En lunas de algaradas cenicientas
mi espíritu, luchando enardecido
tiembla a veces, un poco confundido
tratando de calmar estas tormentas.
Inútil ocultar lo que tú sientas
si estás con el fusil comprometido.
Llega la noche oscura y al acecho
están los alacranes en mi pecho.
Yo se que he de morir porque es mi sino
ese rayo maldito que no cesa,
que aprieta la garganta y tiene presa
de la zona pleural al intestino.
Ya nada puedo hacer porque adivino
que la blanca paloma al fin regresa,
y que habrá de salir a horas tempranas
para no alborotar a sus hermanas.
Cien años desde entonces han pasado
mas rápidos que el sol de mi destierro,
cien años yo sufrí mascando el hierro
desde un triste cubil, amordazado.
Frontera de un callar amenazado
pasando frío y hambre como un perro,
mirando de soslayo por el hombro,
sintiendo la cabeza como un bombo.
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