Se le aproximó, recibiéndola con lágrimas y risas; luego tomó su mano, la llevó a sus
labios encendidos y con voz impregnada de lejana tristeza, y de la dicha del
reencuentro, y de la incertidumbre de su reacción, le dijo:
-No temas, pues yo soy la causa de tus ruegos. Alégrate, la Paz me ha traído a salvo
hasta ti, y la humanidad nos ha devuelto lo que la codicia intentó quitarnos. No te
apenes; sonríe, amada mía. No te asombres, pues el Amor está dotado de poder para
alejar a la muerte, y de encanto para conquistar al enemigo. Soy tuyo. No me
contemples como a un espectro que emerge de la Morada para visitar la Morada de tu
Belleza.
No temas, ahora soy la Verdad, surgida del fuego y las espadas para revelar a los míos
el triunfo del Amor sobre la Guerra. Soy la Palabra que anuncia el comienzo de la dicha
y la paz.
Luego enmudeció; sus lágrimas hablaban el lenguaje del corazón. Los ángeles de la
Dicha rodearon aquella morada, y los dos corazones recobraron la unidad arrebatada.
Al alba los dos permanecieron de 'pie en medio de los campos, contemplando la
belleza de la Naturaleza herida por la tempestad. Tras un silencio profundo y
reconfortante, el soldado miró el sol naciente y dijo a su amada:
-Mira, la Oscuridad está dando a luz el Sol.
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