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    Mensaje por Maria Lua Sáb 13 Mar 2021, 09:26


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    Fiódor Mijáilovich Dostoyevski




    (en ruso, Фёдор Миха́йлович Достое́вский; Moscú, 11 de noviembre de 1821 – San Petersburgo, 9 de febrero de 1881) fue uno de los principales escritores de la Rusia zarista, cuya literatura explora la psicología humana en el complejo contexto político, social y espiritual de la sociedad rusa del siglo xix.

    Si bien la madre de Fiódor Dostoyevski era rusa, su ascendencia paterna se remonta a un pueblo denominado Dostóyevo, ubicado en la gubérniya de Minsk (Bielorrusia). En sus orígenes, el acento del apellido, como el del pueblo, recaía en la segunda sílaba, pero cambió su posición a la tercera en el siglo xix.7​ De acuerdo con algunas versiones, los ancestros paternos de Dostoyevski eran nobles polonizados (szlachta) de origen ruteno que fueron a la guerra con el escudo de armas de Radwan

    Fue el segundo de los siete hijos del matrimonio formado por Mijaíl Andréievich Dostoievski y María Fiódorovna Necháyeva. Un padre autoritario, médico del hospital para pobres Mariinski en Moscú, y una madre vista por sus hijos como un refugio de amor y protección marcaron el ambiente familiar en la infancia de Dostoyevski. Cuando Fiódor tenía once años de edad, la familia se radicó en la aldea de Darovóye, en Tula, donde el padre había adquirido unas tierras.

    En 1834 ingresó, junto con su hermano Mijaíl, en el pensionado de Chermak, donde cursarían los estudios secundarios. La temprana muerte de la madre por tuberculosis en 1837 sumió al padre en la depresión y el alcoholismo, por lo que Fiódor y su hermano Mijaíl fueron enviados a la Escuela de Ingenieros Militares de San Petersburgo (ruso: Военный инженерно-технический университет), lugar en el que el joven Dostoievski comenzaría a interesarse por la literatura a través de las obras de Shakespeare, Pascal, Victor Hugo y E. T. A. Hoffmann.

    En 1839, cuando tenía dieciocho años, le llegó la noticia de que su padre había fallecido. Los siervos mancomunados de Mijaíl Dostoyevski (hidalgo de Darovóye), enfurecidos tras uno de sus brutales arranques de violencia provocados por el alcohol, lo habían inmovilizado y obligado a beber vodka hasta que murió ahogado. Otra historia sugiere que Mijaíl murió por causas naturales, pero que un terrateniente vecino suyo inventó la historia de la rebelión para comprar la finca a un precio más reducido.9​ En parte, Fiódor se culpó posteriormente de este hecho por haber deseado la muerte de su padre en muchas ocasiones. En su artículo de 1928, «Dostoyevski y el parricidio», Sigmund Freud señalaría este sentimiento de culpa como la causa de la intensificación de su epilepsia.10​11​

    En 1841, Dostoyevski fue ascendido a alférez ingeniero de campo. Ese mismo año, influido por el poeta prerromántico alemán Friedrich Schiller, escribió dos obras teatrales románticas (María Estuardo y Borís Godunov) que no han sido conservadas. Dostoyevski se describía como un «soñador» en su juventud y en esa época admiraba a Schiller.12​

    Durante toda su carrera literaria Dostoievski padeció una epilepsia que supo incorporar en su obra. Los personajes presentados con epilepsia son Murin y Ordínov (La patrona, 1847), Nelly (Humillados y ofendidos, 1861), Myshkin (El idiota, 1868), Kiríllov (Los demonios, 1872) y Smerdiakov (Los hermanos Karamázov, 1879-80). Dostoievski también supo utilizar la epilepsia para librarse de una condena vitalicia a servir en el ejército en Siberia. Aunque la epilepsia había comenzado durante sus años académicos como estudiante de ingeniería militar en San Petersburgo (1838-1843), el diagnóstico tardaría una década en llegar.

    En 1863 viajó al extranjero con intención de consultar a los especialistas Romberg y Trousseau. Stephenson e Isotoff apuntaron en 1935 la probable influencia Psique (1848), de Carus, en la construcción de sus personajes. Por contrapartida, la epilepsia de Dostoyevski ha inspirado a numerosos epileptólogos, incluyendo a Freud, Alajouanine y Gastaut. La de Dostoievski es la historia natural de una epilepsia que en terminología científica contemporánea se clasificaría como criptogénica focal de probable origen temporal.

    Sin embargo, más allá del interés que pueda despertar la historia clínica de un trastorno neurológico heterogéneo, bastante bien comprendido y correctamente diagnosticado en vida del escritor, el caso de Dostoievski muestra el buen uso de una enfermedad común por un genio literario que supo transformar la adversidad en oportunidad. Una de las ideas capitales en su obra (que un buen recuerdo puede colmar toda una vida de felicidad) guarda una estrecha relación con los momentos de éxtasis que alcanzaba el escritor durante algunos episodios de la enfermedad o en el momento (aura epiléptica) que anunciaba las crisis epilépticas más violentas, tal como fueron descritos en su obra literaria.

    Dostoyevski terminó sus estudios de Ingeniería en 1843 y, después de adquirir el grado militar de subteniente, se incorporó a la Dirección General de Ingenieros en San Petersburgo.

    En 1844, Honoré de Balzac visitó San Petersburgo. Dostoyevski decidió traducir Eugenia Grandet para saldar una deuda de 300 rublos con un usurero. Esta traducción despertaría su vocación y poco después de terminarla pidió la excedencia del ejército con la idea de dedicarse exclusivamente a la literatura. En 1845 dejó el ejército y empezó a escribir la novela epistolar Pobres gentes, obra que le proporcionaría sus primeros éxitos de crítica y, fundamentalmente, el reconocimiento del crítico literario Belinski.

    La obra, editada en forma de libro al año siguiente, convirtió a Dostoyevski en una celebridad literaria a los veinticuatro años. En esta misma época comenzó a contraer algunas deudas y a sufrir con más frecuencia ataques epilépticos. Las novelas siguientes —El doble (1846), Noches blancas (1848) y Niétochka Nezvánova (1849)— no tuvieron el éxito de la primera y recibieron críticas negativas, lo que sumió a Dostoyevski en la depresión.9​ En esta época entró en contacto con ciertos grupos de ideas utópicas, llamados nihilistas,13​ que buscaban la libertad del hombre.14​


    Dostoyevski fue arrestado y encarcelado el 23 de abril de 1849 por formar parte del grupo intelectual liberal Círculo Petrashevski bajo el cargo de conspirar contra el zar Nicolás I. Después de la revuelta decembrista en 1825 y las revoluciones de 1848 en Europa, Nicolás I se mostraba reacio a cualquier tipo de organización clandestina que pudiera poner en peligro su autocracia.

    El 16 de noviembre, Dostoyevski y otros miembros del Círculo Petrashevski fueron llevados a la fortaleza de San Pedro y San Pablo y condenados a muerte por participar en actividades consideradas antigubernamentales. El 22 de diciembre, los prisioneros fueron llevados al patio para su fusilamiento; Dostoyevski tenía que situarse frente al pelotón e incluso escuchar los disparos con los ojos vendados, pero su pena fue conmutada en el último momento por cinco años de trabajos forzados en Omsk, Siberia. Durante esta época sus ataques epilépticos fueron en aumento. Años más tarde, Dostoyevski le relataría a su hermano los sufrimientos que atravesó durante los años que pasó «silenciado dentro de un ataúd».15​ Describió el cuartel donde estuvo, que «debería haber sido demolido años atrás», con estas palabras:

    En verano, encierro intolerable; en invierno, frío insoportable. Todos los pisos estaban podridos. La suciedad de los pavimentos tenía una pulgada de grosor; uno podía resbalar y caer... Nos apilaban como anillos de un barril... Ni siquiera había lugar para dar la vuelta. Era imposible no comportarse como cerdos, desde el amanecer hasta el atardecer. Pulgas, piojos, y escarabajos por celemín.16​
    Fue liberado en 1854 y se reincorporó al ejército como soldado raso, lo que constituía la segunda parte de su condena. Durante los siguientes cinco años formó parte del Séptimo Batallón de línea acuartelado en la fortaleza de Semipalátinsk en Kazajistán. Allí comenzó una relación con María Dmítrievna Isáyeva, esposa de un conocido suyo en Siberia. Se casaron en febrero de 1857 después de la muerte de su esposo. Ese mismo año, el zar Alejandro II decretó una amnistía que benefició a Dostoyevski, quien recuperó su título nobiliario y obtuvo permiso para continuar publicando sus obras.

    Al final de su estadía en Kazajistán, Dostoyevski era ya un cristiano convencido. Se convirtió en un agudo crítico del nihilismo y del movimiento socialista de su época. Tiempo después, dedicó parte de sus libros Los endemoniados y Diario de un escritor a criticar las ideas socialistas.17​ Estas críticas se fundamentaban en la creencia de que quienes las pregonaban no conocían al pueblo ruso y de que no era posible trasladar un sistema de ideas de origen europeo a la Rusia de entonces, de la misma forma que no era posible adoptar las doctrinas de una institución occidental como la Iglesia católica a un pueblo esencialmente cristiano-ortodoxo.18​ Dostoyevski plasmaría estas convicciones en la descripción de Piotr Stepánovich para su novela Los endemoniados y en la redacción de las reflexiones del starets Zosima en «Un religioso ruso», de Los hermanos Karamázov.

    Dostoievski fue acercándose progresivamente a una postura eslavófila moderada y a las ideas del ideólogo del paneslavismo Nikolái Danilevski, autor de Rusia y Europa. Su interpretación de esta filosofía rescataba el papel integrador y salvador de la religiosidad rusa y no consideraciones de superioridad racial eslava. Por otra parte, en su interpretación, la unión rusa y su supuesto servicio a la humanidad no implicaba desprecio alguno por la influencia europea, que Dostoyevski reconocía gratamente.19​ Más tarde trabó amistad con el estadista conservador Konstantín Pobedonóstsev y abrazó algunos de los principios del Póchvennichestvo.

    Con todo, posicionar políticamente a Dostoyevski no es del todo sencillo: como cristiano, rechazaba el ateísmo socialista; como tradicionalista, la destrucción de las instituciones y, como pacifista,20​ cualquier método violento de cambio social, tanto progresista como reaccionario. A pesar de esto, dio claras muestras de simpatía por las reformas sociales producidas durante el reinado de Alejandro II, en particular por la que implicó la abolición de la servidumbre en el campo, dictada en 1861.21​ Por otra parte, si bien en los primeros años de su regreso de Kazajistán era todavía escéptico respecto de los reclamos de las feministas, en 1870 escribió que «todavía podía esperar mucho de la mujer rusa» y cambió de parecer.22​

    Su preocupación por la desigualdad social es notable en su obra y, desde un punto de vista cristiano ascético, creía —como luego reflejaría en su personaje Zosima— que «al considerar la libertad como el aumento de las necesidades y su pronta saturación, se altera su sentido, pues la consecuencia de ello es un aluvión de deseos insensatos, de ilusiones y costumbres absurdas», y quizás confiara, como dicho personaje, en que «el rico más depravado acabará por avergonzarse de su riqueza ante el pobre».23​

    En febrero de 1854, Dostoyevski le pidió por carta a su hermano que le enviara diversos libros, especialmente Lecciones sobre la historia de la filosofía, de Hegel.24​ Durante su destierro en Semipalátinsk, planeó también traducir junto a Alexander Vrangel obras del filósofo alemán, pero el proyecto nunca se concretó.25​26​ Según Nikolái Strájov, Dostoyevski le ofreció la obra de Hegel enviada por Mijáil sin haberla leído.

    En 1859, tras largas gestiones, Dostoyevski consiguió ser licenciado con la condición de residir en cualquier lugar excepto San Petersburgo y Moscú, por lo que se trasladó a Tver. Allí logró publicar El sueño del tío y Stepánchikovo y sus habitantes, que no obtuvieron la crítica que esperaba.

    En diciembre de ese mismo año se le autorizó regresar a San Petersburgo, donde fundó, con su hermano Mijaíl, la revista Vremya («Tiempo»), en cuyo primer número apareció Humillados y ofendidos (1861), otra novela inspirada en su etapa siberiana. En ella se encuentran, además, varias alusiones autobiográficas, especialmente en lo referente a la primera etapa de Dostoyevski como escritor; se alude en ella, sobre todo, en su primera obra, Noches blancas, con varios guiños a situaciones o personajes específicos. Su siguiente obra, Recuerdos de la casa de los muertos (1861-1862), basada en sus experiencias como prisionero, fue publicada por capítulos en la revista El Mundo Ruso.

    Durante 1862 y 1863 realizó diversos viajes por Europa que lo llevaron a Berlín, París, Londres, Ginebra, Turín, Florencia y Viena. Durante estos viajes comenzó una relación con Polina Súslova,28​ una estudiante con ideas avanzadas, que lo abandonó poco después. Perdió mucho dinero jugando a la ruleta y, a finales de octubre de 1863, regresó a Moscú solo y sin dinero. Durante su ausencia, Vremya fue prohibida por haber publicado un artículo sobre el Levantamiento de Enero.

    En 1864 Dostoyevski consiguió editar con su hermano una nueva revista llamada Epoja («Época»), en la que publicó Memorias del subsuelo. Su ánimo terminó de quebrarse tras la muerte de su esposa, María Dmítrievna Isáyeva, seguida poco después por la de su hermano. Dostoyevski debió hacerse cargo de la viuda y los cuatro hijos de Mijaíl y, además, de una deuda de 25 000 rublos que este había dejado. Se hundió en una profunda depresión y en el juego, lo que siguió generándole enormes deudas. Para escapar de todos sus problemas financieros, huyó al extranjero, donde perdió el dinero que le quedaba en los casinos. Allí se reencontró con Polina Súslova y le propuso matrimonio, pero fue rechazado.

    En 1865, de nuevo en San Petersburgo, comenzó a escribir Crimen y castigo, una de sus obras capitales. La fue publicando, con gran éxito, en la revista El Mensajero Ruso. Sin embargo, sus deudas eran cada vez mayores por lo que, en 1866, se vio obligado a firmar un contrato con el editor Stellovski. Dicho contrato establecía que Dostoyevski recibiría tres mil rublos —que pasarían directamente a manos de sus acreedores— a cambio de los derechos de edición de todas sus obras, y el compromiso de entregar una nueva novela ese mismo año. Si ésta no era entregada en noviembre, recibiría una fuerte multa y, si en diciembre seguía sin estar lista, perdería todos los derechos patrimoniales sobre sus obras, que pasarían a manos de Stellovski.29​ Dostoyevski entonces contrató a Anna Grigórievna Snítkina, una joven taquígrafa a quien dictó, en sólo veintiséis días, su novela El jugador, entregada en conformidad con los términos del contrato. El día de su entrega, sin embargo, el administrador de la editorial aseguró no haber recibido el aviso pertinente por parte de Stellovski, ante lo cual Dostoyevski se vio obligado a constatar la entrega —con acuse de recibo legal— en una comisaría.30​


    Anna Grigórievna Snítkina.
    Dostoyevski se casó con Snítkina el 15 de febrero de 1867 y, tras una breve estadía en Moscú, partieron hacia Europa. La debilidad de Dostoyevski por el juego volvió a manifestarse en Baden-Baden. En 1867, finalmente establecido en Ginebra, comenzó a preparar el esquema de su novela El idiota, que debía publicarse en los dos primeros fascículos de El Mensajero Ruso del año siguiente. Según Anna Grigórievna, Dostoyevski afirmaba sobre esta obra que «nunca había tenido una idea más poética y más rica, pero que no había logrado expresar ni siquiera la décima parte de lo que quería decir».31​ En 1868 nació su primera hija, Sonia, pero murió tres meses después. El hecho fue devastador para la pareja, y Dostoyevski cayó en una profunda depresión. Decidieron alejarse de Ginebra y, luego de una estadía en Vevey, viajaron a Italia. Allí visitaron Milán, Florencia, Bolonia y Venecia. En 1869, partieron hacia Dresde, donde nació su segunda hija, Liubov. Su situación económica era, en palabras de Anna Grigórievna, de «relativa pobreza». Dostoyevski recibió el dinero convenido por El Mensajero Ruso y El idiota, y pudieron —a pesar de verse obligados a utilizar parte de este para pagar deudas— vivir con algo más de tranquilidad que en años anteriores.

    En 1870 el autor se dedicó a escribir una nueva novela, El eterno marido, que fue publicada en la revista Zariá. Algunos pasajes de la obra son de carácter autobiográfico. Específicamente, en el capítulo «En casa de los Zajlebinin», Dostoyevski recuerda el verano de 1866 pasado en una casa de campo en Liublin, cerca de Moscú, junto con una de sus hermanas.32​

    En 1871, terminó Los endemoniados, publicada en 1872. La novela refleja las inquietudes políticas de Dostoyevski en esa época. Al respecto, escribió a su amigo Strájov:

    Espero mucho de lo que escribo ahora en El Mensajero Ruso, no sólo desde el punto de vista artístico, sino también en lo que respecta a la calidad del tema: desearía expresar algunos pensamientos, aunque por su causa debe sufrir el arte; pero estoy de tal modo fascinado por las ideas que se han acumulado en mi espíritu y en mi corazón, que debo expresarlas aunque sólo pueda lograr un opúsculo; es lo mismo, debo expresarme.33​
    Poco antes de que Dostoyevski comenzara a escribir la novela, la pareja recibió la visita del hermano de Anna, que vivía en San Petersburgo. Este les habló del agitado clima político que se vivía en la ciudad y, especialmente, acerca de un asesinato que había tenido gran repercusión. Ivánov, un estudiante perteneciente al grupo extremista de Sergéi Necháyev, había sido asesinado en una gruta por orden de este, tras alejarse del grupo por rechazar sus métodos de acción.34​ Dostoyevski decidió tomar como protagonista para su nueva novela a Ivánov bajo el nombre de Shátov y describió, siguiendo el relato del hermano de Anna, el parque de la Academia de Pedro y la gruta en la que fue asesinado Ivánov.33​

    Hacia 1871, Dostoyevski y Anna Grigórievna habían cumplido cuatro años de residencia en el extranjero y estaban resueltos a volver a Rusia. Como Anna estaba embarazada, decidieron partir cuanto antes para no tener que viajar con un niño recién nacido. Luego de recibir la parte del pago de El Mensajero Ruso y la correspondiente a la publicación de El eterno marido, partieron hacia San Petersburgo haciendo escala en Berlín.

