Aires de Libertad

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    Mensaje por Maria Lua Vie 10 Nov 2023, 21:45

    ***

    Durante una pausa en la laboriosa conversación, Frederick miró en torno suyo al estudio que conocía tan bien y vio una hoja de papel clavada con un alfiler en la pared. Esta imagen lo conmovió extrañamente y despertó antiguos recuerdos: hacía mucho tiempo, en sus años de estudiante, Erwin tenía ese hábito, a veces, para conservar el dicho de un pensador o el verso de un poeta frescos en su mente. Se levantó y se dirigió hacia la pared para leer el papel.

    Allí, en la bella escritura de Erwin, leyó las siguientes palabras: “Nada está fuera, nada está dentro; pues lo que está fuera está dentro”.

    Pálido, permaneció inmóvil durante un momento. ¡Allí estaba! ¡Eso era lo que temía! En otra ocasión habría ignorado aquella hoja de papel, la habría tolerado caritativamente como una genialidad, como una debilidad inocente a la que cualquiera estaba expuesto, quizá como un frívolo sentimentalismo que pedía indulgencia. Pero ahora era diferente. Sintió que esas palabras no habían sido escritas por un fugaz impulso poético, no era por capricho que Erwin había vuelto después de tantos años a la práctica de su juventud. ¡Aquella frase era una confesión de misticismo!

    Lentamente se volvió para mirarle el rostro, cuya sonrisa era de nuevo radiante.

    -¡Explícame esto! -exigió.

    Erwin hizo un gesto afirmativo con la cabeza, lleno de amistad.

    -¿Nunca has leído este dicho?

    -¡Naturalmente! -gritó Frederick-. Claro que lo conozco. Es misticismo, es gnosticismo. Quizá sea poético, pero… ¡De todas formas, explícamelo, y dime por qué lo has puesto en la pared!

    -Con mucho gusto -dijo Erwin-. El dicho es una primera introducción a una epistemología que he estado investigando últimamente, y que me ha proporcionado ya muchas satisfacciones.

    Frederick reprimió su arrebato. Preguntó:

    -¿Una nueva epistemología? ¿Qué es? ¿Cómo se llama?

    -¡Oh -contestó Erwin-, únicamente es nueva para mí. Es ya muy antigua y venerable. Se llama magia.







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    Mensaje por Maria Lua Vie 10 Nov 2023, 21:46

    ***


    La palabra había sido pronunciada. Asombrado y sobrecogido por tan cándida confesión, Frederick comprendió con un estremecimiento que se hallaba enfrentado cara a cara con el archienemigo en la persona de Erwin. No sabía si estaba más cerca de la rabia o de las lágrimas; lo poseía un amargo sentimiento de irreparable pérdida. Durante una larga pausa permaneció callado.

    Luego, con pretendida decisión en la voz, atacó:

    -¿Así que deseas ahora convertirte en un mago?

    -Sí -contestó Erwin sin vacilar.

    -Una especie de aprendiz de brujo, ¿eh?

    -Ciertamente.

    Hubo tanta quietud que podía oírse el tictac de un reloj en la habitación contigua.

    Frederick agregó después:

    -Esto significa que abandonas toda relación con la ciencia seria y, por tanto, toda relación conmigo.

    -Espero que no sea así -contestó Erwin-. Pero si no hay otro remedio, ¿qué puedo hacer?

    -¿Qué puedes hacer? -estalló Frederick-. ¡Rompe, rompe de una vez por todas con esa puerilidad, con esa vil y despreciable creencia en la magia! Eso puedes hacer, si deseas conservar mi respeto.

    Erwin sonrió un poco, aunque también su alegría se había desvanecido.

    -Hablas como si… -murmuró, tan suavemente que a través de sus quedas palabras la irritada voz de Frederick aún parecía resonar por toda la habitación-, hablas como si eso estuviese dentro de mi voluntad, como si me quedara elección, Frederick. No es ése el caso. No tengo, ninguna elección. No fui yo quien escogió la magia: ella me escogió a mí.








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    Mensaje por Maria Lua Vie 10 Nov 2023, 21:47

    ***

    Frederick suspiró, profundamente.

    -Entonces, adiós -dijo hastiadamente, y se levantó sin ofrecerle su mano.

    -¡Así, no! -exclamó Erwin-. No debes separarte de mí de ese modo. Imagina que uno de nosotros yace en su lecho de muerte -¡y en verdad que así es!-, y que debemos decirnos adiós.

    -¿Pero quién de nosotros va a morir, Erwin?

    -Hoy probablemente yo, amigo mío. Cualquiera que desee nacer de nuevo, debe estar preparado para morir.

    Una vez más Frederick se dirigió a la hoja de papel y leyó el dicho.

    -Muy bien -admitió al fin-. Tienes razón, no sirve para nada separarnos con ira. Haré lo que deseas; imaginaré que uno de nosotros se está muriendo. Antes de irme, quiero pedirte una última cosa.

    -Me alegro -repuso Erwin-. Dime, ¿qué atención puedo demostrarte en nuestra despedida?

    -Repito mi primera pregunta, y ésta es también mi petición: explícame ese dicho lo mejor que puedas.

    Erwin reflexionó un momento y luego dijo:

    -Nada está fuera, nada está dentro. Conoces el significado religioso de esto: Dios está en todas partes. Está en el espíritu y también en la naturaleza. Todo es divino, porque Dios es todo. Antiguamente esto recibía el nombre de panteísmo. En lo que concierne al significado filosófico, estamos acostumbrados a separar el dentro del fuera en nuestro pensamiento; sin embargo, esto no es necesario. Nuestro espíritu es capaz de superar los límites que hemos fijado para él, en el Más Allá. Más allá del par de antítesis que constituye nuestro mundo, comienza un nuevo y diferente conocimiento… Pero, mi querido amigo, debo confesarte que desde que mi pensamiento ha cambiado ya no existen para mí palabras ambiguas ni dichos: cada palabra tiene decenas, centenares de significados. Y ahí empieza lo que temes… la magia.






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    Mensaje por Maria Lua Vie 10 Nov 2023, 21:48

    ***

    Frederick. frunció las cejas y estuvo a punto de interrumpirle. Pero Erwin lo miró de forma desarmante y continuó, hablando más distintamente:

    -Déjame darte un ejemplo. Llévate algo mío, cualquier objeto, y examínalo un poco de cuando en cuando. Pronto el principio del dentro y el fuera te revelará uno de sus muchos significados.

    Dio una ojeada en tomo a la habitación, tomó una pequeña estatuilla de arcilla de un anaquel, y se la dio a Frederick, diciendo:

    -Toma esto como regalo de despedida. ¡Cuando este objeto que coloco en tus manos cese de estar fuera de ti y esté dentro de ti, ven a mí de nuevo! ¡Pero si permanece fuera de ti, tal como está ahora, para siempre, entonces esta separación tuya de mí será también para siempre!

    Frederick quiso hablar todavía, pero Erwin tomó su mano, la estrechó, y se despidió de él con una expresión que no admitía réplica.

    Frederick se retiró; descendió la escalera (¡qué largo le pareció el tiempo desde que la había subido!); se dirigió a través de las calles a su casa, perplejo y angustiado, con la pequeña figura de barro en la mano.

    Se detuvo frente a su morada, apretó fieramente el puño sobre la estatuilla durante un momento, y sintió un irresistible impulso de romper el ridículo objeto contra el suelo. Nunca se había sentido tan agitado, tan movido por emociones antagónicas.

    Buscó un lugar para el obsequio de su amigo, y puso la figura en la parte superior de un estante de su librería. Por el momento la dejó allí.










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    Mensaje por Maria Lua Vie 10 Nov 2023, 21:49

    ***

    Ocasionalmente, según fueron pasando los días, la miró, meditando sobre ella y sus orígenes, considerando el significado que tan disparatado objeto iba a tener para él. Se trataba de una pequeña figura que representaba un hombre, o un dios, o un ídolo , con dos rostros, como el dios romano Jano, modelada más bien toscamente en arcilla y cubierta con un barniz tostado y algo cuarteado. La pequeña imagen tenía un aspecto grosero e insignificante; no era desde luego una obra griega o romana; probablemente se trataba del trabajo de alguna raza inferior y primitiva de África o de los Mares del Sur. Los dos rostros, que eran exactamente iguales, mostraban una sonrisa apática, indolente y débilmente burlona; el pequeño gnomo prodigaba su estúpida sonrisa de modo en especial desagradable.

    Frederick no pudo acostumbrarse a la figura. Le resultaba totalmente inestética y ofensiva, se interponía en su camino, lo turbaba. Ya al día siguiente la tomó para dejarla sobre la estufa, y pocos días después la trasladó a un aparador. Pero una y otra vez aparecía en el campo de su visión, como si le estuviese imponiendo su presencia; se reía de él fría y estúpidamente, se daba tono, exigía atención. Tras unas cuantas semanas la puso en la antecámara, entre las fotografías de Italia y los recuerdos triviales que jamás miraba nadie. Ahora, al menos, sólo veía al ídolo al entrar o al salir, pasaba junto a él rápidamente, sin prestarle atención. Pero, también allí el objeto lo fastidiaba, aunque no quiso admitirlo.

    Con aquel juguete, con aquella monstruosidad de dos caras, la vejación y el tormento habían entrado en su vida.









