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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 10 Sep 2022, 01:55

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
    Escogidas por:
    Marcelino Menéndez y Pelayo
    (1856–1912)



    Lope de Vega



    42- (Poesía Sin Título)


    ¡Pobre barquilla mía,
    Entre peñascos rota,
    Sin velas desvelada,
    Y entre las olas sola!

    ¿Adónde vas perdida?
    ¿Adónde, di, te engolfas?
    Que no hay deseos cuerdos
    Con esperanzas locas.

    Como las altas naves,
    Te apartas animosa
    De la vecina tierra,
    Y al fiero mar te arrojas.

    Igual en las fortunas,
    Mayor en las congojas,
    Pequeña en las defensas,
    Incitas a las ondas.

    Advierte que te llevan
    A dar entre las rocas
    De la soberbia envidia,
    Naufragio de las honras.

    Cuando por las riberas
    Andabas costa a costa,
    Nunca del mar temiste
    Las iras procelosas.

    Segura navegabas;
    Que por la tierra propia
    Nunca el peligro es mucho
    Adonde el agua es poca.

    Verdad es que en la patria
    No es la virtud dichosa,
    Ni se estima la perla
    Hasta dejar la concha.

    Dirás que muchas barcas
    Con el favor en popa,
    Saliendo desdichadas,
    Volvieron, venturosas.

    No mires los ejemplos
    De las que van y tornan,
    Que a muchas ha perdido
    La dicha de las otras.

    Para los altos mares
    No llevas, cautelosa,
    Ni velas de mentiras,
    Ni remos de lisonjas.

    ¿Quién te engañó, barquilla?
    Vuelve, vuelve la proa;
    Que presumir de nave
    Fortunas ocasiona.

    ¿Qué jarcias te entretejen?
    ¿Qué ricas banderolas
    Azote son del viento
    Y de las aguas sombra?

    ¿En qué gavia descubres
    Del árbol alta copa,
    La tierra en perspectiva,
    Del mar incultas orlas?

    ¿En qué celajes fundas
    Que es bien echar la sonda,
    Cuando, perdido el rumbo,
    Erraste la derrota?

    Si te sepulta arena,
    ¿Qué sirve fama heroica?
    Que nunca desdichados
    Sus pensamientos logran.

    ¿Qué importa que te ciñan
    Ramas verdes o rojas,
    Que en selvas de corales
    Salado césped brota?

    Laureles de la orilla
    Solamente coronan
    Navíos de alto bordo
    Que jarcias de oro adornan.

    No quieras que yo sea,
    Por tu soberbia pompa,
    Faetonte de barqueros
    Que los laureles lloran.

    Pasaron ya los tiempos
    Cuando lamiendo rosas
    El céfiro bullía
    Y suspirada aromas.

    Ya fieros huracanes
    Tan arrogantes soplan
    Que, salpicando estrellas,
    De sol la frente mojan;

    Ya los valientes rayos
    De la vulcana forja,
    En vez de torres altas,
    Abrasan pobres chozas.

    Contenta con tus redes,
    A la playa arenosa
    Mojado me sacabas;
    Pero vivo, ¿qué importa?

    Cuando de rojo nácar
    Se afeitaba la aurora,
    Más peces te llenaban
    Que ella lloraba aljófar.

    Al bello sol que adoro,
    Enjuta ya la ropa,
    Nos daba una cabaña
    La cama de sus hojas.

    Esposo me llamaba,
    Yo la llamaba esposa,
    Parándose de envidia
    La celestial antorcha.

    Sin pleito, sin disgusto,
    La muerte nos divorcia:
    ¡Ay de la pobre barca
    Que en lágrimas se ahoga!

    Quedad sobre la arena,
    Inútiles escotas;
    Que no ha menester velas
    Quien a su bien no torna.

    Si con eternas plantas
    Las fijas luces doras,
    ¡Oh dueño de mi barca!
    Y en dulce paz reposas.

    Merezca que le pidas
    Al bien que eterno gozas,
    Que adonde estás, me lleve,
    Más pura y más hermosa.

    Mi honesto amor te obligue;
    Que no es digna victoria
    Para quejas humanas
    Ser las deidades sordas.

    Mas ¡ay que no me escuchas!
    Pero la vida es corta:
    Viviendo, todo falta;
    Muriendo, todo sobra.


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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 10 Sep 2022, 01:56

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
    Escogidas por:
    Marcelino Menéndez y Pelayo
    (1856–1912)



    Lope de Vega




    43- Yudit


    Cuelga sangriento de la cama al suelo
    El hombro diestro del feroz tirano,
    Que opuesto al muro de Betulia en vano,
    Despidió contra sí rayos al cielo.

    Revuelto con el ansia el rojo velo
    Del pabellón a la siniestra mano,
    Descubre el espectáculo inhumano
    Del tronco horrible, convertido en hielo.

    Vertido Baco, el fuerte arnés afea
    Los vasos y la mesa derribada,
    Duermen los guardas, que tan mal emplea;

    Y sobre la muralla, coronada
    Del pueblo de Israel, la casta hebrea
    Con la cabeza resplandece armada.



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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 10 Sep 2022, 01:57

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
    Escogidas por:
    Marcelino Menéndez y Pelayo
    (1856–1912)



    Lope de Vega




    44- Soneto


    Suelta mi manso, mayoral extraño,
    Pues otro tienes tú de igual decoro:
    Suelta la prenda que en el alma adoro,
    Perdida por tu bien y por mi daño.

    Ponle su esquila de labrado estaño,
    Y no le engañen tus collares de oro:
    Toma en albricias este blanco toro
    Que a las primeras yerbas cumple un año.

    Si pides señas, tiene el vellocino
    Pardo, encrespado, y los ojuelos tiene
    Corno durmiendo en regalado sueño.

    Si piensas que no soy su dueño,
    Alcino, Suelta, y verásle si a mi choza viene;
    Que aun tienen sal las manos de su dueño.


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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 10 Sep 2022, 01:57

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
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    Lope de Vega




    45- Soneto


    ¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
    ¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
    Que a mi puerta, cubierto de rocío,
    Pasas las noches del invierno escuras?

    ¡Oh cuánto fueron mis entrañas duras,
    Pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío
    Si de mi ingratitud el hielo frío
    Secó las llagas de tus plantas puras!

    ¡Cuántas veces el ángel me decía:
    «Alma, asómate ahora a la ventana;
    Verás con cuánto amor llamar porfía!»

    Y ¡cuántas, hermosura soberana,
    «Mañana le abriremos», respondía,
    Para lo mismo responder mañana!


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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 10 Sep 2022, 01:58

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



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    Lope de Vega




    46- Soneto

    Pastor, que con tus silbos amorosos
    Me despertaste del profundo sueño;
    Tú, que hiciste cayado dese leño
    En que tiendes los brazos poderosos;

    Vuelve los ojos a mi fe piadosos,
    Pues te confieso por mi amor y dueño,
    Y la palabra de seguirte empeño
    Tus dulces silbos y tus pies hermosos.

    Oye, Pastor que por amores mueres,
    No te espante el rigor de mis pecados,
    Pues tan amigo de rendidos eres;

    Espera pues, y escucha mis cuidados;
    Pero ¿cómo te digo que me esperes,
    Si estás para esperar los pies clavados?




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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 10 Sep 2022, 01:59

    Menéndez Pelayo, Marcelino
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    Lope de Vega




    47- Temores en el Favor


    Cuando en mis manos, Rey eterno, os miro,
    Y la cándida víctima levanto,
    De mi atrevida indignidad me espanto,
    Y la piedad de vuestro pecho admiro.

    Tal vez el alma con temor retiro,
    Tal vez la doy al amoroso llanto;
    Que, arrepentido de ofenderos tanto,
    Con ansias temo y con dolor suspiro.

    Volved los ojos a mirarme humanos;
    Que por las sendas de mi error siniestras
    Me despeñaron pensamientos vanos.

    No sean tantas las miserias nuestras
    Que a quien os tuvo en sus indignas manos
    Vos le dejéis de las divinas vuestras.


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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 10 Sep 2022, 02:00

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



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    Luis de Góngora

    Biografía de Luis de Góngora



    Don Luis de Góngora y Argote nace en Córdoba el 11 de julio de 1561. Va a ser el primogénito de la unión matrimonial de don Francisco de Argote y doña Leonor de Góngora, padres de otros tres hijos: doña Francisca de Argote, doña María Ponce de León y don Juan de Góngora y Argote. No debe extrañarnos la disparidad de apellidos porque, en el siglo XVI, no existía la canónica fijeza actual. Don Francisco de Argote, progenitor del futuro poeta, quedó relegado en la herencia de un rico mayorazgo, porque era hijo de un segundo matrimonio de padre. De nada sirvió el pleito en que se vio envuelto por la partición de los bienes, siendo todavía un niño, contra su hermanastro don Alonso de Argote. Don Francisco quedó pobre obteniendo sólo una modesta concesión de alimentos que contrastaba vivamente con una asombrosa riqueza espiritual. El padre de Góngora se había licenciado en Salamanca, pretensión que albergaba para su primogénito, y era un gran erudito, poseedor de una importante biblioteca que él valoraba en más de quinientos ducados.

    Al parecer, su suerte estriba en haber gozado de los favores del secretario de Carlos V, don Francisco de Eraso, a quien el emperador nombrará comendador de Moratalaz y señor de Mohernado, detentando el cargo de notario real y sirviendo de igual modo al heredero Felipe II que había recibido el encargo de su padre de tratarlo como si fuera el legado de otro reino. El secretario Eraso lo distinguió con algunos nombramientos temporales como juez de residencia (con atribuciones de corregidor) en Madrid, Jaén y Andújar. Más tarde, este humilde jurisconsulto desempeñó para la Inquisición, en la ciudad de Córdoba, el cargo de juez de bienes confiscados. La incesante providencia del secretario Eraso hacia el padre y el tío de Góngora, don Francisco, proviene de un confuso episodio acerca de doña Ana de Falces, madre de doña Leonor de Góngora y abuela del poeta. En 1568, a propósito de unas pruebas de limpieza de sangre de don Francisco de Góngora, inexcusables en la época para obtener cargos y privilegios, se aviva el rumor extendido durante setenta y cinco años de que doña Ana había sido hija de un sacerdote racionero de la catedral de Córdoba, bulo que amargó la infancia del poeta y lo persiguió durante toda su vida, porque lo probado es que el tal clérigo era hermano de doña Isabel que vivía con él, viuda de Hernando de Cañizares, según testamento de la bisabuela de Góngora, aunque Ana fuera fruto extramatrimonial de doña Isabel con Alonso de Hermosa, capitán muerto en la guerra de Granada y pariente próximo (hermano de abuelo o abuela) de don Francisco de Eraso, lo que explicaría la protección del poderoso secretario a la familia de los Góngora.

    Es bastante seguro que Luis de Góngora naciera en casa de su tío el racionero don Francisco de Góngora, cerca de la catedral, en el lugar que ocupa el hoy número 9 de la calle de Tomás Conde (anteriormente conocida con el nombre «de las Pavas»), quien disfrutaba, por un lado de sus beneficios eclesiásticos y, por otro, de los bienes adquiridos por favor o compra. Con todos ellos formó un mayorazgo que legó a don Juan, el hermano menor de don Luis, mucho menos dotado intelectualmente, obteniendo para Luis la dignidad de racionero. No sería muy diferente la niñez de Góngora de la de otros niños de su edad y condición. Algunos entretenimientos infantiles de esta primera época pueden conocerse en el poema «Hermana Marica», uno de sus más famosos romancillos:

    Hermana Marica,
    mañana que es fiesta
    [...]
    Iremos a misa,
    veremos la iglesia
    [...]
    Y en la atardecida,
    en nuestra plazuela,
    jugaré yo al toro
    y tú a las muñecas.
    [...]
    Y si quiere madre
    dar las castañetas
    podrás tanto de ello
    bailar en la puerta.
    Y al son del adufe
    cantará Andrehuela.
    [...]
    Jugaremos cañas
    junto a la plazuela.

    Probablemente realizara, entre los años 1570 a 1575, sus primeros estudios en el colegio que dirigían, en Córdoba, los padres de la Compañía de Jesús. Es evidente el respeto que Góngora sentía por sus maestros jesuitas. En el Panegírico al Duque de Lerma, se refiere a ellos como «ganado» de San Francisco de Borja, tío del duque, al que el poeta canta:

    Joven después, el nido ilustró mío,
    redil ya numeroso del ganado,
    que el silbo oyó de su glorioso tío.

