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    Mensaje por Maria Lua Lun 8 Ago - 18:39

    Rainer Maria Rilke
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    Rainer Maria Rilke
    (Praga, 1875 - Valmont, 1926) Escritor checo en lengua alemana. Fue el poeta en lengua alemana más relevante e influyente de la primera mitad del siglo XX; amplió los límites de expresión de la lírica y extendió su influencia a toda la poesía europea.
    Después de abandonar la Academia Militar de Mährisch-Weiskirchen, ingresó en la Escuela de Comercio de Linz y posteriormente estudió historia del arte e historia de la literatura en Praga. Residió en Munich, donde en 1897 conoció a [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo], quince años mayor que él, y que tuvo una influencia decisiva en su pasaje a la madurez. Decidido a no ejercer ningún oficio y a dedicarse plenamente a la literatura, emprendió numerosos viajes. Visitó Italia y Rusia (en compañía de Lou Andreas-Salomé), conoció a [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] y entró en contacto con la mística ortodoxa.
    En 1900 se instaló en Worpswede, y un año después contrajo matrimonio con la escultora Clara Westhoff, con la que tuvo a su única hija, Ruth, y a cuyo lado escribió las tres partes del Libro de horas. Tras su separación se instaló en París, donde durante ocho meses trabajó como secretario privado de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]. Allí compuso Canto de amor y muerte del alférez Cristobal Rilke, y posteriormente Los cuadernos de Malte Laurids Brigge. Aquejado por una crisis interior, empezó de nuevo a viajar mucho: primero a África del Norte (1910-1911) y luego a España (1912-1913). En 1911 y 1912, invitado por la princesa Marie von Thurn und Taxis, residió en el castillo de Duino (Trieste), escenario en el que surgieron las que denominó precisamente Elegías de Duino.
    Durante la [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] vivió la mayor parte del tiempo en Munich. En 1916 fue movilizado y tuvo que incorporarse al ejército en Viena, pero pronto fue licenciado por motivos de salud. De esos años es la intensa relación amorosa con la polaca Baladine Klossowska, madre del escritor [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] y del pintor Balthus, presuntos hijos naturales nunca reconocidos por el poeta. Tras la guerra residió en Suiza, y en 1922 vivió en el castillo de Muzot, donde finalizó las Elegías. Tras una larga y dolorosa agonía, Rainer Maria Rilke murió de leucemia en el sanatorio suizo de Valmont.
    La obra de Rainer Maria Rilke
    Los cuadernos de Malte Laurids Brigge (1910), la única novela de Rilke, fue escrita a modo de diario y describe con la agudeza de un diagnóstico los contrastes sociales en París, la pobreza y la destrucción. La gran urbe provoca a Malte, el último descendiente de una gran familia danesa, el miedo absoluto. Enfermedad y finitud son en esta obra temas recurrentes. A la muerte deshumanizada y masificada, típica de la gran ciudad, Rilke opone la muerte individual y propia, que está representada por el recuerdo de un antepasado de Malte. Las evocaciones de infancia tienen un carácter redentor, igual que el tema del amor que, junto al de la muerte, constituye el otro gran eje del libro. El amor no correspondido, que perdura como deseo, deja abierto el final de la novela, que desemboca en una reelaboración de la parábola del hijo pródigo.
    Estas mismas cuestiones reaparecen en su obra lírica Libro de horas (1905), formada por los títulos Libro primero, el libro de la vida monásticaLibro segundo, el libro de la peregrinación; y Libro tercero, el libro de la pobreza y de la muerte, que remite a las antologías medievales de plegarias privadas. La forma artística de la plegaria le sirve para abandonar la lírica de sentimientos propia de Canto de amor y muerte del alférez Cristóbal Rilke y para experimentar con imágenes nuevas que, mediante traslaciones sensuales y visuales, amplían las fronteras del lenguaje.
    En el Libro de las imágenes (1902-1906) se aprecia una tendencia hacia la objetualización de las imágenes evocadas y hacia la observación detallada. Sin embargo, esta precisión no va en detrimento de la dimensión universal y parabólica del momento captado. Pero el giro decisivo hacia lo objetual se produce con la colección publicada con el título Nuevos poemas (1907-1908). Domina aquí la perspectiva observadora del "poema-cosa", y Rilke deja de hablar de la obra de arte para hacerlo de la "cosa de arte", que ha de existir por sí misma, distanciada y liberada del "yo" subjetivo del autor. La poesía ya no es una confesión y se convierte en un objeto que remite sólo a sí mismo.
    Esta nueva orientación de la poesía rilkeana se debe, en gran parte, al descubrimiento de la obra de Rodin, pues, para el poeta, el escultor francés significaba la alternativa a los excesos intimistas del arte. Siguiendo el modelo de Rodin, proclamará como divisa de su poetizar el "convertir la angustia en cosas" o lo que es lo mismo: el mundo interior se exterioriza a través de los objetos.
    Sus dos últimas obras, las Elegías de Duino (1923) y los Sonetos a Orfeo (1923), suponen otro cambio radical en su concepción poética. Se apartan tanto de la inicial lírica de sentimientos como de la objetualidad de los "poemas-cosa" posteriores. Tampoco parece que sea posible transformar la angustia en cosas. Tras una larga etapa de crisis en la que el escritor incluso se plantea la posibilidad de dejar la poesía, publica unos poemas de cariz existencial que son una interpretación de la existencia humana. Las Elegías de Duino buscan la definición del ser humano y su lugar en el universo, así como la misión del poeta, que en esta obra desarrolla un mundo cerrado en sí mismo de imágenes y símbolos, cargados de recuerdos y de referencias autobiográficas. Rilke se sirve del ritmo dactílico de la tradición elegíaca alemana, tal como lo habían empleado [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] y [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo].
    El ciclo de las Elegías, una de las obras más herméticas de la literatura alemana del siglo XX, parte de la lamentación para arribar hasta la dicha. Se inicia con la experiencia del ángel terrible separado del hombre por un abismo para llegar a la posibilidad del acercamiento humano a lo angélico. Es el poeta quien lleva al mundo angélico, liberándonos así del mundo interpretado. Pero para ello es preciso recorrer un largo camino en el que son claves los moribundos, los animales, los amantes y los niños. Todos ellos parecen figuras capaces de sustraerse al mundo cerrado del hombre, orientado hacia la muerte.
    El júbilo final de las dos últimas elegías muestra una nueva vida que consigue crear un ámbito común con la muerte, una alegría que se funde con el dolor. Los Sonetos a Orfeo, aunque formalmente son más abiertos y variados que las Elegías, están temáticamente ligados a éstas. También aquí la determinación de la existencia humana lleva a los límites de lo que es posible expresar en palabras. En ellos están presentes imágenes, simbolismos, recuerdos y elementos autobiográficos que remiten a las Elegías, y no en vano fueron definidos por el poeta como un "regalo adicional" surgido "simultáneamente con el impulso de los grandes poemas".
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    "Ser como un verso volando
    o un ciego soñando
    y en ese vuelo y en ese sueño
    compartir contigo sol y luna,
    siendo guardián en tu cielo
    y tren de tus ilusiones."
    (Hánjel)





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    Mensaje por Maria Lua Lun 8 Ago - 18:41

    Canción de amor


    ¿Cómo sujetar mi alma para
    que no roce la tuya?
    ¿Cómo debo elevarla
    hasta las otras cosas, sobre ti?
    Quisiera cobijarla bajo cualquier objeto perdido,
    en un rincón extraño y mudo
    donde tu estremecimiento no pudiese esparcirse.


    Pero todo aquello que tocamos, tú y yo,
    nos une, como un golpe de arco,
    que una sola voz arranca de dos cuerdas.
    ¿En qué instrumento nos tensaron?
    ¿Y qué mano nos pulsa formando ese sonido?
    ¡Oh, dulce canto!


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    o un ciego soñando
    y en ese vuelo y en ese sueño
    compartir contigo sol y luna,
    siendo guardián en tu cielo
    y tren de tus ilusiones."
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    Mensaje por Maria Lua Lun 8 Ago - 18:43

    Canciones de los ángeles


    No he soltado a mi ángel mucho tiempo,
    y se me ha vuelto pobre entre los brazos,
    se hizo pequeño, y yo me hacía grande:
    de repente yo fui la compasión;
    y él, solamente. un ruego tembloroso.


    Le .di su cielo entonces: me dejó
    él lo cercano, de que él se marchaba;
    a cernerse aprendió. yo aprendí vida,
    y nos reconocimos . lentamente...


    Aunque mi ángel no tiene ya deber,
    por mi día más fuerte desplazado,
    baja a veces su rostro con nostalgia,
    como si no quisiera ya su cielo.


    Querría alzar de nuevo, de mis pobres
    días, sobre las cimas de los bosques
    rumorosos, mis pálidas plegarias
    basta la patria de los querubines.


    Allí llevó mi llanto originario
    y pensamientos; y mis diminutos
    dolores se volvieron allí bosques
    que susurran sobre él...


    Sí algún día, en las tierras de la vida,
    entre el ruido de feria y de mercado,
    la palidez olvido de mi infancia
    florecida, y olvido el primer ángel,
    su bondad, sus ropajes y sus manos
    en oración, su mano bendiciendo;
    conservaré en mis sueños más secretos
    siempre el plegarse de esas alas,
    que como un ciprés blanco
    quedaban detrás de él...


    Sus manos se quedaron como ciegos
    pájaros que, engañados por el sol,
    cuando, sobre las olas, los demás
    se fueron a perennes primaveras,
    han de afrontar los vientos invernales
    en los tilos vacíos, sin follaje.


    Había en sus mejillas la vergüenza
    de las novias, que el espanto del alma
    tapan con púrpuras oscuras
    ante el esposo.


    Y en los ojos había
    resplandor del primer día:
    pero sobre todo
    descollaban las alas portadoras...


    Había expectación en la llanura
    por un huésped que no acudió jamás:
    aún pregunta tal vez el jardín trémulo:
    su sonrisa después se vuelve inválida.


    Y por los barrizales aburridos
    se empobrece en la tarde la alameda,
    las manzanas se angustian en las ramas
    y les hacen sufrir todos los vientos.


    Es donde están las últimas cabañas
    y casas nuevas que, con pecho angosto,
    se asoman estrujadas, entre andamios miedosos,
    quieren saber dónde empieza el campo.


    Allí la primavera siempre es pálida, a medias,
    el verano es febril tras esas tablas:
    enferman los ciruelos y los niños,
    y tan sólo el otoño allí tiene algo


    de remoto y conciliador: a veces
    son sus tardes de suave derretirse:
    dormitan las ovejas, y el pastor con zamarra
    se apoya, oscuro, en la última farola.


    Alguna vez ocurre en la honda noche
    que se despierta el viento, como un niño,
    y pasa la alameda, solitario,
    quedo, quedo, llegando hasta la aldea.



    Y a tientas va marchando hasta el estanque
    y se para después a oír en torno:
    y las casas están pálidas todas
    y las encinas mudas...








    Versión de Adrian Kovacsics




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    Mensaje por Maria Lua Lun 8 Ago - 18:47

    Der Panther


    Su mirada se ha cansado de tanto observar
    esos barrotes ante sí, en desfile incesante,
    que nada más podría entrar ya en ella.
    Le parece que sólo hay miles de barrotes
    y que detrás de ellos ningún mundo existe.


    Mientras avanza dibujando una y otra vez
    con sus pisadas círculos estrechos,
    el movimiento de sus patas hábiles y suaves
    va mostrando una rotunda danza,
    en torno a un centro en el que sigue alerta
    una imponente voluntad.


    Sólo a veces, permite en silencio, la apertura
    de los cortinajes que ocultaban sus pupilas;
    y cruza una imagen hacia adentro,
    se desliza a través de los tensos músculos
    cae en su corazón, se desvanece y muere.


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    Mensaje por Maria Lua Lun 8 Ago - 18:48

    Día de otoño



    Señor: es hora. Largo fue el verano.

    Pon tu sombra en los relojes solares,

    y suelta los vientos por las llanuras.



    Haz que sazonen los últimos frutos;

    concédeles dos días más del sur,

    úrgeles a su madurez y mete

    en el vino espeso el postrer dulzor.



    No hará casa el que ahora no la tiene,

    el que ahora está solo lo estará siempre,

    velará, leerá, escribirá largas cartas,

    y deambulará por las avenidas,

    inquieto como el rodar de las hojas.







    Versión de Jaime Ferreiro


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    Mensaje por Maria Lua Lun 8 Ago - 18:50

    Las elegías de Duíno



    Primera elegía




    ¿Quién, si yo gritara, me escucharía entre las órdenes
    angélicas? Y aun si de repente algún ángel
    me apretara contra su corazón, me suprimiría
    su existencia más fuerte. Pues la belleza no es nada
    sino el principio de lo terrible, lo que somos apenas capaces
    de soportar, lo que sólo admiramos porque serenamente
    desdeña destrozarnos. Todo ángel es terrible.
    Así que me contengo, y me ahogo el clamor de la garganta
    tenebrosa. Ay, ¿quién de veras podría ayudarnos? No
    los ángeles, no los hombres, y ya saben los astutos
    animales que no nos sentimos muy seguros en casa,
    dentro del mundo interpretado. Nos queda quizás
    algún árbol en la loma, al cual mirar todos los días;
    nos queda la calle de ayer y la demorada lealtad
    de una costumbre, a la que le gustamos, y permaneció,
    y no se fue. Oh, y la noche, y la noche, cuando el viento
    lleno de espacio cósmico nos roe la cara:
    ¿Para quién no permanecería aquélla, la anhelada,
    la tierna desengañadora, ahí, dolorosamente próxima
    al corazón solitario? ¿Es más suave con los amantes?
    Ay, ellos sólo se ocultan uno a otro su suerte.
    ¿Todavía no lo sabes? Arroja el espacio que abarquen
    tus brazos hacia los espacios que respiramos; quizá
    los pájaros sientan el aire ensanchado con un vuelo más íntimo.


    Sí, las primaveras de veras te necesitaban. Varias
    estrellas te pedían que las rastrearas. Se alzaba
    en el pasado una ola hacia ti, o cuando pasabas
    por una ventana abierta, se te entregaba un violín.
    Todo esto era una misión, ¿pero fuiste capaz de cumplirla?
    ¿No estabas siempre distraído por la esperanza, como
    si todo ello te anunciara a una amada?
    ¿Dónde intentas alojarla, si en ti los grandes pensamientos extraños
    entran y salen, y con frecuencia se quedan durante la noche?.
    Pero si sientes anhelos, canta pues a las amantes; no es,
    en absoluto, suficientemente inmortal su famoso
    sentimiento. Aquéllas que casi envidias, las abandonadas,
    las encuentras mucho más amantes que las saciadas.
    Empieza siempre de nuevo la alabanza siempre inalcanzable.
    Piensa: el héroe sigue en pie, aun el ocaso fue para él
    sólo un pretexto para ser: su último nacimiento.
    Pero a las amantes la exhausta naturaleza las recoge
    en su seno, como si no hubiera fuerzas para lograr esto
    dos veces. ¿Has pensado lo suficiente en Gaspara Stampa,
    y lo que puede sentir cualquier chica a quien el amado
    abandonó, frente a tan elevado ejemplo de mujer amante:
    ¿Llegaré a ser como ella? ¿Estos, los más antiguos
    dolores, no deberán, por fin, darnos fruto? ¿No es
    tiempo ya de que, al amar, nos liberemos del amado y,
    temblorosos, resistamos, como la flecha resiste al arco,
    para ser, unidos en el salto, algo más que la sola
    flecha? Porque el permanecer está en ninguna parte.


    Voces, voces. Corazón mío, escucha, como sólo los santos
    escuchaban; la enorme llamada los alzaba del suelo;
    pero ellos seguían de rodillas, de modo imposible,
    sin darse cuenta: de tal manera escuchaban. No
    que pudieras soportar la voz de Dios, lejos de eso, pero
    escucha el soplo, las noticia incesante que se forma
    del silencio. Murmura hasta ti desde aquellos que han
    muerto jóvenes. ¿Acaso su destino no se dirigió siempre
    tranquilamente a ti, en Roma y Nápoles, cuando entrabas
    en alguna iglesia? O una inscripción sublime se grababa
    para ti, como hace poco la lápida de Santa María Formosa?
    ¿Qué quieren de mí? Debo apartar en silencio
    la apariencia de injusticia que a veces estorba un poco
    el puro movimiento de sus espíritus.


    Realmente es extraño ya no habitar la tierra,
    ya no ejercitar las costumbres apenas aprendidas;
    a las rosas, y a otras cosas particularmente promisorias,
    ya no darles el significado del futuro humano; ya no ser
    aquél que uno fue en interminables manos angustiadas
    y hasta hacer a un lado el propio nombre, como un juguete
    roto. Extraño, ya no seguir deseando los deseos. Extraño,
    ver todo lo que tenía sus propias relaciones, aletear
    tan suelto en el espacio. Y estar muerto es doloroso,
    y lleno de recuperación, de modo que uno rastree
    lentamente un poco de eternidad. Pero todos los vivos
    cometen el mismo error de diferenciar demasiado
    tajantemente. Los ángeles (se dice) con frecuencia no
    sabrían si andan entre los vivos o entre los muertos.
    La corriente eterna arrastra siempre consigo todas
    las edades a través de las dos zonas y atruena sobre ambas.