    A los ocho días de su llegada a Rusia nació Fiódor. Dostoyevski hizo un viaje rápido a Moscú, donde cobró lo correspondiente a la parte publicada de Los demonios en El mensajero ruso. Con este dinero les fue posible alquilar una casa en San Petersburgo. Pronto se vio el autor nuevamente asediado por acreedores, especialmente algunos que reclamaban deudas de la época de Tiempo, que le correspondían por la muerte de su hermano. Los acreedores se presentaban algunas veces sin documento probatorio y Dostoyevski, ingenuo, les firmaba letras de cambio.35​


    Dostoyevski en 1876.
    En 1872 partieron hacia Stáraya Rusa, donde permanecerían hasta 1875. Tras finalizar la novela Los demonios, Dostoyevski aceptó la propuesta de encargarse de la redacción del semanario El ciudadano. En 1873 editó la versión completa de Los demonios, publicada por la pequeña editorial que había fundado con medios propios, ayudado por Anna. El éxito de esta edición fue abrumador.36​ Luego reeditó también varias de sus obras anteriores y comenzó a publicar la revista Diario de un escritor,37​ en la que escribía solo, recopilando historias cortas, artículos políticos y crítica literaria. Esta publicación, aunque muy exitosa, se vio interrumpida en 1878, cuando Dostoyevski comenzó Los hermanos Karamázov, que aparecería en gran parte en la revista El Mensajero Ruso.

    En 1874 Dostoyevski abandonó la redacción de El Ciudadano, tarea que no satisfizo sus aspiraciones, para dedicarse completamente a escribir una nueva novela. Luego de evaluar las ofertas editoriales de El Mensajero Ruso y Memorias de la Patria (del poeta Nikolái Nekrásov), decidió aceptar esta última. La novela sería titulada El adolescente y comenzaría a publicarse ese mismo año. Por aquella época, Dostoyevski tuvo fuertes crisis asmáticas, y estuvo un tiempo en Berlín y Ems tratando su afección.38​

    En 1875 nació su cuarto hijo, Alekséi, y el matrimonio decidió volver a San Petersburgo. Durante esa época vivieron del dinero que obtenían por El adolescente. Mientras tanto, Dostoyevski continuaba reuniendo material para Diario de un escritor y frecuentaba con asiduidad reuniones literarias, donde se encontraba y debatía con viejos amigos y enemigos.39​ En 1877, la publicación de Diario de un escritor tuvo gran éxito y, aunque el autor estaba muy satisfecho tanto con los resultados económicos como con la simpatía que el público manifestaba en su correspondencia, sentía gran necesidad de crear algo nuevo. Decidió entonces interrumpir por dos o tres años la publicación de la revista para ocuparse de una nueva novela. A finales de año, en su libreta de apuntes, se leía:

    Memento. Para toda la vida:
    1) Escribir el Cándido ruso.
    2) Escribir un libro sobre Jesucristo.
    3) Escribir mis memorias.
    4) Escribir el poema sobre «Sorokovina».40​
    Nekrásov, amigo de Dostoyevski —el primero en reconocer su talento con Pobres gentes y que más tarde editó El adolescente— se encontraba muy enfermo. Una de las veces que fue a verlo, el poeta le leyó una de sus últimas composiciones, «Los infelices», y le dijo: «La escribí para usted».41​ El poeta murió a finales de 1877. Durante su funeral, Dostoyevski pronunció un emotivo discurso, que más tarde ampliaría e incluiría en el último número de Diario de un escritor de ese año, dividido en cuatro capítulos: «La muerte de Nekrásov», «Pushkin, Lérmontov y Nekrásov», «El poeta y el ciudadano: Nekrásov hombre» y «Un testigo a favor de Nekrásov». Al dolor de Dostoyevski por esta pérdida se le agregaría, al año siguiente, el causado por la muerte de su hijo Alekséi. El niño fue sepultado en el cementerio de Bolsháia Ojta.


    Tumba de Dostoyevski en el Monasterio de Alejandro Nevski.
    Dostoyevski y su esposa, consternados, pensaron que no tenían más que hacer en San Petersburgo y regresaron con sus hijos a Stáraya Rusa. Dostoyevski acordó con El mensajero ruso la publicación de una nueva novela para 1879: se trataba de la futura Los hermanos Karamázov. De una bendición recibida por un sacerdote de la ermita de Óptina, tras contarle Dostoyevski lo sucedido con su hijo, surgiría la escena del capítulo Las mujeres creyentes, en la que el starets Zosima bendice a una madre tras la muerte de su hijo, también llamado Alekséi.42​ Por otra parte, la figura del starets Zosima sería creada a partir de las figuras de este sacerdote y de otro a quien el autor admiraba, Tijon Zadonski.42​

    Apenas comenzó a publicarse, Los hermanos Karamázov atrajo fuertemente la atención de lectores y críticos. Dostoyevski solía leer algunos fragmentos de ella en reuniones literarias con una excelente respuesta por parte del público. Muy pronto se la consideró una obra maestra de la literatura rusa y hasta logró que Dostoyevski se ganara el respeto de varios de sus enemigos literarios. El autor la consideró su magnum opus.43​ A pesar de esto, la novela nunca se terminó. Originalmente, según los esquemas del autor, consistiría en dos partes, y los sucesos de la segunda ocurrirían trece años más tarde que los de la primera. Esta segunda parte nunca llegó a escribirse.44​

    En 1880, Dostoyevski participó en la inauguración del monumento a Aleksandr Pushkin en Moscú, donde pronunció un discurso sobre el destino de Rusia en el mundo.45​ El 8 de noviembre de ese mismo año, terminó Los hermanos Karamázov en San Petersburgo.

    Muerte

    Fiódor Dostoyevski en su féretro, dibujado por Iván Kramskói (1881).
    Dostoyevski murió en su casa de San Petersburgo, el 9 de febrero de 1881, de una hemorragia pulmonar asociada a un enfisema y a un ataque epiléptico. Fue enterrado en el cementerio Tijvin, dentro del Monasterio de Alejandro Nevski, en San Petersburgo. El vizconde E. M. de Vogüé, diplomático francés, describió el funeral como una especie de apoteosis. En su libro Le Roman russe, señala que entre los miles de jóvenes que seguían el cortejo, se podía distinguir incluso a los nihilistas, que se encontraban en las antípodas de las creencias del escritor.46​ Anna Grigórievna señaló que «los diferentes partidos se reconciliaron en el dolor común y en el deseo de rendir el último homenaje al célebre escritor».47​

    En su lápida sepulcral puede leerse el siguiente versículo de San Juan, que sirvió también como epígrafe de su última novela, Los hermanos Karamázov:

    En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere produce mucho fruto.
    Evangelio de San Juan 12:2448​

    Obra
    Dostoyevski no siempre se dedicó a la literatura. Por decisión de su padre, se formó en la Escuela de Ingenieros Militares de San Petersburgo. Su fascinación por la literatura surgió tras la muerte de su padre y su graduación.49​ La primera obra de cuya publicación se tiene constancia fue Pobres gentes, publicada a comienzos de 1846 en formato epistolar, que recibió una buena respuesta por parte del público y la crítica. A esta obra le siguió El doble que, al igual que otros trece esbozos escritos por Dostoyevski en los tres años siguientes, centró su atención en la situación de los pobres y desheredados, en las humillaciones de las que eran objeto y sus reacciones ante ellas.49​


    Novelas de Fiódor Dostoyevski
    Los mendigos profesionales alquilaban, en los barrios pobres, niños escuálidos para llamar la atención de los transeúntes y si el niño moría durante el día, seguían exhibiéndolo hasta la noche para no perder el precio del alquiler. Dievuschkin no podía comprender cómo los pequeños eran víctimas de esta situación tan habitual en la sociedad rusa. En este fragmento se evidencia este cotidiano escenario... «Y temblando todo él, llegose corriendo a mí y mostrándome el papel, con vocecilla que tiritaba, me dijo: 'Una limosnita, señor'... No hay que ponderar el caso, que es claro y corriente. Pero ¿qué iba yo a darle? Pues no le di nada. Y sin embargo, me inspiraba tanta compasión».


    —De Fiódor Dostoyevski, Pobres gentes.
    Pobres gentes (1846)
    El doble (1846)
    La patrona (1847)
    Niétochka Nezvánova (1849)
    El sueño del tío (1859)
    Stepánchikovo y sus habitantes (1859)
    Humillados y ofendidos (1861)
    Recuerdos de la casa de los muertos (1861-1862)
    Memorias del subsuelo (1864)
    Crimen y castigo (1866)
    El jugador (1866)
    El idiota (1868-1869)
    El eterno marido (1870)
    Los demonios (1871-1872)
    El adolescente (1875)
    Los hermanos Karamázov (1879-1880)

    Temáticas
    Dostoyevski tomó como materia prima de sus obras las preocupaciones que tenía con respecto al futuro de la humanidad50​ y las injusticias sociales de su época.51​ La mayoría de sus novelas se centran en la condición humana y tratan temas como la pobreza (Pobre gente, Humillados y ofendidos, Stepánchikovo y sus habitantes);52​ las penumbras fantásticas (El doble); las relaciones amorosas (Noches blancas); o el amor, el egoísmo y la autopurificación por medio del sufrimiento (Niétochka Nezvánova). El escritor recurre al realismo psicológico y abarca áreas de la psicología, la filosofía y la ética.

    Según Jorge Serrano Martínez, en Los endemoniados, la «degradación moral rusa», denunciada previamente en El idiota, estaba ya exacerbada, por lo que el escritor entendió que debía dar un contenido más explícitamente político a su obra. Para Dostoyevski, la generación reformista de la década del 60 —a diferencia de la suya— había incurrido en dos errores fundamentales: la utilización de métodos de acción violentos y la incorporación de elementos occidentales como el liberalismo, el anarquismo o el socialismo que no eran aplicables en una Rusia fundamentalmente cristiana, campesina y con una burguesía apenas desarrollada.53​

    Las novelas de Dostoyevski se caracterizan por una perspectiva social, política y moderna de la sociedad, que «destapan el cinismo y el desprecio al progresismo en la sociedad»,54​ construyendo así un movimiento «dostoyevskiano».55​ Asimismo, sus escritos presentan una profunda reflexión psicológica, lo que, según Joseph Frank, lo posiciona como el máximo representante de la novela en dicho tópico,56​ precursor del existencialismo y uno de los mejores escritores rusos.


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    Mensaje por Maria Lua Sáb 13 Mar 2021, 09:28

    Autobiografías

    Algunos pasajes de las novelas de Dostoyevski pueden interpretarse como reescrituras encubiertas de su propia vida. La crítica ha señalado que estas temáticas poco recurrentes en las novelas del escritor ruso surgieron con el único motivo de «relatar sus impresiones pasadas».57​ En este sentido, adquieren una perspectiva singular Recuerdos de la casa de los muertos (su novela autobiográfica por antonomasia)58​ y Humillados y ofendidos. En la primera, el autor relata su vida como prisionero en Siberia a través de la figura de Aleksandr Petróvich, un hombre de clase noble que, una vez cumplida la condena por haber asesinado a su esposa, se queda en Siberia enseñando a leer a los niños. En la segunda, a pesar de desarrollar un argumento y un estilo narrativo no autobiográficos, se vale de elementos de este género como recurso literario.

    Me representaba de modo muy claro que la vida y el mundo no dependían más que de mí. En realidad, hasta podía decirse, en aquel momento, que el mundo no había sido creado más que para mí. [...] Y puede suceder que, en efecto, nada exista para nadie después de mí y que el mundo entero, una vez que se haya abolido mi conciencia, se desvanezca como un fantasma, puesto que no es más que el objeto de mi conciencia, y que se aniquile, puesto que todo el mundo y todos los hombres acaso no sean más que yo mismo...
    —De Fiódor Dostoyevski, El sueño de un hombre ridículo.
    Cabe destacar que su obra El Jugador habla de un aspecto importante de su vida ya que trata de sus propios problemas con el juego y como esta obra ayuda también a mejorar su situación económica y también a superar dicha adicción al juego. 14​49​

    Cuentos

    En sus relatos —por lo general, cuentos como El árbol navideño y la boda— Dostoyevski expuso sus críticas, argumentó sus perspectivas y aclaró y profundizó sus temáticas recurrentes de un modo más «sarcástico e irónico» que en sus novelas.59​ Haciendo uso de un humor sutil y de un profundo análisis psicológico, esclarecía sus ideas morales, basadas en la religión cristiana ortodoxa, y se oponía al racionalismo y al nihilismo.60​ En algunos de los primeros relatos, como El corazón débil, El señor Projarchin o El pequeño héroe, se aprecia una cierta exaltación del sentimiento, muy cercana al romanticismo. El corazón débil, especialmente, es un delirio donde la sublimación de los sentimientos —el miedo por un lado, el amor por otro— termina por conducir a la locura.

    Una novela en nueve cartas (Роман в девяти письмах) (1846)
    El señor Projarchin (Γοcпoдин Пpoxapчин) (1846)
    Polzunkov (Πoлзyнкoв) (1847)
    Un corazón débil (Слабое сердце) (1848)
    La mujer ajena y el marido debajo de la cama (Чужая жена и муж под кроватью) (1848)
    Un ladrón honesto (Честный вор) (1848)
    El árbol navideño y la boda (Ёлка и свадьба) (1848)
    Las noches blancas (1848)
    El pequeño héroe (1849)
    Un episodio vergonzoso (1862)
    El cocodrilo (Kpoкoдил) (1865)
    Bobok (Бобок) (1873)
    El niño con la manita (1876)
    El campesino Maréi (Мужик Марей) (1876)
    La sumisa (Кроткая) (1876)
    Dos suicidios (1876)
    El sueño de un hombre ridículo (Сон смешного человека) (1877)
    Vlas (1877)
    Diario de un escritor
    Bajo este título se han reunido una serie de textos breves, como crónicas, artículos, críticas, relatos y apuntes, escritos por Dostoievski de 1846 a 1881, es decir, durante toda su vida activa como escritor. Diario de un escritor contiene tanto notas sobre revueltas políticas, juicios sumarios y conflictos sociales como reflexiones sobre Pushkin o comentarios sobre Anna Karenina. En estos textos, al igual que en sus obras literarias, Dostoievski explora aspectos del ser humano contemporáneo («La mentira se salva por otra mentira»), el subconsciente («El talento»), las injusticias del poder («Algo acerca de los abogados») y la pobreza («El niño mendigo», «Un hombre paradójico»). Otros tienen carácter biográfico («La muerte de George Sand», «La muerte de Nekrásov», «Pushkin, Lérmontov y Nekrásov», «El poeta y el ciudadano: Nekrásov hombre», «Un testigo a favor de Nekrásov», «Mi relación con Belinski»o «El proceso a Kornílova») o autobiográfico («Anécdota sobre la vida infantil»).

    El nombre de la compilación se toma de la sección homónima publicada por Dostoievski de 1873 a 1874 en la revista El Ciudadano, de la cual fue director durante ese año. Tres años después publicó, bajo el mismo nombre, un cuadernillo mensual escrito y financiado por él mismo, que se interrumpió en 1877. En 1880 y 1881 salieron los últimos números.

    Existe una traducción al español publicada por Alba en 2007 y otra, más exhaustiva, aparecida en 2010 bajo el sello Páginas de Espuma.

    Selección
    Bocazas (1846)
    Prólogo a Tres cuentos de Edgar Allan Poe (1861)
    Prólogo a Nuestra señora de París, de Victor Hugo (1862)
    Ancianos (старых людей) (1873)
    Miércoles (среда) (1873)
    Algo personal (Нечто личное) (1873)
    Cuadritos (Маленькие картинки) (1873)
    A propósito de una exposición (по поводу выставки) (1873)
    Cuadritos de viaje (1874)
    ¿Francés o ruso? (русский или французский язык) (1876)
    El proceso a Kornílova (1876)
    Dos suicidios (Два самоубийства) (1876)
    La sentencia (приговор) (1876)
    Los mejores (1876)
    La moral tardía (1876)
    Afirmaciones sin pruebas (1876)
    El nacimiento de un escritor (1877)
    Discurso sobre Pushkin (Пушкин) (1880)
    La lengua es, sin discusión, la forma, el cuerpo y el envoltorio del pensamiento [...], y, por decirlo de algún modo, la palabra última y definitiva de la evolución orgánica. De donde se deduce que, cuanto más ricos sean los materiales y las formas que adquiero para expresar mi pensamiento, más feliz seré en la vida, más precisas y comprensibles serán mis razones tanto para mí mismo como para los demás, más facilidades tendré para dominar y vencer; podré decirme más rápidamente a mí mismo lo que quiero decir, lo expresaré con mayor profundidad y con mayor profundidad también comprenderé lo que quería decir; mi espíritu será más fuerte y más sereno y, por supuesto, seré más inteligente. [...] Ni qué decir tiene que cuanto más rico, flexible y variado sea nuestro conocimiento de la lengua en que hemos decidido pensar, más facilidad, variedad y riqueza habrá en la expresión de nuestro pensamiento.
    Dostoyevski, Diario de un escritor.
    Crónica
    Apuntes de invierno sobre impresiones de verano (1863). Sobre su primer viaje a Europa, de 1862.
    Estilo
    Literatos rusos contemporáneos a Dostoyevski lo compararon frecuentemente con otros escritores y criticaron la complicación, confusión y eclecticismo argumental de sus obras. Anna Dostoyévskaia objetó esta comparación basándose en la imposibilidad de comparar, a su juicio, las obras de personas que viven en una situación «materialmente incomparable»:

    Casi todos (León Tolstói, etc.) eran hombres sanos y sin el aguijón de la necesidad; tenían la posibilidad de meditar y cuidar sus obras; F. M., en cambio, sufría dos penosas enfermedades, tenía el peso de la familia y las deudas y vivía en una cuantiosa incertidumbre por el mañana
    Dostoyévskaia, Anna Grigórievna. Dostoyevski, mi marido. p. 126.
    Estas características señaladas por Anna ayudan a entender y contextualizar algunas de las frases «pesimistas» —casi románticas— del escritor, tales como «La pobreza y la miseria forman a un artista».61​ Sin embargo, este Dostoyevski por momentos «pesimista» no cayó en una «quietud apática» ni mucho menos en la misantropía. Por el contrario, mostró un gran interés por el hombre de su siglo y un gran temor por el de los siguientes, en tanto consideraba que el futuro de la humanidad estaba en peligro.50​ Esta profunda preocupación por el «hombre del mañana» puede dar una pista, al menos en parte, acerca de la temática y óptica de sus obras, más cercanas a las actuales (por ejemplo, cierto estado embrionario de lo que luego sería el psicoanálisis) que a las de su época:50​51​

    El hombre en la superficie de la tierra no tiene derecho a dar la espalda y a ignorar lo que sucede en el mundo, y para ello existen causas morales supremas.
    Fragmento. Opinión personal acerca de la sociedad moderna.50​

    Raskólnikov y Marmeládov, por Mijaíl Klodt. Crimen y castigo ha sido considerada por algunos críticos la obra maestra de Dostoyevski.
    Su realismo y preocupación por la humanidad lo llevaron a indagar «las facetas del espíritu humano», aunque sin detenerse en ellas.62​ Generalmente, Dostoyevski pone a los personajes de sus novelas en las situaciones más extremas, rastreando sus conflictos interiores, sus motivaciones más profundas, sus debilidades y sus anhelos por salir adelante.63​ Consideraba que, como escritor, su deber era encontrar el ideal que late en el corazón del hombre, «rehabilitando al individuo destruido y aplastado por el injusto yugo de las circunstancias, del estancamiento secular y de los prejuicios sociales».62​64​

    Tanto por su temática como por el modo de abordarla en sus novelas trágicas, Dostoievski se adelantó a los estudios psicoanalíticos sobre el inconsciente, al surrealismo y al existencialismo.50​ En cuanto a lo estrictamente literario, tal vez uno de sus grandes aportes a la narrativa haya sido el haber ubicado al narrador dentro de la obra, dejando la postura externa de quien relata una historia ajena. Este estilo fue retomado posteriormente por autores como Thomas Mann, Unamuno y Sartre.65​66​67​ De igual forma, su penetrante descripción del alma humana, su implicación emocional con lo relatado y su aguda descripción social fueron las bases de su influyente estilo, que algunos críticos califican como «jocoso y sencillo».68​ Sus grandes aportes a la literatura le hicieron ganarse el respeto de figuras como Nietzsche.69​

    Esencialmente un escritor de mitos —comparado a veces, en este aspecto, con Herman Melville—, Dostoyevski creó una obra con una inmensa vitalidad y un poder casi hipnótico, caracterizada por los siguientes rasgos: escenas febriles y dramáticas donde los personajes se mueven en atmósferas escandalosas y explosivas, ocupados en apasionados diálogos socráticos «a la rusa», la búsqueda de Dios, el mal y el sufrimiento de los inocentes.

