METAMORFOSIS
TRADUCCIÓN: ANA PÉREZ VEGA
LIBRO SEXTO.
Niobe
«Huésped tú por las tierras vas errante: yo», dijo Delos,
«en las ondas» y un inestable lugar le dio. Ella de dos
se hizo madre: del útero nuestro la parte esta es la séptima.
Soy feliz -pues quién niegue esto- y feliz permaneceré
-esto también quién lo dude-: segura a mí mi abundancia me hizo.
Mayor soy que a quien pueda la Fortuna dañar,
y mucho aunque me arrebatara, que mucho a mí más me quedará.
Han excedido al miedo ya mis bienes: fingid que quitarse
algo a este pueblo de los nacidos míos pudiera:
no, aun así, al número de dos me reduciría expoliada,
de Latona la multitud, la cual, cuánto dista de una huérfana.
Dejad † deprisa estos sacrificios † y el laurel de los cabellos
quitaos». Se lo quitan y los sacrificios inconclusos abandonan,
y, lo que lícito es, con tácito murmullo veneran su numen.
Indignóse la diosa y en el sumo vértice del Cinto
con tales palabras a su gemela prole habló:
«Heme yo, vuestra madre, de vosotros ardida, mis criaturas,
y que si no a Juno a ninguna cedería de las diosas,
si una diosa soy se duda y, a través de todos los siglos adoradas,
se me aparta, oh mis nacidos, si vosotros no me socorréis, de mis aras.
Y no el dolor este solo: a su siniestra acción insultos
la Tantálide ha añadido y a vosotros posponer a los nacidos
suyos se ha atrevido y a mí -lo cual en ella recaiga- huérfana
me ha dicho y ha exhibido la lengua, maldita, paterna».
Añadido súplicas habría la Latona a estos relatos:
«Deja», Febo dice. «Del castigo dilación una larga queja es».
Dijo lo mismo Febe, y en rápida caída por el aire
alcanzaron, cubiertos por unas nubes, de Cadmo el recinto.
Plana había, y a lo ancho abriéndose cerca de las murallas, una llanura,
por asiduos caballos batida, donde una multitud de ruedas
y dura pezuña había mullido los terrones a ellos sometidos.
Una parte allí de los siete engendrados de Anfíon en fuertes
caballos montan y, rojecientes de tirio jugo,
sus lomos hunden y de oro pesadas moderan sus riendas.
De los cuales Ismeno, que para la madre suya el fardo un día
primero había sido, mientras dobla en un certero círculo
de su cuadrípede el curso y su espumante boca somete:
«¡Ay de mí!», clama, y en mitad del pecho clavadas
unas flechas lleva y los frenos su mano moribunda soltando,
hacia el costado poco a poco él se derrama desde el diestro ijar.
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