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    Mensaje por Maria Lua Vie 10 Nov 2023, 21:49

    ***

    Un día, meses más tarde, regresó de un corto viaje. Emprendía ahora tales excursiones de cuando en cuando, como si algo lo empujase secretamente. Entró en su casa, atravesó la antecámara, fue saludado por la criada, y leyó las cartas que lo aguardaban. Pero seguía intranquilo, como si hubiera olvidado algo importante; ningún libro lo tentaba, ningún sillón era cómodo. Empezó a torturar su mente, ¿cuál era la causa? ¿Había descuidado algo importante? ¿Comido algo que pudiese trastornarlo? Al reflexionar, descubrió que esta sensación de inquietud había aparecido al entrar en el apartamento. Volvió a la antecámara e involuntariamente su primera mirada buscó la figura de arcilla.

    Un extraño terror se apoderó de él al no ver al ídolo. Había desaparecido. No estaba. ¿Se había marchado caminando con sus pequeñas piernas de barro? ¿Había volado? ¿Desapareció por artes mágicas?

    Frederick recobró la calma y sonrió ante su nerviosismo. Luego empezó a buscar tranquilamente por toda la habitación. Al no encontrar nada, llamó a la criada. Parecía turbada, y admitió en seguida que se le había caído el objeto mientras limpiaba.

    -¿Dónde está?

    Ya no estaba en ninguna parte. Tan sólido como aparentaba ser el pequeño objeto, ella lo tuvo a menudo en sus manos. Sin embargo, se había roto en mil pedazos. Llevó los fragmentos a un taller, donde simplemente se rieron de ella. Luego los había tirado.

    Frederick despidió a la criada. Sonrió. Se sentía contento. ¡Qué poco le importaba el ídolo! La abominación había desaparecido; ahora tendría paz. ¿Por qué no habría deshecho el objeto a golpes desde el primer día? ¡Cómo había sufrido todo aquel tiempo! ¡De qué forma indolente, extraña, astuta, perversa, diabólica le había sonreído el ídolo! Ahora que había desaparecido, podía admitir la verdad: había temido verdadera y sinceramente a aquel dios de barro. ¿No era emblema y símbolo de todo cuanto le era repugnante e intolerable, de todo cuanto reconoció siempre como pernicioso, hostil y digno de supresión? ¿Un estandarte de todas las supersticiones, de todas las tinieblas, de toda coerción de la conciencia y el espíritu? ¿No representaba la horrible fuerza que se siente a veces bramando en las entrañas de la tierra, ese lejano terremoto, esa próxima extinción de la cultura, ese naciente caos? ¿No le había robado aquella despreciable figura a su mejor amigo, es más, no robado, sino convertido en enemigo? Ahora el objeto había desaparecido. Desvanecido. Roto en mil pedazos. Acabado. Era mucho mejor que si lo hubiera destruido por sí mismo.









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    Mensaje por Maria Lua Vie 10 Nov 2023, 21:50

    ***


    Eso pensó, o dijo. Y volvió a sus asuntos como antes.

    Pero la maldición persistió. Justamente cuando había conseguido acostumbrarse más o menos a aquella ridícula figura, precisamente cuando verla en su lugar habitual en la mesa de la antecámara se le había hecho gradualmente familiar y nada importante, era cuando su ausencia empezó a atormentarlo. Sí, la echaba de menos cada vez que cruzaba aquella estancia; veía constantemente el espacio vacío donde había estado, y el vacío emanaba de aquel lugar y llenaba la habitación entera.

    Malos días y peores noches empezaron para Frederick. Ya no podía atravesar la antecámara sin pensar en el ídolo de las dos caras, sin echarlo de menos, sin sentir que sus pensamientos estaban unidos a él. Una agónica obsesión creció en su interior. Y no era simplemente al cruzar aquel cuarto cuando se sentía prisionero de su obsesión. De la misma forma en que el vacío y la desolación irradiaban del ahora vacío lugar en la mesa de la antecámara, aquella idea obsesiva irradiaba dentro de él, empujaba todo lo demás a un lado, enconándolo y llenándolo de extrañeza y desolación.

    Una y otra vez imaginó la figura con suma claridad, para demostrarse a sí mismo lo absurdo de afligirse por su pérdida. Pudo verla en toda su estúpida fealdad y barbarie, con su vacua pero astuta sonrisa, con sus dos caras; impulsado como por una coacción, lleno de odio y con la boca torcida, se descubrió a sí mismo intentando reproducir aquella sonrisa. Le incomodaba la duda de si las dos caras eran en realidad exactamente iguales. ¿No tenía una de ellas, quizá simplemente por una pequeña aspereza o cuarteo en el barniz, una expresión algo distinta? ¿Algo raro? ¿Algo enigmático? ¡Qué peculiar era el color de aquel barniz! El verde y el azul y el gris, pero también el rojo, se mezclaban en él. Era un barniz que ahora hallaba a menudo en otros objetos, en una reflexión del sol de la ventana o en los reflejos de un húmedo pavimento.



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    Mensaje por Maria Lua Vie 10 Nov 2023, 21:51

    ***

    Cavilaba mucho sobre aquel barniz, incluso por la noche. Le extrañó igualmente lo extraña, rara, malsonante, poco familiar, casi maligna que era la palabra “barniz”. La analizó hasta invertir el orden de sus letras. Entonces leía “zinrab”. Pero, ¿de dónde demonios tomaba su sonido aquella palabra? Conocía la palabra “zinrab”, por supuesto que sí; además, era una palabra hostil y mala, una palabra con perversas e inquietantes implicaciones. Durante mucho tiempo lo atormentó esa pregunta. Finalmente dio con la respuesta: “zinrab” le recordaba un libro que había comprado y leído hacía muchos años durante un viaje, y que lo había aterrado, atormentado, pero fascinado secretamente; se titulaba Princesa Zinraka. Era como una maldición: todo lo relacionado con la estatuilla -el barniz, el azul, el verde, la sonrisa- significaba hostilidad, eran sinónimos de torturas y venenos. ¡De qué forma tan peculiar en otro tiempo Erwin, su amigo, había sonreído mientras ponía el ídolo en su mano! Una forma muy peculiar, muy significativa, muy hostil.

    Frederick resistió valientemente -y muchos días no sin éxito- la tendencia obsesiva de sus pensamientos. Presentía el peligro claramente: ¡volverse loco! No, era mejor morir. La razón es necesaria, la vida no. Y se le ocurrió que quizá eso era la magia, que Erwin, con la ayuda de aquella figura, lo había encantado en cierto modo, y que debería sucumbir en un sacrificio como el defensor de la razón y la ciencia contra aquellos funestos poderes. Sin embargo, de ser así, si eso era posible, la magia existía, la hechicería existía. ¡No, mejor era morir!

    Un médico le recomendó paseos y baños. A veces, en busca de distracción, pasaba la noche en una posada. Pero no le sirvió de nada. Maldecía a Erwin y se maldecía a sí mismo.








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    Mensaje por Maria Lua Vie 10 Nov 2023, 21:52

    ***

    Una noche, como solía hacer ahora con frecuencia, se retiró temprano y estuvo inquieto en la cama, imposibilitado de dormir. Se sentía indispuesto e intranquilo. Deseaba meditar, deseaba hallar tranquilidad, decirse cosas reconfortantes, tranquilizadoras, frases de recta serenidad y claridad. “Dos y dos son cuatro”. Nada vino a su mente; en un estado casi de delirio musitó sonidos y sílabas para sí. Gradualmente las palabras se formaron en sus labios, y varias veces, sin comprender su significado, repitió la misma frase para sí, como si hubiese tomado forma en él de algún modo. La murmuró una y otra vez, como si absorbiese una droga, como si en ella buscase a tientas su camino hacia el sueño que lo eludía en el estrecho sendero que bordeaba el abismo.

    Pero súbitamente, al levantar un poco la voz, las palabras que estaba musitando penetraron en su conciencia. Las conocía: “¡Sí, ahora estás dentro de mí!” E instantáneamente comprendió. ¡Supo lo que significaban, que se referían al ídolo de arcilla, que entonces, en aquella hora gris de la noche, se había cumplido puntual y exactamente la profecía que Erwin le había hecho un espantoso día, que la figura que sostuvo desdeñosamente en sus dedos ya no estaba fuera de él sino dentro de él! “Pues lo que está fuera está dentro”.

    Incorporándose de un salto, experimentó como si le estuvieran haciendo una transfusión de hielo y fuego. El mundo vacilaba a su alrededor, los planetas lo miraban fija y alocadamente. Encendió la luz, se puso algunas ropas, abandonó su casa y corrió en plena noche hacia la casa de Erwin. Vio una luz encendida en la ventana del estudio que conocía tan bien; la puerta de la casa estaba abierta: todo parecía estar esperándolo. Subió precipitadamente la escalera. Penetró con paso inseguro en el estudio de Erwin y se apoyó con temblorosas manos sobre la mesa. Erwin se hallaba sentado junto a la lámpara, bajo su suave luz, pensativo y sonriente.









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    Mensaje por Maria Lua Vie 10 Nov 2023, 21:52

    ***

    Cortésmente Erwin se puso en pie.

    -Has venido. Eso está bien.

    -¿Has estado esperándome? -preguntó Frederick.

    -He estado esperándote, como sabes, desde el momento en que te fuiste de aquí con mi pequeño obsequio. ¿Ha sucedido lo que dije entonces?

    -Ha sucedido -admitió-. El ídolo está dentro de mí. Ya no puedo soportarlo más.

    -¿Puedo ayudarte? -preguntó Erwin.

    -No lo sé. Haz lo que quieras. ¡Explícame más acerca de tu magia. Dime si el ídolo puede salir de mí otra vez.

