***
—¡Te está perfectamente! Cualquiera diría que está hecha a la medida. El
cubrecabezas, amigo mío, es lo más importante de la vestimenta. Mi amigo
Tolstakof se descubre cada vez que entra en un lugar público donde todo el
mundo permanece cubierto. La gente atribuye este proceder a sentimientos
serviles, cuando lo único cierto es que está avergonzado de su sombrero, que
es un nido de polvo. ¡Es un hombre tan tímido…! Oye, Nastenka, mira estos
dos cubrecabezas y dime cuál prefieres, si este palmón —cogió de un rincón el
deformado sombrero de su amigo, al que llamaba palmón por una causa que
sólo él conocía— o esta joya… ¿Sabes lo que me ha costado, Rodia? A ver si
lo aciertas… ¿A ti qué te parece, Nastasiuchka? —preguntó a la sirvienta, en
vista de que su amigo no contestaba.
—Pues no creo que te haya costado menos de veinte kopeks.
—¿Veinte kopeks, calamidad? —exclamó Rasumikhine, indignado—. Hoy
por veinte kopeks ni siquiera a ti se lo podría comprar… ¡Ochenta kopeks…!
Pero la he comprado con una condición: la de que el año que viene, cuando ya
esté vieja, te darán otra gratis. Palabra de honor que éste ha sido el trato…
Bueno, pasemos ahora a los Estados Unidos, como llamábamos a esta prenda
en el colegio. He de advertirte que estoy profundamente orgulloso del
pantalón.
Y extendió ante Raskolnikof unos pantalones grises de una frágil tela
estival.
—Ni una mancha, ni un boquete; aunque usados, están nuevos. El chaleco
hace juego con el pantalón, como exige la moda. Bien mirado, debemos
felicitarnos de que estas prendas no sean nuevas, pues así son más suaves, más
flexibles…Ahora otra cosa, amigo Rodia. A mi juicio, para abrirse paso en el
mundo hay que observar las exigencias de las estaciones. Si uno no pide
espárragos en invierno, ahorra unos cuantos rublos. Y lo mismo pasa con la
ropa. Estamos en pleno verano: por eso he comprado prendas estivales.
Cuando llegue el otoño necesitarás ropa de más abrigo. Por lo tanto, habrás de
dejar ésta, que, por otra parte, estará hecha jirones…Bueno, adivina lo que han
costado estas prendas. ¿Cuánto te parece? ¡Dos rublos y veinticinco kopeks!
Además, no lo olvides, en las mismas condiciones que la gorra: el año
próximo te lo cambiarán gratuitamente. El trapero Fediaev no vende de otro
modo. Dice que el que va a comprarle una vez no ha de volver jamás, pues lo
que compra le dura toda la vida…Ahora vamos con las botas. ¿Qué te
parecen? Ya se ve que están usadas, pero durarán todavía lo menos dos meses.
Están confeccionadas en el extranjero. Un secretario de la Embajada de
Inglaterra se deshizo de ellas la semana pasada en el mercado. Sólo las había
llevado seis días, pero necesitaba dinero. He dado por ellas un rublo y medio.
No son caras, ¿verdad?
—Pero ¿y si no le vienen bien? —preguntó Nastasia.
—¿No venirle bien estas botas? Entonces, ¿para qué me he llevado esto?
—replicó Rasumikhine, sacando del bolsillo una agujereada y sucia bota de
Raskolnikof—. He tomado mis precauciones. Las he medido con esta
porquería. He procedido en todo concienzudamente. En cuanto a la ropa
interior, me he entendido con la patrona. Ante todo, aquí tienes tres camisas de
algodón con el plastrón de moda…Bueno, ahora hagamos cuentas: ochenta
kopeks por la gorra, dos rublos veinticinco por los pantalones y el chaleco,
uno cincuenta por las botas, cinco por la ropa interior (me ha hecho un precio
por todo, sin detallar), dan un total de nueve rublos y cincuenta y cinco
kopeks. O sea que tengo que devolverte cuarenta y cinco kopeks. Y ya estás
completamente equipado, querido Rodia, pues tu gabán no sólo está en buen
uso todavía, sino que conserva un sello de distinción. ¡He aquí la ventaja de
vestirse en Charmar! En lo que concierne a los calcetines, tú mismo te los
comprarás. Todavía nos quedan veinticinco buenos rublos. De Pachenka y de
tu hospedaje no te has de preocupar: tienes un crédito ilimitado. Y ahora,
querido, habrás de permitirnos que te mudemos la ropa interior. Esto es
indispensable, pues en tu camisa puede cobijarse el microbio de la
enfermedad.
—Déjame —le rechazó Raskolnikof. Seguía encerrado en una actitud
sombría y había escuchado con repugnancia el alegre relato de su amigo.
—Es preciso, amigo Rodia —insistió Rasumikhine—. No pretendas que
haya gastado en balde las suelas de mis zapatos…Y tú, Nastasiuchka, no te
hagas la pudorosa y ven a ayudarme.
Y, a pesar de la resistencia de Raskolnikof, consiguió mudarle la ropa.
El enfermo dejó caer la cabeza en la almohada y guardó silencio durante
más de dos minutos. «No quieren dejarme en paz, pensaba.»
Al fin, con la mirada fija en la pared, preguntó:
—¿Con qué dinero has comprado todo eso?
—¿Que con qué dinero? ¡Vaya una pregunta! Pues con el tuyo. Un
empleado de una casa comercial de aquí ha venido a entregártelo hoy, por
orden de Vakhruchine. Es tu madre quien te lo ha enviado. ¿Tampoco de esto
te acuerdas?
—Sí, ahora me acuerdo —repuso Raskolnikof tras un largo silencio de
sombría meditación.
Rasumikhine le observó con una expresión de inquietud.
En este momento se abrió la puerta y entró en la habitación un hombre alto
y fornido. Su modo de presentarse evidenciaba que no era la primera vez que
visitaba a Raskolnikof.
—¡Al fin tenemos aquí a Zosimof! —exclamó Rasumikhine.
continuará
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
Hoy a las 01:55 por Pascual Lopez Sanchez
» ANTOLOGÍA DE GRANDES POETAS HISPANOAMÉRICANAS
Hoy a las 01:15 por Lluvia Abril
» NO A LA GUERRA 3
Hoy a las 01:08 por Pascual Lopez Sanchez
» XII. SONETOS POETAS ESPAÑOLES SIGLO XX (VII)
Hoy a las 00:22 por Lluvia Abril
» POESÍA SOCIAL XX. . CUBA. (Cont.)
Hoy a las 00:15 por Lluvia Abril
» Poetas murcianos
Ayer a las 23:41 por Lluvia Abril
» Alfonso Canales (1923-2010)
Ayer a las 23:30 por Lluvia Abril
» EDUARDO GALEANO (Uruguay - 1940-2015)
Ayer a las 19:37 por Maria Lua
» CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA)
Ayer a las 19:30 por Maria Lua
» Khalil Gibran (1883-1931)
Ayer a las 18:49 por Maria Lua