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Vicente Núñez (Aguilar de la Frontera, 8 de junio de 1926 - ibídem, 22 de junio de 2002) fue un poeta español. Está considerado como uno de los más importantes poetas andaluces de la segunda mitad del siglo XX. Además de poeta, su obra literaria está compuesta por aforismos y diversos textos en prosa. Estuvo vinculado al Grupo Cántico.
Biografía
Nació en Aguilar de la Frontera, Córdoba, el día 8 de junio de 1926. Estudió Bachillerato en Cabra (Córdoba), en Lucena (Córdoba) y en el Colegio de los Jesuitas del Palo, en Málaga.
Pasó el Examen de Estado en la Universidad Central de Madrid, en 1947. Comenzó los estudios de Derecho en la Universidad de Granada que luego continuó en la Universidad de Sevilla.
Durante las milicias universitarias, en Ronda (Málaga), entabló amistad con los escritores Carlos Barral y con Antonio Gala.
A partir de 1951 comenzaron a aparecer poemas suyos en diversas publicaciones.
Entre 1953 y 1959 vive en Málaga, formando parte del grupo de poetas reunidos en torno a la revista Caracola.
En el Tercer Congreso Internacional de poesía de Santiago de Compostela, celebrado en 1954, entra en contacto con los poetas del grupo Cántico, vinculándose a la estética de este grupo de poetas y colaborando en alguno de los números de la revista Cántico.
Publica sus dos primeros libros de poemas en 1954 y en 1957.
Durante un corto periodo vive en Madrid, donde colabora con la revista Ágora.
En 1960 regresó definitivamente a Aguilar de la Frontera, su pueblo natal y tras largos años de silencio, justificados por la crisis que desencadena la muerte de su madre y la decepción del mundo literario que conoce durante su breve estancia en Madrid, volvió a publicar en 1980.
En 1982 obtuvo el Premio Nacional de la Crítica de Poesía Castellana con su poemario Ocaso en Poley.
En 1984 se le nombró Hijo Predilecto de Aguilar de la Frontera.
En 1990 le fue concedida la Medalla de Plata de las Letras Andaluzas. En 1990, realiza el prólogo dialogado de Penumbrales de la Romeraca de Ginés Liébana con Carlos Villarrubia. Ginés, Vicente y Carlos realizarán diversas conferencias conjuntas en Bodegas Campos de Córdoba o en el Hotel Meliá de Cáceres, en torno a los hilos de la traición del grupo Cántico
Socio fundador del Ateneo de Córdoba fue nombrado Ateneísta de Honor en 1990.
Falleció en Aguilar de la Frontera, Córdoba, el 22 de junio de 2002.
En mayo de 2002 le fue otorgada la Medalla de Oro del Ateneo de Córdoba y el mismo año, ya fallecido, y a título póstumo, se le concedió el Premio Andalucía-Luis de Góngora y Argote de las Letras.
En su localidad natal, se constituyó el 15 de julio de 2005, la Fundación Vicente Núñez, ideada por el propio poeta, quien planeó la creación de un espacio donde organizar actividades literarias. Orientándose tras su muerte hacia la promoción de la literatura y, en particular, de la obra del propio Vicente Nuñez, además de prestar atención a la difusión del flamenco. También se creó en su honor, en este mismo pueblo, un instituto que hoy en día lleva su nombre. Gran amigo de Ramona Zurera Maestre, con la que pasó de ser su "maestro" en la poesía (llegando a escribir su único libro "Apenas unos versos", aunque este no sea muy conocido fuera de la localidad), a ser uno de sus mejores amigos hasta que, en el año 2002, este falleció.
Desde el año 1991 la Diputación Provincial de Córdoba convoca de manera anual un premio que lleva su nombre.
(Sacado de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] )
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Algunos poemas de Vicente Núñez:
De Los días terrestres (1957):
LA PARROQUIA
Yo subía a la iglesia los vientos con mi madre
bajo su chal de lana escardada y suavísima;
pero el invierno entonces y yo era casi un niño,
y la lluvia cantaba como una flauta triste,
la lluvia de las gárgolas y de los canalones.
El hojaldrero iba con su cesta de lata
pregonando y el frío se llenaba de aroma;
los portales tenían su farol encendido
durante aquellas noches de parroquia y de invierno.
Pero luego, de pronto, llegó la primavera
y en el parque se abrieron los rojos ciclamores,
y el chorro de la fuente era como un hermoso
lirio verde de vidrio turbador que gemía.
Y con la primavera floreció mi rosario,
que tenía las glorias de pimienta labrada
y un olor de pinares, de ajenjos y de ermitas.
Y todos los altares se cubrieron de rosas
y las esbeltas velas enarcaron sus cuellos,
y era su luz más amplia, más difusa y más suave,
porque todo lo puede la primavera ardiente.
Y entonces, una tarde, yo te vi de rodillas
entre un bello retablo y unos reclinatorios.