    El talento natural del joven Góngora, que había sorprendido a Ambrosio de Morales, determinó a su tío Francisco de Góngora a conferirle los beneficios eclesiásticos de la ración catedralicia que lo convertirá en clérigo a la temprana edad de catorce años, sin tener muy en cuenta el grado de su vocación religiosa. Por instancias del generoso tío, don Luis fue enviado a estudiar a Salamanca. Además de su la manutención del estudiante, la familia puso a su disposición un ayo que no hizo más que sumar gastos a la estancia universitaria, agravado por la falta de interés del joven racionero. Góngora aparece matriculado en Cánones en 1576 y continúa hasta el curso de 1579-1580, entre los estudiantes hijos de familias nobles y pudientes, pero no hay ninguna huella de que obtuviese algún título. Hasta Pellicer pudieron llegar testimonios fehacientes de la vida que el joven Góngora llevó en Salamanca:

    Fue adquiriendo el título de primero entre catorce mil ingenios que se describían o matriculaban en aquella escuela entonces...; obedeciendo a su natural, se dejó arrastrar dulcemente de lo sabroso de la erudición y de lo festivo de las Musas... Con este dulce divertimiento, mal pudo granjear nombre de estudioso ni de estudiante; pero él trocaba gustoso estos títulos al de poeta erudito, el mayor de los de su tiempo, con que comenzó a ser mirado y aclamado con respeto.

    En Salamanca se cuajó la vocación literaria de Góngora, quien se convertiría en el poeta más renombrado de su época, recibiendo encarecidos elogios de su paisano Juan Rufo y del mismo Cervantes. Hay que aportar, en su alegato, que conocía el latín y leía el italiano y el portugués, e incluso se atrevió a escribir algún soneto en estas lenguas. Las primeras composiciones del poeta llevan la fecha de 1580. Ciertamente Góngora, desde sus primeros versos, era ya un poeta culto. El esdrújulo italiano, el léxico latinizante, las menciones mitológicas, el indomable hipérbaton y otras cuestiones estilísticas dejan patente este destino literario. Pero igualmente, por estos mismos años, escribía sabrosas composiciones llenas de humor e ingenio, letrillas y romances de tono claramente popular. El Góngora esotérico y el Góngora franco coexistirán sin enfrentarse a lo largo de su vida, marcada asimismo por un constante ejercicio entre su condición de racionero y sus aspiraciones mundanas.

    El hecho de que Góngora no manifestara una exultante vocación ministerial no indica que fuera un clérigo reprobable. Tras aceptar la ración legada por su tío don Francisco en la catedral de Córdoba, recibe las primeras órdenes mayores y comienza a ocupar diferentes cargos en el Cabildo, lo que indica la confianza que sus compañeros ponen en él ya que, en aquel tiempo, estos puestos se obtenían por votación. Sus desvíos se referían más a la propensión de frecuentar ambientes dudosos que a la frialdad religiosa. Hemos de tener en cuenta que don Luis no era sacerdote en aquel tiempo y la condición clerical era la excusa para cobrar sus rentas. Cuando en 1587 ocupa la sede de Osio don Francisco Pacheco, hombre austero y obispo de criterio riguroso, canónigos y racioneros fueron sometidos a un severo interrogatorio. A las acusaciones que se le imputan de asistir escasamente al coro, vivir como mozo y andar en cosas ligeras, concurrir a fiestas de toros, tratar representantes de comedias y escribir coplas profanas, don Luis responde con mucha sutileza y no poca ironía, concluyendo que no son suyas todas las letrillas que se le achacan y que prefiere mejor ser condenado por liviano que por hereje, respuesta que, según Artigas, biógrafo del poeta, nos ofrece un clarividente retrato moral de Góngora en sus primeros tiempos de racionero, a los veintiocho años.

    En los años sucesivos, Góngora alterna la poesía con sus obligaciones de racionero entre las que se contaban los viajes a comisiones del Cabildo (Palencia, Madrid, Salamanca, Cuenca, Valladolid). Góngora gustaba de estos viajes que lo relacionaban con obispos y personajes nobles, aunque su salud se resintiera considerablemente en ellos. El ambiente de la corte, donde se reunía la pléyade de escritores y el círculo clasista de elegidos, entusiasmaba al racionero que cada vez demoraba más su regreso a Córdoba. En vano pudo resistirse a estas ilusiones cortesanas aunque no le acarrearon más que decepciones y ruina. En 1603, con cuarenta y dos años, regresa a Córdoba. Sólo era par al deseo cortesano, la ardorosa defensa de los suyos que no se perturbó hasta el final de su vida, angustiado como estaba por la enfermedad y las deudas.

    Su mayor obsesión será ahora buscarse mecenas que pudieran definitivamente situarlo en el lugar de privilegio que anhelaba, con la obtención de todas las prerrogativas pero tampoco en este sentido lo favorecerá la suerte a pesar de volcar todo su talento poético en la exaltación de las virtudes de sus protectores. Requiere en primer lugar la protección del Marqués de Ayamonte a quien, tras visitar en 1607 en su residencia onubense de Lepe, dedica bellos sonetos. Casi todos los viajes dejarán una impronta precisa en la obra literaria de don Luis de Góngora. El Marqués muere este mismo año, frustrando las ilusiones del poeta. No tuvo éxito su aspiración de acompañar al Conde de Lemos en su nuevo destino como virrey de Nápoles. Los viajes, infructuosos para su empeño, lo van desanimando. En 1609 visita Álava, Pontevedra, Alcalá y Madrid. Por su poesía advertimos que Galicia no le gusta y que cada vez está más hastiado de Madrid. Pero ciertamente también colaborarían a esta decepción el conocimiento de las insidias de la Corte, promovidas por los poderosos cuyo sentido de la justicia difería de todo noble afán, y la tristeza por las tropelías de los que no podían soportar su superioridad poética reconocida ya en su tiempo, anhelando, aunque no fuera más que por oxigenarse, la paz del campo, la soledad y el silencio, huyendo de la ciudad que lo oprime y decepciona, pero a la vez buscando liberarse de sus obligaciones capitulares para refugiarse en su heredad de Trassierra y entregarse allí a un quehacer poético del que, hasta entonces, no había comprendido su verdadera dimensión.

    En Córdoba comienza una febril etapa de escritura, tocada por el ardor culto. En 1611 nombra coadjutor de su ración a un sobrino suyo, lo que le permite una gran libertad y tiempo para acometer sus más grandes empresas literarias. Entre 1612 y 1613 trabaja en sus dos poemas más extensos y ambiciosos, razón de sus preocupaciones más íntimas. En 1613, la existencia de estos poemas son conocidos en Madrid, donde versos del Polifemo serán leídos en algún cenáculo. La controversia estaba servida. Góngora vivía en Córdoba pero no había perdido los deseos de medrar en la corte. Había cumplido los cincuenta y cinco años cuando comenzaba el Panegírico al Duque de Lerma, don Francisco de Sandoval y Rojas, confiando en obtener los favores del aristócrata, primer ministro y valido del rey Felipe III. Su situación económica no era precisamente boyante. Su renta le hubiera permitido vivir holgadamente en Córdoba pero don Luis era dispendioso. No duda en favorecer a sus sobrinos y entre ellos reparte sus cargos eclesiásticos. El gran pagador de estos dispendios es su administrador Cristóbal Heredia a quien esquilmará cuando decide afincarse definitivamente en la Corte, lo que ocurrirá en abril de 1617. Por indicación del Duque de Lerma, Felipe III le concede una capellanía real, para lo que necesitará ordenarse de sacerdote. Las pretensiones de Góngora se desmoronaron cuando tanto Lerma como Rodrigo Calderón, a quien llamaban «valido del valido», perdieron el favor del rey. Góngora se niega a aceptar el final de sus pretensiones ni siquiera cuando pierde la Chantría de Córdoba que, con tanto fervor, había reclamado. Madrid no es Córdoba y las rentas, que en la capital andaluza daban para vivir, resultaban escasas para la Corte, dado el insaciable afán del poeta por el juego y la vida acomodada, términos que él no reconocería frente a sus familiares.

    Cuando, en marzo de 1621, Felipe IV sube al trono de España, precipitando la ejecución de Rodrigo Calderón, acaecida en octubre de este mismo año, Góngora busca de inmediato congraciarse con el nuevo favorito: el Conde Duque de Olivares quien no parece acordarse de que don Luis es el autor del Panegírico aunque no le niega totalmente su favor. La reavivación de los luctuosos hechos sobre la limpieza de sangre de doña Francisca, el asesinato del Conde de Villamediana y la muerte del Conde de Lemos, en 1622, terminaron por desengañar a Góngora aunque continúa en la Corte, confiando en la generosidad del esquivo Olivares, quien promete sin cumplimiento. Las deudas son cada día más intolerables. Tiene que recurrir a la venta de sus objetos personales para subsistir. El Conde Duque sigue dándole largas. Es evidente que su favor es sólo aparente y la situación del poeta resulta insostenible. Ni siquiera la promesa de Olivares de editar las obras del poeta, que andaban de mano en mano, mezcladas con otras de incierta autoría que le imputaban, quedará en frustrada ilusión. En 1626, el poeta, enfermo, incapaz de sostener la pluma, se rinde a la evidencia y al nihilismo.

    Tal vez toda la vida del poeta fuera una frustrada búsqueda de la afectividad verdadera. Su aspecto exterior podría no reflejar con exactitud lo que sentía en su interior. Calvo, con el pelo aún oscuro, frente despejada, nariz fina y aguileña, rostro alargado, fuerte entrecejo, la boca hundida, obstinada, marcados pliegues en las comisuras, la barbilla y sobre el bigote; un lunar en la sien derecha. Todo en él indica inteligencia, agudeza, fuerza, precisión, desdén. Tal vez, reitero, el dudoso sentido religioso que se le imputa a Góngora, al que se califica de poco caritativo o misericordioso por su acerada y terne burla contra los hombres y las mujeres, esconda un deseo consciente o no de comunicación afectiva que su carácter, tan vivo a veces y tan huraño otras, había contra su voluntad estrangulado.

    Enfermo de esclerosis vascular, causa probable de su amnesia, regresa a Córdoba. Ya no manifiesta la pasión familiar de antaño e incluso se queja del maltrato de sus parientes. Esta situación cambia posteriormente y es bastante seguro que la familia, especialmente su sobrino don Luis, al que había favorecido con la suplencia de su ración en la catedral, viendo cercana la hora de su muerte, conviniera en cuidarlo. Al interesado sobrino cede Góngora todos los derechos sobre su obra aunque no se preocupó nunca por editarlas, enfrascado como estaba en asegurarse su sucesión como racionero propietario en el Cabildo. El poeta muere en Córdoba el 23 de mayo de 1627, tal vez sin asumir conscientemente que acababa de crear un nuevo lenguaje al tratar de transgredir una realidad que lo había llevado en cierto modo a la enajenación y el inconformismo. Pidió ser enterrado, junto a sus padres, en la capilla de San Bartolomé de la Santa Iglesia Catedral de Córdoba, aunque sus huesos no han podido ser identificados.




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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 10 Sep 2022, 02:07

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
    Escogidas por:
    Marcelino Menéndez y Pelayo
    (1856–1912)



    Luis de Góngora



    48- (Romance de Angélica y Medoro)


    En un pastoral albergue
    Que la guerra entre unos robles
    Lo dejó por escondido
    O lo perdonó por pobre,

    Do la paz viste pellico
    Y conduce entre pastores
    Ovejas del monte al llano
    Y cabras del llano al monte,

    Mal herido y bien curado,
    Se alberga un dichoso joven,
    Que sin clavarle Amor flecha
    Le coronó de favores.

    las venas con poca sangre,
    Los ojos con mucha noche,
    Lo halló en el campo aquella
    Vida y muerte de los hombres.

    Del palafrén se derriba,
    No porque al moro conoce,
    Sino por ver que la yerba
    Tanta sangre paga en flores.

    Límpiale el rostro, y la mano
    Siente al Amor que se esconde
    Tras las rosas, que la muerte
    Va violando sus colores.

    Escondióse tras las rosas,
    Porque labren sus arpones
    El diamante del Catay
    Con aquella sangre noble.

    Ya le regala los ojos,
    Ya le entra, sin ver por dónde,
    Una piedad mal nacida
    Entre dulces escorpiones.

    Ya es herido el pedernal,
    Ya despide el primer golpe
    Centellas de agua, ¡oh piedad,
    Hija de padres traidores!

    Yerbas le aplica a sus llagas,
    Que si no sanan entonces,
    En virtud de tales manos
    Lisonjean los dolores.

    Amor le ofrece su venda,
    Mas ella sus velos rompe
    Para ligar sus heridas;
    Los rayos del sol perdonen.

    Los últimos nudos daba
    Cuando el cielo la socorre
    De un villano en una yegua
    Que iba penetrando el bosque.

    Enfrénanle de la bella
    Las tristes piadosas voces,
    Que los firmes troncos mueven
    Y las sordas piedras oyen;

    Y la que mejor se halla
    En las selvas que en la corte,
    Simple bondad, al pío ruego
    Cortésmente corresponde.

    Humilde se apea el villano,
    Y sobre la yegua pone
    Un cuerpo con poca sangre,
    Pero con dos corazones.

    A su cabaña los guía;
    Que el sol deja su horizonte
    Y el humo de su cabaña
    Le va sirviendo de norte.

    Llegaron temprano a ella,
    Do una labradora acoge
    Un mal vivo con dos almas,
    Una ciega con dos soles.

    Blando heno en vez de pluma
    Para lecho les compone,
    Que será tálamo luego
    Do el garzón sus dichas logre.

    Las manos, pues, cuyos dedos
    Desta vida fueron dioses,
    Restituyen a Medoro
    Salud nueva, fuerzas dobles,

    Y le entregan, cuando menos,
    Su beldad y un reino en dote,
    Segunda envidia de Marte,
    Primera dicha de Adonis.