    Erwin puso su mano sobre el hombro de su amigo. Lo condujo hacia un sillón y lo obligó a sentarse en él. Luego dijo cordialmente, en un casi fraternal tono de voz:

    -El ídolo saldrá de ti otra vez. Ten confianza en mí. Ten confianza en ti mismo. Has aprendido a creer en él. ¡Ahora aprende a amarlo! Está dentro de ti, pero continúa muerto, es aun un fantasma para ti. ¡Despiértalo, háblale, pregúntale! ¡Pues es tú mismo! ¡No lo odies, no le temas, no lo atormentes! ¡Cómo has atormentado a ese pobre ídolo, que sin embargo eras tú mismo! ¡Cómo te has atormentado a ti mismo!

    -¿Es ése el camino de la magia? -preguntó Frederick. Se hallaba profundamente hundido en el sillón, como si hubiera envejecido, y su voz era débil.

    -Ese es el camino -contestó Erwin-, y quizá has dado ya el paso más difícil. Has hallado por experiencia que el fuera puede convertirse en el dentro. Has estado más allá del par de antítesis. ¡Te pereció el infierno; aprende ahora, amigo mío, qué es el cielo!. Porque es el cielo el que te espera. Mira, esto es la magia: intercambiar el fuera y el dentro. Pero no por el impulso, ni con la angustia, como tú lo has hecho, sino libremente, voluntariamente. Llama al pasado, llama al futuro: ¡ambos se hallan en ti! Hasta hoy has sido el esclavo del dentro. Aprende a ser su dueño. Eso es la magia.




    FIN



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    Mensaje por Maria Lua Sáb 11 Nov 2023, 21:37

    El caballero sobre el hielo
    [Cuento - Texto completo.]

    Hermann Hesse


    Era un invierno largo y riguroso, y nuestro hermoso río, que discurría por la Selva Negra, permaneció durante semanas completamente helado. No puedo olvidar aquel sentimiento peculiar, de repulsión y hechizo a la vez, con el que al inicio de un día gélido me adentré en el río, ya que éste era tan profundo y el hielo tan claro que dejaba ver, como a través de un fino cristal, el agua verde, el lecho arenoso con piedras, las fantásticas y enmarañadas plantas acuáticas y, de cuando en cuando, el dorso oscuro de un pez.

    Pasaba la mitad del día sobre el hielo con mis compañeros, las mejillas ardientes y las manos amoratadas, el corazón palpitando enérgicamente por el fuerte y rítmico movimiento del patinaje, pletórico de la maravillosa y despreocupada capacidad de fruición de la adolescencia. Nos entrenábamos haciendo carreras, saltos de longitud, saltos de altura, y jugábamos a pillarnos. Los que todavía llevábamos los anticuados patines de bota, que se anudaban fuertemente con cordones, no éramos los que corríamos peor. Pero un chico, hijo de un fabricante, poseía un par de «Halifax», que no se sujetaban con cordones ni correas y que se ponían y quitaban en un abrir y cerrar de ojos. La palabra Halifax se mantuvo desde entonces durante muchos años en mi lista de regalos deseados por Navidad, pero sin ningún éxito; y cuando doce años más tarde, al querer comprar lo mejor en patines, pedí unos Halifax en una tienda, tuve que desprenderme, con gran consternación, de un ideal y de una parcela de mi fe infantil cuando me aseguraron sonriendo que los Halifax eran un modelo viejo, superado ya desde hacía tiempo. Prefería correr solo, a menudo hasta la caída de la noche. Iba a toda velocidad, y mientras patinaba, aprendía a detenerme o a dar la vuelta en el punto deseado; me balanceaba con el deleite de un aviador que mantiene el equilibrio mientras describe hermosas piruetas. Muchos de mis compañeros aprovechaban aquellos momentos sobre el hielo para ir detrás de las chicas y cortejarlas. Para mí, las chicas no existían. Mientras algunos se recreaban en el galanteo, ya fuera para rodearlas ansiosos y tímidos o para seguirlas en parejas con atrevimiento y desparpajo, yo disfrutaba del libre placer de deslizarme. A los «perseguidores de chicas» los observaba sólo con compasión o sorna. Porque gracias a las confesiones de varios de mis amigos, creía yo saber cuán dudosos eran en el fondo sus regodeos galantes.

    Un día, hacia finales de invierno, de la escuela llegó a mis oídos la noticia de que «Cafre del Norte» había vuelto a besar a Emma Meier al quitarse los patines. ¡Besado! Se me agolpó la sangre en las mejillas. Sin duda, eso nada tenía que ver con las vagas conversaciones y los tímidos apretujones de manos que, de ordinario, bastaban para hacer las delicias de los perseguidores de chicas. ¡Besado! Aquéllo provenía de un mundo extraño, cerrado, vagamente intuido, que desprendía el aroma exquisito de las frutas prohibidas. Tenía algo de misterioso, de poético, de innombrable; pertenecía a aquel terrible y agridulce territorio, oculto a todos, pero lleno de presentimientos y someramente esclarecido con las lejanas y míticas aventuras amorosas de los héroes galanes expulsados de la escuela. «Cafre del Norte» era un escolar hamburgués de catorce años, fanfarrón hasta la médula, a quien yo veneraba profundamente y cuya fama, que trascendía los límites de la escuela, a menudo me impedía dormir. Y Emma Meier era indiscutiblemente la chica más guapa de Gebersau, rubia, despierta, orgullosa y de mi misma edad.

    A partir de aquel día discurrí planes y preocupaciones de índole parecida. Besar a una chica: aquéllo sí superaba todos los ideales que me había forjado hasta entonces. Era un ideal tanto por lo que representaba en sí mismo como también porque, sin duda alguna, estaba prohibido y sancionado por el reglamento escolar. Pronto se me hizo evidente que nada mejor que la pista de hielo para dar pie a mi cortejo solemne. Acto seguido, procuré mejorar mi aspecto para hacerlo más presentable. Dedicaba tiempo y atención a mi peinado; cuidaba con esmero la limpieza de mi ropa; como seña de hombría, me ponía ladeada la gorra de piel, y tras implorárselo a mis hermanas, conseguí un pañuelo de seda rosa. Al mismo tiempo, empecé a saludar cortésmente a las chicas que me interesaban y constaté que ese desacostumbrado homenaje, aunque sorprendía, no era acogido con desagrado.

    Me resultaba mucho más difícil, en cambio, llegar a entablar una primera conversación, porque jamás en mi vida me había «comprometido» con chica alguna. Intenté espiar a mis amigos en esta ceremonia de aproximación. Algunos se limitaban a hacer una reverencia y ofrecían la mano; otros tartamudeaban algo incomprensible; pero la gran mayoría se servía de la elegante fórmula: ¿Me concede el honor? La frase me impresionó y la practiqué en casa, en mi habitación, inclinándome delante de la estufa mientras pronunciaba las caballerosas palabras.

    Llegó el momento de dar ese difícil primer paso. El día anterior había tenido veleidades de seductor, pero, acobardado, había vuelto a casa sin haberme atrevido a emprender nada. Por fin me había propuesto llevar a cabo, sin falta, lo que tanto temía y anhelaba. Con palpitaciones, acongojado como si fuera un criminal, fui a la pista de hielo y, al ponerme los patines, creí notar que me temblaban las manos. Me metí entre la multitud y tomé carrera con amplias piruetas procurando asimismo conservar algún residuo de mi seguridad y aplomo habituales. Crucé dos veces la pista entera a gran velocidad; el aire cortante y el movimiento intenso me sentaban bien. De pronto, justo debajo del puente, choque violentamente contra alguien y, aturdido, me fui tambaleante hacia un lado. Pero sobre el hielo estaba sentada la hermosa muchacha, Emma, que reprimiendo a ojos vista su dolor, me lanzó una mirada llena de reproches. La cabeza me daba vueltas. «¡Ayudadme!», dijo a sus amigas. Entonces, ruborizado, me quite la gorra, me arrodillé y la ayude a levantarse. Estábamos el uno delante del otro, asustados y desconcertados; no dijimos palabra. La piel, la cara y los cabellos de la hermosa chica me azoraban por su novedosa proximidad. Busque sin éxito una forma de disculparme, a la vez que sujetaba la gorra con la mano. Y, de repente, mientras me parecía tener los ojos nublados, hice mecánicamente una profunda reverencia y balbucí: ¿Me concede el honor? No me contesto, pero tomo mis manos con sus delicados dedos, cuya calidez percibí a través de los guantes, y me siguió. Me sentía como en un extraño sueño. El sentimiento de felicidad, vergüenza, calidez, deseo y turbación me dejaba casi sin aliento. Corrimos juntos un cuarto de hora largo. De pronto, en un descanso, sus pequeñas manos se desasieron delicadamente de las mías, dijo un «muchas gracias» y siguió adelante, mientras yo, con cierta demora, me quite la gorra y permanecí todavía un buen rato en el mismo sitio. Sólo mucho después caí en la cuenta de que durante todo aquel tiempo ella no había pronunciado ni una palabra.

    El hielo se derritió y no pude repetir mi intento. Fue mi primera aventura amorosa. Pero habían de pasar años antes de que mi sueño se cumpliera y mi boca se posara en los rojos labios de una chica.

    *FIN*


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    Mensaje por Maria Lua Sáb 11 Nov 2023, 21:39

    El lobo
    [Cuento - Texto completo.]

    Hermann Hesse


    Nunca antes las montañas francesas habían sufrido un invierno tan frío y largo. Hacía semanas que el aire se mantenía claro, áspero y helado. Durante el día, los grandes campos de nieve, color blanco mate, yacían inclinados e interminables bajo el cielo estridentemente azul; de noche los atravesaba la luna, pequeña y clara, una luna helada, furibunda, con un brillo amarillento cuya luz fuerte se volvía azul y sorda sobre la nieve, y que parecía la escarcha en persona. Los seres humanos evitaban todos los caminos y, sobre todo, las alturas; apáticos y maldiciendo, permanecían en las cabañas, cuyas ventanas rojas, de noche, aparecían empañadas y turbias junto a la luz azul de la luna, y se apagaban pronto.

