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    LA LITERATURA BRASILEÑA - Página 22 Empty Re: LA LITERATURA BRASILEÑA

    Mensaje por Maria Lua 06.11.23 9:32

    ***


    Sobre la presencia de otras voces del Brasil en los estantes argentinos, el editor y docente destaca la importancia que tiene el programa de la Biblioteca Nacional de Brasil para solventar traducciones de autores de ese origen. “Ese apoyo permitió que editoriales como Beatriz Viterbo, Cuenco de Plata, Adriana Hidalgo y muchas otras pudieran publicar libros de autores brasileños, por eso el panorama es mucho más alentador que cuando empezamos”, se esperanza el catedrático, y resalta las últimas novedades: “Hasta hay editoriales independientes como Griselda García (que publicó a Adélia Prado y Manoel de Barros) que están haciendo ediciones muy cuidadas, o las obra que se acaba de editar de Carolina Maria de Jesus (una escritora negra de la favela que tuvo su momento de éxito en los años sesenta) y que desde la cátedra tratamos de apoyar incluyendo sus libros”.

    A la hora de definir qué le falta para armar en sus clases un panorama de la producción literaria del Brasil, Aguilar no duda: una buena traducción de Macunaima, de Mario De Andrade, la gran novela del modernismo en ese país. Pero también reclama por algunos poetas que en su momento fueron muy traducidos, como Carlos Drummond de Andrade, y actualmente no están en las librerías. “Eso también tiene que ver con una búsqueda de cosas para traducir que están en los márgenes, han sido invisibilizadas o entran en relación con el activismo actual. Me parece que es una movida muy interesante que tal vez tenga que ver con la lección de Clarice: leemos porque las narraciones, los poemas, la crítica son un modo de vida, un modo de pararse frente a lo que pasa actualmente y de trazar nuevas cartografías, lazos afectivos y otros mundos posibles”, analiza.

    Angélica Kaston Ise también suele recorrer librerías y portales de venta online para encontrar textos para sus clases en la Diplomatura de Literatura Brasileña de la sede Reconquista de la Universidad Tecnológica Nacional. El curso se dicta en portugués, pero a partir de 2022 también tendrá una versión en español. “Tratamos de enfocar los principales autores desde el romanticismo a la actualidad. Leemos a Machado de Assis, a Chico Buarque y a autores más actuales, como Milton Hantum. Incluso dentro de lo que es literatura lusófona seleccioné escritores de Mozambique y Angola”, cuenta la especialista que nació en Curitiba, Brasil, pero llegó a la Argentina a los 13 años y se especializó en traducción literaria y enseñanza del portugués en la Universidad Nacional de Rosario.

    “El problema son las traducciones. De Joao Guimaraes Rosa hay una muy buena del Gran Serton Veredas que hizo María Teresa Gramuglio y otra de La tercera orilla de Santiago Kovadloff, pero la que se hizo de las Primeras Historias pierde la magia del léxico y la sintaxis del autor”, se lamenta Kaston, a la vez que menciona dos ausencias en los textos traducidos al español: “La maravillosa Lygia Fagundes Telles, que es contemporánea de Clarice Lispector, y el escritor gaúcho João Simões Lopes Neto, que es casi un prócer en Rio Grande do Sul, pero desconocido fuera de allí”.

    Desde el otro lado del mostrador, en la editorial Interzona en los últimos años publicaron tanto a autores clásicos como al máximo prócer de las letras brasileñas, Joaquim Machado de Assis (El alienista), así como también las voces rupturistas, como Douglas Diegues (Triple frontera dreams), quien vivió en la frontera entre Paraguay y Brasil y publicó Dá gusto andar desnudo por estas selvas: sonetos salvajes , considerado el primer libro de poemas en portuñol editado en el ámbito de la literatura hispanoamericana.






    continuará
    https://www.infobae.com/cultura/2021/12/10/literatura-brasilena-radiografia-de-sus-autores-en-el-mercado/


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    Mensaje por Maria Lua 06.11.23 9:34

    ***


    Triple frontera dreams es una de las puntas de lanza porque tiene el gancho del portuñol. En ese camino también editamos Mar paraguayo, de Wilson Bueno, que también tiene ese nexo entre el español y el portugués”, cuenta Luciano Páez, editor de Interzona, quien señala al idioma como una de las dificultades que encuentran los lectores para acceder a la literatura del país vecino.

    “Con Brasil hay una barrera idiomática para la integración. Sucede que muchos libros nos llegan después de que tuvieron éxito en sus traducciones al inglés, en Estados Unidos o en Europa”, apunta y aclara que la Argentina cuenta con muy buenos traductores literarios del portugués y que él mismo se animó a traducir “Canoa canoa”, el cuento de Bueno que acompaña a Mar paraguayo.

    Sobre los títulos que integran la oferta de traducciones del portugués Páez menciona la obra del portugués Gonzalo Tavares y los textos teóricos sobre el teatro del oprimido de Augusto Boal y el reciente Golpe en Punta Navajas y adelanta que como proyecto “quijotesco” que la editora trabaja en una traducción de Macunaima.

    Pero además de los planes concretos, el editor volvió de la Feria de Sharjah en Emiratos Árabes con un gran proyecto: “Allí me encontré con editores brasileños a los que no había visto en la Feria de Frankfurt. Coinciden en la falta de contactos y decidimos empezar a trabajar juntos. Nosotros vamos a publicar dos o tres autores por año seleccionados por ellos y, a la vez, les vamos a seleccionar dos o tres autores argentinos para que ellos editen”, dice Páez.

    Por su parte, la escritora argentina Marina Caamaño, que vive en Ilhabela en el Estado de Sao Paulo, se anima a compartir sus exploraciones en las librerías brasileñas y lo que nota que falta cuando recorre las argentinas: “A Clarice Lispector la empecé a leer antes de venir a vivir a Brasil, recomendada por amigos extranjeros. Nunca me animé a leerla en portugués ya que tenía miedo de perderme en la intensidad del idioma. En cambio el primer libro de Ana Paula Maia, que habla de una cultura muy carioca, tuve que leerlo en inglés y resultaba rarísimo que hablase de chachaza en otro idioma”.

    Sobre sus hallazgos más recientes, la autora de Recuerdos de Mar del Plata y Gelatina tropical enumera a Santiago Tissot, un autor de Curitiba, y a los gauchos Amilcar Bettega, con Prosa pequeña y José Falero con Os Supridores, muy insertos en el lugar en el que viven, y Joao Gilberto Noll, con una escritura mucho más universal

    En busca de nuevos textos para el próximo programa de sus clases, Aguilar reflexiona: “Con el gobierno de Jair Bolsonaro se produjo para nosotros un gran desafío que es por un lado mostrar la vitalidad de la cultura brasileña, la tradición antiautoritaria que se ve por ejemplo en el Tropicalismo (que siempre damos), y la situación catastrófica que atraviesa actualmente Brasil. No bajamos línea, pero sí mostramos el Brasil que nos atrajo y que nos apasiona y que no es, obviamente el actual”.



    Por
    Eva Marabotto


    FIN

    Ver las fotos
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    Mensaje por Maria Lua 06.11.23 9:37

    Clarice Lispector y una escritura sin pausas y sin etiquetas: publican sus cuentos completos
    Los relatos de la gran escritora brasileña nacida en Ucrania fueron publicados por Fondo de Cultura Económica, reunidos en una edición prologada y organizada por su biógrafo Benjamin Moser y traducida por la poeta Paula Abramo


    Todos los cuentos de la periodista, traductora y escritora ucraniana-brasileña Clarice Lispector, desde el primero que escribió a los 19 años hasta los que se encontraron después de su muerte, fueron reunidos en una edición prologada y organizada por su biógrafo Benjamin Moser y traducida por la poeta Paula Abramo, quienes hablan en esta nota sobre la obra de una de las autoras más singulares del siglo XX, la que nunca dejó de escribir y se animó a distintos géneros y formatos.

    En las primeras páginas del libro, publicado por Fondo de Cultura Económica, Moser adelanta que en estos 85 relatos Lispector “invoca, ante todo, a la escritora misma” y dice que allí están “desde la promesa adolescente hasta la implosión de una artista que se acerca a la muerte -e incluso la invoca-, pasando por la seguridad de la madurez, permitiéndonos descubrir a esta figura adorada en Brasil, que es más grande que la suma de sus obras individuales”.

    Novelista, cuentista, periodista y traductora, Lispector nació en la aldea ucraniana de Chechelnik el 10 de diciembre de 1920, pero su familia dejó Ucrania al año siguiente y, después de un intenso viaje, sus padres Pinjas y Mania Lispector lograron instalarse junto a sus tres hijas, en 1922, en el puertito de Maceió, ubicado en el Nordeste brasileño.

    A sus cinco años, Clarice llega con su familia a Recife, capital del Estado de Pernambuco, también en el Nordeste y se apropia del lugar, ya que allí aprende la lengua portuguesa, esa en la que pensó, soñó, proyectó y a través de la cual expandió las capacidades de habitar lo cotidiano.




    continuará

    https://www.infobae.com/cultura/2021/04/25/clarice-lispector-y-una-escritura-sin-pausas-y-sin-etiquetas-publican-sus-cuentos-completos/


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    Mensaje por Maria Lua 06.11.23 9:40

    ***

    Moser descubrió a Lispector estudiando portugués cuando leyó La hora de la estrella. “Fue una obra tan genial que me enamoré de esa mujer, quería saberlo todo”, rememora el editor, escritor y traductor que luego se dedicó a escribir Por qué este mundo. Una biografía de Clarice Lispector, libro por el que fue finalista del National Book Critics Circle Award y obtuvo el Premio Estatal a la Diplomacia Cultural de Brasil por contribuir a divulgar internacionalmente su obra.

    Para el biógrafo, la de Lispector es “una obra tan rica que contiene mil temas” y dice que lo que más le llamó la atención “es que escribió desde la adolescencia hasta la muerte sin interrupción”.

    Desde México, Paula Abramo -también traductora del Diario de la peste del portugués Gonçalo Tavares (Interzona) que publicó diariamente Infobae en 2020- relata que en 2017 le propusieron este trabajo de traducción y aunque se sintió “muy honrada” primero dudó “por las dimensiones del reto: Clarice es difícil, por momentos muy oscura, muy adorada y estudiada, y el libro no era pequeño”.

    “Además, no era una escritora con la que yo tuviera una relación de mucha intimidad. Pero, ¿cómo negarse a tan sabroso desafío? Y, además, en el trabajo de traducción, la intimidad se construye. Entonces me decidí. El proceso me llevó un poco más de dos años, con intervalos importantes”, explica sobre el libro.

    Cuenta que se preocupó por “preservar las rarezas gramaticales de la autora, sus giros sorpresivos, pero dejar que en sus momentos de sencillez y transparencia fuera sencilla y transparente también en español”. En el proceso detalla que consultó a colegas especialistas en literatura brasileña y traductores de Clarice para los puntos en los que no lograba decidirse por una u otra lectura.

    A veces las interpretaciones de todos ellos diferían entre sí, y eso me producía una sensación de libertad y vértigo. Al final grabé toda la traducción: era importante para mí saber cómo sonaba. Solo entonces revisé otras traducciones”, precisa.

    Su encuentro con la obra de Lispector fue a partir de Lazos de familia, que recuerda haber leído “cuando tenía veintipocos años”. “Lo encontré, si no mal recuerdo, en una librería de viejo acá en México. Era la traducción de Cristina Peri Rossi, editada en España por Montesinos. En aquel momento lo que más me impactó fue el cuento ‘La cena’, ese retrato inquietante de una figura masculina y poderosa, decayendo, desmoronándose en un restaurante mientras come carne. Luego, por muchos años, salvo por algunos encuentros esporádicos, dejé de leer a Lispector. Pero ese cuento, junto con ‘El búfalo’ y ‘Una gallina’, estaban siempre por allí, en mi memoria”, repasa.




    continuará

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    Mensaje por Maria Lua 06.11.23 10:49

    ***

    Abramo (Ciudad de México, 1980) dice que el conjunto agrupado en este volumen “reúne textos bastante heterogéneos, desde escritos muy poéticos, como ‘La repartición de los panes’ o ‘Silencio’, hasta un extraño auto de fe incluido en la heterogénea sección ‘Fondo de cajón’, de ‘La legión extranjera’, pasando por el demoledor ‘Mineirinho’, que es un posicionamiento político de la autora frente a la brutalidad policíaca, un texto más periodístico, que mantiene una tristísima vigencia en la actualidad”.

    ¿Cómo dialogan los cuentos con las novelas de Lispector? Para Abramo, autora del poemario Fiat Lux, “la lectura de sus cuentos es una buena compañía para la de sus novelas, pues permite un recorrido diacrónico en el que muchas de las inquietudes y exploraciones presentes en los cuentos están también presentes en las novelas que escribió en esos mismos períodos y dialogan con ellas”.

    Para Benjamin Moser quien después de la biografía de Lispector se abocó a escribir sobre la vida y la obra de la escritora Susan Sontag, “algunos cuentos son casi como pinturas abstractas que no tienen nada que ver con la comprensión fácil y muchos de esos cuentos empezaron como piezas periodísticas o comenzaron con cuentos y fueron transformándose en piezas periodísticas en el Jornal de Brasil semanal durante varios años”. Ese trabajo, esas columnas son “un lujo para los ciudadanos y ciudadanos de Río en los años 60 y 70”.

    Lispector publicó a los 23 años Cerca del corazón salvaje, que había escrito a los 19, y por la que recibió el premio Graça Aranha como mejor novela. Ese mismo año se casó con el diplomático Maury Gurgel Valente, a quien conoció mientras estudiaba en la universidad, y comenzó una vida familiar que la llevó a compartir destinos internacionales sin dejar nunca de lado su vínculo con la escritura.

    No se dejó atrapar por convenciones ni etiquetas, estableció una intervención única y personal sobre el lenguaje que puede encontrarse en los libros de cuentos Algunos cuentos, Lazos de familia, La legión extranjera y en las novelas La pasión según G.H., Agua viva, La lámpara” o Para no olvidar”.

    “La escritura fue algo fundamental en su vida. Ella dice siendo bastante joven, a sus 25, 30 años que escribir era lo que más quería, por encima de cualquier otra cosa, hasta más que el amor, mientras sospechaba que no valía la pena, que no estaba a la altura de lo que pretendía ser, esa duda la acompañó siempre. Sin embargo, a pesar de sus dudas, se fue formando mientras escribía. Es la figura fundamental de la literatura brasileña del siglo XX, cada día es más famosa, más leída y más querida”, destaca Moser.

    Tanto Abramo como Moser eligieron aquellos textos que prefieren de la obra de Lispector. Para la traductora, los elegidos son los que están en “El viacrucis del cuerpo” y en especial “El cuerpo”, al que define como “un cuento desternillante, que me reveló una Clarice totalmente otra: desparpajada, cómica, irreverente”.

    Mientras que el biógrafo se inclina por “La imitación de la rosa”, un relato que define como “absolutamente genial” donde “las frases del inicio son muy normales, comprensibles y poquito a poco se va deslizando su habla y el lector se puede dar cuenta de que esa mujer se está volviendo loca. Es algo que me fascina porque la frontera entre la salud mental y la locura es un tema que siempre le admiré a Clarice, ella tiene la fuerza de no volverse loca, de ir, de pensar en los extremos de la experiencia humana sin pasar los limites y volver para contarlo”.

    Lispector murió en Río de Janeiro el 9 de diciembre de 1977 a los 56 años en la víspera de su cumpleaños y dejó un universo que convoca a explorar los lazos familiares, los límites con lo establecido y las injusticias, atravesando las tensiones que permiten la lengua y la narrativa.


    Fin

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    Mensaje por Maria Lua 07.11.23 11:05

    José Mauro de Vasconcelos



    LA LITERATURA BRASILEÑA - Página 22 GetResource?dFvSoW6hLARIhU3sYkI87B4IIvAnnG5+EkqRxjUdLR4=


    José Mauro de Vasconcelos (Río de Janeiro, 26 de febrero de 1920 - San Pablo, 24 de julio de 1984) fue un novelista brasileño, autor de obras destacadas como Mi planta de naranja lima (1968), Rosinha, mi canoa (1962) y Vamos a calentar el sol (1974).

    Biografía
    Nació el 26 de febrero de 1920 en el barrio carioca de Bangu, en Brasil, mestizo de madre indígena y padre portugués. Debido a la pobreza de su familia, de niño se trasladó a Natal capital de Río Grande del Norte para vivir con unos primos. Los raros cambios y experiencias que sufrió durante su niñez sirvieron como base temática de Mi planta de naranja lima, su libro más popular. En esa misma ciudad, cursó dos años de la carrera de Medicina, pero abandonó los estudios.

    Ejerció diversos empleos, que por lo general solo le permitían subsistir. Entre otras muchas ocupaciones, fue instructor de boxeo, cargador de bananas en una fazenda del litoral fluminense, modelo de escultores en la Escuela Nacional de Bellas Artes de Río (donde en 1941 fue modelo de Bruno Giorgi para su Monumento a la Juventud)1​ o camarero en un local nocturno de São Paulo.

    Gracias a una beca de estudios en España, tuvo ocasión de conocer varios países europeos. Posteriormente al regresar a Brasil, trabajó con los hermanos Villas-Bôas, explorando la cuenca del río Araguaia. De su contacto con los garimpeiros durante esta aventura provino la inspiración para su primer libro, Banana Brava, publicado en 1942 cuando tenía 22 años (editado como Hombres sin piedad en los países de habla hispana).2​ En su novela Raya de fuego (Arraia de fogo, 1955) narra las dificultades del contacto con los indígenas en estas exploraciones.

    José Mauro de Vasconcelos refleja en sus novelas una gran experiencia de vida, sensibilidad hacia los desposeídos y un profundo amor y respeto por la naturaleza. En ellas está presente la dureza de la vida en el sertón, la niñez en los barrios pobres, los peligros que enfrentan los indígenas en la selva ante la pérdida de su aislamiento y de su hábitat natural, regionalismos, en un lenguaje claro y directo. Sin duda era una persona talentosa.

    Su primer éxito de crítica fue en 1945 con Barro Blanco, novela ambientada en las salinas de Macau en Río Grande del Norte. Rosinha, mi canoa (1962) confirmó el favor del público hacia su trabajo. Pero fue con Mi planta de naranja lima (1968) que consiguió proyección internacional, logrando que esta obra sea una de las más difundidas de la literatura brasileña en todo el mundo. Este libro, en el que rememora su infancia en Bangu, forma parte de una tetralogía autobiográfica no ordenada cronológicamente, integrada por Vamos a calentar el sol (1974), sobre su traslado a Natal; Doidao (1963), sobre su adolescencia; y Las confesiones de Fray Calabaza (1966), sobre su vida adulta.

    Varias de sus obras fueron adaptadas al cine, teatro y series televisivas (Vazante, Arara Vermelha, Rua Descalça, As Confissões de Frei Abóbora). Se realizaron varias versiones de Mi planta de naranja lima, siendo la dirigida por Aurelio Teixeira en 1970 la primera para el cine.3​ Se realizaron tres telenovelas sobre el mismo libro: en 1970 para la Rede Tupi, y en 1980 y 1998 para la Rede Bandeirantes. En 2011 se presenta su segunda versión cinematográfica.4​

    José Mauro de Vasconcelos también fue guionista, actor de teatro y de televisión, periodista y artista plástico. Falleció el 24 de julio de 1984 a los 64 años de edad en São Paulo a causa de bronconeumonía tras permanecer 20 días en estado de coma.

    Obras
    Hombres (Banana Brava,1942).
    Barro blanco (Barro Branco, 1945)
    Lejos de la tierra (Longe da Terra, 1949)
    Marea baja (Vazante, 1951)
    Papagayo rojo (Arara Vermelha, 1953)
    Raya de fuego (Arraia de Fogo, 1955)
    Rosinha, mi canoa (Rosinha, Minha Canoa, 1962)
    Doidao (Doidão, 1963)
    El padrillo (O Garanhão das Praias, 1964)
    Corazón de vidrio (Coração de Vidro, 1964)
    Las confesiones de Fray Calabaza (As Confissões de Frei Abóbora, 1966)
    Mi planta de naranja lima (Meu Pé de Laranja Lima, 1968)
    Calle descalza (Rua Descalça, 1969)
    El palacio japonés (O Palácio Japonês, 1969)
    Harina huérfana (Farinha Órfã, 1970)
    Lluvia de estrellas (Chuva Crioula, 1972)
    El velero de cristal (O Veleiro de Cristal, 1973)
    Vamos a calentar el sol (Vamos Aquecer o Sol, 1974)
    La cena (A Ceia, 1975)
    El niño invisible (O Menino Invisível, 1978)
    Kuryala: Capitán y Caraja (Kuryala: Capitão e Carajá, 1979)



    *********************


    Novelista brasileño considerado uno de los referentes de la literatura de su país.

    Nació en el seno de una familia nordestina -madre india y padre portugués- que migra a causa de la pobreza hacia Rio de Janeiro. Poco tiempo después es enviado a Natal, a casa de unos parientes, con quienes vivirá durante su infancia.

    Luego de cursar estudios primarios y secundarios se inscribe en la Facultad de Medicina abandonando esos estudios al segundo año.

    Su experiencia laboral es marcadamente heterogénea, alternando actividades tan variadas como entrenador de box en Río, modelo pictórico, bracero en una hacienda dedicada al cultivo del banano, pescador en el litoral fluminense, profesor en una escuela de pescadores en Recife..., continuando durante los años posteriores en permanente desplazamiento por su país. En Goiás, convivió largo tiempo con los indios, interesándose profundamente por su cultura. La influencia que esta experiencia tuvo en Vasconcelos como escritor, se refleja claramente en su obra literaria.