Y sentí que mi alma comenzaba a moverse,
mi alma que hasta entonces no se había movido,
que eran tus manos como desvaídas hortensias
y como las frambuesas de encendidos tus labios.
Y sé que dije a mi alma cosas que no recuerdo,
pero que están dormidas, esperando a la aurora.
Y vi que la alegría era sólo tristeza,
una inmensa tristeza que florece en nosotros
con perfumes de rosas vagas y parroquiales,
de rosas que han besado el incienso y los cirios
durante los fragantes novenarios de mayo.
Y vi que la tristeza era sólo alegría,
la alegría de haberte descubierto entre vírgenes,
entre altares de mármol y oscuras sardónices,
la alegría de aquella sonrisa, más hermosa
para mí que el hechizo que trae la primavera.
DESPUÉS DE LA VENDIMIA
Te conocí una tarde después de la vendimia,
cuando los zagalejos salen a la rebusca
y las más tibias uvas se recargan de aroma
y de una miel violeta que persiguen los tábanos.
Ya no había en la viña trasiego de comportas
ni las mozas dejaban en el lagar sus risas,
y estaban las gayolas de un color ocre húmedo,
y las pámpanas mustias ciegamente mirando.
Pero en aquella tarde parecían tus ojos
más azules y claros por entre los eneldos,
y tu pelo más rubio que la paja del heno
sobre aquella nublada oscuridad del lago.
Estuvimos sentados trenzando las eneas
y se quedaba inmóvil nuestra mirada a veces,
y a veces nuestras manos desmayaban y torpes
se rozaban y luego se quedaban dormidas.
Yo te ofrecí granadas de encendida corteza
y membrillos que tienen una dulce pelusa,
y por la carretera te ofrecí los cristales
transparentes y hermosos que dan los curbariles.
Pero ahora ha crecido la tristeza, y el campo
es como un brazo seco que me duele y me llama:
y entonces me pregunto si merece la pena
que otra vez venga otoño y mueran las acacias,
que otra vez las gallinas en el cortijo escarben
sobre el estiércol tierno de tibio y dulce vaho,
si es posible que esta soledad no sea un sueño
y tu recuerdo una infinita tristeza
y las hojas que mueren unos dedos que cierran
mis ojos de silencio enteramente tristes.
OTOÑO
¿Y cómo te diré, amor, que ya es otoño
desde esta lejanía que hace bello al deseo,
si la lluvia que moja mis hombros es lo mismo
que todos los recuerdos dulces y las promesas,
y las nubes tan grises no son como tus ojos?
¿Qué tristeza que sabe a una antigua alegría
tiene el parque alfombrado de crujientes serojas,
si tú vives lejísimos y mi vida no tiene,
cual las oblicuas tubas de los talados árboles.
otro destino ahora que la desnuda espera?
¿Es algo quizás nuevo o es solamente el tiempo
que otra vez de improviso vierte sus caravanas
de humedades y olores de papeles y tierras,
de viejos palomares y de tejas oscuras,
el tiempo que regresa como un joven desnudo,
mojado y casi ebrio de un viaje larguísimo?
Pero yo sólo sé, amor, que ya es otoño,
que tu recuerdo este día triste me empuja
al final de los parques donde estuvimos juntos,
los parques de otras tardes claras en que el perfume
de los tilos en flor era igual que un abrazo,
y una caja de música morada las Descalzas,
cuando los barrenderos lentamente volvían.
Y también sé, amor mío, que desde mi tristeza
vanas serán las rosas que prepara la tierra,
que nunca la melisa silvestre volveremos
a coger por las lomas leves de los ejidos,
que indiferente a este pecho que se me muere
sus flores el ciclamen volverá a dar tan bellas.
Y por eso, quisiera expirar junto a esas
húmedas avenidas de alerces solitarios,
porque una vez jugamos donde una fuente ahora
con la ilusión de mayo contentísima gime.
AQUÍ ESTARÉ
A veces me entristezco si te amo demasiado,
si doblo tus miradas como el mantel grosella
que soñaba en mi infancia. Si digo que tus labios
eran aquella luz que una tarde, en el río,
puso verdes las cañas, maravillosamente.
Porque nada ha nacido en nuestro amor, apenas
amanecen, las cosas tienen nombres antiguos:
una vía nevada de almendros, cuando marzo
deposita en los trenes su carga de ventura.
Un imán apagado, un quitasol a rayas,
unas chinas, ¿recuerdas?, de un mar entre cristales.
Podría relatarte la tarde entre los pinos,
cuando hace tantos años nos herimos los dedos.
Podría estarme quieto con los ojos cerrados
y notarte en el aire cuando estuvieras dentro:
el aire de una plaza, la corriente de un cuarto,
la sala de los viejos cuadros y el almanaque.
Y así todo, al aviso del amor que ha venido,
como vienes ahora, dejando amor y vida.
Así, un instante, yendo en pos de la alegría,
se anticipa mi queja, cómplice del recuerdo.