    Finalmente ya no nos necesitan, los que partieron
    temprano, uno se desteta dulcemente de lo terrestre, como
    uno se emancipa con ternura de los senos de la madre.
    Pero nosotros, que necesitamos tan grandes secretos,
    nosotros que tan frecuentemente obtenemos del duelo
    progresos dichosos, ¿podríamos existir sin ellos?
    ¿Es inútil el mito de que, en la antigüedad, durante
    las lamentaciones fúnebres por Linos,
    una atrevida música primitiva se abrió paso en la árida materia
    inerte; y entonces, por primera vez, en el espacio
    sobresaltado, en el que un muchacho casi divino de pronto
    se perdió para siempre, el vacío produjo esa vibración
    que ahora nos entusiasma y nos consuela y ayuda?


    * * *


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    Mensaje por Maria Lua Lun 8 Ago - 18:52

    Segunda elegía




    Todo ángel es terrible. Y sin embargo, ay, los invoco
    a ustedes, casi mortíferos pájaros del alma, sé quiénes
    son ustedes. Los días de Tobías, ¿dónde quedaron?,
    cuando uno de los más radiantes apareció en el umbral
    sencillo de la casa un poco disfrazado para el viaje,
    ya no tremendo (muchacho para el muchacho,
    que se asomó, curioso). Si ahora avanzara el arcángel,
    el peligroso, desde atrás de las estrellas, un solo paso,
    que bajara y se acercara: el propio corazón, batiendo
    alto, nos mataría. ¿Quién es usted?
    Tempranos afortunados, ustedes, los mimados
    de la creación, cadena de cumbres, cordillera roja
    del amanecer de todo lo creado -polen de la divinidad
    floreciente, coyunturas de la luz, corredores,
    escalones, tronos, espacios del ser, escudos
    deliciosos, tumultos del sentimiento tormentosamente
    arrebatado, y de pronto, individualizados, espejos,
    ustedes, los que recogen nuevamente en sus propios
    rostros, la propia belleza que han irradiado.


    Porque nosotros, siempre que sentimos, nos evaporamos;
    ay, nosotros nos exhalamos a nosotros mismos,
    nos disipamos; de ascua en ascua soltamos un olor cada
    vez más débil. Probablemente alguien nos diga: Sí,
    entras en mi sangre; este cuarto, la primavera se llena
    de ti..., ¿de qué sirve? Él no puede retenernos,
    nos desvanecemos en él y en torno suyo.
    Y aquellos que son hermosos, oh, ¿quién los retiene?
    Incesantemente la apariencia llega y se va de sus
    rostros. Como rocío de la hierba matinal se esfuma
    de nosotros lo que es nuestro, como el calor
    de un plato caliente. Oh, sonrisa ¿a dónde? Oh,
    mirada a lo alto: nueva, cálida, fugitiva
    ola del corazón; sin embargo, ay, somos eso. ¿Entonces
    el firmamento, en el que nos disolvemos, sabe
    a nosotros? ¿De veras los ángeles recapturan solamente
    lo suyo, lo que han irradiado, o a veces, como
    por descuido, hay algo nuestro en todo ello? ¿Estamos
    tan entremezclados en sus facciones, como la vaga
    expresión en los rostros de las mujeres preñadas?
    Ellos no lo advierten en el torbellino de su regreso
    a sí mismos. (¿Cómo habrían de advertirlo?).


    Los amantes podrían, si lo comprendieran,
    hablar extrañamente en el aire nocturno. Pues parece
    que todo nos oculta. Mira, los árboles son; las casas
    que habitamos permanecen todavía. Sólo nosotros pasamos
    de largo sobre todas las cosas como un cambio
    de vientos. Y todo se une para acallarnos, mitad
    por vergüenza quizás, y mitad por esperanza indecible.


    Amantes, a ustedes, satisfechos el uno en el otro,
    les pregunto por nosotros. Ustedes, los que se aferran
    a sí mismos. ¿Tienen pruebas? Miren, me ha ocurrido que
    mis manos se reconozcan entre sí, o que mi rostro ajado
    se refugie en ellas. Eso me da cierta sensación. ¿Pero
    quién, sólo por eso, se atrevió a creer que de veras
    es? Sin embargo ustedes, los que crecen el uno
    en el arrobo del otro, hasta que él suplica, abrumado:
    “Basta”; ustedes, los que crecen, bajo sus recíprocas
    manos, más exuberantes, como años de grandes uvas;
    los que mueren a veces, sólo porque el otro se ha
    expandido demasiado; a ustedes les pregunto por nosotros.
    Sé que se tocan tan dichosamente porque la caricia
    retiene, porque no desaparece el sitio que ustedes,
    los tiernos, ocupan; porque, debajo de todo ello, ustedes
    sienten la duración pura. Ustedes, de sus abrazos,
    por ello, casi se prometen eternidad. Sin embargo, cuando
    ya se han sostenido el sobresalto de la primera mirada,
    y ya ocurrieron las ansias junto a la ventana
    y del primer paseo juntos, una vez, por el jardín:
    Ustedes, amantes, ¿siguen todavía entonces siendo
    los mismos? Cuando el uno alza al otro hasta su boca
    y se unen -bebida con bebida-: ¡oh, de qué manera
    tan extraña el bebedor entonces se escapa de su función!


    ¿No se asombraron ustedes, en las estelas áticas,
    de la prudencia de los gestos humanos? El amor
    y la despedida, ¿no fueron puestos demasiado
    ligeramente sobre los hombros, como si se tratara
    de seres hechos de otra materia que nosotros?
    Recuerden las manos, cómo se posan sin presión, aunque
    hay vigor en los torsos. Estos dueños de sí mismos
    lo sabían: Hasta aquí, nosotros; esto es lo nuestro,
    tocarnos así; que los dioses nos aprieten
    con mayor fuerza. Pero eso es cosa de los dioses.
    Si nosotros encontráramos también una pura, contenida,
    estrecha, humana franja de huerto, nuestra, entre
    río y roca. Pues nuestro propio corazón nos excede
    tanto como a aquéllos. Y ya no podemos mirarlo
    a través de imágenes que lo sosieguen, ni a través
    de cuerpos divinos, en los que se contenga más.





    De "Las Elegías de Duíno" 1922


    Versión de Jaime Ferrero Alemparte


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    Mensaje por Maria Lua Mar 9 Ago - 18:53


    Cartas a un joven poeta



    Rainer Maria Rilke




    Introducción


    Era en 1902, a fines de otoño. Estaba yo sentado en el parque de la Academia Militar de
    Wiener Neustadt, bajo unos viejísimos castaños, y leía en un libro. Profundamente
    sumido en la lectura, noté apenas cómo se llegó junto a mí Horacek, el sabio y
    bondadoso capellán de la Academia, el único entre nuestros profesores que no fuera
    militar. Me tomó el libro de las manos, contempló la cubierta y movió la cabeza.
    "¿Poemas de Rainer María Rilke?", preguntó pensativo. Y, hojeando luego al azar,
    recorrió algunos versos con la vista, miró meditabundo a lo lejos, e inclinó por fin la
    frente, musitando: "Así, pues, el cadete Renato Rilke nos ha salido poeta..."
    De este modo supe yo algo del niño delgado y pulido, entregado por sus padres más de
    quince años atrás a la Escuela Militar Elemental de Sankt Poelten, para que algún día
    llegase a oficial. Horacek había estado de capellán en aquel establecimiento y aun
    recordaba muy bien al antiguo alumno. El retrato que de él me hizo fue el de un joven
    callado, serio y dotado de altas cualidades, que gustoso manteníase retraído y soportaba
    con paciencia la disciplina del internado. Al terminar el cuarto curso, pasó junto con los
    demás alumnos a la Escuela Militar Superior de Weisskirchen, en Moravia. Allí, por
    cierto, echose de ver que su constitución no era bastante recia, y así sus padres tuvieron
    que retirarlo del establecimiento, haciéndole proseguir estudios en Praga, cerca del
    hogar. De cómo siguió desarrollándose luego el camino externo de su vida, ya nada
    supo referirme Horacek.
    Por todo ello, será fácil comprender que yo, en aquel mismo instante, decidiera enviar
    mis ensayos poéticos a Rainer Maria Rilke y solicitar su dictamen. No cumplidos aún
    los veinte años, y hallándome apenas en el umbral de una carrera, que en mi íntimo
    sentir era del todo contraria a mis inclinaciones, creía que si acaso podía esperar
    comprensión de alguien, había de encontrarla en el autor de "Para mi propio festejo". Y
    sin que lo hubiese premeditado, tomó cuerpo y juntose a mis versos una carta, en la cual
    me confiaba tan francamente al poeta como jamás me confié, ni antes ni después, a
    ningún otro ser.
    Muchas semanas pasaron hasta que llegó la respuesta. La carta, sellada con lacre azul,
    pesaba mucho en la mano, y, en el sobre, que llevaba la estampilla de París, veíanse los
    mismos trazos claros, bellos y seguros, con que iba escrito el texto, desde la primera
    línea hasta la última. Iniciada de esta manera mi asidua correspondencia con Rilke,
    prosiguió hasta el año 1908, y fue luego enriqueciéndose poco a poco, porque la vida
    me desvió hacia unos derroteros de los que precisamente había querido preservarme el
    cálido, delicado y conmovedor desvelo del poeta.
    Pero esto no tiene importancia. Lo único importante son las diez cartas que siguen.
    Importante para saber del mundo en que vivió y creó Rainer Maria Rilke. Importante
    también para muchos que se desenvuelvan y se formen hoy y mañana. Y ahí donde
    habla uno que es grande y único, deben callarse los pequeños. 1


    Franz Xaver Kappus
    Berlín, junio de 1929


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    Mensaje por Maria Lua Mar 9 Ago - 19:16

    Paris, a 17 de febrero de 1903.


    Muy distinguido señor:

    Hace sólo pocos días que me alcanzó su carta, por cuya grande y afectuosa confianza
    quiero darle las gracias. Sabré apenas hacer algo más. No puedo entrar en minuciosas
    consideraciones sobre la índole de sus versos, porque me es del todo ajena cualquier
    intención de crítica. Y es que, para tomar contacto con una obra de arte, nada, en efecto,
    resulta menos acertado que el lenguaje crítico, en el cual todo se reduce siempre a unos
    equívocos más o menos felices.
    Las cosas no son todas tan comprensibles ni tan fáciles de expresar como generalmente
    se nos quisiera hacer creer. La mayor parte de los acontecimientos son inexpresables;
    suceden dentro de un recinto que nunca holló palabra alguna. Y más inexpresables que
    cualquier otra cosa son las obras de arte: seres llenos de misterio, cuya vida, junto a la
    nuestra que pasa y muere, perdura.
    Dicho esto, sólo queda por añadir que sus versos no tienen aún carácter propio, pero sí
    unos brotes quedos y recatados que despuntan ya, iniciando algo personal. Donde más
    claramente lo percibo es en el último poema: "Mi alma". Ahí hay algo propio que ansía
    manifestarse; anhelando cobrar voz y forma y melodía. Y en los bellos versos "A
    Leopardi" parece brotar cierta afinidad con ese hombre tan grande, tan solitario. Aun
    así, sus poemas no son todavía nada original, nada independiente. No lo es tampoco el
    último, ni el que dedica a Leopardi. La bondadosa carta que los acompaña no deja de
    explicarme algunas deficiencias que percibí al leer sus versos, sin que, con todo, pudiera
    señalarlas, dando a cada una el nombre que le corresponda.
    Usted pregunta si sus versos son buenos. Me lo pregunta a mí, como antes lo preguntó a
    otras personas. Envía sus versos a las revistas literarias, los compara con otros versos, y
    siente inquietud cuando ciertas redacciones rechazan sus ensayos poéticos. Pues bien -
    ya que me permite darle consejo- he de rogarle que renuncie a todo eso. Está usted
    mirando hacia fuera, y precisamente esto es lo que ahora no debería hacer. Nadie le
    puede aconsejar ni ayudar. Nadie... No hay más que un solo remedio: adéntrese en sí
    mismo. Escudriñe hasta descubrir el móvil que le impele a escribir. Averigüe si ese
    móvil extiende sus raíces en lo más hondo de su alma. Y, procediendo a su propia
    confesión, inquiera y reconozca si tendría que morirse en cuanto ya no le fuere
    permitido escribir. Ante todo, esto: pregúntese en la hora más callada de su noche:
    "¿Debo yo escribir?" Vaya cavando y ahondando, en busca de una respuesta profunda.
    Y si es afirmativa, si usted puede ir al encuentro de tan seria pregunta con un "Si debo"
    firme y sencillo, entonces, conforme a esta necesidad, erija el edificio de su vida. Que
    hasta en su hora de menor interés y de menor importancia, debe llegar a ser signo y
    testimonio de ese apremiante impulso. Acérquese a la naturaleza e intente decir, cual si
    fuese el primer hombre, lo que ve y siente y ama y pierde. No escriba versos de amor.
    Rehuya, al principio, formas y temas demasiado corrientes: son los más difíciles. Pues
    se necesita una fuerza muy grande y muy madura para poder dar de sí algo propio ahí
    donde existe ya multitud de buenos y, en parte, brillantes legados. Por esto, líbrese de
    los motivos de índole general. Recurra a los que cada día le ofrece su propia vida.
    Describa sus tristezas y sus anhelos, sus pensamientos fugaces y su fe en algo bello; y
    dígalo todo con íntima, callada y humilde sinceridad. Valiéndose, para expresarse, de
    las cosas que lo rodean. De las imágenes que pueblan sus sueños. Y de todo cuanto vive
    en el recuerdo.
    Si su diario vivir le parece pobre, no lo culpe a él. Acúsese a sí mismo de no ser
    bastante poeta para lograr descubrir y atraerse sus riquezas. Pues, para un espíritu
    creador, no hay pobreza. Ni hay tampoco lugar alguno que le parezca pobre o le sea
    indiferente. Y aun cuando usted se hallara en una cárcel, cuyas paredes no dejasen
    trascender hasta sus sentidos ninguno de los ruidos del mundo, ¿no le quedaría todavía
    su infancia, esa riqueza preciosa y regia, ese camarín que guarda los tesoros del
    recuerdo? Vuelva su atención hacia ella. Intente hacer resurgir las inmersas sensaciones
    de ese vasto pasado. Así verá cómo su personalidad se afirma, cómo se ensancha su
    soledad convirtiéndose en penumbrosa morada, mientras discurre muy lejos el estrépito
    de los demás. Y si de este volverse hacia dentro, si de este sumergirse en su propio
    mundo, brotan luego unos versos, entonces ya no se le ocurrirá preguntar a nadie si son
    buenos. Tampoco procurará que las revistas se interesen por sus trabajos. Pues verá en
    ellos su más preciada y natural riqueza: trozo y voz de su propia vida.
    Una obra de arte es buena si ha nacido al impulso de una íntima necesidad.
    Precisamente en este su modo de engendrarse radica y estriba el único criterio válido
    para su enjuiciamiento: no hay ningún otro. Por eso, muy estimado señor, no he sabido
    darle otro consejo que éste: adentrarse en sí mismo y explorar las profundidades de
    donde mana su vida. En su venero hallará la respuesta cuando se pregunte si debe crear.
    Acéptela tal como suene. Sin tratar de buscarle varias y sutiles interpretaciones. Acaso
    resulte cierto que está llamado a ser poeta. Entonces cargue con este su destino; llévelo
    con su peso y su grandeza, sin preguntar nunca por el premio que pueda venir de fuera.
    Pues el hombre creador debe ser un mundo aparte, independiente, y hallarlo todo dentro
    de sí y en la naturaleza, a la que va unido.
    Pero tal vez, aun después de haberse sumergido en sí mismo y en su soledad, tenga
    usted que renunciar a ser poeta. (Basta, como ya queda dicho, sentir que se podría seguir
    viviendo sin escribir, para no permitirse el intentarlo siquiera.) Mas, aun así, este
    recogimiento que yo le pido no habrá sido inútil : en todo caso, su vida encontrará de
    ahí en adelante caminos propios. Que éstos sean buenos, ricos, amplios, es lo que yo le
    deseo más de cuanto puedan expresar mis palabras.
    ¿Qué más he de decirle? Me parece que ya todo queda debidamente recalcado. Al fin y
    al cabo, yo sólo he querido aconsejarle que se desenvuelva y se forme al impulso de su
    propio desarrollo. Al cual, por cierto, no podría causarle perturbación más violenta que
    la que sufriría si usted se empeñase en mirar hacia fuera, esperando que del exterior
    llegue la respuesta a unas preguntas que sólo su más íntimo sentir, en la más callada de
    sus horas, acierte quizás a contestar.
    Fue para mí una gran alegría el hallar en su carta el nombre del profesor Horacek. Sigo
    guardando a este amable sabio una profunda veneración y una gratitud que perdurará
    por muchos años. Hágame el favor de expresarle estos sentimientos míos. Es prueba de
    gran bondad el que aun se acuerde de mí, y yo lo sé apreciar.
    Le devuelvo los adjuntos versos, que usted me confió tan amablemente. Una vez más le
    doy las gracias por la magnitud y la cordialidad de su confianza. Mediante esta
    respuesta sincera y concienzuda, he intentado hacerme digno de ella: al menos un poco
    más digno de cuanto, como extraño, lo soy en realidad.
    Con todo afecto y simpatía,