    Apoyado en su profunda capacidad de observación y memoria prodigiosa, se inició como cronista oral, arte que llegó a dominar admirablemente.

    Consciente de que la forma oral de relato imponía algunas limitaciones a la estructura que deseaba darle a sus historias, resuelve incursionar en la literatura a los veintidós años con su novela "Banana Brava".

    Su mayor éxito literario y consagración como escritor de renombre nacional e internacional lo alcanzará en 1968, con la aparición de Meu Pé de Laranja Lima (Mi Planta de Naranja Lima)(1), novela con evidentes rasgos autobiográficos, en la cual, José Mauro de Vasconcelos narra la infancia de un niño enfrentado a duras y tristes circunstancias, describiéndonos sus sentimientos desde la mirada del propio protagonista.

    La consagración como escritor no lo apartó de la tarea emprendida muchos años antes, como narrador de historias de su país, divulgando las penosas o injustas situaciones padecidas por los mas humildes u olvidados de la sociedad.

    Dueño de un estilo literario, sencillo y directo que supo armonizar con su profundidad y sensibilidad, obtuvo en 1967 el premio Jabuti, máxima distinción otorgada por la literatura


    _________________



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    Mensaje por Maria Lua 07.11.23 11:16

    José Mauro de Vasconcelos

    Mi planta de naranja lima

    De mayor Zezé quiere ser poeta y llevar corbata de lazo, pero de momento es un niño brasileño de cinco años que se abre a la vida. En su casa es un trasto que va de travesura en travesura y no recibe más que reprimendas y tundas; en el colegio es un ángel con el corazón de oro y una imaginación desbordante que tiene encandilado a su maestra. Pero para un niño como él, inteligente y sensible, crecer en una familia pobre no siempre es fácil; cuando está triste, Zezé se refugia en su amigo Minguinho, un arbolito de naranja lima, con quien comparte todos sus secretos, y en el Portugués, dueño del coche más bonito del barrio.

    Publicada por primera vez en 1968, Mi planta de naranja lima es la emocionante historia de un niño al que la vida hará adulto precozmente. En esta novela, José Mauro de Vasconcelos recreó sus recuerdos de infancia en el barrio carioca de Bangú con un lirismo y una ternura que cautivaron a los lectores desde su aparición y que la han convertido en uno de los libros más leídos de la literatura brasileña contemporánea.

    *******************


    Mi planta de naranja lima (en portugués O Meu Pé de Laranja Lima) es una novela de José Mauro de Vasconcelos, una de las más leídas de la nueva literatura brasileña. El autor continúa la historia en Vamos a calentar el sol. Está narrada en primera persona y posee un carácter autobiográfico.

    Encabezó la lista de superventas en 1968, año de su primera edición. Posteriormente, la novela fue traducida a 32 idiomas y publicada en 19 países. Ha sido adoptado como texto de lectura a nivel de enseñanza primaria.1​

    Tres telenovelas se han realizado sobre la base de esta obra: en 1970 para la Rede Tupi, y en 1980 y 1998 para la Rede Bandeirantes. También se han realizado varias adaptaciones al cine, televisión y teatro, siendo dirigida por Aurelio Teixeira la primera para el cine en 1970.2​ En el 2011 se ha presentado su segunda versión cinematográfica.3​.

    En 1980 y 1998 se grabaron dos telenovelas que adaptaron la trama del libro al contexto de sus respectivas épocas, aunque cambiando algunos aspectos y personajes de la misma. La primera adaptación conserva significativamente los hechos del libro y de la película de los años setenta. La segunda novela, por su parte, ha sido doblada al español y al inglés, siendo transmitida en varios países de América Latina, tales como Ecuador, Venezuela, o México y Estados Unidos. Esta es la adaptación del libro que más impacto ha tenido en la audiencia televisiva, especialmente en Ecuador, donde se emitió durante tres veces en 2009, 2010 y 2012, respectivamente.

    Resumen
    En esta novela se nos cuenta la historia de Zeze, también conocido como Zezé. Zeze es el menor de una familia muy pobre que tiene que afrontar muchos momentos de dolor, ya que vive en uno de los barrios más austeros de Brasil. Vivían de alquiler en un hogar muy humilde, pero no podían estar al día con los pagos. Un día, el casero exige a los padres de Zezeo pagar sus deudas o, de lo contrario, tendrían que desalojar la vivienda.

    Zeze caminaba todos los días junto a su hermano Totaca junto al río San Pablo, donde observaban una casa en la orilla. Ambos decidieron que ese sería su nuevo hogar si llegaban a desalojarlos del suyo.

    Zeze siempre tuvo el apoyo de su tío Edmundo, que siempre le regalaba juguetes a él y a sus otros sobrinos. Zeze también aprendió a leer por sí mismo y descubrió su pasión por los caballos, por lo que su tío decide regalarle un caballo de juguete para que Zezeo disfrute de su infancia. Finalmente, Zeze y su familia deben marcharse de su hogar y trasladarse a un pequeño lugar cerca del río, poblado de inmensos árboles que cobijan su nueva casa. Como la familia tenía muchos problemas, cada hermano debía cuidar de aquel menor que él; fue por esta razón que Zezeo quería más que nadie a su hermano Totoca.

    Zeze y sus hermanos se adueñan cada uno de un árbol de los alrededores. A Zeze le toca una pequeña planta de naranja lima que al principio no le gustó, pues era pequeña en comparación con la de sus hermanos. Sin embargo, los días pasaban, la familia se adaptaba y Zeze veía con otros ojos su planta de naranja lima hasta el punto de hablar con ella, convirtiéndose así en su mejor amiga junto a Manuel Valadarés, "el portugués", un hombre que tiene mucho cariño al niño. Un día, Zeze va a pesar con su amigo el portugués y le pide que le adopte, ya que está cansado de su vida precaria y de los maltratos de su padre. El hombre le contesta que no puede adoptarlo, pero que intentará ayudarlo en todo lo posible para hacer que su vida sea más feliz.

    Sin embargo, la amistad entre Zeze y el portugués es breve, así como la felicidad que ésta despierta: la tragedia llega de nuevo a la vida del niño, ya que el hombre muere de forma repentina chocando su vehículo contra un tren en marcha. Y no sólo eso; en el pueblo van a prolongar el asfalto y para ello hay que derribar la planta de naranja lima, lo que destruye el corazón de Zeze en mil pedazos. Aunque no todo es malo: el padre de Zeze consigue un nuevo empleo, lo que hace que la situación familiar mejore.

    En el último capítulo de la novela Zeze ya es un hombre adulto y escribe una carta para relatar sus recuerdos más tristes y agradecer al portugués su amistad y todo lo que hizo por él, que fue hacerle feliz en sus momentos más desdichados.


    _________________



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    Mensaje por cecilia gargantini 07.11.23 15:13

    A Vascocelos lo di en la escuela muchas veces y con éxito..."Mi planta de naranja lima", "Vamos a calentar el sol", "Corazón de vidrio" y algunas otras.
    Gracias Lua. Besossssssss
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    Mensaje por Maria Lua 09.11.23 12:04

    Gracias a ti, Cecilia!
    Su obra " O meu pé de laranja-lima" es
    leído en las escuelas en Brasil.
    Besos


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    Mensaje por Maria Lua 11.11.23 13:10

    JG de Araújo Jorge


    LA LITERATURA BRASILEÑA - Página 22 2Q==

    Hijo de de Salvador Augusto de Araújo Jorge y Zilda Tinoco de Araujo Jorge. Descendiente, por parte paterna, de una familia tradicional alagoana: los Araújo Jorge .

    Pasó su infancia en Acre , en Rio Branco , donde asistió a la escuela primaria en el Grupo Escolar 7 de Setembro. En Río de Janeiro , cursó la escuela secundaria en los colegios Anglo-Americano y Pedro II. Colaboró ​​con la prensa estudiantil desde niño. Fue fundador y presidente de la Academia de Letras del Internato Pedro II, en la antigua mansión de São Cristovão , que fue consumida por las llamas muchos años después. Su primera colaboración con la prensa adulta se remonta a esta época, cuando aún era estudiante de secundaria: en 1931 , vio publicado su poema "Ri Palhaço, Ri" en el " Correio da Manhã ", posteriormente transcrito en el "Almanaque Bertand". en 1932 . Sin embargo, ésta, como otras obras de esa época, no fueron incluidas en sus libros. También colaboró ​​en el diario " A Nação "; en las revistas "Carioca", "vamos Ler", etc. Se graduó en la Facultad Nacional de Derecho de la Universidad de Brasil .

    En 1932, en el Externato Colégio Pedro II, en un acto memorable, fue elegido el "Príncipe de los Poetas", siendo recibido en la fiesta por Coelho Neto , "príncipe de los prosistas brasileños" recibiendo de manos de la poeta Ana Amélia , presidente de la Casa de Estudiantes, como premio y homenaje, un libro ofrecido por Adalberto Oliveira , entonces "Príncipe de la Poesía Brasileña".

    Portavoz oficial de entidades universitarias (CACO, Unión Democrática de Estudiantes , precursora de la UNE , Asociación Universitaria, etc.). Cuando aún era estudiante, ganó concursos de oratoria . En Coimbra recibió el título de "estudiante honorario" y realizó un Curso de Extensión Cultural en la Universidad de Berlín .

    Fue profesor del Colégio Pedro II. Publicó varios libros de poesía, como "Meu Céu Interior", "Amo" y varios otros. También escribió poesía y novelas político-sociales, entre ellas "Um besouro ma vidraça". Vivía en Río de Janeiro, en Rua Dias da Rocha, Copacabana.

    Con una vocación política imparable, fue candidato a varios cargos públicos. Fue elegido diputado federal [ 1 ] en 1970 por el ex Estado de Guanabara , siendo reelegido para su tercer mandato en 1978 . Ocupó la vicedirección del BMD y la presidencia de la Comisión de Comunicación de la Cámara de Diputados . En 1982 se incorporó al PDT de Leonel Brizola, siendo reelegido por última vez por este partido, con 31.352 votos. Tras romper con Brizola, en 1985, regresó al PMDB, y fue derrotado en las elecciones para la Asamblea Constituyente, en 1986.

    Fue conocido como el Poeta del Pueblo y de la Juventud , por su mensaje social y político y por su obra lírica, de lenguaje sencillo, imbuido de un romanticismo moderno, pero a veces dramático. Fue uno de los poetas más leídos, y quizás por eso, el más combatido de Brasil.


    Junto con el poeta Luís Otávio, creó los Jogos Florais de Nova Friburgo, un concurso de trovas.
    En la década de 1950, el poeta Luiz Otávio (1916-1977) reunió a un grupo de amigos en su casa de Río de Janeiro para realizar pequeñas veladas. De estas conversaciones informales surgió la idea de una colección de trova, que Luiz Otávio lanzó en 1956 a través de la Editora Vecchi, con el título “Meus Irmãos, os trovadores”.

    Entre los amigos de Luiz Otávio se encontraban los poetas J. G. de Araújo Jorge, Rodolpho Abbud y Zalkind Piatgorsky. De esta interacción surgió la idea de realizar un concurso de trovas en la ciudad de Nueva Friburgo, al que rápidamente denominaron “Juegos Florales”.

    Con el tema “Amor”, la ciudad realizó los I Juegos Florales de Nueva Friburgo y recibió más de 2 mil trovas de Brasil y del exterior, en 1960.






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    Mensaje por Maria Lua 11.11.23 13:13

    Catedral dos Eucaliptos de  J. G. de Araújo Jorge:



    (À Praça 15, hoje Praça Getúlio Vargas, em Nova Friburgo)

                                   I
    Coração de Friburgo a pulsar cada dia
    desde que o céu se tinge ao rubor matinal,
    para mim, não és a praça somente, eu diria
    que és, a um só tempo, praça, e imensa catedral.

    Catedral de eucaliptos… Verde catedral
    cuja cúpula é a densa e inquieta ramaria
    que tem em cada copa um rendado vitral
    tecido pela luz do luar na noite fria!

    Templo leigo do povo aberto a toda gente:
    – aos da terra e aos de longe, ao sadio e ao doente,
    aos que crêem no belo, mesmo sendo ateus.

    Com seu domo de ogivas vegetais, frondosas,
    ampla, imensa, soberba, esplêndida, radiosa,
    és, – na altura da serra, – a morada de Deus!


                                               II


    Catedral de eucaliptos, verdes, farfalhantes,
    onde se esgueira o sol pelas manhãs douradas
    em mil jatos de luz, nos mais belos cambiantes,
    descendo entre os vitrais das mais altas ramadas!

    Brincam a sua sombra as crianças confiantes,
    e ao seu canto infantil – como em contos de fadas, –
    os verdes tinhorões, em gestos cativantes
    namoram, lado a lado, as rosas encarnadas…

    Imensa catedral de belezas pagãs!
    O sol, vem, como um Deus, em seu fulvo esplendor
    rezar nos teus altares todas as manhãs…

    E eu também, como o sol, ergo um canto feliz,
    e rezo ao céu e à terra uma oração de amor
    igual a que rezou São Francisco de Assis!




                         *******************


    Fonte:
    J. G. de Araujo Jorge. Canto a Friburgo,1961.


    _________________



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    Mensaje por Maria Lua 11.11.23 13:23

    Poemas de J.G. de Araújo Jorge



    Os versos que te dou


    Ouve estes versos que te dou, eu
    os fiz hoje que sinto o coração contente
    enquanto teu amor for meu somente,
    eu farei versos...e serei feliz...

    E hei de fazê-los pela vida afora,
    versos de sonho e de amor, e hei depois
    relembrar o passado de nós dois...
    esse passado que começa agora...

    Estes versos repletos de ternura são
    versos meus, mas que são teus, também...
    Sozinha, hás de escutá-los sem ninguém que
    possa perturbar vossa ventura...

    Quando o tempo branquear os teus cabelos
    hás de um dia mais tarde, revivê-los nas
    lembranças que a vida não desfez...

    E ao lê-los...com saudade em tua dor...
    hás de rever, chorando, o nosso amor,
    hás de lembrar, também, de quem os fez...

    Se nesse tempo eu já tiver partido e
    outros versos quiseres, teu pedido deixa
    ao lado da cruz para onde eu vou...

    Quando lá novamente, então tu fores,
    pode colher do chão todas as flores, pois
    são os versos de amor que ainda te dou.



    (Do livro "Meu Céu Interior" – 1934)J. G. de Araújo Jorge



    ******************


    VINHO

    Do amor tu não dirás: provo, mas não me embriago,
    que não basta provar para sentir o amor.
    É preciso sorvê-lo até o último trago
    se a embriaguez é que dá seu profundo sabor.

    Teu amor deve ter profundidade e cor
    não deve ser um sonho doentio e vago,
    se assim for, então sim, podes te dar por pago
    que este é o preço da vida e todo o seu valor.

    Transborda a tua taça, ergue-a nas mãos, e brinda
    o momento feliz que viveste e não finda,
    que só o amor que embriaga e que nos leva a extremos

    pode glorificar os sentidos e a vida,
    e vencendo a razão que nos tolhe e intimida,
    nos faz reaver, de pronto, as horas que perdemos!



    ****************



    AMO!

    Amo a terra! Amo o sol! Amo o céu! Amo o mar!
    Amo a vida! Amo a luz! Amo as árvores! Amo
    a poesia que escrevo e entusiasta declamo
    aos que sentem como eu a alegria de amar!

    Amo a noite! Amo a antiga palidez do luar!
    A flor presa aos cabelos soltos de algum ramo!
    Uma folha que cai! Um perfume no ar
    onde um desejo extinto sem querer inflamo!

    Amo os rios! E a estranha solidão em festa,
    dessa alma que possuo multiforme e inquieta
    como a alma multiforme e inquieta da floresta!

    Amo a cor que há nos sons! Amo os sons que há na cor!
    E em mim mesmo - amo a glória de sentir-me um Poeta
    e amar imensamente o meu imenso amor



    ***********************



    TROVAS



    Rosas tolas, tão vaidosas,
    que em belas hastes vicejam...
    Vem, amor, olha estas rosas,
    quero que as rosas te vejam!

    A Vida, - mistério vão
    sombra agora, depois luz,
    - estranho traço de união
    ligando um berço... a uma cuz!

    Vive a vida bem vivida
    e ao mais, esquece e releva,
    que a gente leva da vida
    a vida que a gente leva...

    Ah, mãos tão frágeis, parecem
    pedir arrimo e guarida...
    E entretanto, se quisessem
    guiariam minha vida...

    Por duas Marias erra
    meu viver de déu em déu:
    - a que me perde, na terra,
    - a que me me salva, no céu.

    Ao ler uma bela trova
    depois que pronta ficou,
    - quem calcula a dura prova
    por que o poeta passou ?

    Tu tão moça, eu tão vivido...
    Tantos anos de permeio.
    - Bem poderias ter sido
    o grande amor que não veio...

    Neste dia belo e doce
    de festa, - sentimental,
    - quem dera que Você fosse
    meu presente de Natal !

    Nessa eterna e dura lida
    renasço a cada momento
    lavando as dores da vida
    no rio do esquecimento...

    Tu queres mais, sempre mais...
    Sê comedido, prudente...
    Até o bem quando é demais
    acaba enjoando a gente...

    Pobre alma triste e cativa!
    E há quanta gente como eu
    a pensar que ainda está viva
    sem saber que já morreu.

    Coração – pobre realejo –
    com canções velhas e novas...
    Tudo o que sinto, e o que vejo,
    vais tocando.. . em minhas trovas...

    No meu carro vou tranquilo,
    tenha a estrada sombra ou luz,
    pois bem sei que, ao dirigi-lo,
    eu dirijo... Deus conduz!...

    Ó minha mãe! Em teus cantos,
    num grato e eterno estribilho,
    bendigo a Deus que, entre tantos,
    me escolheu para teu filho!



    Moeda de estranho valor
    que o coração faz cunhar:
    quanto mais se gasta o amor,
    mais se tem para gastar!

    Quando maior é o carinho
    às vezes, tenho a impressão
    de que conversam baixinho...
    tua mão... em minha mão...

    Quanta prodigalidade!
    Em poucos meses, querida,
    gastamos felicidade
    que dava pra toda vida!

    Tudo é trova: a flor, a onda,
    a nuvem que passa ao léu...
    E a lua... trova redonda
    que a noite canta no céu...

    Diz que é rico... Pode ser...
    Mas pode ser que não seja...
    Ser rico é apenas poder
    fazer o que se deseja...

    Na despedida - com pressa -
    escrever me prometeste.
    Esqueceste da promessa
    ou apenas me esqueceste?

    Ah, quando escuto teus passos
    meu coração se acelera,
    que um só minuto em teus braços
    compensa a angústia da espera!

    Que eu não tenho coração
    não és tu, sou eu que digo...
    - Como hei de ter coração
    se tu o levas contigo?

    Do amor e da desconfiança,
    infeliz casal, sem lar,
    nasce o ciúme - essa criança
    tão difícil de educar...

    Mentiste. A felicidade
    só mentida, assim se expande...
    Nem podia ser verdade
    felicidade tão grande!

    Belos e cheios, marcados
    por teu decote, adivinho
    teus seios aconchegados
    como dois pombos num ninho...

    E eis a suprema ironia
    ao meu coração ferido:
    - tu foste trair-me um dia,
    mas, com quem? - com teu marido...

    -----------------------------------------------


    TROVAS DE SAUDADE



    - "Quem espera desespera...."
    - "Quem espera, sempre alcança..."
    Ah, meu amor, quem me dera
    esperar tendo esperança!

    Definir a eternidade
    é fácil, já a defini:
    é o instante de saudade
    e eu vivo longe de ti.

    "Matar saudades", querida
    é uma expressão, simplesmente,
    pois, em verdade, na vida,
    saudade é que mata a gente

    Vi teu retrato, - revivo
    um velho amor que foi meu...
    A saudade é um negativo
    de foto que se perdeu...

    Saudade, - estranha ilusão,
    que a solidão recompensa,
    presença no coração
    maior que a própria presença...

    Quando estás longe, querida,
    na minha angústia sem fim,
    saudade é o nome da vida
    que morre dentro de mim...

    A saudade, intimamente,
    devagarzinho nos rói;
    é uma emoção diferente,
    como uma dor que não dói.

    Nesse jardim de surpresas,
    que foi o amor que me deste,
    as violetas são tristezas,
    minha saudade, um cipreste.

    No peito dos marinheiros
    nasceu , cresceu, emigrou...
    Mas nos porões dos "negreiros"
    foi que a saudade... chorou!

    Antes verdade isto fosse:
    dizer que não penso em ti...
    Mas basta ver-te, e acabou-se!
    Me esqueço que te esqueci.



    ALGUMAS TROVAS DE CARNAVAL:



    Fantasia eu próprio sou
    e há um contraste dentro em mim:
    - carrego um velho Pierrot
    num atrevido Arlequim!

    Amor que tudo promete,
    falso amor das Colombinas:
    - juras e beijos: confete!
    Abraços - de serpentinas!

    Fui tudo para esse amor
    belo, puro, cruel, devasso...
    Fui pirata, fui pierrot,
    fui arlequim, fui palhaço...

    Foi Carnaval, riso e cor,
    - menos sonho que alegria...
    E o que restou desse amor?
    Nada mais que fantasia.

    No carnaval de verdade,
    da vida não tive nada...
    - Quem dera a felicidade,
    nem que fosse mascarada!

    Amor que pintou o sete
    e em Carnaval se resume . . .
    Foram meus beijos: confete!
    Seus beijos: lança-perfume...



    TROVAS PARA NOVA FRIBURGO:



    "Jardins Suspensos" na serra
    dentro da Serra do Mar,
    é o céu mais perto da terra
    que a gente pode encontrar...

    Na palma da mão de Deus
    fica Friburgo-a cidade
    a quem ninguém diz adeus...
    (Ao partir, se diz:saudade...)