    Fue un tiempo difícil para los animales de la zona. Los más pequeños murieron congelados en grandes cantidades; también los pájaros sucumbieron a la helada, y sus cadáveres enjutos se convirtieron en botín de águilas y lobos. Pero aun estos sufrían terriblemente de frío y de hambre. Solo unas pocas familias de lobos vivían allí, y la necesidad las empujó hacia una unión más fuerte. Durante el día salían solos. Aquí y allá, uno de ellos cruzaba la nieve, flaco, hambriento y vigilante, silencioso y temeroso como un fantasma. Su sombra delgada se deslizaba a su lado sobre la superficie nevada. Levantaba el hocico puntiagudo en el viento y de vez en cuando emitía un llanto seco, tortuoso. Pero de noche salían todos juntos y rodeaban los pueblos con aullidos roncos. Allí estaban a buen resguardo el ganado y las aves, y detrás de los postigos se apoyaban las escopetas. En escasas ocasiones les tocaba una presa menor, por ejemplo un perro, y ya habían sido muertos dos lobos de la manada.

    La helada persistía. Muchas veces los lobos se echaban juntos, en silencio y pensativos, calentándose uno contra el otro, y escuchaban acongojados el vacío mortal que los rodeaba, hasta que uno, martirizado por los maltratos espantosos del hambre, pegaba de pronto un salto con un alarido terrorífico. Entonces todos los demás dirigían sus hocicos hacia él, temblaban, y rompían al unísono en un aullido terrible, amenazador y quejumbroso.

    Por fin la parte más chica de la manada decidió partir. Abandonaron sus madrigueras al despuntar el alba, se reunieron y olisquearon excitados y temerosos el aire helado. Luego partieron al trote, rápido y con un ritmo parejo. Los que quedaban atrás los miraron con ojos muy abiertos y vidriosos, los siguieron una docena de pasos, se detuvieron indecisos y desorientados, y regresaron lentamente a sus cuevas vacías.

    Los emigrantes se separaron al mediodía. Tres de ellos se dirigieron hacia el oeste, a los montes del Jura suizo; los otros siguieron hacia el sur. Los tres primeros eran animales hermosos, fuertes, pero terriblemente flacos. El estómago de color claro, combado hacia dentro, era delgado como una correa; en el pecho se destacaban tristemente las costillas; las bocas estaban secas y los ojos abiertos y desesperados. De tres en tres se internaron lejos en los montes; al segundo día cazaron un carnero, al tercero, un perro y un potrillo, y fueron perseguidos en todas partes por los campesinos furiosos. En la zona, rica en pueblos y ciudades, se diseminó el miedo y el temor ante los invasores desacostumbrados. La gente armó los trineos del correo; nadie iba de un pueblo a otro sin su arma. En esa zona desconocida, tras tan buen botín, los tres animales se sentían a la vez temerosos y a gusto; se volvieron más arriesgados de lo que jamás habían sido en casa, y asaltaron el corral de una granja a plena luz del día. Mugidos de vacas, crujido de listones de madera que se partían, sonido de cascos y una respiración caliente, jadeante, llenaron el ambiente angosto y cálido. Pero esta vez interfirieron los humanos. Habían puesto un precio a la cabeza de los lobos, lo que duplicó el coraje de los granjeros. Mataron a dos de ellos: a uno le perforó el cuello una bala de escopeta, el otro fue muerto con un hacha. El tercero escapó y corrió hasta que se desplomó sobre la nieve, casi muerto. Era el más joven y hermoso de los lobos, un animal orgulloso con formas armónicas y una fuerza imponente. Durante un rato largo quedó echado, jadeando. Delante de sus ojos se arremolinaban círculos rojos y sanguinolentos, y de vez en cuando emitía un quejido silbante, doloroso. Un hachazo le había dado en el lomo. Pero se recuperó y pudo volver a levantarse. Solo entonces vio cuán lejos había corrido. En ningún lado podían verse personas o casas. Delante de él se encontraba una montaña imponente, nevada. Era el Chasseral. Decidió rodearlo. Atormentado por la sed, comió pequeños pedazos de la corteza congelada y dura que cubría la nieve.

    Más allá de la montaña se topó de inmediato con un pueblo. Estaba anocheciendo. Esperó en un tupido bosque de pinos. Luego rodeó con cuidado los cercos de los jardines, persiguiendo el olor de los establos tibios. No había nadie en la calle. Arisco y anhelante, espió por entre las casas. Entonces sonó un disparo. Levantó la cabeza hacia lo alto y se dispuso a correr, cuando ya estalló el segundo tiro. Le habían dado. El costado de su abdomen blancuzco estaba manchado de sangre, que caía a goterones. A pesar de todo, logró escapar con unos grandes saltos y alcanzar el bosque más alejado de la montaña. Allí esperó un instante, atento, y oyó voces y pasos provenientes de varios lados. Temeroso, miró hacia la montaña. Era escarpada, boscosa y difícil de trepar. Pero no tenía opción. Con respiración agitada escaló la pared empinada mientras que abajo, a lo largo de la montaña, avanzaba una confusión de insultos, órdenes y luces de linternas. El lobo herido trepó temblando a través del bosque de pinos, casi a oscuras, mientras la sangre marrón corría despacio por su costado.

    El frío había cedido. Al oeste, el cielo estabas brumoso y parecía prometer nieve.

    Por fin el animal, agotado, alcanzó la cima. Ahora se encontraba sobre un gran campo de nieve, levemente inclinado, cerca de Mont Crosin, muy por encima del pueblo del que había escapado. No sentía hambre, pero sí un dolor turbio y punzante en las heridas. Un ladrido seco y enfermo nació de su hocico entregado; su corazón latía pesado y dolorido, y el lobo sentía que la mano de la muerte lo presionaba como una carga indescriptiblemente pesada. Un pino aislado, de ramas anchas, lo atrajo; allí se sentó y clavó sus ojos perdidos en la noche gris de nieve. Pasó media hora. Una luz roja y apagada cayó sobre la nieve, extraña y blanda. El lobo se levantó con un quejido y dirigió su cabeza hermosa hacia la luz. Era la luna, que se levantaba por el sudoeste, gigantesca y color rojo sangre, y subía lentamente por el cielo cubierto. Hacía muchas semanas que no se la había visto tan roja y grande. El ojo del animal moribundo se aferraba con tristeza al astro opaco, y en la noche volvió a oírse un estertor débil, doloroso y ronco.

    Un poco más tarde surgieron luces y pasos. Campesinos con abrigos gruesos, cazadores y muchachos jóvenes con gorros de piel y botas toscas avanzaban por la nieve. Se oyeron gritos de alegría. Habían descubierto al lobo moribundo, le dispararon dos tiros y ambos fallaron. Entonces vieron que el animal ya estaba a punto de fallecer y se le echaron encima con palos y garrotes. Él ya no los sintió.

    Lo arrastraron hacia abajo, a Sankt Immer, con los miembros quebrados. Reían, alardeaban, se alegraban por el aguardiente y el café que bebían, cantaban, maldecían. Ninguno vio la belleza del bosque nevado, ni el brillo de la alta meseta, ni la luna roja que colgaba sobre el Chasseral y cuya luz débil se reflejaba en los cañones de las escopetas, en los cristales de nieve y en los ojos quebrados del lobo muerto.

    FIN



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    Mensaje por Maria Lua Dom 12 Nov 2023, 16:49

    El rey Yu


    Hermann Hesse


    La historia de la antigua China ofrece escasos ejemplos de monarcas y estadistas que fuesen derrocados a causa de haber caído bajo la influencia de una mujer y de un enamoramiento. Uno de estos raros ejemplos -y uno muy notable- es el del rey Yu de Tchou y su mujer Bau Si.

    El país de Tchou lindaba por el oeste con los territorios de los bárbaros mongoles, y la sede de su Corte, Fong, se encontraba en medio de una región poco segura, que de vez en cuando se veía expuesta a los asaltos y saqueos de aquellas tribus bárbaras. Por ello fue preciso ocuparse de reforzar al máximo las fortificaciones fronterizas y, sobre todo, de proteger mejor la Corte.

    Los libros de historia nos dicen que el rey Yu, el cual no era un mal estadista y sabía prestar atención a los buenos consejos, supo compensar las desventajas de su frontera adoptando inteligentes medidas, pero que todas estas inteligentes y meritorias obras quedaron destruidas por los caprichos de una bonita mujer.

    En efecto, con ayuda de todos sus príncipes vasallos, el rey estableció en la frontera occidental una línea de defensa, línea de defensa que, como todas las creaciones políticas, presentaba un doble carácter, a saber: moral, por una parte, y mecánico, por otra. El fundamento moral del tratado era el juramento y la fidelidad de los príncipes y sus oficiales, cada uno de los cuales se comprometía a acudir con sus soldados a la Corte a socorrer al rey a la primera señal de alarma. A su vez, el principio mecánico, del cual se ocupaba el rey, consistía en un bien pensado sistema de torres, que hizo construir en su frontera occidental. En cada una de estas torres debía montarse guardia día y noche; las torres estaban provistas de tambores muy potentes. En caso de una invasión enemiga por cualquier punto de la frontera, la torre más próxima redoblaría su tambor; de torre en torre esta señal recorrería todo el país en un tiempo mínimo.

