***
Segunda Parte
En un día de otoño, vagando por las colinas adyacentes a la ermita de Yussef El Fakhri,
fui sorprendido por un fuerte viento, seguido de espesa lluvia. La tempestad me
empujaba de un lado hacia otro y me bamboleaba como un barco sin timón en un mar
bravío.
Y me dije: "Esta es mi oportunidad para visitar a Yussef, la tempestad será mi
justificación para entrar y mis ropas-mojadas, una buena razón para quedarme un
tiempo en su ermita". Y dirigí mis pasos hacia la morada de Yussef El Fahri. Me hallaba
en una situación angustiosa, cuando por fin, alcancé la ermita. Cuando llamé, el hombre
que yo estaba tan ansioso por ver, salió a recibirme. Llevaba en sus manos un avecilla
herida y temblorosa. Lo saludé, diciendo:
-Por favor, discúlpeme por presentarme en este estado, pero la tempestad me
sorprendió lejos de mi casa.
El, me miró con severidad diciéndome:
-Hay muchas grutas por estos lugares en que podrías haberte refugiado -sin embargo,
apartándose, me hizo entrar. Yo lo contemplaba, mientras el acariciaba el avecilla, con
una ternura tal como jamás había visto en mi vida y quedé sorprendido; la compasión y
la aspereza convivían en aquel hombre.
El pesado silencio nos había cubierto. El se hallaba molesto con mi presencia y yo
deseaba quedarme. Finalmente Yussef dijo:
-La tormenta ya se ha calmado, por otra parte a ella no le agrada comer carne pasada.
¿Por qué huyes de ella? Con un toque de humor, respondí:
-La tempestad puede no gustar de comidas muy saladas o muy ácidas pero sin duda le
agradan las comidas frías y tiernas, y sin duda se sentiría satisfecha de engullirme si me
atrapa de nuevo.
El rostro del eremita se puso serio al decir:
-Si la tempestad te engulle, te conferirá un gran honor que no mereces.
-Sí, señor -asentí-, huí de la tempestad paró no recibir un honor inmerecido.
Yussef dio vuelta la cara tratando de ocultar su sonrisa y luego me acercó un banco de
madera y me invitó a sentarme y a secar mi ropa en la estufa.
Agradecido, me senté. El se acomodo frente a mí, en un banco de piedra labrada y,
humedeciendo sus dedos en un ungüento, comenzó a frotar con él, la cabecita del ave
y su ala quebrada. Sin levantar los ojos, me dijo:
-El vendaval arrojó a este pobre pájaro contra las rocas, dejándolo medio muerto...
Ojalá los temporales quebraran las alas de los hombres y rompieran sus cabezas. Pero
los hombres fueron amasados con miedo y cobardía, apenas olfatean la tormenta, se
ocultan asustados ...
Contesté, con deseo de alentar la conversación:
-Sí, el pájaro y el hombre tienen esencias diferentes. El hombre vive a la sombra de
leyes y tradiciones inventadas por él y las aves, según las leyes universales que hacen
girar los mundos.
Sus ojos brillaron y sus brazos se abrieron como si hubiera encontrado, en mí, un
discípulo de rápida comprensión. Después dijo:
-Muy bien, muy bien. Si crees en lo que dices, abandona a los hombres y vive como
las aves, la ley del cielo y de la tierra.
-Claro está que creo en lo que digo -respondí.
Levantó, entonces, su mano y con su tono anterior expresó:
-Creer es una cosa y vivir conforme a las creencias es otra. Muchos hablan con la voz
profunda del mar mientras viven como pantanos. Muchos alzan su cabeza por encima
de las montañas mientras sus almas permanecen en las tinieblas de sus grutas.
Yussef se levantó y acomodó el pajarito, sobre un paño doblado, junto a la ventana.
Arrojó después un montón de ramas secas al fuego diciendo:
-Quítate las botas y sécate los pies, pues la humedad es peligrosa para la salud. Seca
bien tus ropas y ponte cómodo. La ya prolongada hospitalidad de Yussef, mantuvo viva
mi esperanza de conocer la historia de su exilio voluntario. Me aproximé al fuego y el
vapor comenzó a brotar de mis ropas mojadas. Mientras tanto, el eremita, de pie en la
puerta, contemplaba el cielo ceniciento.
Busqué ávidamente una forma de extraer de él una respuesta a mi inquietud;
finalmente pregunté:
-¿Hace mucho que has venido a este sitio?
-Vine a este lugar -contestó sin mirarme- cuando la tierra era informe y vacía, y las
tinieblas floraban sobre la profundidad del abismo, cuando el Espíritu de Dios se
reflejaba sobre la superficie de las aguas ...
Quedé espantado tras esas palabras. Luchando por reunir mis pensamientos me dije: "
¡Qué hombre extraño! ¡Y qué difícil el camino que lleva, a su realidad! Pero me
acercaré con cautela, con astucia y. con paciencia, hasta que su reticencia se transforme
en comunicación y comprenda su extrañeza.
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