por Lluvia Abril Sáb Abr 27, 2024 7:12 am
ELVIO ROMERO
El sol
bajo las raíces
1952 -1955
ESCRITO EN OTOÑO
Madre mía, es la noche;
la airosa noche, madre, la noche de un otoño
que prolonga su triste joyel por los guayabos;
la noche sola, ufana, el distraído
silbo de la penumbra en las palmeras; ella, inmensa
aguardadora de la voz de tu hijo,
la que ha de verme humano como siempre a tus ojos,
inclinado al brasero de tu regazo inmenso.
Aquí estoy, madre mía, solo otra vez contigo,
todos oídos al claro temblor de tus palabras,
todo recogimiento junto al aromo tibio
de tu profundo corazón; así, contigo, en esta noche
en que te veo a solas, a solas con las cosas
que tú y yo recogimos a través de los días
nutridos de luz roja ;
aquí estoy, madre mía, descubierta la frente
y con el mismo gesto caminante
que a tu cobijo urdía los sueños que conoces.
Llego hasta ti, en la noche,
con leve paso tardo de criatura que ensaya
agrupar en un puño todo el amor del mundo.
¿Que si apenas sonrío? ¡Cuántas, cuántas
deshabitadas noches labraron mi silencio!
— ¡noches que arrebataron de mis ojos al niño
que hubiera yo querido perder sólo en la muerte!-
me dejaron visajes taciturnos,
revolar de mirada pensativa, insistente
melancólica arena entre los labios,
la misma mueca amarga de muchacho perdido
por los montes ayer, cazando estrellas.
He elegido este otoño
para rendirte cuenta de mis actos,
y tú me selecciones las perlas de la alforja,
diciéndote: he cumplido,
diciéndote que nunca desajusté mis pasos
de esos caminos rectos como el tronco de un árbol,
que nunca estos mis labios se apartaron del agua
generosa del cántaro más puro,
que prolongué en mi sangre la verdad de tu sangre,
que custodié con alma la lámpara que un día
pusiste entre mis manos, señalándome un norte
de sencilla conducta ante la vida.
Debo decirte a ti, junto al sendero
de claridad lunar, pequeña madre mía:
yo no he bebido nunca el vino adulterado
de las alevosías,
no embadurné la boca por los odres sombríos,
no conjuré divinidades falsas;
quise poblar el mundo de opulentos graneros,
soñé para los hombres los frutos capitales,
busqué trazarles rumbos sin duras peripecias,
busqué prenderles alas,
y llegar a este término de acogerme a tu pecho,
ganado el galardón de hablarte a solas.
A solas, madre mía, ante el otoño
—gran sonajero de murmurio y tiemblos—,
a solas, sin que nadie me escuche ni te escuche,
nombrándote a los míos, a los míos, a aquellos
que posaron la palma de la mano en mis hombros,
los que nos fueron fieles en la dicha y la pena,
y que hubieran querido, como yo, en esta noche,
cantar en ti a la madre de todos sus desvelos.
Guarda tú las reliquias
de los antepasados; guárdalas, madre mía,
guárdalas en el hondo zarzal de tus recuerdos,
cúbrelas de silencio, que se arrumben los cofres
en el gris meridiano de nuestro patio humilde,
y que en*tu mano vuelvan las bujías
nuevamente a alumbrar los aposentos.
Acógeme, entretanto,
tiéndeme a tu costado, en las almohadas.
como antaño otra vez, como en los días
de copiosa quietud, de gestos, de palabras
que asistieron también con su inocencia
a toda la creación del universo.
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