UNA TARDE CON PUERTAS DE PRIMAVERA (Miguel Hernández)
Se desmonta el tiempo cuando su paso esparce
las derrotas que el viento arremolina,
y destruye a cada pisada, buscando una salida,
como un titiritero baila al son que le nace.
Triste lágrima que esgrime el lagrimar sonrojado
de un mar más que enojado
que retrata lo que su vena construye,
sin saber como huir, huyendo, huye.
Tiene el calor de mi llanto
la serenata que fluye,
de versos de belleza endiablada,
escrita palma serrana, fundida en tu canto.
Llevo tu voz en sedimento,
adormecida la encumbro
por los caballos que siento
en su cabalgar profundo,
arrastrar por todo el mundo tu escribir en sortilegio.
No sé si aderezar tu imagen
con semillas de entretelas,
y construir un equipaje
sin maleta que lo hiriera,
tú que guardaste la vida en un cajón
perfecta y almidonada, una tarde con puertas de primavera.
¿Qué deseas, Miguel que te diga?
que no sepan escribir mis creencias,
si no florecen en el alma mía
más que hinojos pobres de sapiencias.
Yo, que tu apellido venero,
al son que manejo el libro santo
y en rodillas asumo tus huesos,
lapidados de elegía y labios de preso.
Me lavo bajo la lluvia que cae triste del cielo,
entre gritos que los muertos
esconden en su letargo eterno,
¡qué ácida se vuelve! ¡qué dolor me hizo tu muerte!
En sandalias me descamo en tu mar
empujado por olas de poesía,
la arena reclama tu pisar,
que guardó marcado entre mareas
con la sombra de alas que al volar,
desgarran gaviotas de tu fantasía.
Llegué demasiado tarde
a ser guardián y ejercer de vigía,
sin saber que tu flor ardiente carecía de fuerzas
y tu marchitada fe mordías entre tus dientes.
Se te fue tu amigo Ramón
escribiendo el último capítulo de su cuento,
¡qué dolor sentiste dentro!
que tu grito de tortura
fue más sufrimiento que tu angustiosa elegía.
Y lloraste, y lloraste,
como llora la savia del árbol carcomido,
al quedarte huérfano del vino
que enjuagaba tu paladar de serranía,
entorchado que asfixia Federico García Lorca sin vida.
Te sembraré aunque el tiempo no lo permita,
serás vaina de semillas en tierra de poetas,
recorreré los pasos que a tu tierra
caminaste robando tiempo,
arrastrando piedra tras piedra,
plantando la primera semilla que alzó el sol al cielo.
¿Dónde estuviste? ¿Dónde te paseaste?
¿qué buscabas en tanto viaje?
que te dejaba desnudo fuera de tu tierra,
sin camisa de algodón, sin las arrugas que los años obsequian.
Eras tan humilde, tan gigante,
que encontrabas la belleza en los harapos,
convertías la flor más distante
en inmensos jardines algodonados.
Déjame la luz de la vela
aunque llore lágrimas de cera quemada,
el aroma de una tierra,
Orihuela hermana, bañada con tu río
que a golpes de azada, labras el eterno latir de tu tierra.
Un helor de Apocalipsis
recorre su capa mortificada,
las raíces hinchadas de tus venas sangrantes,
un helor, que no entiende de arte,
de hambre o historia y solo la memoria destroza su sangre.
¡Muere! pero dame tu esencia,
no me llenes de demencia
sin sentir que no eres nadie,
déjame llamar a tu puerta,
ábreme aunque sea tu ausencia
quien reciba el dolor que en mi interior arde.
Oigo silencios que se esparcen,
pájaros anidados sin nido,
chimeneas que en humos vomitivos
queman las pajas que alimentan corrales,
veo sombras del ayer
donde hoy hay oscuros panales.
Y en tu mapa, en tu paseo,
dolorido leo y leo tu biografía,
noche a noche,
día tras día,
presiento que cae granizo
y la tormenta se enoja en su lascivia,
te leo, te leo, te leo,
tu belleza escritora
es la mayor dolencia que soporta mi vida.
Tú te quedaste y yo rendido me quedo.
Creo ser arena
cuando soy polvo de desierto,
en sus dunas me escondo,
dormido en las dunas de tu tiempo.
No dejaré de pasear
buscando algo que se me aleja del tintero,
algo que no quisiste entregarnos,
que escondiste con tu morir pendenciero.
No me ahorques con la soga
que el dolor lo exprime tu agonía,
en un futuro doliente y decapitado,
un presente ciego
y un pasado, Miguel, dilapidado.
¡Qué dolor! Miguel Hernández,
¡qué dolor!
que a golpes de tos,
dibujaras tu muerte, prisionero.
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