    Rainer Maria Rilke


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    Mensaje por Maria Lua Mar 9 Ago - 19:17

    II
    Viareggio, cerca de Pisa (Italia), a 5 de abril de 1903

    Ha de perdonarme, distinguido y estimado señor, que haya tardado hasta hoy para
    recordar con gratitud su carta del 24 de febrero. Durante todo este tiempo me encontré
    bastante mal. No precisamente enfermo, pero sí abatido y presa de una postración de
    carácter gripal, que me inhabilitaba para todo. Finalmente, al ver que ni por asomo
    llegaba a operarse ningún cambio en mi estado, acabé por acudir a orillas de este mar
    meridional, cuya acción bienhechora ya me fue de algún alivio en otra ocasión. Pero aun
    no estoy restablecido. Todavía me cuesta escribir. Así, pues, tendrá usted que acoger
    estas pocas líneas en lugar de muchas más.
    Sepa, desde luego, que me causará siempre alegría con cada una de sus cartas. Sólo
    habrá de ser indulgente con mis respuestas, que quizás lo dejen a menudo sin nada entre
    las manos. Y es que en realidad, sobre todo ante las cosas más hondas y más
    importantes, nos hallamos en medio de una soledad sin nombre. Para poder aconsejar y,
    más aun, para poder ayudar a otro ser, deben ocurrir y lograrse muchas cosas. Y para
    que se llegue a acertar una sola vez, debe darse toda una constelación de circunstancias
    propicias.
    Sólo dos cosas más querría decirle hoy:
    En primer lugar, algo acerca de la ironía. No se deje dominar por ella, y menos que en
    cualquier otra ocasión, en los momentos de esterilidad. En los que sean fecundos,
    procure aprovecharla como un medio más para comprender la vida. Empleada con
    pureza, también la ironía es pura, y no hay por qué avergonzarse de ella. Pero si usted
    siente que le es ya demasiado familiar y teme su creciente intimidad, vuélvase entonces
    hacia grandes y serios asuntos, ante los cuales ella quedará siempre pequeña y
    desamparada. Busque la profundidad de las cosas: hasta allí nunca logra descender la
    ironía... Y cuando la haya llevado así al borde de lo sublime, averigüe al mismo tiempo
    si ese modo de entender la vida brota de una necesidad propia y esencial. Pues entonces,
    bajo el influjo de las cosas serias, acabará por desprenderse de usted -si es algo
    meramente accidental-; o bien -si es que realmente le pertenece como algo innato-
    cobrará fuerza, y se convertirá en un instrumento serio para incluirse entre los medios
    con que usted habrá de plasmar su arte.
    Lo otro que yo quería decirle es esto: De todos mis libros, muy pocos me son
    imprescindibles. En rigor, sólo dos están siempre entre mis cosas, dondequiera que yo
    me halle. También aquí los tengo conmigo: la Biblia y las obras del poeta danés Jens
    Peter Jacobsen. Se me ocurre pensar si usted las conoce. Puede adquirirlas fácilmente,
    ya que algunas de ellas han sido publicadas -muy bien traducidas por cierto- en la
    "Biblioteca Universal" de las "Ediciones Reclam". Procúrese los Seis cuentos de J. P.
    Jacobsen así como su novela Niels Lyhne, y empiece por leer, en el primer librito, el
    primer cuento, que lleva por título "Mogens": Le sobrecogerá un mundo; la dicha, la
    riqueza, la inconcebible grandiosidad de todo un mundo. Permanezca y viva por algún
    tiempo en estos libros, y aprenda de ellos cuanto le parezca digno de ser aprendido.
    Ante todo, ámelos: su cariño le será pagado miles y miles de veces. Y, cualquiera que
    pueda llegar a ser más adelante el rumbo de su vida, estoy seguro de que ese amor
    cruzará siempre la urdimbre de su existencia, como uno de los hilos más importantes en
    la trama de sus experiencias, de sus desengaños y de sus alegrías.
    Si yo he de decirle quien me enseñó algo acerca del crear, de su esencia, de su
    profundidad y de cuanto en él hay de eterno, sólo puedo citar dos nombres: el del
    grande, muy grande Jacobsen 2 y el de Auguste Rodin 3, el escultor sin par entre todos
    los artistas que viven en la actualidad.
    ¡Que siempre le salga todo bien en sus caminos!

    Su
    Rainer Maria Rilke


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    Mensaje por Maria Lua Mar 9 Ago - 19:19

    III
    Viareggio, cerca de Pisa (Italia), a 23 de abril de 1903


    Me ha causado gran alegría, estimado y distinguido señor, con su carta de Pascua, que
    me revela lo mucho de bueno que tiene usted. La forma en que me habla del grande y
    dilecto arte de Jacobsen me demuestra que no estuve desacertado al querer encaminar su
    vida, con sus múltiples problemas, hacia esa fuente de riqueza y plenitud.
    Ante usted abrirase ahora Niels Lyhne, libro lleno de maravillas y de honduras. Cuanto
    más se lee, más parece que todo está contenido en él: desde el perfume más sutil de la
    vida, hasta el rico e intenso sabor de sus frutos más grávidos. Ahí no hay nada que no
    haya sido captado, comprendido, sentido. Nada que no haya sido descubierto y
    reconocido entre las trémulas resonancias del recuerdo. Ningún suceso vivido, por
    insignificante que parezca, es tenido en poco. El más pequeño lance, el episodio más
    nimio, se desarrolla cual si fuese todo un destino. Y hasta el destino mismo es como un
    tejido amplio y maravilloso, en cuya trama cada hilo es guiado con infinita ternura por
    una mano cariñosa, y colocado a la vera de otro hilo, para ser sostenido y conllevado
    por otros mil.
    Usted sentirá la dicha de leer este libro por primera vez, e irá adelantándose por entre
    sus innumerables sorpresas como en un sueño jamás soñado antes. Mas yo puedo
    asegurarle que siempre se vuelve a pasar con igual asombro a través de tales libros, sin
    que nunca lleguen a desprenderse de su poder prodigioso, ni pierdan nada del mágico
    encanto en que por primera vez envolvieron al lector. Es cada vez más intenso el deleite
    que nos brindan y más honda nuestra gratitud hacia ellos. De algún modo nos volvemos
    mejores y más sencillos en el mirar; se hace también más profunda nuestra fe en la vida,
    y en la vida misma llegamos a ser más venturosos, más nobles.
    Luego debe leer usted el admirable libro que nos cuenta el destino y los anhelos de
    María Grubbe, así como las cartas de Jacobsen, las hojas de su diario, los fragmentos.
    Y, por último, sus versos, que aunque no muy bien traducidos, viven y vibran con
    resonancias infinitas. Le aconsejaría que cuando usted tuviera alguna oportunidad para
    ello, comprara la bella edición de las obras completas de Jacobsen, que contiene todo
    eso. Ha sido publicada una buena traducción en tres tomos por el editor Eugen
    Diederichs de Leipzig; creo que su precio es de cinco o seis marcos por cada tomo.
    Desde luego, con su parecer acerca de Aquí deben florecer rosas, esa obra de
    incomparable finura y forma, tiene usted sin duda toda la razón contra quien escribió el
    prólogo. Deseo que desde ahora y aquí mismo quede formulado este ruego: lea lo
    menos posible trabajos de carácter estético-crítico: o son dictámenes de bandería, que
    por su rigidez y su falta de vida han llegado a petrificarse y a perder todo sentido, o bien
    tan sólo hábiles juegos de palabras, en que prevalece hoy una opinión y mañana la
    contraria. Las obras de arte viven en medio de una soledad infinita, y a nada son menos
    accesibles como a la crítica. Sólo el amor alcanza a comprenderlas y hacerlas suyas:
    sólo él puede ser justo para con ellas. Dese siempre la razón a sí mismo y a su propio
    sentir, frente a todas esas discusiones, glosas o introducciones. Si luego resulta que no
    está en lo cierto, ya se encargará el natural desarrollo de su vida interna de llevarle
    paulatinamente y con el tiempo hacia otros criterios. Deje que sus juicios tengan
    quedamente y sin estorbo alguno su propio desenvolvimiento. Como todo progreso, éste
    ha de surgir desde dentro, desde lo más profundo, sin ser apremiado ni acelerado por
    nada. Todo está en llevar algo dentro hasta su conclusión, y luego darlo a luz; dejar que
    cualquier impresión, cualquier sentimiento en germen, madure por entero en sí mismo,
    en la oscuridad, en lo indecible, inconsciente e inaccesible al propio entendimiento:
    hasta quedar perfectamente acabado, esperando con paciencia y profunda humildad la
    hora del alumbramiento, en que nazca una nueva claridad. Este y no otro es el vivir del
    artista: lo mismo en el entender que en el crear.
    Ahí no cabe medir por el tiempo. Un año no tiene valor y diez años nada son. Ser artista
    es: no calcular, no contar, sino madurar como el árbol que no apremia su savia, mas
    permanece tranquilo y confiado bajo las tormentas de la primavera, sin temor a que tras
    ella tal vez nunca pueda llegar otro verano. A pesar de todo, el verano llega. Pero sólo
    para quienes sepan tener paciencia, y vivir con ánimo tan tranquilo, sereno, anchuroso,
    como si ante ellos se extendiera la eternidad. Esto lo aprendo yo cada día. Lo aprendo
    entre sufrimientos, a los que, por ello, quedo agradecido. ¡La paciencia lo es todo!
    Richard Dehmel 4: Con sus libros -dicho sea de paso, también con el hombre- me
    ocurre esto: En cuanto doy con una de sus bellas páginas, siento siempre temor ante la
    próxima, que tal vez pueda destruirlo todo y trastrocar lo que es digno de aprecio en
    algo indigno. Lo ha caracterizado usted muy bien con las palabras "vivir y crear como
    en celo". Así es: el vivir las cosas como las vive el artista se halla tan increíblemente
    cerca del mundo sexual, del sufrimiento y del goce que éste entraña, que ambos
    fenómenos no son, bien mirados, sino distintas formas de un mismo anhelo, de una
    misma bienandanza. Y si en lugar de celo se pudiera decir "sexo", en el sentido elevado,
    amplio y puro de este concepto, libre y por encima de todas las sospechas con que haya
    podido enturbiarlo algún error o prejuicio dogmático, entonces el arte de Dehmel sería
    grandioso y de infinito valor. Grande es su fuerza poética y tan impetuosa como un
    impulso instintivo. Lleva en sí ritmos propios, libres de prejuicios y miramientos, y sale
    brotando de él cual de montañas en erupción.
    Sin embargo, no parece que esta fuerza sea siempre del todo sincera, ni esté desprendida
    de toda afectación. (Pero en ello, por cierto, está una de las pruebas más duras,
    impuestas al genio creador, que debe permanecer siempre inconsciente de su propia
    valía, sin sospechar siquiera sus mejores virtudes, so pena de hacerles perder su candor
    y su pureza). Además, cuando esa fuerza del poeta, atravesando tumultuosamente todo
    su ser, alcanza los dominios del sexo, ya no encuentra al hombre tan puro como ella lo
    necesitaría. Pues ahí no hay un mundo sexual del todo maduro, puro, sino un mundo
    que no es bastante humano, que solo es masculino; que es celo, ebriedad, juicios y
    orgullos, con que el hombre ha desfigurado y gravado el amor. Por amar meramente
    como hombre y no como humano, hay en su modo de sentir el sexo algo estrecho,
    salvaje en apariencia, lleno de rencor y malquerer; algo meramente transitorio y falto de
    contenido eterno, que rebaja su arte, volviéndolo ambiguo y dudoso. De este arte, que
    no está sin mácula y lleva marcado el estigma del tiempo y de la pasión, poca cosa
    podrá subsistir y perdurar. (Esto mismo ocurre con casi todo arte). No obstante,
    podemos complacernos hondamente en cuanto ahí hay de grande. Sólo hay que procurar
    no perderse ni volverse partidario de ese mundo dehmeliano, tan lleno de angustias
    infinitas, confusión y desorden, que dista mucho de los destinos verdaderos. Estos hacen
    sufrir más que esas tribulaciones pasajeras; en cambio, dan mayor oportunidad para
    llegar a lo sublime y más valor para alcanzar lo eterno.
    En cuanto a mis propios libros, mi mayor gusto sería enviarle todos los que pudieran
    causarle alguna alegría. Pero soy muy pobre, y mis libros, una vez publicados, ya no me
    pertenecen. Ni siquiera los puedo comprar para darlos, como a menudo sería mi deseo, a
    quienes sabrían acogerlos con amor. Por esto le indico en una cuartilla los títulos y los
    editores de mis libros últimamente publicados -de los más recientes, se entiende, pues
    entre todos son ya unos doce o trece los que he dado a la imprenta-, y debo, estimado
    señor, dejar a su voluntad el encargar alguno de ellos, cuando se le presente la ocasión.
    Me es grato saber que mis libros están con usted. Adiós.

    Su
    Rainer Maria Rilke



    *********************************


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 10 Ago - 8:17

    TENGO UN PAR DE LIBROS DE RILKE. CALIDAD FUERA DE LO COMÚN.


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     ISRAEL: ¡GENOCIDA! LA HISTORIA HABRÁ DE LLEVARLOS ANTE LA CORTE PENAL INTERNACIONAL POR CONTINUADOS CRÍMMENES DE GUERRA
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    Rainer Maria Rilke (1895-1926) Empty Re: Rainer Maria Rilke (1895-1926)

    Mensaje por Maria Lua Sáb 24 Sep - 17:26

    IV

    Worpswede5

    , cerca de Bremen, a 16 de julio de 1903


    He abandonado París hace unos días, por cierto bastante enfermo y cansado, para
    acogerme a esta gran llanura norteña, que con su amplitud, su calma y su cielo, ha de
    devolverme la salud. Pero aquí he venido a caer bajo una lluvia persistente hasta hoy,
    que es cuando empieza a escampar un poco sobre esta comarca, sin sosiego azotada por
    los vientos. Aprovecho, estimado señor, este primer momento de claridad, para
    saludarle.

    Mi querido señor Kappus: he dejado mucho tiempo sin respuesta una carta suya. No
    porque la hubiese olvidado. Al contrario: es una de esas cartas que nos agrada releer
    cuando volvemos a encontrarlas entre otras, y en ella le reconocí a usted como desde
    muy cerca. Me refiero a su carta del 2 de mayo, que seguramente recordará. Cuando la
    leo, como ahora, en medio del gran silencio de estas lejanías, su bella inquietud por la
    vida me causa una emoción aun más intensa que la que sentí ya en París, donde todo
    suena de otro modo y acaba por perderse, desvaneciéndose entre el enorme estruendo
    que allí hace retemblar todas las cosas. Aquí, rodeado de un imponente paisaje batido
    por los vientos que los mares le envían, siento que a esas preguntas e inquietudes, que
    por sí mismas y allá en sus profundidades tienen vida propia, nadie puede contestarle.
    Pues aún los mejores yerran con sus palabras, cuando éstas han de expresar algo en
    extremo sutil y casi inefable.

    Creo, sin embargo, que usted no ha de quedar sin solución si sabe atenerse a unas cosas
    que se parezcan a éstas en que ahora se recrean mis ojos. Si se atiene a la naturaleza, a
    lo que hay de sencillo en ella; a lo pequeño que apenas se ve y que tan
    improvisadamente puede llegar a ser grande, inmenso; si siente este cariño hacia las
    cosas ínfimas y, con toda sencillez, como quien presta un servicio, trata de ganar la
    confianza de lo que parece pobre, entonces todo se tornará más fácil, más armonioso, de
    algún modo más avenible. Tal vez no en el ámbito de la razón, que, asombrada, se
    queda atrás, pero sí en lo más hondo de su conocimiento, en el constante velar de su
    alma, en su más íntimo saber.

    Por ser usted tan joven, estimado señor, y por hallarse tan lejos aún de todo comienzo,
    yo querría rogarle, como mejor sepa hacerlo, que tenga paciencia frente a todo cuanto
    en su corazón no esté todavía resuelto. Y procure encariñarse con las preguntas mismas,
    como si fuesen habitaciones cerradas o libros escritos en un idioma muy extraño. No
    busque de momento las respuestas que necesita. No le pueden ser dadas, porque usted
    no sabría vivirlas aún -y se trata precisamente de vivirlo todo. Viva usted ahora sus
    preguntas.

    Tal vez, sin advertirlo siquiera, llegue así a internarse poco a poco en la
    respuesta anhelada y, en algún día lejano, se encuentre con que ya la está viviendo
    también. Quizás lleve usted en sí la facultad de crear y de plasmar, que es un modo de
    vivir privilegiadamente feliz y puro. Edúquese a sí mismo para esto, pero acoja cuanto
    venga luego, con suma confianza. Y siempre que ello proceda de su propia voluntad o
    de algún hondo menester, écheselo a cuestas sin renegar de nada.