    Este inteligente y loable dispositivo ocupó largo tiempo al rey Yu, quien tuvo que celebrar conferencias con sus príncipes, considerar los informes de los arquitectos, organizar la instrucción del servicio de guardia. Ahora bien, el rey tenía una favorita llamada Bau Si, una mujer hermosa que supo hacerse con una influencia sobre el corazón y los sentidos del rey, mayor de lo que puede convenir a un monarca y a su reino. Al igual que su señor, Bau Si seguía con curiosidad e interés los trabajos que se realizaban en la frontera, del mismo modo que una niña vivaracha e inteligente contempla, de vez en cuando, con admiración y envidia los juegos de los muchachos. Para que lo comprendiese todo perfectamente, uno de los arquitectos le había construido un delicado modelo -de arcilla pintada y cocida- de la línea de defensa; este modelo representaba la frontera y el sistema de torres, y en cada una de las graciosas torrecillas había un guardia de arcilla infinitamente pequeño y que en vez de tambor llevaba colgada una diminuta campanilla. Este bonito juguete constituía el pasatiempo favorito de la mujer del rey, y cuando alguna vez estaba de malhumor, sus doncellas solían proponerle jugar al «ataque bárbaro».

    Entonces colocaban todas las torrecillas, hacían tañer las campanillas enanas, y así disfrutaban y se entretenían mucho.

    El día astrológicamente favorable en que, concluidas al fin las obras, instalados los tambores y preparado el servicio de guardia, se puso a prueba, previo acuerdo, la nueva línea de defensa, fue una ocasión gloriosa para el rey. Orgulloso de su realización, se mostraba muy impaciente; los cortesanos esperaban para darle sus parabienes, pero la más ansiosa y excitada era la hermosa mujer Bau Si, la cual casi no podía esperar que concluyesen todas las ceremonias y rogaciones previas.

    Por fin llegó la hora señalada, y por primera vez comenzó a desarrollarse en gran escala y de verdad el juego de las torres y los tambores que tan a menudo había hecho pasar un buen rato a la mujer del rey. Ésta apenas podía contener sus ansias de comenzar a intervenir en el juego y a dar órdenes, tan grande era su alegre excitación. El rey le lanzó una grave mirada, y con esto se controló. Había llegado el momento; ahora jugarían al «ataque bárbaro» en grande y con torres de verdad, con hombres y tambores de verdad, para ver cómo resultaba todo. El rey dio la señal, el mayordomo mayor transmitió la orden al capitán de la caballería, éste trotó hasta la primera torre y dio orden de redoblar el tambor. El redoble retumbó potente y profundo, su sonido alcanzó todos los oídos, festivo y profundamente conmovedor. Bau Si se había puesto pálida de emoción y comenzó a temblar. El gran tambor de batalla redoblaba con fuerza su basto ritmo estremecedor, un canto lleno de presagios y amenazas, lleno de lo venidero, de guerra y miseria, de miedo y derrota. Todos lo escuchaban con profundo respeto. Cuando el sonido comenzaba a extinguirse, de la torre siguiente salió la réplica, lejana y débil, la cual se fue perdiendo rápidamente, y después no se oyó nada más, y al cabo de unos instantes se rompió el festivo silencio, la gente volvió a alzar la voz, se pusieron en pie y comenzaron a charlar.

    Entretanto, el profundo y atronador redoble fue pasando de la segunda a la tercera y a la décima y a la trigésima torre, y cuando se dejaba oír, todos los soldados de esa zona tenían estrictas órdenes de presentarse de inmediato en el lugar convenido, armados y con la bolsa de provisiones llena; todos los capitanes y coroneles debían prepararse para la marcha sin pérdida de tiempo y apresurarse al máximo; también debían enviar ciertas órdenes preestablecidas al interior del país. Dondequiera que se oía el redoble del tambor se interrumpían el trabajo y las comidas, los juegos y el sueño, se empaquetaba, se ensillaba, se recogía, se emprendía la marcha a pie y a caballo. En breve espacio de tiempo, de todos los distritos de los alrededores salían tropas presurosas con destino a la Corte de Fong.

    En Fong, en el patio de palacio, se había relajado pronto la profunda emoción e interés que se habían apoderado de todos los ánimos al redoblar el terrible tambor. La gente paseaba por el jardín de la Corte charlando animadamente, toda la ciudad estaba de fiesta, y cuando, transcurridas menos de tres horas, comenzaron a aproximarse ya cabalgatas pequeñas y más grandes, procedentes de dos direcciones, y luego, de hora en hora, fueron llegando más y más -lo cual duró todo ese día y los dos siguientes-, el rey, sus cortesanos y sus oficiales fueron presa de un creciente entusiasmo.

    El rey se vio colmado de agasajos y congratulaciones, los arquitectos fueron invitados a un banquete y el tambor de la primera torre, el que había dado el primer redoble, fue coronado por el pueblo, paseado en andas por las calles y obsequiado por todos.

    La mujer del rey, Bau Si, estaba absolutamente entusiasmada y como embriagada. Su juego de torrecitas y campanillas se había hecho realidad de forma mucho más espléndida de lo que nunca hubiese podido imaginar. Por arte de magia, la orden había desaparecido en el solitario país, envuelta en la amplia onda sonora del redoble del tambor; y su resultado llegaba ahora, vivo, real, como un eco de lontananza, el emocionante bramido de ese tambor había producido un ejército, un ejército de cientos y miles de hombres bien armados que iban llegando por el horizonte, a pie y a caballo, en continuo flujo, en continuo y rápido avance: arqueros, caballería ligera y pesada, lanceros, iban llenando gradualmente, con creciente barullo, todo el espacio disponible alrededor de la ciudad, donde eran acogidos y se les indicaban sus posiciones, donde eran aclamados y obsequiados, donde acampaban, levantaban tiendas y encendían fogatas. Esto continuó día y noche; como duendes de fábula surgían de la tierra gris, lejanos, diminutos, envueltos en nubes de polvo, para finalmente formar filas, hechos sobrecogedora realidad, bajo las miradas de la Corte y de la embelesada Bau Si.

    El rey Yu estaba muy satisfecho, y en particular le complacía el arrobamiento de su favorita; llena de felicidad, resplandecía como una flor y el rey nunca la había visto tan bella. Pero las festividades duran poco. También esta gran fiesta se extinguió y dio paso a la vida de todos los días: dejaron de ocurrir maravillas, no se hicieron realidad nuevos sueños de fábula. Esto resulta insoportable a las personas desocupadas y veleidosas. Pasadas unas semanas de la fiesta, Bau Si volvió a perder todo su buen humor. El pequeño juego con las torrecillas de arcilla y las campanillas colgadas de un hilo resultaba tan insulso ahora, después de haber probado el gran juego. ¡Oh, cuán embriagador había resultado éste! Y todo estaba allí dispuesto, listo para repetir el sublime juego: allí estaban las torres y colgaban los tambores, allí montaban guardia los soldados y permanecían alerta los tambores en sus uniformes, todo estaba a la expectativa, pendiente de la gran orden, ¡y todo permanecía muerto e inservible en tanto no llegase esa orden!

    Bau Si perdió la sonrisa, desapareció su aspecto resplandeciente; el rey contemplaba preocupado a su compañera preferida, privado de su consuelo nocturno. Tuvo que incrementar al máximo sus presentes, con tal de poder sacarle una sonrisa. Había llegado el momento de comprender la situación y sacrificar al deber la pequeña y dulce preciosidad. Pero Yu era débil. Que Bau Si recuperase la alegría, le parecía lo principal.

    Así, sucumbió a la tentación que le preparaba la mujer poco a poco, y ofreciendo resistencia, pero sucumbió. Bau Si le arrastró tan lejos, que llegó a olvidar sus deberes. Cediendo a las súplicas mil veces repetidas, satisfizo el único gran deseo de su corazón: accedió a dar la señal a la guardia fronteriza, como si se avecinase el enemigo. En el acto resonó el profundo, conmovedor redoble del tambor de guerra. Esta vez, al rey le pareció un sonido terrible, y también Bau Si se asustó al oírlo. Mas luego se fue repitiendo todo el delicioso juego: en el horizonte se alzaron las pequeñas nubes de polvo, las tropas fueron llegando, a pie y a caballo, durante tres días seguidos, los generales hicieron reverencias, los soldados montaron sus tiendas. Bau Si estaba encantada, su rostro resplandecía. Pero el rey Yu pasó momentos difíciles. Se veía obligado a reconocer que no lo había atacado ningún enemigo, que todo estaba en calma. Conque intentó justificar la falsa alarma diciendo que se trataba de un provechoso ejercicio. Nadie se lo discutió, todos se inclinaron y lo aceptaron. Pero los oficiales comenzaron a rumorear que habían sido víctimas de una desleal travesura del rey; éste había alarmado a toda la frontera y los habla movilizado a todos, miles de hombres, con el mero objeto de complacer a su favorita. Y la mayor parte de los oficiales estuvieron de acuerdo en no volver a responder en el futuro a una orden de este tipo. Entretanto, el rey se esforzaba por levantar los ánimos de las disgustadas tropas con espléndidos obsequios. Bau Si había conseguido lo que quería.

    Pero cuando comenzaba a retornar su malhumor y empezaba a sentirse nuevamente deseosa de repetir el insensato juego, ambos recibieron su castigo. Tal vez por casualidad, tal vez porque les habían llegado noticias de esos acontecimientos, un buen día los bárbaros cruzaron inesperadamente la frontera en grandes bandadas de jinetes. Las torres dieron su señal sin tardanza, el redoble lanzó su imperiosa exhortación y se fue difundiendo hasta el último recodo. Pero el exquisito juguete, con su mecánica tan admirable, parecía haberse roto: los tambores ya podían sonar, pero nada tañía en los corazones de los soldados y oficiales del país. Éstos no respondieron al tambor. Y el rey y Bau Si otearon en vano en todas direcciones; por ningún lado se levantaba la polvareda, en ninguna dirección se veían acercar caracoleantes las pequeñas cabalgatas grises, nadie acudió en su ayuda.