    En las novelas de Dostoyevski transcurre poco tiempo (muchas veces sólo unos días), lo que permite al autor huir de uno de los rasgos dominantes de la prosa realista: el deterioro físico que produce el paso del tiempo. Los personajes pueden clasificarse en diversas categorías: humildes y modestos cristianos (Príncipe Myshkin, Sonia Marmeládova, Aliosha Karamázov), nihilistas autodestructivos (Svidrigáilov, Smerdiakov, Stavroguin, Maslobóiev), cínicos libertinos (Fiódor Karamázov, el príncipe Valkorski de Humillados y ofendidos), intelectuales rebeldes (Rodión Románovich Raskólnikov, Iván Karamázov, Ippolit Teréntiev). Todos ellos encarnan valores espirituales que son por definición intemporales y se rigen por ideas más que por imperativos biológicos o sociales.70​ El escritor austríaco Stefan Zweig escribió:

    Apartados del mundo por amor al mundo, irreales por pura pasión de realidad, las figuras de Dostoyevski parecen, al principio, un poco simplistas. Su marcha no es rectilínea, ni persigue ningún fin visible. Estos hombres todos adultos, todos hombres hechos, andan por el mundo a tientas como los ciegos y tienen el torpor de los borrachos. Los vemos detenerse, mirar en derredor, hacer todo género de preguntas, para aventurarse de nuevo, sin esperar respuesta, hacia lo desconocido.
    Tres maestros. Balzac, Dickens, Dostoyevski (1920)
    Algunos temas recurrentes en la obra de Dostoyevski son el suicidio, el orgullo herido, la destrucción de los valores familiares, el renacimiento espiritual a través del sufrimiento —uno de los puntos capitales—, el rechazo a Occidente y la afirmación de la ortodoxia rusa y el zarismo.70​

    Mijaíl Bajtín introdujo el concepto de polifonía para referirse a las obras de Dostoyevski. Según este, a diferencia de otros escritores, no parece aspirar a tener una visión única y va más allá, describiendo situaciones desde varios ángulos. En sus novelas, llenas de fuerza dramática, personajes y puntos de vista contrapuestos se desarrollan libremente, siempre en un violento crescendo.71​

    Existencialismo
    Dostoyevski es considerado uno de los precursores del existencialismo y probablemente el mayor representante de la literatura existencialista.72​ Novelas como Crimen y castigo, Memorias del subsuelo, Los endemoniados, Los hermanos Karamázov y El idiota tienen un carácter existencialista en sus temáticas, que enfatizan el libre albedrío del hombre como esencia, particularmente expresado por el renacimiento espiritual a través del sufrimiento, la idea del suicidio, el orgullo herido, la destrucción de los valores familiares y el falaz determinismo que el racionalismo occidental impone al hombre, subyugando su voluntad a las «leyes de la naturaleza».73​[fuente cuestionable] Otra idea que Dostoyevski manejó es que «la idea de la naturaleza humana que surge es imprevisible, perversa y autodestructiva; sólo el amor cristiano puede salvar a la humanidad de sí misma, pero ese amor no puede ser entendido desde la sensibilidad filosófica».72​ Sartre, al opinar sobre el existencialismo en Dostoyevski, destaca la reflexión de Iván Karamázov:

    Dostoyevski ha escrito: «Si Dios no existe, todo está permitido». He aquí el punto de partida del existencialismo. Efectivamente todo es lícito si Dios no existe, y como consecuencia el hombre está «abandonado» porque no encuentra en sí ni fuera de sí la posibilidad de anclarse. Y sobre todo no encuentra excusas. Si verdaderamente la existencia precede a la esencia, no podrá jamás dar explicaciones refiriéndose a una naturaleza humana dada y fija; en otras palabras, no hay determinismo: el hombre es libre, el hombre es libertad. Por otra parte, si Dios no existe, no encontramos frente a nosotros valores u órdenes que puedan legitimar nuestra conducta. Así, no tenemos ni por detrás ni por delante, en el luminoso reino de los valores, justificaciones o excusas. Estamos solos, sin excusas. Situación que creo poder caracterizar diciendo que el hombre está condenado a ser libre. Condenado porque no se ha creado a sí mismo, y no obstante libre porque, una vez lanzado al mundo, es responsable de todo lo que hace. El hombre, sin apoyo ni ayuda, está condenado en todo momento a inventar al hombre.74​
    Walter Kaufmann citó las Memorias del subsuelo como «la mejor obertura para el existencialismo jamás escrita».75​ En el mismo sentido, Zweig consideró al escritor ruso «el mejor conocedor del alma humana de todos los tiempos».76​ Su obra, aunque escrita en el siglo xix, refleja también al hombre y la sociedad contemporánea.77​

    Influencia
    La obra de Dostoyevski ha influido, entre otros, a escritores como Hermann Hesse, Jean Paul Sartre, Marcel Proust, Henry Miller, Thomas Mann, William Faulkner, Albert Camus, Franz Kafka, Emil Michel Cioran, Yukio Mishima, Charles Bukowski, André Gide, Roberto Arlt, Ernesto Sabato y Gabriel García Márquez. En el siglo xx, las excepciones son, quizás, Vladímir Nabókov, Henry James y D. H. Lawrence. En una de sus últimas entrevistas, Ernest Hemingway citó a Dostoyevski como una de sus mayores influencias. Virginia Woolf llegó incluso a preguntarse si valía la pena leer a otro autor.9​ Por su parte, John Maxwell Coetzee, ganador del Premio Nobel de literatura en 2003, puso a Dostoyevski como protagonista de El maestro de Petersburgo, novela en la que indaga su vida y la historia de Rusia.

    En «Dostoievski y el parricidio», Freud escribió que el capítulo «El gran inquisidor» de Los hermanos Karamázov era una de las cumbres de la literatura universal. Dostoyevski influyó también a Nietzsche, quien afirmó que «Dostoyevski, el único psicólogo, por cierto, del cual se podía aprender algo, es uno de los accidentes más felices de mi vida, más incluso que el descubrimiento de Stendhal».78​

    El autor ruso Alekséi Rémizov escribió desde su exilio en París en 1927: «Dostoyevski es Rusia. Rusia no existe sin Dostoyevski».79​ La mayor parte de los críticos coincide en afirmar que Dostoyevski y Dante Alighieri, Shakespeare, Cervantes y Víctor Hugo han influido decisivamente en la literatura del siglo XX, especialmente en lo que al existencialismo y al expresionismo se refiere.70​


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    Mensaje por Maria Lua Sáb 13 Mar 2021, 09:38


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    Crimen y castigo: análisis literario


    Crimen y castigo es UNA novela del autor Fiódor Dostoyevski publicada en el año 1866 por primera vez en la revista "El mensajero ruso", en doce partes que más tarde se recogieron en una novela. Se trata de una obra de carácter psicológico que trata temas como la culpa, el asesinato, la redención... entre muchos más. Famosa a nivel internacional, en unPROFESOR te traemos el análisis literario de Crimen y castigo para que entiendas mejor la relevancia de esta obra y la profundidad que alcanzan los temas que se tratan.

    El autor de Crimen y castigo
    Fiódor Dostoyevski nació el Moscú en el año 1821. Junto con otros autores como León Tólstoi, es el representante más apreciado del realismo ruso en su país y a nivel internacional. Su madre era una mujer dulce en la que el autor encontraba cariño, pero murió prematuramente y fue educado por su padre, un hombre de carácter despótico que tras la muerte de su mujer empezó a consumir mucho alcohol.

    Dostoyevski comenzó a escribir esta obra en el año 1865 en una situación parecida a la del protagonista -Rodión Raskólnikov- cuando había perdido prácticamente todas sus ganancias jugando a la ruleta y para subsistir se vio obligado a empeñar ropa, joyas y otros objetos de valor. La publicación de "Crimen y castigo" supuso el fin de sus problemas monetarios y la consagración de su carrera como escritor.




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    Resumen breve de Crimen y Castigo
    La obra narra la vida de Rodión Raskólnikov, un estudiante de la capital de Rusia que se ve abocado a suspender sus estudios por la pobreza y la miseria en la que se encuentra su familia. Como estaba tan necesitado de dinero para pagar sus gastos, recurre a una anciana prestamista donde empeña algunos de sus objetos. Su hermana Dunia, que quiere ayudarle, se casa con un abogado adinerado sin consultarle, algo que lleva al protagonista al enfado.

    Rodión tiene aires de grandeza y en su enfado y delirios, comienza a fantasear con la idea de matar a la anciana prestamista, haciendo que crezca en su interior el deseo como una semilla. El protagonista termina cometiendo el crimen y el recuerdo comienza a torturarle, intenta evitar que el acto cometido salga a la luz. Se desata el orgullo de Rodión al contemplar que no ha conseguido ninguna satisfacción con su plan. La forma en que todos estos pensamientos y sentimientos están narrados casi como si se tratara de un cirujano, un profundo análisis que nos muestra la lucha del hombre contra su conciencia.

    Los personajes de Crimen y Castigo

    Para continuar con este análisis literario de Crimen y Castigo es importante que nos detengamos para conocer mejor a sus personajes. Aquí te descubrimos cuáles son los personajes principales y los secundarios que encontrarás en la obra.

    Principales
    Rodión Raskólnikov: Personaje principal de la novela. Chico nervioso y muy inteligente que vive en una pensión mientras estudia. Debido a causas económicas, se ve obligado a dejar los estudios y es cuando empieza a fantasear con la idea de matar a su usurera para quedarse con todo su dinero. Es un personaje complejo.
    Sonia Semenovna: Otro de los personajes principales. Una chica de dieciocho años que entrará en la vida de Rodión para ser capaz de ver su parte buena y ofrecerle su amor en momentos de desesperación y crisis del personaje.
    Personajes secundarios
    Para este análisis literario de Crimen y Castigo mencionaremos también los personajes secundarios, no tan importantes en la obra pero también con su psicología y aportes.

    Avdotia Románovna Raskólnikova: Hermana del protagonista principal, decide casarse con un hombre adinerado para ayudar a Rodión. Sin embargo las circunstancias le harán cambiar de destino para acabar juntándose con el mejor amigo de su hermano.
    Aliona Ivánovna: Casera de Rodión, anciana y malhumorada con la que el protagonista fantaseará sobre su muerte.
    Arcadio Ivánovich Svidrigáilov: Personaje antagónico de la novela. Encarna la maldad y la corrupción de la historia aunque dará giros inesperados alrededor de la temática sobre la culpa.
    Marta Petrovna Svidrigáilova: Antigua patrona de Dunia y esposa de Arcadio, por el que fue asesinada.
    Porfirio Petróvich: Juez al que se le asigna la investigación de la muerte de la usurera. Rodión mantendrá grandes reflexiones a través de él.
    Dimitri Prokófich Razumijin: Amigo del protagonista principal y sobrino del juez. Será el primero en descubrir lo que su amigo ha hecho.
    Katerina Ivánovna Marmeládova: Esposa de Marmeládov. Enloquecerá víctima de la tuberculosis.
    Pulkeria Aleksándrovna Raskólnikova: Madre de Dunia y el protagonista principal. Mujer humilde que sentirá pena por su hijo.
    Piotr Petróvich: Es el adinerado señor que pedirá la mano de Dunia en un principio.
    Semión Zajárovich Marmeládov: Padre de Sonia que servirá de nexo para que ella y el protagonista principal se conozcan.
    Lizaveta Ivánovna: Hermana de la usurera pero diferente a ella. Es noble y amable aunque terminará siendo también asesinada por Rodión, quien lamentará su muerte.


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    Temas principales de Crimen y Castigo
    El tema principal de la novela gira en torno a la lucha de Rodión contra su propia consciencia después de haber cometido un asesinato por la única razón de afirmar su "yo" y demostrar que no se deja arrastrar por la sociedad.

    "Crimen y castigo" es, además, una novela de tesis. Su tesis principal es que la concepción materialista de la vida occidental no sirve de base para ejercer una conducta moral, llevando así, inevitablemente, a producir consecuencias y actos destructivos para el individuo y para la sociedad, como la decadencia de la moral en Rusia, otro de los temas principales.

    La condición de la mujer en la época también se ve reflejada en los diferentes personajes y es otro de los temas principales, aunque con ciertos cambios. Sonia encarna el papel de prostituta angelical, cuando en la Europa del siglo XIX las mujeres tendían a clasificarse en condiciones dicotómicas: o bien eran un ángel doméstico o una mujer fácil. Dostoyevski, en cambio, logra romper con eso creando a Sonia como una prostituta bondadosa.

    Aparecen también muchos rasgos alrededor de la penitencia y el sufrimiento, contenido claramente influenciado por la religión católica que tiene su raíz en el Evangelio pero en lo que también convive algo particularmente ruso. Dostoyevski creía que el sufrimiento por los pecados cometidos es mucho más valioso que cualquier esfuerzo y camino dirigido hacia el bien común, hacia la bondad.




    Estilo de la obra
    Y terminamos este análisis literario de Crimen y Castigo para centrarnos en su estilo. El estilo de la obra es sobrio y se utiliza un lenguaje coloquial y estándar. Dostoyevski no destacaba por sus descripciones de los lugares donde ocurrían los hechos, sino más bien por la creación psicológica de los personajes que forman parte de la novela, que aparecen normalmente llenos de contradicciones y enfrentados a grandes dilemas éticos. El mundo interno del personaje es igual o más importante que el mundo externo.

    Corriente artística
    "Crimen y castigo" pertenece a la corriente del realismo ruso ya que refleja los problemas sociales de la época y utiliza un lenguaje cotidiano. Los escritores realistas como Dostoyevski asumieron el derecho de representar todo lo que se ve, de intentar ser lo más sinceros posible. Con esta corriente se admite lo feo y lo bello, lo repugnante y lo sublime, lo vulgar y lo extraordinario. La vida de los individuos se convierte en arte, pues todo se puede llevar a la literatura.

    Todo lo expuesto hace de la novela de Dostoyevski una obra maestra de la ficción literaria y un medio de transmisión y debate a su vez sobre grandes conocimientos y cuestiones morales que, a día de hoy, todavía nos atañen. Además, con esta obra el escritor fue pionero en la narrativa más introspectiva donde el diálogo interior prevalece frente a las descripciones. A partir del siglo XX muchos grandes escritores empezarán a utilizar también este tipo de escritura tomándole como inspiración y referente.



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    Mensaje por Maria Lua Sáb 13 Mar 2021, 09:45













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    Mensaje por Maria Lua Sáb 13 Mar 2021, 10:27

    Crimen y castigo.- Fiódor Dostoievski

    La novela de F. Dostoievski, Crimen y castigo, se desenvuelve -grosso modo- en dos ámbitos, el de la miseria y el del desamor. La búsqueda permanente de la superación de la miseria y la de la emoción pura del amor constituye el eje transversal de la obra, con cuyo pretexto ofrece, amén de la pintura realista de colores vibrantes y fuertes claroscuros de la sociedad de la época, una crítica social implacable desde la encrucijada moral de los personajes.

    La mirada crítica sobre la sociedad del momento no está exenta de intuiciones y descubrimientos de verdades permanentes, realidades consustanciales al modelo social del que, básicamente, seguimos formando parte; así, ante la corrupción y el robo representado en la figura de un profesor de Moscú que falsificaba bonos, la justificación es la de que “todo el mundo se hace rico de una manera o de otra“(sic) en el sentido de “ganar dinero de inmediato y sin esfuerzo“(sic) porque “nos hemos acostumbrado a encontrarlo todo hecho, a avanzar  apoyándonos en los Crimen y castigo.-

    F. Dostowieskydemás, a comer el pan ya masticado. Y, en cuanto las circunstancias lo han permitido, todos se han lanzado a aprovecharse“(sic) Por si lo citado anteriormente nos parece poca cosa en relación a los problemas actuales, podemos detenernos en la visión que del poder se refleja en las siguientes palabras: Y ahora sé, Sonia, que tiene poder sobre las personas quien es más fuerte por su inteligencia y su espíritu. Para la gente, el que se atreve a mucho es el que lleva la razón.  El que más cosas menosprecia se convierte en su legislador y el más atrevido es el más escuchado. Así ha ocurrido hasta ahora, y así será siempre. ¡Sólo un ciego no lo vería!(sic)


    El desarrollo argumental sigue las pautas de la novela policiaca; a fin de cuentas se trata de resolver la autoría de dos crímenes cometidos en la persona de una vieja usurera y su criada, pero lo que revela en última instancia es el policía que todos llevamos dentro con la interiorización de los códigos éticos y las conductas aprendidas. Pretender ser buenos exige, entre otras cosas, no infligir daño a los demás y, si se actúa con daño contra los demás, tendrá que estar asistida dicha actuación por argumentos de peso que nos permitan seguir siendo buenos. Este conflicto es el que llevará  al protagonista a ni siquiera poder aprovecharse del robo tras la comisión de los asesinatos. El problema de conciencia que le atormenta le llevará a confesar y admitir su culpabilidad.

