Bueno, he estado buscando y buscando, y esto es lo que encontré para dejar alguna referencia de algún autor sobre Elvio.
Es muy dificil, amigo Pascual, al menos eso creo. Dejo este documento que he leído y que decidí que también se pueda leer desde aquí.
Por Ricardo Rubio
Elvio Romero: De la tierra intensa
Si la llamada poesía social es la que se manifiesta como resultado de la observación que el poeta hace del medio en el que está inmerso, entonces Elvio Romero es un poeta social. Vale recordar que una vez dijo: "Yo casi podría decir que soy un poeta indignado. A mí la injusticia me produce indignación."
Cuando un hombre no puede sustraerse del sufrimiento de otro, no hace más que identificarse en el dolor ajeno, hacerlo propio y responder emocionalmente. En Elvio Romero no hubo una tendencia voluntaria a producir tal o cual efecto, vibró junto a las palpitaciones de su tierra y de su gente, y las tradujo en palabras que, de sí, tienen la sabiduría del amor y la belleza del hecho artístico. Llegó a las composiciones que su inspiración le dictaba con un vocabulario llano, inspirado, y cuyo caudal pareciera no tener límites. Dice, en el poema “En los días venideros”:
El hombre tendrá en los labios / el resplandor de sus gritos / y si no ardieron sus manos / con fuego de monte ardido / su sangre será una sombra / sin esplendores ni brillos.
Pese a la juventud que entonces tendría, existen muchas razones por las que debe ser considerado como un poeta de la generación del cuarenta paraguayo, pues utiliza, además de los recursos del modernismo, la fuerza verbal de los humanistas españoles, aunado a un expresionismo americano que aún no había llegado a la cima de las preferencias.
Sus ideales firmes, sanguíneos y pragmáticos, inspirados por la realidad y ejemplificados con ella, se hacen palabras ante la observación de la injusticia social a la que estaba sometida gran parte del pueblo paraguayo. Empieza a considerar entonces que la poesía no es simplemente un juego de palabras emergentes del juego del pensamiento, sino un canto que brota de la emoción más honda y más sincera del ser, que traduce bellamente la mirada que el poeta derrama sobre las cosas, que llena los versos de sensaciones casi palpables. Es allí cuando deviene crítico de esa realidad y se instala fuertemente en el compromiso social, pues el hombre es gregario y vive en sociedad, y si ésta le hace sufrir, su canto será una elegía o una exhortación, expresando que la poesía es, según sus propias palabras: "un estremecimiento que siempre estuvo con los oídos atentos a las palpitaciones del mundo". Este compromiso social, traducido luego en instancia bélica lo hará exiliarse en Buenos Aires tras la sofocada revolución contra Morínigo.
Elvio Romero hizo de la ciudad de Buenos Aires su morada de referencia por más de cincuenta años. Fue aquí donde sus primeros libros se agotaron a los poco meses de editados por Lautaro y por Losada, y desde aquí saltó al mundo a su conquista. Pero, tan paraguayo como el más, añoró y cantó a su patria interminable e indefinidamente. Como dice en el poema que dedica a su mentor y, en cierto modo, maestro, “Carta a Julio Correa: “Julio: vuelvo a escribirte ahora / madurado en este oficio amargo de recordar mi tierra / llena de estragos hondos y un sino desolado.” Y más adelante, en el mismo poema, dice: “Cuando regrese, Julio, habrá flores dichosas / acogiendo el anuncio de las nuevas semilla. Todo tendrá el aroma de las cosas sencillas. La tierra, el alba pura se abrirán temerosas. Nosotros, como siempre… ¡cantando maravillas!”
Firme en sus ideales: el amor, el honor, el pueblo y sus causas, Elvio Romero se abrió al universo de las letras como un poeta de categórico tono paraguayo, pues toda una tradición de poetas sociales lo constata, pero revelándose también como el más americano, desde los cimientos que edifican, sin dudas, el guaraní y la enorme historia literaria del idioma castellano. Idioma que nutrió y dignificó, actualizándolo, modernizándolo en sus íntimas combinaciones. Ejemplo de esto son, sin duda, estos pasajes, “Paraguay bajo el cielo” : “¿Qué habéis hecho de mí que cuando toco el pecho buscando un pecho de hombre, toco llanuras áridas, parajes solariegos, un espeso y viviente follaje conmovido?” O como en “Poemas de Juan y John”
Este es Juan, modelado en su tierra formidable, sin más aire que un aire taciturno, sin más bolsillo que un bolsillo de hambre. / Este es John, llegado no hace más de cuatro tardes y ya mirando con los ojos altos y escupiendo rencor sobre los árboles.
Con esta fórmula de relato agudo e inteligente sesgó el corte tradicional que traía por siglos la poesía de estilo castellano. Quitó de las recetas españolas sus insufribles cáscaras ancestrales, sus repetidos procedimientos líricos, y, sin necesidad de recurrir a innovaciones surgidas en otras lenguas, trazó un derrotero que demuestra que ningún camino se agota, ningún camino se muere. Su celo, su atención al lenguaje, fue más allá de la simple búsqueda de la belleza; los conceptos, los temas, los asuntos de sus poemas, no son gratuitos ni simples florilegios verbales, son un trazado del deber ser y del deber proceder: la valentía, el amor, el honor y la justicia.
