Mi corazón me inspiró estas palabras;
-No eres leprosa, Marta, aunque hayas morado entre las tumbas. No eres impura,
aunque la vida te haya colocado en las manos de los impuros. La impureza de la carne
no puede llegar al espíritu puro, y los copos de nieve no pueden matar a las vivientes
semillas. ¿Qué es la vida, sino una era de tristezas donde las espigas de las almas se
esparcen antes de dar fruto? Tengamos piedad del trigo que no cae en la era, pues la:s
hormigas de la tierra se lo llevarán, y las aves del Cielo se lo llevarán, y ese trigo no
entrará en los graneros del dueño del campo.
"Eres víctima de la opresión, Marta, y quien te ha oprimido nació en un palacio, y es
grande por su riqueza, pero de alma pequeña. Eres perseguida y despreciada, pero
más vale que una persona sea la oprimida, y no la opresora; y es mejor ser víctima de
los instintos humanos, que ser poderoso para aplastar las flores de la vida y desfigurar
las bellezas del sentimiento con los malos deseos. El alma es un eslabón en la cadena
divina. El calor de la vida puede torcer este eslabón y destruir la belleza de -su
redondez, pero no puede transformar su oro en otro metal; antes bien, el calor puede
hacer que el preciosos metal brille más. Pero ay de. aquel que sea débil, y que
permita que el fuego lo consuma y lo convierta en cenizas para que los vientos las
esparzan sobre la faz del desierto. Sí, Marta, eres una flor aplastada por la plata del
animal que se oculta en el ser humano. Pesados pies han pasado sobre ti y te han
abatido, pero no han aniquilado esa fragancia que sube con el lamento de las viudas y
el lloro de los huérfanos, y el suspiro de los pobres hacia el Cielo, fuente de la justicia
y de la misericordia. Que te sirva de consuelo, Marta, saber que eres la flor aplastada,
y no el pie que la ha aplastado.
Marta me había escuchado atentamente, y en su rostro brillaba un poco de consuelo,
como las nubes cuando las iluminan los suaves rayos del sol poniente. Me invitó a
sentarme al lado de ella. Así lo hice, tratando de leer en sus elocuentes facciones las
ocultas sombras de su triste espíritu. Tenía la mirada de los que saben que están a
punto de morir. Era la mirada de una muchacha aún en la primavera de la vida, que
siente los pasos de la muerte aproximándose a su lecho. La mirada de una mujer
olvidada, que hacía poco caminaba por los hermosos valles del Líbano, llena de vida y
energía, y que en aquel momento, exhausta, sólo esperaba la liberación de los lazos de
la existencia.
cont
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