    F. Dostoievski.- Crimen y castigoEn medio de la pobreza de la que surgen las distintas relaciones entre los protagonistas, el amor y su búsqueda ocupará el segundo espacio de peso en la novela. Amor por interés, por egoísmo, amor como mercancía en la prostitución, amor por los hijos y los padres, amor como pura expresión de comunión de sentimientos, de atracción, de ayuda o de amparo. El torbellino del amor sacude las vidas de los personajes y será, finalmente, el que triunfe y se manifieste como herramienta de felicidad y como camino de progreso social. Final sorprendente en el que Dostoievski quiere dejar un camino abierto a la esperanza o tal vez él mismo necesitara creer en ese camino.

    Sorprende agradablemente el desarrollo de la novela en la trama argumental y el tratamiento de los diálogos. Los personajes hablan, se duelen y dicen cosas; pero, sobre todo, argumentan, reflexionan, buscan razones por encima de todo sin dejarse embotar por las condiciones más precarias de la circunstancia de la  pobreza que es, en algunos casos, franca y descarnada miseria. Y del mismo modo que podemos palpar su vida física y material, se nos ofrecen su vida espiritual, sus creencias, dudas y atormentadas reflexiones sobre la existencia, sobre su grandeza de ánimo, en ocasiones, y en otras sumergiéndonos en la depravación y lo más abyecto de sus motivaciones. Parece como si el alma rusa y su visión pesimista de la vida se  desarrollara mirándonos directamente a los ojos con el desgarro de una confidencia; algo que, decididamente, no nos puede dejar indiferentes.

    González Alonso

    Crimen y castigo, de Fiédor Dostoievski

    Fiódor Dostoievski, (Moscú, 11 de noviembre de 1821 – San Petersburgo, 9 de febrero de 1881) es uno de los gigantes de la Literatura Mundial junto a autores como León Tolstoi, William Shakespeare y Miguel de Cervantes Saavedra, entre otros. Su obra es extensa y su vida fue un cúmulo de adversidades. Pero destaquemos su gran capacidad para el análisis de la conducta humana, sus emociones y sus motivaciones, su inquietud por el papel de la responsabilidad individual y el valor de la libertad. Su pregunta acerca de la existencia humana y la exploración de la misma lo sitúan en el campo de la psicología como un referente para lo que sería Sigmund Freud y el psicoanálisis, además de crear un precedente literario de lo que sería el movimiento existencialista en la Filosofía.


    La novela de F. Dostoievski, Crimen y castigo, se desenvuelve -grosso modo- en dos ámbitos, el de la miseria y el del desamor. La búsqueda permanente de la superación de la miseria y la de la emoción pura del amor constituye el eje transversal de la obra, con cuyo pretexto ofrece, amén de la pintura realista de colores vibrantes y fuertes claroscuros de la sociedad de la época, una crítica social implacable desde la encrucijada moral de los personajes.

    La mirada crítica sobre la sociedad del momento no está exenta de intuiciones y descubrimientos de verdades permanentes, realidades consustanciales al modelo social del que, básicamente, seguimos formando parte; así, ante la corrupción y el robo representado en la figura de un profesor de Moscú que falsificaba bonos, la justificación es la de que “todo el mundo se hace rico de una manera o de otra“(sic) en el sentido de “ganar dinero de inmediato y sin esfuerzo“(sic) porque “nos hemos acostumbrado a encontrarlo todo hecho, a avanzar apoyándonos en los Crimen y castigo.-
    F. Dostowieskydemás, a comer el pan ya masticado. Y, en cuanto las circunstancias lo han permitido, todos se han lanzado a aprovecharse“(sic) Por si lo citado anteriormente nos parece poca cosa en relación a los problemas actuales, podemos detenernos en la visión que del poder se refleja en las siguientes palabras: Y ahora sé, Sonia, que tiene poder sobre las personas quien es más fuerte por su inteligencia y su espíritu. Para la gente, el que se atreve a mucho es el que lleva la razón. El que más cosas menosprecia se convierte en su legislador y el más atrevido es el más escuchado. Así ha ocurrido hasta ahora, y así será siempre. ¡Sólo un ciego no lo vería!(sic)


    El desarrollo argumental sigue las pautas de la novela policiaca; a fin de cuentas se trata de resolver la autoría de dos crímenes cometidos en la persona de una vieja usurera y su criada, pero lo que revela en última instancia es el policía que todos llevamos dentro con la interiorización de los códigos éticos y las conductas aprendidas. Pretender ser buenos exige, entre otras cosas, no infligir daño a los demás y, si se actúa con daño contra los demás, tendrá que estar asistida dicha actuación por argumentos de peso que nos permitan seguir siendo buenos. Este conflicto es el que llevará al protagonista a ni siquiera poder aprovecharse del robo tras la comisión de los asesinatos. El problema de conciencia que le atormenta le llevará a confesar y admitir su culpabilidad.

    F. Dostoievski.- Crimen y castigoEn medio de la pobreza de la que surgen las distintas relaciones entre los protagonistas, el amor y su búsqueda ocupará el segundo espacio de peso en la novela. Amor por interés, por egoísmo, amor como mercancía en la prostitución, amor por los hijos y los padres, amor como pura expresión de comunión de sentimientos, de atracción, de ayuda o de amparo. El torbellino del amor sacude las vidas de los personajes y será, finalmente, el que triunfe y se manifieste como herramienta de felicidad y como camino de progreso social. Final sorprendente en el que Dostoievski quiere dejar un camino abierto a la esperanza o tal vez él mismo necesitara creer en ese camino.

    Sorprende agradablemente el desarrollo de la novela en la trama argumental y el tratamiento de los diálogos. Los personajes hablan, se duelen y dicen cosas; pero, sobre todo, argumentan, reflexionan, buscan razones por encima de todo sin dejarse embotar por las condiciones más precarias de la circunstancia de la pobreza que es, en algunos casos, franca y descarnada miseria. Y del mismo modo que podemos palpar su vida física y material, se nos ofrecen su vida espiritual, sus creencias, dudas y atormentadas reflexiones sobre la existencia, sobre su grandeza de ánimo, en ocasiones, y en otras sumergiéndonos en la depravación y lo más abyecto de sus motivaciones. Parece como si el alma rusa y su visión pesimista de la vida se desarrollara mirándonos directamente a los ojos con el desgarro de una confidencia; algo que, decididamente, no nos puede dejar indiferentes.

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    Crimen y castigo, de Fiédor Dostoievski

    Fiódor Dostoievski, (Moscú, 11 de noviembre de 1821 – San Petersburgo, 9 de febrero de 1881) es uno de los gigantes de la Literatura Mundial junto a autores como León Tolstoi, William Shakespeare y Miguel de Cervantes Saavedra, entre otros. Su obra es extensa y su vida fue un cúmulo de adversidades. Pero destaquemos su gran capacidad para el análisis de la conducta humana, sus emociones y sus motivaciones, su inquietud por el papel de la responsabilidad individual y el valor de la libertad. Su pregunta acerca de la existencia humana y la exploración de la misma lo sitúan en el campo de la psicología como un referente para lo que sería Sigmund Freud y el psicoanálisis, además de crear un precedente literario de lo que sería el movimiento existencialista en la Filosofía.

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    y en ese vuelo y en ese sueño
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    siendo guardián en tu cielo
    y tren de tus ilusiones."
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    Mensaje por Maria Lua Dom 14 Mar 2021, 05:27

    Crimen y castigo
    Fedor Dostoiewski


    PRIMERA PARTE
    I
    Una tarde extremadamente calurosa de
    principios de julio, un joven salió de la reducida habitación que tenía alquilada en la callejuela de S... y, con paso lento e indeciso, se dirigió
    al puente K...
    Había tenido la suerte de no encontrarse
    con su patrona en la escalera.
    Su cuartucho se hallaba bajo el tejado de
    un gran edificio de cinco pisos y, más que una
    habitación, parecía una alacena. En cuanto a la
    patrona, que le había alquilado el cuarto con
    servicio y pensión, ocupaba un departamento
    del piso de abajo; de modo que nuestro joven,
    cada vez que salía, se veía obligado a pasar por
    delante de la puerta de la cocina, que daba a la
    escalera y estaba casi siempre abierta de par en
    par. En esos momentos experimentaba invariablemente una sensación ingrata de vago temor,
    que le humillaba y daba a su semblante una
    expresión sombría. Debía una cantidad considerable a la patrona y por eso temía encontrarse con ella. No es que fuera un cobarde ni un
    hombre abatido por la vida. Por el contrario, se
    hallaba desde hacía algún tiempo en un estado
    de irritación, de tensión incesante, que rayaba
    en la hipocondría. Se había habituado a vivir
    tan encerrado en sí mismo, tan aislado, que no
    sólo temía encontrarse con su patrona, sino que
    rehuía toda relación con sus semejantes. La
    pobreza le abrumaba. Sin embargo, últimamente esta miseria había dejado de ser para él un
    sufrimiento. El joven había renunciado a todas
    sus ocupaciones diarias, a todo trabajo.
    En el fondo, se mofaba de la patrona y
    de todas las intenciones que pudiera abrigar
    contra él, pero detenerse en la escalera para oír
    sandeces y vulgaridades, recriminaciones, que-
    jas, amenazas, y tener que contestar con evasivas, excusas, embustes... No, más valía deslizarse por la escalera como un gato para pasar
    inadvertido y desaparecer.
    Aquella tarde, el temor que experimentaba ante la idea de encontrarse con su acreedora le llenó de asombro cuando se vio en la calle.
    «¡Que me inquieten semejantes menudencias cuando tengo en proyecto un negocio
    tan audaz! -pensó con una sonrisa extraña-. Sí,
    el hombre lo tiene todo al alcance de la mano,
    y, como buen holgazán, deja que todo pase ante
    sus mismas narices... Esto es ya un axioma... Es
    chocante que lo que más temor inspira a los
    hombres sea aquello que les aparta de sus costumbres. Sí, eso es lo que más los altera... ¡Pero
    esto ya es demasiado divagar! Mientras divago,
    no hago nada. Y también podría decir que no
    hacer nada es lo que me lleva a divagar. Hace
    ya un mes que tengo la costumbre de hablar
    conmigo mismo, de pasar días enteros echado
    en mi rincón, pensando... Tonterías... Porque
    ¿qué necesidad tengo yo de dar este paso? ¿Soy
    verdaderamente capaz de hacer... "eso"? ¿Es
    que, por lo menos, lo he pensado en serio? De
    ningún modo: todo ha sido un juego de mi
    imaginación, una fantasía que me divierte... Un
    juego, sí; nada más que un juego.»
    El calor era sofocante. El aire irrespirable, la multitud, la visión de los andamios, de la
    cal, de los ladrillos esparcidos por todas partes,
    y ese hedor especial tan conocido por los petersburgueses que no disponen de medios para
    alquilar una casa en el campo, todo esto aumentaba la tensión de los nervios, ya bastante
    excitados, del joven. El insoportable olor de las
    tabernas, abundantísimas en aquel barrio, y los
    borrachos que a cada paso se tropezaban a pesar de ser día de trabajo, completaban el lastimoso y horrible cuadro. Una expresión de
    amargo disgusto pasó por las finas facciones
    del joven. Era, dicho sea de paso, extraordinariamente bien parecido, de una talla que reba-
    saba la media, delgado y bien formado. Tenía el
    cabello negro y unos magníficos ojos oscuros.
    Pronto cayó en un profundo desvarío, o, mejor,
    en una especie de embotamiento, y prosiguió
    su camino sin ver o, más exactamente, sin querer ver nada de lo que le rodeaba.
    De tarde en tarde musitaba unas palabras confusas, cediendo a aquella costumbre de
    monologar que había reconocido hacía unos
    instantes. Se daba cuenta de que las ideas se le
    embrollaban a veces en el cerebro, y de que
    estaba sumamente débil.
    Iba tan miserablemente vestido, que nadie en su lugar, ni siquiera un viejo vagabundo,
    se habría atrevido a salir a la calle en pleno día
    con semejantes andrajos. Bien es verdad que
    este espectáculo era corriente en el barrio en
    que nuestro joven habitaba.
    La vecindad del Mercado Central, la
    multitud de obreros y artesanos amontonados
    en aquellos callejones y callejuelas del centro de
    Petersburgo ponían en el cuadro tintes tan singulares, que ni la figura más chocante podía
    llamar a nadie la atención.
    Por otra parte, se había apoderado de
    aquel hombre un desprecio tan feroz hacia todo, que, a pesar de su altivez natural un tanto
    ingenua, exhibía sus harapos sin rubor alguno.
    Otra cosa habría sido si se hubiese encontrado
    con alguna persona conocida o algún viejo camarada, cosa que procuraba evitar.
    Sin embargo, se detuvo en seco y se
    llevó nerviosamente la mano al sombrero
    cuando un borracho al que transportaban, no se
    sabe adónde ni por qué, en una carreta vacía
    que arrastraban al trote dos grandes caballos, le
    dijo a voz en grito:
    -¡Eh, tú, sombrerero alemán!
    Era un sombrero de copa alta, circular,
    descolorido por el uso, agujereado, cubierto de
    manchas, de bordes desgastados y lleno de abo-
    lladuras. Sin embargo, no era la vergüenza,
    sino otro sentimiento, muy parecido al terror,
    lo que se había apoderado del joven.
    -Lo sabía -murmuró en su turbación-, lo
    presentía. Nada hay peor que esto. Una nadería, una insignificancia, puede malograr todo el
    negocio. Sí, este sombrero llama la atención; es
    tan ridículo, que atrae las miradas. El que va
    vestido con estos pingajos necesita una gorra,
    por vieja que sea; no esta cosa tan horrible. Nadie lleva un sombrero como éste. Se me distingue a una versta a la redonda. Te recordarán.
    Esto es lo importante: se acordarán de él, andando el tiempo, y será una pista... Lo cierto es
    que hay que llamar la atención lo menos posible. Los pequeños detalles... Ahí está el quid.
    Eso es lo que acaba por perderle a uno...
    No tenía que ir muy lejos; sabía incluso
    el número exacto de pasos que tenía que dar
    desde la puerta de su casa; exactamente setecientos treinta. Los había contado un día, cuan-
    do la concepción de su proyecto estaba aún
    reciente. Entonces ni él mismo creía en su realización. Su ilusoria audacia, a la vez sugestiva y
    monstruosa, sólo servía para excitar sus nervios. Ahora, transcurrido un mes, empezaba a
    mirar las cosas de otro modo y, a pesar de sus
    enervantes soliloquios sobre su debilidad, su
    impotencia y su irresolución, se iba acostumbrando poco a poco, como a pesar suyo, a llamar «negocio» a aquella fantasía espantosa, y,
    al considerarla así, la podría llevar a cabo, aunque siguiera dudando de sí mismo.
    Aquel día se había propuesto hacer un
    ensayo y su agitación crecía a cada paso que
    daba. Con el corazón desfallecido y sacudidos
    los miembros por un temblor nervioso, llegó, al
    fin, a un inmenso edificio, una de cuyas fachadas daba al canal y otra a la calle. El caserón
    estaba dividido en infinidad de pequeños departamentos habitados por modestos artesanos
    de toda especie: sastres, cerrajeros... Había allí
    cocineras, alemanes, prostitutas, funcionarios
    de ínfima categoría. El ir y venir de gente era
    continuo a través de las puertas y de los dos
    patios del inmueble. Lo guardaban tres o cuatro
    porteros, pero nuestro joven tuvo la satisfacción
    de no encontrarse con ninguno.
    Franqueó el umbral y se introdujo en la
    escalera de la derecha, estrecha y oscura como
    era propio de una escalera de servicio. Pero
    estos detalles eran familiares a nuestro héroe y,
    por otra parte, no le disgustaban: en aquella
    oscuridad no había que temer a las miradas de
    los curiosos.
    «Si tengo tanto miedo en este ensayo,
    ¿qué sería si viniese a llevar a cabo de verdad el
    "negocio"?», pensó involuntariamente al llegar
    al cuarto piso.
    Allí le cortaron el paso varios antiguos
    soldados que hacían el oficio de mozos y estaban sacando los muebles de un departamento
    ocupado -el joven lo sabía- por un funcionario
    alemán casado.




    Para leer el romance entero:

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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 16 Mar 2021, 04:16

    Me produce una gran satisfacción - y te doy las gracias por ello - ver aquí a
    FEDOR DOSTOIEWSKI y su universal CRIMEN Y CASTIGO - obra que leí con 15 años y releí más tarde con mis hijos-.

    Esto me lleva a una reflexión: lo importante que es que los grandes autores estén aquí, en el espacio que lleva mi nombre - sin ser mío ni de nadie en particular: es decir de TODOS LOS FORISTAS-. Como de todos los foristas debería ser la Primera Página. Esto no es una competición, antes bien: una forma de que AIRES DE LIBERTAD quede a la altura que merece: unos de los foros más importantes del mundo en la difusión de la palabra. Sea narrativa, sea verso.

    Insisto, María... vuelvo a darte las gracias por el importantísimo papel que estás jugando.

    Un cordial saludo.


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    Mensaje por Maria Lua Vie 19 Mar 2021, 10:37

    Gracias, Pascual, por tus palabras...
    Esta semana he tenido problemas
    con las fuentes de información o
    con mi internet...
    Volveré el lunes, espero.
    Pienso seguir com los autores ya iniciados
    y más: Julio Verne, Goethe, Shakespeare,
    Tolstói, Verlaine, Kabir...
    Feliz fin de semana!
    Besos
    Maria Lua


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    Mensaje por Maria Lua Miér 24 Mar 2021, 09:16

    Continuando:





    «Ya que este alemán se muda -se dijo el
    joven-, en este rellano no habrá durante algún
    tiempo más inquilino que la vieja. Esto está más
    que bien.»
    Llamó a la puerta de la vieja. La campanilla resonó tan débilmente, que se diría que
    era de hojalata y no de cobre. Así eran las campanillas de los pequeños departamentos en
    todos los grandes edificios semejantes a aquél.
    Pero el joven se había olvidado ya de este detalle, y el tintineo de la campanilla debió de despertar claramente en él algún viejo recuerdo,
    pues se estremeció. La debilidad de sus nervios
    era extrema.
    Transcurrido un instante, la puerta se
    entreabrió. Por la estrecha abertura, la inquilina
    observó al intruso con evidente desconfianza.
    Sólo se veían sus ojillos brillando en la sombra.
    Al ver que había gente en el rellano, se tranquilizó y abrió la puerta. El joven franqueó el umbral y entró en un vestíbulo oscuro, dividido en
    dos por un tabique, tras el cual había una
    minúscula cocina. La vieja permanecía inmóvil
    ante él. Era una mujer menuda, reseca, de unos
    sesenta años, con una nariz puntiaguda y unos
    ojos chispeantes de malicia. Llevaba la cabeza
    descubierta, y sus cabellos, de un rubio desvaído y con sólo algunas hebras grises, estaban
    embadurnados de aceite. Un viejo chal de franela rodeaba su cuello, largo y descarnado como una pata de pollo, y, a pesar del calor, llevaba sobre los hombros una pelliza, pelada y
    amarillenta. La tos la sacudía a cada momento.
    La vieja gemía. El joven debió de mirarla de un
    modo algo extraño, pues los menudos ojos recobraron su expresión de desconfianza.
    -Raskolnikof, estudiante. Vine a su casa
    hace un mes -barbotó rápidamente, inclinándose a medias, pues se había dicho que debía
    mostrarse muy amable.
    -Lo recuerdo, muchacho, lo recuerdo
    perfectamente -articuló la vieja, sin dejar de
    mirarlo con una expresión de recelo.
    -Bien; pues he venido para un negocillo
    como aquél -dijo Raskolnikof, un tanto turbado
    y sorprendido por aquella desconfianza.
    «Tal vez esta mujer es siempre así y yo
    no lo advertí la otra vez», pensó, desagradablemente impresionado.
    La vieja no contestó; parecía reflexionar.
    Después indicó al visitante la puerta de su
    habitación, mientras se apartaba para dejarle
    pasar.
    -Entre, muchacho.
    La reducida habitación donde fue introducido el joven tenía las paredes revestidas de
    papel amarillo. Cortinas de muselina pendían
    ante sus ventanas, adornadas con macetas de
    geranios. En aquel momento, el sol poniente
    iluminaba la habitación.
    «Entonces -se dijo de súbito Raskolnikof-, también, seguramente lucirá un sol como
    éste.»
    Y paseó una rápida mirada por toda la
    habitación para grabar hasta el menor detalle
    en su memoria. Pero la pieza no tenía nada de
    particular. El mobiliario, decrépito, de madera
    clara, se componía de un sofá enorme, de respaldo curvado, una mesa ovalada colocada
    ante el sofá, un tocador con espejo, varias sillas
    adosadas a las paredes y dos o tres grabados
    sin ningún valor, que representaban señoritas
    alemanas, cada una con un pájaro en la mano.
    Esto era todo.