    _________________



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    Mensaje por Maria Lua 12.11.23 16:45

    J. G. de Araújo Jorge (12 Trovas Marias)


    1
    A essa Maria que passa
    minha oração já compus:
    - Maria cheia de graça !
    - Maria cheia de luz!

    2
    Deus pôs no céu três Marias
    na mesma constelação,
    e na noite de meus dias
    mais três, no meu coração...

    3
    Há tantas Marias, tantas,
    que quantas há eu nem sei. . .
    Sei que há belas, feias, santas, . . .
    ...e a Maria que eu amei. . .

    4
    Há tantas Marias, tantas,
    quantas são as aves no ar,
    as nuvens no céu, e as plantas
    na terra, e as ondas do mar...

    5
    Mar adoçado com mel,
    dia de luz, claro dia,
    misto de mar, terra e céu,
    eis o teu nome: Maria.

    6
    Maria , nome tão doce
    que nos sugere outro mar,
    mar que salgado não fosse...
    ... doce até de pronunciar...

    7
    Maria Clara, Maria
    dos Anjos, da Conceição...
    E aquela que eu chamaria
    Maria do coração. . .

    8
    Marias que não tem fim ...
    . . . das Dores, do Ó, do Socorro . . .
    A que diz morrer por mim
    e a Maria por quem morro . . .

    9
    Ó Maria concebida
    para ser o meu pecado...
    Nos teu braços, minha vida
    é um barco desarvorado.

    10
    Ó Marias . . . Repetidas
    simbolizais a mulher,
    se há sempre nas nossas vidas
    uma Maria qualquer . . .

    11
    Ó Marias, que eu agora
    junto na mesma quadrinha:
    - Do céu, a Nossa Senhora,
    - da Terra, a senhora minha...

    12
    Por duas Marias erra
    meu viver de déu em déu:
    - a que me perde na terra,
    - a que me salva, no céu.

    Fonte:
    J.G. de Araujo Jorge. Os Mais Belos Poemas Que O Amor Inspirou.
    vol. IV, 1965.


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    o un ciego soñando
    y en ese vuelo y en ese sueño
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    Mensaje por Maria Lua 14.11.23 10:15

    J. G. DE ARAUJO JORGE -  de "Canto a Nova Friburgo"




    Montanhas de Friburgo


    I
    Gosto destas montanhas verdes, revestidas
    com o tapete felpudo das matas fechadas,
    estampadas no roxo e amarelo, estampadas
    de acácias e quaresmas, em buquês, floridas.

    Gosto destas montanhas azuis, musicadas
    pelas águas que rolam frias, esquecidas,
    sussurrando cantigas infantis, perdidas
    por entre os tinhorões e as sombras das ramadas.

    Montanhas que parecem grandes ametistas
    ou ondas gigantescas de um estranho oceano
    espumantes e mais puro... e mais perto dos céus!


    II
    Diante destas montanhas, fiel, eu me prosterno,
    sacerdote que sou da “Ordem da Natureza”,
    deslumbrado e submisso ante tanta beleza
    na humildade do efêmero aos pés do que é eterno.

    Diante delas me sinto insignificante e pequeno
    como o córrego humilde a sangrar nas encostas
    e a minha alma, impregnada de poeira e veneno
    leve e pura se ajoelha, a rezar, de mãos postas.

    São meu altar de fé, de amor, de sonho e paz,
    modelando no espaço órgãos e castiçais
    nos seus gestos de pedra e nas altas arestas

    e sobre elas, o céu azul, descomunal,
    é a cúpula sem fim de imensa catedral
    onde Deus pontifica em luz e canta em festas!




    O céu de Friburgo


    Olho o céu de Friburgo sobre mim! Reparo
    nos detalhes desta obra perfeita de Deus!
    Na manhã de ouro e azul, o dia é belo e claro,
    nem um lenço de nuvem branca, acena adeus...

    Olho o céu... e a outros céus mentalmente comparo!
    Não viram outro igual no mundo os olhos meus!
    Parece que se curva e vem a nós, num raro
    gesto, sem distinguir entre cristãos e ateus!

    Hei-lo para o meu culto: catedral imensa
    sobre as cristas das altas montanhas suspensa,
    templo de sol, e estrelas para o amor e a fé...

    E ao vê-lo perto assim... chego a ter a impressão
    de que, se erguer o braço sou capaz de até
    poder tocar o imenso azul com a própria mão!




    I – Friburgo sonha

    (Aos que conquistaram a terra
    e aos que a tornarão maior)


    Friburgo está dormindo. As neblinas espessas
    são como carapuças negras, nas cabeças
    das montanhas deitadas juntas, ao redor...

    Na fria madrugada, o silêncio é maior...
    E na praça vazia que a sombra amortalha,
    há em cada eucalipto de fronte grisalha
    um ar meditativo de quem pensa e sonha...




    III - O trem


    Veio mais tarde o trem... Subiu bufando a serra!
    Parou, seguiu à frente, a penetrar na terra,
    - e  como uma criança alegre, no recreio,
    a passear na cidade e a cortá-la no meio -
    desde então, para lá, para cá, num vaivém,
    é  a  nota  pitoresca  que  a  cidade  tem!

    Chega e se vai depois sempre no mesmo rumo,
    deixando na montanha um penacho de fumo...

    A cidade cresceu... Os anos se passaram...
    Uns, desceram a serra e nunca mais voltaram;
    no entanto, outros que vieram, vieram e aqui estão
    com os seus ramos pelo ar e as raízes no chão!

    E entra ano, sai ano, - em eterno vaivém, -
    batendo o coração do sino... passa o trem...




    V - O imigrante


    É sempre pela madrugada friorenta,
    quando tudo está quieto, e não chove, e não venta,
    que Friburgo, envolvida num silêncio enorme,
    se encolhe em cobertores de neblina, e dorme.

    Dorme e sonha, e relembra uma manhã distante
    quando surgiu na serra o primeiro imigrante:
    - olhos azuis, cabelos louros, fala estranha,
    a abraçar com um olhar deslumbrado a montanha

    recoberta com o verde tapete selvagem,
    da mataria densa e da espessa folhagem!
    Toda verde! Vestida toda de esmeralda,
    tal como uma bandeira, a ondular, falda em falda,
    sacudida de vento e incendiada de luz,
    refletida no céu dos seus olhos azuis!

    E escuta a sua voz, a cantar como um hino;
    no momento em que vai começar um destino.



    VIII – Ponte da Saudade


    E Friburgo nasceu... No berço das montanhas,
    no aconchego da serra, e nas suas entranhas,
    pulsando como um coração dentro do peito,
    numa terra fecunda... e sob um céu perfeito!

    Vila ainda, a aspirar seus foros de cidade,
    sua porta, era a antiga “ponte da saudade...”
    Ali, iam levar-se adeuses de partida
    ou receber quem vinha à serra, de subida;
    ali, - era o lugar de festa e recepção,
    entre a Corte e Friburgo ainda em formação.




    IX – As flores


    Depois cresceu... E até hoje, mais e mais se adensa,
    e vai enchendo o fundo de uma taça imensa!
    Nas bordas das montanhas efervescem brumas,
    nas quedas d' água, a água é um denso véu de espumas
    a escorrer e a rolar pelo dorso das serras
    lembrando mesmo um “véu de noiva” sobre as terras!

    Multiplicam-se as flores nas várzeas agrestes!
    e no chão, há mancheias de lírios silvestres!
    Cravos com a boca em sangue! Acácias que parecem
    cachos de ouro e de sol! Manacás que entontecem,
    saturando os espaços de intensos perfumes
    e embriagando na noite azul os vagalumes!
    Hortênsias a jogar buques pelos jardins
    e camélias corando ao olhar dos jasmins!
    Rosas brancas e rubras, - rosas multicores!
    - pois Friburgo é, afinal, o paraíso das flores,-
    rosas brancas e rubras, rosas tão vermelhas
    que parecem ao sol como vivas centelhas

    E as roxas quaresmeiras completam a festa
    são nódoas de saudade a manchar a floresta!


    XII – Paisagem


    À noite - quando o dia ainda está muito além -
    sem ouvir a sineta irrequieta do trem,
    sem escutar o canto alegre dos pardais
    e a feliz algazarra dos colegiais,
    Friburgo dorme e sonha, e relembra o passado,
    - a longínqua fazenda do “Morro do Queimado”.

    Nas noites de luar, que polvilham de luz
    as vastas amplidões dos altos céus azuis,
    O “Bengalas” parece uma espada de prata
    na bainha da noite, a espetar a “Cascata”...
    Pelas margens, e junto às águas espelhentas,
    há cantigas de sapos e de rãs barulhentas,
    e os “bougainvilles” despidos das folhas, no frio,
    já não se olham vaidosos no espelho do rio!

    Há uma estranha beleza, há uma beleza estranha,
    na lua liqüefeita a escorrer na montanha
    como as lavas de prata, de um vulcão sem gritos,
    que pintasse de branco, os velhos eucaliptos ...

    No silêncio dos bancos quietos do “Suspiro”,
    escondidos do luar procurando o retiro,
    há casais de mãos frias, dadas febrilmente,
    só as mãos - porque o peito é uma caldeira ardente!

    Ao luar, Friburgo inteira, - a terra, o rio, o céu, -
    está vestida de noiva, e é belíssimo o véu!




    XIII – Eis Friburgo!


    No cimo da montanha, em seu ninho florido
    - eis Friburgo! - “um jardim suspenso” - no alto erguido
    paragem de beleza infinita e de calma,
    onde respira o corpo, e onde repousa a alma.

    Cidade cujo nome é um símbolo e um troféu,
    “parada” de um caminho... a caminho do céu





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    Mensaje por Maria Lua 25.11.23 10:17

    João Guimarães Rosa

    LA LITERATURA BRASILEÑA - Página 22 GuimaraesRosa_550




    João Guimarães Rosa (Cordisburgo, 27 de junio de 1908 - Río de Janeiro, 19 de noviembre de 1967) fue un médico, escritor y diplomático brasileño, autor de novelas y relatos breves en que el sertón (sertão) es el marco de la acción. Fue miembro de la Academia Brasileña de Letras, y su obra más influyente es Gran Sertón: Veredas (Grande Sertão: Veredas, 1956).


    Guimarães Rosa nació en Cordisburgo, en el estado brasileño de Minas Gerais, el 27 de junio de 1908, primero de los seis hijos de Florduardo Pinto Rosa (llamado por él Fulô) y de Francisca Guimarães Rosa (apodada Chiquitinha).

    Autodidacta, de niño estudió varios idiomas, empezando por el francés, cuando todavía no había cumplido los siete años. Llegó a ser un políglota casi inverosímil, como puede comprobarse en estas declaraciones suyas en una entrevista:

    Hablo portugués, alemán, francés, inglés, español, italiano, esperanto, un poco de ruso; leo sueco, holandés, latín y griego (pero con el diccionario a mano); entiendo algunos dialectos alemanes; estudié la gramática del húngaro, del árabe, del sánscrito, del lituano, del polaco, del tupi, del hebreo, del japonés, del checo, del finlandés, del danés; curioseé algunas otras. Pero todas mal. Y pienso que estudiar el espíritu y el mecanismo de otras lenguas ayuda mucho a una comprensión más profunda del propio idioma. Principalmente, sin embargo, estudiando por diversión, gusto y recreación.
    Todavía niño se trasladó a casa de sus abuelos en Belo Horizonte, donde finalizó la enseñanza primaria. Inició los estudios secundarios en el Colégio Santo Antônio, en São João del Rei, pero luego regresó a Belo Horizonte donde completó su educación. En 1925 se matriculó en la Facultad de Medicina de la Universidad de Minas Gerais, con apenas dieciséis años.

    El 27 de junio de 1930 contrajo matrimonio con Lígia Cabral Penna, muchacha de apenas dieciséis años con la que tuvo dos hijas: Vilma y Agnes. Poco antes de su boda había completado sus estudios y comenzado a ejercer la profesión en Itaguara, entonces en el municipio de Itaúna (Minas Gerais), donde permaneció cerca de dos años. Es en esta localidad donde tiene contacto por primera vez con el mundo del sertón, que sirve de referencia e inspiración a su obra.

    Al volver de Itaguara, Guimarães Rosa sirvió como médico voluntario de la Fuerza Pública, en la Revolución Constitucionalista de 1932, y fue destinado al sector del Túnel en Passa-Quatro (Minas Gerais) donde conoció al futuro presidente de Brasil Juscelino Kubitschek, por entonces médico jefe del Hospital de Sangre. En 1933 se trasladó a Barbacena en calidad de oficial médico del noveno batallón de infantería. Tras aprobar el examen para Itamaraty, el ministerio de relaciones exteriores brasileño, pasó algunos años de su vida como diplomático en Europa y América Latina.

    Fue elegido por unanimidad miembro de la Academia Brasileña de Letras en 1963, en su segunda candidatura. No tomó posesión hasta 1967, y falleció tres días más tarde, el 19 de noviembre, en la ciudad de Río de Janeiro. Si bien el certificado de defunción atribuyó su fallecimiento a un infarto, su muerte continúa siendo un misterio inexplicable, sobre todo por estar previamente anunciada en Gran Sertón: Veredas, novela calificada por el autor de "autobiografía irracional".

    Obra


    1929 - Caçador de camurças, Chronos Kai Anagke, O mistério de Highmore Hall y Makiné
    1936 - Magma
    1946 - Sagarana
    1947 - Com o Vaqueiro Mariano
    1956 - Corpo de Baile (2 vol)
    1956 - Gran Sertón: Veredas (Grande Sertão: Veredas)
    1962 - Primeiras Estórias
    1967 - Tutaméia – Terceiras Estórias
    1968 - Em Memória de João Guimarães Rosa (póstumo)
    1969/70 - Estas Estórias y Ave, Palavra (póstumos)


    Traducciones al español


    Gran Sertón: Veredas. Traducción de Ángel Crespo. Barcelona, Seix Barral, 1967 (Alianza Editorial, 1999).
    Menudencia (Tutaméia). Traducción de Santiago Kovadloff. Buenos Aires, Calicanto, 1979.
    Manolón y Miguelín Traducción de Pilar Gómez Bedate. Madrid Alfaguara, 1981.
    Urubuquaquá (cuerpo de baile). Traducción de Estela dos Santos. Barcelona, Seix Barral, 1982.
    Noches del Sertón (Cuerpo de baile). Traducción de Estela dos Santos. Barcelona, Seix Barral, 1982.
    Primeras historias. Traducción de Virginia Fagnani Wey. Barcelona, Seix Barral, 1982.
    Campo General y otros Relatos. Traducción de Valquiria Wey Fagnani. México, Fondo de Cultura Económica, 2001.
    Sagarana. Traducción de Adriana Toledo de Almeida. Buenos Aires, Adriana Hidalgo Editora, 2006.
    La oportunidad de Augusto Matraga. Traducción de Juan Carlos Ghiano y Néstor Krayy. Buenos Aires, Galerna, 1970.




    https://es.wikipedia.org/wiki/Jo%C3%A3o_Guimar%C3%A3es_Rosa


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    Mensaje por Maria Lua 25.11.23 10:22

    Gran señor: veredes. João Guimarães Rosa



    João Guimarães Rosa, que también fue propuesto para el Nobel, pienso que prematuramente, y luego la muerte se le adelantó a cualquier chance de obtenerlo. Y es para llegar a él que he sentido imprescindible hacer esta introducción personalizada, ubicando al autor al lado de sus pares, para resaltar en un marco adecuado la grandeza de su obra. Volviendo a Pío Baroja, a quien mencioné al principio, si me pidiesen hablar de él en este recinto, yo no tendría necesidad alguna de contar quiénes fueron Unamuno, Azorín, Machado, Juan Ramón Jiménez, Valle-Inclán. Pero mucho me temo que sí lo necesitaba al tratar de situar a Guimarães Rosa y a su obra, en su tiempo y en su espacio.



    Su espacio. Esa es otra. Su espacio fue el Brasil, y aquí debo hacer mías, porque lo dejó dicho de manera inmejorable, las palabras del uruguayo Emir Rodríguez Monegal en su prólogo a la edición española de las Primeras historias de Guimarães Rosa:





    “Aunque Brasil ocupa prácticamente la mitad de América Latina, la literatura brasileña es casi desconocida en el resto del continente de habla española. La aparente semejanza de las lenguas, cuyo tronco común es indiscutible, enmascara una dificultad de lectura que acaba por desanimar a los hispanohablantes. En esto, los brasileños demuestran mayor imaginación. No es extraño ver libros en español en las mejores bibliotecas particulares del Brasil. En cambio, es casi una señal de esnobismo encontrar un libro en portugués en la biblioteca de un escritor hispanoamericano, a no ser que se trate de un lusitanista.





    Pasa aquí algo similar a lo que también revela un análisis profundo de la geografia cultural de América del Sur; aunque unido por los fondos a casi todos los países de habla española (sólo con Chile y Ecuador no tiene fronteras), el Brasil les da la espalda. En vez de estar enlazados por los grandes ríos, por la selva infinita, por esa tierra de nadie que es el corazón compartido de todo el continente verde, ambos grupos vecinos se desconocen y miran obsesivamente a las metrópolis culturales del hemisferio norte”.



    Por eso mismo, y con ello concluyo la cita de Emir Rodríguez Monegal, “no es extraño que el descubrimiento de la obra impar de João Guimarães Rosa no haya sido realizado en las grandes editoriales de la América española, sino en la España misma”. Y aquí y ahora, esta noche, vamos a seguir descubriéndolo.



    Ocurre, sin embargo, que al aproximarme a Guimarães Rosa, en este marco centenarial, me acuerdo fatalmente de los versos de Pessoa: “Si yo fuese otra persona, les daría gusto a todos./ Así, como soy, tengan paciência”. Y ello porque además vivo en Alemania y hay un aspecto de la vida de nuestro autor que me interesa por sobre todos: su estadía en Hamburgo, como vicecónsul del Brasil, entre mayo de 1938 y la declaración de guerra de su país al Eje, en 1942, con el resultado de que lo internan durante cuatro meses en Baden-Baden, en compañía de otros diplomáticos latinoamericanos, siendo finalmente canjeado por homólogos alemanes.



    Quisiera, pues, dedicar la segunda parte de esta conferencia a hablar de la vida de Guimarães Rosa, y comenzar resaltando el hecho de que, al igual que Pío Baroja, fue médico y ejerció la profesión, y también la dejaría al poco tiempo, aunque no para dedicarse a la panadería, sino a la diplomacia. No puede darse mayor asimetría.



    Y quisiera hacerlo –hablar de la vida de Guimarães Rosa– porque a mí me ha parecido de siempre que la clave para el entendimiento de su obra, o mejor dicho, de lo que caracteriza y distingue a esa obra, diferenciándola de todas las demás contemporáneas en su país, y hasta en el mundo, es la persona, el hombre que la hizo. Se me antoja que hay mucho que hablar de él, acecharlo en su desempeño público y también en la intimidad familiar, para representarnos mentalmente la complejidad de su idioma, y comprender lo arriesgado de su apuesta.



    João Guimarães Rosa nació en Cordisburgo, en el Estado de Minas Gerais, el 27 de junio de 1908, siendo el primero de los seis hijos de Francisca Guimarães Rosa (a quien todos llaman Chiquitinha) y de Florduardo Pinto Rosa, “un comerciante de aves, juez de paz, cazador de pumas, peluquero y contador de historias, que llevaba al niño consigo hasta los mismos antros donde los gaúchos y los vaqueros recordaban sus vidas, mientras comían recostados a las sillas de montar o descansaban entre el pienso de las bestias”: así lo describe el poeta colombiano Harold Alvarado Tenorio. Pero yo prefiero retener más bien otro detalle del padre de nuestro escritor, y es su nombre, ese nombre, Florduardo, que ya es, per se, el de un protagonista de algún cuento de Guimarães Rosa.



    El niño Joãozito es miope y, como muchos miopes, un lector voraz, dotado además de un talento natural para los idiomas. Él mismo nos dejó dicho alguna vez, sin el mejor resquicio de vanagloria, sino sencillamente enumerando: “Hablo portugués, alemán, francés, inglés, español, italiano, esperanto, un poco de ruso; leo sueco, holandés, latín y griego (pero con el diccionario a mano); entiendo algunos dialectos alemanes; estudié la gramática del húngaro, del árabe, del sánscrito, del lituano, del polaco, del tupí [un idioma de los aborígenes brasileños], del hebreo, del japonés, del checo, del finlandés, del danés; chapurreo algunas otras. Pero todas mal. Y pienso que estudiar el espíritu y el mecanismo de otras lenguas ayuda mucho a una comprensión más profunda del propio idioma. Principalmente cuando se estudia por diversión, gusto y satisfacción”.



    Otra de sus aficiones era la biología en el sentido más amplio, y como resultado de ello fue que estudió la carrera de medicina, y una vez concluida la misma, desechando unas promesas muy tentadoras que le hacen en una clínica de Belo Horizonte, la capital del Estado mineiro, se fue a ejercerla en un pueblito del mismo estado, Itaguara. Antes, se casó con la jovencísima Lygia Cabral Penna, de dieciséis años, de quien tuvo dos hijas, Vilma, nacida en Itaguara, y Agnes, nacida en Barbacena, una pequeña ciudad también mineira, adonde la familia se mudó en 1932, tras haber participado Guimarães en la Revolución Constitucionalista como médico voluntario de la Fuerza Pública. De entonces data su amistad personal con quien sería luego presidente del país, Juscelino Kubitschek, el visionario creador de Brasilia.