    Corona un lascivo enjambre
    De cupidillos menores
    La choza, bien como abejas
    Hueco tronco de alcornoque.

    ¡Qué de nudos le está dando
    A un áspid la envidia torpe,
    Contando de las palomas
    Los arrullos gemidores!

    ¡Qué bien la destierra Amor,
    Haciendo la cuerda azote,
    Porque el caso no se infame
    Y el lugar no se inficione!

    Todo es gala el africano,
    Su vestido espira olores,
    El lunado arco suspende
    Y el corvo alfanje depone.

    Tórtolas enamoradas
    Son sus roncos atambores.
    Y los volantes de Venus
    Sus bien seguidos pendones.

    Desnuda el pecho anda ella,
    Vuela el cabello sin orden;
    Si lo abrocha, es con claveles,
    Con jazmines si lo coge.

    El pie calza en lazos de oro,
    Porque la nieve se goce,
    Y no se vaya por pies
    La hermosura del orbe.

    Todo sirve a los amantes,
    Plumas les baten veloces,
    Airecillos lisonjeros,
    Si no son murmuradores.

    Los campos les dan alfombras,
    Los árboles pabellones,
    La apacible fuente sueño,
    Música los ruiseñores.

    Los troncos les dan cortezas,
    En que se guarden sus nombres
    Mejor que en tablas de mármol
    O que en láminas de bronce.

    No hay verde fresno sin letra,
    Ni blanco chopo sin mote;
    Si un valle Angélica suena,
    Otro Angélica responde.

    Cuevas do el silencio apenas
    Deja que sombras las moren,
    Profanan con sus abrazos
    A pesar de sus horrores.

    Choza, pues, tálamo y lecho,
    Cortesanos labradores,
    Aires, campos, fuentes, vegas,
    Cuevas, troncos, aves, flores,

    Fresnos, chopos, montes, valles,
    Contestes destos amores,
    El cielo os, guarde, si puede,
    De las locuras del Conde.


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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 10 Sep 2022, 02:11

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
    Escogidas por:
    Marcelino Menéndez y Pelayo
    (1856–1912)



    Luis de Góngora



    49- (Romance Sin Título)


    Servía en Orán al Rey
    Un español con dos lanzas,
    Y con el alma y la vida
    A una gallarda africana,

    Tan noble como hermosa,
    Tan amante como amada,
    Con quien estaba una noche
    Cuando tocaron al arma.

    Trescientos Zenetes eran
    Deste rebato la causa;
    Que los rayos de la luna
    Descubrieron las adargas;

    Las adargas avisaron
    A las mudas atalayas,
    Las atalayas los fuegos,
    Los fuegos a las campanas;

    Y ellas al enamorado,
    Que en los brazos de su dama
    Oyó el militar estruendo
    De las trompas y las cajas.

    Espuelas de honor le pican
    Y freno de amor le para;
    No salir es cobardía,
    Ingratitud es dejarla.

    Del cuello pendiente ella,
    Viéndole tomar la espada,
    Con lágrimas y suspiros
    Le dice aquestas palabras:

    «Salid al campo, Señor,
    Bañen mis ojos la cama;
    Que ella me será también,
    Sin vos, campo de batalla.

    »Vestíos y salid apriesa,
    Que el general os aguarda;
    Yo os hago a vos mucha sobra
    Y vos a él mucha falta.

    »Bien podéis salir desnudo
    Pues mi llanto no os ablanda;
    Que tenéis de acero el pecho
    Y no habéis menester armas.»

    Viendo el español brioso
    Cuánto le detiene y habla,
    Le dice así: «Mi señora,
    Tan dulce como enojada,

    »Porque con honra y amor
    Yo me quede, cumpla y vaya,
    Vaya a los moros el cuerpo,
    Y quede con vos el alma.

    »Concededme, dueña mía,
    Licencia para que salga
    Al rebato en vuestro nombre,
    Y en vuestro nombre combata.»


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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 10 Sep 2022, 02:12

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
    Escogidas por:
    Marcelino Menéndez y Pelayo
    (1856–1912)



    Luis de Góngora



    50- Romance Sin Título)


    Entre los sueltos caballos
    De los vencidos Zenetes,
    Que por el campo buscaban
    Entre lo rojo lo verde,

    Aquel español de Orán
    Un suelto caballo prende,
    Por sus relinchos lozano
    Y por sus cernejas fuerte,

    Para que lo lleve a él,
    Y a un moro cautivo lleve,
    Que es uno que ha cautivado,
    Capitán de cien Zenetes.

    En el ligero caballo
    Suben ambos, y él parece,
    De cuatro espuelas ,herido,
    Que cuatro vientos lo mueven.
    Triste camina el alarbe,
    Y lo más bajo que puede
    Ardientes suspiros lanza
    Y amargas lágrimas vierte.

    Admirado el español
    De ver cada vez que vuelve
    Que tan tiernamente llore
    Quien tan duramente hiere,

    Con razones le pregunta
    Comedidas y corteses
    De sus suspiros la causa,
    Si la causa lo consiente.

    El cautivo, como tal,
    Sin excusarlo, obedece,
    Y a su piadosa demanda
    Satisface desta suerte:

    «Valiente eres, capitán,
    Y cortés como valiente;
    Por tu espada y por tu trato
    Me has cautivado dos veces.

    »Preguntado me has la causa
    De mis suspiros ardientes,
    Y débote la respuesta
    Por quien soy y por quien eres.

    »Yo nací en Gelves el año
    Que os perdisteis en los Gelves,
    De una berberisca noble
    Y de un turco mata-siete.

    »En Tremecén me crié
    Con mi madre y mis parientes
    Después que murió mi padre,
    Corsario de tres bajeles.

    »Junto a mi casa vivía,
    Porque más cerca muriese,
    Una dama del linaje
    De los nobles Melioneses:
    »Extremo de las hermosas,
    Cuando no de las crüeles,
    Hija al fin destas arenas
    Engendradoras de sierpes.

    »Era tal su hermosura,
    Que se hallaran claveles
    Más ciertos en sus dos labios
    Que en los dos floridos meses.

    »Cada vez que la miraba
    Salía el sol por su frente,
    De tantos rayos vestidos
    Cuantos cabellos contiene.

    »Juntos así nos criamos,
    Y Amor en nuestras niñeces
    Hirió nuestros corazones
    Con arpones diferentes.

    »Labró el oro en mis entrañas
    Dulces lazos, tiernas redes,
    Mientras el plomo en las suyas
    Libertades y desdenes.

    »Mas, ya la razón sujeta,
    Con palabras me requiere
    Que su crueldad le perdone
    Y de su beldad me acuerde;

    »Y apenas vide trocada
    La dureza desta sierpe,
    Cuando tú me cautivaste;
    Mira si es bien que lamente.

    »Ésta, español, es la causa
    Que a llanto pudo moverme;
    Mira si es razón que llore
    Tantos males juntamente.»

    Conmovido el capitán
    De las lágrimas que vierte,
    Parando el veloz caballo,
    Que paren sus males quiere.

    «Gallardo moro, le dice,
    Si adoras como refieres,
    Y si como dices amas,
    Dichosamente padeces.

    »¿Quién pudiera imaginar,
    Viendo tus golpes crueles,
    Que cupiera alma tan tierna
    En pecho tan duro y fuerte?

    »Si eres del Amor cautivo,
    Desde aquí puedes volverte;
    Que me pedirán por robo
    Lo que entendí que era suerte.

    »Y no quiero por rescate
    Que tu dama me presente
    Ni las alfombras más finas
    Ni las granas más alegres.

    »Anda con Dios, sufre y ama,
    Y vivirás si lo hicieres,
    Con tal que cuando la veas
    Pido que de mí te acuerdes.»

    Apeóse del caballo,
    Y el moro tras él desciende,
    Y por el suelo postrado,
    La boca a sus pies ofrece.

    «Vivas mil años, le dice,
    Noble capitán, valiente,
    Que ganas mas con librarme
    Que ganaste con prenderme.

    »Alá se quede contigo
    Y te dé victoria siempre
    Para que extiendas tu fama
    Con hechos tan excelentes.»



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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 10 Sep 2022, 02:19

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
    Escogidas por:
    Marcelino Menéndez y Pelayo
    (1856–1912)


    Luis de Góngora



    51- Letrilla
    Ande yo caliente,
    Y ríase la gente.




    Traten otros del gobierno
    Del mundo y sus monarquías,
    Mientras gobiernan mis días
    Mantequillas y pan tierno,
    Y las mañanas de invierno
    Naranjada y aguardiente,
    Y ríase la gente.

    Coma en dorada vajilla
    El príncipe mil cuidados
    Como píldoras dorados;
    Que yo en mi pobre mesilla
    Quiero más una morcilla
    Que en el asador reviente,
    Y ríase la gente.

    Cuando cubra las montañas
    De plata y nieve el enero
    Tenga yo lleno el brasero
    De bellotas y castañas.
    Y quien las dulces patrañas
    Del rey que rabió me cuente,
    Y ríase la gente.

    Busque muy en hora buena
    El mercader nuevos soles;
    Yo conchas y caracoles
    Entre la menuda arena,
    Escuchando a Filomena
    Sobre el chopo de la fuente,
    Y ríase la gente.

    Pase a media noche el mar,
    Y arda en amorosa llama
    Leandro por ver su dama;
    Que yo más quiero pasar
    De Yepes a Madrigar
    La regalada corriente,
    Y ríase la gente.

    Pues Amor es tan cruel
    Que de Píramo y su amada
    Hace tálamo una espada,
    Do se junten ella y él,
    Sea mi Tishe un pastel,
    Y la espada sea mi diente,
    Y ríase la gente.


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    MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912) - Página 7 Empty Re: MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912)

    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 10 Sep 2022, 02:21

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
    Escogidas por:
    Marcelino Menéndez y Pelayo
    (1856–1912)


    Luis de Góngora




    52- Letrilla


    La más bella niña
    De nuestro lugar,
    Hoy viuda y sola
    Y ayer por casar,
    Viendo que sus ojos
    A la guerra van,
    A su madre dice
    Que escucha su mal:
    Dejadme llorar
    Orillas del mar.


    Pues me disteis, madre,
    En tan tierna edad
    Tan corto el placer,
    Tan largo el penar,
    Y me cautivasteis
    De quien hoy se va
    Y lleva las llaves
    De mi libertad,
    Dejadme llorar
    Orillas del mar.


    En llorar conviertan
    Mis ojos de hoy más
    El sabroso oficio
    Del dulce mirar,
    Pues que no se pueden
    Mejor ocupar
    Yéndose a la guerra
    Quien era mi paz.
    Dejadme llorar
    Orillas del mar.


    No me pongáis freno
    Ni queráis culpar;
    Que lo uno es justo,
    Lo otro por demás.
    Si me queréis bien
    No me hagáis mal;
    Harto peor fuera
    Morir y callar.
    Dejadme llorar
    Orillas del mar.


    Dulce madre mía,
    ¿Quién no llorará,
    Aunque tenga el pecho
    Como un pedernal,
    Y no dará voces
    Viendo marchitar
    Los más verdes años
    De mi mocedad?
    Dejadme llorar
    Orillas del mar.


    Váyanse las noches,
    Pues ido se han
    Los ojos que hacían
    Los míos velar;
    Váyanse, y no vean
    Tanta soledad
    Después que en mi lecho
    Sobra la mitad.
    Dejadme llorar
    Orillas del mar.






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    MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912) - Página 7 Empty Re: MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912)

    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 10 Sep 2022, 02:23

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
    Escogidas por:
    Marcelino Menéndez y Pelayo
    (1856–1912)




    Francisco de Quevedo

    Biografía breve


    Francisco Gómez de Quevedo y Santibáñez Villegas, más conocido como Francisco de Quevedo, nació en Madrid el 17 de septiembre de 1580, y falleció en Ciudad Real, el 8 de septiembre de 1645.
    Conocido sobre todo por su enemistad con el célebre poeta barroco Luis de Góngora, por su defensa del conceptismo como estilo literario y sus múltiples trifulcas políticas, es uno de los poetas y prosistas más importantes de la lengua española.

    Nacido en el seno de una familia aristócrata, estuvo ligado a la corte y a las altas esferas del poder a lo largo de toda su vida. Se educó en el Colegio Imperial de los jesuitas, y posteriormente en las Universidades de Alcalá de Henares y Valladolid, centrándose en la teología y los idiomas.
    Su amistad con el duque de Osuna, y más tarde con el Conde-Duque de Olivares fomentaron su prestigio, llegando a ser Caballero de la Orden de Santiago, si bien tuvo varias caídas en desgracia que lo empujaron al destierro en varias ocasiones.

    Finalmente, debido a los casos de corrupción que rodeaban al Conde-Duque y las sospechas de éste hacia el autor, fue encerrado en una pequeña celda del convento de San Marcos, del que salió con la salud muy afectada, retirándose definitivamente a la Torre de Juan Abad, desde donde se trasladó a Villanueva de los Infantes, donde murió.