Podría estarme a sola creciéndote, sin verte,
lentamente apuntando las más trémulas horas:
llevarte hasta la pura lontananza del puerto
ante cuyas cancelas de hierro nos amamos.
Podría estar debajo de unos árboles muertos
y el corazón, aún vivo de memoria, te amara.
Un papel que rodando con la lluvia nos roza
ya su turno proclama de amor y su mensaje.
Podrá mañana mismo trasponer la frontera
la muerte que sestea con sus tristes acólitos,
exigiendo su infancia última y su primicia.
Aquí estaré. Al minuto, mi reloj con el tuyo,
dispuesta la linterna con su faro de niebla,
mis brazos a los tuyos ya para siempre abiertos,
sentado en el rebate del amor en que vivo,
pendiente de la dicha del amor en que muero.
PASEO DE LOS TRISTES
Hoy sabe que te amo el Paseo de los Tristes.
Bosquecillo y ventorro que descendéis al río,
en un dédalo amargo de suspiros y besos:
bien habéis desplomado mi inútil alegría
encendiéndome sólo con vuestro olor el suyo.
Pues Granada, que suele demorar las promesas
y abrir a los amantes sus salones de olvido,
Granada del deleite frágil de las afueras,
en el umbral me deja de los amenazados;
y una luna de polvo solitario en la Alhambra
copia en los ajimeces mi pena y tu memoria.
Las tapias de la Cuesta del Chapiz se enrojecen
de imprevistos abrazos, de fáciles deseos.
Un alumno que baja tarde del Sacromonte
pretexta al verme solo encender un pitillo.
Y hay algo que en el puente de Aben Rasik me ata
a ti, tú la más triste entre todas las plazas.
Fuente de la rotonda, aluvión de ceniza,
rojas torres que visteis mi amor entre arrayanes,
iglesias coronadas por veletas y esferas,
fósforos tentadores de «El Rey Chico» en la noche:
mi pabellón de muerte os hará compañía.
Y cuando de la Audiencia los gallos a la aurora
con su timbre ensombrezcan la Cuesta de Gomérez,
mis ojos encendidos quedarán como lunas
marmóreas junto a ti penando, oh triste plaza.
Y un perro inagotable les ladrará hasta siempre
en el pálido y lento callejón de los días.
De Poemas ancestrales (1908):
PUESTA DE SOL
En tanto que de rosas
hacemos una piña...
SAN JUAN DE LA CRUZ
La cueva sin nadie que conocía el agua
y las espátulas de pizarra del mar contra las rocas
no eran una música más arriba,
o que provocasen siquiera frente a barcas de palo.
El frío del Altísimo,
tras la solar hoguera de los montes,
un silbido espeso derramó y palpitábamos.
«Ángeles son, y no contadas naves».
Y cuando lo decías,
sin ese esfuerzo que inutiliza el recuerdo,
un pecho tierno me brotó de repente:
ángeles son, dejados a su avío;
en tanto que de gozo se me apiñó la dicha.
ARIA TRISTE
Homenaje a J. R. J.
(Meeting at night)
Antes de que se cierre la cancela y el faro
rasgue con su guadaña el estor de la tarde,
hay un jazmín sombrío que aguarda unas pisadas
entre la celosía otoñal de una cita.
Los muchachos que vuelven de la playa, la ronda
última de los novios que atenúa la niebla,
la red de los silencios y su copo doliente
rozan por un instante esa amarga clausura.
Pasan como vencidos del rigor de los besos,
tú que esperaste en vano de una noche a otra noche,
y dejan en la agreste baranda de la arena
el áspero geranio de un sollozo votivo.
La barca en que un arráez se pierde entre las rocas
es sólo un vago indicio, bajo la luna llena.
Tras el balcón abierto hay un libro, unas flores...
Un timbre casi anuncia la ausencia de sus manos.
Y el amor, que salvaba la verja y los rosales,
lejos de la corola de su ser se evadía;
y en los acantilados su sangre decoraba
la ruda y pavorosa soledad de las olas.
Y una noche, a las doce... La terraza era un friso
de espaldas y organdíes que agitaba la música.
Y el mar siguió vacío, y la playa desierta,
y no se oyeron pasos, y no vino a la cita.
TRES POEMAS
Homenaje a Pablo García Baena
I
Cuan largas, tortuosas, miserables e inútiles
son siempre las congojas del amante obstinado.
Su pensamiento yerra aunque acierte su instinto,
su corazón se aprieta de agresivos venablos
sin objeto, a no serlo de su propio veneno.
Pero es tanta su cómplice alianza con todo,
es tan fuerte su abrazo solitario al hastío
que se inmolan ligeros en fragmentos de gloria,
desnudos, en la hoguera de una pasión sin nombre.
Oh, qué yerta corona de pavesas altivas,
qué confín tan oscuro de heroicas cintas mustias.
Todo se prometía tan risueño, tan dulce...
Fueron tantos aquellos vehementes deseos...