    Continua...


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    Mensaje por Maria Lua Miér 24 Mar 2021, 09:19

    En un rincón, ante una imagen, ardía
    una lamparilla. Todo resplandecía de limpieza.
    «Esto es obra de Lisbeth», pensó el joven.
    Nadie habría podido descubrir ni la
    menor partícula de polvo en todo el departamento.
    «Sólo en las viviendas de estas perversas y viejas viudas puede verse una limpieza
    semejante», se dijo Raskolnikof. Y dirigió, con
    curiosidad y al soslayo, una mirada a la cortina
    de indiana que ocultaba la puerta de la segunda
    habitación, también sumamente reducida, donde estaban la cama y la cómoda de la vieja, y en
    la que él no había puesto los pies jamás. Ya no
    había más piezas en el departamento.
    -¿Qué desea usted? -preguntó ásperamente la vieja, que, apenas había entrado en la
    habitación, se había plantado ante él para mirarle frente a frente.
    -Vengo a empeñar esto.
    Y sacó del bolsillo un viejo reloj de plata, en cuyo dorso había un grabado que repre-
    sentaba el globo terrestre y del que pendía una
    cadena de acero.
    -¡Pero si todavía no me ha devuelto la
    cantidad que le presté! El plazo terminó hace
    tres días.
    -Le pagaré los intereses de un mes más.
    Tenga paciencia.
    -¡Soy yo quien ha de decidir tener paciencia o vender inmediatamente el objeto empeñado, jovencito!
    -¿Me dará una buena cantidad por el reloj, Alena Ivanovna?
    -¡Pero si me trae usted una miseria! Este
    reloj no vale nada, mi buen amigo. La vez pasada le di dos hermosos billetes por un anillo
    que podía obtenerse nuevo en una joyería por
    sólo rublo y medio.
    -Deme cuatro rublos y lo desempeñaré.
    Es un recuerdo de mi padre. Recibiré dinero de
    un momento a otro.
    -Rublo y medio, y le descontaré los intereses.
    -¡Rublo y medió! -exclamó el joven.
    -Si no le parece bien, se lo lleva.
    Y la vieja le devolvió el reloj. Él lo cogió
    y se dispuso a salir, indignado; pero, de pronto,
    cayó en la cuenta de que la vieja usurera era su
    último recurso y de que había ido allí para otra
    cosa.
    -Venga el dinero- dijo secamente.
    La vieja sacó unas llaves del bolsillo y
    pasó a la habitación inmediata.
    Al quedar a solas, el joven empezó a reflexionar, mientras aguzaba el oído. Hacía deducciones. Oyó abrir la cómoda.
    «Sin duda, el cajón de arriba -dedujo-.
    Lleva las llaves en el bolsillo derecho. Un manojo de llaves en un anillo de acero. Hay una
    mayor que las otras y que tiene el paletón dentado. Seguramente no es de la cómoda. Por lo
    tanto, hay una caja, tal vez una caja de caudales. Las llaves de las cajas de caudales suelen
    tener esa forma... ¡Ah, qué innoble es todo esto!»
    La vieja reapareció.
    -Aquí tiene, amigo mío. A diez kopeks
    por rublo y por mes, los intereses del rublo y
    medio son quince kopeks, que cobro por adelantado. Además, por los dos rublos del
    préstamo anterior he de descontar veinte kopeks para el mes que empieza, lo que hace un
    total de treinta y cinco kopeks. Por lo tanto,
    usted ha de recibir por su reloj un rublo y quince kopeks. Aquí los tiene.
    -Así, ¿todo ha quedado reducido a un
    rublo y quince kopeks?
    -Exactamente.
    El joven cogió el dinero. No quería discutir. Miraba a la vieja y no mostraba ninguna
    prisa por marcharse. Parecía deseoso de hacer o
    decir algo, aunque ni él mismo sabía exactamente qué.

    Continuará...


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    Mensaje por Maria Lua Miér 24 Mar 2021, 09:20

    -Es posible, Alena Ivanovna, que le traiga muy pronto otro objeto de plata... Una bonita pitillera que le presté a un amigo. En cuanto
    me la devuelva...
    Se detuvo, turbado.
    -Ya hablaremos cuando la traiga, amigo
    mío.
    -Entonces, adiós... ¿Está usted siempre
    sola aquí? ¿No está nunca su hermana con usted? -preguntó en el tono más indiferente que le
    fue posible, mientras pasaba al vestíbulo.
    -¿A usted qué le importa?
    -No lo he dicho con ninguna intención...
    Usted en seguida... Adiós, Alena Ivanovna.
    Raskolnikof salió al rellano, presa de
    una turbación creciente. Al bajar la escalera se
    detuvo varias veces, dominado por repentinas
    emociones. Al fin, ya en la calle, exclamó:
    -¡Qué repugnante es todo esto, Dios
    mío! ¿Cómo es posible que yo...? No, todo ha
    sido una necedad, un absurdo -afirmó resueltamente-. ¿Cómo ha podido llegar a mi espíritu
    una cosa tan atroz? No me creía tan miserable.
    Todo esto es repugnante, innoble, horrible. ¡Y
    yo he sido capaz de estar todo un mes pen...!
    Pero ni palabras ni exclamaciones bastaban para expresar su turbación. La sensación
    de profundo disgusto que le oprimía y le ahogaba cuando se dirigía a casa de la vieja era
    ahora sencillamente insoportable. No sabía
    cómo librarse de la angustia que le torturaba.
    Iba por la acera como embriagado: no veía a
    nadie y tropezaba con todos. No se recobró
    hasta que estuvo en otra calle. Al levantar la
    mirada vio que estaba a la puerta de una taberna. De la acera partía una escalera que se hundía en el subsuelo y conducía al establecimiento.
    De él salían en aquel momento dos borrachos.
    Subían la escalera apoyados el uno en el otro e
    injuriándose. Raskolnikof bajó la escalera sin
    vacilar. No había entrado nunca en una taberna, pero entonces la cabeza le daba vueltas y la
    sed le abrasaba. Le dominaba el deseo de beber
    cerveza fresca, en parte para llenar su vacío
    estómago, ya que atribuía al hambre su estado.
    Se sentó en un rincón oscuro y sucio, ante una
    pringosa mesa, pidió cerveza y se bebió un vaso con avidez.
    Al punto experimentó una impresión de
    profundo alivio. Sus ideas parecieron aclararse.
    «Todo esto son necedades -se dijo, reconfortado-. No había motivo para perder la
    cabeza. Un trastorno físico, sencillamente. Un
    vaso de cerveza, un trozo de galleta, y ya está
    firme el espíritu, y el pensamiento se aclara, y
    la voluntad renace. ¡Cuánta nimiedad!»
    Sin embargo, a despecho de esta amarga
    conclusión, estaba contento como el hombre
    que se ha librado de pronto de una carga espantosa, y recorrió con una mirada amistosa a
    las personas que le rodeaban. Pero en lo más
    hondo de su ser presentía que su animación,
    aquel resurgir de su esperanza, era algo enfermizo y ficticio. La taberna estaba casi vacía.
    Detrás de los dos borrachos con que se había
    cruzado Raskolnikof había salido un grupo de
    cinco personas, entre ellas una muchacha. Llevaban una armónica. Después de su marcha, el
    local quedó en calma y pareció más amplio.



    Continuará...


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    Mensaje por Maria Lua Miér 24 Mar 2021, 09:22

    En la taberna sólo había tres hombres
    más. Uno de ellos era un individuo algo embriagado, un pequeño burgués a juzgar por su
    apariencia, que estaba tranquilamente sentado
    ante una botella de cerveza. Tenía un amigo al
    lado, un hombre alto y grueso, de barba gris,
    que dormitaba en el banco, completamente
    ebrio. De vez en cuando se agitaba en pleno
    sueño, abría los brazos, empezaba a castañetear
    los dedos, mientras movía el busto sin levantarse de su asiento, y comenzaba a canturrear una
    burda tonadilla, haciendo esfuerzos para recordar las palabras.
    Durante un año entero acaricié a mi mujer...
    Duran...te un año entero a...ca...ricié a
    mi mu...jer.
    O:
    En la Podiatcheskaia
    me he vuelto a encontrar con mi antigua...
    Pero nadie daba muestras de compartir
    su buen humor. Su taciturno compañero observaba estas explosiones de alegría con gesto desconfiado y casi hostil.
    El tercer cliente tenía la apariencia de un
    funcionario retirado. Estaba sentado aparte,
    ante un vaso que se llevaba de vez en cuando a
    la boca, mientras lanzaba una mirada en torno
    de él. También este hombre parecía presa de
    cierta agitación interna.
    II
    Raskolnikof no estaba acostumbrado al
    trato con la gente y, como ya hemos dicho
    últimamente incluso huía de sus semejantes.
    Pero ahora se sintió de pronto atraído hacia
    ellos. En su ánimo acababa de producirse una
    especie de revolución. Experimentaba la necesidad de ver seres humanos. Estaba tan hastiado de las angustias y la sombría exaltación de
    aquel largo mes que acababa de vivir en la más
    completa soledad, que sentía la necesidad de
    tonificarse en otro mundo, cualquiera que fuese
    y aunque sólo fuera por unos instantes. Por eso
    estaba a gusto en aquella taberna, a pesar de la
    suciedad que en ella reinaba. El tabernero estaba en otra dependencia, pero hacía frecuentes
    apariciones en la sala. Cuando bajaba los escalones, eran sus botas, sus elegantes botas bien
    lustradas y con anchas vueltas rojas, lo que
    primero se veía. Llevaba una blusa y un chaleco
    de satén negro lleno de mugre, e iba sin corbata. Su rostro parecía tan cubierto de aceite como
    un candado. Un muchacho de catorce años estaba sentado detrás del mostrador; otro más
    joven aún servía a los clientes. Trozos de cohombro, panecillos negros y rodajas de pescado
    se exhibían en una vitrina que despedía un olor
    infecto. El calor era insoportable. La atmósfera
    estaba tan cargada de vapores de alcohol, que
    daba la impresión de poder embriagar a un
    hombre en cinco minutos.
    A veces nos ocurre que personas a las
    que no conocemos nos inspiran un interés súbito cuando las vemos por primera vez, incluso
    antes de cruzar una palabra con ellas. Esta impresión produjo en Raskolnikof el cliente que
    permanecía aparte y que tenía aspecto de funcionario retirado. Algún tiempo después, cada
    vez que se acordaba de esta primera impresión,
    Raskolnikof la atribuía a una especie de presentimiento. Él no quitaba ojo al supuesto funcionario, y éste no sólo no cesaba de mirarle, sino
    que parecía ansioso de entablar conversación
    con él. A las demás personas que estaban en la
    taberna, sin excluir al tabernero, las miraba con
    un gesto de desagrado, con una especie de altivo desdén, como a personas que considerase de
    una esfera y de una educación demasiado inferiores para que mereciesen que él les dirigiera
    la palabra.



    Continuará...


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    Mensaje por Maria Lua Miér 24 Mar 2021, 09:23

    Era un hombre que había rebasado los
    cincuenta, robusto y de talla media. Sus escasos
    y grises cabellos coronaban un rostro de un
    amarillo verdoso, hinchado por el alcohol. Entre sus abultados párpados fulguraban dos ojillos encarnizados pero llenos de vivacidad. Lo
    que más asombraba de aquella fisonomía era la
    vehemencia que expresaba -y acaso también
    cierta finura y un resplandor de inteligencia-,
    pero por su mirada pasaban relámpagos de
    locura. Llevaba un viejo y desgarrado frac, del
    que sólo quedaba un botón, que mantenía
    abrochado, sin duda con el deseo de guardar
    las formas. Un chaleco de nanquín dejaba ver
    un plastrón ajado y lleno de manchas. No llevaba barba, esa barba característica del funcionario, pero no se había afeitado hacía tiempo, y
    una capa de pelo recio y azulado invadía su
    mentón y sus carrillos. Sus ademanes tenían
    una gravedad burocrática, pero parecía profundamente agitado. Con los codos apoyados
    en la grasienta mesa, introducía los dedos en su
    cabello, lo despeinaba y se oprimía la cabeza
    con ambas manos, dando visibles muestras de
    angustia. Al fin miró a Raskolnikof directamente y dijo, en voz alta y firme:
    -Señor: ¿puedo permitirme dirigirme a
    usted para conversar en buena forma? A pesar
    de la sencillez de su aspecto, mi experiencia me
    induce a ver en usted un hombre culto y no
    uno de esos individuos que van de taberna en
    taberna. Yo he respetado siempre la cultura
    unida a las cualidades del corazón. Soy consejero titular: Marmeladof, consejero titular. ¿Puedo preguntarle si también usted pertenece a la
    administración del Estado?
    -No: estoy estudiando -repuso el joven,
    un tanto sorprendido por aquel lenguaje ampuloso y también al verse abordado tan directamente, tan a quemarropa, por un desconocido.
    A pesar de sus recientes deseos de compañía
    humana, fuera cual fuere, a la primera palabra
    que Marmeladof le había dirigido había expe-
    rimentado su habitual y desagradable sentimiento de irritación y repugnancia hacia toda
    persona extraña que intentaba ponerse en relación con él.
    -Es decir, que es usted estudiante, o tal
    vez lo ha sido -exclamó vivamente el funcionario-. Exactamente lo que me había figurado. He
    aquí el resultado de mi experiencia, señor, de
    mi larga experiencia.
    Se llevó la mano a la frente con un gesto
    de alabanza para sus prendas intelectuales.
    -Usted es hombre de estudios... Pero
    permítame...
    Se levantó, vaciló, cogió su vaso y fue a
    sentarse al lado del joven. Aunque embriagado,
    hablaba con soltura y vivacidad. Sólo de vez en
    cuando se le trababa la lengua y decía cosas
    incoherentes. Al verle arrojarse tan ávidamente
    sobre Raskolnikof, cualquiera habría dicho que
    también él llevaba un mes sin desplegar los
    labios.
    -Señor -siguió diciendo en tono solemne-, la pobreza no es un vicio: esto es una verdad incuestionable. Pero también es cierto que
    la embriaguez no es una virtud, cosa que lamento. Ahora bien, señor; la miseria sí que es
    un vicio. En la pobreza, uno conserva la nobleza de sus sentimientos innatos; en la indigencia,
    nadie puede conservar nada noble. Con el indigente no se emplea el bastón, sino la escoba,
    pues así se le humilla más, para arrojarlo de la
    sociedad humana. Y esto es justo, porque el
    indigente se ultraja a sí mismo. He aquí el origen de la embriaguez, señor. El mes pasado, el
    señor Lebeziatnikof golpeó a mi mujer, y mi
    mujer, señor, no es como yo en modo alguno.
    ¿Comprende? Permítame hacerle una pregunta.
    Simple curiosidad. ¿Ha pasado usted alguna
    noche en el Neva, en una barca de heno?
    -No, nunca me he visto en un trance así
    -repuso Raskolnikof.
    -Pues bien, yo sí que me he visto. Ya llevo cinco noches durmiendo en el Neva.


    Continuará...


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    Mensaje por Maria Lua Dom 28 Mar 2021, 12:05

    Llenó su vaso, lo vació y quedó en una
    actitud soñadora. En efecto, briznas de heno se
    veían aquí y allá, sobre sus ropas y hasta en sus
    cabellos. A juzgar por las apariencias, no se
    había desnudado ni lavado desde hacía cinco
    días. Sus manos, gruesas, rojas, de uñas negras,
    estaban cargadas de suciedad. Todos los presentes l
    e escuchaban, aunque con bastante indiferencia.
    Los chicos se reían detrás del mostrador. El tabernero había bajado expresamente
    para oír a aquel tipo. Se sentó un poco aparte,
    bostezando con indolencia, pero con aire de
    persona importante. Al parecer, Marmeladof
    era muy conocido en la casa. Ello se debía, sin
    duda, a su costumbre de trabar conversación
    con cualquier desconocido que encontraba en la
    taberna, hábito que se convierte en verdadera
    necesidad, especialmente en los alcohólicos que
    se ven juzgados severamente, e incluso maltratados,
    en su propia casa. Así, tratan de justificarse ante sus compañeros de orgía y, de paso,
    atraerse su consideración.
    -Pero di, so fantoche -exclamó el patrón,
    con voz potente-. ¿Por qué no trabajas? Si eres
    funcionario, ¿por qué no estás en una oficina
    del Estado?
    -¿Que por qué no estoy en una oficina,
    señor?-dijo Marmeladof, dirigiéndose a Raskolnikof, como si la pregunta la hubiera hecho
    éste- ¿Dice usted que por qué no trabajo en una
    oficina? ¿Cree usted que esta impotencia no es
    un sufrimiento para mí? ¿Cree usted que no
    sufrí cuando el señor Lebeziatnikof golpeó a mi
    mujer el mes pasado, en un momento en que yo
    estaba borracho perdido? Dígame, joven: ¿no se
    ha visto usted en el caso... en el caso de tener
    que pedir un préstamo sin esperanza?
    -Sí... Pero ¿qué quiere usted decir con
    eso de «sin esperanza»?