    Hombre de una sensibilidad extremada, Guimarães Rosa acabó no pudiendo soportar el dolor ni, mucho menos, la muerte de sus pacientes, y abandonó el ejercicio de la medicina, pasando a trabajar durante tres años en el Servicio de Protección al Indígena, y es en ese tiempo cuando prepara su ingreso en la carrera diplomática, en ese ministerio brasileño de Asuntos Exteriores al que como el palacio de Santa Cruz, el Quai d’Orsay o el Foreign Office, y también en su día la Wilhelmstrasse, se lo conoce por un topónimo: el legendario Itamaratí. E ingresó, sacando el segundo puesto en las oposiciones, y tras un período de adiestramiento en el propio ministerio, sale para su primer destino: Hamburgo. Pero de esa etapa me ocuparé en detalle al final de esta conferencia.



    De vuelta en Río de Janeiro, tras romperse las relaciones diplomáticas entre Brasil y Alemania, casi inmediatamente lo envían a Bogotá, permaneciendo allí hasta 1944, y regresando a ella en los días de la novena Conferencia Panamericana de 1948: una Bogotá que en esos días quedó poco menos que reducida a escombros y ruinas humeantes, a consecuencia del tristemente célebre “bogotazo” que siguió al asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, el líder liberal ultimado en la Carrera Séptima el 9 de abril, en pleno desarrollo de dicha Conferencia. No existe constancia de que Guimarães Rosa se haya cruzado en ningún momento de esos días con un líder juvenil cubano de nombre Fidel Castro, pero en todo caso, ello engalanaría más la biografía de este último, que la del escritor brasileño. Pero de lo que sí hay constancia fotográfica, en cambio, es de que se encontró con dos colombianos a la sazón jovencísimos, Álvaro Mutis y Gabriel García Márquez: un documento donde no se sabe qué admirar primero: si la simetría del bigote de García Márquez con la palomita de Guimarães, o la asimetría entre las sonrisas de los dos jóvenes colombianos y la seriedad del brasileño. Como fuere, es una foto para la Historia.



    Y de Bogotá, Guimarães Rosa pasó a París, en 1951, y a su regreso a Río de Janeiro se hizo cargo de la dirección del gabinete ministerial, aposentándose a la doble sombra del Pan de Azúcar y el Cristo de Corcovado. Ya no saldrá más en misiones diplomáticas al extranjero, sino a partir de 1962, cuando lo nombran jefe del Servicio de Demarcación de Fronteras, donde tuvo un desempeño notable del que también hablaré más adelante: no en vano Brasil es un país que tiene fronteras con todos los países de Sudamérica, menos Chile y Ecuador, y eso significa la insignificante cifra de diez fronteras diferentes.



    En 1956 había publicado dos libros magistrales, Cuerpo de baile y Gran Sertón:Veredas, y en 1963 fue elegido miembro de la Real Academia de Letras de Brasil, pero se tomó cuatro años antes de decidirse a pronunciar el discurso de recepción. Se diría como si hubiera tenido alguna oscura premonición de desgracia. Y si la tuvo, la premonición se cumplió, porque sólo tres días después de haber pronunciado finalmente su discurso, murió en su departamento de Copacabana, el 19 de noviembre de 1967. No alcanzó a cumplir 60 años.



    Disponemos de un libro magnífico a pesar suyo, para llegar a conocer más íntimamente a este hombre, y es Relembramentos: João Guimarães Rosa, meu pai, es decir: Remembranzas: João Guimarães Rosa, mi padre, que se debe a su hija mayor, Vilma, y que es un batiburrillo más o menos heteróclito de recuerdos relatados por ella, y de entrevistas donde habla en extenso de su padre, así como un nutrido cuerpo de correspondencia de Guimarães Rosa con sus propios padres, con la madre de sus dos hijas, con ellas mismas y con varios amigos y, coronando esa cosecha, el discurso de toma de posesión de su plaza en la Real Academia de Letras de Brasil. Y si digo que este es un libro magnífico a pesar suyo lo digo porque el material agavillado, sobre todo el epistolario, es de tal calidad que se perdonan las muchas falencias y el exceso de hagiografía filial que lo distinguen. Y sobre todo el hecho de que, conscientemente, falsea la imagen total de la persona João Guimarães Rosa, pues su hija Vilma no menciona ni una sola vez el hecho de que sus padres se separaron en 1938, ni el hecho de que su padre volvió a casarse con una brasileña a la que iba a conocer luego de esa separación, cuando llegó como vicecónsul a Hamburgo.



    [Esta es la falencia principal del libro y recuerda, a quienes la conozcan, una magnífica película argentina, de Tristán Bauer, acerca de la persona Julio Cortázar, una película a cuyo estreno asistí en el Festival de Cine Iberoamericano de Huelva, en 1994, y me dejó un regusto amargo. En ella no se mencionaba ni una sola vez el hecho de que Cortázar estuvo casado con Ugné Karvellis, su segunda esposa: al parecer, ese fue el peaje que tuvieron que pagar los guionistas (el propio Tristán Bauer y su esposa, Carolina Scaglione) para tener acceso a los materiales preciosos con los que trabajaron. Este modo de ninguneo, que ya había descubierto años atrás en el libro de remembranzas de la hija de Guimarães Rosa, es algo que entristece y desalienta, pero que además provoca lástima, porque a la larga es inútil, la verdad siempre termina por saberse. Y es hora de que cerremos el inciso].



    Una vez hecho este resumen de la vida de Guimarães Rosa, sería necesario ocuparnos de su obra. Ahora bien: hablar de la obra suele ser casi siempre una tediosa repetición de lugares comunes, vinculada al hecho de que fue un cuentista magistral (Sagarana, Cuerpo de baile, Primeras historias, Tutaméia – Terceras historias y el libro póstumo Estas historias), y como Maupassant, otro cuentista genial, sólo escribió una novela. Aunque desde luego, ante esa novela hay que sacarse el sombrero. De Gran Sertón: Veredas se puede afirmar, sin temor a marrarla, que pertenece al himalaya de la literatura universal.



    El mismo Harold Alvarado Tenorio, a quien antes cité, ha reseñado su trama de un modo convincente, y que además sortea con acierto los escollos mostrencos del lugar común:




    continua
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    Mensaje por Maria Lua 25.11.23 10:23

    ***


    “El asunto de la novela es la posesión diabólica. Riobaldo [un ex bandido, convertido en honorable estanciero, y que en un inmenso monólogo recuerda con nostalgia episodios de su rica vida aventurera y amorosa] está convencido de haber hecho un pacto que lo llevó a una vida de perversidad y crímenes, con un daimon que aparece en todas partes. (…) Para conjurar el efecto del Patas aparece Diadorim, muchacha disfrazada de hombre, cuya identidad solo es revelada después de su partida de este mundo. Riobaldo cuenta sus esfuerzos por vengar la muerte y entender la relación con su extraordinario amigo y constante compañero, joven de inusual hermosura y pureza, hacia quien siente una atracción sexual que lo atormenta. (…) Sus averiguaciones sobre la existencia del diablo y la naturaleza de sus poderes no solo nos van preparando, en las incesantes alusiones, para recibir un espantoso misterio, sino que desean, al vincularlo a una realidad concreta, aislarlo –mediante el Amor–, para que no vuelva a contaminar el mundo. Cuando al fin llega la revelación, así haya sido presentida, nos trastorna. Riobaldo, queriendo someter a Hermógenes, asesino del padre de Diadorim, pacta con el Maligno y puede hacerse jefe de su bandería. La ayuda del demonio le hace pensar en cómo tendrá que pagarla. Pero Diadorim muere en el mismo momento en que mata a Hermógenes, el Mal”.



    A esta reseña, y como lo hace el propio Alvarado Tenorio, añadiré una nueva cita del crítico uruguayo Emir Rodríguez Monegal, pionero en el descubrimiento de la obra de nuestro autor:





    “Por la magnitud de su empresa, por el nivel de creación verbal y mítica en que se sitúa Grande Sertão: Veredas, por la sabiduría de su enfoque humanístico y la ironía sazonada de su visión narrativa, esta obra de Guimarães Rosa es una, si no la más grande, de las creaciones de la literatura latinoamericana. Es, también, una síntesis magistral de las esencias de esa enorme, desmesurada, escindida tierra de Dios y el Diablo que es su patria”.



    He aquí ahora una muestra de la potencia narrativa de Guimarães Rosa en Gran Sertón: Veredas, en una escena donde hace su aparición el canibalismo:





    “Con otros nuestros padecimientos, los hombres urdían azuzados por el hambre –caza no hallábamos– hasta que tumbaron a balazos un macaco de mucho bulto, lo despedazaron, lo cuartearon y estaban comiendo. Probé. Diadorim no llegó a probar. Por cuanto se supo ­–se lo juro a usted– cuando estaban así como así asando, y masticando, que el corpulento aquél no era mono, no, no le encontraban rabo. ¡Era hombre humano, casero, uno llamado José dos Alves! La madre dél vino a avisar, llorando y explicando, era creatura de Dios, que desnuda iba por falta de ropa… Esto es, tanto no, pues ella misma bien estaba vestida con unos trapos, pero el hijo también huía así por los bosques, por andar mal de la cabeza. Fue asombro. La mujer, hincada de rodillas, suplicaba. Alguno dijo: Ahora que está bien difunto, se come lo que alma no es, que es modo de no morirnos todos… No se le vio el chiste. No, pero no comieron, no pudieron. Para acompañar no tenían ni harina. Y yo arrojé. Otros también vomitaban”.



    No puedo olvidar, a propósito de esta escena de canibalismo, lo que escribió al respecto la profesora brasileña Suzi Frankl Sperber:





    “La propuesta antropofágica como tal, está en el Manifiesto antropofágico escrito por Oswald de Andrade y publicado en 1926: ‘Sólo la Antropofagia une. Socialmente. Económicamente. Filosóficamente. Única ley del mundo. Expresión enmascarada de todos los individualismos, de todos los colectivismos. De todas las religiones. De todos los tratados de paz. Tupí or not tupí, that is the question’.





    “Incluso sin reconocerse seguidor del Movimiento Antropofágico, Guimarães se sumerge como antropofágicamente en un conjunto abarcador de culturas, espiritualismos y religiones que estudió y anotó de modo cuidadoso”, termina diciendo Suzi Frankl Sperber.



    Ni puedo dejar de comentar que a veces, en aras de una simplificación reductora, se ha dicho (y hasta se ha publicado) que Guimarães Rosa es el Joyce brasileño y su Gran Sertón: Veredas la réplica latinoamericana del Ulises. Apenas cabe pensar en un disparate mayor, no sólo por el ámbito, urbano en el Ulises, rural en Gran Sertón: Veredas. Es que además, la obra de Joyce se nos propone como culminación sofisticada del neoclasicismo, con sus tres unidades de tiempo (un día), de lugar (Dublín) y de acción (el trajín cotidiano de Leopoldo Bloom y de Stephan Daedalus, cuyos caminos se cruzan una vez en ese día): Ulises es un descenso del Olimpo para celebrar las epifanías de lo nimio cotidiano. Mientras que Gran Sertón: Veredas es consagración litúrgica del barroco, de esa corriente artística que aspira a desvelar la trascendencia ascendiendo desde el detalle. Gran Sertón: Veredas a lo único que se parece es al Mato Grosso, o si acaso a un concierto para órgano y orquesta, donde la orquesta bien conjuntada es el portugués, y el órgano cuenta con una prodigiosa variedad de registros incapaces de ser transferidos a ninguna otra partitura que el texto de esta novela. Razón por la cual Guimarães Rosa la escribió.



    En lo que se refiere a sus cuentos, me importa destacar una obra maestra como es ‘A terceira margem do rio’ (también filmado por Nelson Pereira dos Santos, en 1994), además de por ser una obra maestra porque me parece que mucho mejor que como ‘La tercera orilla del río’, debería haberse traducido como ‘La tercera margen del río’, pues este título incluye la idea de la automarginación del protagonista, una conducta que recuerda la de Wakefield, protagonista a su vez de un cuento también magistral de Hawthorne. ‘A terceira margem do rio’ relata la historia de un padre de familia, en un poblado ribereño, un padre que, según lo describe su hijo, quien narra la historia, “no parecía más extravagante ni más triste que los otros, conocidos nuestros. Solamente quieto. Era nuestra madre la que mandaba y quien a diario regañaba a mi hermana, a mi hermano y a mí. Pero ocurrió que cierto día nuestro padre mandó que se le hiciera una canoa”, dice el narrador. Y en el momento en que la canoa está construida, el padre se monta en ella y se va a vivir en el río (“ancho de no poderse ver la otra orilla”, una frase clave en la comprensión del título), y nunca más volverá a pisar tierra. Eso es todo, nada más seis páginas que se quedan grabadas a fuego en la memoria, absolutamente inolvidables.



    Antes, en la cita de Emir Rodríguez Monegal, salió a relucir “el nivel de creación verbal” de Guimarães Rosa. Los ejemplos son numerosos, y acaso el más conocido sea el título de uno de sus volúmenes de cuentos: Sagarana, palabra que proviene del islandés “saga” y del tupí “rana”, que significa “semejante, igual”, por lo que “sagarana”, a su vez, significa “semejante a una saga”. Y aprovecho la oportunidad de haber vuelto a decir cuentos para aclarar que, al menos en Cuerpo de baile, Guimarães Rosa distingue entre ellos los que llama “romances” (que podría traducirse aproximadamente como “novelas breves”, las nouvelles de los franceses), y los que llama propiamente “contos”, o sea: “cuentos”. A decir verdad, no encuentro entre ellos otra diferencia que la cantidad de páginas. Porque los personajes, los lugares, los temas, las atmósferas y, sobre todo el idioma, esos no cambian.



    Guimarães Rosa no es un escritor literário. No sé cómo definirlo. Es alguien que llega a la literatura desde el mundo de la medicina, de las ciencias maturales, y así, su manera de situarse ante la página en blanco y el instrumento para desflorarla es muy otro que el de quienes llegan ahí provenientes de las ciencias humanísticas o sociales. Amén de ello, es un hombre que, como médico, ha desempeñado sus funciones en lugares apartados de la civilización, para no decir abiertamente horros por completo de la misma. Ha estado en contacto con un mundo arcaico, prístino, a veces feroz y espantable, casi siempre paupérrimo, tanto que en algunos casos, por ahorrar, las personas hasta ahorran saliva, es decir: no hablan, como sucede con los protagonistas de Vidas secas, de Gracialiano Ramos, el otro gran narrador del sertón. Dice así de Fabiano, el personaje principal de su intensa novela: “La única criatura que lo entendía era su esposa. No necesitaba ni siquiera hablar: los gestos bastaban”. En cambio los de los contos y romances de Guimarães Rosa sí que hablan, y no poco que habla Riobaldo, nada menos que a lo largo de casi quinientas páginas.



    Y ese flujo verbal es la marca de fábrica de Guimarães Rosa. Su idioma resulta dificilísimo de leer incluso a los propios brasileños. Es un idioma con una substancia lingüística propia, total y felizmente autónoma del léxico y la sintaxis de los demás. En él se mezclan gozosamente los fonemas y dan lugar a un magma verbal que seduce de una manera muy singular e irresistible. Sólo puedo explicarlo recurriendo a una anécdota personal, y es que un día me enteré de que la más honda belleza de la poesía de Pushkin residía en lo musical de su manejo del idioma, en que el ruso, en manos de Pushkin, era como una orquesta. Poco después tuve un compañero de trabajo venezolano, hijo de una rusa, y que se había criado en la Unión Soviética. Era, y es, una persona de memoria prodigiosa, y un día se me ocurrió preguntarle si sabía recitar de memoria algún poema de Pushkin. “¿Alguno? Pregúntame más bien cuál”. Y acto seguido comenzó un recital apasionado, arrebatado, que a mi esposa y a mí nos tuvo prendidos de su voz durante larguísimos minutos que se nos hicieron cortísimos: no entendíamos nada, pero Dios mío, qué maravilla era aquél caudal de sonido que podía manar como una fuente, y de repente precipitarse como una cascada o remansarse como un lago. Esa es, exactamente, la sensación que sobrecoge a uno leyendo la prosa de Guimarães Rosa. Luego, conforme se le va agarrando el tranquillo, y se penetra en el texto, el asombro crece, todo aquello tiene un sentido profundo y elaborado, crea un universo de la nada, o la nonada. “Nonada” es la palabra con que se inicia Gran Sertón: Veredas, y que reaparece en el último párrafo de la epopeya: “Amable usted me oyó, mi idea confirmó: que el Diablo no existe. ¡Por supuesto! Usted es un hombre soberano, circunspecto. Amigos somos. Nonada. ¡El diablo no hay! Es lo que yo digo, que de haberlo… Lo que existe es el hombre humano. Travesía”.



    A fines del año 45, en una carta a uno de sus mejores amigos, el embajador Antônio Francisco Azeredo da Silveira, Guimarães Rosa le disse: “Ando con hambre de cosas sólidas y con ansia de vivir lo esencial. Leí Time Must Have A Stop, de [Aldous] Huxley. Personalmente, pienso que llega un momento en la vida de uno, en que el único deber es luchar ferozmente por introducir, en el tiempo de cada día, el máximo de ‘eternidad’”. Aquí, Guimarães Rosa está citando un verso que parece haberle impactado mucho, de T. S. Eliot: “Encontrar el punto de intersección entre el tiempo y la eternidad, ésa es la tarea del santo”. A encontrar ese punto se encaminó su obra. No de otro modo puede explicarse lo desmesurado de su ambición creadora, resumida en Gran Sertão: Veredas, que es como un aerolito literalmente caído del cielo en el planeta de la literatura mundial.



    Y he dejado expresamente para el final el episodio que más me gusta de la vida de nuestro autor, y que es sumamente desconocido en nuestras latitudes, e ilumina esa vida con un nuevo resplandor.



    Cuando Guimarães Rosa llega a Hamburgo, su primer destino como diplomático, es un hombre de 30 años, casado, pero recién separado de su esposa, quien se queda en Río de Janeiro con las dos hijas. Y sucede que en ese consulado brasileño de la ciudad hanseática trabajaba como secretaria Aracy Moebius de Carvalho, una paranãense de su misma edad, divorciada y con un hijo. Guimarães Rosa y ella se enamoran, y su amor queda reflejado en 107 cartas y 44 postales, billetes y telegramas, y en el diario donde el futuro autor de Gran Sertón: Veredas anotaba de manera bastante lúcida sus impresiones del mundo en derredor: ese mundo en derredor que es uno donde, no lo olvidemos, gobiernan los nazis. El flamante vicecónsul, admirador profundo de la literatura y el pensamiento alemanes, llegó a Alemania justo a tiempo para asistir al gran pogromo que pasó a la historia con el ominoso nombre de “die Kristallnacht”, “la noche de los cristales” (rotos, se entiende), la negación de la Alemania que tanto admiraba.




    continua
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    Mensaje por Maria Lua 25.11.23 10:24

    ***

    En ese mismo diario, Guimarães Rosa es parco en las referencias a su romance con Aracy: nada más que 16 menciones, pero ni siquiera ello valió como argumento para su publicación, impedida por las hijas que tuvo de su primera esposa. Un nuevo intento, a la larga inútil, de escamotear a una persona en la biografía de otra, como en aquella famosa foto de Trotsky con Lenin donde de pronto, en la Enciclopedia Soviética, desapareció la imagen del creador del Ejército Rojo. Miserias de la vida. En este caso, además, ridículas, porque la dedicatoria de la obra maestra de Guimarães Rosa, Gran Sertón: Veredas, no deja lugar a dudas del papel que ella representó en su vida: “A Aracy, mi mujer, Ara, le pertenece este libro”. Más claro, agua.



    La parte que me parece más memorable de esta historia fue protagonizada por Aracy, con Guimarães como cómplice. Aracy logró que un funcionario de una comisaría hamburguesa emitiera pasaportes a judíos sin la J roja que los identificaba como tales, y gracias a ello le consiguió visados para salir de Alemania a varios cientos de esos parias del régimen nazi. Y lo hizo –y ahí radica el coraje civil de Aracy– a despecho de que el superior de ambos, de ella y Guimarães, el cónsul titular Joaquim António de Sousa Ribeiro, no otorgaba visados a judíos, tanto por su propio antisemitismo como por instrucciones secretas recibidas de Itamaratí, el ministerio brasileño de Asuntos Exteriores. Simpatizante con el régimen de Hitler, Sousa Ribeiro nunca hubiese firmado aquellos visados de haber sabido para quiénes eran.



    En un amplio reportaje de la periodista brasileña Eliane Brum, aparecido en la revista Época, leo lo siguiente: “Aracy era una morena con más curvas que el Rin, capaz de hacerle voltear la cabeza a los alemanes al verla pasar camino del consulado. Por suerte para los judíos, tenía también una personalidad capaz de volver ácido un Apfelstrudel. Un día le echó una bronca tan grande a un policía que quería revisar su automóvil, que el hombre se encogió delante de aquella petiza. Aracy, entonces, atravesó calmosa la frontera, con un judío en el baúl del auto. Mientras Alemania se incineraba en odio, Aracy y Joãozinho se abrasaban de amor. Lo que en nada entorpeció las actividades subversivas de Aracy. La pareja nunca vivió bajo el mismo techo en Hamburgo. Ella llegó a esconder judíos en su casa. ‘Él decía que yo exageraba, pero no se metía mucho’, contó Aracy, años atrás: ‘Nunca tuve miedo de nada ni de nadie’”.



    Paralelos discurrían, pues, la aventura de esta Pimpinela Escarlata brasileña y su romance con Joãozinho, uno bien ardiente, a despecho de “los témpanos en el Alster [el afluente del Elba que atraviesa Hamburgo], donde se posan las gaviotas”, como dejó él escrito en su diario. Así, todavía en el verano, el 24 de agosto del 38, le confesó en una carta: “Deja que te diga que estabas linda, linda, a la hora de partir. Dormí abrazado a tu camisoncito rosa, todo impregnado del aroma del cuerpo maravilloso de la dueña de mi amor. Te seré absolutamente fiel, no miraré a las alemanitas, las cuales, por cierto, ¡todas se han vuelto sapos!”. Y en otra carta que los fetichistas entienden (entendemos) a la perfección: “Ahora me voy a la cama, para dormir con tu camisoncito rosa, después de platicar un poco con las chinelitas chinas, que me hablarán de los lindos piececitos de su dueña”.



