por Maria Lua Lun 26 Dic 2022, 08:15
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Hecho un espíritu, marañoso el rojo pelo polvoriento, sumida la boca, cerrada la
puerta del corazón; los ojos ardiendo, como el farol de la luciérnaga que quiere compañero,
el loco buscaba la piedra de toque.
El mar inmenso bramaba ante él. Las olas incansables hablaban sin parar de sus
tesoros ocultos, burlándose de su ignorancia, que no las entendía. Quizá no le quedaba una
esperanza, pero no quería descansar, porque su vida era ya sólo búsqueda.
Como el mar tiende, sin descanso, sus brazos al cielo imposible; como van las
estrellas, en círculos eternos, buscando la meta ignorada, el loco, sudosos los rojos cabellos,
erraba por la playa solitaria buscando la piedra de toque.
Una vez, un niño del pueblo le dijo: «Oye, ¿quién te dio esa cadena de oro que
llevas a la cintura?» Él loco se miró sobresaltado. ¡Su cadena de hierro era de oro! No
estaba soñando, no; pero no se acordaba del camino. Y, enfurecido, se golpeaba la frente.
¿Dónde, dónde había encontrado la piedra, sin saberlo? Tenía tal costumbre de cojer
piedrecitas, tocar con ellas la cadena, y volverlas a tirar, sin mirar si el hierro se hacía oro,
que había encontrado la piedra de toque y la había vuelto a perder.
Se ponía el sol, bajo, y todo el cielo era de oro. El loco empezó a desandar lo
andado, detrás del perdido tesoro, sin fuerza, doblado el cuerpo, el corazón en el polvo,
como un árbol arrancado de raíz.
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