    Continuará...


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    Mensaje por Maria Lua Lun 05 Abr 2021, 10:03

    -Sí... Pero ¿qué quiere usted decir con
    eso de «sin esperanza»?
    -Pues, al decir «sin esperanza», quiero
    decir «sabiendo que va uno a un fracaso». Por
    ejemplo, usted está convencido por anticipado
    de que cierto señor, un ciudadano íntegro y útil
    a su país, no le prestará dinero nunca y por
    nada del mundo... ¿Por qué se lo ha de prestar,
    dígame? El sabe perfectamente que yo no se lo
    devolvería jamás. ¿Por compasión? El señor
    Lebeziatnikof, que está siempre al corriente de
    las ideas nuevas, decía el otro día que la compasión está vedada a los hombres incluso para
    la ciencia, y que así ocurre en Inglaterra, donde
    impera la economía política. ¿Cómo es posible,
    dígame, que este hombre me preste dinero?
    Pues bien, aun sabiendo que no se le puede
    sacar nada, uno se pone en camino y...
    -Pero ¿por qué se pone en camino? -le
    interrumpió Raskolnikof.
    -Porque uno no tiene adónde ir, ni a nadie a quien dirigirse. Todos los hombres necesitan saber adónde ir, ¿no? Pues siempre llega un
    momento en que uno siente la necesidad de ir a
    alguna parte, a cualquier parte. Por eso, cuando
    mi hija única fue por primera vez a la policía
    para inscribirse, yo la acompañé... (porque mi
    hija está registrada como...) -añadió entre
    paréntesis, mirando al joven con expresión un
    tanto inquieta-. Eso no me importa, señor -se
    apresuró a decir cuando los dos muchachos se
    echaron a reír detrás del mostrador, e incluso el
    tabernero no pudo menos de sonreír-. Eso no
    me importa. Los gestos de desaprobación no
    pueden turbarme, pues esto lo sabe todo el
    mundo, y no hay misterio que no acabe por
    descubrirse. Y yo miro estas cosas no con desprecio, sino con resignación... ¡Sea, sea, pues!
    Ecce Homo. Óigame, joven: ¿podría usted...?
    No, hay que buscar otra expresión más fuerte,
    más significativa. ¿Se atrevería usted a afirmar,
    mirándome a los ojos, que no soy un puerco?
    El joven no contestó.
    -Bien -dijo el orador, y esperó con un aire sosegado y digno el fin de las risas que acababan de estallar nuevamente-. Bien, yo soy un
    puerco y ella una dama. Yo parezco una bestia,
    y Catalina Ivanovna, mi esposa, es una persona
    bien educada, hija de un oficial superior. Demos por sentado que yo soy un granuja y que
    ella posee un gran corazón, sentimientos elevados y una educación perfecta. Sin embargo...
    ¡Ah, si ella se hubiera compadecido de mí! Y es
    que los hombres tenemos necesidad de ser
    compadecidos por alguien. Pues bien, Catalina
    Ivanovna, a pesar de su grandeza de alma, es
    injusta..., aunque yo comprendo perfectamente
    que cuando me tira del pelo lo hace por mi
    bien. Te repito sin vergüenza, joven; ella me tira
    del pelo -insistió en un tono más digno aún, al
    oír nuevas risas-. ¡Ah, Dios mío! Si ella, solamente una vez... Pero, ¡bah!, vanas palabras...
    No hablemos más de esto... Pues es lo cierto
    que mi deseo se ha visto satisfecho más de una
    vez; sí, más de una vez me han compadecido.
    Pero mi carácter... Soy un bruto rematado.
    -De acuerdo -observó el tabernero, bostezando.
    Marmeladof dio un fuerte puñetazo en
    la mesa.
    -Sí, un bruto... Sepa usted, señor, que
    me he bebido hasta sus medias. No los zapatos,
    entiéndame, pues, en medio de todo, esto sería
    una cosa en cierto modo natural; no los zapatos, sino las medias. Y también me he bebido su
    esclavina de piel de cabra, que era de su propiedad, pues se la habían regalado antes de
    nuestro casamiento. Entonces vivíamos en un
    helado cuchitril. Es invierno; ella se enfría; empieza a toser y a escupir sangre. Tenemos tres
    niños pequeños, y Catalina Ivanovna trabaja de
    sol a sol. Friega, lava la ropa, lava a los niños.
    Está acostumbrada a la limpieza desde su más
    tierna infancia... Todo esto con un pecho delicado, con una predisposición a la tisis. Yo lo
    siento de veras. ¿Creen que no lo siento? Cuanto más bebo, más sufro. Por eso, para sentir
    más, para sufrir más, me entrego a la bebida.
    Yo bebo para sufrir más profundamente.
    Inclinó la cabeza con un gesto de desesperación.
    -Joven -continuó mientras volvía a erguirse-, creo leer en su semblante la expresión
    de un dolor. Apenas le he visto entrar, he tenido esta impresión. Por eso le he dirigido la palabra. Si le cuento la historia de mi vida no es
    para divertir a estos ociosos, que, además, ya la
    conocen, sino porque deseo que me escuche un
    hombre instruido. Sepa usted, pues, que mi
    esposa se educó en un pensionado aristocrático
    provincial, y que el día en que salió bailó la
    danza del chal ante el gobernador de la provincia y otras altas personalidades. Fue premiada
    con una medalla de oro y un diploma. La medalla... se vendió hace tiempo. En cuanto al
    diploma, mi esposa lo tiene guardado en su
    baúl. Últimamente se lo enseñaba a nuestra
    patrona. Aunque estaba a matar con esta mujer,
    lo hacía porque experimentaba la necesidad de
    vanagloriarse ante alguien de sus éxitos pasados y de evocar sus tiempos felices. Yo no se lo
    censuro, pues lo único que tiene son estos recuerdos: todo lo demás se ha desvanecido... Sí,
    es una dama enérgica, orgullosa, intratable. Se
    friega ella misma el suelo y come pan negro,
    pero no toleraría de nadie la menor falta de
    respeto. Aquí tiene usted explicado por qué no
    consintió las groserías de Lebeziatnikof; y
    cuando éste, para vengarse, le pegó ella tuvo
    que guardar cama, no a causa de los golpes
    recibidos, sino por razones de orden sentimental. Cuando me casé con ella, era viuda y tenía
    tres hijos de corta edad. Su primer matrimonio
    había sido de amor. El marido era un oficial de
    infantería con el que huyó de la casa paterna.
    Catalina adoraba a su marido, pero él se entregó al juego, tuvo asuntos con la justicia y
    murió. En los últimos tiempos, él le pegaba.
    Ella no se lo perdonó, lo sé positivamente; sin
    embargo, incluso ahora llora cuando lo recuerda, y establece entre él y yo comparaciones nada halagadoras para mi amor propio; pero yo la
    dejo, porque así ella se imagina, al menos, que
    ha sido algún día feliz. Después de la muerte
    de su marido, quedó sola con sus tres hijitos en
    una región lejana y salvaje, donde yo me encontraba entonces. Vivía en una miseria tan espantosa, que yo, que he visto los cuadros más tristes, no me siento capaz de describirla. Todos
    sus parientes la habían abandonado. Era orgullosa, demasiado orgullosa. Fue entonces, señor, entonces, como ya le he dicho, cuando yo,
    viudo también y con una hija de catorce años,
    le ofrecí mi mano, pues no podía verla sufrir de
    aquel modo. El hecho de que siendo una mujer
    instruida y de una familia excelente aceptara
    casarse conmigo, le permitirá comprender a
    qué extremo llegaba su miseria. Aceptó llorando, sollozando, retorciéndose las manos; pero
    aceptó. Y es que no tenía adónde ir. ¿Se da us-
    ted cuenta, señor, se da usted cuenta exacta de
    lo que significa no tener dónde ir? No, usted no
    lo puede comprender todavía... Durante un año
    entero cumplí con mi deber honestamente, santamente, sin probar eso -y señalaba con el dedo
    la media botella que tenía delante-, pues yo soy
    un hombre de sentimientos. Pero no conseguí
    atraérmela. Entre tanto, quedé cesante, no por
    culpa mía, sino a causa de ciertos cambios burocráticos. Entonces me entregué a la bebida...
    Ya hace año y medio que, tras mil sinsabores y
    peregrinaciones continuas, nos instalamos en
    esta capital magnífica, embellecida por incontables monumentos. Aquí encontré un empleo,
    pero pronto lo perdí. ¿Comprende, señor? Esta
    vez fui yo el culpable: ya me dominaba el vicio
    de la bebida. Ahora vivimos en un rincón que
    nos tiene alquilado Amalia Ivanovna Lipevechsel. Pero ¿cómo vivimos, cómo pagamos el alquiler? Eso lo ignoro. En la casa hay otros muchos inquilinos: aquello es un verdadero infierno. Entre tanto, la hija que tuve de mi primera
    mujer ha crecido. En cuanto a lo que su madrastra la ha hecho sufrir, prefiero pasarlo por
    alto. Pues Catalina Ivanovna, a pesar de sus
    sentimientos magnánimos, es una mujer irascible e incapaz de contener sus impulsos... Sí, así
    es. Pero ¿a qué mencionar estas cosas? Ya comprenderá usted que Sonia no ha recibido una
    educación esmerada. Hace muchos años intenté
    enseñarle geografía e historia universal, pero
    como yo no estaba muy fuerte en estas materias
    y, además, no teníamos buenos libros, pues los
    libros que hubiéramos podido tener..., pues...,
    ¡bueno, ya no los teníamos!, se acabaron las
    lecciones. Nos quedamos en Ciro, rey de los
    persas. Después leyó algunas novelas, y últimamente Lebeziatnikof le prestó La Fisiología,
    de Lewis. Conoce usted esta obra, ¿verdad? A
    ella le pareció muy interesante, e incluso nos
    leyó algunos pasajes en voz alta. A esto se reduce su cultura intelectual. Ahora, señor, me
    dirijo a usted, por mi propia iniciativa, para
    hacerle una pregunta de orden privado. Una
    muchacha pobre pero honesta, ¿puede ganarse
    bien la vida con un trabajo honesto? No ganará
    ni quince kopeks al día, señor mío, y eso trabajando hasta la extenuación, si es honesta y no
    posee ningún talento. Hay más: el consejero de
    Estado Klopstock Iván Ivanovitch..., ¿ha oído
    usted hablar de él...?, no solamente no ha pagado a Sonia media docena de camisas de Holanda que le encargó, sino que la despidió ferozmente con el pretexto de que le había tomado
    mal las medidas y el cuello le quedaba torcido.




    Continuará... (43)


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    Mensaje por Maria Lua Sáb 24 Abr 2021, 07:38

    »Y los niños, hambrientos...
    »Catalina Ivanovna va y viene por la
    habitación, retorciéndose las manos, las mejillas
    teñidas de manchas rojas, como es propio de la
    enfermedad que padece. Exclama:
    »-En esta casa comes, bebes, estás bien
    abrigado, y lo único que haces es holgazanear.
    »Y yo le pregunto: ¿qué podía beber ni
    comer, cuando incluso los niños llevaban más
    de tres días sin probar bocado? En aquel momento, yo estaba acostado y, no me importa
    decirlo, borracho. Pude oír una de las respuestas que mi hija (tímida, voz dulce, rubia, delgada, pálida carita) daba a su madrastra.
    »-Yo no puedo hacer eso, Catalina Ivanovna.
    »Ha de saber que Daría Frantzevna, una
    mala mujer a la que la policía conoce perfectamente, había venido tres veces a hacerle proposiciones por medio de la dueña de la casa.
    »-Yo no puedo hacer eso -repitió, remedándola, Catalina Ivanovna-. ¡Vaya un tesoro para que lo guardes con tanto cuidado!
    »Pero no la acuse, señor. No se daba
    cuenta del alcance de sus palabras. Estaba trastornada, enferma. Oía los gritos de los niños
    hambrientos y, además, su deseo era mortificar
    a Sonia, no inducirla... Catalina Ivanovna es así.
    Cuando oye llorar a los niños, aunque sea de
    hambre, se irrita y les pega.
    »Eran cerca de las cinco cuando, de
    pronto, vi que Sonetchka se levantaba, se ponía
    un pañuelo en la cabeza, cogía un chal y salía
    de la habitación. Eran más de las ocho cuando
    regresó. Entró, se fue derecha a Catalina Ivanovna y, sin desplegar los labios, depositó ante
    ella, en la mesa, treinta rublos. No pronunció ni
    una palabra, ¿sabe usted?, no miró a nadie; se
    limitó a coger nuestro gran chal de paño verde
    (tenemos un gran chal de paño verde que es
    propiedad común), a cubrirse con él la cabeza y
    el rostro y a echarse en la cama, de cara a la
    pared. Leves estremecimientos recorrían sus
    frágiles hombros y todo su cuerpo... Y yo seguía acostado, ebrio todavía. De pronto, joven, de
    pronto vi que Catalina Ivanovna, también en
    silencio, se acercaba a la cama de Sonetchka. Le
    besó los pies, los abrazó y así pasó toda la noche, sin querer levantarse. Al fin se durmieron,
    las dos, las dos se durmieron juntas, enlaza-
    das... Ahí tiene usted... Y yo... yo estaba borracho.
    Marmeladof se detuvo como si se
    hubiese quedado sin voz. Tras una pausa, llenó
    el vaso súbitamente, lo vació y continuó su relato.
    -Desde entonces, señor, a causa del desgraciado hecho que le acabo de referir, y por
    efecto de una denuncia procedente de personas
    malvadas (Daría Frantzevna ha tomado parte
    activa en ello, pues dice que la hemos engañado), desde entonces, mi hija Sonia Simonovna
    figura en el registro de la policía y se ha visto
    obligada a dejarnos. La dueña de la casa, Amalia Feodorovna, no hubiera tolerado su presencia, puesto que ayudaba a Daría Frantzevna en
    sus manejos. Y en lo que concierne al señor
    Lebeziatnikof..., pues... sólo le diré que su incidente con Catalina Ivanovna se produjo a causa
    de Sonia. Al principio no cesaba de perseguir a
    Sonetchka. DespUés, de repente, salió a relucir
    su amor propio herido. «Un hombre de mi
    condición no puede vivir en la misma casa que
    una mujer de esa especie.» Catalina Ivanovna
    salió entonces en defensa de Sonia, y la cosa
    acabó como usted sabe. Ahora Sonia suele venir a vernos al atardecer y trae algún dinero a
    Catalina Ivanovna. Tiene alquilada una habitación en casa del sastre Kapernaumof. Este
    hombre es cojo y tartamudo, y toda su numerosa familia tartamudea... Su mujer es tan tartamuda como él. Toda la familia vive amontonada en una habitación, y la de Sonia está separada de ésta por un tabique... ¡Gente miserable y
    tartamuda...! Una mañana me levanto, me pongo mis harapos, levanto los brazos al cielo y
    voy a visitar a su excelencia Iván Afanassievitch. ¿Conoce usted a su excelencia Iván Afanassievitch? ¿No? Entonces no conoce usted al
    santo más santo. Es un cirio, un cirio que se
    funde ante la imagen del Señor... Sus ojos estaban llenos de lágrimas después de escuchar mi
    relato desde el principio hasta el fin.
    »-Bien, Marmeladof -me dijo-. Has defraudado una vez las esperanzas que había depositado en ti. Voy a tomarte de nuevo bajo mi
    protección.
    ȃstas fueron sus palabras.
    »-Procura no olvidarlo -añadió-. Puedes
    retirarte.
    »Yo besé el polvo de sus botas..., pero
    sólo mentalmente, pues él, alto funcionario y
    hombre imbuido de ideas modernas y esclarecidas, no me habría permitido que se las besara
    de verdad. Volví a casa, y no puedo describirle
    el efecto que produjo mi noticia de que iba a
    volver al servicio activo y a cobrar un sueldo.
    Marmeladof hizo una nueva pausa, profundamente conmovido. En ese momento invadió la taberna un grupo de bebedores en los
    que ya había hecho efecto la bebida. En la puerta del establecimiento resonaron las notas de un
    organillo, y una voz de niño, frágil y trémula,
    entonó la Petite Ferme. La sala se llenó de ruidos. El tabernero y los dos muchachos acudieron presurosos a servir a los recién llegados.
    Marmeladof continuó su relato sin prestarles
    atención. Parecía muy débil, pero, a medida
    que crecía su embriaguez, se iba mostrando
    más expansivo. El recuerdo de su último éxito,
    el nuevo empleo que había conseguido, le había
    reanimado y daba a su semblante una especie
    de resplandor. Raskolnikof le escuchaba atentamente.