    De regreso al Brasil, Joãozinho y Aracy se casaron, y hay dos detalles de sus vidas que siento la tentación de destacar, y a lo único que no sé resistirme es a la tentación.



    En Itamaratí, la parte más importante del desempeño de Guimarães Rosa tuvo que ver con problemas de delimitación de fronteras, en Sete Quedas con el Paraguay, y también en el Pico da Neblina (por la selva amazónica) con Venezuela. En homenaje a ese desempeño, crucial en ambos casos, se bautizó con su nombre una montaña de la cordillera Curupira. Hasta donde sé, el Guimarães Rosa debe ser el único Pico del mundo que se llama como un gran escritor, y a mi juicio, más que una cumbre es tan solo la punta petrificada de un iceberg, como también lo es la obra publicada de quien le da nombre.



    Y en Yad Vashem, en Tel Aviv, el 8 de julio de 1982, Aracy fue reconocida entre los Justos de las Naciones, la más alta dignidad que concede Israel. Lo que me hace gracia es pensar que Aracy cumple años el 20 de abril, el mismo día que una persona contra la que combatió en una personalísima guerra de guerrillas, desde su despacho del consulado de Brasil en Hamburgo. Me refiero a Hitler. Y dicho sea de paso: este año, la señora Aracy cumplió cien, rodeada del cariño de los suyos, en São Paulo. Lamentablemente quizás no lo supo: padece de alzhéimer.



    No he pretendido en ningún momento sentar cátedra acerca de João Guimarães Rosa, sino lisa y llanamente hablarles de un gran escritor cuya obra admiro desde que tuve la fortuna de leerla, y que al releerla para preparar esta conferencia, me llevó a estudiar asimismo la vida de quien la escribió. Y resultó, también para mi fortuna, y sobre todo para la suya, que un capítulo de esa vida fue su mejor romance, en el doble sentido de la palabra. Ojalá les haya gustado.









    Este texto fue pronunciado como conferencia en el Ateneo Guipuzcoano de San Sebastián el 23 de octubre de 2008 y se publicó, en un versión ligeramente diferente, en la revista Cuadernos Hispanoamericanos en enero de 2009.









    Ricardo Bada (Huelva/España, 1939), escritor y periodista residente en Alemania desde 1963. Autor de La generación del 39 (cuentos, 1972), Basura cuidadosamente seleccionada (poesía, 1994), Amos y perros (cuento, 1997), Me queda la palabra(ensayos, 1998) y Los mejores fandangos de la lengua castellana (parodias, 2000). En FronteraD, donde mantiene el blog Urbi et interneti, ha publicado, entre otros artículos, Valija no diplomática. Apuntes de un viaje a Bogotá y Medellín (del 25 de junio al 5 de julio de 2008), Media docena de postales de Colonia, Cuaderno de bitácora (de Bremerhaven a Buenos Aires en carguero) y Diario de un viaje a Madrid.



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    Mensaje por Maria Lua 25.11.23 12:52

    LA LITERATURA BRASILEÑA - Página 22 6a00d8341bfb1653ef019104706767970c-320wi

    El corazón del Brasil de Joao Guimaraes Rosa


    Dice el escritor brasileño Joao Guimarães Rosa (1908-1967) que antes de embarcarse a escribir Sagarana (1946) se puso a rezar de verdad para olvidarse de “modas, tendencias, escuelas literarias, doctrinas, conceptos, actualidades y tradiciones… Eso, porque: en la olla del pobre, todo es condimento”. Es cierto que se olvidó de muchas cosas para reinventarlas a su manera, ¿pero, si este escritor veía su olla como la de un pobre, cómo vería la nuestra? Guimarães Rosa dominaba más de diez idiomas y gracias a ese conocimiento exprimía el lenguaje en cada frase. Esa riqueza lingüística proporciona una asombrosa cantidad de hallazgos literarios en cada página (en sus relatos, un personaje no muere sino que “desvive”, la humedad “enmela” las ropas, y una lluvia fuerte es la caída de “un mazo de agua mal atada”).

    Guimarães Rosa no es tan conocido como debiera en el mundo hispanoamericano. Los que han leído Gran Sertón: Veredas (1956) suelen quedar deslumbrados con esta novela joyceana que anticipa al Boom. Pero la feliz explosión comienza con los largos relatos de Sagarana, en los que el escritor brasileño da cuerpo a su particular visión del sertón, en el interior de Minas Gerais, su estado. Es un mundo vasto, descrito con exactitud “micromilimétrica”: “Están el pato fierro y el pato cabeza roja… Están el ánade de pico grande y otro azulado, y uno con un adorno de muchos colores… Está el ánade rabudo, que silba… Está el sirirí pampa… están las garzas. ¡Un montón!...”. Un montón, sí.

    Como otros grandes escritores de la transculturación –Rulfo, Arguedas, Carpentier, Castellanos, Roa Bastos— Guimarães Rosa logró mezclar los relatos populares de su tierra –las cantigas del sertón- con los logros formales de la narrativa europea y norteamericana de la primera mitad del siglo XX; a eso le añadió su léxico maravilloso y su mirada poética (“En noche de roza todo es canto y recanto. Y siempre hay un perro ladrando lejos, en el fondo del mundo”; “Volvió a llover… Y casi todo el día, un sapo sentado en el barro, se preguntaba cómo se hizo el mundo”). Después de él, el regionalismo ya no será lo que era.

    En Sagarana está el pueblo y sus creencias contradictorias: el narrador de 'San Marcos' no cree en hechiceros, pero acepta supersticiones como “sal derramada; un cura viajando con nosotros en el tren; no decir rayo: como mucho, y si el tiempo está bueno, decir ‘centella’…”. En 'Cuerpo sellado', Manuel Fuló es capaz de enfrentarse a un valentón del lugar gracias a que le han hecho creer que un hechizo lo protege. El sertón está encantado, los animales están muy presentes (y a veces son capaces de pensar, como en el magistral 'Conversación de bueyes'), y el hombre se halla en constante diálogo con una naturaleza a veces hostil y otras protectora.

    “Gracias a Dios, todo es misterio”, escribe Guimarães Rosa. “Y riqueza, ¡oh riqueza!... Por lo menos, impiadoso, horror al lugar común”. Sagarana es eso: misterio, riqueza, horror al lugar común.




    * Edmundo Paz Soldán ha publicado Billie Ruth (Páginas de Espuma)


    https://blogs.elpais.com/papeles-perdidos/2013/07/el-brasil-de-joao-guimaraes-rosa.html


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    Mensaje por Maria Lua 25.11.23 12:59

    La escritura de João Guimarães Rosa trasciende el realismo al indeterminar las representaciones en la forma. Según señala Hansen (2012), en Forma literária e crítica da lógica racionalista en Guimarães Rosa, la ficción literaria de Guimarães Rosa indetermina las representaciones en la forma de un fondo productor de misterio. Este artículo puntualiza algunas operaciones de indeterminación en el cuento Hiato de Tutaméia: terceiras estórias, cuento en que, con una ficción de la forma, Guimarães Rosa interviene en el campo literario universal y no solo en el brasileño.

    Este artículo destaca dos aspectos relevantes en la recepción de la intervención de Guimarães Rosa en el campo literario brasileño: la predilección por el realismo y el imaginario sagrado. Como se intenta mostrar, Guimarães Rosa responde parcialmente a la recepción de la cultura letrada, habituada a las representaciones realistas, y va más allá de sus expectativas al contemplar, simultáneamente, el imaginario sagrado. También interviene en un proyecto histórico de adecuación del imaginario a los patrones realistas de representación.

    En el caso de no querer colaboran en la naturalización de patrones realistas, la ficción literaria universal tiene como desafío producir el sentido de realidades cada vez más complejas a través de una lengua que, domesticada en representaciones, reitera los lugares del lenguaje en una sociedad de clases. Desde el siglo XIX, los escritores enfrentan la dificultad de proponer representaciones válidas en un mundo de creciente diversidad, y el campo literario brasileño demanda la representación de la realidad nacional. La intervención de la ficción de Guimarães Rosa en ese proyecto de representación contempla el imaginario sagrado proyectado por una parte de la recepción, imaginario que, habituado a la forma como método de formular en la lengua el deseo y la práctica, acoge los efectos de indeterminación como misterio.




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    Mensaje por Maria Lua 25.11.23 13:00

    "En busca de Guimarães Rosa"



    En Mundo Nuevo, n. 20
    febrero de 1968
    p. 4-16

    "En tres ciudades tan distintas como son Río de Janeiro, Génova y Nueva York, y en tres ocasiones que han quedado nítidamente perfiladas en la memoria, tuve la suerte y el privilegio de encontrarme con João Guimarães Rosa, pude hablar con él, llegué a admirar no sólo su magnífica obra (que ya conocía de lecturas), sino su tantalizadora y secreta personalidad. Los encuentros fueron casuales por lo general, traídos y llevados los dos por la invisible mecánica de congresos literarios, interrumpidos (como si la vida fuera eterna, y fuéramos dueños del tiempo) por las más triviales circunstancias, pospuestos o dejados para luego los temas centrales, enriquecido sin embargo el contacto por una comunicación que se dio porque sí y porque así se dan las cosas mejores. Sólo el primer encuentro fue provocado por mí y tuvo todo el carácter de una decisión madurada. Hoy que ya me he resignado a no volver a ver a Guimarães Rosa, quiero hacer el recuento de estos azares, de estos misterios cotidianos, de estas conversaciones en vestíbulos y salas de conferencia, en ómnibus de turismo y cafeterías, en la calle o en oficinas. No me quejo de lo fugaz o accidental de esos contactos. Creo que ellos me permitieron captar, como experiencia humana viva, lo que había ido descifrando en la lectura de sus grandes libros. Elusivo y presente, vivo y condenado ya a muerte, Guimarães Rosa me ha ayudado a ver y entender mejor algunas cosas básicas.

    La frontera de las fronteras

    No sé cuándo empecé a oír a hablar y a leer sobre Guimarães Rosa. Conjeturo que fue en casa de los Wey, en Avenida Brasil, Montevideo, cuando oí por primera vez el nombre y esto debió ser hacia principios de 1960. Hacía años entonces que Walter Wey estaba de agregado cultural de la Embajada del Brasil en el Uruguay y que era el director del Instituto Cultural Uruguayo-Brasileño. Hombre extraordinariamente versado en las letras y las artes de su país, había sabido crearse en Montevideo un ambiente entre artistas e intelectuales. Su mujer, Virginia, no sólo enseñaba literatura brasileña en el Instituto; también se ocupaba de hacer leer y conocer mejor a los nuevos autores en un medio que, a pesar de la proximidad geográfica con el Brasil, era y es bastante ajeno. Cuando salieron las Primeiras Estórias, de Guimarães Rosa, en 1962, Virginia concibió la idea de traducirlos en castellano, se puso de acuerdo con don João y empezó una tarea que habría de llevarle sus años. Creo que ahí ocurrió mi primer encuentro con un autor que fue durante años sólo un nombre para mí. Un buen día leí uno de los cuentos, La tercera margen del río, en un semanario de Montevideo; otro día cayó entre mis manos una crónica de un periódico brasileño; otro día, en fin, me puse a hablar con Virginia de Guimarães Rosa y desde entonces no hemos parado.

    Porque si es fácil no conocerlo, y son tantos los que lo ignoran dentro y fuera Brasil, es muy difícil no convertirse en adicto si uno ha empezado a vislumbrar, así sea muy exteriormente, el mágico mundo narrativo de Guimarães Rosa. Es como Kafka o como Borges: apenas una frase de ellos entra en nuestro sistema circulatorio estamos perdidos. Nada podemos hacer si no es pedir más, buscar más, conseguir más. El cuento que yo había leído era casi nada: la historia de un hombre que deja a su mujer e hijos y se va a vivir en un bote en el centro del río; pero esa historia lograba, por los medios más simples e intensos, crear para el lector la imposible promesa de su título: una tercera dimensión de la realidad (la tercera margen) se hacía patente, se convertía en experiencia, se encarnaba en la imaginación. De golpe, me convertí al culto, entonces casi secreto en la América hispánica. Pedí a Virginia y a Walter las Primeras Estórias y empecé la lenta penetración en ese universo a la vez tan vasto y reducido.

    No había leído sino aquel volumen cuando tuve ocasión de pasar una quincena en Río de Janeiro con mi mujer. Hablo del invierno de 1963, estación que en Río se distingue muy poco de un verano uruguayo, húmedo y algo tristón. En casa de Eva Pimentel Brandão, en la hermosa y viva biblioteca de su marido, que ella conserva con la impecable devoción, encontré el Anuario del Ministerio de Relaciones Exteriores del Brasil que me ofrecía los pocos datos sobre Guimarães Rosa. Era una biografía de diplomático que estaba reducida a sus servicios en el cuerpo: nacido en Cordisburgo, Minas Gerais, el 3 de junio de 1908, Guimarães Rosa pertenece a una familia patricia del gran estado brasileño. Se recibe de médico y ejerce en el estado natal, luego, en 1934, entra en la carrera diplomática y asciende a lo largo de tres décadas hasta su puesto de Embajador en Itamaraty, Departamento de Demarcación de Fronteras. Ha prestado servicios de cónsul en Hamburgo, en vísperas de la segunda guerra mundial; ha estado internado en Baden-Baden en plena contienda. A partir de 1942 representa a su patria en América Latina (secretario de embajada en Bogotá, 1942-1944) y en Europa otra vez (Consejero en París, 1948-1951). En el Anuario no hay una sola palabra sobre su carrera literaria. Esa pertenece no al Embajador, sino al otro.

    El que me interesaba era el escritor pero estaba dispuesto a correr el riesgo de tropezarme sólo con el Embajador cuando conseguí que Afránio Coutinho, qran historiador de las letras brasileñas de Itamaraty una tarde de esas cariocas en que la ciudad arde a fuego lento. Coutinho hace las presentaciones y se excusa. Es un hombre ocupado en mil cosas y además prefiere, con la más fina discreción, dejarme a solas con Guimarães Rosa. Yo me siento perdido pero me aguanto a pie firme. Si la oficina no puede ser más burocrática, el hombre alto y corpulento, pero no grueso, de pelo gris cortado muy corto, de lentes y sonrisa afable, gestos precisos y nítidos, me tranquiliza. Su figura se recorta contra un fondo de viejos mapas, de fotografías amarilladas por el tiempo, de gráficas tal vez inútiles pero persistentes. En medio de esa erosión, el hombre está vivo. Guimarães Rosa tiene del diplomático sólo la apostura exterior, la exquisita cortesía, una sobreentendida reserva. Apenas empieza a hablar, modulando con precisión cada sílaba con una voz suave pero firme, apenas subraya ciertas palabras con un súbito estallido de los ojos, apenas apoya un poco el pedal de la intención para circundar de color un significado, descubro que estoy frente al narrador. La voz que suena acariciando cada una de !as sílabas es la voz que se escucha, apenas audible, en las páginas de Primeiras Estórias.

    Guimarães Rosa no pierde el tiempo en vaguedades: habla de su arte y de su oficio. Escribe mucho, me cuenta; luego deja descansar lo escrito y vuelve más tarde a revisar, haciendo muchas correcciones, cortando sin piedad. Ese primer trazo copioso de su escritura tiene como propósito ocupar el territorio, marcar los límites entre los que se va a mover el cuento o la novela corta o la narración más extensa. Mientras lo escucho hablar con precisión y sin prisa pienso que esa tarea es, también, un servicio de demarcación de fronteras, como el que está ahora a cargo del Ernbajador. Al corregir, al rechazar, al omitir, Guimarães Rosa sufre las furias y las penas de todo creador apasionado con lo que ha escrito. Para engañar al subconsciente (confiesa) suele decirse que ese material rechazado no va a morir en la cesta de papeles. AI contrario, lo copia cuidadosamente en un cuaderno especial que titula Rejecta: así lo destina a posteriores y tal vez inexistentes obras. De ese modo, el subconsciente calla y acepta.

    Cuando reedita un libro, vuelve sobre cada palabra, cada coma, cada ritmo. Una de sus colecciones de cuentos, la primera y que se titula Saragana (1946), ha sido retocada infinitamente. A cada nueva tirada, Guimarães Rosa decidía poner otra vez todo el libro en el taller. Hasta que un día se dio cuenta de que si no paraba y decidía que lo escrito, escrito está, se iba a pasar la vida corrigiendo el mismo libro. Ahora piensa (con una casi imperceptible nostalgia flaubertiana) qúe debía tomar uno de sus cuentos, uno cualquiera, y seguirlo corrigiendo hasta el fin de sus días, como modelo y ejemplo.



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    Mensaje por Maria Lua 25.11.23 13:01

    ***


    El horror a lo efimero

    Pero tiene que seguir escribiendo. Para su edad, Guimarães Rosa ha publicado relativamente poco: los cuentos ya mencionados de Saragana, su primer libro; dos tomos de novelas breves que recogió bajo el títu!o de Corpo de baile (1956); la narración larga que le ha valido fama internacional, Grande Sertão: Veredas (de 1956 también); y ese tomo de cuentos cortos que se llama Primeiras Estórias y es de 1962. Esos cuatro títulos lo han hecho famoso dentro del Brasil y han empezado a difundirse fuera. Cuando lo visité el 13 de julio de 1963 era imposible encontrar en Rio de Janeiro un ejemplar de sus primeros títulos. Un librero, especialista en literatura brasileña y él mismo editor (Carlos Ribeiro, de la "Livraria Sáo José" me dice que tiene más de cien ejemplares pedidos de Grande Sertão: Veredas. El mismo Guimarães Rosa se excusa por no poder conseguirme uno y me cuenta que para poder enviar la novela a los editores europeos que se interesaban en leerla, debió saquear las bibliotecas de los amigos. Para documentar mejor estos problemas, se refiere a las traducciones en curso, a las cartas de Alfred A. Knopf (su editor norteamericano y amigo personal), a las cartas de los editores alemanes, a las"Editions du Seuil", en Paris, que le escriben misivas de exquisita cortesía francesa: allí lo saludan como maestro y señalan con aplauso la condición irracional de sus cuentos y la naturaleza casi mítica de su imaginación.

    Se ha levantado para mostrarme la carpeta en que guarda las cartas de sus editores extranjeros y ese gesto (que podría revelar una vanidad semisuperficial, casi infantil) está desmentido por la presencia de gran señor con que se mueve, por la delicada ironía que asoma a sus ojos y a esa semisonrisa que hay siempre en sus labios. Es una ironía que se vuelca impecablemente sobre sí mismo. Pienso en Cervantes y en ese encuentro crepuscular delautor del Quijote con un admirador que se conmueve tanto al conocerlo; recuerdo las páginas en que él mismo cuenta (en el prólogo del Persiles) ese encuentro; evoco la doble o triple instancia de esa vanidad irónica. También en la gran novela de[ autor brasileño encontraré más tarde rastros de la misma ironía, también en ella se reconoce la gran tradición (cómica, paródica, pero asimismo épica) del Quijote. Guimarães Rosa me muestra la carpeta con las cartas y sigue hablando de sus libros. Habla con cariño pero es un cariño atemperado por los buenos modales y por una convicción, muy honda, de que el verdadero goce de crear no está jamás en el aplauso recibido sino en la acción misma de crear. Por eso sigue contándome cosas. Cuando planea un relato o una novela, empieza siempre por el marco, el paisaje, que invariablemente es el de su Minas natal. Luego trabaja el argumento que le permitirá revelar aspectos psicológicos de sus personajes. Todo eso es, para él, sólo un aspecto, una parte de la creación, ya que en el centro de sus narraciones busca siempre expresar algo ético, algo trascendente. Esta preocupa ción to hace calificarse de filósofo, con sobreentendidos similares a los de Azorín.

    "Tengo horror a lo efímero", me dice. Siernpre pienso en libros. El volumen de Primeiras Estórias surgió de la invitación de un periódico de Rio de Janeiro. Se comprometió a escribir una serie de cuentos. Pero antes de entregar el primero, debió pensar mucho, esbozar unos cuantos, tener por lo menos tres ya escritos y furiosamente revisados, para estar seguro (desde el comienzo) sobre cual sería la visión general del libro en que irían a parar esas historias de seres soñadores, seres débiles, de temibles bandoleros, de mujeres trágicas, de sucesos extraños como fábulas, mágicos como la misma leyenda delinterior del Brasil. Escribiendo y corrigiendo, descubre a veces un error y en vez de retocarlo resuelve aprovecharlo. Así, por ejemplo, en Grande Sertão: Veredas hay una piedra preciosa que cambia varias veces de nombre: la primera vez se habla de un topacio, luego se convierte en zafiro, casi de inmediato pierde el nombre preciso y es sólo una piedra valiosa, pero antes de concluir la narración será una amatista. Releer todo el libro (594 páginas en la edición brasileña) para uniformar el nombre de la piedra, le pareció tarea estéril. Prefirió agregar unas líneas cerca delfinal en que las mismas dudas y contradicciones sobre el cambio de nombre sirvieran para acentuar el carácter ambiguo delrelato entero. AI fin y al cabo, esa piedra preciosa que el protagonista se siente tentado a regalar a la mujer que ama pero que quisiera regalar a un compañero al que también ama, es símbolo de un corazón dividido. "Hay que trabajar a favor de las limitaciones", me dice Guimarães Rosa con una sonrisa en que se refleja su sentido irónico, complejo, de la vida.