    Frente a sus textos satíricos y burlones, desde sus letrillas y sonetos, pasando por su prosa picaresca, como puede apreciarse en su obra más conocida "Historia de la vida del Buscón llamado Don Pablos", destaca su poesía más seria que refleja su temática reincidente centrada en el tiempo y la muerte. También trató el ensayo político y filosófico ("La cuna y la sepultura") y fue un asíduo traductor y crítico literario.





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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 11 Sep 2022, 01:24

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
    Escogidas por:
    Marcelino Menéndez y Pelayo
    (1856–1912)




    Francisco de Quevedo



    53-Al Sueño


    ¿Con qué culpa tan grave,
    Sueño blando y süave,
    Pude en largo destierro merecerte
    Que se aparte de mí tu olvido manso?
    Pues no te busco yo por ser descanso,
    Sino por muda imagen de la muerte.
    Cuidados veladores
    Hacen inobedientes mis dos ojos
    A la ley de las horas:


    No han podido vencer a mis dolores
    Las noches, ni dar paz a mis enojos.
    Madrugan más en mí que en las auroras
    Lágrimas a este llano;
    Que amanece a mi mal siempre temprano;
    Y tanto, que persuade la tristeza
    A mis dos ojos, que nacieron antes
    Para llorar que para ver. Tú, sueño,
    De sosiego los tienes ignorantes,
    De tal manera, que al morir el día
    Con luz enferma vi que permitía
    El sol que le mirasen en Poniente.


    Con pies torpes al punto, ciega y fría,
    Cayó de las estrellas blandamente
    La noche, tras las pardas sombras mudas,
    Que el sueño persuadieron a la gente.
    Escondieron las galas a los prados
    Y quedaron desnudas
    Estas laderas y sus peñas solas:
    Duermen ya entre sus montes recostados
    Los mares y las olas.
    Si con algún acento
    Ofenden las orejas,
    Es que entre sueños dan al cielo quejas
    Del yerto lecho y duro acogimiento,
    Que blandos hallan en los cerros duros.
    Los arroyuelos puros
    Se adormecen al son del llanto mío,
    Y a su modo también se duerme el río.


    Con sosiego agradable
    Se dejan poseer de ti las flores;
    Mudos están los males,
    No hay cuidado que hable,
    Faltan lenguas y voz a los dolores,
    Y en todos los mortales
    Yace la vida envuelta en alto olvido.
    Tan sólo mi gemido
    Pierde el respeto a tu silencio santo:
    Yo tu quietud molesto con mi llanto,
    Y te desacredito
    El nombre de callado, con mi grito.
    Dame, cortés mancebo, algún reposo:
    No seas digno del nombre de avariento
    En el más desdichado y firme amante
    Que lo merece ser por dueño hermoso.


    Débate alguna pausa mi tormento.
    Gózante en las cabañas
    Y debajo del cielo
    Los ásperos villanos;
    Hállate en el rigor de los pantanos
    Y encuéntrate en las nieves en el hielo
    El soldado valiente,
    Y yo no puedo hallarte, aunque lo intente,
    Entre mi pensamiento y mi deseo.
    Ya, pues, con dolor creo
    Que eres más riguroso que la tierra,
    Más duro que la roza,
    Pues te alcanza el soldado envuelto en guerra,
    Y en ella mi alma por jamás te toca.
    Mira que es gran rigor: dame siquiera
    Lo que de ti desprecia tanto avaro,
    Por el oró en que alegre considera,
    Hasta que da la vuelta el tiempo claro;
    Lo que había de dormir en blando lecho
    Y da el enamorado a su señora,
    Y a ti se te debía de derecho.


    Dame lo que desprecia de ti ahora
    Por robar el ladrón; lo que desecha
    El que envidiosos celos tuvo y llora.
    Quede en parte mi queja satisfecha:
    Tócame con el cuento de tu vara;
    Oirán siquiera el ruido de tus plumas
    Mis desventuras sumas;
    Que yo no quiero verte cara a cara,
    Ni que hagas más caso
    De mí, que hasta pasar por mí de paso;
    O que a tú sombra negra por lo menos,
    Si fueres a otra parte peregrino,
    Se le haga camino
    Por estos ojos de sosiego ajenos.
    Quítame, blando sueño, este desvelo,
    O de él alguna parte,
    Y te prometo, mientras viere el cielo,
    De desvelarme sólo en celebrarte.


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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 11 Sep 2022, 01:26

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
    Escogidas por:
    Marcelino Menéndez y Pelayo
    (1856–1912)




    Francisco de Quevedo



    54- Epístola Satírica y Censoria
    contra las costumbres presentes de los castellanos
    escrita al Conde-Duque de Olivares


    No he de callar, por más que con el dedo,
    Ya tocando la boca, ya la frente,
    Me representes o silencio o miedo.

    ¿No ha de haber un espíritu valiente?
    ¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
    ¿Nunca se ha de decir lo que se siente?

    Hoy sin miedo que libre escandalice
    Puede hablar el ingenio, asegurado
    De que mayor poder le atemorice.

    En otros siglos pudo ser pecado
    Severo estudio y la verdad desnuda,
    Y romper el silencio el bien amado.

    Pues sepa quien lo niega y quien lo duda
    Que es lengua la verdad de Dios severo
    Y la lengua de Dios nunca fue muda.

    Son la verdad y Dios, Dios verdadero:
    Ni eternidad divina los separa,
    Ni de los dos alguno fue primero.

    Si Dios a la verdad se adelantara,
    Siendo verdad, que rabría de ser hubiera
    Verdad, antes que fuera y empezara.

    La justicia de Dios es verdadera,
    Y la misericordia, y todo cuanto
    Es Dios es la verdad siempre severa.

    Señor Excelentísimo, mi llanto
    Ya no consiente márgenes ni orillas:
    Inundación será la de mi canto:

    Veránse sumergidas mis mejillas,
    La vista por dos urnas derramada
    Sobre el sepulcro de las dos Castillas.

    Yace aquella virtud desaliñada
    Que fue, si menos rica, más temida,
    En vanidad y en ocio sepultada.

    Y aquella libertad esclarecida
    Que donde supo hallar honrada muerte
    Nunca quiso tener más larga vida.

    Y pródiga del alma, nación fuerte
    Contaba en las afrentas de los años
    Envejecer en brazos de la suerte.

    La dilación del tiempo, y los engaños
    Del paso de las horas y del día
    Impaciente acusaba a los extraños.

    Nadie contaba cuánta edad vivía,
    Sino de qué manera: sola una hora
    Lograba con afán su valentía.

    La robusta virtud era señora,
    Y sola dominaba al pueblo rudo:
    Edad, si mal hablada, vencedora.

    El temor de la mano daba escudo
    Al corazón, que, en ella confiado,
    Todas las armas despreció desnudo.

    Multiplicó en escuadras un soldado
    Su honor precioso, en ánimo valiente,
    De sola honesta obligación armado.

    Y debajo del Sol aquella gente,
    Si no más descansado, a más honroso
    Sueño entregó los ojos, no la mente.

    Hilaba la mujer para su esposo
    La mortaja primero que el vestido;
    Menos le vio galán que peligroso,

    Acompañaba el lado del marido
    Más veces en la hueste que en la cama;
    Sano le aventuró, vengóle herido.

    Todas matronas y ninguna dama,
    Que nombres del halago cortesano
    No admitió lo severo de su fama.

    Derramado y sonoro el Oceáno
    Era divorcio de las ricas minas
    Que volaron la paz del pecho humano.

    Ni les trajo costumbres peregrinas
    El áspero dinero, ni el Oriente
    Compró la honestidad con piedras finas.

    Joya fue la virtud pura y ardiente;
    Gala en merecimiento y alabanza;
    Sólo se codiciaba lo decente.

    No de la pluma dependió la lanza,
    Ni el cántabro con cajas y tinteros
    Hizo el campo heredad, sino matanza.

    Y España con legítimos dineros,
    No amartelaba el crédito a Liguria;
    Más quiso los turbantes que los ceros.

    Menos fuera la pérdida y la injuria
    Si se volvieran Muzas los asientos,
    Cuanto es peor la usura que la furia.

    Caducaban las aves en los vientos,
    Y espiraba decrépito el venado:
    Grande vejez duró en los elementos.

    Que el vientre entonces, bien disciplinado,
    Buscó satisfacción y no hartura,
    Y estaba la garganta sin pecado.

    Del mayor infanzón de aquella pura
    República de grandes hombres, era
    Una vaca sustento y armadura.

    No había venido al gusto lisonjera
    La pimienta arrugada, ni del clavo
    La adulación fragante forastera.

    Carnero y vaca fue principio y cabo,
    Y con rojos pimientos y ajos duros
    Tan bien como el señor comió el esclavo.

    Bebió la sed los arroyuelos puros;
    Después mostraron del carquesio a Baco
    El camino los brindis mal seguros.

    El rostro macilento, el cuerpo flaco,
    Eran recuerdo del trabajo honroso,
    Y honra y provecho andaban en un saco.

    Pudo sin don un español velloso
    Llamar a los tudescos bacanales,
    Y al holandés hereje y alevoso.

    Pudo acusar los celos desiguales
    Al italiano; y hoy de muchos modos
    Somos copias, si son originales.

    Las descendencias gastan muchos godos;
    Todos blasonan, nadie los imita,
    Y no son sucesores, sino apodos.

    Vino el betún precioso que vomita
    La ballena o la espuma de las olas,
    Que el vicio, no el olor, nos acredita.

    Y quedaron las huestes españolas
    Bien perfumadas, pero mal regidas,
    Y alhajas las que fueron pieles solas.

    Estaban las locuras mal vestidas,
    Y aún no se hartaba de buriel y lana
    La vanidad de hembras presumidas.

    A la seda pomposa siciliana,
    Que manchó ardiente múrice, el romano
    Y el oro hicieron áspera y tirana.

    Nunca al duro español supo el gusano
    Persuadir que vistiese su mortaja,
    Intercediendo el Can por el verano.

    Hoy desprecia el honor al que trabaja,
    Y entonces fue el trabajo ejecutoria,
    Y el vicio gradüó la gente baja.

    Pretende el alentado joven gloria
    Por dejar la vacada sin marido,
    Y de Ceres ofende la memoria.

    Un animal a la labor nacido
    De paciencia preciosa a los mortales,
    Que a Jove fue disfraz y fue vestido;

    Que un tiempo endureció manos reales,
    Y detrás de él los cónsules gimieron,
    Y rumia luz en campos celestiales,

    ¿Por cuál enemistad se persuadieron
    A que su apocamiento fuese hazaña,
    Y a mieses tan grande ofensa hicieron?

    ¡Qué cosa es ver un infanzón de España
    Abreviado en la silla a la jineta,
    Y gastar un caballo en una caña!

    Que la niñez al gallo le acometa
    Con semejante munición apruebo;
    Mas no la edad madura y la perfeta.

    Ejercite sus fuerzas el mancebo
    En frentes de escuadrones, no en la frente
    Del padre hermoso del armento nuevo.

    El trompeta le llame diligente,
    Dando fuerza de ley al viento vano,
    Y al son esté el ejército obediente.

    ¡Con cuánta majestad llena la mano
    La pica, y el mosquete carga el hombro,
    Del que se atreve a ser buen castellano!

    Con asco entre las otras gentes nombro
    Al que de su persona, sin decoro,
    Antes quiere dar nota que no asombro.

    Jineta y caña son contagio moro;
    Restitúyanse justas y torneos,
    Y hagan paces las capas con el toro.

    Pasadnos vos de juegos a trofeos;
    Que sólo grande rey y buen privado
    Pueden ejecutar estos deseos.

    Vos, que hacéis repetir siglo pasado
    Con desembarazarnos las personas
    Y sacar a los miembros de cuidado,

    Vos disteis libertad con las valonas,
    Para que sean corteses las cabezas,
    Desnudando el enfado a las coronas;

    Y, pues vos enmendasteis las cortezas,
    Dad a la mayor parte medicina:
    Vuélvanse los tablados fortalezas.

    Que la cortés estrella que os inclina
    A privar sin intento y sin venganza,
    Milagro que a la envidia desatina.

    Tiene por sola bienaventuranza
    El reconocimiento temeroso,
    No presumida y ciega confianza.

    Pues os dio el ascendiente generoso
    Escudos, de armas y blasones llenos,
    Y por timbre el martirio glorioso,

    Mejores son por vos los que eran buenos
    Guzmanes, y la cumbre desdeñosa
    Os muestre a su pesar campos serenos.

    Lograd, señor, edad tan venturosa;
    Y cuando nuestras fuerzas examina
    Persecución unida y belicosa,

    La militar valiente disciplina
    Tenga más practicantes que la plaza:
    Descansen tela falsa y tela fina.

    Suceda a la marlota la coraza,
    Y si el Corpus con danzas no los pide,
    Velillos y oropel no hagan baza.

    El que en treinta lacayos los divide,
    Hace suerte en el toro y con un dedo
    La hace en él la vara que los mide.

    Mandadlo así, que aseguraros puedo
    Que habéis de restaurar más que Pelayo,
    Pues valdrá por ejércitos el miedo
    Y os verá el cielo administrar su rayo.