    Continuará ( 48)



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    Mensaje por Maria Lua Lun 26 Abr 2021, 09:34

    -De esto hace cinco semanas. Pues sí,
    cuando Catalina Ivanovna y Sonetchka se enteraron de lo de mi empleo, me sentí como transportado al paraíso. Antes, cuando tenía que
    permanecer acostado, se me miraba como a una
    bestia y no oía más que injurias; ahora andaban
    de puntillas y hacían callar a los niños. «¡Silencio! Simón Zaharevitch ha trabajado mucho y
    está cansado. Hay que dejarlo descansar.» Me
    daban café antes de salir para el despacho, e
    incluso nata. Compraban nata de verdad, ¿sabe
    usted? lo que no comprendo es de dónde pudieron sacar los once rublos y medio que se
    gastaron en aprovisionar mi guardarropa. Botas, soberbios puños, todo un uniforme en perfecto estado, por once rublos y cincuenta kopeks. En mi primera jornada de trabajo, al volver a casa al mediodía, ¿qué es lo que vieron
    mis ojos? Catalina Ivanovna había preparado
    dos platos: sopa y lechón en salsa, manjar del
    que ni siquiera teníamos idea. Vestidos no tiene, ni siquiera uno. Sin embargo, se había compuesto como para ir de visita. Aun no teniendo
    ropa, se había arreglado. Ellas saben arreglarse
    con nada. Un peinado gracioso, un cuello blanco y muy limpio, unos puños, y parecía otra;
    estaba más joven y más bonita. Sonetchka, mi
    paloma, sólo pensaba en ayudarnos con su dinero, pero nos dijo: «Me parece que ahora no es
    conveniente qué os venga a ver con frecuencia.
    Vendré alguna vez de noche, cuando nadie
    pueda verme.» ¿Comprende, comprende usted? Después de comer me fui a acostar, y en-
    tonces Catalina Ivanovna no pudo contenerse.
    Hacía apenas una semana había tenido una
    violenta disputa con Amalia Ivanovna, la dueña de la casa; sin embargo, la invitó a tomar
    café. Estuvieron dos horas charlando en voz
    baja.
    »-Simón Zaharevitch -dijo Catalina Ivanovna- tiene ahora un empleo y recibe un sueldo. Se ha presentado a su excelencia, y su excelencia ha salido de su despacho, ha tendido la
    mano a Simón Zaharevitch, ha dicho a todos
    los demás que esperasen y lo ha hecho pasar
    delante de todos. ¿Comprende, comprende
    usted? "Naturalmente -le ha dicho su excelencia-, me acuerdo de sus servicios, Simón Zaharevitch, y, aunque usted no se portó como es
    debido, su promesa de no reincidir y, por otra
    parte, el hecho de que aquí ha ido todo mal
    durante su ausencia (¿se da usted cuenta de lo
    que esto significa?), me induce a creer en su
    palabra."
    »Huelga decir -continuó Marmeladofque todo esto lo inventó mi mujer, pero no por
    ligereza, ni para darse importancia. Es que ella
    misma lo creía y se consolaba con sus propias
    invenciones, palabra de honor. Yo no se lo reprocho, no se lo puedo reprochar. Y cuando,
    hace seis días, le entregué íntegro mi primer
    sueldo, veintitrés rublos y cuarenta kopeks, me
    llamó cariñito. "¡Cariñito mío!", me dijo, y tuvimos un íntimo coloquio, ¿comprende? Y
    dígame, se lo ruego: ¿qué encanto puedo tener
    yo y qué papel puedo hacer como esposo? Sin
    embargo, ella me pellizcó la cara y me llamó
    cariñito.
    Marmeladof se detuvo. Intentó sonreír,
    pero su barbilla empezó a temblar. Sin embargo, logró contenerse. Aquella taberna, aquel
    rostro de hombre acabado, las cinco noches
    pasadas en las barcas de heno, aquella botella
    y, unido a esto, la ternura enfermiza de aquel
    hombre por su esposa y su familia, tenían perplejo a su interlocutor. Raskolnikof estaba pen-
    diente de sus labios, pero experimentaba una
    sensación penosa y se arrepentía de haber entrado en aquel lugar.
    -¡Ah, señor, mi querido señor! -exclamó
    Marmeladof, algo repuesto-. Tal vez a usted le
    parezca todo esto tan cómico como a todos los
    demás; tal vez le esté fastidiando con todos
    estos pequeños detalles, miserables y estúpidos, de mi vida doméstica. Pero le aseguro que
    yo no tengo ganas de reír, pues siento todo esto. Todo aquel día inolvidable y toda aquella
    noche estuve urdiendo en mi mente los sueños
    más fantásticos: soñaba en cómo reorganizaría
    nuestra vida, en los vestidos que pondrían a los
    niños, en la tranquilidad que iba a tener mi
    esposa, en que arrancaría a mi hija de la vida de
    oprobio que llevaba y la restituiría al seno de la
    familia... Y todavía soñé muchas cosas más...
    Pero he aquí, caballero -y Marmeladof se estremeció de súbito, levantó la cabeza y miró
    fijamente a su interlocutor-, he aquí que al
    mismo día siguiente a aquel en que acaricié
    todos estos sueños (de esto hace exactamente
    cinco días), por la noche, inventé una mentira y,
    como un ladrón nocturno, robé la llave del baúl
    de Catalina Ivanovna y me apoderé del resto
    del dinero que le había entregado. ¿Cuánto
    había? No lo recuerdo. Pero... ¡miradme todos!
    Hace cinco días que no he puesto los pies en mi
    casa, y los míos me buscan, y he perdido mi
    empleo. El uniforme lo cambié por este traje en
    una taberna del puente de Egipto. Todo ha
    terminado.
    Se dio un puñetazo en la cabeza, apretó
    los dientes, cerró los ojos y se acodó en la mesa
    pesadamente. Poco después, su semblante se
    transformó y, mirando a Raskolnikof con una
    especie de malicia intencionada, de cinismo
    fingido, se echó a reír y exclamó:
    -Hoy he estado en casa de Sonia. He ido
    a pedirle dinero para beber.¡Ja, ja, ja!


    continuará... pag 53


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    Mensaje por Maria Lua Dom 02 Mayo 2021, 05:35

    -De esto hace cinco semanas. Pues sí,
    cuando Catalina Ivanovna y Sonetchka se enteraron de lo de mi empleo, me sentí como transportado al paraíso. Antes, cuando tenía que
    permanecer acostado, se me miraba como a una
    bestia y no oía más que injurias; ahora andaban
    de puntillas y hacían callar a los niños. «¡Silencio! Simón Zaharevitch ha trabajado mucho y
    está cansado. Hay que dejarlo descansar.» Me
    daban café antes de salir para el despacho, e
    incluso nata. Compraban nata de verdad, ¿sabe
    usted? lo que no comprendo es de dónde pudieron sacar los once rublos y medio que se
    gastaron en aprovisionar mi guardarropa. Botas, soberbios puños, todo un uniforme en perfecto estado, por once rublos y cincuenta kopeks. En mi primera jornada de trabajo, al volver a casa al mediodía, ¿qué es lo que vieron
    mis ojos? Catalina Ivanovna había preparado
    dos platos: sopa y lechón en salsa, manjar del
    que ni siquiera teníamos idea. Vestidos no tiene, ni siquiera uno. Sin embargo, se había compuesto como para ir de visita. Aun no teniendo
    ropa, se había arreglado. Ellas saben arreglarse
    con nada. Un peinado gracioso, un cuello blanco y muy limpio, unos puños, y parecía otra;
    estaba más joven y más bonita. Sonetchka, mi
    paloma, sólo pensaba en ayudarnos con su dinero, pero nos dijo: «Me parece que ahora no es
    conveniente qué os venga a ver con frecuencia.
    Vendré alguna vez de noche, cuando nadie
    pueda verme.» ¿Comprende, comprende usted? Después de comer me fui a acostar, y en-
    tonces Catalina Ivanovna no pudo contenerse.
    Hacía apenas una semana había tenido una
    violenta disputa con Amalia Ivanovna, la dueña de la casa; sin embargo, la invitó a tomar
    café. Estuvieron dos horas charlando en voz
    baja.
    »-Simón Zaharevitch -dijo Catalina Ivanovna- tiene ahora un empleo y recibe un sueldo. Se ha presentado a su excelencia, y su excelencia ha salido de su despacho, ha tendido la
    mano a Simón Zaharevitch, ha dicho a todos
    los demás que esperasen y lo ha hecho pasar
    delante de todos. ¿Comprende, comprende
    usted? "Naturalmente -le ha dicho su excelencia-, me acuerdo de sus servicios, Simón Zaharevitch, y, aunque usted no se portó como es
    debido, su promesa de no reincidir y, por otra
    parte, el hecho de que aquí ha ido todo mal
    durante su ausencia (¿se da usted cuenta de lo
    que esto significa?), me induce a creer en su
    palabra."
    »Huelga decir -continuó Marmeladofque todo esto lo inventó mi mujer, pero no por
    ligereza, ni para darse importancia. Es que ella
    misma lo creía y se consolaba con sus propias
    invenciones, palabra de honor. Yo no se lo reprocho, no se lo puedo reprochar. Y cuando,
    hace seis días, le entregué íntegro mi primer
    sueldo, veintitrés rublos y cuarenta kopeks, me
    llamó cariñito. "¡Cariñito mío!", me dijo, y tuvimos un íntimo coloquio, ¿comprende? Y
    dígame, se lo ruego: ¿qué encanto puedo tener
    yo y qué papel puedo hacer como esposo? Sin
    embargo, ella me pellizcó la cara y me llamó
    cariñito.
    Marmeladof se detuvo. Intentó sonreír,
    pero su barbilla empezó a temblar. Sin embargo, logró contenerse. Aquella taberna, aquel
    rostro de hombre acabado, las cinco noches
    pasadas en las barcas de heno, aquella botella
    y, unido a esto, la ternura enfermiza de aquel
    hombre por su esposa y su familia, tenían perplejo a su interlocutor. Raskolnikof estaba pen-
    diente de sus labios, pero experimentaba una
    sensación penosa y se arrepentía de haber entrado en aquel lugar.
    -¡Ah, señor, mi querido señor! -exclamó
    Marmeladof, algo repuesto-. Tal vez a usted le
    parezca todo esto tan cómico como a todos los
    demás; tal vez le esté fastidiando con todos
    estos pequeños detalles, miserables y estúpidos, de mi vida doméstica. Pero le aseguro que
    yo no tengo ganas de reír, pues siento todo esto. Todo aquel día inolvidable y toda aquella
    noche estuve urdiendo en mi mente los sueños
    más fantásticos: soñaba en cómo reorganizaría
    nuestra vida, en los vestidos que pondrían a los
    niños, en la tranquilidad que iba a tener mi
    esposa, en que arrancaría a mi hija de la vida de
    oprobio que llevaba y la restituiría al seno de la
    familia... Y todavía soñé muchas cosas más...
    Pero he aquí, caballero -y Marmeladof se estremeció de súbito, levantó la cabeza y miró
    fijamente a su interlocutor-, he aquí que al
    mismo día siguiente a aquel en que acaricié
    todos estos sueños (de esto hace exactamente
    cinco días), por la noche, inventé una mentira y,
    como un ladrón nocturno, robé la llave del baúl
    de Catalina Ivanovna y me apoderé del resto
    del dinero que le había entregado. ¿Cuánto
    había? No lo recuerdo. Pero... ¡miradme todos!
    Hace cinco días que no he puesto los pies en mi
    casa, y los míos me buscan, y he perdido mi
    empleo. El uniforme lo cambié por este traje en
    una taberna del puente de Egipto. Todo ha
    terminado.
    Se dio un puñetazo en la cabeza, apretó
    los dientes, cerró los ojos y se acodó en la mesa
    pesadamente. Poco después, su semblante se
    transformó y, mirando a Raskolnikof con una
    especie de malicia intencionada, de cinismo
    fingido, se echó a reír y exclamó:
    -Hoy he estado en casa de Sonia. He ido
    a pedirle dinero para beber.¡Ja, ja, ja!


    continuará... pag 53


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    Mensaje por Maria Lua Lun 10 Mayo 2021, 08:41

    -¿Y ella te lo ha dado? -preguntó uno de
    los que habían entrado últimamente, echándose
    también a reír.
    -Esta media botella que ve usted aquí
    está pagada con su dinero -continuó Marmeladof, dirigiéndose exclusivamente a Raskolnikof-. Me ha dado treinta kopeks, los últimos,
    todo lo que tenía: lo he visto con mis propios
    ojos. Ella no me ha dicho nada; se ha limitado a
    mirarme en silencio... Ha sido una mirada que
    no pertenecía a la tierra, sino al cielo. Sólo allá
    arriba se puede sufrir así por los hombres y
    llorar por ellos sin condenarlos. Sí, sin condenarlos... Pero es todavía más amargo que no se
    nos condene. Treinta kopeks... ¿Acaso ella no
    los necesita? ¿No le parece a usted, mi querido
    señor, que ella ha de conservar una limpieza
    atrayente? Esta limpieza cuesta dinero; es una
    limpieza especial. ¿No le parece? Hacen falta
    cremas, enaguas almidonadas, elegantes zapatos que embellezcan el pie en el momento de
    saltar sobre un charco. ¿Comprende, compren-
    de usted la importancia de esta limpieza? Pues
    bien; he aquí que yo, su propio padre, le he
    arrancado los treinta kopeks que tenía. Y me los
    bebo, ya me los he bebido. Dígame usted:
    ¿quién puede apiadarse de un hombre como
    yo? Dígame, señor: ¿tiene usted piedad de mí o
    no la tiene? Con franqueza, señor: ¿me compadece o no me compadece? ¡Ja, ja, ja!
    Intentó llenarse el vaso, pero la botella
    estaba vacía.
    -Pero ¿por qué te han de compadecer?
    -preguntó el tabernero, acercándose a Marmeladof.
    La sala se llenó de risas mezcladas con
    insultos. Los primeros en reír e insultar fueron
    los que escuchaban al funcionario. Los otros,
    los que no habían prestado atención, les hicieron coro, pues les bastaba ver la cara del charlatán.
    -¿Compadecerme? ¿Por qué me han de
    compadecer? -bramó de pronto Marmeladof,
    levantándose, abriendo los brazos con un gesto
    de exaltación, como si sólo esperase este momento-. ¿Por qué me han de compadecer?, me
    preguntas. Tienes razón: no merezco que nadie
    me compadezca; lo que merezco es que me crucifiquen. ¡Sí, la cruz, no la compasión...! ¡Crucifícame, juez! ¡Hazlo y, al crucificarme, ten
    piedad del crucificado! Yo mismo me encaminaré al suplicio, pues tengo sed de dolor y de
    lágrimas, no de alegría. ¿Crees acaso, comerciante, que la media botella me ha proporcionado algún placer? Sólo dolor, dolor y lágrimas
    he buscado en el fondo de este frasco... Sí, dolor
    y lágrimas... Y los he encontrado, y los he saboreado. Pero nosotros no podemos recibir la piedad sino de Aquel que ha sido piadoso con
    todos los hombres; de Aquel que todo lo comprende, del único, de nuestro único Juez. Él
    vendrá el día del Juicio y preguntará: «¿Dónde
    está esa joven que se ha sacrificado por una
    madrastra tísica y cruel y por unos niños que
    no son sus hermanos? ¿Dónde está esa joven
    que ha tenido piedad de su padre y no ha vuelto la cara con horror ante ese bebedor despreciable?» Y dirá a Sonia: «Ven. Yo te perdoné...,
    te perdoné..., y ahora te redimo de todos tus
    pecados, porque tú has amado mucho.» Sí, Él
    perdonará a mi Sonia, Él la perdonará, yo sé
    que Él la perdonará. Lo he sentido en mi corazón hace unas horas, cuando estaba en su
    casa... Todos seremos juzgados por Él, los buenos y los malos. Y nosotros oiremos también su
    verbo. Él nos dirá: «Acercaos, acercaos también
    vosotros, los bebedores; acercaos, débiles y
    desvergonzadas criaturas.» Y todos avanzaremos sin temor y nos detendremos ante Él. Y Él
    dirá: «¡Sois unos cerdos, lleváis el sello de la
    bestia y como bestias sois, pero venid conmigo
    también!» Entonces, los inteligentes y los austeros se volverán hacia Él y exclamarán: «Señor,
    ¿por qué recibes a éstos?» Y Él responderá:
    «Los recibo, ¡oh sabios!, los recibo, ¡oh personas
    sensatas!, porque ninguno de ellos se ha considerado jamás digno de este favor.» Y Él nos
    tenderá sus divinos brazos y nosotros nos arrojaremos en ellos, deshechos en lágrimas..., y lo
    comprenderemos todo, entonces lo comprenderemos todo..., y entonces todos comprenderán...
    También comprenderá Catalina Ivanovna...
    ¡Señor, venga a nos el reino!
    Se dejó caer en un asiento, agotado, sin
    mirar a nadie, como si, en la profundidad de su
    delirio, se hubiera olvidado de todo lo que le
    rodeaba.
    Sus palabras habían producido cierta
    impresión. Hubo unos instantes de silencio.
    Pero pronto estallaron las risas y las invectivas.
    -¿Habéis oído?
    ¡Viejo chocho!
    -¡Burócrata!
    Y otras cosas parecidas.
    -¡Vámonos, señor! -exclamó de súbito
    Marmeladof, levantando la cabeza y dirigiéndose a Raskolnikof-. Lléveme a mi casa... El
    edificio Kozel... Déjeme en el patio... Ya es hora
    de que vuelva al lado de Catalina Ivanovna.
    Hacía un rato que Raskolnikof había
    pensado marcharse, otorgando a Marmeladof
    su compañía y su sostén. Marmeladof tenía las
    piernas menos firmes que la voz y se apoyaba
    pesadamente en el joven. Tenían que recorrer
    de doscientos a trescientos pasos. La turbación
    y el temor del alcohólico iban en aumento a
    medida que se acercaban a la casa.
    -No es a Catalina Ivanovna a quien temo -balbuceaba, en medio de su inquietud-. No
    es la perspectiva de los tirones de pelo lo que
    me inquieta. ¿Qué es un tirón de pelos? Nada
    absolutamente. No le quepa duda de que no es
    nada. Hasta prefiero que me dé unos cuantos
    tirones. No, no es eso lo que temo. Lo que me
    da miedo es su mirada..., sí, sus ojos... Y tam-
    bién las manchas rojas de sus mejillas. Y su
    jadeo... ¿Ha observado cómo respiran estos
    enfermos cuando los conmueve una emoción
    violenta...? También me inquieta la idea de que
    voy a encontrar llorando a los niños, pues si
    Sonia no les ha dado de comer, no sé..., yo no sé
    cómo habrán podido..., no sé, no sé... Pero los
    golpes no me dan miedo... Le aseguro, señor,
    que los golpes no sólo no me hacen daño, sino
    que me proporcionan un placer... No podría
    pasar sin ellos. Lo mejor es que me pegue... Así
    se desahoga... Sí, prefiero que me pegue...
    Hemos llegado... Edificio Kozel... Kozel es un
    cerrajero alemán, un hombre rico... Lléveme a
    mi habitación.
    Cruzaron el patio y empezaron a subir
    hacia el cuarto piso. La escalera estaba cada vez
    más oscura. Eran las once de la noche, y aunque en aquella época del año no hubiera, por
    decirlo así, noche en Petersburgo, es lo cierto
    que la parte alta de la escalera estaba sumida en
    la más profunda oscuridad.
    La ahumada puertecilla que daba al
    último rellano estaba abierta. Un cabo de vela
    iluminaba una habitación miserable que medía
    unos diez pasos de longitud. Desde el vestíbulo
    se la podía abarcar con una sola mirada. En ella
    reinaba el mayor desorden. Por todas partes
    colgaban cosas, especialmente ropas de niño.
    Una cortina agujereada ocultaba uno de los dos
    rincones más distantes de la puerta. Sin duda,
    tras la cortina había una cama. En el resto de la
    habitación sólo se veían dos sillas y un viejo
    sofá cubierto por un hule hecho jirones. Ante él
    había una mesa de cocina, de madera blanca y
    no menos vieja.
    Sobre esta mesa, en una palmatoria de
    hierro, ardía el cabo de vela. Marmeladof tenía,
    pues, alquilada una habitación. entera y no un
    simple rincón, pero comunicaba con otras habitaciones y era como un pasillo. La puerta que
    daba a las habitaciones, mejor dicho, a las jaulas, del piso de Amalia Lipevechsel, estaba entreabierta. Se oían voces y ruidos diversos. Las
    risas estallaban a cada momento. Sin duda,
    había allí gente que jugaba a las cartas y tomaba el té. A la habitación de Marmeladof llegaban a veces fragmentos de frases groseras.
    Raskolnikof reconoció inmediatamente
    a Catalina Ivanovna. Era una mujer horriblemente delgada, fina, alta y esbelta, con un cabello castaño, bello todavía. Como había dicho
    Marmeladof, sus pómulos estaban cubiertos de
    manchas rojas. Con los labios secos, la respiración rápida e irregular y oprimiéndose el pecho
    convulsivamente con las manos, se paseaba por
    la habitación. En sus ojos había un brillo de
    fiebre y su mirada tenía una dura fijeza. Aquel
    rostro trastornado de tísica producía una penosa impresión a la luz vacilante y mortecina del
    cabo de vela casi consumido.