    Es tarde cuando salgo de su oficina ese día de julio de 1963. El Palacio de Itamaraty, sus paredes rosadas o blancas, se perfilan como un decorado italiano contra el violento azul del cielo carioca, contra los morros violáceos que cubren como lujoso fondo el panorama algo teatral. En las caIles hay gente que se dirige presurosa a las parades de los omnibuses y trolleybuses: son cientos, marchan en hileras, hacen cola con fatigada paciencia. Hay un calor húmedo de verano en el pleno invierno de[ Hemisferio Sur. En la oficina de Demarcación de Fronteras queda un señor alto, de lentes, impecablemente vestido con un trajo azul piedra que tiene una tenue rayita blanca, de corbata de moña y aire fresco y reposado. En la oficina no hace calor, nada se agita, todo está en su sitio. Pero esa calma, esa serenidad estudiada que difunde Guimarães Rosa no es sino la máscara urbana de su creación profunda. En sus libros, en la violencia y el frenesí de sus libros, se encuentra la misma vitalidad, el mismo calor apasionado, la misma fuerza oscura de esta muchedumbre que se ordena presurosa hacia su destino. Pienso que en la serena dimensión de su arte, Guimarães Rosa también expresa el mismo espíritu vital.






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    Mensaje por Maria Lua 25.11.23 13:02

    ***


    Una lengua propia

    Este encuentro no hizo sino exacerbar mi apetito. Volví a Montevideo, importuné a los Wey hasta que se desprendieron del único, del valiosísimo ejemplar de Grande Sertão: Veredas que poseían. Me lo llevé a casa como el cazador lleva un venado. Los críticos somos insaciables y ese enorme libro me prometía alimento para muchos días y muchas noches. Apenas lo abrí, descubrí por qué Guimarães Rosa era (a pesar de su fama en el Brasil) un autor todavía secreto. Leí y releí y volví a releer las tres o cuatro prirneras páginas de la novela. No diréque no entendí nada porque sería exagerar un poco. No en balde había vivido muchos de mis mejores años de infancia y adolescencia en Rio de Janeiro, había estudiado y me había empapado del portugués que se habla allí, ese sabroso "brasileiro". Pero lo que yo había aprendido, y que me permitía circular sin lágrimas por la literatura brasileña o portuguesa, parecía nada frente a esas primeras formidables páginas de Grande Sertão: Veredas. Porque Guimarães Rosa (como Joyce, como Valle Inclán, como Asturias en algunas de sus obras) no sólo usaba la lengua común; también abusaba de ella. Cada pa labra, casi cada sílaba, de la novela había sido sometida a un proceso creador que obligaba al lector a progresar, si progreso había, a paso de caracol. Tardé un poco en sobreponerme a la humillación de creer que había perdido del todo una de las lenguas de mi infancia. Me animé a hablar con Virginia y con Walter que me tranquilizaron: Guimarães Rosa es dificil también para el lector brasileño. Volví al libro, volví a sus páginas, seguí leyendo y vislumbrando cosas, adivinando otras, completándolo en mi imaginación. Hasta que un día (como pasa con una lengua que estamos empezando a dominar) descubrí que todo era más claro: hasta que un día me encontré leyendo el "brasileiro" de Guimarães Rosa, esa habla suya que él supo crearse dentro de la rica lengua general del Brasil.

    Casi insensiblemente, habían pasado algunos años y en Nueva York la editorial Alfred A. Knopf sacaba la versión inglesa de la novela con el título de The Devil to Pay in the Backlands, título que trataba de atraer a un público más vasto sin traicionar demasiado la obra original que tiene, como tema central, una posesión diabólica. Releí la obra entera en inglés, con bastante entusiasmo. La traducción no me pareció mala; como traducción del sentido general de la obra, de los sucesos y los personajes, de lo que puede contarse con otras palabras, está bien y hasta diría que está muy bíen. Pero como versión de lo que Guimarães Rosa había creado en primero y último lugar con su novela (una lengua, esa habla propia) era una vulgarización talentosa. Para colmo, el libro cayó mal entre los críticos norteamericanos que no se tomaron el trabajo de enterarse, antes de escribir sobre él, quién era Guimarães Rosa y qué valía el libro original. Con la misma seguridad con que los prirneros críticos franceses de Dostoyevski, estos nuevos omnisapientes de los semanarios o de los enormes periódicos norteamericanos, relegaron a Guimarães Rosa al infierno de la reseña a medio digerir, el comentario mecánico del que ha leído la solapa y apenas la solapa, el horribe comercio de la crítica al menudeo. Las cosas no andaban mejor en América Latina. Allí casi no se sabía quién era Guimarães Rosa. Algunos cuentos publicados aquí y allá; las traducciones de Virginia Wey en el Río de la Plata, las de Angel Crespo en España, no bastaban para crear lectores ni para formar una opinión general. Faltaba la prueba sólida, completa, de su obra en castellano. Ya entonces Angel Crespo tenía completa su admirable traducción de Grande Sertão: Veredas que iba a publicar en 1967 Seix- Barral, de Barcelona. Había que marcar la salida del libro, preparar un poco al público latinoamericano y a la opinión de la crítica, situar a Guimarães Rosa en una perspectiva más amplia. Por esa fecha, la revista Daedalus, de Boston, me pidió un artículo sobre la novela brasileña contemporánea. Al prepararlo traté de organizar una perspectiva en la que la obra de Guimares Rosa pudiera verse en su doble contexto: dentro de las letras brasileñas, a las que pertenece por el más profundo arraigo lingüístico, y dentro de las latinoamericanas, a las que aporta el más rico caudal. Lo que escribí entonces fue luego utilizado en esta misma revista para presentar una selección de sus Primerias Estórias, así como unos textos de Clarice Lispector y Nélida Piñon. Reproduzco ahora lo que se refiere a Guimares Rosa, para que esta memoria tenga un carácter más amplio. Advierto que el subtítulo se refiere al apelativo que una vez Lins do Rêgo dio a GRaciliano Ramos: "Maestro Graciliano".




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    Mensaje por Maria Lua 25.11.23 13:03

    ***


    Mestro Guimarães

    El problema del regionalismo, tal como fue diascutido en los años veinte y tre

    tierra alta y desértica que linda con el sertão del Nordesle, desierto mucho más pequeño y que ya ha sido explorado por los novelistas y sociólogos brasiieños. Una vez me dijo Guimarães Rosa, con visible orgullo, que cornparado con el sertão de Minas Gerais, el nordestino es sólo una franja no rnuy separada de la costa atlántica. EI título de su novela, literalmente traducido, indica precisarnente esa dimensión extraordinaria de la tierra minera: Gran Desiertó: Pequeños Ríos. Comparado con la enormidad de Minas Gerais, este largo libro es apenas el registro de una pequeña excursión.

    El mundo que Riobaldo evoca es violento; está Ileno de traición y de ardientes rivalidades, de miseria y de explotación y se desarrolla en un territorio atravesado nor bandidos, políticos y un ejército implacable y venal. La narración se ubica en los últimos años del siglo pasado, pero el problema que Guimarães Rosa presenta está aún muy vivo, como lo demuestran los titulares de los periódicos brasileños. AI novelista no le interesan realrnente los aspectos documentales del mundo sobre el que escribe. Como otros brillantes colegas de la ficción latinoamericana de hoy (Alejo Carpentier, de Cuba, y Julio Cortázar, de Argentina), el novelista brasileño no pasa por alto la miseria o la explotación que lo rodean, pero él sabe que la realidad cala más profundamente aún. Sus experiencias como médico rural y, más tarde, como médico del ejército lo familiarizaron no sólo con los hombres de la región sino tarnbién con su inagotable lenguaje. A través de la recreación artística de su lengua hablada, él consigue trasmitir toda la realidad de esta tierra brutal y trágica. Su niñez estuvo dedicada a escuchar a los viejos contar increíbles historias de esos bandidos, crueles y sangrientos, que llenan el sertão: grotescos caballeros andantes de una dudosa cruzada. En su juventud, viajó mucho a través del paisaje extraño, duro y hechicero de los Gerais, pasó mucho tiernpo explorando las pequeñísimas poblaciones o recorriendo caminos que no llevaban a ningún lado: así se familiarizó con la escualidez y la miseria de este país tan rico. Su vida allí fue la búsqueda encarnizada de un lenguaje creador para contar todo esto.

    A través de una técnica y de una sensibifidad que fueron moldeadas por la novela experimental de los veinte y los treinta (sus deudas con Joyce, Proust, Mann, Faulkner, y Sartre, son obvias), Guimarães Rosa logra, en Grande Sertão: Veredas, jugar con el tiempo y con el espacio, telescopa hábilmente sucesos y personajes. Usa los más desvergonzados recursos del melodrama pero jamás cae en las resecas convenciones del reálismo documental. En realidad, hasta se burla de ellas manteniendo (como Cervantes), una sutil nota de parodia desde el comienzo hasta el fin de su relato. Uno de los secretos más guardados del monólogo de Riobaldo, por ejemplo, es el nombre de su verdadero padre. Cuando se descubre, todo el libro adquiere la forma de una búsqueda de la propia identidad, uno de los temás básicos de la literatura, desde los griegos por lo menos. El secreto más sensacional del libro, sin embargo, es otro: cuál es la verdadera naturaleza de Diadorim, el mejor amigo y constante compañero del protagonista, un joven de inusual hermosura y pureza hacia el que Riobaldo se siente atraído sexualmente aunque combate esa atracción. AI jugar con la ambigüedad de esta relación, Guimarães Rosa trasmuta uno de los clisés del melodrama (Ias identidades secretas) en una visión profunda sobre la naturaleza del deseo. A Thomas Mann le habría gustado este libro, e Italo Calvino habría reconocido en él algunos de los motivos e ironías de su Cavaliere inesistente, libro algo posterior al de Guimarães Rosa. (Es de 1959.)

    Como lo han señalado ya los mejores críticos brasileños, Grande Sertão: Veredas se parece en muchos asspectos a las novelas de caballería que cierran la edad media ibérica: esa ficción épica de los infatigables caballeros andantes que Cervantes parodió en el Quijote. Como esos prototipos, Riobaldo está inspirado por el honor, por un amor que no es de este mundo, por lamás pura amistad, por una noble causa; y lucha contra Iatraición, la tentacióñ carnal, los oscuros poderes de la tiniebla. La vasta y dispersa complejidad de encuentros accidentales y separaciones inexplicadas, súbitos descubrimientos de un pasado escondido, y trágicas anagnórisis que constituyen su rica trama aparecen proyectados, como ha señalado el profesor Cavalcanti Proença, sobre diferentes niveles de significación: el individual, el colectivo, el mítico. Toda la novela está dividida en episodios que aparecen cuidadosamente entretejidos en la textura del monólogo de Riobaldo, como aconsejaban los retóricos rnedievales; aún la técnica deriva hasta cierto punto de este tipo de novela, tan popular en la península ibérica. En la América hispánica, uno de los más destacados novelistas jóvenes de hoy, el peruano Mario Vargas Llosa, refleja el rnismo prototipo narrativo en su últia novela, La casa verde (1966). Que Vargas Llasa haya escrito su espléndido libro sin conocer probablemenle la obra maestra de Guimarães Rosa (Brasil está más desconectado con el resto de América Latina que con Europa o con los Estados Unidos) muestra que hay profundas corrientes invisibles que vinculan el estilo épico de las novelas de caballería y el narrativo de algunos escritores latinoamericanos de hoy. El mundo feudal de la selva peruana y el del desierto minero de alguna manera hacen juego con el mundo feudal de aquellas novelas andariegas de la Europa de fines de la edad media.

    Pero el verdadero tema de Grande Sertão : Veredas es la posesión diabólica. Riobaldo está convencido de que ha hecho un pacto con el diablo, que fue el diablo quien lo arrastró a una vida de perversidad y crimen. El suyo no es, sin embarqo, el típico demonio de la pata de cabra y el gesto irónico. Para Guimarães Rosa el diablo está en todas partes: es una voz en el desierto, un susurro en la conciencia, una súbita mirada cargada de tentación, la irresistible maldad de un podereroso bandido. Junto al diablo, en este cuento moral, se levanta la figura de un ángel. el hermoso y ambiguo Diadorim. Pero como éste es un cuento moderno, y por lo tanto un cuento complejo, el ángel y el diablo de la historia de Guimarães Rosa no son tan fácilmente discernibles. Desgarrado entre el bien y el mal, muy a menudo incapaz de decidir dónde está uno y dónde el otro, Riobaldo vacila, atravesado por dudas y por la angustia.

    En el centro de esta narración épica -Ilena de batallas, crímenes y muerte súbita- se encuentra la historia de un alma dividida entre el amor y el odio, la amistad y la enemistad, la superstición y la fe. No es nada más ni nada menos que una creación mitopoética, un microcosmos literario de los elementos que componen esa tierra natal de Guímarães Rosa, ese Brasil enorme, caótico, acechado potángeles y demonios.



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    Mensaje por Maria Lua 25.11.23 13:04

    ***



    Si Grande Sertão: Veredas es una alegoría, Io es del tipo de las que se salvan de la pura abstracción intelectual, por la poesía concreta de su dicción y de sus personajes. Con vacilaciones al comienzo, luego más y más firmemente a medida que la larga narración progresa y adquiere ímpetu, la novela acaba por adquirir el puro encanto narrativo de un western. A medida que se apodera del libro la mera fuerza narrativa, todo un mundo aparece recreado por el lenguaje. La relación de Guimarães Rosa con ese mundo de los jagunços es a la vez indirecta y distante. A diferencia de lo que pasaba en Os sertoes (1902), la obra maestra de Euclides da Cunha, que se basa en la propia experiencia del autor durante una campaña militar que liquidó la rebelión sangrienta de uno de los más famosos bandoleros del Nordeste, esta novela de Guimarães Rosa está escrita no sobre la experiencia de un testigo sino a través de los relatos que cuentan los sobrevivientes de aquella época terrible: relatos vueltos a contar y reescritos por la imaginación de Guimarães Rosa. Para el novelista, la distancia en el tiempo y la falta de toda experiencia directa resultan al fin y al cabo más beneficiosas que la inmediatez del reportaje sociológico de Da Cunha. Por su mismo distanciamiento, Guimarães Rosa pudo llegar más cerca del corazón del asunto. Lo que le ocurrió mientras estaba escribiendo y recreando el mundo de los jagunços es algo parecido a lo que le ocurrió a Sarmiento cuando escribió la vida de Facundo y describió la pampa en 1845. El autor argentino no había estado nunca en la pampa, aunque había nacido y vivido no muy lejos de ella. Todo lo que sabía era a través de relatos ajenos y los informes de los viajeros ingleses que fueron los primeros en intentar mostrarla en toda su vastedad y desolación. De hecho, Sarmiento recreó en español lo que era un enfoque originariamente extranjero pero, a pesar de esto, por hacerlo genialmente, "nacionalizó" la pampa en la literatura argentina. El mismo doble punto de vista actúa en Grande Sertão: Veredas. Allí Guimarães Rosa ha utilizado su propia experiencia del sertão y los documentos reunidos por gente como Da Cunha para evocar, en la lengua creada y real a la vez, de un jagunço imaginario el mundo del interior del Brasil en los últimos años del siglo XIX.

    Cada frase de su novela está escrita como si fuera un verso en un poema. La invisible pero omnipresente estructura verbal es tan importante para la adecuada comprensión del libro como la peripecia narrativa misma. La distribución de los acentos en cada frase y el movimiento general de cada párrafo revelan a menudo más sobre el verdadero estado dle ánimo de[ protagonista que cualquier situación determinada, cualquier episodio heroico. Esta es la principal razón por la que, al comienzo del largo monólogo, Guimarães Rosa hace que su protagonista aparezca tan remiso en contar toda la historia de su vida; por qué Riobaldo es tan reticente y ambiguo con respecto a Diadorim y a su pacto con el diablo; por qué sólo empieza a contar y confesarse sin ambages cuando la corriente de la memoria, el incesante flujo de la evocación, se apoderan de él completamente. Entonces la narración crece y se acelera. El último tercio de la novela está completamente libre de apartes, de reservas mentales, de la actividad inanotable del censor interior. Cuando la confesión Ilega a su climax, la novela termina. La catarsis se ha completado.

    Esta peculiaridad de su estilo explica las dificultades que presenta la novela de Guimarães Rosa (y toda su producción narrativa, por otra parte) a los traductores y aún a los lectores que saben portugués. De hecho, la traducción norteamericana (realizada con enorme cuidado por James L. Taylor y Harriett de Onís) se lee mucho más fácilmente que el original ya que hasta cierto punto los traductores se vieron forzados a simplificar y explicar el texto. Según me dice Guimarães Rosa, sólo la reciente traducción de Corpo de baile, y la versión alemana de Grande Sertão: Veredas realizan la tarea casi imposible de ser a la vez fieles al original y legibles en la lengua a que se traduce. Las versiones francesas racionalizan demasiado, según él, las complejidades de la dicción original. En cuanto a las versiones al español, Guimarães Rosa se declara maravillado con la que ha hecho Angel Crespo de su última novela ("Debí haberla escrito en español", me dice, "es una lengua más fuerte, más adecuada para el tema") y ha aprobado con entusiasmo la de sus Primeiras Estórias, hecha por Virginia Fagnani Wey. Pero aún las más fieles versiones resultan incapaces de dar en toda su riqueza esa textura a la vez sutilísima y brusca que es lamarca de fábrica de su estilo. Traducir a Guimarães Rosa es como traducir a Joyce: el suyo es también un mundo esencialmente verbal.

    Mientras leía Grande Sertão: Veredas, mientras empezaba a escribir sobre esta vasta obra, a meterme cada vez más en su mundo mágico y alucinante, pude ver en varias ciudades a Guimarães Rosa. Fueron encuentros no preparados que entonces agradecí al azar de mis viajes y que ahora agradezco simplemente al oscuro destino. Esos encuentros fueron registrados, casi sobre la marcha, en las notas de un diario de trabajo que no siempre llevo pero que asoma, de tanto en tanto, algo compulsivamente, entre mis papeles. Las copio ahora, tal como las escribí entonces, sólo con algún pequeño retoque de estilo. El primer grupo de notas corresponde a 1965.









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    Mensaje por Maria Lua 25.11.23 13:04

    ***

    Conversación en el Palazzo

    Aún en otoño Rio de Janeiro resulta veraniego para un habitante del Río de la Plata. La bahía de Guanabara, ofrecida espectacularmente desde la terraza del Hotel Gloria en que me hospedo, vibra ya de calor. El Pan de Azúcar parece reducido a su más pétrea, resistente, sufrida, expresión. No es aún mediodía pero hay que abandonar toda esperanza de frescura. Cuando bajo al hall me siento demasiado vestido con mi traje liviano pero oscuro, con mi corbata sobriamente rayada que alude a zonas más frías. En medio de los turistas y de los hombres de negocios que suelen ocupar a todas horas el hall descubro de golpe la silueta de João Guimarães Rosa. La sorpresa del reencuentro es completa. Era él precisamente una de las personas que quería ver en Rio pero ni soñaba con encontrármelo tan a mano. Está acompañando a un amigo que para aquí, y apenas sí tenemos tiempo de cambiar unas palabras. Lo encuentro espléndido, como siempre, macizo y sólido en su cincuentena, vestido impecablemente con ese aire extranjero que le da la larga experiencia diplomática en Europa. Pero me dice que esta enfermo del corazón, que el médico le ha recumendado que se cuide de todo esfuerzo, que descanse. Evocamos rápidamente el último encuentro, en la feria literaria del Columbianum (Génova, enero 1965.) Allí, Guimarães Rosa paseó su alta silueta impasible en medio del ajetreo de los demás. Cortés y lejano, asistió a muchos actos pero jamás tomó la palabra, tuvo una atención amable pero nada ávida para los periodistas que lo buscaban (un tomo de sus novelas cortas, Corpo do baile, acababa de ser traducido al italiano por Feltrinelli con enorme éxito de crítica). En todo, Guimarães Rosa parecía el reverso del literato Iatinoamericano en Europa: ese ser tenso y disparado hacia la fama que se le muestra cercana einalcanzable, nuevo Tántalo de papel. Mientras se hacían y deshacían grupos, mientras se proyectaban enormes empresas de frágil base, o con bases demasiado obvias para perdurar, Guimarães Rosa surcaba silenciosamente esas inquietas aguas y con una sonrisa o una cultivada distancia se mantenía a! margen del juego.