Como raros y ajados estandartes de escarnio
flamean. Son beodos de elegantes maneras,
sordos a la ternura que ya no reconocen.
II
Cuando ayer me pediste que escribiera unos versos
de amor, para regal0 de quien tú tanto amas,
sentí que no debía negarme a tu deseo,
pues con él me brindabas la ocasión, tal vez única
de revelarte todo el que por ti yo escondo.
Y así, cuando en el pecho de tu dulce criatura
mis palabras estallen como encendidas rosas,
yo no estaré del todo ausente a ese perfume.
Yo vibraré un instante tan cerca de vosotros
como de ti lo está, mientras viva, mi alma.
III
Esta hermosa sortija, cuyas piedras un día
fueron entre tus dedos mortecinos jacintos,
hoy me ciñe del vago recuerdo de tu carne,
del intenso y oscuro aroma de tu alma.
Quién, entonces, podía imaginarlo, amor mío:
alma y cuerpo en un solo y unísono destello.
De Ocaso en Poley (1982):
OCASO EN POLEY
Si la tarde no altera la divina hermosura
de tus oscuros ojos fijos en el declive
de la luz que sucumbe. Si no empaña mi alma
la secreta delicia de tus rocas hundidas.
Si nadie nos advierte. Si en nosotros se apaga
toda estéril memoria que amengüe o que diluya
este amor que nos salva más allá de los astros,
no hablemos ya, bien mío. Y arrástrame hacia el hondo
corazón de tus brazos latiendo bajo el cielo.
LA ALBAHACA
La albahaca fina,
la albahaca basta.
La verde, la oscura,
la ruda, la blanca...
La que tiene sombra,
la que tiene tanta
dura espina y mata,.
¿La albahaca fina?
La albahaca basta.
CÁNTICO
El que pasa ignorado por los arcos del mundo.
El que extiende en el suelo su clámide de oro.
El que aspira en el bosque el rumor de la lluvia
y olvida su cuidado debajo de los sauces.
El que besa tus brazos y tiembla y se transforma
a pesar del embate de todo y de sí mismo.
El que a tu sombra gime como trémula gema.
El que pasa, el que extiende, el que aspira y olvida.
El que besa, el que tiembla y se transforma. El que gime.
AMARTE
Amarte no fue un ramo de rosas en la tarde.
¿Dejarte cualquier día para siempre y no verte...?
Todavía me queda otro infierno más grande.
Esperar a que vuelvas más allá de la muerte.
INMORTALIDAD
Hospes comesque corporis
Te amé tanto que, un día, abandonó mi alma
la cárcel de su cuerpo. Errátil, y no hallándote,
regresó a la morada que yo daba por mía.
Mas no estaba mi cuerpo donde allí lo dejara,
sino el tuyo, vastísimo, como un templo de oro.
Y no le diste asilo. Y ya no tendré muerte.
ENDECHA
Huérfano de amor y llanto,
falto de ti en mi camino,
¿no tendré ya otro destino
que el de morirme cantando?
Instrumento fui del viento,
tardo violín de la tarde...
En mi alma solo arde
la tarde, como un lamento.
GRANADA
Hoy vuelvo a ti, Granada de mi ensueño,
como el alumno eterno de lo amargo.
Todo lo encuentro, igual que entonces, bello;
todo más triste aún y alucinado.
Beso la clara fuente y beso el puente
donde mis ojos estudiaron llanto.
Y, como el gallo de la Alhambra, vuelvo
con la veleta de la muerte en alto.
Sombra fui de una tarde entre las colchas
de la calleja vieja del estanco...
Qué nauseabundo el perro de la vida
hallé, tan negro, tras de mí acechando.
Oh Granada, granada está mi alma
y el corazón a punto de enterrarlo.
Yo sé que tú no quieres que me vaya,
sino que muera –¡rojo!– entre tus gajos.
UN POEMA
¿Un poema es un beso y por eso es tan hondo?
Un poema -¿me quieres?- se aposenta -no hables-
en mis labios que abdican del canto si me besas.
¿Un poema se escribe, se malversa, se abraza?
Oh dulce laberinto de luz, oh tenebrosa,
oh altísima y secreta confusión, amor mío.
LA LIMOSNA
Una noche de invierno, de tantas en la vida,
sintiéndome el más pobre de los pobres del mundo,
me arrojé por las calles en busca de sustento
mientras la lluvia hería mi rostro como un látigo.
Como pude, arrastrándome en aquel torbellino
de vértigo y de frío, logré alcanzar su casa.
Llamé con la ternura que precede a la muerte;
besé, con el helor que en mis labios traía,
aquellos aldabones que yo soñé imposibles.
Salieron a la puerta tus hijos, como rosas
en el trono encendido del hogar que vibraba.
Yo no sé qué limosna pedí ni con qué harapos
quise ocultar mi fiebre, mi amor y mi miseria.
Del fondo de la casa, del fondo de la vida,
sentí su voz decirme, mientras agonizaba
mi corazón: perdone. Por Dios, perdone, hermano.