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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 11 Sep 2022, 01:27

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
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    Marcelino Menéndez y Pelayo
    (1856–1912)




    Francisco de Quevedo


    55- Memoria Inmortal
    de Don Pedro Girón, Duque de Osuna, Muerto en la Prisión


    Faltar pudo su patria al grande Osuna,
    Pero no a su defensa sus hazañas;
    Diéronle muerte y cárcel las Españas,
    De quien él hizo esclava la fortuna.

    Lloraron sus envidias una a una
    Con las propias naciones las extrañas;
    Su tumba son de Flandes las campañas,
    Y su epitafio la sangrienta luna.

    En sus exequias encendió el Vesubio
    Parténope, y Trinacria al Mongibelo;
    El llanto militar creció en diluvio.

    Diole el mejor lugar Marte en su cielo;
    La Mosa, el Rhin, el Tajo y el Danubio
    Murmuran con dolor su desconsuelo.


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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 11 Sep 2022, 01:28

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
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    Marcelino Menéndez y Pelayo
    (1856–1912)




    Francisco de Quevedo



    56- Conoce la Diligencia con que se Acerca la Muerte, y Procura Conocer También la Conveniencia de su Venida y Aprovecharse de ese Conocimiento



    Ya formidable y espantoso suena
    Dentro del corazón el postrer día,
    Y la última hora, negra y fría,
    Se acerca, de temor y sombras llena.

    Si agradable descanso, paz serena,
    La muerte en traje de dolor envía,
    Señas da su desdén de cortesía:
    Más tiene de caricia que de pena.

    ¿Qué pretende el temor desacordado
    De la que a rescatar piadosa viene
    Espíritu en miserias añudado?

    Llegue rogada, pues mi bien previene;
    Hálleme agradecido, no asustado;
    Mi vida acabe y mi vivir ordene.



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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 11 Sep 2022, 01:28

    Menéndez Pelayo, Marcelino
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    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
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    57- Enseña Cómo Todas las Cosas Avisan de la Muerte


    Miré los muros de la patria mía,
    Si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
    De la carrera de la edad cansados,
    Por quien caduca ya su valentía.

    Salíme al campo, vi que el sol bebía
    Los arroyos del hielo desatados;
    Y del monte quejosos los ganados,
    Que con sombras hurtó su luz al día.

    Entré en mi casa; vi que amancillada
    De anciana habitación era despojos;
    Mi báculo más corvo y menos fuerte.

    Vencida de la edad sentí mi espada,
    Y no hallé cosa en que poner los ojos
    Que no fuese recuerdo de la muerte.



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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 11 Sep 2022, 01:30

    Menéndez Pelayo, Marcelino
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    58- Letrilla Satírica


    Madre, yo al oro me humillo:
    El es mi amante y mi amado,
    Pues de puro enamorado,
    De contino anda amarillo;
    Que pues, doblón o sencillo,
    Hace todo cuanto quiero,
    Poderoso caballero
    Es don Dinero.


    Nace en las Indias honrado,
    Donde el mundo le acompaña;
    Viene a morir en España
    Y es en Génova enterrado.
    Y pues quien le trae al lado
    Es hermoso, aunque sea fiero,
    Poderoso caballero
    Es don Dinero
    .

    Es galán y es como un oro,
    Tiene quebrado el color,
    Persona de gran valor,
    Tan cristiano como moro;
    Pues que da y quita el decoro
    Y quebranta cualquier fuero,
    Poderoso caballero
    Es don Dinero.

    Son sus padres principales
    Y es de nobles descendiente,
    Porque en las venas de Oriente
    Todas las sangres son reales:
    Y pues es quien hace iguales
    Al rico y al pordiosero,
    Poderoso caballero
    Es don Dinero
    .

    ¿A quién no le maravilla
    Ver en su gloria sin tasa
    Que es lo más ruin de su casa
    Doña Blanca de Castilla?
    Mas pues que su fuerza humilla
    Al cobarde y al guerrero,
    Poderoso caballero
    Es don Dinero
    .

    Sus escudos de armas nobles
    Son siempre tan principales,
    Que sin sus escudos reales
    No hay escudos de armas dobles;
    Y pues a los mismos robles
    Da codicia su minero,
    Poderoso caballero
    Es don Dinero.


    Por importar en los tratos
    Y dar tan buenos consejos,
    En las casas de los viejos
    Gatos le guardan de' gatos.
    Y pues él rompe recatos
    Y ablanda al juez más severo,
    Poderoso caballero
    Es don Dinero.


    Es tanta su majestad
    (Aunque son sus duelos hartos)
    Que aun con estar hecho cuartos
    No pierde su calidad;
    Pero pues da autoridad
    Al gañán y al jornalero,
    Poderoso caballero
    Es don Dinero.


    Nunca vi damas ingratas
    A su gusto y afición,
    Que a las caras de un doblón
    Hacen sus caras baratas.
    Y pues las hace bravatas
    Desde una bolsa de cuero,
    Poderoso caballero
    Es don Dinero.


    Más valen en cualquier tierra,
    Mirad si es harto sagaz,
    Sus escudos en la paz
    Que rodelas en la guerra.
    Pues al natural destierra
    Y hace propio al forastero,
    Poderoso caballero
    Es don Dinero.



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    MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912) - Página 7 Empty Re: MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912)

    Mensaje por Lluvia Abril Dom 11 Sep 2022, 01:31

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
    Escogidas por:
    Marcelino Menéndez y Pelayo
    (1856–1912)




    Esteban Manuel de Villegas
    Biografía

    Villegas, Esteban Manuel de. El Anacreonte Español. Matute (La Rioja), 5.I.1589 – Nájera (La Rioja), 3.IX.1669. Poeta clasicista, traductor, humanista, introductor del anacreontismo en la literatura española, autor del canon poético en la literatura neoclásica.
    Fue el séptimo de los ocho hijos del matrimonio formado por Francisco de Villegas y Francisca González. Su padre era oriundo de la montaña santanderina y este hecho justificará las pretensiones hidalgas del escritor. Su madre, natural de Pedroso, localidad situada en la cuenca media del Najerilla, contribuyó a potenciar otro de los valores sociales de la época, el del estatuto de cristiano viejo. Asentado el matrimonio en la localidad vecina de Matute, basó su economía en la compra de censos y juros, que, para no sufrir los riesgos de las bancarrotas reales, situaron sobre sus propios vecinos. El padre del escritor fue, en la práctica, un prestamista local con garantías hipotecarias. Ello aseguró el devenir económico de la familia y la estabilidad futura del poeta. Muerto el padre en 1592, la madre trasladó la familia a Nájera, lugar definitivo de residencia.

    En el período comprendido entre 1600 y 1609 se documenta la estancia de Esteban de Villegas en la Corte, donde obtiene formación humanística. Pretende convertirse en escritor académico, busca mentores literarios, como Cristóbal de Mesa o Bartolomé Leonardo de Argensola, e inicia su obra poética. De esta época son sus Delicias, “a los veinte [años] limadas, a los catorce escritas”, y la concepción de la primera parte de Las Eróticas, que verán la luz en 1618. Determinadas travesuras, que comportan un gasto inusual, le obligan a volver a Nájera, desde donde su madre, bajo la tutela de su hermano Diego, clérigo, le encamina a Salamanca (1609-1613) para que curse estudios de Jurisprudencia en su universidad. Allí se inscribe en la facultad de Leyes y obtiene la licencia, pero su verdadera vocación son los estudios literarios, que, en paralelo, consumen su atención.
    Entre 1613 y 1620 se halla de vuelta en Nájera, desde donde prepara la conclusión y edición de un poemario de ocho libros, que titulará colectivamente Las Eróticas. Sus dos partes rinden culto a Horacio y a Anacreonte, a la vez que ensaya la adaptación de la métrica de cantidades clásica a la romance. Surgirán así la primera traducción de Anacreonte y la aparición de cantilenas, delicias, idilios, hexámetros y estrofas sáficas. Estas fórmulas poéticas, consagradas al Eros clásico, supondrán el renacer de la poesía neoclásica en el siglo xviii. Cuando los libros están preparados, encarga al grabador real Pedro Perret un grabado y el impresor Juan de Mongastón imprime la obra en Nájera en 1618. La recepción de Las Eróticas en la Corte no obtuvo acogida favorable, pues, al margen de poemas en los que censuraba a Lope (“mozo de mulas eres; haz tragedias”), Cervantes (“mal poeta”) y Góngora (“fértil viejo / que ya navega trastornando el norte”), el grabado contenía elementos vejatorios para los ingenios madrileños. Bajo el lema “Sicut sol matutinus, me surgente, quid istae?” aparecía un sol cuyos rayos desplazaban la luz de las estrellas. La disemia “matutino” ocultaba al poeta nacido en Matute, cuyo nacimiento como poeta eclipsaba a los ingenios de la Corte. Semejante inmodestia fue contestada y el joven Villegas se vio obligado a suprimir el grabado e incorporar otro menos agresivo. Por ello, pueden encontrarse hasta tres estados de ejemplares de esta edición.

    La aventura poética dejó a Esteban de Villegas en posición poco airosa y decidió permanecer en Nájera, donde, entre 1620 y 1636, contrajo matrimonio (1625) con una joven quinceañera llamada Antonia de Leiva, y constituyó su propia familia, que se extendería a cinco hijos. De esta época de proyección de Las Eróticas en el panorama poético y de transición hacia el humanismo son su Epístola al Rector de Villahermosa, que aparece en el Cancionero de 1628, y su Epístola a Francisco de Cascales.

    Entre 1637 y 1650 produjo Villegas su obra humanística y continuó su obra poética. A la primera pertenecen las Disertaciones Críticas, dos tomos manuscritos en lengua latina de contenido ingente que elevan a su autor a la cumbre del humanismo aurisecular. Menéndez Pelayo lamentó su pérdida, aunque hoy se hallan en la Biblioteca Nacional de Madrid, donde permanecen inéditos.
    Entre 1644 y 1660 sufrió proceso inquisitorial por polemizar sobre cuestiones relativas al libre albedrío, fue desterrado a Santa María de Ribarredonda (Burgos) y vio cómo su Libro de Sátiras era censurado. Probablemente, algunas de sus sátiras sueltas conservadas tengan aquí su origen. Hacia 1655 tuvo la intención de imprimir su Antiteatro o Discurso contra el abuso de las comedias, especie de preceptiva teatral antilopesca, pues censura la comedia nueva y propone la vuelta a la dramaturgia clásica. Su actividad en los últimos años de su vida fue incesante y mantuvo nutrida correspondencia con humanistas, como el Epistolario (1650-1656) dirigido a Lorenzo Ramírez de Prado (Códice de Cuenca). Tradujo e imprimió Los cinco libros de la Consolación de Boecio (1665), donde busca consuelo al desasosiego espiritual que le ha causado el proceso de la Inquisición. En 1669, ya muy enfermo, muere a la edad de ochenta años




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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 11 Sep 2022, 01:33

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
    Escogidas por:
    Marcelino Menéndez y Pelayo
    (1856–1912)




    Esteban Manuel de Villegas


    59- Al céfiro
    Oda sáfica

    Dulce vecino de la verde selva,
    Huésped eterno del abril florido,
    Vital aliento de la madre Venus,
    Céfiro blando;

    Si de mis ansias el amor supiste,
    Tú, que las quejas de mi voz llevaste,
    Oye, no temas, y a mi ninfa dile,
    Dile que muero.

    Filis un tiempo mi dolor sabía;
    Filis un tiempo mi dolor lloraba;
    Quísome un tiempo, mas ahora temo,
    Temo sus iras.

    Así los dioses con amor paterno,
    Así los cielos con amor benigno,
    Nieguen al tiempo que feliz volares
    Nieve a la tierra.

    Jamás el peso de la nube parda
    Cuando amanece en la elevada cumbre,
    Toque tus hombros ni su mal granizo
    Hiera tus alas.


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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 11 Sep 2022, 01:34

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
    Escogidas por:
    Marcelino Menéndez y Pelayo
    (1856–1912)



    Pedro Calderón de la Barca

    Biografía (resumen)

    Pedro Calderón de la Barca nació en Madrid, en 1600. Fue militar y sacerdote, poeta filosófico y dramaturgo. Vivió bajo tres reyes (Felipe III, Felipe IV y Carlos II). Vio cómo Europa pasaba por el pacifismo, la Guerra de Treinta Años y el cambio de hegemonía hacia el Norte burgués. En España, presenció la pérdida de Flandes y las rebeliones de Cataluña, Portugal, Aragón y Andalucía. La variedad de registros de su obra es espejo y manifestación de la crisis de la modernidad. Depuró la Comedia Nueva, despojándola de escenas superfluas y de personajes secundarios. Hizo protagonista al individuo y sus conflictos. En su dramaturgia, enalteció la escenografía, a la que llamaba “memoria de las apariencias”. “La vida es sueño” es su obra más universal. Falleció en Madrid, en 1681.





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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 11 Sep 2022, 01:35

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
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    Marcelino Menéndez y Pelayo
    (1856–1912)



    Pedro Calderón de la Barca



    60- Las Flores y la Vida del Hombre

    Éstas que fueron pompa y alegría
    Despertando al albor de la mañana,
    A la tarde serán lástima vana
    Durmiendo en brazos de la noche fría.