    Andaba, eso sí, muy ávido de palabras. Cada cartel genovés, cada expresión que oía (en español, italiano, francés, incluso inglés o alemán) era motivo de una cuidadosa reflexión. Aunque la materia de sus libros, y sobre todo de su magnífica novela épica, Grande Sertão: Veredas, es espectacular y abarca un mundo de violencia, de pasiones, de terrores religiosos, Guimarães Rosa (como Mallarmé, como Borges) sabe que la literatura es ante todo palabras. Un profundo sentido moral y reliqioso, que lo aleja de ciertos extremos del puritanismo torturado de un William Faulkner y que atraviesa toda su obra, no impide que para él la palabra (el verbo) esté realmente en el principio de todas las cosas. De ahí que en sus relatos, breves o interminables, cada palabra cuente. Y no sólo lo que la palabra significa, sino el peso y el sabor de cada una de sus sílabas, el color y la resonancia subconsciente de su forma, la magia encerrada en los signos. Incluso el lugar de cada palabra en la frase, la forma como se articula con las vecinas, como hace resaltar o asordina sus valores, cuenta mucho para él. Viniendo como viene la materia de su literatura de una experiencia de médico rural y militar en las regiones más desérticas del Brasil, desarrolladas algunas de sus historias como interminables relatos orates que un silencioso oyente ha registrado hasta la última inflexión de sus sílabas, no es extraño que Guimarães Rosa esté como ausente para lo que lo rodea mientras su oído, sutilísimo radar, mientras su ojo, más penetrante que una célula fotoeléctrica, no deja pasar palabra. En Génova nos vemos a menudo, en medio de reuniones en que muchos hablan para lucirse o que escuchan aburridos; entonces, Guimarães Rosa conversa en voz baja y me va contando sus experiencias literarias. En el salón ducal de Génova, por ejemplo, y mientras el alcalde se felicita de que todos los latinoamericanos seamos latinos, y por lo tanto algo italianos y hasta genoveses (Colón, es claro), Guimarães Rosa se sienta en unos grandes sillones incómodos para decirme que Joyce es una gran influencia sobre su obra, como modelo, como paradigma; que no lo es Faulkner porque rechaza su visión del mundo, su crueldad algo sádica; que en cambio Sartre lo marcó mucho con los relatos de El muro. Le insinúo que a través de Sartre recogió sin duda cosas que el narrador francés había extraído a su vez de Faulkner, y acepta. Otra vez nos encontramos en el gran transatlántico Michelangelo, fondeado en el puerto de Génova antes de partir en suviaje inaugural, verdadero museo flotante de la técnica moderna: allí Guimarães Rosa me confía ella pepita invisible de su tesoro literario. O lo recupero en uno de esos omnibuses de turismo que nos traen y nos llevan hacia la feria, o en un aparte de una comida con Ernesto Sábato y algunos amigos de la casa editorial Feltrinelli. En aquellos momentos, casi todo el Columbianum me parecía fantasmal, un admirable pretexto para estar cerca de un hombre que es, sin dada, el más maduro narrador de la América Latina de hoy. Borges vale el viaje, dijo Drieu la Rochelle, volviendo un día de la Argentina antes de la segunda guerra mundial, cuando aquel fabuloso escritor no era casi conocido fuera del círculo de sus amistades literarias. Para mí, Guimarães Rosa valió entonces el viaje a Génova. Lo vuelvo a ver ahora en Rio, ocho meses después, en ese inmenso hall del Hotel Gloria que a pesar de las más recientes ampliaciones no ha perdldo del todo un cierto aire señorial de los años veinte (la demorada "belle Epoque" en esta parte del mundo), y que constituye un marco perfecto para su alta silueta. Hablamos superficialmente, quedamos en vernos, pasamos rápidamente uno al lado del otro casi como dos trenes circulando por distintas vías, pero ese encuentro, casi desencuentro, no se me borra. En la personalidad de Guimarães Rosa (como en su literatura) cada palabra, cada gesto, cada signo, cuentan.

    Lo encontré, por última vez, en Nueva York, en las sesiones del Congreso del P.E.N. Club (junio de 1966). En un diario que llevé intermitentemente entonces hay muchas referencias a Guimarães Rosa. Copio ahora las que lo muestran en distintas actividades y a distancias variables.






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    Mensaje por Maria Lua 25.11.23 13:05

    ***


    El pormenor de ausencia

    Domingo 12 - El calor ha desertado a Nueva York estos últimos días. Hasta hace poco hizo una temperatura sofocante, pero ahora se puede respirar bien y hasta se corre el riesgo de algún resfrío por los cambios súbitos de temperatura. De pronto llueve, de pronto sale el sol. Pero en general, predomina el buen tiempo templado. En las invitaciones para el pique-pique sur l'eau que está anunciado para esta tarde se recomienda llevar algún abrigo de lana. Tomaremos un pequeño barco de excursión sobre el río Hudson, que nos llevará a dar una vuelta completa a la Isla de Manhattan. El proceso de instalar a tantos delegados e invitados lleva su tiempo. Poco a poco se va llenando el barco y los latinoamericanos nos encontramos reunidos como por azar en la cubierta de popa, muy formalmente sentados en unas sillas desarmables de madera y con nuestra caja de comida en la falda. El espacio es tan disputado como en el subterráneo en las horas de afluencia. De modo que hay que hacer prodigio de equilibrio para abrir la caja, sacar la comida, sostener la copa de vino californiano, sin tirar nada por el suelo. El que mejor aprovecha el espacio y las limitadas circunstancias es el novelista brasileño João Guimarães Rosa. Su alta figura erecta está instalada con toda comodidad en la estrecha silla. Ordenadamente, va sacando cosas de su caja y las va comiendo con método. Habla poco, sonríe apenas y liquida otro ítem de la caja. Es el único que ha conseguido agotarla por completo. Cuando los demás, demasiado inquietos o impacientes, hemos ya renunciado a explorar todos sus tesoros, Guimarães Rosa sigue impertérrito hasta la última manzana. De pronto alguien nos dice que Neruda está abajo, en la proa, y que habría que ir a buscarlo para hacer un gran frente común de América Latina. Bajamos y allí está el vate máximo, rodeando de una horda de fotógrafos y admiradores. Cada paso suyo es registrado por un pequeño equipo de camarógrafos chilenos que está haciendo una película documental sobre su viaje a los Estados Unidos. Los fotógrafos de las publicaciones periódicas, y sobre todo la fotógrada de Life en español (que en la vida diaria es la esposa de Arthur Miller) no se pierden ángulo. Con una gorra muy elegante, Neruda sonríe, habla, hace declaraciones y bromas, ese retrata con sus amigos de siempre y con los nuevos amigos de hoy, y deja su perfil de ídolo indígena contra la línea de rascacielos de Wall Street (lindo contraste) o contra la figura de la Estatua de la Libertad que la cámara capta en la gloria de un cielo desgarrado por nubes y luces de tormenta. El verde de la Estatua sorprende a muchos y suscita algunos chistes inevitables. Convencemos a Neruda de que debe trasladarse a la cubierta alta de popa, y lo que empieza siendo una pequeña procesión de dos o tres amigos que acompañan al poeta y a su mujer, Matilde Urrutia, se convierte de golpe en una inmensa bola de nieve humana que crece a medida que el poeta se desplaza por el barco y que inunda la ya llenísima cubierta de popa. El abrazo con que Neruda es recibido por el resto de la delegación latinoamericana suscita movimientos sísmicos por la cantidad de fotógrafos (aficionados o profesionales) que se encaraman para sacar una toma desde un ángulo distinto. De pronto me veo convertido por un instante en pedestal de una muchacha que dispara su cámara contra el poeta. En el maremágnum, apenas sí diviso a Guimarães Rosa, que escapa del tumulto atravesando con increíble agilidad un laberinto de sillas depuestas. El tímido y retraído narrador mineiro huye aterrorizado de la publicidad. Al cabo, el propio Neruda se queja y hay que desandar el camino (discretamente protegidos ahora por funcionarios del Congreso) hasta una cubierta baja de popa donde es posible instalarse, sorber despacito las últimas copas de vino y hablar de rnuchas cosas. Una vez más, la presencia de Neruda ha resultado literalmente conmovedora.

    Jueves 16 - Me encuentro con Guimarães Rosa y vamos a tomar una Coca-Cola al bar que está en el subsuelo del Loeb Center. Nueva York es el tercer escenario en que me ha sido dada la gracia de ver a Guimarães Rosa. El entusiasmo que habían despertado en mísus libros, y sobre todo esa obra maestra que se llama Grande Sertão: Veredas, me hacia acosarlo siempre con preguntas literarias, con cuestiones de influencias y lecturas que suscitan sus libros, con miles de indiscreciones lingüisticas. Guimarães Rosa se defendía como pocos. Celoso de su intimidad, tímido para hablar de sus obras, cerrado a pesar de su cordialidad, trataba de desviar mi atención hacia otros intereses. Ahora que lo vuelvo a encontrar en Nueva York acepto de buena gana las condiciones de su trato y me dispongo a seguirlo en sus pequeños descubrimientos cotidianos. Me cuenta que siempre le preocupó la comida y que cuando llega a una ciudad nueva hace un recorrido minucioso de los restaurantes. No es un "gourmet". Su curiosidad es de otro tipo. A través de los platos típicos trata de descubrir cómo vive la gente en otros países. Se ha hecho un plan muy minucioso para su estadía en Nueva York y va recorriendo ordenadamente los distintos restaurantes exóticos. Asísin salir de Manhattan recorre el mundo. Hoy, por ejemplo, le toca almorzar en un restaurante filipino y cenar en uno húngaro. Mañana, cambian los países. Lo escucho asombrado, yo que no tengo curiosidad gastronómica alguna, aunque no carezca de paladar. Luego me cuenta que desde niño, en Minas Gerais, y cuando no se había popularizado tampoco allí eso del desayuno a la inglesa, él no se podía conformar con la típica tacita de café. La madre tenía que dejarle, a él, un niño, pero ya una persona de convicciones firmes, una comida completa. Luego me habla de la filosofía del cepillo de dientes. Me pregunta por qué me lavo los dientes con pasta dentífrica de mañana. Le digo que no lo hago. Que me lavo sólo con cepillo entonces. Igual le parece mal y me explica: la pasta gasta el esmalte. Hay que usarla lo menos posible. Mejor es enjuagarse la boca con algún líquido desinfectante y sólo pasarse ei cepillo después del desayuno. Lo oigo abismado. Pienso que de esas minucias estáhecha su vida cotidiana. En sus novelas y cuentos, cada palabra está atravesada por el espíritu, por la imaginación más extraordinaria, por los grandes sentimientos, por una pasión inmoderada por el verbo. En la vida cotidiana, Guimarães Rosa parece reducirlo todo a lo inmediato. Discutimos su irreprimible tendencia a escapar de los actos públicos, de no participar en mesas redondas, de no hablar o hacer declaraciones. Confiesa que está mal, que no se debe aceptar una invitación de éstas y luego escabullir las responsabilidades. Lo reconoce tan abiertamente que es imposible disentir con él. Le digo que un escritor debe cuidar también su imagen pública, que de alguna manera esa imagen es parte de su obra y le cito el caso de Neruda. No está de acuerdo. Para él sólo cuenta la obra. No le importa nada más. Le digo que me causó mucha gracia su huída, el domingo, cuando la horda que acompañaba entonces a Neruda ocupó toda la cubierta de popa. Acepta la descripción humorística que le hago de él mismo, escapando sobre las sillas volcadas, y me confirma su horror del público. Desde muchos puntos de vista, este solitario, tan bien educado y distante, me hace acordar a Juan Carlos Onetti, otro solitario, aunque hosco y hasta erizado de púas. Pero los dos han hecho su obra, dificil, exigente, muy personal, sin preocuparse del destino que podría correr y negándose sistemáticamente a las relaciones públicas. En plena cincuentena (ambos han nacido entre 1908 y 1909) la fama les está llegando un poco como a contrapelo. Lo que más les preocupa es preservar la intimidad. Por eso, Onetti se encierra a rumiar en su habitación de hotel o cuando sale es para circular entre viejos amigos probados o a responder con monosílabos a las preguntas de los extraños. Por eso Guimarães Rosa se parapeta detrás de su coraza diplomática, huye aventando sillas, o discute interminablemente los platos típicos de los mil restaurantes neoyorquinos. Sin embargo, tanta arte del camouflage no es impecable. Detrás de las miradas evasivas de Onetti o detrás de la cortesía distante de Guimarães Rosa, asoma de golpe el escritor que sigue tejiendo su compleja, exigente trama de ficción hasta en los menores momentos de la vida.

    La última vez que vi a Guimarães Rosa fue el rniércoles 22. Habíamos ido a desayunar a una de esas cafeterías de la Sexta Avenida, cerca de Washington Square y él decidió pedir el desayuno norteamericano más completo posible. No sé cuanto comimos entonces. Pero sé que todo el tiempo era visible en él la intención de trasladar a los actos más simples (estar sentados frente a frente, compartir el pan y la sal, cambiar algunas palabras triviales) la significación más cordial posible. Cada vez era más claro para mí que Guimaráes Rosa ya se estaba despidiendo del mundo, de cada cosa única y simple del mundo, y que en esa tarea incesante, secretamente febril, el no podía confiarse a nadie. O sólo podía confiarse en clave. Hablar de libros, de proyectos, de teorías estéticas, ya era imposible. Había que volver a vivir de nuevo cada experiencia humana, empezando por las más sencillas. No sé si yo entendía eso entonces como lo entiendo ahora pero sin duda lo entreadivinaba. Por lo menos comprendí bien claro que lo que él necesitaba entonces, en esa curiosa soledad en la que parecía amurallado y tan distante, era la mera compañía de un momento: alguien con quien desayunar o caminar unas cuadras, una persona que le ayudase a concentrarse en la vida de cada instante. No recuerdo ahora de qué hablamos mientras procedíamos a devorar el enorme desayuno. Sé que el tiempo se nos vino encima y que salimos luego a la calle, fatalmente orientados hacia nuestras respectivas ocupaciones. Me quedé con él un rato en la Sexta Avenida, esperando un ómnibus que lo llevara a Uptown. Unos borrachos lúcidos (eran sólo las once) nos cargosearon un poco para que diéramos unas monedas, mientras trataban de adivinar en qué lengua hablábamos. Guimarães Rosa los alejó con una sonrisa cortés. Hablábamos, de todos modos, en una lengua que ellos nunca hubieran adivinado.

    Meses más tarde recibí en París un enorne paquete con sus libros: todas nuevas ediciones y con las más cómicas, cariñosas, exageradas dedicatorias. Comprendí que de alguna manera extravagante quería compensarme con esos rasgos por mi admiración, por mi celo en escribir sobre él, por mi compañía en las raras ocasiones en que nos habíamos encontrado. Me conmoví y al mismo tiempo estallé de risa, porque aquel hombre sabía cómo jugar delicadamente con cada matiz de la ternura y el grotesco. No me podía haber hecho mejor regalo que estos libros, con sus alegres dedicatorias. También en ellas, cada palabra, cada sonido, decían algo.

    Me quedé esperando encontrarlo en cualquier lugar del mundo. Sabía que estaba enfermo del corazón desde hace ocho años pero no quería creerlo. ¿Acaso no me había topado con él, sin aviso previo, en el Hotel Gloria; no lo había visto tomar en Rio el mismo avión que rne llevaba a Génova? Uno se acostumbra a estos encuentros y acaba por creer que hasta se los merece. Pero el otro día, estaba almorzando con unos amigos y me dijeron de golpe, sin darme tiempo a nada, que Guimarães Rosa había muerto. La noticia llegaba de segunda o tercera mano y preferí no creerla. Asíque hice mis averiguaciones por teléfono y acabé por convencerrne que era cierto. Esa noche encontré en Le Monde una acertada necrológica de Claude Fell y una pequeña noticia que contaba, que me contaba, lo que había pasado.

    Varios días después, un paquete de recortes con una cariñosísima carta de Nélida Piñón me traía los detalles de su muerte. Ocurrió la misma semana que había sido solemnemente recibido en la Academia Brasileira de Letras, acontecimiento que una intuición muy particular le había hecho postergar durante cuatro años. Era como si supiese que su corazón no iba a resistir la emoción del discurso, de los abrazos, de la ceremonia entera. Cuentan los amigos que se había preparado para ello con la minuciosidad que lo caracterizaba. Dos días antes de la recepción, había ido a la Academia a estudiar bien el terreno, y a averiguar hasta el último detalle de la ceremonia. Incluso había advertido a un par de amigos que si durante el largo discurso (una hora y quince minutos) sentía flaquear el corazón, haría una díscreta señal con la mano para prevenirlos. No en baldo había sido tantos años médico. Pero la ceremonia de su ingreso a la Academia se realizó el jueves 16 de noviembre con toda felicidad y pompa. Veo ahora las fotos en que su alta figura aparece enfundada en el uniforme con las palmas, lo veo hablar, lo veo saludando en medio de un público radiante. El domingo 19 se quedó solo en casa mientras la mujer iba con una nietita a misa. Estaba en su escritorio y se entretuvo en hablar largo rato por teléfono con algunos amigos. AI término de esas conversaciones se empezó a sentir mal y llamó por teléfono a una antigua secretaria. Mientras le contaba que tenía una crisis asmática y pedía socorro, se quedó callado. Cuando llegó su mujer ya estaba muerto.

    En el discurso que había pronunciado tres días antes en la Academia, al hablar de su predecesor João Neves da Fontoura, que habría cumplido ochenta años el mismo día en que fue recibido Guimarães Rosa, éste dijo unas palabras que sin duda escribió pensando también en sí mismo: "De repente, murió: que es cuando un hombre llega entero, pronto de sus propias profundidades. Se pasó para el lado claro. [ ... ] La gente muere para probar que vivió. [ ... ] Pero ¿qué es el pormenor de ausencia? Las personas no mueren. Queden encantadas." Allí, en las páginas veteadas por la tinta de imprenta, en la cuadrícula grande de los periódicos brasileños, me encontré por última vez con Guimarães Rosa, ya encantado.




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    Mensaje por Maria Lua 21.12.23 7:45

    Cecília Meireles


    Cecília Benevides de Carvalho Meireles (Río de Janeiro, 7 de noviembre de 1901 — Río de Janeiro, 9 de noviembre de 1964) fue una poeta, profesora y periodista brasileña. Cecília Meireles tuvo tres hijas con el pintor Fernando Correia Dias, entre ellas la actriz María Fernanda Meireles.

    Sus padres fallecieron siendo ella muy pequeña, y fue criada por su abuela. Concurrió a la Escuela Normal de Río de Janeiro, entre 1913 y 1916,​ y comenzó a escribir poesía a los 9 años.

    Estudió lenguas, literatura, música, folclore y teoría educacional. A los 18 años publicó su primer libro de poesía, que se enmarca en diferentes corrientes literarias, por lo que es considerado "atemporal".

    En 1922 se casó con el pintor portugués Fernando Correia Dias, con quien tuvo tres hijas. Correia Dias sufría de depresión aguda y se suicidó en 1935. En 1940 Meireles se casa con Heitor Vinícius da Silveira Grilo, profesor e ingeniero agrónomo.

    Se desempeñó además como periodista, publicando sobre temas educativos  fundando en 1934 la primera biblioteca infantil de Río de Janeiro. Escribió numerosos libros de literatura infantil, entre ellos: Leilão de Jardim, O Cavalinho Branco, Colar de Carolina, O mosquito escreve, Sonhos da menina, O menino azul y A pombinha da mata.

    A partir de 1934, dio conferencias sobre Literatura Brasileña en Portugal (Lisboa y Coímbra) y, en 1936, fue contratada en la Universidad Federal de Río de Janeiro. En 1940 enseñó en la Universidad de Texas.

    Entre 1936 y 1938 colaboró con el periódico A Manhã y con la revista Observador Econômico.

    A lo largo de su carrera pronunció numerosas conferencias alrededor del mundo.

    Al fallecer en 1964 es velada con grandes honores públicos, y se designan con su nombre varias escuelas y bibliotecas de Brasil y Chile.

    Parte de su obra poética se enmarca en la vanguardia del Modernismo brasileño, junto con Manuel Bandeira y Carlos Drummond de Andrade. Se destaca además en su poesía la técnica, y la riqueza humana de la misma.


    ****************


    Motivo



    Eu canto porque o instante existe

    e a minha vida está completa.

    Não sou alegre nem sou triste:

    sou poeta.

    Irmão das coisas fugidias,

    não sinto gozo nem tormento.

    Atravesso noites e dias

    no vento.

    Se desmorono ou se edifico,

    se permaneço ou me desfaço,

    — não sei, não sei. Não sei se fico

    ou passo.

    Sei que canto. E a canção é tudo.

    Tem sangue eterno a asa ritmada.

    E um dia sei que estarei mudo:

    — mais nada.



    ********************



    Motivo

    Yo canto porque existe el instante

    y mi vida no está completa.

    No soy alegre ni triste:

    Soy poeta.

    Hermana de las cosas huidizas,

    no siento júbilo ni tormento

    Por noches y días transito,

    en el viento

    Si desmorono o si edifico

    Si permanezco o me deshago,

    No lo sé, no lo sé., Solo sé que me quedo

    o que solo paso.

    Sé que canto. Y la canción lo es todo.

    Hay sangre eterna en el ala acompasada.

    Y un día sé que estaré mudo:

    el todo se acaba.



    *****************


    Obra




    Espectros, 1919

    Criança, meu amor, 1923

    Nunca mais..., 1923

    Poema dos Poemas, 1923

    Baladas para El-Rei, 1925

    Saudação à menina de Portugal,1930

    Batuque, samba e Macumba, 1933

    O Espírito Vitorioso, 1935

    A Festa das Letras, 1937

    Viagem, 1939

    Vaga Música, 1942

    Poetas Novos de Portugal, 1944

    Mar Absoluto, 1945

    Rute e Alberto, 1945

    Rui — Pequena História de uma Grande Vida 1948

    Retrato Natural, 1949

    Problemas de Literatura Infantil, 1950

    Amor em Leonoreta, 1952

    Doze Noturnos de Holanda e o Aeronauta, 1952

    Romanceiro da Inconfidência, 1953

    Poemas Escritos na Índia, 1953

    Batuque, 1953

    Pequeno Oratório de Santa Clara, 1955

    Pistóia, Cemitério Militar Brasileiro, 1955

    Panorama Folclórico de Açores, 1955

    Canções, 1956

    Giroflê, Giroflá, 1956

    Romance de Santa Cecília, 1957

    A Bíblia na Literatura Brasileira, 1957

    A Rosa, 1957

    Obra Poética,1958

    Metal Rosicler, 1960

    Poemas de Israel, 1963

    Antologia Poética 1963

    Solombra, 1963

    Ou Isto ou Aquilo, 1964

    Escolha o Seu Sonho, 1964

    Crônica Trovada da Cidade de San Sebastian do Rio de Janeiro, 1965

    O Menino Atrasado, 1966

    Poésie (en francés), 1967

    Antologia Poética, 1968

    Poemas Italianos, 1968

    Poesias, 1969

    Flor de Poemas, 1972

    Poesias Completas, 1973

    Elegias, 1974

    Flores e Canções, 1979

    Poesia Completa, 1994

    Obra em Prosa - 6 volúmenes, 1998

    Canção da Tarde no Campo, 2001

    Episódio Humano, 2007


    ***************

    Premios recibidos



    1939 Premio de poesía Olavio Bilac, de la Academia Brasileña de Letras, por Viagem.

    1942 Socia honoraria del Real Gabinete Português de Leitura, en Río de Janeiro.

    1952 Oficial de la Orden del Mérito de Chile.

    1953 Socia honoraria del Instituto Vasco da Gama, en Goa (India).

    1953 Doctora honoris causa, de la Universidad de Nueva Delhi

    1962 Premio por traducción en teatro, de la Asociación Paulista de Críticos de Arte.

    1963 Premio Jabuti, por la traducción de obra literaria del libro Poemas de Israel.

    1964 Premio Jabuti de poesía, por su libro Solombra.




    http://www.heroinas.net/2020/11/cecilia-meireles-poeta-brasilena.html


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    Mensaje por Maria Lua 21.12.23 7:53

    CECILIA MEIRELES

    Quizás la más notable poeta brasileña del siglo y uno de los espíritus más refinados y estrictamente modernos, Cecília Benevides de Carvalho Meireles (Río de Janeiro, 1901-1964) excluyó de su Obra poética (Río de Janeiro, 1963), sus primeros volúmenes [Espectros (1919), Nunca mais... e Poema dos Poemas (1923) y Baladas para El-Rei (1925)] por considerarlos «la etapa epigonal» de su poesía.