Vicente Núñez (Aguilar de la Frontera, 8 de junio de 1926 - ibídem, 22 de junio de 2002) fue un poeta español. Está considerado como uno de los más importantes poetas andaluces de la segunda mitad del siglo XX. Además de poeta, su obra literaria está compuesta por aforismos y diversos textos en prosa. Estuvo vinculado al Grupo Cántico.
Biografía
Nació en Aguilar de la Frontera, Córdoba, el día 8 de junio de 1926. Estudió Bachillerato en Cabra (Córdoba), en Lucena (Córdoba) y en el Colegio de los Jesuitas del Palo, en Málaga.
Pasó el Examen de Estado en la Universidad Central de Madrid, en 1947. Comenzó los estudios de Derecho en la Universidad de Granada que luego continuó en la Universidad de Sevilla.
Durante las milicias universitarias, en Ronda (Málaga), entabló amistad con los escritores Carlos Barral y con Antonio Gala.
A partir de 1951 comenzaron a aparecer poemas suyos en diversas publicaciones.
Entre 1953 y 1959 vive en Málaga, formando parte del grupo de poetas reunidos en torno a la revista Caracola.
En el Tercer Congreso Internacional de poesía de Santiago de Compostela, celebrado en 1954, entra en contacto con los poetas del grupo Cántico, vinculándose a la estética de este grupo de poetas y colaborando en alguno de los números de la revista Cántico.
Publica sus dos primeros libros de poemas en 1954 y en 1957.
Durante un corto periodo vive en Madrid, donde colabora con la revista Ágora.
En 1960 regresó definitivamente a Aguilar de la Frontera, su pueblo natal y tras largos años de silencio, justificados por la crisis que desencadena la muerte de su madre y la decepción del mundo literario que conoce durante su breve estancia en Madrid, volvió a publicar en 1980.
En 1982 obtuvo el Premio Nacional de la Crítica de Poesía Castellana con su poemario Ocaso en Poley.
En 1984 se le nombró Hijo Predilecto de Aguilar de la Frontera.
En 1990 le fue concedida la Medalla de Plata de las Letras Andaluzas. En 1990, realiza el prólogo dialogado de Penumbrales de la Romeraca de Ginés Liébana con Carlos Villarrubia. Ginés, Vicente y Carlos realizarán diversas conferencias conjuntas en Bodegas Campos de Córdoba o en el Hotel Meliá de Cáceres, en torno a los hilos de la traición del grupo Cántico
Socio fundador del Ateneo de Córdoba fue nombrado Ateneísta de Honor en 1990.
Falleció en Aguilar de la Frontera, Córdoba, el 22 de junio de 2002.
En mayo de 2002 le fue otorgada la Medalla de Oro del Ateneo de Córdoba y el mismo año, ya fallecido, y a título póstumo, se le concedió el Premio Andalucía-Luis de Góngora y Argote de las Letras.
En su localidad natal, se constituyó el 15 de julio de 2005, la Fundación Vicente Núñez, ideada por el propio poeta, quien planeó la creación de un espacio donde organizar actividades literarias. Orientándose tras su muerte hacia la promoción de la literatura y, en particular, de la obra del propio Vicente Nuñez, además de prestar atención a la difusión del flamenco. También se creó en su honor, en este mismo pueblo, un instituto que hoy en día lleva su nombre. Gran amigo de Ramona Zurera Maestre, con la que pasó de ser su "maestro" en la poesía (llegando a escribir su único libro "Apenas unos versos", aunque este no sea muy conocido fuera de la localidad), a ser uno de sus mejores amigos hasta que, en el año 2002, este falleció.
Desde el año 1991 la Diputación Provincial de Córdoba convoca de manera anual un premio que lleva su nombre.
(Sacado de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] )
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Algunos poemas de Vicente Núñez:
De Los días terrestres (1957):
LA PARROQUIA
Yo subía a la iglesia los vientos con mi madre
bajo su chal de lana escardada y suavísima;
pero el invierno entonces y yo era casi un niño,
y la lluvia cantaba como una flauta triste,
la lluvia de las gárgolas y de los canalones.
El hojaldrero iba con su cesta de lata
pregonando y el frío se llenaba de aroma;
los portales tenían su farol encendido
durante aquellas noches de parroquia y de invierno.
Pero luego, de pronto, llegó la primavera
y en el parque se abrieron los rojos ciclamores,
y el chorro de la fuente era como un hermoso
lirio verde de vidrio turbador que gemía.
Y con la primavera floreció mi rosario,
que tenía las glorias de pimienta labrada
y un olor de pinares, de ajenjos y de ermitas.
Y todos los altares se cubrieron de rosas
y las esbeltas velas enarcaron sus cuellos,
y era su luz más amplia, más difusa y más suave,
porque todo lo puede la primavera ardiente.
Y entonces, una tarde, yo te vi de rodillas
entre un bello retablo y unos reclinatorios.