    Este matiz que al cielo desafía,
    Iris listado de oro, nieve y grana,
    Será escarmiento de la vida humana:
    ¡Tanto se emprende en término de un día!

    A florecer las rosas madrugaron,
    Y para envejecerse florecieron:
    Cuna y sepulcro en un botón hallaron.

    Tales los hombres sus fortunas vieron:
    En un día nacieron y expiraron;
    Que pasados los siglos, horas fueron.



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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 11 Sep 2022, 01:37

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



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    Marcelino Menéndez y Pelayo
    (1856–1912)




    Antonio Mira de Amescua

    Biografía

    Fue hijo natural de dos nobles solteros, Melchor de Amescua y Mira, descendiente de los conquistadores de la ciudad de Baza, y de Beatriz de Torres Heredia, procedente de Berja. Aunque el asunto de sus verdaderos orígenes es realmente oscuro se ha llegado a proponer, con algún fundamento, que era hijo de una esclava morisca, por parte de su padre, quien fue luego emancipada. Según consta en un documento, por expreso deseo de su padre y de sus tías se reservó al niño para la carrera eclesiástica y se puso bajo la supervisión del obispo de Guadix. Su andar en el mundo literario comenzó en Granada donde estudió sus primeras letras a la edad de siete años. Posteriormente, continuó sus estudios en Alcalá de Henares desde 1587 a 1591; regresó a Granada con el título de bachiller para seguir estudiando y ordenarse a la edad de dieciséis años; muy pronto, en 1593, le adjudicaron el beneficio de la parroquia de Santa Ana en Guadix, que había establecido Hernando de Briviesca con fondos de la herencia de Diego Hurtado de Mendoza; en ese mismo año es probable que estrenara su primera comedia, Vida de San Torcuato, en Granada que Asenjo Sedano le atribuye; de todas formas, lo cierto es que en 1597 firma un poder notarial para que su padre cobre en su lugar unas comedias que se le adeudaban. Ya al parecer había estudiado leyes y cánones en el colegio de San Miguel en Granada entre 1594 y 1598, sin abandonar su ministerio en Guadix, como atestiguan una serie de gestiones que lleva a cabo para el obispo en la vecina ciudad de Baza. Por 1599 viaja a Salamanca y se doctora en Teología, de suerte que desde entonces firma como "doctor Mira de Amescua". Pero en 1601 muere su padre de unas estocadas en una reyerta a la salida de la procesión del Corpus; el asesinato es perdonado por la familia de Mira a cambio de una fuerte indemnización. Ya es bastante reconocido como dramaturgo y poeta: hay citas elogiosas de él en Lope de Vega (1602) y Agustín de Rojas (1603) y por último aparece en la antología de Pedro de Espinosa Flores de poetas ilustres de España (1605). Además lo nombraron en 1609 capellán de la Capilla Real de la catedral de Granada,2 pese a la oposición del obispo de Granada; toma posesión en 1610; sus ingresos han crecido además con las herencias de sus tías fallecidas en 1603 y 1606. En 1610 entró al servicio del Conde de Lemos y le acompañó a Nápoles, donde fue miembro de la Academia de los Otiosi. Lo encontró allí Diego Duque de Estrada; además trabajó como ecónomo de la diócesis de Tropea (Calabria), relativamente cercana a Nápoles.

    Regresó a España en torno a 1616 y permaneció más de diez años en Madrid, donde fue capellán del cardenal-infante don Fernando en 1619, descuidando sus deberes eclesiásticos en Granada, lo que le valió algunos problemas y pleitos con la jerarquía eclesiástica que demandaba su asistencia a la Capilla Real de Granada. Son sus años de más gloria literaria y traba amistad con Luis de Góngora, Bernardo de Balbuena (escribió un prólogo a su Siglo de Oro en las selvas de Erifile, novela pastoril), Lope de Vega y Tirso de Molina. Después decide abandonar la Corte y volver a Guadix. Permuta su capellanía en Granada por una canonjía con el arcedianato en la Catedral de Guadix, movimiento que coincide con la salida de su señor, el Infante Cardenal D. Fernando, primero hacia Cataluña y posteriormente a Flandes. Nombrado pues arcediano de Guadix, se posesionó de su cargo en 1632. Tuvo allí violentos incidentes con sus compañeros de cabildo a causa de su genio en demasía irascible (abofeteó al maestreescuela de la catedral de Guadix). Gozó de una gran fama como escritor y era frecuentemente solicitado como aprobador y prologuista de libros, e intervino en certámenes poéticos de Murcia y Granada. Falleció en Guadix el 8 de septiembre de 1644.


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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 11 Sep 2022, 01:39

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
    Escogidas por:
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    Antonio Mira de Amescua


    61- Canción Real a una Mudanza


    Ufano, alegre, altivo, enamorado,
    Rompiendo el aire el pardo jilguerillo,
    Se sentó en los pimpollos de una haya,
    Y con su pico de marfil nevado
    De su pechuelo blanco y amarillo
    La pluma concertó pajiza y baya;
    Y celoso se ensaya
    A discantar en alto contrapunto
    Sus celos y amor junto,
    Y al ramillo, y al prado y a las flores
    Libre y ufano cuenta sus amores.
    Mas ¡ay! que en este estado
    El cazador cruel, de astucia armado,
    Escondido le acecha,
    Y al tierno corazón aguda flecha
    Tira con mano esquiva
    Y envuelto en sangre en tierra lo derriba.
    ¡Ay, vida mal lograda,
    Retrato de mi suerte desdichada!

    De la custodia del amor materno
    El corderillo juguetón se aleja,
    Enamorado de la yerba y flores,
    Y por la libertad del pasto tierno
    El cándido licor olvida y deja
    Por quien hizo a su madre mil amores:
    Sin conocer temores,
    De la florida primavera bella
    El vario manto huella
    Con retozos y brincos licenciosos,
    Y pace tallos tiernos y sabrosos.
    Mas ¡ay! Que en un otero
    Dio en la boca de un lobo carnicero,
    Que en partes diferentes
    Lo dividió con sus voraces dientes,
    Y a convertirse vino
    En purpúreo el dorado vellocino.
    ¡Oh inocencia ofendida,
    Breve bien, caro pasto, corta vida!

    Rica con sus penachos y copetes,
    Ufana y loca, con ligero vuelo
    Se remonta la garza a las estrellas,
    Y, puliendo sus negros martinetes,
    Procura ser allá cerca del cielo
    La reina sola de las aves bellas:
    Y por ser ella de ellas
    La que más altanera se remonta,
    Ya se encubre y trasmonta
    A los ojos del lince más atentos
    Y se contempla reina de los vientos.
    Mas ¡ay! que en la alta nube
    El águila la vio y al cielo sube,
    Donde con pico y garra
    El pecho candidísimo desgarra
    Del bello airón que quiso
    Volar tan alto con tan corto aviso.
    ¡Ay, pájaro altanero,
    Retrato de mi suerte verdadero!

    Al son de las belísonas trompetas
    Y al retumbar del sonroso parche,
    Formó escuadrón el capitán gallardo;
    Con relinchos, bufidos y corvetas
    Pidió el caballo que la gente marche
    Trocando en paso presuroso el tardo:
    Sonó el clarín bastardo
    La esperada serial de arremetida,
    Y en batalla rompida,
    Teniendo cierta de vencer la gloria,
    Oyó a su gente que cantó victoria.
    Mas ¡ay! que el desconcierto
    Del capitán bisoño y poco experto,
    Por no observar el orden
    Causó en su gente general desorden,
    Y, la ocasión perdida,
    El vencedor perdió victoria y vida.
    ¡Ay, fortuna voltaria,
    En mis prósperos fines siempre varia!

    Al cristalino y mudo lisonjero
    La bella dama en su beldad se goza,
    Contemplándose Venus en la tierra,
    Y al más rebelde corazón de acero
    Con su vista enternece y alboroza,
    Y es de las libertades dulce guerra:
    El desamor destierra
    De donde pone sus divinos ojos,
    Y de ellos son despojos
    Los purísimos castos de Diana,
    Y en su belleza se contempla ufana.
    Mas ¡ay! que un accidente,
    Apenas puso el pulso intercadente,
    Cuando cubrió de manchas,
    Cárdenas ronchas y viruelas anchas
    El bello rostro hermoso
    Y lo trocó en horrible y asqueroso.
    ¡Ay, beldad malograda,
    Muerta luz, turbio sol y flor pisada!

    Sobre frágiles leños, que con alas
    De lienzo débil de la mar son carros,
    El mercader surcó sus claras olas:
    Llegó a la India, y, rico de bengalas,
    Perlas, aromas, nácares bizarros,
    Volvió a ver las riberas españolas.
    Tremoló banderolas,
    Flámulas, estandartes, gallardetes:
    Dio premio a los grumetes
    Por haber descubierto
    De la querida patria el dulce puerto.
    Mas ¡ay! que estaba ignoto
    A la experiencia y ciencia del piloto
    En la barra un peñasco,
    Donde, tocando de la nave el casco,
    Dio a fondo, hechos mil piezas,
    Mercader, esperanzas y riquezas.
    ¡Pobre bajel, figura
    Del que anegó mi próspera ventura!

    Mi pensamiento con ligero vuelo
    Ufano, alegre, altivo, enamorado,
    Sin conocer temores la memoria,
    Se remontó, señora, hasta tu cielo,
    Y contrastando tu desdén airado,
    Triunfó mi amor, cantó mi fe victoria;
    Y en la sublime gloria
    De esa beldad se contempló mi alma,
    Y el mar de amor sin calma
    Mi navecilla con su viento en popa
    Llevaba navegando a toda ropa.
    Mas ¡ay! que mi contento
    Fue el pajarillo y el corderillo exento,
    Fue la garza altanera,
    Fue el capitán que la victoria espera,
    Fue la Venus del mundo,
    Fue la nave del piélago profundo;
    Pues por diversos modos
    Todos los males padecí de todos.

    Canción, ve a la coluna
    Que sustentó mi próspera fortuna,
    Y verás que si entonces
    Te pareció de mármoles y bronces,
    Hoy es mujer; y en suma
    Breve bien, fácil viento, leve espuma.



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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 11 Sep 2022, 01:40

    "Madre, yo al oro me humillo:
    El es mi amante y mi amado,
    Pues de puro enamorado,
    De contino anda amarillo;
    Que pues, doblón o sencillo,
    Hace todo cuanto quiero,
    Poderoso caballero
    Es don Dinero..."


    Quevedo solamente hubo UNO...

    Y LLUVIA ESTÁ VOLVIENDO A BORDAR UNA OBRA MAESTRA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA. ¡QUÉ LÁSTIMA QUE HAYA TAN POCOS COMENTARIOS!

    BESOS.


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    Mensaje por Lluvia Abril Lun 12 Sep 2022, 01:16

    No importa, amigo mío, la verdad es que es una compilación de puras joyas literarias y merece la pena exponerlas, sea como sea.
    Gracias a ti, por estar siempre ahí, al pie del verso.


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    Mensaje por Lluvia Abril Lun 12 Sep 2022, 01:19

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
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    Marcelino Menéndez y Pelayo
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    Nicolás Fernández de Moratín


    BIOGRAFÍA
    Nicolás Fernández de Moratín nació en Madrid el 20 de julio de 1737. Estudió en el colegio de los jesuitas en Calatayud y posteriormente en la Universidad de Valladolid. Ejerció la abogacía en Madrid. Fue miembro de la tertulia de la Fonda de San Sebastián, a la que también asistían José de Cadalso, Tomás de Iriarte e Ignacio López de Ayala. Fue socio también de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Madrid, y de la Academia Romana de los Árcades. Desde 1773 desempeñó la cátedra de Poética del Colegio Imperial de Madrid. Murió el 11 de mayo de 1780.
    Su obra literaria abarca la poesía, el teatro y el ensayo. Concebía el teatro, dentro de los ideales del neoclasicismo, como escuela de formación ética.

    62- Fiesta de Toros en Madrid


    Madrid, castillo famoso
    Que al rey moro alivia el miedo,
    Arde en fiestas de su coso
    Por ser el natal dichoso
    De Alimenón de Toledo.

    Su bravo alcaide Aliatar,
    De la hermosa Zaida amante,
    Las ordena celebrar
    Por si le puede ablandar
    El corazón de diamante.

    Pasó, vencida a sus ruegos,
    Desde Aravaca a Madrid;
    Hubo pandorgas y fuegos,
    Con otros nocturnos juegos
    Que dispuso el adalid.

    Y en adargas y colores,
    En las cifras y libreas,
    Mostraron los amadores,
    Y en pendones y preseas,
    La dicha de sus amores.

    Vinieron las moras bellas
    De toda la cercanía,
    Y de lejos muchas de ellas:
    Las más apuestas doncellas
    Que España entonces tenía.

    Aja de Jetafe vino,
    Y Zahara la de Alcorcón,
    En cuyo obsequio muy fino
    Corrió de un vuelo el camino
    El moraicel de Alcabón.

