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MANUEL JOSÉ QUINTANA
Nació el 11 de abril de 1772 en Madrid.
Cursó estudios de Derecho y trabajó como abogado en Madrid antes de las Guerras Napoleónicas.
Durante el conflicto escribió muchos panfletos patrióticos y, tras pasar algún tiempo en prisión, entre 1814 y 1820, intervino activamente en la vida política.
En 1814 ingresó en la Real Academia Española y en la de San Fernando. Durante la Guerra de la Independencia había militado en el ala liberal del partido antibonapartista, y sufrió las consiguientes persecuciones bajo Fernando VII. Después de la muerte de este monarca recibió honores de toda clase, entre ellos el incluírsele en vida en la Biblioteca de Autores Españoles, y el ser laureado por Isabel II en 1855.
Fue tutor de la familia real, director de la Instrucción Pública y senador. Su poesía neoclásica es totalmente tradicional. Utiliza la oda para exponer las virtudes del patriotismo y el liberalismo.
Manuel José Quintana falleció en Madrid, el 11 de marzo de 1857.
DESPEDIDA DE LA JUVENTUD
....Creced y floreced, plantas hermosas,
corred y floreced, y alzando al cielo
esas ramas sonantes y frondosas,
bañad en dulce lobreguez el suelo;
que yo, angustiado, a vuestra sombra amiga
me acogeré, yen ella
tendré un asilo al fin donde no sienta
el vivo resplandor que el sol ostenta.
Él, en eterna juventud luciendo,
vuela, y vuela sin fin:¿qué son los años,
qué los siglos ante él? Ruedan furiosos
y a contrastar su solio se amontonan,
y en su feliz carrera
nada marchita su beldad primera;
todos su gloria y su explendor coronan.
....¡Oh, cuánta diferencia
entre su forma y la flaqueza mía!
Sigue un día a otro día,
y en su sorda inclemencia
cada cual me amortigua y me arrebata
al término en que expira la alegría.
Vuelvo la vista, y angustiado miro
yacer segadas de mi edad las flores,
y la vida mostrárseme erizada
de espinas solamente y de dolores.
....Tened, ¡ay!, compasión de mi amargura,
que bien me la debéis, árboles bellos.
Decid: cuando los vientos bramadores
a la voz del noviembre se desatan,
y sacudiendo frío,
en su furor horrísono maltratan
vuestro verde sombrío,
y anunciándoos vejez, de angustia os llenan
y a desnudez tristísima os condenan,
¿no sentís?, ¿no lloráis? Y, estremecidos,
¿nos os acordáis de abril cuando hañagüenas
las manos de natura engalanaban
vuestras fuentes risueñas,
cuando el aura os besaba con ternura,
y los ojos distantes que os miraban,
cual templos de frescura
y asilos de placer os saludaban?
....Tal de mi juventud y de mi gloria
los venturosos días
se pintan tristemente en mi memoria,
al tiempo que volando
huyen lejos de mí, sin que mis ayes
sólo un momento detenerlos puedan.
Adiós, divino amor, que desplegando
las bellas alas de oro,
me llevabas en ellas
por senderos de flores,
y el pecho y labio sin cesar colmabas
del néctar celestial de tus favores.
....Adiós: la cruda mano
del tiempo, a mis delicias enemigo,
te arrebata consigo.
Y ¡oh cuántos otros bienes el tirano
me arrebata también! ¿Conque la risa
huyó por siempre de los labios míos,
y la fiel confianza de mi frente?
Mis ojos, ¡ay!, de lágrimas vacíos,
¿será que nunca a desahogar ya tornen
mi triste corazón, y que se vean
de él por siempre alejadas
las esperanzas que halagüeñas ríen,
las ilusiones que sin fin recrean?
....Contigo, ¡oh juventud!, contigo nace
el entusiamo ardiente
que arrebata hacia el bien, contigo expira,
y tras él la virtud mustia y doliente
privar de fuerza y marchitar se mira.
¿Qué a tu ferviente anhelo
cuestan jamás los sacrificios? Oyes
la voz de la amistad, sientes la llama
del patriotismo que tu pecho agita,
o bien la gloria que en honor te inflama;
partes entonces desalada, y corres
impávida a tu fin: como en la selva
el volador caballo,
cuando en dichosa libertad respira,
orgulloso se lanza a la carrera;
el viento no le alcanza, y vanamente
a intimidar su ardiente lozanía
las ramblas y torrentes se presentan;
las ramblas y torrentes acrecientan
su generoso aliento y su osadía.
....Y en vez de tantos dones
como en mi tierno corazón moraban
y en su luz generosa me ensalzaban,
¿qué ofreces a mi vida,
oscuro porvenir? El triste freno
de la prudencia y su compás helado;
mientras que, derramando su veneno
la vil sospecha asida
del funesto puñal del desengaño,
en cada halago temerá un peligro,
tras cada bien me mostrará un engaño;
y, roto el velo a la ilusión, el mundo,
que pintado en tan mágicos colores
a mi inocente espíritu reía,
será de hoy más a la tristeza mía
yermo sin amistad y sin amores.
....Morir fuera mejor; mas ¡ay!, que abiertas
ya a devorarme aspiran
de la siguiente edad las negras puertas!
La vista estremecida
duda y se vuelve atrás. Detén la mano,
y no de bronce la eternal barrera
corras, que esconde mi estación florida,
¡dua necesidad! ¡Oye mi ruego!...
Mas no me escucha, y la corrió, y yo ciego,
sin poderme valer, desconsolado,
del carro del destino arrebatado,
a su imperiosa voluntad me entrego.
(1813)
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