Y sentí que mi alma comenzaba a moverse,
mi alma que hasta entonces no se había movido,
que eran tus manos como desvaídas hortensias
y como las frambuesas de encendidos tus labios.
Y sé que dije a mi alma cosas que no recuerdo,
pero que están dormidas, esperando a la aurora.
Y vi que la alegría era sólo tristeza,
una inmensa tristeza que florece en nosotros
con perfumes de rosas vagas y parroquiales,
de rosas que han besado el incienso y los cirios
durante los fragantes novenarios de mayo.
Y vi que la tristeza era sólo alegría,
la alegría de haberte descubierto entre vírgenes,
entre altares de mármol y oscuras sardónices,
la alegría de aquella sonrisa, más hermosa
para mí que el hechizo que trae la primavera.
DESPUÉS DE LA VENDIMIA
Te conocí una tarde después de la vendimia,
cuando los zagalejos salen a la rebusca
y las más tibias uvas se recargan de aroma
y de una miel violeta que persiguen los tábanos.
Ya no había en la viña trasiego de comportas
ni las mozas dejaban en el lagar sus risas,
y estaban las gayolas de un color ocre húmedo,
y las pámpanas mustias ciegamente mirando.
Pero en aquella tarde parecían tus ojos
más azules y claros por entre los eneldos,
y tu pelo más rubio que la paja del heno
sobre aquella nublada oscuridad del lago.
Estuvimos sentados trenzando las eneas
y se quedaba inmóvil nuestra mirada a veces,
y a veces nuestras manos desmayaban y torpes
se rozaban y luego se quedaban dormidas.
Yo te ofrecí granadas de encendida corteza
y membrillos que tienen una dulce pelusa,
y por la carretera te ofrecí los cristales
transparentes y hermosos que dan los curbariles.
Pero ahora ha crecido la tristeza, y el campo
es como un brazo seco que me duele y me llama:
y entonces me pregunto si merece la pena
que otra vez venga otoño y mueran las acacias,
que otra vez las gallinas en el cortijo escarben
sobre el estiércol tierno de tibio y dulce vaho,
si es posible que esta soledad no sea un sueño
y tu recuerdo una infinita tristeza
y las hojas que mueren unos dedos que cierran
mis ojos de silencio enteramente tristes.
OTOÑO
¿Y cómo te diré, amor, que ya es otoño
desde esta lejanía que hace bello al deseo,
si la lluvia que moja mis hombros es lo mismo
que todos los recuerdos dulces y las promesas,
y las nubes tan grises no son como tus ojos?
¿Qué tristeza que sabe a una antigua alegría
tiene el parque alfombrado de crujientes serojas,
si tú vives lejísimos y mi vida no tiene,
cual las oblicuas tubas de los talados árboles.
otro destino ahora que la desnuda espera?
¿Es algo quizás nuevo o es solamente el tiempo
que otra vez de improviso vierte sus caravanas
de humedades y olores de papeles y tierras,
de viejos palomares y de tejas oscuras,
el tiempo que regresa como un joven desnudo,
mojado y casi ebrio de un viaje larguísimo?
Pero yo sólo sé, amor, que ya es otoño,
que tu recuerdo este día triste me empuja
al final de los parques donde estuvimos juntos,
los parques de otras tardes claras en que el perfume
de los tilos en flor era igual que un abrazo,
y una caja de música morada las Descalzas,
cuando los barrenderos lentamente volvían.
Y también sé, amor mío, que desde mi tristeza
vanas serán las rosas que prepara la tierra,
que nunca la melisa silvestre volveremos
a coger por las lomas leves de los ejidos,
que indiferente a este pecho que se me muere
sus flores el ciclamen volverá a dar tan bellas.
Y por eso, quisiera expirar junto a esas
húmedas avenidas de alerces solitarios,
porque una vez jugamos donde una fuente ahora
con la ilusión de mayo contentísima gime.
AQUÍ ESTARÉ
A veces me entristezco si te amo demasiado,
si doblo tus miradas como el mantel grosella
que soñaba en mi infancia. Si digo que tus labios
eran aquella luz que una tarde, en el río,
puso verdes las cañas, maravillosamente.
Porque nada ha nacido en nuestro amor, apenas
amanecen, las cosas tienen nombres antiguos:
una vía nevada de almendros, cuando marzo
deposita en los trenes su carga de ventura.
Un imán apagado, un quitasol a rayas,
unas chinas, ¿recuerdas?, de un mar entre cristales.
Podría relatarte la tarde entre los pinos,
cuando hace tantos años nos herimos los dedos.
Podría estarme quieto con los ojos cerrados
y notarte en el aire cuando estuvieras dentro:
el aire de una plaza, la corriente de un cuarto,
la sala de los viejos cuadros y el almanaque.
Y así todo, al aviso del amor que ha venido,
como vienes ahora, dejando amor y vida.
Así, un instante, yendo en pos de la alegría,
se anticipa mi queja, cómplice del recuerdo.