    Jarifa de Almonacid,
    Que de la Alcarria en que habita
    Llevó a asombrar a Madrid
    Su amante Audalla, adalid
    Del castillo de Zorita.
    De Adamud y la famosa
    Meco llegaron allí
    Dos, cada cual más hermosa,
    Y Fátima la preciosa,
    Hija de Alí el alcadí.

    El ancho circo se llena
    De multitud clamorosa,
    Que atiende a ver en la arena
    La sangrienta lid dudosa,
    Y todo en torno resuena.

    La bella Zaida ocupó
    Sus dorados miradores
    Que el arte afiligranó,
    Y con espejos y flores
    Y damascos adornó.

    Añafiles y atabales,
    Con militar armonía,
    Hicieron salva, y seriales
    De mostrar su valentía
    Los moros más principales.

    No en las vegas de Jarama
    Pacieron la verde grama
    Nunca animales tan fieros,
    Junto al puente que se llama,
    Por sus peces, de Viveros,

    Como los que el vulgo vio
    Ser lidiados aquel día;
    Y en la fiesta que gozó,
    La popular alegría
    Muchas heridas costó.

    Salió un toro del toril
    Y a Tarfe tiró por tierra,
    Y luego a Benalguacil;
    Después con Hamete cierra
    El temerón de Conil.

    Traía un ancho listón
    Con uno y otro matiz
    Hecho un lazo por airón,
    Sobre la inhiesta cerviz
    Clavado con un arpón.

    Todo galán pretendía
    Ofrecerle vencedor
    A la dama que servía:
    Por eso perdió Almanzor
    El potro que más quería.

    El alcaide muy zambrero
    De Guadalajara, huyó
    Mal herido al golpe fiero,
    Y desde un caballo overo
    El moro de Horche cayó.

    Todos miran a Aliatar,
    Que, aunque tres toros ha muerto,
    No se quiere aventurar,
    Porque en lance tan incierto
    El caudillo no ha de entrar.
    Mas viendo se culparía,
    Va a ponérsele delante:
    La fiera le acometía,
    Y sin que el rejón le plante
    Le mató una yegua pía.

    Otra monta acelerado:
    Le embiste el toro de un vuelo
    Cogiéndole entablerado;
    Rodó el bonete encarnado
    Con las plumas por el suelo.

    Dio vuelta hiriendo y matando
    A los de pie que encontrara,
    El circo desocupando,
    Y emplazándose, se para,
    Con la vista amenazando.

    Nadie se atreve a salir:
    La plebe grita indignada,
    Las damas se quieren ir,
    Porque la fiesta empezada
    No puede ya proseguir.

    Ninguno al riesgo se entrega
    Y está en medio el toro fijo,
    Cuando un portero que llega
    De la puerta de la Vega,
    Hincó la rodilla, y dijo:

    «Sobre un caballo alazano,
    Cubierto de galas y oro,
    Demanda licencia urbano
    Para alancear a un toro
    Un caballero cristiano.»

    Mucho le pesa a Aliatar:
    Pero Zaida dio respuesta
    Diciendo que puede entrar,
    Porque en tan solemne fiesta
    Nada se puede negar.

    Suspenso el concurso entero
    Entre dudas se embaraza,
    Cuando en un potro ligero
    Vieron entrar en la plaza
    Un bizarro caballero.

    Sonrosado, albo color,
    Belfo labio, juveniles
    Alientos, inquieto ardor,
    En el florido verdor
    De sus lozanos abriles.

    Cuelga la rubia guedeja
    Por donde el almete sube,
    Cual mirarse tal vez deja
    Del sol la ardiente madeja
    Entre cenicienta nube.

    Gorguera de aliaos follajes,
    De una cristiana primores;
    En el yelmo los plumajes
    Por los visos y celajes
    Vergel de diversas flores.

    En la cuja gruesa lanza,
    Con recamado pendón,
    Y una cifra a ver se alcanza,
    Que es de desesperación,
    O a lo menos de venganza.

    En el arzón de la silla
    Ancho escudo reverbera
    Con blasones de Castilla,
    Y el mote dice a la orilla:
    Nunca mi espada venciera.

    Era el caballo galán,
    El bruto más generoso,
    De más gallardo ademán:
    Cabos negros, y brioso,
    Muy tostado, y alazán.

    Larga cola recogida
    En las piernas descarnadas,
    Cabeza pequeña, erguida,
    Las narices dilatadas,
    Vista feroz y encendida.

    Nunca en el ancho rodeo
    Que da Betis con tal fruto
    Pudo fingir el deseo
    Más bella estampa de bruto,
    Ni más hermoso paseo.

    Dio la vuelta al rededor;
    Los ojos que le veían
    Lleva prendados de amor:
    «¡Alah te salve!» decían,
    «¡Déte el Profeta favor!»
    Causaba lástima y grima
    Su tierna edad floreciente:
    Todos quieren que se exima
    Del riesgo, y él solamente
    Ni recela ni se estima.

    Las doncellas, al pasar,
    Hacen de ámbar y alcanfor
    Pebeteros exhalar,
    Vertiendo pomos de olor,
    De jazmines y azahar.

    Mas cuando en medio se para,
    Y de más cerca le mira
    La cristiana esclava Aldara,
    Con su señora se encara,
    Y así le dice, y suspira:

    «Señora, sueños no son;
    Así los cielos, vencidos
    De mi ruego y aflicción,
    Acerquen a mis oídos
    Las campanas de León,

    »Como ese doncel, que ufano
    Tanto asombro viene a dar
    A todo el pueblo africano,
    Es Rodrigo de Vivar,
    El soberbio castellano».

    Sin descubrirle quién es,
    La Zaida desde una almena
    Le habló una noche cortés,
    Por donde se abrió después
    El cubo de la Almudena.

    Y supo que, fugitivo
    De la corte de Fernando,
    El cristiano, apenas vivo,
    Está' a Jimena adorando
    Y en su memoria cautivo.

    Tal vez a Madrid se acerca
    Con frecuentes correrías
    Y todo en torno la cerca;
    Observa sus saetías,
    Arroyadas y ancha alberca.

    Por eso le ha conocido:
    Que en medio de aclamaciones,
    El caballo ha detenido
    Delante de sus balcones,
    Y la saluda rendido.

    La mora se puso en pie
    Y sus doncellas detrás:
    El alcaide que lo ve,
    Enfurecido además,
    Muestra cuán celoso esté.

    Suena un rumor placentero
    Entre el vulgo de Madrid:
    «No habrá mejor caballero»,
    Dicen, «en el mundo entero»,
    Y algunos le llaman Cid.

    Crece la algazara, y él,
    Torciendo las riendas de oro,
    Marcha al combate crüel:
    Alza el galope, y al toro
    Busca en sonoro tropel.

    El bruto se le ha encarado
    Desde que le vio llegar,
    De tanta gala asombrado,
    Y al rededor le ha observado
    Sin moverse de un lugar.

    Cual flecha se disparó
    Despedida de la cuerda,
    De tal suerte le embistió;
    Detrás de la oreja izquierda
    La aguda lanza le hirió.

    Brama la fiera burlada;
    Segunda vez acomete,
    De espuma y sudor bañada,
    Y segunda vez le mete
    Sutil la punta acerada.

    Pero ya Rodrigo espera
    Con heroico atrevimiento,
    El pueblo mudo y atento:
    Se engalla el toro y altera,
    Y finge acometimiento.

    La arena escarba ofendido,
    Sobre la espalda la arroja
    Con el hueso retorcido;
    El suelo huele y lo moja
    En ardiente resoplido.

    La cola inquieto menea,
    La diestra oreja mosquea,
    Vase retirando atrás,
    Para que la fuerza sea
    Mayor, y el ímpetu más.

    El que en esta ocasión viera
    De Zaida el rostro alterado,
    Claramente conociera
    Cuánto le cuesta cuidado
    El que tanto riesgo espera.

    Mas ¡ay, que le embiste horrendo
    El animal espantoso!
    Jamás peñasco tremendo
    Del Cáucaso cavernoso
    Se desgaja estrago haciendo,

    Ni llama así fulminante
    Cruza en negra oscuridad
    Con relámpagos delante,
    Al estrépito tronante
    De sonora tempestad,

    Como el bruto se abalanza
    Con terrible ligereza;
    Mas rota con gran pujanza
    La alta nuca, la fiereza
    Y el último aliento lanza.

    La confusa vocería
    Que en tal instante se oyó
    Fue tanta, que parecía
    Que honda mina reventó,
    O el monte y valle se hundía.

    A caballo como estaba
    Rodrigo, el lazo alcanzó
    Con que el toro se adornaba:
    En su lanza lo clavó
    Y a los balcones llegaba.

    alzándose en los estribos,
    Lo alarga a Zaida, diciendo:
    «Sultana, aunque bien entiendo
    Ser favores excesivos,
    Mi corto don admitiendo;

    »Si no os dignáredes ser
    Con él benigna, advertid
    Que a mí me basta saber
    Que no lo debo ofrecer
    A otra persona en Madrid.»

    Ella, el rostro placentero,
    Dijo, y turbada: «Señor,
    Yo lo admito y lo venero,
    Por conservar el favor
    De tan gentil caballero.»

    Y besando el rico don,
    Para agradar al doncel,
    Lo prende con afición
    Al lado del corazón
    Por brinquiño y por joyel.

    Pero Aliatar el caudillo
    De envidia ardiendo se ve,
    Y, trémulo y amarillo.
    Sobre un tremecén rosillo
    Lozaneándose se fue.
    Y en ronca voz: «Castellano»,
    Le dice, "con más decoros
    Suelo yo dar de mi mano,
    Si no penachos de toros,
    Las cabezas del cristiano.

    »Y si vinieras en guerra
    Cual vienes de fiesta y gala,
    Vieras que en toda la tierra,
    Al valor que dentro encierra
    Madrid, ninguno se iguala.»

    «Así», dijo el de Vivar,
    «Respondo»; y la lanza al ristre
    Pone, y espera a Aliatar;
    Mas sin que nadie administre
    Orden, tocaron a armar.

    Ya fiero bando con gritos
    Su muerte o prisión pedía,
    Cuando se oyó en los distritos
    Del monte de Leganitos
    Del Cid la trompetería.

    Entre la Moncloa y Soto
    Tercio escogido emboscó,
    Que, viendo como tardó,
    Se acerca, oyó el alboroto,
    Y al muro se abalanzó.
    Y si no vieran salir
    Por la puerta a su señor,
    Y Zaida a le despedir,
    Iban la fuerza a embestir:
    Tal era ya su furor.

    El alcaide, recelando
    Que en Madrid tenga partido,
    Se templó disimulando.
    Y por el parque florido
    Salió con él razonando.

    Y es fama que, a la bajada,
    Juró por la cruz el Cid
    De su vencedora espada
    De no quitar la celada
    Hasta que gane a Madrid.



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    MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912) - Página 7 Empty Re: MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912)

    Mensaje por Lluvia Abril Lun 12 Sep 2022, 01:23

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
    Escogidas por:
    Marcelino Menéndez y Pelayo
    (1856–1912)




    Gaspar Melchor de Jovellanos

    Biografía de Gaspar Melchor de Jovellanos
    Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811)


    Gaspar Melchor de Jovellanos nació en Gijón (Asturias) el 5 de enero de 1744. Hijo de padres hidalgos, estudió en Oviedo desde donde pasó a Ávila. En 1761 se graduó de bachiller en Cánones por la Universidad de Osma (Soria). Ya en 1763 se licenció en Cánones por la Universidad de Ávila y, en 1764, ingresó en el Colegio Mayor de San Ildefonso de Alcalá de Henares. En este Colegio permaneció durante un año y se graduó de bachiller en Cánones por la Universidad de Alcalá. Terminados sus estudios, en 1768 fue nombrado alcalde del Crimen de la Real Audiencia de Sevilla, desde donde es ascendido a la plaza de oidor en 1774.
    En 1778 el rey le nombra alcalde de Casa y Corte y se traslada a Madrid.. En 1780 es nombrado Consejero de las Órdenes Militares.
    1782 pronuncia en un discurso en Sociedad Económica de Asturias acerca de la reforma industrial del Principado, y días después es elegido director de ella. Trabaja, mientras tanto, en cosas diversas: la reforma de los estudios universitarios, la explotación de las minas de carbón asturianas, la mejora de las comunicaciones por carretera de Asturias con la meseta etc. Son los años de mayor actividad de Jovellanos.
    En 1790 es encarcelado su amigo Francisco de Cabarrús, director del Banco de San Carlos y Jovellanos no duda en hacer todo lo posible por ayudarle. Como consecuencia de ello, es obligado, en lo que se ha venido a llamar un destierro disimulado, a viajar a Asturias con la misión de inspeccionar las minas de carbón del Principado. Este destierro termina en 1797. A partir de entonces comienzan para Jovellanos unos años que podrían considerarse como los más felices de su vida, en los que se dedicó sobre todo a viajar por Asturias y el norte de la Península. También trabaja en poner en funcionamiento su obra más querida, el Real Instituto Asturiano de Náutica y Mineralogía, inaugurado en Gijón el 7 de enero de 1794.
    A finales de 1795, publicado ya el Informe en el expediente de Ley Agraria, la Inquisición recelosa de la obra trata de prohibirla aunque no lo consiguió, porque el prestigio de Jovellanos era notable. Así, en 1797, después de un efímero nombramiento como embajador en Rusia, Godoy a escasas fechas, lo nombra Ministro de Gracia y Justicia. Pero el 16 de agosto de 1798, Jovellanos es cesado. Su salud, debido a los efectos de un posible envenenamiento o intoxicación por plomo, se vio seriamente deteriorada y después de descansar en la villa de Trillo (Guadalajara), regresa a Madrid para hacerse cargo de sus enseres y trasladarse a Gijón. Volvió a dedicarse a su querido Instituto, pero los problemas económicos y también el desprestigio de su persona, crecían día a día. Después de llegar desde a la corte una «delación anónima» desde Asturias, en la madrugada del 13 de marzo de 1801 es detenido en su casa de Gijón y hecho reo de Estado.