    El sexo es una dura y difícil carga, sí, pero es precisamente duro y difícil 7
    cuanto nos ha
    sido encomendado. Casi todo lo que es serio es también arduo, y todo es serio... Con tal
    que usted reconozca esto y, por sí mismo, conforme a su peculiar modo de ser y a sus
    aptitudes, merced a su infancia, a su experiencia y a sus propias fuerzas, llegue a
    conseguir y a mantener con el sexo una relación del todo propia y personal, libre de la
    influencia que por lo común ejercen convencionalismos y costumbres, ya no debe temer
    entonces ni el perderse a sí mismo, ni el hacerse indigno de su más preciado bien.
    El goce propio del sexo es una emoción sensual como el simple mirar. O como la mera
    sensación que colma la lengua mientras saborea una hermosa fruta. Es una experiencia
    grande, infinita, que nos es regalada. Un conocer del mundo, la plenitud y el esplendor
    de todo saber... Y lo malo no está en vivir esta experiencia, sino en que casi todos
    abusen de ella y la malgasten. Empleándola como incentivo y esparcimiento en los
    momentos de mayor lasitud, en vez de vivirla con recogimiento para alcanzar sublimes
    culminaciones. También del comer, por cierto, han hecho los hombres otra cosa. Por un
    lado la miseria, por otro la opulencia excesiva, han empañado la nitidez de este
    menester. De modo parecido se enturbiaron también los profundos y sencillos
    menesteres. en virtud de los cuales la vida se renueva. Pero cada individuo, para sí
    mismo, puede tratar de devolverles su pureza, viviéndolos con límpida sencillez. Si esto
    no está al alcance de cualquier individuo -porque cada cual depende demasiado de
    otros-, sí está al alcance del hombre solitario. Puede éste recordar que tanto en las
    plantas como en los animales, toda belleza es una callada y persistente forma de amor y
    anhelo. Puede también ver a los animales como ve a las plantas: uniéndose,
    multiplicándose y creciendo, no por ningún placer ni por ningún sufrimiento físico, sino
    doblegándose ante necesidades más grandes que el goce y el dolor, más poderosas que
    toda voluntad y que toda resistencia. ¡Oh, si el hombre pudiese acoger con ánimo más
    humilde y llevar con mayor seriedad este misterio, del que está llena la tierra hasta en
    sus cosas más pequeñas! ¡Y lo soportara, sintiendo cuán terrible y agobiante es su peso,
    en vez de tomarlo a la ligera! ¡Y se inclinara con profunda veneración ante su propia
    fecundidad, que es una sola! ¡Tanto si parece espiritual como si parece material! Pues
    también el crear del espíritu arranca del mundo físico. Es de su misma esencia y como
    una reproducción más sutil, más arrobadora y más perenne del goce carnal.
    "La idea de ser creador, de engendrar, de dar forma y vida" nada es sin su amplia,
    perpetua confirmación y realización en el universo. Nada sin el ascenso que, de mil
    modos repetido, emana de los animales y de las cosas. Y si su disfrute resulta
    indeciblemente bello y rico, es sólo porque está pleno de recuerdos heredados de los
    engendramientos y partos de millones de seres que nos precedieron... En un
    pensamiento creador reviven miles y miles de noches de amor olvidadas, que lo llenan
    de nobleza y celsitud. Y los que en las noches se juntan, entrelazados y
    voluptuosamente mecidos en su amor, llevan a cabo una empresa muy seria, y atesoran
    dulzuras, hondura y fuerza para el himno de algún poeta venidero, que un día se alzará
    para cantar inefables delicias. Así llaman al porvenir. Y aun cuando yerren, aun cuando
    sean ciegos sus abrazos, el porvenir llega. Surge un nuevo ser, y en el ámbito del acaso
    que ahí parece haberse consumado, despierta la ley en virtud de la cual un germen de
    vida vigoroso y resistente irrumpe con ímpetu, haciéndose paso hacia el óvulo que,
    abierto, sale a su encuentro. No se deje engañar por lo que aparezca en la superficie. En
    las profundidades es donde todo se vuelve ley. Y aquellos que vivan falsa y torpemente
    ese misterio -son muchísimos-, sólo para sí mismos lo pierden. Pues, con todo, lo
    retransmiten como un mensaje cerrado, sin llegar a conocerlo. Tampoco debe
    desconcertarse ante la multiplicidad de los nombres, ni ante la complejidad de las cosas.
    Quizás haya por encima de todo una gran maternidad como anhelo común... La
    hermosura de una virgen, es decir, de un ser que -como usted lo define con tan bellas
    palabras- "no ha dado aún nada de sí", es maternidad que se presiente a sí misma, y se
    prepara temerosa y anhelante: Y la belleza de la madre es maternidad empeñada en su
    servidumbre: Y en la mujer anciana perdura una gran remembranza.
    Yo creo que también en el hombre hay maternidad. Tanto en su espíritu como en su
    cuerpo. Pues su modo de engendrar es así mismo una especie de parto. También es
    parto cuando crea al impulso de una íntima plenitud. Acaso haya entre los sexos mayor
    grado de parentesco y afinidad que el que se supone comúnmente. Y la gran
    Renovación del mundo consistirá quizás en que el hombre y la mujer, una vez libres de
    todo falso sentir y de todo hastío, ya no se buscarán mutuamente como seres opuestos y
    contrarios, sino como hermanos y allegados. Uniéndose como humanos, para
    sobrellevar juntos, con seriedad, sencillez y paciencia, el arduo sexo que les ha sido
    impuesto.
    Pero todo cuanto tal vez algún día llegue a ser asequible para muchos, lo puede aprestar
    ya desde ahora el hombre solitario, edificándolo con sus manos que yerran menos. Por
    eso, estimado señor, ame su soledad y soporte el sufrimiento que le causa, profiriendo
    su queja con acentos armoniosos. Si, como dice, siente que están lejos de usted los seres
    más allegados, es señal de que ya comienza a ensancharse el ámbito en derredor suyo. Y
    si lo cercano se halla tan lejos, es que la amplitud de su vida ha crecido mucho y alcanza
    ya las estrellas. Alégrese de su propio crecimiento, en el cual, por cierto, a nadie puede
    llevarse consigo. Y sea bueno con cuantos se queden rezagados, permaneciendo seguro
    y tranquilo ante ellos, sin atormentarlos con sus dudas ni asombrarles con su firme
    confianza en sí mismo, o con su alegría, que ellos no sabrían comprender. Trate de
    conseguir algún modo de convivencia con ellos. Un algo común, que sea sencillo,
    modesto, sincero, que no tenga necesidad de alterarse, aunque usted siga
    transformándose más y más cada día. Ame la vida que en ellos se manifiesta en forma
    extraña a la suya propia. Y sea indulgente con aquellos que van envejeciendo, y temen
    la soledad en que usted tanto confía. Evite enconar con nuevos motivos el drama
    siempre tenso entre padres e hijos, que en los jóvenes consume muchas fuerzas, y en los
    ancianos corroe ese cariño que siempre obra y da su calor, aun cuando no comprenda...
    No les pida consejo, ni cuente con su comprensión. Pero tenga fe en un amor que le
    queda reservado como una herencia, y abrigue la certeza de que hay en este amor una
    fuerza y también una bendición, de cuyo ámbito no necesita usted salirse para llegar
    muy lejos. *
    Está bien que, por de pronto, desemboque en una carrera que le vuelva independiente y
    le confiera completa autonomía en todos los sentidos. Aguarde con paciencia hasta
    poder averiguar si su vida íntima se siente limitada y cohibida por las formas propias de
    esta profesión. 8
    Yo la tengo por muy difícil y llena de exigencias, porque está gravada
    de muchos y grandes convencionalismos. Y porque en ella hay apenas cabida para una
    concepción personal de sus cometidos. Pero su soledad, aun en medio de circunstancias
    extrañas a su modo de ser, le servirá de sostén y de hogar. Y desde ahí podrá usted
    descubrir todos sus caminos.
    Mis mejores votos se hallan prontos a acompañarle, y mi confianza está con usted.


    Su


    Rainer María Rilke



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    Rainer Maria Rilke (1895-1926) Empty Re: Rainer Maria Rilke (1895-1926)

    Mensaje por Maria Lua Dom 16 Oct - 13:02

    V
    Roma, 29 de octubre de 1903

    Estimado señor :

    Su carta del 29 de agosto la recibí ya en Florencia, y apenas ahora, después de dos
    meses, le hablo de ella. Le ruego me perdone esta demora, pero es que cuando estoy de
    viaje no me agrada escribir cartas. Para ello necesito algo más que los avíos
    imprescindibles: un poco de calma y de soledad, y también alguna hora que no sea
    demasiado extraña a mi íntimo sentir.

    Llegamos a Roma hace unas seis semanas, en época en que aun era la Roma desierta,
    calurosa y malfamada por sus fiebres. Esta circunstancia, junto con otras dificultades de
    orden práctico, relativos a nuestra instalación, contribuyó a que nuestro desasosiego
    pareciera no querer acabar nunca, y nos agobiara la estancia en país extraño,

    haciéndonos sentir el peso del vivir sin hogar, como en destierro. A esto hay que añadir
    que Roma, en los primeros días -cuando no se conoce aún-, infunde en los ánimos una
    melancolía que abruma por ese ambiente de museo, exánime y triste, que aquí se
    respira. Por la profusión de glorias pasadas que se sacan a relucir y a duras penas se
    mantienen en pie, mientras de ellas se nutre un presente mezquino. Y también por esa
    desmedida valoración -que fomentan eruditos y filólogos y remedan los rutinarios
    visitantes de Italia- de tantas cosas desfiguradas y gastadas, que, en realidad, no son sino
    restos casuales de otra época y de una vida que ni es ni ha de ser la nuestra.

    Por fin, tras varias semanas de brega diaria en actitud defensiva, vuelve uno, si bien algo
    aturdido aún, a encontrarse a sí mismo, y piensa: No, aquí no hay más belleza que en
    cualquier otro sitio. Y todas estas cosas que generaciones tras generaciones han seguido
    admirando, y que torpes manos de peones han ido rehaciendo y completando, nada
    significan, nada son, no tienen alma ni valor alguno. Sin embargo, hay aquí mucha
    belleza, porque en todas partes la hay. Aguas rebosantes de vida infinita vienen
    afluyendo por los antiguos acueductos a la gran urbe y, en múltiples plazas, saltan y
    bailan en conchas de piedra blanca, para derramarse y esparcirse luego en anchos y
    espaciosos estanques, musitando de día y alzando su murmullo en la noche, que aquí es
    grandiosa y estrellada, y suave por el hálito de los vientos que la orean.

    "Aquí hay también jardines, inolvidables alamedas y escalinatas, ideadas éstas por
    Miguel Ángel a semejanza de las aguas que se deslizan y caen en cascadas de amplio
    declive, naciendo cada grada de otra grada, como una onda nace de otra onda. Merced a
    tales impresiones, logramos recogernos y recobrarnos, librándonos de lo mucho que
    aquí hay de presuntuoso y hablador; ¡y cuánto había!... De este modo aprendemos
    despacio a discernir las muy pocas cosas en que perdura algo eterno, digno de nuestro
    amor, y alguna soledad, de la cual podemos participar quedamente.

    Aun habito en la ciudad, junto al Capitolio, no muy lejos de la más bella estatua
    ecuestre que nos haya quedado bien conservada del arte romano: la de Marco Aurelio.
    Pero dentro de pocas semanas me alojaré en un cuarto silencioso y sencillo, antigua
    galería perdida en lo más recóndito de un gran parque y oculta a la ciudad, a su bullicio
    y a sus azares. Ahí permaneceré durante todo el invierno, gozando de esa gran quietud,
    de la cual espero el regalo de algunas horas buenas y fecundas.

    Desde allí, donde me será ya más fácil sentirme como en mi propia casa, le escribiré una
    carta más extensa, y en ella volveré aún a hablarle de la suya. Hoy sólo he de decirle -y
    quizás sea un error el no haberlo hecho antes- que no ha llegado aquí el libro anunciado
    en su carta, en el cual habían de venir insertos algunos trabajos suyos. ¿Le habrá sido
    devuelto desde Worpswede, ya que no está permitido reexpedir paquetes al exterior?

    Esta probabilidad sería sin duda la más favorable, y me agradaría saberla confirmada.
    ¡Ojalá no se trate de una pérdida, que, desafortunadamente, lo sería por cierto nada
    excepcional, dadas las condiciones que imperan en el servicio de correos italiano!
    También ese libro, como todo cuanto me dé alguna señal de usted, lo habría recibido
    con agrado; y los versos que hayan surgido entretanto, los leeré. siempre, si usted me
    los confía, y volveré a leerlos, a sentirlos, a vivirlos, tan bien y tan entrañablemente
    como yo sepa hacerlo.

    Con mis mejores deseos y saludos,

    Su
    Rainer María Rilke



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    Rainer Maria Rilke (1895-1926) Empty Re: Rainer Maria Rilke (1895-1926)

    Mensaje por Maria Lua Dom 13 Nov - 17:05

    V
    Roma, 29 de octubre de 1903

    Estimado señor :

    Su carta del 29 de agosto la recibí ya en Florencia, y apenas ahora, después de dos
    meses, le hablo de ella. Le ruego me perdone esta demora, pero es que cuando estoy de
    viaje no me agrada escribir cartas. Para ello necesito algo más que los avíos
    imprescindibles: un poco de calma y de soledad, y también alguna hora que no sea
    demasiado extraña a mi íntimo sentir.

    Llegamos a Roma hace unas seis semanas, en época en que aun era la Roma desierta,
    calurosa y malfamada por sus fiebres. Esta circunstancia, junto con otras dificultades de
    orden práctico, relativos a nuestra instalación, contribuyó a que nuestro desasosiego
    pareciera no querer acabar nunca, y nos agobiara la estancia en país extraño,

    haciéndonos sentir el peso del vivir sin hogar, como en destierro. A esto hay que añadir
    que Roma, en los primeros días -cuando no se conoce aún-, infunde en los ánimos una
    melancolía que abruma por ese ambiente de museo, exánime y triste, que aquí se
    respira. Por la profusión de glorias pasadas que se sacan a relucir y a duras penas se
    mantienen en pie, mientras de ellas se nutre un presente mezquino. Y también por esa
    desmedida valoración -que fomentan eruditos y filólogos y remedan los rutinarios
    visitantes de Italia- de tantas cosas desfiguradas y gastadas, que, en realidad, no son sino
    restos casuales de otra época y de una vida que ni es ni ha de ser la nuestra.

    Por fin, tras varias semanas de brega diaria en actitud defensiva, vuelve uno, si bien algo
    aturdido aún, a encontrarse a sí mismo, y piensa: No, aquí no hay más belleza que en
    cualquier otro sitio. Y todas estas cosas que generaciones tras generaciones han seguido
    admirando, y que torpes manos de peones han ido rehaciendo y completando, nada
    significan, nada son, no tienen alma ni valor alguno. Sin embargo, hay aquí mucha
    belleza, porque en todas partes la hay. Aguas rebosantes de vida infinita vienen
    afluyendo por los antiguos acueductos a la gran urbe y, en múltiples plazas, saltan y
    bailan en conchas de piedra blanca, para derramarse y esparcirse luego en anchos y
    espaciosos estanques, musitando de día y alzando su murmullo en la noche, que aquí es
    grandiosa y estrellada, y suave por el hálito de los vientos que la orean.

    "Aquí hay también jardines, inolvidables alamedas y escalinatas, ideadas éstas por
    Miguel Ángel a semejanza de las aguas que se deslizan y caen en cascadas de amplio
    declive, naciendo cada grada de otra grada, como una onda nace de otra onda. Merced a
    tales impresiones, logramos recogernos y recobrarnos, librándonos de lo mucho que
    aquí hay de presuntuoso y hablador; ¡y cuánto había!... De este modo aprendemos
    despacio a discernir las muy pocas cosas en que perdura algo eterno, digno de nuestro
    amor, y alguna soledad, de la cual podemos participar quedamente.

    Aun habito en la ciudad, junto al Capitolio, no muy lejos de la más bella estatua
    ecuestre que nos haya quedado bien conservada del arte romano: la de Marco Aurelio.
    Pero dentro de pocas semanas me alojaré en un cuarto silencioso y sencillo, antigua
    galería perdida en lo más recóndito de un gran parque y oculta a la ciudad, a su bullicio
    y a sus azares. Ahí permaneceré durante todo el invierno, gozando de esa gran quietud,
    de la cual espero el regalo de algunas horas buenas y fecundas.

    Desde allí, donde me será ya más fácil sentirme como en mi propia casa, le escribiré una
    carta más extensa, y en ella volveré aún a hablarle de la suya. Hoy sólo he de decirle -y
    quizás sea un error el no haberlo hecho antes- que no ha llegado aquí el libro anunciado
    en su carta, en el cual habían de venir insertos algunos trabajos suyos. ¿Le habrá sido
    devuelto desde Worpswede, ya que no está permitido reexpedir paquetes al exterior?

    Esta probabilidad sería sin duda la más favorable, y me agradaría saberla confirmada.
    ¡Ojalá no se trate de una pérdida, que, desafortunadamente, lo sería por cierto nada
    excepcional, dadas las condiciones que imperan en el servicio de correos italiano!
    También ese libro, como todo cuanto me dé alguna señal de usted, lo habría recibido
    con agrado; y los versos que hayan surgido entretanto, los leeré. siempre, si usted me
    los confía, y volveré a leerlos, a sentirlos, a vivirlos, tan bien y tan entrañablemente
    como yo sepa hacerlo.