Podría estarme a sola creciéndote, sin verte,
lentamente apuntando las más trémulas horas:
llevarte hasta la pura lontananza del puerto
ante cuyas cancelas de hierro nos amamos.
Podría estar debajo de unos árboles muertos
y el corazón, aún vivo de memoria, te amara.
Un papel que rodando con la lluvia nos roza
ya su turno proclama de amor y su mensaje.
Podrá mañana mismo trasponer la frontera
la muerte que sestea con sus tristes acólitos,
exigiendo su infancia última y su primicia.
Aquí estaré. Al minuto, mi reloj con el tuyo,
dispuesta la linterna con su faro de niebla,
mis brazos a los tuyos ya para siempre abiertos,
sentado en el rebate del amor en que vivo,
pendiente de la dicha del amor en que muero.
PASEO DE LOS TRISTES
Hoy sabe que te amo el Paseo de los Tristes.
Bosquecillo y ventorro que descendéis al río,
en un dédalo amargo de suspiros y besos:
bien habéis desplomado mi inútil alegría
encendiéndome sólo con vuestro olor el suyo.
Pues Granada, que suele demorar las promesas
y abrir a los amantes sus salones de olvido,
Granada del deleite frágil de las afueras,
en el umbral me deja de los amenazados;
y una luna de polvo solitario en la Alhambra
copia en los ajimeces mi pena y tu memoria.
Las tapias de la Cuesta del Chapiz se enrojecen
de imprevistos abrazos, de fáciles deseos.
Un alumno que baja tarde del Sacromonte
pretexta al verme solo encender un pitillo.
Y hay algo que en el puente de Aben Rasik me ata
a ti, tú la más triste entre todas las plazas.
Fuente de la rotonda, aluvión de ceniza,
rojas torres que visteis mi amor entre arrayanes,
iglesias coronadas por veletas y esferas,
fósforos tentadores de «El Rey Chico» en la noche:
mi pabellón de muerte os hará compañía.
Y cuando de la Audiencia los gallos a la aurora
con su timbre ensombrezcan la Cuesta de Gomérez,
mis ojos encendidos quedarán como lunas
marmóreas junto a ti penando, oh triste plaza.
Y un perro inagotable les ladrará hasta siempre
en el pálido y lento callejón de los días.
De Poemas ancestrales (1908):
PUESTA DE SOL
En tanto que de rosas
hacemos una piña...
SAN JUAN DE LA CRUZ
La cueva sin nadie que conocía el agua
y las espátulas de pizarra del mar contra las rocas
no eran una música más arriba,
o que provocasen siquiera frente a barcas de palo.
El frío del Altísimo,
tras la solar hoguera de los montes,
un silbido espeso derramó y palpitábamos.
«Ángeles son, y no contadas naves».
Y cuando lo decías,
sin ese esfuerzo que inutiliza el recuerdo,
un pecho tierno me brotó de repente:
ángeles son, dejados a su avío;
en tanto que de gozo se me apiñó la dicha.
ARIA TRISTE
Homenaje a J. R. J.
(Meeting at night)
Antes de que se cierre la cancela y el faro
rasgue con su guadaña el estor de la tarde,
hay un jazmín sombrío que aguarda unas pisadas
entre la celosía otoñal de una cita.
Los muchachos que vuelven de la playa, la ronda
última de los novios que atenúa la niebla,
la red de los silencios y su copo doliente
rozan por un instante esa amarga clausura.
Pasan como vencidos del rigor de los besos,
tú que esperaste en vano de una noche a otra noche,
y dejan en la agreste baranda de la arena
el áspero geranio de un sollozo votivo.
La barca en que un arráez se pierde entre las rocas
es sólo un vago indicio, bajo la luna llena.
Tras el balcón abierto hay un libro, unas flores...
Un timbre casi anuncia la ausencia de sus manos.
Y el amor, que salvaba la verja y los rosales,
lejos de la corola de su ser se evadía;
y en los acantilados su sangre decoraba
la ruda y pavorosa soledad de las olas.
Y una noche, a las doce... La terraza era un friso
de espaldas y organdíes que agitaba la música.
Y el mar siguió vacío, y la playa desierta,
y no se oyeron pasos, y no vino a la cita.
TRES POEMAS
Homenaje a Pablo García Baena
I
Cuan largas, tortuosas, miserables e inútiles
son siempre las congojas del amante obstinado.
Su pensamiento yerra aunque acierte su instinto,
su corazón se aprieta de agresivos venablos
sin objeto, a no serlo de su propio veneno.
Pero es tanta su cómplice alianza con todo,
es tan fuerte su abrazo solitario al hastío
que se inmolan ligeros en fragmentos de gloria,
desnudos, en la hoguera de una pasión sin nombre.
Oh, qué yerta corona de pavesas altivas,
qué confín tan oscuro de heroicas cintas mustias.
Todo se prometía tan risueño, tan dulce...
Fueron tantos aquellos vehementes deseos...