Sabemos, sí, que su obra tiene un acento social sobresaliente, sabemos que cantó al amor con el acierto, o la novedad, o la fuerza, que sólo unos pocos lograron desde Eluard, Salinas o Lorca. Que cantó a la dignidad, al arrojo y al temple, no sólo del paraguayo sino de todos los sometidos de la tierra, razón por la que sus composiciones desprenden la fuerza vital y el carácter pasional que más lejos ha llegado en la lírica castellana, en los últimos sesenta años.
Su mirada esperanzada se nutre de algunas fórmulas modernistas y se funde con la pureza de gusto por lo clásico, lo que hace que su lenguaje no sólo propugne la intensidad de la expresión sino también un equilibrio formal, flexible a la gracia de la espontaneidad limpia y creativa.
Extrañará pensar que su obra, acentuadamente humanística, sea de carácter pasional en función de una proyección sublime de la libido. Técnicamente se apoya en la sonoridad a ultranza y en su talento singular para hallar siempre el término preciso.
Dice, en “Un hombre”:
Tuvo bienes sencillos: un puño original, un chiripá de cuero, la luna que una vez cargó en los hombros cuando cayó varada en el sendero, un horóscopo tibio de noche enmarañada, los jadeantes ijares de su perro, cuatro palmos de harapos y el palmo habitual de su silencio.
En cierta oportunidad que hablábamos del tema de la lengua y la sonoridad de sus vocablos, me dijo: “el idioma castellano tiene palabras fenomenales, por ejemplo: musitar, ¿no es musitar una palabra hermosa?”
No encontraremos en su obra intimismos que delaten dudas o conflictos psicológicos, ni que intenten justificar el destino adverso, sólo en los temas de amor propiamente dichos aparecen las miradas a la identidad, a la corriente íntima y a las fricciones más individuales. En estos, el tema social y el del amor encuentran una juntura sin precedentes. Como en este pasaje del poema “Manta: …no puedo quererte sino con estos ojos de color de colina cenicienta, con estas manos anchas que al acercarse a tu cuerpo tiemblan con gesto extraño de raíz retorcida, sino con estos sueños de noches y caballos inquietantes que nunca dejan reposar mi frente…” O como en “Intermedio”: “Nada de amor ahora, mi amor; nada que no sea escuchar ese aullido en la noche…”; que termina diciendo: “Nada de amor, mi amor, por esta noche. La pared otra vez se ha teñido de sangre.”
Desde los inicios, su personalidad se impuso por sobre las tentaciones de las vanidades literarias, tan abundante en nuestro medio. En una conversación de café, cierta vez, le dije que muchos deberían bajarse de la vanidad y ponerse a escribir. Entonces, él reflexionó: “Se sube a la vanidad cuando no se puede escribir”.
Su altura, en los renglones más elevados de la poesía universal, no se debe a gestión de amigos ni a falsa publicidad. Su intuición poética lo llevó de la mano por un camino escrupuloso: evitó el follaje frívolo, el mariposeo intelectual, los perfectismos vacíos, y extrajo su poesía de las verdaderas fuerzas creadoras: la pasión y el talento.
Comentó, una vez:
He pretendido que mis libros respirasen como los hombres; que contuviesen el aliento de nuestra naturaleza encendida por su vasto espacio verde y por el verano; por eso los poblé de personajes y de árboles que cantan y de gente cuyo oficio era sentarse en mitad de la luz del mediodía o del fulgor de la luna.
No puede negarse que su obra se apoyó en la experiencia y en los estados dramáticos que le proveyó el destierro. Sus libros pasan por las distintas temáticas dejando tras de sí una estela con fondo melancólico. Media en ellos un sustrato de dolor por desarraigo: tarde o temprano brota el adjetivo bucólico y evocador, imprevistamente, como aire necesario que debe respirarse sin más; o se enlaza en la añoranza de sus héroes, o en la de sus mártires, o en imágenes lejanas que rememoran su infancia.
Para terminar, he aquí su poema “De caminante”:
Heme aquí, con los de mi camino: el justo, el pobre, el perseguido y el rebelde. De parte alguna vino mi voz sino de ellos. Fui con ellos a elegir mi posada, el desprendido corazón. El pan, el vino me fueron ofrecidos. Los destellos de su ser me encendieron; ahora nada tengo más de un mundo compartido, el compartido amor y la mirada. Se me fue dado este cantar por ellos. Heme aquí, derramado en mi camino.
Celebro el propósito de reunirnos para evocar, recordar y homenajear a uno de los mentores de nuestra poesía. Cuando Ovidio Ottaviano organizaba este encuentro pensaba, seguramente, en la necesidad de retener entre nosotros a una figura superlativa y en la justicia de una evocación constante que mantenga iluminado nuestro camino, para no perder de vista las más altas cualidades de la vida; el modelo de estas cualidades: Elvio Romero, un hombre, un poeta, un justo de la tierra.
(Leído en la Conmemoración del 79 Aniversario del Natalicio de Elvio Romero, el 13 de diciembre de 2005 en la sala “Manuel Belgrano” del Honorable Senado de la Nación, en Buenos Aires, República Argentina.)
Ricardo RUBIO, poeta argentino, promotor cultural de La Luna Que, dramaturgo y ensayista.
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