    Conducido a la isla de Mallorca, permaneció privado de toda libertad, primero en la cartuja de Valldemossa durante un año, para después trasladarlo al castillo de Bellver (Palma de Mallorca), hasta 1808. A pesar de las múltiples peticiones que se hicieron al rey no consigue ser juzgado ni puesto en libertad. Son unos años en los que Jovellanos demostró su entereza. En cuanto obtuvo el oportuno permiso, lejos de abandonar su actividad, pudo dedicar tiempo a leer y escribir: en Valldemossa inició el Tratado teórico-práctico de enseñanza. Se especializó en la historia de Mallorca y escribió las “Memorias histórico-artísticas de arquitectura”, que contienen una evocadora y prerromántica “Descripción del castillo de Bellver”. Siguió escribiendo poesía e infinidad de cartas, que conseguía enviar burlando a vigilantes y censores.

    Con el motín de Aranjuez asciende al Fernando VII y Jovellanos queda en libertad. Marzo de 1808 y España está en vísperas de la guerra de la Independencia. Los ilustrados se dividen en dos facciones: los que creen que Napoleón y José I van a resolver los problemas de España, y aquellos que consideran que los españoles se bastan a sí mismos para llevar a cabo esta tarea. Los primeros, llamados afrancesados intentaron, sin conseguirlo, convencer a Jovellanos para colaborar con el gobierno de José I y llegaron incluso de nuevo a proponerle para ministro. Jovellanos rehusó las dos veces. Sin embargo, en el mes de setiembre aceptó el nombramiento para representar a Asturias en la Junta Suprema Central Gubernativa del Reino, compuesta por los diputados nombrados por cada una de las juntas provinciales, creadas para luchar contra el invasor, y constituida el 25 de setiembre de 1808 en Aranjuez.

    Al instaurarse la Regencia el 31 de enero de 1811, Jovellanos pide permiso para volver a Asturias. Una tormenta de mar le obliga a refugiarse en Muros de Galicia, donde pasa varios meses. Los ataques de que es objeto la Junta Central y el trato incorrecto e injusto que sufre Jovellanos, le mueven a escribir la “Memoria en defensa de la Junta Central” (1811). Liberado Gijón de los franceses, decide emprender viaje hacia Asturias y entra de nuevo en su ciudad natal el 7 de agosto de 1811. Pero, nuevamente es invadida la ciudad por las tropas de Napoleón y debe volver a abandonarla precipitadamente vía marítima en el mes de noviembre. Con un mar Cantábrico embravecido, el bergantín en el que viajaba junto con otros pasajeros arribó al pueblo asturiano de Puerto de Vega, donde ya muy enfermo, falleció el 28 de noviembre de 1811, a los 67 años de edad.


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    MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912) - Página 7 Empty Re: MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912)

    Mensaje por Lluvia Abril Lun 12 Sep 2022, 01:25

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
    Escogidas por:
    Marcelino Menéndez y Pelayo
    (1856–1912)




    Gaspar Melchor de Jovellanos


    63- Epístola de Fabio a Nafriso
    Descripción del Paular

    Credibile est illi numen inesse loco —Ovidius



    Desde el oculto y venerable asilo
    Do la virtud austera y penitente
    Vive ignorada y, del liviano mundo
    Huida, en santa soledad se esconde,
    El triste Fabio al venturoso Anfriso
    Salud en versos flébiles envía.
    Salud le envía a Anfriso, al que inspirado
    De las mantuanas musas, tal vez suele
    Al grave son de su celeste canto
    Precipitar del viejo Manzanares
    El curso perezoso: tal süave
    Suele ablandar con amorosa lira
    La altiva condición de sus zagalas.

    ¡Plugiera a Dios, oh Anfriso, que el cuitado
    A quien no dio la suerte tal ventura
    Pudiese huir del mundo y sus peligros!
    ¡Plugiera a Dios, pues ya con su barquilla
    Logró arribar a puerto tan seguro,
    Que esconderla supiera en este abrigo,
    A tanta luz y ejemplos enseriado!
    Huyera así la furia tempestuosa
    De los contrarios vientos, los escollos,
    Y las fieras borrascas tantas veces
    Entre sustos y lágrimas corridas.
    Así también del mundanal tumulto
    Lejos, y en estos montes guarecido,
    Alguna vez gozara del reposo,
    Que hoy desterrado de su pecho vive.

    Mas ¡ay de aquel que hasta en el santo asilo
    De la virtud arrastra la cadena,
    La pesada cadena con que el mundo
    Oprime a sus esclavos! ¡Ay del triste
    En cuyo oído suena con espanto,
    Por esta oculta soledad rompiendo,
    De su señor el imperioso grito!

    Busco en estas moradas silenciosas
    El reposo y la paz que aquí se esconden,
    Y sólo encuentro la inquietud funesta
    Que mis sentidos y razón conturba.

    Busco paz y reposo, pero en vano
    Los busco ¡oh caro Anfriso! que estos dones,
    Herencia santa que al partir del mundo
    Dejó Bruno en sus hijos vinculada,
    Nunca en profano corazón entraron
    Ni a los parciales del placer se dieron.

    Conozco bien que, fuera de este asilo,
    Sólo me guarda el mundo sinrazones,
    Vanos deseos, duros desengaños,
    Susto y dolor; empero todavía
    A entrar en él no puedo resolverme.
    No puedo resolverme, y despechado
    Sigo el impulso del fatal destino
    Que a muy más dura esclavitud me guía.
    Sigo su fiero impulso, y llevo siempre
    Por todas partes los pesados grillos
    Que de la ansiada libertad me privan.

    De afán y angustia el pecho traspasado,
    Pido a, la muda soledad consuelo
    Y con dolientes quejas la importuno.
    Salgo al ameno valle, subo al monte,
    Sigo del claro río las corrientes,
    Busco la fresca y deleitosa sombra,
    Corro por todas partes, y no encuentro
    En parte alguna la quietud perdida.

    ¡Ay, Anfriso, qué escenas a mis ojos,
    Cansados de llorar, presenta el cielo!
    Rodeado de frondosos y altos montes
    Se extiende un valle, que de mil delicias
    Con sabia mano ornó naturaleza.
    Pártele en dos mitades, despeñado
    De las vecinas rocas, el Lozoya,
    Por su pesca famoso y dulces aguas.
    Del claro río sobre el verde margen
    Crecen frondosos álamos, que al cielo
    Ya erguidos alzan las plateadas copas,
    O ya, sobre las aguas encorvados,
    En mil figuras miran con asombro
    Su forma en los cristales retratada.
    De la siniestra orilla un bosque umbrío
    Hasta la falda del vecino monte
    Se extiende: tan ameno y delicioso
    Que le hubiera juzgado el gentilismo
    Morada de algún dios, o a los misterios
    De las silvanas Dríades guardado.

    Aquí encamino mis inciertos pasos,
    Mansión la más conforme para un triste,
    Entro a pensar en mi crüel destino.
    La grata soledad, la dulce sombra,
    El aire blando y el silencio mudo,
    Mi desventura y mi dolor adulan.
    No alcanza aquí del padre de las luces
    El rayo acechador, ni su reflejo
    Viene a cubrir de confusión el rostro
    De un infeliz en su dolor sumido.
    El canto de las aves no interrumpe
    Aquí tampoco la quietud de un triste,
    Pues sólo de la viuda tortolilla
    Se oye tal vez el lastimero arrullo,
    Tal vez el melancólico trinado
    De la angustiada y dulce Filomena.
    Con blando impulso el céfiro süave,
    Las copas de los árboles moviendo,
    Recrea el alma con el manso ruido,
    Mientras al dulce soplo desprendidas
    Las agostadas hojas, revolando,
    Bajan en lentos círculos al suelo,
    Cúbrenle en torno, y la frondosa pompa
    Que al árbol adornara en primavera,
    Yace marchita y muestra los rigores
    Del abrasado estío y seco otoño.

    ¡Así también de juventud lozana
    Pasan, oh Anfriso, las livianas dichas!
    Un soplo de inconstancia, de fastidio,
    O de capricho femenil las tala
    Y lleva por el aire, cual las hojas
    De los frondosos árboles caídas.
    Ciegos empero, y tras su vana sombra
    De contino exhalados, en pos de ellas
    Corremos hasta hallar el precipicio
    Do nuestro error y su ilusión nos guían.
    Volamos en pos de ellas como suele
    Volar a la dulzura del reclamo
    Incauto el pajarillo: entre las hojas
    El preparado visco le detiene:
    Lucha cautivo por huir, y en vano,
    Porque un traidor, que en asechanza atisba,
    Con mano infiel la libertad le roba
    Y muerte le condena a cárcel dura.

    ¡Ah, dichoso el mortal de cuyos ojos
    Un pronto desengaño corrió el velo
    De la ciega ilusión! ¡Una y mil veces
    Dichoso el solitario penitente
    Que, triunfando del mundo y de sí mismo,
    Vive en la soledad libre y contento!
    Unido a Dios por medio de la santa
    Contemplación, le goza ya en la tierra,
    Y retirado en su tranquilo albergue
    Observa reflexivo los milagros
    De la naturaleza, sin que nunca
    Turben el susto ni el dolor su pecho.

    Regálanle las aves con su canto,
    Mientras la aurora sale refulgente
    A cubrir de alegría y luz el mundo.
    Nácele siempre el sol claro y brillante,
    Y nunca a él levanta conturbados
    Sus ojos, ora en el oriente raye,
    Ora, del cielo a la mitad subiendo,
    En pompa guíe el reluciente carro;
    Ora con tibia luz, más perezoso,
    Su faz esconda en los vecinos montes.
    Cuando en las claras noches cuidadoso
    Vuelve desde los santos ejercicios,
    La plateada luna en lo más alto
    Del cielo mueve la luciente rueda
    Con augusto silencio, y recreando
    Con blando resplandor su humilde vista,
    Eleva su razón, y la dispone
    A contemplar la alteza y la inefable
    Gloria del Padre y Creador del mundo.
    Libre de los cuidados enojosos
    Que en los palacios y dorados techos
    Nos turban de confino, y entregado
    A la inefable y justa Providencia,
    Si al breve sueño alguna pausa pide
    De sus santas tareas, obediente
    Viene a cerrar sus párpados el sueño
    Con mano amiga, y de su lado .ahuyenta
    El susto y las fantasmas de la noche.

    ¡Oh suerte venturosa, a los amigos
    De la virtud guardada! ¡Oh dicha, nunca
    De los tristes mundanos conocida!
    ¡Oh monte impenetrable! ¡Oh bosque umbrío!
    ¡Oh valle deleitoso! ¡Oh solitaria,
    Taciturna mansión! ¡Oh, quién, del alto
    Y proceloso mar del mundo huyendo
    A vuestra santa calma, aquí seguro
    Vivir pudiera siempre, y escondido!

    Tales cosas revuelvo en mi memoria
    En esta triste soledad sumido.
    Llega en tanto la noche, y con su manto
    Cobija el ancho mundo. Vuelvo entonces
    A los medrosos claustros. De una escasa
    Luz el distante y pálido reflejo
    Guía por ellos mis inciertos pasos;
    Y en medio del horror y del silencio,
    ¡Oh fuerza del ejemplo portentosa!
    Mi corazón palpita, en mi cabeza
    Se erizan los cabellos, se estremecen
    Mis carnes, y discurre por mis nervios
    Un súbito rigor que los embarga.
    Parece que oigo que del centro oscuro
    Sale una voz tremenda que, rompiendo
    El eterno silencio, así me dice:
    «Huye de aquí, profano; tú, que llevas
    De ideas mundanales lleno el pecho,
    Huye de esta morada, do se albergan
    Con la virtud humilde y silenciosa
    Sus escogidos: huye, y no profanes
    Con tu planta sacrílega este asilo.»
    Con paso vacilante voy cruzando
    De aviso tal al golpe confundido,
    Los pavorosos tránsitos, y llego
    Por fin a mi morada, donde ni hallo
    El ansiado reposo, ni recobran
    La suspirada calma mis sentidos.
    Lleno de congojosos pensamientos
    Paso la triste y perezosa noche
    En molesta vigilia, sin que llegue
    A mis ojos el sueño, ni interrumpan
    Sus regalados bálsamos mi pena.
    Vuelve por fin con la rosada aurora
    La luz aborrecida, y en pos de ella
    El claro día a publicar mi llanto
    Y dar nueva materia al dolor mío.




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