    Con mis mejores deseos y saludos,

    Su
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    Mensaje por Maria Lua Sáb 26 Nov - 1:17

    V


    Roma, 29 de octubre de 1903

    Estimado señor
    :
    Su carta del 29 de agosto la recibí ya en Florencia, y apenas ahora, después de dos
    meses, le hablo de ella. Le ruego me perdone esta demora, pero es que cuando estoy de
    viaje no me agrada escribir cartas. Para ello necesito algo más que los avíos
    imprescindibles: un poco de calma y de soledad, y también alguna hora que no sea
    demasiado extraña a mi íntimo sentir.
    Llegamos a Roma hace unas seis semanas, en época en que aun era la Roma desierta,
    calurosa y malfamada por sus fiebres. Esta circunstancia, junto con otras dificultades de
    orden práctico, relativos a nuestra instalación, contribuyó a que nuestro desasosiego
    pareciera no querer acabar nunca, y nos agobiara la estancia en país extraño,
    haciéndonos sentir el peso del vivir sin hogar, como en destierro. A esto hay que añadir
    que Roma, en los primeros días -cuando no se conoce aún-, infunde en los ánimos una
    melancolía que abruma por ese ambiente de museo, exánime y triste, que aquí se
    respira. Por la profusión de glorias pasadas que se sacan a relucir y a duras penas se
    mantienen en pie, mientras de ellas se nutre un presente mezquino. Y también por esa
    desmedida valoración -que fomentan eruditos y filólogos y remedan los rutinarios
    visitantes de Italia- de tantas cosas desfiguradas y gastadas, que, en realidad, no son sino
    restos casuales de otra época y de una vida que ni es ni ha de ser la nuestra.
    Por fin, tras varias semanas de brega diaria en actitud defensiva, vuelve uno, si bien algo
    aturdido aún, a encontrarse a sí mismo, y piensa: No, aquí no hay más belleza que en
    cualquier otro sitio. Y todas estas cosas que generaciones tras generaciones han seguido
    admirando, y que torpes manos de peones han ido rehaciendo y completando, nada
    significan, nada son, no tienen alma ni valor alguno. Sin embargo, hay aquí mucha
    belleza, porque en todas partes la hay. Aguas rebosantes de vida infinita vienen
    afluyendo por los antiguos acueductos a la gran urbe y, en múltiples plazas, saltan y
    bailan en conchas de piedra blanca, para derramarse y esparcirse luego en anchos y
    espaciosos estanques, musitando de día y alzando su murmullo en la noche, que aquí es
    grandiosa y estrellada, y suave por el hálito de los vientos que la orean.
    "Aquí hay también jardines, inolvidables alamedas y escalinatas, ideadas éstas por
    Miguel Ángel a semejanza de las aguas que se deslizan y caen en cascadas de amplio
    declive, naciendo cada grada de otra grada, como una onda nace de otra onda. Merced a
    tales impresiones, logramos recogernos y recobrarnos, librándonos de lo mucho que
    aquí hay de presuntuoso y hablador; ¡y cuánto había!... De este modo aprendemos
    despacio a discernir las muy pocas cosas en que perdura algo eterno, digno de nuestro
    amor, y alguna soledad, de la cual podemos participar quedamente.
    Aun habito en la ciudad, junto al Capitolio, no muy lejos de la más bella estatua
    ecuestre que nos haya quedado bien conservada del arte romano: la de Marco Aurelio.
    Pero dentro de pocas semanas me alojaré en un cuarto silencioso y sencillo, antigua
    galería perdida en lo más recóndito de un gran parque y oculta a la ciudad, a su bullicio
    y a sus azares. Ahí permaneceré durante todo el invierno, gozando de esa gran quietud,
    de la cual espero el regalo de algunas horas buenas y fecundas.
    Desde allí, donde me será ya más fácil sentirme como en mi propia casa, le escribiré una
    carta más extensa, y en ella volveré aún a hablarle de la suya. Hoy sólo he de decirle -y
    quizás sea un error el no haberlo hecho antes- que no ha llegado aquí el libro anunciado
    en su carta, en el cual habían de venir insertos algunos trabajos suyos. ¿Le habrá sido
    devuelto desde Worpswede, ya que no está permitido reexpedir paquetes al exterior?
    Esta probabilidad sería sin duda la más favorable, y me agradaría saberla confirmada.
    ¡Ojalá no se trate de una pérdida, que, desafortunadamente, lo sería por cierto nada
    excepcional, dadas las condiciones que imperan en el servicio de correos italiano!
    También ese libro, como todo cuanto me dé alguna señal de usted, lo habría recibido
    con agrado; y los versos que hayan surgido entretanto, los leeré. siempre, si usted me
    los confía, y volveré a leerlos, a sentirlos, a vivirlos, tan bien y tan entrañablemente
    como yo sepa hacerlo.


    Con mis mejores deseos y saludos,
    Su
    Rainer María Rilke




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    Rainer Maria Rilke (1895-1926) Empty Re: Rainer Maria Rilke (1895-1926)

    Mensaje por Amalia Lateano Sáb 26 Nov - 1:32

    He vuelto a mi infancia. Donde las Frases del Poeta
    se desgranaban en la voz de mi padre...

    "!La belleza no es más que los principios del terror, que aún somos capaces de soportar, y estamos tan impresionados porque serenamente desdeñamos aniquilarnos."

    Gracias por revivir , María Lua, esos momentos tan gratosd!!

    Besos

    Amalia
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    Rainer Maria Rilke (1895-1926) Empty Re: Rainer Maria Rilke (1895-1926)

    Mensaje por Maria Lua Sáb 26 Nov - 1:36

    VI

    Roma, 23 de diciembre de 1903

    Estimado señor Kappus:

    No ha de quedar sin mi saludo, ahora que llegan las Navidades, y que en medio de
    tantas fiestas debe pesarle su soledad más aún que de costumbre. Pero si siente que esta
    soledad es grande, alégrese. Pues -así ha de preguntárselo a sí mismo- ¿que sería una
    soledad que no tuviera su grandeza? Sólo hay una soledad. Es grande y difícil de
    soportar. Y casi a todos nos llegan horas en que de buen grado la cederíamos a trueque
    de cualquier convivencia. Por muy trivial y mezquina que fuere. Hasta por la mera
    ilusión de una ínfima coincidencia con cualquier otro ser. Con el primero que se
    presente, aunque resulte tal vez el menos digno. Mas acaso sean éstas, precisamente, las
    horas en que la soledad crece, pues su desarrollo es doloroso como el crecimiento de los
    niños y triste como el comienzo de la primavera. Ello, sin embargo, no debe
    desconcertarle, pues lo único que por cierto hace falta es esto: Soledad, grande, íntima
    soledad. Adentrarse en sí mismo, y, durante horas y horas, no encontrar a nadie... Esto
    es lo que importa saber conseguir. Estar solos como estuvimos solos cuando niños,
    mientras en derredor nuestro iban los mayores de un lado para otro, enredados en cosas
    que parecían importantes y grandes, sólo porque ellos se mostraban atareados, y porque
    nosotros nada entendíamos de sus quehaceres.
    Ahora bien: si un día se acaba por descubrir cuán pobres son sus ocupaciones, y se echa
    de ver que sus profesiones están yertas y faltas ya de todo nexo con la vida, ¿por qué no
    seguir entonces mirando todo eso con los ojos de la infancia, como si fuese algo
    extraño? ¿Por qué no mirarlo todo desde la profundidad de nuestro propio mundo, desde
    las extensas regiones de nuestra propia soledad, que es también trabajo y dignidad y
    oficio? ¿Por qué empeñarse en querer cambiar el sabio no-entender del niño por un
    espíritu constantemente en guardia y lleno de desprecio frente a los demás, ya que no
    comprender es estar solo, mientras defenderse y despreciar equivale a tomar parte en
    aquello de lo cual uno quiere precisamente desligarse por tales medios?
    Piense, muy estimado señor, en el mundo que lleva en sí mismo, y dé a este pensar el
    nombre que guste. Así sea recuerdo de la propia infancia, o anhelo del propio porvenir.
    Sobre todo, permanezca siempre atento a cuanto se alce en su alma, y póngalo por
    encima de todo lo que perciba en torno suyo. Siempre ha de merecer todo su amor
    cuanto acontezca en lo más íntimo de su ser. En ello debe usted laborar de algún modo,
    y no perder demasiado tiempo ni demasiado ánimo en esclarecer su posición frente a sus
    semejantes. ¿Hay acaso quien pueda asegurarle que usted tiene siquiera posición
    alguna?
    Ya sé, su carrera 9
    es para usted dura y llena de cosas que se hallan en contradicción con
    su modo de ser. Yo preveía su queja y sabía que no dejaría de llegar. Ahora que ha
    llegado, no sé cómo aquietarla. Sólo puedo aconsejarle que considere si todas las
    profesiones no son también así: llenas de exigencias y de hostilidad para cada individuo
    y, en cierto modo, saturadas del odio de cuantos se han conformado, mudos y huraños
    en su sordo rencor, con el cumplimiento de un deber insulso y gris, falto de toda
    ilusión... 10 La posición en que ha de vivir ahora no se halla más gravada de
    convencionalismos, prejuicios y errores, que cualquier otro estado. Si bien hay algunos
    que hacen alarde de mayor libertad, no existe de veras ninguno que por dentro sea
    desahogado y amplio, y tenga relación con las grandes cosas en que consiste la
    verdadera vida. Únicamente el hombre solitario está sometido, cual una cosa, a las leyes
    profundas de la naturaleza. Y cuando uno sale al encuentro de la naciente mañana, o con
    su mirada penetra en la noche preñada de aconteceres, sintiendo cuanto ahí acaece,
    entonces despréndese de él, cual de un muerto, toda condición, aunque él se halle en
    medio del más puro vivir.
    Lo que usted, muy estimado señor Kappus, ha de sentir ahora como militar, lo habría
    sentido de modo parecido en cualquier otra carrera. Y aun cuando, fuera de todo cargo y
    empleo, hubiese procurado mantener con la sociedad tan sólo una tenue forma de
    contacto, que dejase a salvo su independencia, no por eso le habría sido ahorrado el
    sentirse cohibido. En todas partes ocurre lo mismo, pero esto no ha de ser motivo para
    sentir angustia ni tristeza. Si no hay nada de común entre usted y los hombres, procure
    vivir cerca de las cosas. Ellas no le abandonarán. Aun hay noches y vientos que van por
    entre los árboles y por encima de muchas tierras. Aun, en cosas y animales, está todo
    lleno de acaeceres que usted puede compartir. Y también los niños siguen siendo
    todavía como usted fue de niño: tan tristes y tan felices. En cuanto usted piense en su
    propia infancia, volverá a vivir entre ellos, entre los niños solitarios. Y entonces las
    personas mayores ya no significarán nada, ni tendrá valor alguno toda su dignidad.
    Si le angustia y le tortura el pensar en la infancia, en la sencillez y quietud que con ella
    van enlazadas -porque usted ya no sabe creer en Dios, que está presente en todo ello-,
    pregúntese entonces a sí mismo, querido amigo, si es que de veras ha perdido a Dios.
    ¿No será más cierto que nunca lo ha poseído aún? Pues ¿cuándo habría podido ser?
    ¿Cree usted que un niño pueda tenerle a Él, a quien sólo con gran esfuerzo logran llevar
    los que ya son hombres, y cuyo peso doblega a los ancianos? ¿Cree usted que si alguien
    lo poseyera de verdad, podría jamás perderle como se pierde una piedrecita? ¿No le
    parece mas bien, como a mí, que quien lo poseyese, ya sólo podría ser perdido por Él?...
    Ahora bien: si usted reconoce que Él nunca se halló en su infancia, y que antes tampoco
    fue; si llega a sospechar que Cristo fue deslumbrado por su inmenso anhelo, y Mahoma
    engañado por su gran orgullo; si con espanto siente que tampoco ahora está presente, en
    este mismo instante en que de Él estamos hablando, ¿con qué derecho pretende entonces
    echarlo de menos, a Él que nunca fue, como a un ser que hubiese pasado y
    desaparecido? ¿Y qué le autoriza a buscarlo como si se hubiera perdido? ¿Por qué no
    piensa más bien que Él es Aquél que aun ha de venir, el que desde hace una eternidad
    está por llegar: El Venidero 11, fruto supremo de un árbol cuyas hojas somos nosotros?
    ¿Qué le impide proyectar Su nacimiento hacia los tiempos por venir? Y ¿qué le priva de
    vivir su propia vida, como se vive un día doloroso y bello en la larga historia de una
    magna preñez? ¿No ve cómo todo cuanto acontece es siempre un comienzo? Y ¿no
    podría ser esto el principio de Él, ya que todo comenzar es en sí tan bello? Si Él es El
    Más Perfecto, ¿no ha de precederle forzosamente algo menos grande, para que Él pueda
    elegir su propio ser de entre la plenitud y la abundancia? ¿No debe Él ser El Último,
    para poder abarcarlo todo en sí mismo? ¿Qué sentido tendría nuestra existencia si Aquél
    a quien anhelamos hubiera sido ya?...
    Así como las abejas liban y juntan la miel también nosotros extraemos de todo lo más
    dulce para edificarlo a Él. Podemos iniciarlo también con lo ínfimo. Con lo que menos
    presencia tenga: siempre que suceda por amor. Con el trabajo y luego con el reposo.
    Con un silencio. Con una pequeña y solitaria alegría. Con todo cuanto realicemos solos,
    sin partícipes ni seguidores, iniciamos a Aquél que no alcanzaremos a conocer, como
    tampoco nuestros antepasados pudieron conocernos a nosotros. Sin embargo, esos que
    hace tanto tiempo pasaron, están aún dentro de nosotros. Como depósito, herencia y
    fundamento. Como carga que pesa sobre nuestro destino. Como sangre que bulle, y
    como ademán que se alza desde las profundidades del tiempo. ¿Hay algo que logre
    arrebatarle la esperanza de llegar algún día a estar del mismo modo en Él, que es El Más
    Lejano, El Supremo?...
    Celebre, estimado señor Kappus, las Navidades con el piadoso sentimiento de que Él,
    para poder empezar, necesite tal vez de esta misma angustia que usted abriga frente a la
    vida. Precisamente estos días de transición son quizás la época en que todo en usted
    labora para moldearle a Él, como también antes, cuando niño, trabajó ya, anhelante, en
    darle forma. Tenga paciencia y serenidad. Y piense que lo menos que podemos hacer es
    no ponerle nosotros más trabas a su desarrollo que la tierra a la primavera, cuando ésta
    quiere llegar. ¡Quede contento y confiado!


    Su
    Rainer Maria Rilke





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    Mensaje por antonio justel Jue 19 Ene - 21:26


    ... una exposición preciosa, que se agradece, cómo no, cómo no, María ... Abrazo fuerte. a. justel/Orión
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    Mensaje por Maria Lua Vie 20 Ene - 12:31

    Gracias, amigo Orión, por tu comentario!
    Rainer Maria Rilke es un gran escritor!
    Besos
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    Mensaje por Maria Lua Vie 20 Ene - 12:33

    VII


    Roma, 14 de mayo de 1904



    Muy estimado señor Kappus:


    Ha pasado mucho tiempo desde que recibí su última carta. No me lo tome a mal:
    primero el trabajo, luego los contratiempos, y por último mis dolencias estuvieron
    retrayéndome una vez y otra de darle esta respuesta, que -tal era mi deseo- había de
    llegarle como fruto de unos días apacibles y buenos. Ahora vuelvo a encontrarme un
    tanto mejor: también aquí se hizo sentir duramente el comienzo de la primavera con sus
    malignas y caprichosas variaciones. Así llego por fin a saludarle, estimado señor
    Kappus, y a decirle con sumo gusto, de todo corazón y como yo mejor sepa, esto y
    aquello en contestación a su carta. Ya ve: he copiado su soneto por hallarlo bello y
    sencillo, y porque está compuesto con tan recatado primor. Son éstos los mejores versos
    suyos que me ha sido dado leer. Ahora le entrego la copia que de ellos hice, porque sé
    cuánta importancia tiene y qué caudal de nuevas experiencias nos descubre el volver a
    encontrar un trabajo propio, escrito con letra ajena. Lea estos versos como si fueran de
    otro, y sentirá en lo más hondo del alma cuán suyos son. 12
    Ha sido para mí una gran alegría el leer a menudo su soneto y su carta. Por ambas cosas
    le doy las gracias. No debe dejarse desviar en su soledad porque haya en usted algo que
    ansíe evadirse de ella. Precisamente este deseo, si usted sabe aprovecharlo con
    serenidad y dominio, sirviéndose de él como de un instrumento, le ayudará a ensanchar
    su soledad en dilatado campo. La gente, valiéndose de criterios convencionales, lo tiene
    todo resuelto, inclinándose siempre hacia lo más fácil, y buscando aún el lado más fácil
    de lo fácil. Pero está claro que nuestro deber es atenernos a lo que es arduo y difícil.
    Todo cuanto vive se atiene a ello. Todo en la naturaleza crece y lucha a su manera y
    constituye por sí mismo algo propio, procurando serlo a toda costa y en contra de todo
    lo que se le oponga. Poca cosa sabemos. Pero que siempre debemos atenernos a lo
    difícil es una certeza que nunca nos abandonará. Es bueno estar solo, porque también la
    soledad resulta difícil. Y el que algo sea difícil debe ser para nosotros un motivo más
    para hacerlo.
    También es bueno amar, pues el amor es cosa difícil. El amor de un ser humano hacia
    otro: esto es quizás lo más difícil que nos haya sido encomendado. Lo último, la prueba
    suprema, la tarea final, ante la cual todas las demás tareas no son sino preparación. Por
    eso no saben ni pueden amar aún los jóvenes, que en todo son principiantes. Han de
    aprenderlo. Con todo su ser, con todas sus fuerzas reunidas en torno a su corazón
    solitario y angustiado, que palpita alborotadamente, deben aprender a amar. Pero todo
    aprendizaje es siempre un largo período de retiro y clausura. Así, el amor es por mucho
    tiempo y hasta muy lejos dentro de la vida, soledad, aislamiento crecido y ahondado
    para el que ama. Amar no es, en un principio, nada que pueda significar absorberse en
    otro ser, ni entregarse y unirse a él. Pues, ¿qué sería una unión entre seres inacabados,
    faltos de luz y de libertad? Amar es más bien una oportunidad, un motivo sublime, que
    se ofrece a cada individuo para madurar y llegar a ser algo en sí mismo; para volverse
    mundo, todo un mundo, por amor a otro. Es una gran exigencia, un reto, una demanda
    ambiciosa, que se le presenta y le requiere; algo que lo elige y lo llama para cumplir con
    un amplio y trascendental cometido. Sólo en este sentido, es decir, tomándolo como
    deber y tarea para forjarse a sí mismo "escuchando y martilleando día y noche", es
    como los jóvenes deberían valerse del amor que les es dado. Ni el absorberse
    mutuamente, ni el entregarse, ni cualquier otra forma de unión, son cosas hechas para
    ellos, que por mucho tiempo aún, han de acopiar y ahorrar. Pues todo eso es la meta
    final. Lo último que se pueda alcanzar. Es tal vez aquello para lo cual, por ahora, resulta
    apenas suficiente la vida de los hombres.
    Pero en esto yerran los jóvenes tan a menudo y tan gravemente. Ellos, en cuya
    naturaleza está el no tener paciencia, se arrojan y se entregan, unos en brazos de otros,
    cuando les sobrecoge el amor. Se prodigan y desparraman tal como son, aun sin
    desbrozar, con todo su desorden y su confusión... Mas ¿qué ha de suceder luego? Qué
    ha de hacer la vida con ese montón de afanes truncos, que ellos llaman su convivir, su
    unión, y que, de ser posible, desearían poder llamar su felicidad, y aún más: ¡su
    porvenir! Ahí se pierde cada cual a sí mismo por amor al otro. Pierde igualmente al otro,
    y a muchos más que aun habían de llegar. Pierde también un sin fin de horizontes y de
    posibilidades, trocando el flujo y reflujo de posibilidades de sutil presentimiento por un
    estéril desconcierto, del cual ya nada puede brotar. Nada sino un poco de hastío,
    desencanto y miseria, y el buscar tal vez la salvación en alguno de los múltiples
    convencionalismos que, cual refugios abiertos a todo el mundo, dispuestos están en gran
    número al borde de este peligrosísimo camino. Ninguna región del humano sentir se
    halla tan provista de convencionalismos como ésta. Ahí hay salvavidas de variadísima
    invención: botes, vejigas, flotadores... Recursos y medios de escape de toda laya supo
    crear la sociedad, ya que por hallarse predispuesta a tomar la vida amorosa como mero
    placer, tuvo también que hacerla fácil, barata, segura y sin riesgos, como suelen ser las
    diversiones públicas.
    Por cierto, muchos jóvenes que aman de un modo falso, es decir, haciendo del amor una
    simple entrega y rehuyendo la soledad -nunca llegará a más el promedio de los
    hombres-, sienten el peso de su falta, y también a este trance en que han venido a
    encontrarse, quieren infundirle vida y fecundidad de una manera propia y personal. Pues
    su naturaleza les revela que las cuestiones de amor, menos aun que cualquier otra cosa
    de importancia, jamás pueden ser dirimidas por algún procedimiento de carácter
    público, de conformidad con tal o cual convenio. Que son asuntos privativos de cada
    cual y deben resolverse de modo individual, de ser a ser, precisándose en cada caso de
    una solución exclusivamente personal. Pero ¿cómo ha de ser posible que ellos, quienes
    al juntarse se han despeñado y hundido en una misma confusión, dejando de deslindarse
    y de distinguirse el uno del otro, y no poseyendo, por tanto, nada propio ya, acierten a
    dar con alguna salida, por sí mismos, desde el abismo de su derrumbada soledad?
    Obran en virtud de un común desamparo y, cuando luego quieren, con la mejor
    voluntad, rehuir algún convencionalismo notorio -por ejemplo el matrimonio-, caen en
    las tenazas de otra solución convencional, tal vez menos manifiesta, pero igualmente
    mortal. Pues ahí -dentro de un amplio ámbito en derredor suyo- todo es convención.
    Allí donde se obre al impulso de una confluencia prematura y de un turbio convivir,
    cualquier lazo que derive de tal desorden tiene su convencionalismo, por muy insólito
    que parezca; es decir: aunque resulte "inmoral" en el sentido corriente de la palabra.
    Hasta la separación viene a ser un paso convencional, una decisión nacida del azar,
    impersonal y sin fuerza ni fruto.
    Quien seriamente repare en ello, descubre que, como para la muerte, que es cosa difícil,
    tampoco para el arduo cometido del amor se han hallado aún ni luz ni solución, ni señal
    ni camino. Para esas dos tareas -amor y muerte, que veladas y ocultas llevamos dentro,
    y que retransmitimos a otros sin descorrer el velo que las recubre- no se podrá dar con
    ninguna regla común que se funde en algún convenio. Pero en la misma medida en que
    iniciemos nuestros intentos de vivir cada cual como un ser independiente, esos magnos
    asuntos nos encontrarán, a cada uno de nosotros, más próximos a ellos. Las exigencias
    que la difícil tarea del amor presenta a nuestro desarrollo, son de inmensa magnitud.
    Nosotros, como principiantes, no estamos a su altura. Pero si a pesar de todo sabemos
    perseverar y llevamos este amor a cuestas, como carga y aprendizaje, en lugar de
    perdernos en ese juego fácil y frívolo, tras del cual los hombres se han escondido para
    eludir cuanto hay de más serio y de más grave en su existencia, entonces, un pequeño
    progreso y algún alivio serán tal vez perceptibles para aquellos que lleguen largo tiempo
    después de nosotros. Y esto ya sería mucho...
    Es que apenas ahora empezamos a considerar las relaciones entre un individuo y otro,
    sin prejuicios y de manera objetiva. Los intentos que vamos realizando a fin de vivir
    tales relaciones nada tienen ante sí que les pueda servir de ejemplo. Sin embargo, se dan
    ya en el correr y mudar del tiempo muchas cosas que quieren acudir en auxilio de
    nuestro tímido principiar.
    La mujer, en su propio desenvolvimiento más reciente, sólo por algún tiempo y de
    modo pasajero imitará los hábitos y modales masculinos, buenos y malos, ejerciendo a
    su vez las profesiones generalmente reservadas al hombre. Tras la incertidumbre de
    tales etapas transitorias, quedará de manifiesto que si las mujeres han pasado por la gran
    variedad y la continua mudanza de esos disfraces a menudo risibles, fue tan sólo para
    poder depurar su modo de ser peculiarísimo, y limpiarlo de las influencias deformadoras
    del otro sexo. Por cierto, las mujeres, en quienes la vida se detiene, permanece y mora
    de una manera más inmediata, más fecunda, más confiada, deben de haberse hecho
    seres más maduros y más humanos que el hombre. Éste, además de liviano -por no
    obligarlo el peso de ningún fruto de sus entrañas a descender bajo la superficie de la
    vida- es también engreído, presuroso, atropellado, y menosprecia en realidad lo que cree
    amar... Esta más honda humanidad de la mujer, consumada entre sufrimientos y
    humillaciones, saldrá a la luz y llegará a resplandecer cuando en las mudanzas y
    transformaciones de su condición externa se haya desprendido y librado de los
    convencionalismos añejos a lo meramente femenino. Los hombres, que no presienten
    aún su advenimiento, quedarán sorprendidos y vencidos. Llegará un día que indudables
    signos precursores anuncian ya de modo elocuente y brillante, sobre todo en los países
    nórdicos, en que aparecerá la mujer cuyo nombre ya no significará sólo algo opuesto al
    hombre, sino algo propio, independiente. Nada que haga pensar en complemento ni en
    límite, sino tan sólo en vida y en ser: el Humano femenino...
    Tal progreso -al principio muy en contra de la voluntad de los hombres, que se verán
    rebasados y superados- transformará de modo radical la vida amorosa, ahora llena de
    errores, y la convertirá en una relación tal, que se entenderá de ser humano a ser
    humano y ya no de varón a hembra. Este amor más humano, que se consumará con
    delicadeza y dulzura infinitas -imperando luz y bondad, así en el unirse como en el
    desligarse- se asemejará al que vamos preparando entre luchas y penosos esfuerzos: el
    amor que consista en que dos soledades se protejan, se deslinden y se saluden
    mutuamente...
    Además, esto: no crea que se haya perdido aquel gran amor que le fue encomendado
    antaño, cuando aun era niño. ¿Acaso puede afirmar usted que no maduraron entonces en
    su corazón, grandes y buenos anhelos, y propósitos de los que aun hoy sigue viviendo?
    Yo creo que ese amor perdura tan fuerte y poderoso en su recuerdo, porque fue su
    primer aislamiento profundo. Y también la primera labor que realizó en aras de su vida.
    ¡Todos mis buenos deseos para usted, querido señor Kappus!


    Su
    Rainer Maria Rilke





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    Rainer Maria Rilke (1895-1926) Empty Re: Rainer Maria Rilke (1895-1926)

    Mensaje por Maria Lua Jue 9 Feb - 10:43

    VIII


    Borgeby Gard, Fladie (Suecia), 12 de agosto de 1904


    Quiero volver a hablarle un rato, querido señor Kappus, aunque yo casi nada sepa
    decirle que pueda procurarle algún alivio. Ni siquiera algo que alcance a serle útil.
    Usted ha tenido muchas y grandes tristezas, que ya pasaron, y me dice que incluso el
    paso de esas tristezas fue para usted duro y motivo de desazón. Pero yo le ruego que
    considere si ellas no han pasado más bien por en medio de su vida misma. Si en usted
    no se transformaron muchas cosas. Y si, mientras estaba triste, no cambió en alguna
    parte -en cualquier parte- de su ser. Malas y peligrosas son tan sólo aquellas tristezas
    que uno lleva entre la gente para sofocarlas. Cual enfermedades tratadas de manera
    superficial y torpe suelen eclipsarse para reaparecer tras breve pausa, y hacen erupción
    con mayor violencia. Se acumulan dentro del alma y son vida. Pero vida no vivida,
    despreciada, perdida, por cuya causa se puede llegar a morir.

    Si nos fuese posible ver más allá de cuanto alcanza y abarca nuestro saber, y hasta un
    poco más allá de las avanzadillas de nuestro sentir, tal vez sobrellevaríamos entonces
    nuestras tristezas más confiadamente que nuestras alegrías. Pues son ésos los momentos
    en que algo nuevo, algo desconocido, entra en nosotros. Nuestros sentidos enmudecen,
    encogidos, espantados. Todo en nosotros se repliega. Surge una pausa llena de silencio,
    y lo nuevo, que nadie conoce, se alza en medio de todo ello y calla...
    Yo creo que casi todas nuestras tristezas son momentos de tensión que experimentamos
    como si se tratara de una parálisis. Porque ya no percibimos el vivir de nuestros sentidos
    enajenados, y nos encontramos solos con lo extraño que ha penetrado en nosotros.
    Porque se nos arrebata por un instante todo cuanto nos es familiar, habitual. Y porque
    nos hallamos en medio de una transición, en la cual no podemos detenernos.

    Por eso pasa la tristeza. Lo nuevo que está en nosotros, lo recién llegado, se nos entra en
    el corazón, se desliza en su cámara más recóndita, y ya tampoco está allí: está en la
    sangre. Y no alcanzamos a saber lo que fue... Sería fácil hacernos creer que no sucedió
    nada. Sin embargo nos transformamos como se transforma una casa en la que ha
    entrado un huésped. No podemos decir quién ha llegado. Quizás nunca logremos
    saberlo. Pero muchos indicios nos revelan que el porvenir entra de ese modo en nuestra
    vida para transformarse en nosotros mucho antes de acontecer. Por esto es tan
    importante permanecer solitario y alerta cuando se está triste. Pues el instante
    aparentemente yerto y sin suceso en que el porvenir nos penetra, se halla mucho más
    cerca de la vida que aquel otro momento, ruidoso y accidental, en que el futuro nos
    acaece como si proviniese de fuera.

    Cuanto más callados, cuanto más pacientes y sinceros sepamos ser en nuestras tristezas,
    tanto más profunda y resueltamente se adentra lo nuevo en nosotros. Tanto mejor lo
    hacemos nuestro, y con tanto mayor intensidad se convierte en nuestro propio destino.
    Así, cuando más tarde surge el día en que lo futuro "acontece" -es decir: cuando al
    brotar de dentro de nosotros pasa a los demás-, nos sentimos íntimamente más afines,
    más allegados a él. ¡Esto es lo que hace falta! Hace falta -y a eso ha de tender
    paulatinamente nuestro desarrollo- que no nos suceda nada extraño, sino tan sólo
    aquello que desde mucho tiempo atrás nos pertenezca. ¡Se ha tenido que revisar y
    rectificar ya tantos antiguos conceptos acerca de las leyes que rigen el movimiento! Se
    aprenderá también a reconocer poco a poco que lo que llamamos destino pasa de dentro
    de los hombres a fuera, y no desde fuera hacia dentro. Sólo porque tantos hombres no
    supieron asimilar y transformar en su interior, cada cual su propio destino, mientras éste
    vivía en ellos, no alcanzaron tampoco a conocer lo que de ellos salía. Les era tan ajeno,
    tan extraño, que ellos, llenos de pavor y de confusión, creían que debía de habérseles
    entrado en aquel mismo instante en que se percataban de su presencia. Pues hasta
    juraban que jamás antes habían descubierto nada parecido en sí mismos. Así como
    durante mucho tiempo hubo error acerca del movimiento del sol, sigue aún el engaño
    sobre el movimiento de lo venidero. El porvenir está ya fijo, querido señor Kappus, mas
    nosotros nos movemos en el espacio infinito. ¡Cómo no habría de resultarnos todo muy
    difícil...!

    Volviendo a hablar de la soledad, aparece cada vez más claramente que ella no es en
    rigor, nada que se pueda tomar o dejar. Y es que somos solitarios. Uno puede querer
    engañarse a este respecto y obrar como si no fuese así; esto es todo. ¡Pero cuánto más
    vale reconocer que somos efectivamente solitarios, y hasta partir de esta base! Así, por
    cierto, ocurrirá que sintamos vértigo, pues nos vemos privados de todos los puntos de
    referencia en que solía descansar nuestra vista. Ya no hay nada cercano. Y todo lo que
    es lejano está infinitamente lejos. Quien fuera llevado, casi sin preparación ni transición
    alguna, desde su aposento a la cúspide de una gran montaña, tendría que experimentar
    algo semejante. Se sentiría casi anonadado por una inseguridad sin igual y por el verse
    abandonado al capricho de algo que no tiene nombre. Le parecería estar cayendo, o se
    creería lanzado al espacio, o bien estallando en mil pedazos. ¡Qué enorme mentira
    debería inventar entonces su cerebro para alcanzar a recuperar el anterior estado de sus
    sentidos y devolverles su serenidad! Así se transforman, para quien se vuelva solitario,
    todas las distancias, todas las medidas. Muchos de estos cambios se producen de un
    modo repentino, brusco. Y, al igual que en aquel hombre transportado a la cima de una
    montaña, surgen entonces aprensiones insólitas, sensaciones extrañas, que parecen
    rebasar todo lo humanamente soportable. Pero es necesario que también esto lo
    vivamos. Debemos aceptar y asumir nuestra existencia del modo más amplio posible.
    Todo, incluso lo inaudito, ha de ser viable en ella. Este es, en realidad, el único valor
    que se nos pide y exige: tener ánimo ante las cosas más extrañas, más portentosas y más
    inexplicables, que nos puedan acaecer.