Como raros y ajados estandartes de escarnio
flamean. Son beodos de elegantes maneras,
sordos a la ternura que ya no reconocen.
II
Cuando ayer me pediste que escribiera unos versos
de amor, para regal0 de quien tú tanto amas,
sentí que no debía negarme a tu deseo,
pues con él me brindabas la ocasión, tal vez única
de revelarte todo el que por ti yo escondo.
Y así, cuando en el pecho de tu dulce criatura
mis palabras estallen como encendidas rosas,
yo no estaré del todo ausente a ese perfume.
Yo vibraré un instante tan cerca de vosotros
como de ti lo está, mientras viva, mi alma.
III
Esta hermosa sortija, cuyas piedras un día
fueron entre tus dedos mortecinos jacintos,
hoy me ciñe del vago recuerdo de tu carne,
del intenso y oscuro aroma de tu alma.
Quién, entonces, podía imaginarlo, amor mío:
alma y cuerpo en un solo y unísono destello.
De Ocaso en Poley (1982):
OCASO EN POLEY
Si la tarde no altera la divina hermosura
de tus oscuros ojos fijos en el declive
de la luz que sucumbe. Si no empaña mi alma
la secreta delicia de tus rocas hundidas.
Si nadie nos advierte. Si en nosotros se apaga
toda estéril memoria que amengüe o que diluya
este amor que nos salva más allá de los astros,
no hablemos ya, bien mío. Y arrástrame hacia el hondo
corazón de tus brazos latiendo bajo el cielo.
LA ALBAHACA
La albahaca fina,
la albahaca basta.
La verde, la oscura,
la ruda, la blanca...
La que tiene sombra,
la que tiene tanta
dura espina y mata,.
¿La albahaca fina?
La albahaca basta.
CÁNTICO
El que pasa ignorado por los arcos del mundo.
El que extiende en el suelo su clámide de oro.
El que aspira en el bosque el rumor de la lluvia
y olvida su cuidado debajo de los sauces.
El que besa tus brazos y tiembla y se transforma
a pesar del embate de todo y de sí mismo.
El que a tu sombra gime como trémula gema.
El que pasa, el que extiende, el que aspira y olvida.
El que besa, el que tiembla y se transforma. El que gime.
AMARTE
Amarte no fue un ramo de rosas en la tarde.
¿Dejarte cualquier día para siempre y no verte...?
Todavía me queda otro infierno más grande.
Esperar a que vuelvas más allá de la muerte.
INMORTALIDAD
Hospes comesque corporis
Te amé tanto que, un día, abandonó mi alma
la cárcel de su cuerpo. Errátil, y no hallándote,
regresó a la morada que yo daba por mía.
Mas no estaba mi cuerpo donde allí lo dejara,
sino el tuyo, vastísimo, como un templo de oro.
Y no le diste asilo. Y ya no tendré muerte.
ENDECHA
Huérfano de amor y llanto,
falto de ti en mi camino,
¿no tendré ya otro destino
que el de morirme cantando?
Instrumento fui del viento,
tardo violín de la tarde...
En mi alma solo arde
la tarde, como un lamento.
GRANADA
Hoy vuelvo a ti, Granada de mi ensueño,
como el alumno eterno de lo amargo.
Todo lo encuentro, igual que entonces, bello;
todo más triste aún y alucinado.
Beso la clara fuente y beso el puente
donde mis ojos estudiaron llanto.
Y, como el gallo de la Alhambra, vuelvo
con la veleta de la muerte en alto.
Sombra fui de una tarde entre las colchas
de la calleja vieja del estanco...
Qué nauseabundo el perro de la vida
hallé, tan negro, tras de mí acechando.
Oh Granada, granada está mi alma
y el corazón a punto de enterrarlo.
Yo sé que tú no quieres que me vaya,
sino que muera –¡rojo!– entre tus gajos.
UN POEMA
¿Un poema es un beso y por eso es tan hondo?
Un poema -¿me quieres?- se aposenta -no hables-
en mis labios que abdican del canto si me besas.
¿Un poema se escribe, se malversa, se abraza?
Oh dulce laberinto de luz, oh tenebrosa,
oh altísima y secreta confusión, amor mío.
LA LIMOSNA
Una noche de invierno, de tantas en la vida,
sintiéndome el más pobre de los pobres del mundo,
me arrojé por las calles en busca de sustento
mientras la lluvia hería mi rostro como un látigo.
Como pude, arrastrándome en aquel torbellino
de vértigo y de frío, logré alcanzar su casa.
Llamé con la ternura que precede a la muerte;
besé, con el helor que en mis labios traía,
aquellos aldabones que yo soñé imposibles.
Salieron a la puerta tus hijos, como rosas
en el trono encendido del hogar que vibraba.
Yo no sé qué limosna pedí ni con qué harapos
quise ocultar mi fiebre, mi amor y mi miseria.
Del fondo de la casa, del fondo de la vida,
sentí su voz decirme, mientras agonizaba
mi corazón: perdone. Por Dios, perdone, hermano.
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