    El rey salió presuroso al encuentro de los bárbaros con las escasas tropas que tenía a mano. Pero el enemigo era numeroso; derrotó a las tropas, tomó la Corte de Fong, destruyó el palacio, derribó las torres. El rey Yu perdió el reino y la vida, y otro tanto le ocurrió a su favorita Bau Si, de cuya perniciosa sonrisa aún siguen hablando los libros de historia.

    Fong fue destruida, la cosa iba en serio. Éste fue el fin del juego de los tambores y del rey Yu y la sonriente Bau Si. El sucesor de Yu, el rey Ping, no tuvo más remedio que abandonar Fong y trasladar la Corte más hacia Oriente; se vio obligado a comprar la futura seguridad de sus dominios por medio de pactos con monarcas vecinos y la cesión a éstos de grandes extensiones de territorio.




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    Mensaje por Maria Lua Dom 03 Dic 2023, 07:23

    Leyenda china



    Esto se cuenta acerca de Meng Hsie.

    Cuando supo que últimamente los artistas jóvenes se ejercitaban en colocarse cabeza abajo, decían que para ensayar una nueva visión, inmediatamente Meng Hsie practicó también este ejercicio. Y después de probarlo un rato declaró a sus discípulos:

    -Cuando me coloco cabeza abajo se me presenta el mundo bajo un aspecto nuevo y más hermoso.

    Esto se comentó, y los jóvenes artistas se ufanaban no poco de que el anciano maestro hubiese respaldado así sus experimentos.

    Se sabía que apenas hablaba, y que enseñaba a sus discípulos no mediante doctrinas sino con su simple presencia y su ejemplo. Por eso sus manifestaciones llamaban mucho la atención y se difundían por todas partes.

    Poco después de que aquellas palabras suyas hubiesen hecho las delicias de los innovadores y sorprendido e incluso indignado a muchos de los antiguos, se supo que había hablado otra vez. Contaban que había dicho:

    -Es bueno que el hombre tenga dos piernas, porque ponerse cabeza abajo no favorece la salud. Además, cuando se incorpora el que estuvo cabeza abajo el mundo se le representa doblemente más hermoso que antes.

    Estas palabras del maestro escandalizaron a los jóvenes antipodistas, que se sintieron traicionados o burlados, y también a los mandarines.

    -Tal día dice Meng Hsie tal cosa, y al día siguiente dice lo contrario -comentaban los mandarines-. Es imposible que ambas sean verdaderas. ¿Quién hace caso del anciano cuando le flaquea el entendimiento?

    Algunos fueron a contarle al maestro lo que decían de él tanto los innovadores como los mandarines. Él se limitó a reír. Y como sus seguidores le demandaran una explicación, dijo:

    -La realidad existe, pequeños míos, y ésa es incontrovertible. Verdades, en cambio, es decir, opiniones acerca de la realidad expresadas mediante palabras, hay muchas, y todas ellas son tan verdaderas como falsas.

    Y por mucho que insistieron, los discípulos no consiguieron sacarle una palabra más.


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    Mensaje por Maria Lua Lun 04 Dic 2023, 09:51

    El lobo estepario

    Hermann Hesse
    (1877-1962)



    EL LOBO ESTEPARIO
    Hermann Hesse
    ÍNDICE
    INTRODUCCIÓN..........................................................................................2
    ANOTACIONES DE HARRY HALLER ............................................................ 28
    Sólo para locos..................................................................................... 28
    TRACTAT DEL LOBO ESTEPARIO................................................................ 49
    (No para cualquiera)........................................................................... 49
    SIGUEN LAS ANOTACIONES DE HARRY HALLER......................................... 83
    Sólo para locos..................................................................................... 83




    INTRODUCCIÓN



    Contiene este libro las anotaciones que nos quedan de aquel
    hombre, al que, con una expresión que él mismo usaba muchas
    veces, llamábamos el lobo estepario. No hay por qué examinar
    si su manuscrito requiere un prólogo introductor; a mí me es en
    todo caso una necesidad agregar a las hojas del lobo estepario
    algunas, en las que he de procurar estampar mi recuerdo de tal
    individuo. No es gran cosa lo que sé de él, y especialmente me
    han quedado desconocidos su pasado y su origen. Pero de su
    personalidad conservo una impresión fuerte, y como tengo que
    confesar, a pesar de todo, un recuerdo simpático.
    El lobo estepario era un hombre de unos cincuenta años, que
    hace algunos fue a casa de mi tía buscando una habitación
    amueblada. Alquiló el cuarto del doblado y la pequeña alcoba
    contigua, volvió a los pocos días con dos baúles y un cajón
    grande de libros, y habitó en nuestra casa nueve o diez meses.
    Vivía muy tranquilamente y para sí, y a no ser por la situación
    vecina de nuestros dormitorios, que trajo consigo algún
    encuentro casual en la escalera o en el pasillo, no hubiésemos
    acaso llegado a conocernos, pues sociable no era este hombre, al
    contrario, era muy insociable, en una medida no observada por
    mí en nadie hasta entonces; era realmente, como él se llamaba a
    veces, un lobo estepario, un ser extraño, salvaje y sombrío, muy
    sombrío, de otro mundo que mi mundo




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    Mensaje por Maria Lua Lun 04 Dic 2023, 09:52

    ***
    Yo no supe, en verdad,
    hasta que leí éstas sus anotaciones, en qué profundo
    aislamiento iba él llevando su vida a causa «de su
    predisposición y de su sino, y cuán conscientemente reconocía
    él mismo este aislamiento como su propia predestinación. Sin
    embargo, ya en cierto modo lo había conocido yo antes por
    algún ligero encuentro y algunas conversaciones, y el retrato
    que se deducía de sus anotaciones, era en el fondo coincidente
    con aquel otro, sin duda algo más pálido y defectuoso, que yo
    me había forjado por nuestro conocimiento personal.
    Por casualidad estaba yo presente en el momento en que el lobo
    estepario entró por vez primera en nuestra casa y alquiló la
    habitación a mi tía. Llegó a mediodía, los platos estaban aún
    sobre la Mesa, y yo disponía de media hora antes de tener que
    volver a mi oficina. No he olvidado la impresión extraña y muy
    contradictoria que me produjo en el primer encuentro: Entró
    por la puerta cristalera, después de haber llamado a la
    campanilla, y la tía le preguntó en el corredor, medio a oscuras,
    lo que deseaba. Pero él, el lobo estepario, había levantado su
    cabeza afilada y rapada, y, olfateando con su nariz nerviosa en
    derredor, exclamó, antes de contestar ni de decir su nombre:
    "¡Oh!, aquí huele bien". Y al decir esto, sonreía, y mi tía sonreía
    también, pero a mí se me antojaron más bien cómicas estas
    palabras de saludo y tuve algo contra él.
    —Bien —dijo—; vengo por la habitación que alquila usted.




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    Mensaje por Maria Lua Lun 04 Dic 2023, 09:53

    ***

    Sólo cuando los tres subimos la escalera hasta el descanso, pude
    observar más exactamente al hombre. No era muy alto, pero
    tenía los andares y la posición de cabeza de los hombres
    corpulentos, llevaba un abrigo de invierno, moderno y cómodo,
    y, por lo demás, vestía decentemente, pero con descuido, estaba
    afeitado y llevaba muy corto el cabello, que acá y allá empezaba
    4
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    a adquirir tonalidades grises. Sus andares no me gustaron nada
    en un principio; tenía algo de penoso e indeciso, que no
    armonizaba con su perfil agudo y fuerte, ni con el tono y
    temperamento de su conversación. Sólo más adelante observé y
    supe que estaba enfermo y que le molestaba andar. Con una
    sonrisa especial, que entonces también me resultó
    desagradable, pasó revista a la escalera, a las paredes y
    ventanas, y a las altas alacenas en el hueco de la escalera; todo
    ello parecía gustarle y, sin embargo, al mismo tiempo le parecía
    en cierto modo ridículo. En general, todo el individuo daba la
    impresión como si llegara a nosotros de un mundo extraño, por
    ejemplo de países ultramarinos, y encontrara aquí todo muy
    bonito, sí, pero un tanto cómico. Era, como no puedo menos de
    decir, cortés, hasta agradable, estuvo en seguida conforme y si
    objeción alguna con la casa, la habitación y el precio por el
    alquiler y el desayuno, y, sin embargo, en torno de toda su
    persona había como una atmósfera extraña y, al parecer, no
    buena y hostil.









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    Mensaje por Maria Lua Lun 04 Dic 2023, 09:54

    ***

    Alquiló la habitación, alquiló también la alcoba
    contigua, se enteró de todo lo concerniente a calefacción, agua,
    servicio y orden doméstico, escuchó todo atenta y
    amablemente, estuvo conforme con todo, ofreció en el acto una
    señal por el precio del alquiler, y, sin embargo, parecía que todo
    ello no le satisfacía por completo, se hallaba a sí propio ridículo
    en todo aquel trato y como si no lo tomara en serio, como si le
    fuera extraño y nuevo alquilar un cuarto y hablar en cristiano
    con las personas, cuando él estaba ocupado en el fondo en cosas
    por completo diferentes. Algo así fue mi impresión, y ella
    hubiera sido desde luego muy mala, a no estar entrecruzada y
    corregida por toda clase de pequeños rasgos. Ante todo era la
    cara del individuo lo que primero me agradó. Me gustaba, a
    pesar de aquella impresión de extrañeza. Era una cara quizá
    algo particular y hasta triste, pero despierta, muy inteligente y
    espiritual y con las huellas de profundas cavilaciones. Y a esto
    se agregaba, para disponerme más a la reconciliación, que su
    clase de cortesía y amabilidad, aun cuando parecía que le
    costaba un poco de trabajo, estaba exenta de orgullo, al
    contrario, había en ello algo casi emotivo, algo como suplicante,
    cuya explicación encontré más tarde, pero que desde el primer
    momento me previno un tanto en su favor.






