Bimbisar. Era todo de mármol y parecía una oración. Y al atardecer, todos los días, hasta él
acudían las doncellas de la corte para depositar sus ofrendas.
Después, muerto Bimbisar y convertido su hijo en rey, borró con sangre la religión y
alimentó el fuego de los sacrificios con los libros sagrados.
Iba cayendo la tarde otoñal la hora de la oración vespertina.
La doncella de la reina, la pequeña Shrimati, devota de Buda, nuestro señor, se bañó en
agua bendita, adornó con luces v flores frescas el altar, v luego, presentándose ante su señora,
la miró silenciosamente con sus oscuros ojos,
La reina, estremecida, le reprochó: "¿Acaso Ignoras, necia, que es voluntad del rey que
todo aquel que adore a Buda sea condenado a muerte"?
La pequeña Shrimati se inclinó ante la reina y acudió a Amita, la esposa del hijo del rey.
Estaba ésta trenzando su larga cabellera negra, ante un espejo de oro bruñido que sostenía en
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sus fallas, y se disponía a colocar en el nacimiento de la raya de su peinado el lunar rojo de la
buena suerte.
Cuando vio a la doncellita, la apartó con sus manos temblorosas y le reprochó:
"¡Márchate! ¿Qué maleficio quieres traerme?"
La princesa Shukla, junto a su ventana, a la luz del poniente, leía un romance. Cuando vio
llegar a la doncellita con las sagradas ofrendas, dejando caer el libro, la llamó y susurró al
oído: "¡Qué atrevidas eres l ¿Por qué provocas así a la muerte!"
Shrimati, de puerta en puerta, continuó llamando: "¡Acudid, acudid, mujeres de la casa del
rey, que ha llegado la hora de la oración de Buda, Nuestro Señor!"
Pero, unas le cerraron las puertas y otras la insultaron soezmente.
Ya casi no había luz en lo alto de la torre del palacio. Las sombras se guarecían en las
sombras de las calles. No hubo más movimiento en las calles de la ciudad. El gong del
templo de Siva comenzó a llamar para las oraciones vespertinas. Y en el límpido lago del
atardecer de aquella noche otoñal, comenzaron a palpitar las luciérnagas de las estrellas.
Los guardianes del parque del palacio vieron entonces, con sobresalto, que una hilera de
lámparas ardía en el santuario de Buda. Y, desenvainando las espadas, acudieron, gritando:
"¿Quién eres, desventurado, que acudes en busca de la muerte?"
"Soy Shrimati", respondió una suave voz: " Soy la esclava de Buda, Nuestro Señor",
La sangre de su ardiente corazón tiñó de grana el mármol frío y blanco. Y con la última
luciérnaga del cielo se extinguió la postrera lámpara del suntuario.
Por última vez este día que nos separa, nos saluda a los dos. La noche arroja su pesado
velo y oculta la única lámpara que arde en mi alcoba.
Llega tu negra esclava y tiende el tapiz nupcial. Y tú, sola conmigo, hasta que muere la
noche, en silencio, te sien-tas a mi lad
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