    El que los hombres hayan sido cobardes en este terreno ha causado infinito daño a la
    vida. Los sucesos a los que se da el nombre de "fenómenos" o de "apariciones", el
    llamado "mundo espectral" 13, la muerte, todas esas cosas que nos son tan afines, han
    sido de tal modo desalojadas de la vida por el diario afán de defenderse de ellas, que los
    sentidos con que podríamos aprehenderlas se han atrofiado -¡y de Dios, ni hablar! Mas
    el miedo ante lo inexplicable no sólo ha empobrecido la existencia del individuo.
    También las relaciones de ser a ser han quedado cercenadas por él. Valga el símil, han
    sido descuajadas del cauce de un río caudaloso en posibilidades infinitas, para ser
    llevadas a un lugar yermo de la ribera, donde nada sucede. Pues no sólo por desidia se
    repiten las relaciones humanas con tan indecible monotonía y sin renovación alguna de
    un caso a otro, sino también por temor y recelo ante cualquier vivencia nueva y de
    imprevisible trascendencia, que uno cree superior a sus fuerzas. Pero sólo quien esté
    apercibido para todo, sólo quien no excluya nada de su existencia -ni siquiera lo que sea
    enigmático y misterioso- logrará sentir hondamente sus relaciones con otro ser como
    algo vivo. Sólo él estará en condiciones de apurar por sí mismo su propia vida. Pues en
    cuanto consideramos la existencia de cada individuo como una habitación mayor o
    menor, queda de manifiesto que los más sólo llegan a conocer apenas un rincón de su
    aposento. Un sitio junto a la ventana. O bien alguna estrecha faja del entarimado, que
    van y vienen recorriendo de un lado para otro. Así disfrutan de alguna seguridad...
    Sin embargo, ¡cuánto más humana es aquella inseguridad llena de peligros, que, en los
    cuentos de Poe, impulsa a los cautivos a palpar las formas de sus horribles mazmorras y
    a familiarizarse con los indecibles terrores de su estancia! Pero nosotros no somos
    presos. Ni trampas, ni redes, ni lazos, se hallan aparejados en torno nuestro. Ni hay nada
    que deba causarnos angustia o darnos tormento. Si hemos sido puestos en medio de la
    vida, es por ser éste el elemento al que mejor correspondemos, al que somos más
    adecuados.

    Además, por obra de una adaptación milenaria, nos hemos vuelto tan
    semejantes a esa vida, que cuando permanecemos inmóviles, apenas si -merced a un
    feliz mimetismo- se nos puede distinguir de cuanto nos rodea. Ninguna razón tenemos
    para recelar y desconfiar del mundo en que vivimos. Si entraña terrores, son nuestros
    terrores. Si contiene abismos, estos abismos nos pertenecen. Y si en él hay peligros,
    debemos procurar amarlos. Con tal que cuidemos de ordenar y ajustar nuestra vida
    conforme a ese principio que nos aconseja atenernos siempre a lo difícil, cuanto ahora
    nos parece ser lo más extraño acabara por sernos lo más familiar, lo mas fiel. ¿Cómo
    podríamos olvidarnos de aquellos mitos antiguos que presiden el origen de todos los
    pueblos, esos mitos de los dragones que en el momento supremo se transforman en
    princesas? Quizá sean todos los dragones de nuestra vida, princesas que sólo esperan
    vernos alguna vez resplandecientes de belleza y valor. Quizá todo lo terrible no sea, en
    realidad, nada sino algo indefenso y desvalido, que nos pide auxilio y amparo...
    No debe, pues, azorarse, querido señor Kappus, cuando una tristeza se alce ante usted,
    tan grande como nunca vista. Ni cuando alguna inquietud pase cual reflejo de luz, o
    como sombra de nubes sobre sus manos y por sobre todo su proceder. Ha de pensar más
    bien que algo acontece en usted.

    Que la vida no le ha olvidado. Que ella le tiene entre
    sus manos y no lo dejará caer. ¿Por qué quiere excluir de su vida toda inquietud, toda
    pena, toda tristeza, ignorando -como lo ignora- cuánto laboran y obtan en usted tales
    estados de ánimo? ¿Por qué quiere perseguirse a sí mismo, preguntándose de dónde
    podrá venir todo eso y a dónde irá a parar? ¡Bien sabe usted que se halla en continua
    transición y que nada desearía tanto como transformarse! Si algo de lo que en usted
    sucede es enfermizo, tenga en cuenta que la enfermedad es el medio por el cual un
    organismo se libra de algo extraño. En tal caso, no hay más que ayudarle a estar
    enfermo. A poseer y dominar toda su enfermedad, facilitando su erupción, pues en ello
    consiste su progreso. ¡En usted, querido señor Kappus, suceden ahora tantas cosas!...
    Debe tener paciencia como un enfermo y confianza como un convaleciente. Pues quizá
    sea usted lo uno y lo otro a la vez. Aun más: es usted también el médico que ha de
    vigilarse a sí mismo. Pero hay en toda enfermedad muchos días en que el médico nada
    puede hacer sino esperar. Esto, sobre todo, es lo que usted debe hacer ahora, mientras
    actúe como su propio médico.

    No se observe demasiado a sí mismo. Ni saque prematuras conclusiones de cuanto le
    suceda. Deje simplemente que todo acontezca como quiera. De otra suerte, harto
    fácilmente incurriría en considerar con ánimo lleno de reproches a su propio pasado;
    que, desde luego, tiene su parte en todo cuanto ahora le ocurra. Pero lo que sigue
    obrando en usted como herencia de los errores y anhelos de su mocedad, no es lo que
    ahora recuerda y condena. Las circunstancias anormales de una infancia solitaria y
    desamparada son tan difíciles, tan complejas, se hallan expuestas y abandonadas a tantas
    influencias y, al mismo tiempo, tan desprendidas de todos los verdaderos vínculos
    vitales, que cuando en tales condiciones se desliza un vicio, no se le debe llamar vicio
    sin más ni más. 13

    ¡Hay que ser de todos modos tan cauto, tan prudente, con los
    nombres! ¡Es tan frecuente que toda una vida se quiebre y quede rota por el mero
    nombre de un crimen! No por la acción misma, personal y sin nombre, que acaso
    respondiere a un determinado menester de esa vida, y hubiera podido ser admitida y
    absorbida por ella sin esfuerzo alguno. Si el consumir tantas energías le parece grande a
    usted, es sólo porque exagera el valor de la victoria. No está en ella lo grande que usted
    cree haber realizado, si bien tiene razón en su sentir. Lo grande está en que ahí ya
    existió algo que usted pudo poner en lugar de aquel artificioso fraude, algo real y
    verdadero. Sin esto, su victoria sólo habría resultado ser una reacción moral, sin
    importancia ni sentido, mientras que así ha llegado a formar parte de su vida. (De una
    vida, querido señor Kappus, a la que yo dedico tantos pensamientos y buenos deseos).
    ¿Recuerda usted cómo esta vida, ya desde la misma infancia, suspiró por los "grandes"?
    Yo veo cómo ahora, partiendo de los grandes, anhela poder alcanzar a los más grandes.
    Precisamente por eso no cesa su vida de ser difícil. Pero por esta misma razón no cesará
    de crecer.

    Si he de decirle algo más, es esto: no crea que quien ahora está tratando de aliviarlo viva
    descansado, sin trabajo ni pena, entre las palabras llanas y calmosas que a veces lo
    confortan a usted. También él tiene una vida llena de fatigas y de tristezas, que se queda
    muy por debajo de esas palabras. De no ser así, no habría podido hallarlas nunca..

    .
    Su
    Rainer Maria Rilke




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    Rainer Maria Rilke (1895-1926) Empty Re: Rainer Maria Rilke (1895-1926)

    Mensaje por antonio justel Jue 9 Feb - 16:11




    ¿ ... y me es expuesto a mí – reparador tan simple - que con un "cuín" de belleza,
    va intentando reparaciones de horas y horas,
    de soledad y silencio ...???
    ¿ ... a mí, a mí ..???

    ***

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    Rainer Maria Rilke (1895-1926) Empty Re: Rainer Maria Rilke (1895-1926)

    Mensaje por Maria Lua Jue 31 Ago - 17:55


    Carta Número 9

    Furuborg, Jonsered, en Suecia

    4 de noviembre de 1904

    Mi querido señor Kappus:

    Todo este tiempo en que usted no ha recibido ninguna carta mía, he estado de
    viaje o tan ocupado que no le he podido escribir. Incluso hoy me resulta difícil hacerlo,
    porque he tenido que redactar muchas cartas y mi mano está cansada. Si pudiera
    dictar, le diría muchas cosas, pero como no es así, tome, se lo ruego, estas pocas
    palabras como si fueran una larga carta.
    Suelo pensar en usted, querido señor Kappus, con tan concentrados deseos que,
    de alguna forma, estoy convencido de que, así, le puedo ayudar. En cambio, que mis
    cartas, en verdad, puedan servirle de ayuda… lo dudo muchas veces. No me diga: «sí,
    me ayudan». Tómelas con sencillez y sin excesivo agradecimiento y esperemos lo que
    quiera venir.
    Quizá no sea provechoso que ahora trate con pormenor sus palabras, pues ¿qué le
    podría decir sobre su tendencia a la duda o sobre su incapacidad para armonizar la
    vida interior con la exterior?, ¿o también acerca de todo lo que le oprime, que no le
    haya dicho ya? Deseo que encuentre la paciencia suficiente para soportar y la
    simplicidad necesaria para creer a fin de adquirir más confianza en lo que es difícil y en
    la soledad que de pronto le rodea por sorpresa en medio de la gente.
    Por lo demás, deje que la vida vaya sucediendo y traiga lo que tenga que traer.
    Créame, la vida siempre, siempre tiene razón.
    En cuanto a los sentimientos: son auténticos los que le concentran y elevan; impuro
    es el sentimiento que le agarra por una parte de su ser y así lo desfigura. Todo lo que
    usted pueda meditar acerca de su infancia, es bueno. Todo lo que le hace ser más de
    lo que era hasta ahora en sus mejores momentos, es acertado. Cada incremento es
    31
    bueno si está en toda su sangre, si no es ebriedad o turbulencia, sino alegría que deja
    ver el fondo. ¿Comprende usted lo que le quiero decir?
    Respecto a la duda: puede convertírsele en una buena cualidad si la educa. La
    duda ha de llegar a ser sabia, ha de convertirse en crítica. Pregúntele, siempre que
    quiera echarle algo a perder, pregúntele porqué es fea aquella cosa; pídale pruebas,
    sométala a examen y quizá la encuentre perpleja y desconcertada, quizá también
    irritada. Pero usted no ceda, exija argumentos.
    Compórtese atenta y consecuentemente en todas las ocasiones; y llegará el día en
    que el destructor se convertirá en uno de sus mejores trabajadores, tal vez en el más
    inteligente de todos los que le edifican la vida.
    Esto es lo que deseaba decirle hoy, querido señor Kappus. Al mismo tiempo le
    mando la copia impresa de un poema corto, que ahora ha sido publicado en el
    Deutschen Arbeit de Praga. Allí sigo hablándole de la vida y de la muerte, ambas, a la
    vez, grandes y maravillosas.


    Suyo,


    Rainer Maria Rilke





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    Rainer Maria Rilke (1895-1926) Empty Re: Rainer Maria Rilke (1895-1926)

    Mensaje por Maria Lua Lun 4 Sep - 19:57

    Carta Número 10





    París, día siguiente de Navidad, 1908


    Usted ha de saber, querido señor Kappus, cuánto me alegró su hermosa carta. Las
    noticias que me daba, muy reales y precisas, me parecen buenas y cuanto más las
    medito más las percibo como objetivamente auténticas. En realidad, quería escribirle
    esto la víspera de Navidad. Pero a causa del ininterrumpido y múltiple trabajo en que
    vivo este invierno, la antigua fiesta transcurrió tan deprisa que apenas he tenido
    tiempo de realizar las tareas más urgentes y mucho menos para escribir.
    Pero he pensado con frecuencia en usted estos días y me he imaginado qué
    tranquilo debe de sentirse en su solitario fortín en medio de desiertas montañas sobre
    las que se precipitan los grandes vientos del sur como si quisieran engullirlas a grandes
    bocados.
    El silencio que acoge tales sonidos y movimientos debe de ser inmenso y si a todo
    esto se añade la lejana presencia del mar, que resuena en todo, tal vez, como el tono
    más íntimo de esta armonía más vieja que la historia, sólo le puedo desear que, lleno
    de confianza y de paciencia, deje obrar en usted esta grandiosa soledad que jamás se
    borrará de su vida y que, en todo lo que está a punto de vivir y de hacer, actuará como
    un influjo anónimo, constante, decisivo e imperceptible, de la misma forma, que,
    incansable, fluye en nosotros la sangre de nuestros antepasados, combinándose con lo
    que es nuestro para formar en cada recodo de nuestras vidas esa cualidad única e
    irrepetible que nos constituye.
    Sí, me alegra que tenga esta existencia sólida y descriptible, ese grado, ese
    uniforme, ese servicio, todo eso tangible y limitado, que, en un entorno semejante, en
    medio de una tropa tan aislada como poco numerosa, adopta un aire de gravedad y
    necesidad, permite y crea, más allá de los pasatiempos y ocios de la profesión militar,
    una aplicación atenta y una atención independiente. Al fin y al cabo, lo único que
    necesitamos es encontrarnos en circunstancias que actúen sobre nosotros y que, de
    vez en cuando, nos coloquen ante inmensas manifestaciones naturales.
    33
    También el arte es sólo una manera de vivir y puede uno prepararse para él
    viviendo en la circunstancia que sea y sin darse cuenta. En todo lo real estamos más
    cerca del arte que en los oficios semiartísticos e irreales que, dándonos la ilusión de su
    proximidad, de hecho niegan su existencia y lo dañan, como sucede con todo el
    periodismo, con casi toda la crítica y con las tres cuartas partes de aquello que se llama
    o dice llamarse literatura. En una palabra, me alegra que haya superado ese peligro y
    se halle solo y animoso en una ruda realidad. Deseo que el año que está a punto de
    empezar le conserve y le afirme en ella.

    Siempre suyo,


    Rainer Maria Rilke





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    Rainer Maria Rilke (1895-1926) Empty Re: Rainer Maria Rilke (1895-1926)

    Mensaje por cecilia gargantini Mar 5 Sep - 2:25

    También el arte es sólo una manera de vivir y puede uno prepararse para él
    viviendo en la circunstancia que sea y sin darse cuenta. En todo lo real estamos más
    cerca del arte que en los oficios semiartísticos e irreales que, dándonos la ilusión de su
    proximidad, de hecho niegan su existencia y lo dañan, como sucede con todo el
    periodismo, con casi toda la crítica y con las tres cuartas partes de aquello que se llama
    o dice llamarse literatura.

    Soy una gran admiradora de su poesía!!!!!!!!!!
    Graciasssssssss Lua. Besosssssssss
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    Mensaje por Maria Lua Sáb 9 Sep - 14:19

    Gracias, Cecilia!
    También yo soy admiradora de su obra literaria!
    Feliz fin de semana!


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    Mensaje por Maria Lua Sáb 9 Sep - 14:23

    Herbsttag


    Herr: es ist Zeit. Der Sommer war sehr groß.
    Leg deinen Schatten auf die Sonnenuhren,
    und auf den Fluren laß die Winde los.

    Befiel den letzten Früchten voll zu sein;
    gib ihnen noch zwei südlichere Tage,
    dränge sie zur Vollendung hin und jage
    die letzte Süße in den schweren Wein.

    Wer jetzt kein Haus hat, baut sich keines mehr.
    Wer jetzt allein ist, wird es lange bleiben,
    wird wachen, lesen, lange Briefe schreiben
    und wird in den Alleen hin und her
    unruhig wandern, wenn die Blätter treiben.


    **********************

    Día de otoño

    Señor: es hora. Largo fue el verano.
    Pon tu sombra en los relojes solares,
    y suelta los vientos por las llanuras.

    Haz que sazonen los últimos frutos;
    concédeles dos días más del sur,
    úrgeles a su madurez y mete
    en el vino espeso el postrer dulzor.

    No hará casa el que ahora no la tiene,
    el que ahora está solo lo estará siempre,
    velará, leerá, escribirá largas cartas,
    y deambulará por las avenidas,
    inquieto como el rodar de las hojas.




    Traducción de Jaime Ferreiro




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    Rainer Maria Rilke (1895-1926) Empty Re: Rainer Maria Rilke (1895-1926)

    Mensaje por Maria Lua Mar 12 Sep - 20:12

    En alemán

    Einsamkeit

    Die Einsamkeit ist wie ein Regen.
    Sie steigt vom Meer den Abenden entgegen;
    von Ebenen, die fern sind und entlegen,
    geht sie zum Himmel, der sie immer hat.
    Und erst vom Himmel fällt sie auf die Stadt.

    Regnet hernieder in den Zwitterstunden,
    wenn sich nach Morgen wenden alle Gassen
    und wenn die Leiber, welche nichts gefunden,
    enttäuscht und traurig von einander lassen;
    und wenn die Menschen, die einander hassen,
    in einem Bett zusammen schlafen müssen:

    dann geht die Einsamkeit mit den Flüssen…


    ***************


    En español




    «Soledad»



    La soledad es como la lluvia,
    que sube del mar y avanza hacia la noche.
    De llanuras lejanas y perdidas
    sube hasta el cielo, que siempre la recoge.
    Y sólo desde el cielo cae en la ciudad.

    Es como una lluvia en horas indecisas
    cuando todas las sendas apuntan hacia el día
    y cuando los cuerpos, que no encontraron nada,
    se apartaron unos de otros, defraudados y tristes;
    y cuando los seres que mutuamente se odian
    deben dormir juntos en una misma cama.