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    Mensaje por Maria Lua Lun 04 Dic 2023, 09:55

    ***

    Antes de acabar la inspección de las dos habitaciones y de
    cerrar el trato, había transcurrido ya el tiempo que yo tenía libre
    y hube de marcharme a mi despacho. Me despedí y lo dejé con
    mi tía. Cuando volví por la noche, me contó ésta que el
    forastero se había quedado con las habitaciones y que uno de
    aquellos días habría de mudarse, que le habla pedido no dar
    cuenta de su llegada a la Policía, porque a él, hombre
    enfermizo, le eran insoportables estas formalidades y el andar
    de acá para allá en las oficinas de la Policía, con las molestias
    correspondientes. Aún recuerdo exactamente cómo esto me
    sorprendió y cómo previne a mi tía de que no debía pasar por
    esta condición.

    Precisamente a lo poco simpático y extraño que
    tenía el individuo, me pareció que se acomodaba demasiado
    bien este temor a la Policía, para no ser sospechoso. Expuse a
    mi tía que no debía acceder de ningún modo y sin más ni más a
    esta rara pretensión de un hombre totalmente desconocido,
    cuyo cumplimiento podía tener para ella acaso consecuencias
    muy desagradables. Pero entonces supe que mi tía le había
    prometido ya el cumplimiento de su deseo y que ella en suma
    se habla dejado fascinar y encantar por el forastero; ella no
    había tomado nunca inquilinos, con los que no hubiera podido
    establecer una relación amable y cordial, familiar, o mejor
    dicho, como de madre, de lo cual también habían sabido sacar
    abundante partido algunos arrendatarios anteriores. Y en las
    primeras semanas todo continuó así, teniendo yo que objetar
    más de cuatro cosas al nuevo inquilino, mientras que mi tía lo
    defendía en todo momento con calor.



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    Mensaje por Maria Lua Lun 04 Dic 2023, 09:56

    ***

    Como este asunto de la falta de aviso a la Policía no me gustaba,
    quise por lo menos enterarme de lo que mi tía supiera del
    forastero, de su procedencia y de sus planes. Y ella ya sabía no
    pocas cosas, aunque él, después de irme yo a mediodía, sólo
    había permanecido en la casa muy poco tiempo. Le había dicho
    que pensaba pasar algunos meses en nuestra dudad, para
    estudiar en las bibliotecas y admirar las antigüedades de la
    población. En realidad, no le gustó a mi tía que alquilase el
    cuarto sólo por tan poco tiempo, pero evidentemente él la había
    ganado para sí, a pesar de su aspecto un tanto extraño. En
    resumen, el departamento estaba alquilado, y mis objeciones
    llegaran demasiado tarde.
    —¿Por qué dijo que olía aquí tan bien? — pregunté.
    A esto me contestó mi tía, que algunas veces tiene muy buenas
    ideas:
    —Me lo figuro perfectamente.
    En nuestra casa huele a limpieza y orden, a una vida agradable
    y honrada, y eso le ha gustado. Parece como si ya hubiese
    perdido la costumbre y lo echara de menos.
    —Bien —pensé—: a mí no me importa. Pero —dije— si no está
    acostumbrado a una vida ordenada y decente, ¿cómo vamos a
    arreglarnos? ¿Qué vas a hacer tú si es sucio y lo mancha todo, o
    si vuelve a casa borracho todas las noches?
    —Ya lo veremos —dijo ella riendo, y yo lo dejé estar




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    Mensaje por Maria Lua Lun 04 Dic 2023, 09:56

    ***

    Y en efecto, mis temores eran infundados. El inquilino, si bien
    no llevaba en modo alguno una vida ordenada y razonable, no
    nos incomodó ni nos perjudicó, aún hoy nos acordamos de él
    con gusto. Pero en el fondo, en el alma, aquel hombre nos ha
    molestado y nos ha inquietado mucho a los dos, a mi tía y a mí,
    y dicho claramente, aún no me deja en paz. De noche sueño a
    veces con él, y en el fondo me siento alterado e inquieto por su
    causa, por la mero existencia de un ser así, aun cuando llegué a
    tomarle verdadero afecto.
    * * *
    Un carrero trajo dos días después las cosas del forastero, cuyo
    nombre era Harry Haller, Un baúl muy hermoso de piel me
    hizo una buena impresión, y otro gran baúl aplastado, de
    camarote, hacía pensar en largos viajes anteriores, por lo menos
    tenia pegadas etiquetas amarillentas de hoteles y sociedades de
    transporte de diversos países, hasta transoceánicos.





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    Mensaje por Maria Lua Lun 04 Dic 2023, 09:57

    ***

    Después llegó él mismo, y empezó la época en que yo conocí
    poco a poco a este hombre singular. En un principio no hice
    nada por mi parte para ello. Aun cuando Haller me interesó
    desde el primer momento en que lo vi, no di durante las
    primeras semanas paso alguno para encontrarlo o trabar
    conversación con él. En cambio, y esto tengo que confesarlo, es
    verdad que desde un principio observé un poco al individuo; a
    veces durante su ausencia entré en su cuarto, y por natural
    curiosidad, me dediqué al espionaje.
    Ya he consignado algunos detalles del aspecto exterior del lobo
    estepario. A primera vista daba, desde luego, la impresión de
    un hombre superior, nada vulgar y de extraordinario talento; su
    rostro, lleno de espiritualidad, y el juego extremadamente
    delicado e inquieto de sus rasgos reflejaban una vida anímica
    interesante, excesivamente agitada, enormemente delicada y
    sensible. Cuando se hablaba con él y él —lo que no siempre
    sucedía— traspasaba los límites de lo convencional y,
    dejándose llevar de su singular naturaleza, decía palabras
    personales y propias, entonces uno de nosotros no tenía más
    remedio que subordinársele, él había pensado más que otros
    hombres, poseía en asuntos del espíritu aquella serena
    objetividad, aquella segura reflexividad y sabiduría que sólo
    tienen las personas verdaderamente espirituales, a las que falta
    toda ambición y nunca desean brillar, ni convencer a los demás,
    ni siquiera tener razón.



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    Mensaje por Maria Lua Lun 04 Dic 2023, 09:58

    ***
    De la última época de su estancia aquí recuerdo una expresión
    en ese sentido, que ni siquiera llegó a pronunciar, pues
    consistió simplemente en una mirada. Había por entonces
    anunciado una conferencia en el salón de fiestas un célebre
    filósofo de la Historia y crítico cultural, un hombre de fama
    europea, y yo había logrado convencer al lobo estepario, que en
    un principio no tenía gana ninguna, de que fuera a la
    conferencia. Fuimos juntos y estuvimos sentados el uno al lado
    del otro. Cuando el orador subió a la tribuna y empezó su
    discurso, defraudó, por la manera presumida y frívola de su
    aspecto, a más de cuatro oyentes, que se lo habían figurado
    como una especie de profeta. Cuando empezó a hablar,
    diciendo al auditorio algunas lisonjas y agradeciéndole que
    hubiese acudido en tan gran número, entonces me echó el lobo
    estepario una mirada instantánea, una mirada de crítica de
    aquellas palabras y de toda la persona del orador, ¡oh, una
    mirada inolvidable y terrible, sobre cuya significación podría
    escribirse un libro entero!



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    Mensaje por Maria Lua Lun 04 Dic 2023, 09:59

    ***

    La mirada no sólo criticaba a aquel
    orador y pulverizaba al hombre célebre con su irresistible
    ironía; eso era en ella lo de menos. La mirada era mucho más
    triste que irónica, era insondable y amargamente triste; su
    contenido era una desesperanza callada, en cierto modo
    irremediable y definitiva, y en cierto modo también convertida
    ya en forma y en hábito. Con su desolado resplandor iluminaba
    no sólo la persona del envanecido conferenciante y ridiculizaba
    y ponía en evidencia la situación del momento, la expectativa y
    la disposición del público y el título un tanto pretensioso del
    discurso anunciado —no, la mirada del lobo estepario
    atravesaba penetrante todo el mundo de nuestro tiempo, toda
    la fiebre de actividad y el afán de arribismo, la vanidad entera y
    todo el juego superficial de un espiritualismo fementido y sin
    fondo—. ¡Ay!, y por desgracia la mirada profundizaba aún más;
    llegaba no sólo a los defectos y a las desesperanzas de nuestro
    tiempo, de nuestra espiritualidad y de nuestra cultura: llegaba
    hasta el corazón de toda la humanidad, expresaba
    elocuentemente en un solo segundo la duda entero de un
    pensador, de un sabio quizá, en la dignidad y en el sentido
    general de la vida humana.




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    HERMANN HESSE (1877-1962) - Página 4 Empty Re: HERMANN HESSE (1877-1962)

    Mensaje por Maria Lua Mar 05 Dic 2023, 14:10

    ***

    Aquella mirada decía: "¡Mira, estos monos somos nosotros!
    ¡Mira, así es el hombre!" Y toda celebridad; toda discreción,
    todas las conquistas del espíritu, todos los avances hacia lo
    grande, lo sublime y lo eterno dentro de lo humano, se vinieron
    a tierra y eran un juego de monos…
    Con esto me he anticipado demasiado y, contra mi propósito y
    mi deseo realmente, he dicho en el fondo ya lo esencial sobre
    Haller, cuando en un principio fue mi idea sólo ir descubriendo
    poco a poco su imagen, a medida que refería mi paulatino
    conocimiento con él.
    Ya que me he adelantado de este modo, es preciso seguir
    hablando de la enigmática "extravagancia" de Haller y dar
    cuenta en detalle de cómo yo presentí y llegué poco a poco a
    conocer los fundamentos y la significación de esta
    extravagancia, de este extraordinario y terrible aislamiento. Así
    es mejor, pues quisiera dejar a mi propia persona todo lo más
    posible en segundo término. No quiero publicar mis
    confesiones, ni contar novelas o entregarme a la sicología, sino
    sencillamente contribuir como testigo presencial con algún
    detalle al retrato del hombre singular que dejó estos
    manuscritos del lobo estepario.





