por Maria Lua Mar 31 Ene 2023, 08:14
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Pensé pedirte la guirnalda de rosas de tu cuello, pero no me atreví. Y esperé a la
mañana, y cuando te fuiste, cojí algunos pedacillos de flores de tu lecho. Y como una
mendiga, buscaba por la aurora alguna hojita perdida.
¡Ay! Y ¿qué he encontrado? ¿Qué me queda de tu amor? ¡Ni flor, ni especias, ni
frasco de perfume, sino tu espada terrible, destellante como una llama, pesada como el
rayo!
La luz nueva de la mañana entra por la ventana y se tiende en tu lecho. El pájaro
primero me pregunta piando: «¿Qué encontraste, mujer?» ¡No, no es flor, ni especias, ni
redoma de perfume, sino tu espada terrible!
Me siento a meditar, maravillada, en esta dádiva tuya. No sé dónde esconderla. Me
da vergüenza ponérmela, tan débil como soy. Me duele cuando la aprieto contra mi pecho.
Sin embargo, llevaré esta dádiva tuya, esta carga de dolor, en mi corazón.
Nada temeré en el mundo ya, y tú serás victorioso en todas mis luchas. Tú me has
dado por compañera a la muerte, y yo la coronaré con mi vida. ¡Aquí tengo tu espada para
cortar mis ataduras! ¡Nada temeré ya en el mundo!
¡Lejos de mí, desde hoy, los adornos vanos! ¡Señor de mi corazón, ya no lloraré, ni
desesperaré más por los rincones; ya no seré nunca más tímida ni mimosa! ¡Me has dado,
para adornarme, tu espada! ¡Lejos de mí los adornos de muñeca!
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