    Entonces la soledad se marcha con los ríos…


    ***************


    En portugués



    Solidão



    A solidão é como a chuva.
    Levanta-se do mar em rumo à lua;
    das mais remotas planícies flutua
    desejando os céus, seu lar de verdade.
    E cai enfim dos céus sobre a cidade.
    Chove naquelas horas oscilantes,
    quando as ruas o amanhecer encaram,
    e quando os corpos frios dos amantes,
    tristes e desiludidos, se separam;
    quando duas pessoas que brigaram
    dividem uma cama contrafeitos:

    é quando a solidão flui para os leitos…



    ***************


    En francés


    Este poema fue escrito originalmente por Rainer María Rilke en francés:



    “Solitude”




    La solitude est comme une pluie
    Elle monte de la mer à la rencontre des soirs,
    Des plaines, qui sont lointaines et dispersées
    elle va jusqu’au ciel qui toujours la possède
    et là du ciel elle retombe sur la ville.
    Elle se déverse sur les heures indifférenciées
    lorsque les rues se tournent vers le matin
    Et lorsque les corps qui ne se sont pas trouvés
    se détachent l’un de l’autre abusés et tristes
    Et lorsque les hommes qui se haïssent
    sont obligés de coucher ensemble dans un même et seul lit:

    Alors la solitude s’en va dans les fleuves…


    ***************


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    "Ser como un verso volando
    o un ciego soñando
    y en ese vuelo y en ese sueño
    compartir contigo sol y luna,
    siendo guardián en tu cielo
    y tren de tus ilusiones."
    (Hánjel)





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    Rainer Maria Rilke (1895-1926) Empty Re: Rainer Maria Rilke (1895-1926)

    Mensaje por Maria Lua Mar 12 Sep - 20:18

    «Las rosas»
    I

    Si tu frescura a veces nos sorprende tanto,
    dichosa rosa,
    es que en ti misma, por dentro,
    pétalo contra pétalo, descansas.

    Conjunto bien despierto cuyo centro
    duerme, mientras se tocan, innumerables,
    las ternuras de ese corazón silencioso
    que suben hasta la extrema boca.

    II

    Te veo, rosa, libro entreabierto,
    que contiene tantas páginas
    de dicha detallada
    que nadie leerá nunca. Libro-mago

    que se abre al viento y se puede leer
    con los ojos cerrados…,
    del que salen mariposas turbadas
    por habérsele ocurrido las mismas ideas.

    III

    Rosa, tú, oh cosa por excelencia completa
    que se contiene en sí misma infinitamente
    y que infinitamente se expande, oh cabeza
    de un cuerpo ausente de tan suave,
    nada te iguala, oh tú, suprema esencia
    de este flotante ámbito;
    de este espacio de amor en el que, apenas se avanza,
    tu aroma nos envuelve.

    IV

    Nosotros fuimos, empero, quienes te propusimos
    llenar tu cáliz.
    Encantanda con ese artificio
    tu abundancia lo había intentado.

    Asaz rica para llegar a ser cien veces tú misma
    en una sola flor;
    es el estado de quien ama…
    Pero nunca pensaste en otra cosa.

    V

    Abandono rodeado de abandono,
    ternura contra ternuras…
    Es tu interior el que, sin cesar,
    parece que se acaricia;

    se acaricia en sí mismo,
    por su propio reflejo iluminado.
    Así inventas el tema
    del Narciso que alcanza su deseo.

    VI

    Una sola rosa es todas las rosas
    y es ésta: el irreemplazable,
    el perfecto, el dócil vocablo,
    que encuadra el texto de las cosas.

    Cómo lograr decir sin ella
    lo que fueron nuestras esperanzas,
    y las tiernas intermitencias
    en nuestro incesante partir.

    VII

    Apoyándote, fresca, clara
    rosa, contra mi ojo cerrado -,
    parecerías mil párpados
    superpuestos

    contra el mío, ardiente.
    Mil sueños contra mi disimulo
    bajo el cual voy, errante,
    por el perfumado laberinto.

    VIII

    De tu sueño asaz repleto,
    flor por dentro numerosa,
    mojada como una llorona
    te inclinas sobre la mañana.

    Tus suaves fuerzas que duermen
    en incierto deseo,
    desenvuelven las tiernas formas
    entre mejillas y senos.

    IX

    Rosa, por entero ardiente y sin embargo clara,
    que tendríamos que llamar relicario
    de Santa Rosa…, rosa que difunde
    su aroma turbador de santa desnuda.

    Rosa ya nunca más tentada, desconcertante
    por su paz interior; amante última,
    tan lejos de Eva, de su primera alarma -,
    rosa que infinitamente posee la pérdida.

    X

    Amiga de las horas en las que nadie queda,
    en que todo se niega al corazón amargo;
    consoladora cuya presencia atestigua
    tantas caricias que flotan en el aire.

    Si renunciamos a vivir, si renegamos
    de lo que era y de lo por venir,
    ¿pensamos, acaso, lo bastante en la insistente amiga
    que a nuestro lado cumple con su labor de hada?

    XI

    Tengo una tal conciencia de tu
    ser, rosa completa,
    que mi consentimiento te confunde
    con mi festivo corazón.

    Te respiro como si fueses,
    rosa, la vida entera,
    y me siento el amigo perfecto
    de una tal amiga.

    XII

    ¿Contra quién, rosa,
    has adoptado
    estas espinas?
    ¿Tu alegría demasiado fina
    te obligó
    a transformarte en esta cosa
    armada?

    Pero, ¿de quién te proteje
    esta arma exagerada?
    Cuántos enemigos te he
    sacado
    que no le tenían miedo alguno.
    Al contrario, del verano al otoño,
    hieres los cuidados
    que se te prodigan.

    XIII

    ¿Prefieres, rosa, ser la ardiente compañera
    de nuestros arrebatos presentes?
    ¿Es el recuerdo quien te invade aún más
    cuando se va una dicha?

    Tantas veces te he visto, feliz y seca,
    -cada pétalo una mortaja-
    en un cofre perfumado, junto a una mecha
    o en un libro amado que releeremos solos.

    XIV

    Verano : ser por unos días
    coetáneo de las rosas;
    respirar lo que flota en torno
    de sus almas abiertas.

    Hacer de cada una que muere
    una confidente,
    y sobrevivir a esa hermana
    en otras rosas ausente.

    XV

    Sola, oh abundante flor,
    creas tu propio espacio;
    admiras tu imagen en un espejo
    de fragancia.

    Tu perfume envuelve como otros pétalos
    tu cáliz innumerable.
    Yo te retengo, tú te muestras,
    Prodigiosa actriz

    XVI

    No hablemos de ti. Eres inefable
    por naturaleza.
    Otras flores adornan la mesa
    que tú transfiguras.

    Te ponen en un simple jarrón -,
    y he aquí que todo cambia:
    es la misma frase, quizás,
    pero cantada por un ángel.

    XVII

    Eres tú quien preparas en ti misma
    algo más que tú, tu última esencia.
    Lo que sale de ti, turbadora emoción,
    es tu danza.

    Cada pétalo consiente
    y da en el viento
    algunos pasos perfumados
    invisibles.

    Oh música de los ojos
    toda rodeada por ellos,
    te vuelves en el medio
    intangible.

    XVIII

    Todo lo que nos emociona lo compartes.
    Pero lo que te ocurre lo ignoramos.
    Habría que ser cien mariposas
    para leer todas tus páginas.

    Algunas de vosotras sois como diccionarios;
    quienes las cortan
    querrían encuadernar todas esas hojas.
    En cuanto a mí, amo las rosas epistolares.

    XIX

    ¿Es como ejemplo que te propones ?
    ¿Puede uno colmarse como las rosas
    multiplicando su materia sutil
    que fue hecha para no hacer nada?

    Ya que ser una rosa no es
    según parece, trabajar,
    Dios, mientras mira por la ventana,
    hace la casa.

    XX

    Dime, rosa, ¿cómo es
    que en ti misma encerrada,
    tu lenta esencia impone
    a este espacio en prosa
    tantos aéreos transportes?

    Cuántas veces el aire
    pretende que lo horadan las cosas
    o, bien con un mohín,
    se muestra amargo.
    Mientras que en torno de tu carne,
    rosa, se pavonea.

    XXI

    ¿No te produce vértigo girar
    en torno a ti misma sobre tu tallo
    para terminarte, rosa redonda?
    Pero cuando tu propio ímpetu te inunda,

    en tu capullo te ignoras.
    Es un mundo que gira en redondo
    para que su calmo centro ose
    el redondo reposo de la rosa redonda.

    XXII

    De nuevo, tú sales
    del país de los muertos,
    rosa, tú que llevas
    hacia un día de oro

    esta dicha convencida.
    ¿Lo autorizan, acaso, esos
    cuyos cráneos vacíos
    nunca supieron tanto.

    XXIII

    Rosa, que tan tarde llegaste y a quien las noches amargas
    detienen con su excesiva claridad sideral,
    rosa, ¿adivinas las fáciles delicias plenas
    de tus hermanas estivales?

    Durante días y días te veo vacilar
    en tu vaina demasiado ajustada.
    Rosa que, al nacer, imitas al revés
    las lentitudes de la muerte.

    ¿Tu estado innumerable te hace conocer
    en una mezcla en que todo se confunde
    ese acuerdo inefable de la nada y el ser
    que nosotros ignoramos?

    XXIV

    Rosa, ¿hubiéramos tenido que dejarte fuera,
    amada exquisita?
    ¿Qué hace una rosa allí donde el destino
    en nosotros se agota?

    No hay retorno. Hete aquí:
    con nosotros
    compartes, arrobada, esta vida, esta vida
    que no es la de tu tiempo.






    Rainer Maria Rilke

    Traducción de Carlos Cámara y Miguel Ángel Frontán

    Poema traducido al francés:



    ****************



    «Les roses»
    I

    Si ta fraîcheur parfois nous étonne tant,
    heureuse rose,
    c’est qu’en toi-même, en dedans,
    pétale contre pétale, tu te reposes.

    Ensemble tout évéillé, dont le milieu
    dort, pendant qu’innombrables, se touchent
    les tendresses de ce cœur silencieux
    qui aboutissent à l’extrême bouche.

    II

    Je te vois, rose, livre entrebâillé,
    qui contient tant de pages
    de bonheur détaillé
    qu’on ne lira jamais. Livre-mage,

    qui s’ouvre au vent et qui peut être lu
    les yeux fermés…,
    dont les papillons sortent confus
    d’avoir eu les mêmes idées.

    III

    Rose, toi, ô chose par excellence complète
    qui se contient infiniment
    et qui infiniment se répand, ô tête
    d’un corps par trop de douceur absent,
    rien ne te vaut, ô toi, suprême essence
    de ce flotant séjour ;
    de cet espace d’amour où à peine l’on avance
    ton parfum fait le tour.

    IV

    C’est pourtant nous qui t’avons proposé
    de remplir ton calice.
    Enchantée de cet artifice,
    ton abondance l’avait osé.

    Tu étais assez riche, pour devenir cent fois toi-même
    en une seule fleur ;
    c’est l’état de celui qui aime…
    Mais tu n’as pas pensé ailleurs.

    V

    Abandon entouré d’abandon,
    tendresse touchant aux tendresses…
    C’est ton intérieur qui sans cesse
    se caresse, dirait-on ;

    se caresse en soi même,
    par son propre reflet éclairé.
    Ainsi tu inventes le thème
    du Narcisse exhaucé.

    VI

    Une rose seule, c’est toutes les roses
    et celle-ci : l’irremplaçable,
    le parfait, le souple vocable
    encadré par le texte des choses.

    Comment jamais dire sans elle
    ce que furent nos espérances,
    et les tendres intermittences
    dans la partance continuelle.

    VII

    T’appuyant, fraîche, claire
    rose, contre mon œil fermé -,
    on dirait mille paupières
    superposées

    contre la mienne chaude.
    Mille sommeils contre ma feinte
    sous laquelle je rôde
    dans l’odorant labyrinthe.

    VIII

    De ton rêve trop plein,
    fleur en dedans nombreuse,
    mouillée comme une pleureuse,
    tu te penches sur le matin.

    Tes douces forces qui dorment
    dans un désir incertain,
    développent ses tendres formes
    entre joues et seins.

    IX

    Rose, toute ardente et pourtant claire,
    que l’on devrait nommer reliquaire
    de Sainte-Rose…, rose qui distribue
    cette troublante odeur de sainte nue.

    Rose plus jamais tentée, déconcertante
    de son interne paix ; ultime amante,
    si loin d’Ève, de sa première alerte -,
    rose qui infiniment possède la perte.

    X

    Amie des heures où aucun être ne reste,
    où tout se refuse au cœur amer ;
    consolatrice dont la présence atteste
    tant de caresses qui flottent dans l’air.

    Si l’on renonce à vivre, si l’on renie
    ce qui était et ce qui peut arriver,
    pense-t-on jamais assez à l’insistante amie
    qui à côté de nous fait son œuvre de fée.

    XI

    J’ai une telle conscience de ton
    être, rose complète,
    que mon consentement te confond
    avec mon cœur en fête.

    Je te respire comme si tu étais,
    rose, toute la vie,
    et je me sens l’ami parfait
    d’une telle amie.

    XII

    Contre qui, rose,
    avez-vous adopté
    ces épines ?
    Votre joie trop fine
    vous a-t-elle forcée
    de devenir cette chose
    armée ?

    Mais de qui vous protège
    cette arme exagérée ?
    Combien d’ennemis vous ai-je
    enlevés
    qui ne la craignaient point.
    Au contraire, d’été en automne,
    vous blessez les soins
    qu’on vous donne.

    XIII

    Préfères-tu, rose, être l’ardente compagne
    de nos transports présents ?
    Est-ce le souvenir qui davantage te gagne
    lorsqu’un bonheur se reprend ?

    Tant de fois je t’ai vue, heureuse et sèche,
    – chaque pétale un linceul –
    dans un coffret odorant, à côté d’une mèche,
    ou dans un livre aimé qu’on relira seul.

    XIV

    Eté : être pour quelques jours
    le contemporain des roses ;
    respirer ce qui flotte autour
    de leurs âmes écloses.

    Faire de chacune qui se meurt
    une confidente,
    et survivre à cette sœur
    en d’autres roses absente.

    XV

    Seule, ô abondante fleur,
    tu crées ton propre espace ;
    tu te mires dans une glace
    d’odeur.

    Ton parfum entoure comme d’autres pétales
    ton innombrable calice.
    Je te retiens, tu t’étales,
    prodigieuse actrice.

    XVI

    Ne parlons pas de toi. Tu es ineffable
    selon ta nature.
    D’autres fleurs ornent la table
    que tu transfigures.

    On te met dans un simple vase -,
    voici que tout change :
    c’est peut-être la même phrase,
    mais chantée par un ange.

    XVII

    C’est toi qui prépares en toi
    plus que toi, ton ultime essence.
    Ce qui sort de toi, ce troublant émoi,
    c’est ta danse.

    Chaque pétale consent
    et fait dans le vent
    quelques pas odorants
    invisibles.

    O musique des yeux
    toute entourée d’eux,
    tu deviens au milieu
    intangible.

    XVIII

    Tout ce qui nous émeut, tu le partages.
    Mais ce qui t’arrive, nous l’ignorons.
    Il faudrait être cent papillons
    pour lire toutes tes pages.

    Il y en a d’entre vous qui sont comme des dictionnaires ;
    ceux qui les cueillent
    ont envie de faire relier toutes ces feuilles.
    Moi, j’aime les roses épistolaires.

    XIX

    Est-ce en exemple que tu te proposes ?
    Peut-on se remplir comme les roses,
    en multipliant sa subtile matière
    qu’on avait faite pour ne rien faire ?

    Car ce n’est pas travailler que d’être
    une rose, dirait-on.
    Dieu, en regardant par la fenêtre,
    fait la maison.

    XX

    Dis-moi, rose, d’où vient
    qu’en toi-même enclose,
    ta lente essence impose
    à cet espace en prose
    tous ces transports aériens ?

    Combien de dois cet air
    prétend que les choses le trouent,
    ou, avec une moue,
    il se montre amer.
    Tandis qu’autour de ta chair,
    rose, il fait la roue.

    XXI

    Cela ne te donne-t-il pas le vertige
    de tourner autour de toi sur ta tige
    pour te terminer, rose ronde ?
    Mais quand ton propre élan t’inonde,

    tu t’ignores dans ton bouton.
    C’est un monde qui tourne en rond
    pour que son calme centre ose
    le rond repos de la ronde rose.

    XXII

    Vous encor, vous sortez
    de la terre des morts,
    rose, vous qui portez
    vers un jour tout en or

    ce bonheur convaincu.
    L’autorisent-ils, eux
    dont le crâne creux
    n’en a jamais tant su?

    XXIII

    Rose, venue très tard, que les nuits amères arrêtent
    par leur trop sidérale clarté,
    rose, devines-tu les faciles délices complètes
    de tes sœurs d’été ?
    Pendant des jours et des jours je te vois qui hésites
    dans ta gaine serrée trop fort.
    Rose qui, en naissant, à rebours imites
    les lenteurs de la mort.

    Ton innombrable état te fait-il connaître
    dans un mélange où tout se confond,
    cet ineffable accord du néant et de l’être
    que nous ignorons ?

    XXIV

    Rose, eût-il fallu te laissé dehors,
    chère exquise ?
    Que fait une rose là où le sort
    sur nous s’épuise ?

    Point de retour. Te voici
    qui partages
    avec nous, éperdue, cette vie, cette vie
    qui n’est pas de ton âge.


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