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    HERMANN HESSE (1877-1962) - Página 4 Empty Re: HERMANN HESSE (1877-1962)

    Mensaje por Maria Lua Mar 05 Dic 2023, 14:11

    ***

    Al verlo ya por primera vez, cuando entró por la puerta
    vidriera de la casa de mi tía con la cabeza levantada como los
    pájaros y alabando el buen olor de la casa, me llamó en cierto
    modo la atención lo típico de este hombre, y mi primera e
    ingenua reacción contra ello fue de aversión. Me daba cuenta (y
    mi tía, que, en contraposición a mí, no es en absoluto una
    intelectual, notaba exactamente lo mismo), me daba cuenta de
    que aquel hombre estaba enfermo, de algún modo enfermo del
    espíritu, del ánimo o del carácter, y me defendía contra él con el
    instinto del hombre sano. Esta repulsa fue sustituida en el
    transcurso del tiempo por simpatía, que tenía por base una gran
    compasión hacia este grave y perpetuo paciente, de cuyo
    aislamiento y de cuya muerte interna yo era testigo presencial.

    En este periodo fui teniendo conciencia cada vez más clara de
    que la enfermedad de este hombre no dependía de defectos de
    su naturaleza, sino, por el contrario, únicamente de la gran
    abundancia de sus dotes y facultades disarmónicas. Pude
    comprobar que Haller era un genio del sufrimiento, que él, en
    el sentido de muchos aforismos de Nietzsche, se había forjado
    dentro de sí una capacidad de sufrimiento ilimitada, genial,
    terrible. Al mismo tiempo comprendí que la base de su
    pesimismo no era desprecio del mundo, sino desprecio de sí
    propio, pues si bien hablaba sin miramientos y con un sentido
    demoledor de instituciones y de personas, nunca se excluía a sí,
    siempre era él mismo el primero contra quien dirigía sus
    flechas, era él mismo el primero a quien odiaba y negaba…




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    Mensaje por Maria Lua Mar 05 Dic 2023, 14:12

    ***

    Aquí tengo que intercalar una observación sicológica. A pesar
    de que sé muy poco acerca de la vida del lobo estepario, tengo,
    sin embargo, gran fundamento para creer que fue educado por
    padres y maestros amantes, pero severos y muy religiosos, en
    aquel sentido que hace del "quebranto de la voluntad" la base
    de la educación. Ahora bien, esta destrucción de la
    personalidad y quebranto de la voluntad no dieron resultado
    en este discípulo; para ello era él demasiado fuerte y duro,
    demasiado altivo y espiritual. En lugar de destruir su
    personalidad, sólo se consiguió enseñarlo a odiarse a sí mismo.

    Contra sí, contra este objeto inocente y noble, dirigió ya toda su
    vida el genio entero de su fantasía, la fuerza toda de su
    capacidad de pensamiento. Pues en esto, y a pesar de todo,
    tenía un sentido eminentemente cristiano y de mártir, ya que
    toda causticidad, toda crítica, toda malicia y odio de que era
    capaz los desataba ante todo, y en primer término, contra su
    propia persona. Por lo que se refería a los demás, a cuantos lo
    rodeaban, no dejaba de hacer constantemente los intentos más
    heroicos y serios para quererlos, para hacerles justicia, para no
    causarles daño, pues el "ama a tu prójimo" lo tenía tan
    hondamente inculcado como el odio a sí mismo. Y de este
    modo, fue toda su vida una prueba de que sin amor de la
    propia persona es también imposible el amor al prójimo, de que
    el odio de uno mismo es exactamente igual, y en fin de cuentas
    produce el mismo horrible aislamiento y la misma
    desesperación, que el egoísmo más rabioso.




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    Mensaje por Maria Lua Jue 07 Dic 2023, 08:28

    ***
    Pero ya es hora de que deje a un lado mis ideas y hable de
    realidades. Lo primero, pues, que logré saber del señor Haller,
    en parte por mi propio espionaje, en parte debido a
    observaciones de mi tía, se refería a su manera de vivir. Que era
    un hombre de ideas y de libros y que no ejercía ninguna
    profesión práctica, se echaba pronto de ver. Estaba en la cama
    mucho tiempo; a veces se levantaba poco antes de mediodía, y
    tal y como estaba, con su traje de dormir, salvaba los pocos
    pasos desde la alcoba al gabinete. Este gabinete, un sotabanco
    grande y amable, con dos ventanas, tenía ya a los pocos días un
    aspecto completamente diferente a la época en que había estado
    habitado por otros inquilinos. Se iba llenando de multitud de
    cosas, y con el tiempo se llenaba cada vez más. En las paredes
    aparecían cuadros colgados, o dibujos clavados, a veces
    imágenes recortadas de revistas, que cambiaban con frecuencia.
    Un paisaje meridional, fotografías de una pequeña ciudad
    campesina de Alemania, evidentemente el pueblo natal de
    Haller, pendían allí, y entre ellas brillantes acuarelas de colores,
    de las cuales no supimos hasta más tarde él mismo las había
    pintado. Luego el retrato de una señora joven y guapa, o el de
    una jovencita.





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    Mensaje por Maria Lua Jue 07 Dic 2023, 08:29

    ***

    Durante una temporada estuvo colgado en la
    pared un buda siamés, fue sustituido por una reproducción de
    “la Noche”, de Miguel Ángel; luego, por un retrato del
    Mahatma Gandhi. Los libros no sólo llenaban el gran armariolibrería,
    sino que estaban por todas partes, sobre las mesas, en
    el elegante escritorio antiguo, en el diván, sobre las sillas, en el
    suelo, libros con señales de papel entre sus hojas, que
    continuamente iban cambiando. Los libros aumentaban de día
    en día, pues no sólo se traía grandes cantidades de las
    bibliotecas, sino que recibía con mucha frecuencia paquetes por
    correo. El hombre que habitaba este cuarto podía ser un
    erudito. Con ello venía bien el humo de tabaco que todo lo
    envolvía, y las puntas de cigarros y los ceniceros que se veían
    por doquiera. Una gran parte de los libros no era, sin embargo,
    de contenido científico. La inmensa mayoría eran obras de los
    poetas de todos los tiempos y países.

    Una temporada
    estuvieron sobre el diván, donde él pasaba a menudo acostado
    días enteros, los seis gruesos tomos de una obra titulada Viaje de
    Sofía, de Memel a Sajonia, de fines del siglo XVIII. Una edición
    completa de Goethe y otra de Jean Paul eran al parecer muy
    usadas, lo mismo Novalis, y también Lessing, Jacobi y
    Lichtenberg. Algunos tomos de Dostoievski estaban llenos de
    papeles cuajados de notas. En la mesa grande, entre los
    numerosos libros y escritas, había con frecuencia un ramo de
    flores; allí solía hallarse también una caja de pinturas, la cual,
    sin embargo, estaba siempre llena de polvo; al lado, los
    ceniceros, y, para no dejar de decirlo tampoco, toda clase de
    botellas y de bebidas. Había una botella recubierta de una
    funda de paja, llena generalmente de vino tinto italiano, que él
    se procuraba en una tienda de la vecindad; a veces se veía
    también una botella de Borgoña, así como otra de Málaga, y
    una gruesa botella de kirsch vi vaciarse casi por completo en
    muy poco tiempo, desaparecer luego en un rincón de la
    habitación y cubrirse de polvo, sin que el resto del contenido
    siguiera mermando.






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    Mensaje por Maria Lua Jue 07 Dic 2023, 08:30

    ***


    No he de justificarme del espionaje a que
    me dedicaba, y he de confesar también abiertamente que en los
    primeros tiempos todos estos signos de una vida, aunque llena
    de inquietudes espirituales, pero muy desordenada y sin freno,
    me produjeron aversión y desconfianza. No soy sólo un hombre
    burgués y de vida regular; soy además abstemio y no fumador,
    y aquellas botellas en el cuarto de Haller me gustaban aun
    menos que todo el pintoresco desorden restante.

    Lo mismo que con el sueño y el trabajo, vivía el forastero
    también de una manera muy desigual y caprichosa por lo que
    se refiere a las comidas y bebidas. Muchos días ni siquiera salía
    a la calle y, fuera del desayuno, no tomaba absolutamente nada;
    con frecuencia encontraba mi tía como único resto de su comida
    una corteza de plátano en el suelo. Pero otros días comía en
    restaurantes, unas veces en buenos y elegantes, otras en
    pequeñas tabernas de los suburbios. Su salud no debía ser
    buena; aparte de la dificultad en las piernas, con las que a veces
    le costaba gran trabajo subir la escalera, parecía sufrir algunos
    otros achaques, y una vez dijo de pasada que ya desde hacía
    años ni digería ni dormía bien. Yo lo achacaba principalmente a
    su bebida. Más adelante, cuando alguna vez lo acompañé a
    alguno de sus cafetines, fui testigo a menudo de cómo ingería
    los vinos de prisa y caprichosamente; pero verdaderamente
    borracho no llegué a verlo jamás, ni nadie tampoco lo ha visto.


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