    Meireles reclamaba Viagem (1939) como el libro que inició su carrera poética. En estos poemas no está más el sentimentalismo ni la monotonía rítmica y tonal que debilitaba su canto. También el uso de sustantivos abstractos es contenido, sin atenuar la profunda emoción y el sentido de soledad y abandono característicos su poesía. Los estados de su alma polivalente son auscultados ahora con nuevas expresiones que indiquen la conciencia definitiva de la fugacidad. A partir de este libro Meireles entabla una querella con los hombres y la vida misma, una amarga queja por el engaño que es vivir. Incredulidad y desencanto son apenas los desalientos que deja la finiquitud. Entonces Meireles decide acogerse al único de los mundos posibles: la imaginación, la poesía, tierra de la realidad y eternidad.

    En Vaga Música (1942), Mar Absoluto e outros poemas (1945) y Retrato Natural (1949) su poesía continuo avanzando hacia un implacable virtuosismo, con una creciente preocupación con la imagen del mar, sugiriéndo «la plástica fluidez y adaptabilidad de su personalidad interior». El cambiante mar es al tiempo continua presencia que revela el enigma de lo que entendemos por realidad. En la bruma y la fragilidad se reconoce: su poesía será testimonio de lo inefable, ese punto inasible donde el dolor se hace lucidez.

    Y alrededor de la mesa, nosotros los vivientes,
    comíamos y hablábamos, en aquella noche extranjera,
    y nuestras sombras por las paredes
    se movían acompañadas como nosotros,
    y gesticulaban, sin voz.

    Eramos dobles, éramos triples, éramos trémulos,
    a la luz de los mecheros de acetileno,
    por las paredes seculares, densas y frías,
    y vagamente prodigiosas.
    Más que las sombras éramos irreales.

    Sabíamos que la noche era un jardín de lobos y de nieve.
    Y nos gustaba estar vivos, entre vinos y brasas,
    muy lejos del mundo,
    de toda presencia vana
    envueltos en mantas y ternura.

    Hoy todavía me pregunto por el singular destino
    de las sombras que se movieron juntas, por las mismas paredes.
    ¡Oh!, las sin melancolías, sin peticiones, sin respuestas...
    ¡Tan evasivas!, enlazándose y perdiéndose por el aire.
    Son ojos para llorar...

    (Nosotros y las sombras, trad., de Marisela Terán)

    El hombre, en los poemas de estos años, es un ser aislado y extraviado que hace guerras, vive de los prejuicios y entre el miedo y carece de ambiciones. Exponente genuina de la «poesía pura» y el mejor de sus representantes, nunca deja que esta tendencia oculte sus preocupaciones religiosas o nacionalistas. Su mundo es de un secularismo que produce dolor, tan indigente y desnuda está el alma en sus poemas que Dios, ha muerto o está sordo y sin esperanza de cura alguna. Uno de los temas en que insistió en los últimos de sus libros fue la muerte. Especialmente en Elegia (1949), testimonio de su intenso pensar ante la materia, símbolo palpitante de la fugacidad. Y el nacionalismo, como otro testimonio de la rutura entre el alma y historia en occidente. Romanceiro de Inconfidência (1953), recorre los actos de la insurrección contra Portugal de Vila Rica que concluyó con la ejecución de Tiradentes a finales del dieciocho. La justicia y la libertad no podrán alcanzarse mientras el poder esté en manos de crueles y corruptos.

    Aunque influyó y fue afectada por muchos de los movimientos literarios de su tiempo, permaneció siempre como un poeta que vive al filo de las escuelas literarias, conservando preferencias por las abstracciones, el culto por la belleza incorpórea, un profundo y refinado sentido de la visión y el uso de efectos musicales y pictóricos en el poema.
    Carlos Alberto de Carvalho Meireles, su padre, funcionario del Banco de Brasil, murió tres meses antes de su nacimiento y su madre, Matilde Benevides, maestra de escuela, tres años después. Fue criada por su abuela en una inmensa casa, rodeada de «silencio y soledad», que dejarían en ella un permanente sentido de abandono y desolación, pero también le permitió alimentar su imaginación y su hambre de comunicación. Fue una niña brillante y hábil versificadora. Asistió a la escuela normal de maestros de Río y en 1916 se hizo maestra de escuela primaria. Continúo con su educación estudiando lenguas y literaturas, teorías y métodos educativos, música, folklore, las civilizaciones orientales, etc. En 1922 contrajo matrimonio con el pintor Fernando Correia Dias.

    Por estos años se vinculó a los poetas modernistas de Río que publicaron Festa (1927-1929 y 1934-1935), haciendo que se interesara por la poesía portuguesa, cuyo simbolismo es bien diferente del francés gracias al concepto, intraducible, de saudade. El Modernismo de los poetas de Festa fue más equilibrado y meditativo que aquel postulado por los futuristas y vanguardistas de São Paulo y la Semana de Arte Moderna. El grupo modernista de Río ha sido descrito como «Tradicionalismo dinámico». Sus consignas incluían velocidade (velocidad en la expresión más que libertad formal), totalidade (ninguna forma de la realidad debía ser excluída), brasilidade (atención a la naturaleza y costumbres del Brasil) y universalidade (universalidad). Todos esos elementos son evidentes en Viagem (1939) y en sus libros posteriores.

    En 1934 dio conferencias sobre literatura brasileña en las universidades de Lisboa y Coimbra. Entre 1935 y 1937 enseñó literaturas luso-brasileñas, literaturas comparadas e historia y filosofía oriental en la recién fundada Universidad Federal de Río. En 1940 fue profesor visitante de literatura y cultura brasileña en la Universidad de Texas. En los últimos años de su vida viajó extensamente ofreciendo conferencias sobre temas brasileños en Asia (había aprendido por sí misma hindi y sánscrito), América Latina, Estados Unidos y Europa. Su encuentro con otras culturas influyó en su obra, y los viajes mismos le ofrecieron no pocos temas para sus poesías. Escribió también un buen número de obras de teatro, libros para niños, notables ensayos e influyente crítica literaria. Fue una prolífica colaboradora de periódicos y semanarios, y durante un tiempo fue editora en asuntos educativos del Diario de Noticias de Río. Entre sus traducciones figuran obras de Maeterlink, García Lorca, Anouilh, Ibsen, Tagore, Rilke, Virginia Woolf y Pushkin. Tuvo tres hijas de su primer matrimonio, y una más del segundo. Otros de sus libros son Poemas escritos na India (1962) y Solombra (1963).



    https://www.haroldalvaradotenorio.com/ensayos/cecilia_meireles.html


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    "Ser como un verso volando
    o un ciego soñando
    y en ese vuelo y en ese sueño
    compartir contigo sol y luna,
    siendo guardián en tu cielo
    y tren de tus ilusiones."
    (Hánjel)





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    Mensaje por Maria Lua 21.12.23 7:59

    Cecilia Meireles



    Alfredo Fressia, quien ya es en buena medida brasileño, aunque nació en Uruguay, nos da a conocer aquí las crónicas de Cecilia Meireles cuando, en 1944, visitó Montevideo.





    Cecilia Meireles

    LA CIUDAD DE LAS PALOMAS


    Alfredo Fressia


    LA AUTORA


    CECILIA MEIRELES (Río de Janeiro, 1901-1964), célebre como poeta, dejó también una vasta obra en prosa sobre temas educativos y folclóricos, además de crónicas de viajes y tipos humanos. De su visita a Montevideo en el invierno de 1944 quedó una serie de 13 crónicas, publicadas durante ese mismo año en los diarios A Manhã y Folha Carioca de Río. Esos textos fueron reeditados por la editora Nova Fronteira en el Tomo I de Crônicas de viagem de Cecilia Meireles, Río, 1998. Esta página reproduce algunos fragmentos de aquellos artículos seleccionados y traducidos por Alfredo Fressia.









    Montevideo, 1944


    Hay una paloma constantemente posada en la cabeza del general Artigas. Mientras la paloma sueña en la cabeza de Artigas, los fotógrafos, bajo los árboles, sacan retratos de parejas felices, con la primogénita vestida de azul. Y los altoparlantes irradian para el pueblo conciertos de música clásica, escuchados por los transeúntes, por los taximetristas que esperan a la clientela, y por la gente, pachorrienta, sentada en los bancos de la plaza.
    Si hoy no es día de huelga, mañana lo será. Huelga de cualquier cosa: de estudiantes, que reclaman alguna reforma; de los conductores, que necesitan nafta. Y hasta se escriben carteles que dejan por las puertas de las tiendas, pidiendo al público el favor de cooperar con la huelga.
    Tiendas, tiendas, tiendas. Lanas en profusión. Calles llenas de gente. Todo el comercio cierra para el almuerzo, y permanece tanto tiempo cerrado que es preciso correr, para las compras urgentes.
    Los ómnibus transitan repletos. Cargan de pie a los pasajeros que logran comprimirse dentro. (…) Salir del ómnibus constituye una dura prueba. No se permite tocar algún tipo de timbre. El candidato debe estirar el cuello hacia el conductor y emitir, en el momento justo, un “pss, pss”, que es la señal convenida para expresar su deseo de bajar. Entre la señal y la parada, debe el candidato moverse en medio de la aglomeración, a fin de alcanzar la puerta de salida. Y es muy difícil lograr una coincidencia perfecta.
    No es sólo Artigas con su paloma lo que adorna a Montevideo: hay otras estatuas, está el Obelisco, y la famosa “Carreta”. Existe siempre alguien con un coche que trae al forastero para contemplar ese monumento, considerado como una obra prima. Otros, con el debido respeto, preguntan por qué se ha de consagrar con tanto bronce un carro de bueyes encima de un cantero.
    Se cuenta también que ahora va a ser inaugurado un monumento a la diligencia. Ese interés por los medios de transporte deja a algunos artistas aprensivos frente al futuro de los jardines de Montevideo.

    *

    Conocí al rector de la universidad, hijo de aquel educador José Pedro Varela, cuyo nombre celebra una de nuestras escuelas. A cualquiera que haya trabajado por la educación le gustaría tener un hijo o un pariente así, con tanta nobleza de maneras, de palabra tan fina y penetrante, de trato tan sereno y agradable. Es un señor de pelo cano, alto, delgado, sobrio, que sonríe exactamente lo que debe sonreír, y dice exactamente lo que debe decir. Hacía tiempo que no veía a nadie con semejante equilibrio, cuya presencia fuese, por sí sola, tan rica de prestigio.

    *

    El salón de “Amigos del Arte” tiene siempre una exposición de pintura. A veces también hay alguna conferencia. El ambiente es rústico, con armazones de arpillera y sillas toscas con asientos de paja.
    Hoy hay una exposición póstuma, de un pintor extremadamente doloroso y con mucho talento. Un poeta, Cipriano Vitureira, saluda al compañero muerto. (…)
    Aquí en Uruguay la pintura parece interesar a un gran público. Hay exposiciones constantes y no sólo en “Amigos del Arte”. Todos entran, observan, opinan. El arte no es un lujo: es una forma de comunicación. Parece que todos lo saben. Que todos quieren saberlo. Es una felicidad caminar por un lugar así.

    *

    Caminando hacia el hotel, según la calle que tome, encuentro o bien la Panadería de la Amistad, o el Palacio de los Sándwiches. Pero hoy fui a un lugar más retirado y me encontré frente a la casa Lord Byron. El nombre me tiró la cabeza para atrás. Mis ojos entraron por la vidriera: vendían habanos.
    Me prometieron llevarme a la Carbonería Venus de Milo. ¡Estos uruguayos son de una elegancia! Me parece ver, en medio del carbón, un mármol inmaculado, la flexión de una cadera bajo la túnica milagrosamente sustentada y que los brazos ausentes no podrían recoger.
    El perfil griego sobre el carbón me acompaña como un camafeo monumental.

    *

    Hace dos días, al entrar a una sala de conferencias, divisé en una pieza contigua al pintor Torres-García, que iba cargando un cuadro, hacia una pared. Algún día escribiré largamente sobre ese hombre admirable que anda por los setenta años de vida dura, realizando una obra a la que ha sido constantemente fiel. Quiero dejar ahora aquí sólo su perfil enérgico, de tierra amarillenta, con grandes ángulos agudos, y su melena blanca bajando hacia los hombros como en la cabeza batalladora de un profeta. La profesión le encorvó el cuerpo delgado: camina como un pájaro, y el cuadro que lleva en las manos es como una rama con flores, de geometrías alucinantes.

    *

    Ahora pienso en Gastón Figueira, a quien encontré ayer de mañana en la estación. Es muy conocido en Río, y muy estimado, porque ha traducido con cariño innúmeros poetas brasileños, y prepara incluso ediciones resumidas de algunos, para una editorial de los Estados Unidos. Eso, por el lado intelectual e interesado. Por el lado desinteresado, Gastón Figueira es un poeta para quien la poesía parece tener una finalidad moral de comprensión y solidaridad humana. También es un apasionado por paisajes nuevos y cosas exóticas. La ciudad de Río de Janeiro es el tema de uno de sus libros de versos. En otro libro, celebra los aspectos de un viaje que hizo por el interior del Brasil. Eso, en cuanto al escritor. En cuanto a la persona, Gastón Figueira es una figura amable, sensible y tímida, que aparece en un determinado momento, saluda, deja su declaración de amistad y se evapora. Yo creo que realmente se evapora. No logro verlo —delgadito, moreno, sonriente, siempre vestido con una sobriedad extrema— sin acordarme de Aladín.

    *

    Algún día cantaré las palomas de Montevideo. Son claras, hechas de nube deslizándose; son grises, com un tono extraño de agua turbia; son violetas, con súbitos, móviles collares metálicos, verdes, encarnados, amarillos…

    *

    A pesar de la huelga, no falta público para esta conferencia sobre el Brasil. El anfiteatro de la universidad está lleno. La sra. María V. de Muller, directora del curso de “Arte y Cultura Popular” hace una rápida presentación. Fotografías. Silencio de expectativa. La conferencia va ilustrada con discos brasileños, muchos de los cuales son conocidos aquí. Lo que más agrada son las canciones negras. La sra. Nilda Muller, cantante uruguaya, también ilustra pasajes de la conferencia con fragmentos de música popular. (…)
    Frente a lo que hay para aprender, ¿qué somos todos nosotros sino estudiantes? Así se piensa cuando se está en Montevideo.

    *

    María V. de Muller tiene un saloncito pequeño, aparentemente. Pensé que con una docena de personas fuera intransitable. ¡Qué error! Están los Cáceres, está Silva Valdés, está Fernando Pereda, están Julio Casal, José Gabriel, Orfila Bardesio, la joven poetisa uruguaya, Arzadum, y otros pintores, otros poetas, otros periodistas. Hay diplomáticos, hay pianistas y cantantes, y esa multitud se mueve prodigiosamente entre bandejas con copitas doradas y sándwiches, entre el piano y las fotografías, y todos pueden estar sentados o de pie, y si ahora llegaran doscientas personas, podrían ser recibidas, porque éste es un saloncito mágico donde hay lugar para todos los amigos, y donde siempre se puede ser feliz.

    *

    Se inauguró otro “Café Sorocabana”. Este es el tercero que visito en Montevideo. Mostrador de mármol, anuncios por las paredes, con ramos de café, pinturas verdeamarillas. En la puerta se lee “Café Puro del Brasil”.

    *

    ¿En qué pienso? Pienso que dentro de dos o tres días dejaré estos lugares: y empiezo a sentir nostalgia de todo, de las veredas, de las tiendas, de las ventanas, de las palomas que vuelan sobre los plátanos deshojados, de la catedral, de las aguas azules del río, del teatro Solís que está desmoronando, y de esta gente con quien me entiendo divinamente.
    Alguien dice, para consolarme: “En Buenos Aires vas a encontrar parrilladas mucho más grandes que las de aquí” (¡Triste consuelo para una vegetariana!). “En Buenos Aires vas a encontrar billeteras de cocodrilo mucho más baratas” (¡Ah, los cocodrilos!…)

    *
    Lluvia leve. Palomas apresurándose, con perlas de agua cayendo por las plumas. Muchachas llevando hasta la frente la capucha de los capas. Un paraguas secular, de marfil labrado, aquí, cerca de mí, en el ómnibus.
    ¡Qué dulzura, la de la lluvia por los arrabales! Los maridos salen ahora, después del almuerzo, y las esposas les dicen adiós desde lo alto de la escalera, o en el escalón de piedra del portón. (¡La risa de las despedidas bajo la lluvia fina!)
    Alguien recorre escalas cromáticas al piano. Escalas en tono menor, tristes y tímidas. Cortinas cruzadas atrás de los vidrios de las ventanas. Gotas de agua en los botones de rosa de los jardines…
    Pasamos el parque Rodó, donde los niños y las palomas juegan felices en los días claros. Y el parque Rodó era un cristal fosco, con delicados dibujos de árboles.
    Ahora estamos en un barrio que conduce al museo de Zorrilla de San Martín. Cada calle tiene el nombre de uno de sus poemas. ¿No es una dulzura ser poeta en Montevideo?

    *

    Aquí se recuerda al Brasil con melancolía. Tanta gente estudiando portugués. Y ningún libro brasileño en las librerías. Todos nos tratan como vecinos, amigos próximos, gente de la famila… Todos saben que el Brasil empieza ahí cerca, entre Santana y Rivera, entre Yaguarón y Río Branco. Saben que hablamos idiomas muy parecidos, aunque tan perturbadores que la misma palabra significa casi siempre las cosas más distintas. Tenemos en común las cuchillas, el caballo, el mate, el poncho, y la dulzura del corazón, la cortesía del gesto, el coraje que inspira la noble vida del campo, entre vastos horizontes, en la lid con el ganado y la planta.
    Pero falta alguna cosa, para unirnos más. ¿Cómo nos comunicaremos, tanto cuanto pide la vida humana, de un lado y de otro de la frontera? Tomamos café pensando en eso. Y el café es nuestro consuelo. Ramitas verdes y amarillas… “Puro del Brasil…” No, nuestros libros son para la edad de las letras… Por el momento, el Brasil, visto desde aquí, es el país del café y de las medias de seda…

    *

    Los miércoles, los amigos acuden a la casa de Vaz Ferreira, para oír un poco de música. Se abre una puerta enorme, al fondo del jardín, y se está en un vestíbulo que impresiona por la altura, por la iluminación, que es lejana, adormecedora, y por la soledad que anda en todo: en las otras puertas altas y cerradas, en alguna silla, en la larga mesa central. (…)
    Pálido, casi sin palabras, toda la figura marcada por el trabajo infatigable del pensamiento, Vaz Ferreira saluda a sus amigos. Tiene la mano suavísima, como sus movimientos y su mirada vaga.

    *

    Diré rápidamente una diferencia que se me ocurre, entre argentinos y uruguayos: en los primeros parece pesar la sangre española; en los segundos, la portuguesa. La sangre portuguesa es lírica; la española, dramática. Nosotros, brasileños, no sentimos ningún extrañamiento entre la gente uruguaya; entre los argentinos sentimos una diferencia de índole. El argentino puede ser extremadamente cortés; no logra ser tierno. Esta aspereza es lo que nos sorprende, aun cuando les admiremos otras cualidades, que sin duda poseen. El argentino es fácilmente anecdótico, irónico, muy propenso a la carcajada, a pesar de su apariencia a primera vista imponente, solemne, austera. (…)
    Reunión en un taller de pintura (en Buenos Aires). Pienso que, en Uruguay, probablemente no estaríamos tan bien vestidos, hablaríamos de arte, recordaríamos algún episodio afectuoso, ocurrido en tiempos, con un amigo ya muerto, que habría sido bueno y triste. Nos conmoveríamos, sentiríamos nuestro parentesco de espíritu, nos quedaríamos por momentos en silencio, como en un sueño; la noche pasaría llevándonos a todos juntos por lugares aéreos, y llamaríamos a esto ser amigos y estar felices.

    *

    Quiero decirte adiós y no puedo, Montevideo, hasta la mirada de tus caballos me prende a ti. Pero si me quedara tal vez nunca más los viera, porque el oficio humano es triste, y se vicia fácilmente: los ojos dejan de ver lo que ven siempre, y el corazón se acostumbra, y olvida aquello que se hace maravilla constante… Y así, para amarte, es mejor que te deje.




    https://www.laotrarevista.com/2012/02/cecilia-meireles-brasil-1901/


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    y en ese vuelo y en ese sueño
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    y tren de tus ilusiones."
    (Hánjel)





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