaselo al cielo,
    Su nombre acá en la tierra
    No he de decirlo yo.


    Sevilla, marzo de 1878.





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    MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912) - Página 3 Empty Re: MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912)

    Mensaje por Lluvia Abril 27.08.22 2:36

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).


    ESTUDIOS POÉTICOS DE MARCELINO MENENDEZ PELAYO
    Odas, epístolas y tragedias de
    D. Marcelino Menéndez y Pelayo




    A Epicaris


    Soñé, mi amada, en la ideal belleza,
    Fuente de toda luz y toda vida,
    Que de Dios en la mente concebida
    Es arquetipo de inmortal grandeza.

    Y yo la contemplaba en su pureza,
    De veste candidísima ceñida,
    En la tierra su planta sostenida,
    Oculta entre las nubes su cabeza.

    Espíritu celeste, alma del mundo,
    Que presta al orbe su fecundo aliento,
    Soplo que anima la materia impura;

    Y al despertar de sueño tan profundo,
    Vi encarnarse y tomar forma y acento

    La belleza ideal en tu hermosura.


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    MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912) - Página 3 Empty Re: MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912)

    Mensaje por Lluvia Abril 28.08.22 0:58

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).


    ESTUDIOS POÉTICOS DE MARCELINO MENENDEZ PELAYO
    Odas, epístolas y tragedias de
    D. Marcelino Menéndez y Pelayo




    A mi doctísimo amigo y paisano Don Gumersindo Laverde Ruiz
    Restaurador de los estudios de filosofía española


    Noble campeón de la española ciencia,
    Por quien renace la inmortal memoria
    De Soto y Suárez, la olvidada gloria
    De Lulio y Foxo, Vives y Valencia.

    Ellos del ser la inescrutable esencia,
    Del pensamiento la agitada historia,
    Del espíritu humano la victoria
    Y el potente afirmar de la conciencia,

    Con lengua revelaron soberana;
    Mas sus nombres cubrió silencio triste
    Hasta que tú avivaste el sacro fuego.

    Por ti, que tal tesoro descubriste,
    No envidiará ya más la gente hispana
    Al germano tenaz, al sabio griego.


    Santander, 15 de noviembre de 1875.



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    MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912) - Página 3 Empty Re: MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912)

    Mensaje por Lluvia Abril 28.08.22 1:00

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).


    ESTUDIOS POÉTICOS DE MARCELINO MENENDEZ PELAYO
    Odas, epístolas y tragedias de
    D. Marcelino Menéndez y Pelayo





    En Roma


    ¡Y nada respetó la edad avara...
    Ni regio pueblo ni sagradas leyes!
    En paz yacieron extranjeras greyes
    Do la voz del tribuno resonara.

    No ya del triunfador por gloria rara
    Siguen el carro domeñados reyes,
    Ni de Clitumno los hermosos bueyes
    En la pompa triunfal marchan al ara.

    Como nubes, cual sombras, como naves
    Pasaron ley, ejércitos, grandeza...
    Sólo una cruz se alzó sobre tal ruina.

    Dime tú, oh Cruz, que sus destinos sabes:
    ¿Será de Roma la futura alteza
    Humana gloria o majestad divina?

    Roma, 17 de enero de 1877.



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