    *******************************




    Para continuar leyendo:  ( p62)


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    Mensaje por Angel Salas Lun 04 Oct 2021, 21:39

    Maria Lua: Excelentes artículos y biografiá de Dostoyevski, recordé los libros que leía mi padre.



    Un gran abrazo...
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    Mensaje por Maria Lua Sáb 27 Ago 2022, 08:55

    Raskolnikof calculó que tenía unos
    treinta años y que la edad de Marmeladof superaba bastante a la de su mujer.
    Ella no advirtió la presencia de los dos hombres. Parecía
    sumida en un estado de aturdimiento que le
    impedía ver y oír.
    La atmósfera de la habitación era irrespirable, pero la ventana estaba cerrada. De la
    escalera llegaban olores nauseabundos, pero la
    puerta del piso estaba abierta. En fin, la puerta
    interior, solamente entreabierta, dejaba pasar
    espesas nubes de humo de tabaco que hacían
    toser a Catalina Ivanovna; pero ella no se había
    preocupado de cerrar esta puerta.
    El hijo menor, una niña de seis años,
    dormía sentada en el suelo, con el cuerpo torcido y la cabeza apoyada en el sofá.
    Su hermanito, que tenía un año más que ella, lloraba en un
    rincón y los sollozos sacudían todo su cuerpo.
    Seguramente su madre le acababa de pegar. La
    mayor, una niña de nueve años, alta y delgada
    como una cerilla, llevaba una camisa llena de
    agujeros y, sobre los desnudos hombros, una
    capa de paño, que sin duda le venía bien dos
    años atrás, pero que ahora apenas le llegaba a
    las rodillas. Estaba al lado de su hermanito y le
    rodeaba el cuello con su descarnado brazo. Al
    mismo tiempo, seguía a su madre con una mirada temerosa de sus oscuros y grandes ojos,
    que parecían aún mayores en su pequeña y
    enjuta carita.
    Marmeladof no entró en el piso: se
    arrodilló ante el umbral y empujó a Raskolnikof hacia el interior.
    Catalina Ivanovna se detuvo distraídamente al ver ante ella a aquel
    desconocido y, volviendo momentáneamente a
    la realidad, parecía preguntarse: ¿Qué hace
    aquí este hombre? Pero sin duda se imaginó en
    seguida que iba a atravesar la habitación para
    dirigirse a otra. Entonces fue a cerrar la puerta
    de entrada y lanzó un grito al ver a su marido
    arrodillado en el umbral.
    -¿Ya estás aquí? -exclamó, furiosa-. ¿Ya
    has vuelto? ¿Dónde está el dinero? ¡Canalla,
    monstruo! ¿Qué te queda en los bolsillos? ¡Éste
    no es el traje! ¿Qué has hecho de él? ¿Dónde
    está el dinero? ¡Habla!
    Empezó a registrarle ávidamente. Marmeladof abrió al punto los brazos, dócilmente,
    para facilitar la tarea de buscar en sus bolsillos.
    No llevaba encima ni un kopek.
    -¿Dónde está el dinero? -siguió vociferando la mujer-. ¡Señor! ¿Es posible que se lo
    haya bebido todo? ¡Quedaban doce rublos en el
    baúl!
    En un arrebato de ira, cogió a su marido
    por los cabellos y le obligó a entrar a fuerza de
    tirones. Marmeladof procuraba aminorar su
    esfuerzo arrastrándose humildemente tras ella,
    de rodillas.
    -¡Es un placer para mí, no un dolor! ¡Un
    placer, amigo mío! -exclamaba mientras su mujer le tiraba del pelo y lo sacudía.
    Al fin su frente fue a dar contra el entarimado. La niña que dormía en el suelo se des-
    pertó y rompió a llorar. El niño, de pie en su
    rincón, no pudo soportar la escena: de nuevo
    empezó a temblar, a gritar, y se arrojó en brazos
    de su hermana, convulso y aterrado. La niña
    mayor temblaba como una hoja.
    -¡Todo, todo se lo ha bebido! -gritaba,
    desesperada, la pobre mujer-. ¡Y estas ropas no
    son las suyas! ¡Están hambrientos! -señalaba a
    los niños, se retorcía los brazos-. ¡Maldita vida!
    De pronto se encaró con Raskolnikof.
    -¿Y a ti no te da vergüenza? ¡Vienes de
    la taberna! ¡Has bebido con él! ¡Fuera de aquí!
    El joven, sin decir nada, se apresuró a
    marcharse. La puerta interior acababa de abrirse e iban asomando caras cínicas y burlonas,
    bajo el gorro encasquetado y con el cigarrillo o
    la pipa en la boca. Unos vestían batas caseras;
    otros, ropas de verano ligeras hasta la indecencia. Algunos llevaban las cartas en la mano. Se
    echaron a reír de buena gana al oír decir a
    Marmeladof que los tirones de pelo eran para él
    una delicia. Algunos entraron en la habitación.
    Al fin se oyó una voz silbante, de mal agüero.
    Era Amalia Ivanovna Lipevechsel en persona,
    que se abrió paso entre los curiosos, para restablecer el orden a su manera y apremiar por
    centésima vez a la desdichada mujer, brutalmente
    y con palabras injuriosas, a dejar la habitación al mismo día siguiente.
    Antes de salir, Raskolnikof había tenido
    tiempo de Ilevarse la mano al bolsillo, coger las
    monedas que le quedaban del rublo que había
    cambiado en la taberna y dejarlo, sin que le
    viesen, en el alféizar de la ventana. Después,
    cuando estuvo en la escalera, se arrepintió de
    su generosidad y estuvo a punto de volver a
    subir.
    «¡Qué estupidez he cometido! -pensó-.
    Ellos tienen a Sonia, y yo no tengo quien me
    ayude.»
    Luego se dijo que ya no podía volver a
    recoger el dinero y que, aunque hubiese podido, no lo habría hecho, y decidió volverse a
    casa.
    «Sonia necesita cremas -siguió diciéndose, con una risita sarcástica, mientras iba por la
    calle-. Es una limpieza que cuesta dinero. A lo
    mejor, Sonia está ahora sin un kopek, pues esta
    caza de hombres, como la de los animales, depende de la suerte. Sin mi dinero, tendrían que
    apretarse el cinturón. Lo mismo les ocurre con
    Sonia. En ella han encontrado una verdadera
    mina. Y se aprovechan... Sí, se aprovechan. Se
    han acostumbrado. Al principio derramaron
    unas lagrimitas, pero después se acostumbraron. ¡Miseria humana! A todo se acostumbra
    uno.»
    Quedó ensimismado. De pronto, involuntariamente, exclamó:
    -Pero ¿y si esto no es verdad? ¿Y si el
    hombre no es un ser miserable, o, por lo menos,
    todos los hombres? Entonces habría que admitir que nos dominan los prejuicios, los temores
    vanos, y que uno no debe detenerse ante nada
    ni ante nadie. ¡Obrar: es lo que hay que hacer!






    p68
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    Mensaje por Maria Lua Jue 20 Abr 2023, 16:44

    III


    Al día siguiente se despertó tarde, después de un sueño intranquilo que no le había
    procurado descanso alguno. Se despertó de
    pésimo humor y paseó por su buhardilla una
    mirada hostil. La habitación no tenía más de
    seis pasos de largo y ofrecía el aspecto más miserable, con su papel amarillo y polvoriento,
    despegado a trozos, y tan baja de techo, que un
    hombre que rebasara sólo en unos centímetros
    la estatura media no habría estado allí a sus
    anchas, pues le habría cohibido el temor de dar
    con la cabeza en el techo. Los muebles estaban
    en armonía con el local. Consistían en tres sillas
    viejas, más o menos cojas; una mesa pintada,
    que estaba en un rincón y sobre la cual se veían,
    como tirados, algunos cuadernos y libros tan
    cubiertos de polvo que bastaba verlos para deducir que no los habían tocado hacía mucho
    tiempo, y, en fin, un largo y extraño diván que
    ocupaba casi toda la longitud y la mitad de la
    anchura de la pieza y que estaba tapizado de
    una indiana hecha jirones. Éste era el lecho de
    Raskolnikof, que solía acostarse completamente
    vestido y sin más mantas que su vieja capa de
    estudiante. Como almohada utilizaba un pequeño cojín, bajo el cual colocaba, para hacerlo
    un poco más alto, toda su ropa blanca, tanto la
    limpia como la sucia. Ante el diván había una
    mesita.
    No era difícil imaginar una pobreza
    mayor y un mayor abandono; pero Raskolnikof, dado su estado de espíritu, se sentía feliz
    en aquel antro. Se había aislado de todo el
    mundo y vivía como una tortuga en su concha.
    La simple presencia de la sirvienta de la casa,
    que de vez en cuando echaba a su habitación
    una ojeada, le ponía fuera de sí. Así suele ocu-
    rrir a los enfermos mentales dominados por
    ideas fijas.
    Hacía quince días que su patrona no le
    enviaba la comida, y ni siquiera le había pasado
    por la imaginación ir a pedirle explicaciones,
    aunque se quedaba sin comer. Nastasia, la cocinera y única sirvienta de la casa, estaba encantada con la actitud del inquilino, cuya habitación había dejado de barrer y limpiar hacía
    tiempo. Sólo por excepción entraba en la
    buhardilla a pasar la escoba. Ella fue la que lo
    despertó aquella mañana.
    -¡Vamos! ¡Levántate ya! -le gritó-. ¿Piensas pasarte la vida durmiendo? Son ya las nueve... Te he traído té. ¿Quieres una taza? Pareces
    un muerto.
    El huésped abrió los ojos, se estremeció
    ligeramente y reconoció a la sirvienta.
    -¿Me lo envía la patrona? -preguntó, incorporándose penosamente.


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    Mensaje por Maria Lua Jue 20 Abr 2023, 16:46

    -¿Cómo se le ha ocurrido ese disparate?
    Y puso ante él una rajada tetera en la
    que quedaba todavía un poco de té, y dos terrones de azúcar amarillento.
    -Oye, Nastasia; hazme un favor -dijo
    Raskolnikof, sacando de un bolsillo un puñado
    de calderilla, cosa que pudo hacer porque, como de costumbre, se había acostado vestido-.
    Toma y ve a comprarme un panecillo blanco y
    un poco de salchichón del más barato.
    -El panecillo blanco te lo traeré en seguida pero el salchichón... ¿No prefieres un
    plato de chtchis? Es de ayer y está riquísimo. Te
    lo guardé, pero viniste demasiado tarde. Palabra que está muy bueno.
    Cuando trajo la sopa y Raskolnikof se
    puso a comer, Nastasia se sentó a su lado, en el
    diván, y empezó a charlar. Era una campesina
    que hablaba por los codos y que había llegado a
    la capital directamente de su aldea.
    -Praskovia Pavlovna quiere denunciarte
    a la policía -dijo.
    El frunció las cejas.
    -¿A la policía? ¿Por qué?
    -Porque ni le pagas ni lo vas a hacer: la
    cosa no puede estar más clara.
    -Es lo único que me faltaba -murmuró el
    joven, apretando los dientes-. En estos momentos, esa denuncia sería un trastorno para mí.
    ¡Esa mujer es tonta! -añadió en voz alta-. Hoy
    iré a hablar con ella.
    -Desde luego, es tonta. Tanto como yo.
    Pero tú, que eres inteligente, ¿por qué te pasas
    el día echado así como un saco? Y no se sabe ni
    siquiera qué color tiene el dinero. Dices que
    antes dabas lecciones a los niños. ¿Por qué ahora no haces nada?
    -Hago algo -replicó Raskolnikof secamente, como hablando a la fuerza.
    -¿Qué es lo que haces?
    -Un trabajo.
    -¿Qué trabajo?
    -Medito -respondió el joven gravemente, tras un silencio.
    Nastasia empezó a retorcerse. Era un
    temperamento alegre y, cuando la hacían reír,
    se retorcía en silencio, mientras todo su cuerpo
    era sacudido por las mudas carcajadas.
    -¿Has ganado mucho con tus meditaciones? -preguntó cuando al fin pudo hablar.
    -No se pueden dar lecciones cuando no
    se tienen botas. Además, odio las lecciones: de
    buena gana les escupiría.
    -No escupas tanto: el salivazo podría
    caer sobre ti.
    -¡Para lo que se paga por las lecciones!
    ¡Unos cuantos kopeks! ¿Qué haría yo con
    eso?





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    Mensaje por Maria Lua Dom 30 Abr 2023, 08:23

    Seguía hablando como a la fuerza y parecía responder a sus propios pensamientos.
    -Entonces, ¿pretendes ganar una fortuna
    de una vez?
    Raskolnikof le dirigió una mirada extraña.
    -Sí, una fortuna -respondió firmemente
    tras una pausa.
    -Bueno, bueno; no pongas esa cara tan
    terrible... ¿Y qué me dices del panecillo blanco?
    ¿Hay que ir a buscarlo, o no?
    -Haz lo que quieras.
    -¡Ah, se me olvidaba! Llegó una carta
    para ti cuando no estabas en casa.
    -¿Una carta para mí? ¿De quién?
    -Eso no lo sé. Lo que sé es que le di al
    cartero tres kopeks. Espero que me los devolverás.
    -¡Tráela, por el amor de Dios! ¡Trae esa
    carta! -exclamó Raskolnikof, profundamente
    agitado-. ¡Señor...! ¡Señor...!
    Un minuto después tenía la carta en la
    mano. Como había supuesto, era de su madre,
    pues procedía del distrito de R. Estaba pálido.
    Hacía mucho tiempo que no había recibido
    ninguna carta; pero la emoción que agitaba su
    corazón en aquel momento obedecía a otra causa.
    -¡Vete, Nastasia! ¡Vete, por el amor de
    Dios! Toma tus tres kopeks, pero vete en seguida; te lo ruego.
    La carta temblaba en sus manos. No
    quería abrirla en presencia de la sirvienta; deseaba quedarse solo para leerla. Cuando Nastasia salió, el joven se llevó el sobre a sus labios y
    lo besó. Después estuvo unos momentos contemplando la dirección y observando la caligrafía, aquella escritura fina y un poco inclinada que tan familiar y querida le era; la letra de
    su madre, a la que él mismo había enseñado a
    leer y escribir hacía tiempo. Retrasaba el momento de abrirla: parecía experimentar cierto
    temor. Al fin rasgó el sobre. La carta era larga.
    La letra, apretada, ocupaba dos grandes hojas
    de papel por los dos lados.
    «Mi querido Rodia -decía la carta-: hace
    ya dos meses que no te he escrito y esto ha sido
    para mí tan penoso, que incluso me ha quitado
    el sueño muchas noches. Perdóname este silencio involuntario. Ya sabes cuánto te quiero.
    Dunia y yo no tenemos a nadie más que a ti; tú
    lo eres todo para nosotras: toda nuestra esperanza, toda nuestra confianza en el porvenir.
    Sólo Dios sabe lo que sentí cuando me dijiste
    que habías tenido que dejar la universidad hacía ya varios meses por falta de dinero y que
    habías perdido las lecciones y no tenías ningún
    medio de vida. ¿Cómo puedo ayudarte yo, con
    mis ciento veinte rublos anuales de pensión?
    Los quince rublos que te envié hace cuatro meses, los pedí prestados, con la garantía de mi
    pensión, a un comerciante de esta ciudad Ilamado Vakruchine. Es una buena persona y fue
    amigo de tu padre; pero como yo le había autorizado por escrito a cobrar por mi cuenta la
    pensión, tenía que procurar devolverle el dinero, cosa que acabo de hacer. Ya sabes por qué
    no he podido enviarte nada en estos últimos
    meses.
    »Pero ahora, gracias a Dios, creo que te
    podré mandar algo. Por otra parte, en estos
    momentos no podemos quejarnos de nuestra
    suerte, por el motivo que me apresuro a participarte. Ante todo, querido Rodia, tú no sabes
    que hace ya seis semanas que tu hermana vive
    conmigo y que ya no tendremos que volver a
    separarnos. Gracias a Dios, han terminado sus
    sufrimientos. Pero vayamos por orden: así
    sabrás todo lo ocurrido, todo lo que hasta ahora
    te hemos ocultado.
    »Cuando hace dos meses me escribiste
    diciéndome que te habías enterado de que Dunia había caído en desgracia en casa de los Svidrigailof, que la trataban desconsideradamente,
    y me pedías que te lo explicara todo, no me
    pareció conveniente hacerlo. Si te hubiese contado la verdad, lo habrías dejado todo para
    venir, aunque hubieras tenido que hacer el
    mismo camino a pie, pues conozco tu carácter y
    tus sentimientos y sé que no habrías consentido
    que insultaran a tu hermana.
    »Yo estaba desesperada, pero ¿qué podía hacer? Por otra parte, yo no sabía toda la
    verdad. El mal estaba en que Dunetchka, al
    entrar el año pasado en casa de los Svidrigailof
    como institutriz, había pedido por adelantado
    la importante cantidad de cien rublos, comprometiéndose a devolverlos con sus honorarios. Por lo tanto, no podía dejar la plaza hasta
    haber saldado la deuda. Dunia (ahora ya puedo
    explicártelo todo, mi querido Rodia) había pedido esta suma especialmente para poder en-
    viarte los sesenta rublos que entonces necesitabas con tanta urgencia y que, efectivamente, te
    mandamos el año pasado. Entonces te engañamos diciéndote que el dinero lo tenía ahorrado
    Dunia. No era verdad; la verdad es la que te
    voy a contar ahora, en primer lugar porque
    nuestra suerte ha cambiado de pronto por la
    voluntad de Dios, y también porque así tendrás
    una prueba de lo mucho que te quiere tu hermana y de la grandeza de su corazón.



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    Mensaje por Maria Lua Dom 30 Abr 2023, 08:24

    »El señor Svidrigailof empezó por mostrarse grosero con ella, dirigiéndole toda clase
    de burlas y expresiones molestas, sobre todo
    cuando estaban en la mesa... Pero no quiero
    extenderme sobre estos desagradables detalles:
    no conseguiría otra cosa que irritarte inútilmente, ahora que ya ha pasado todo.
    »En resumidas cuentas, que la vida de
    Dunetchka era un martirio, a pesar de que recibía un trato amable y bondadoso de Marfa
    Petrovna, la esposa del señor Svidrigailof, y de
    todas las personas de la casa. La situación de
    Dunia era aún más penosa cuando el señor
    Svidrigailof bebía más de la cuenta, cediendo a
    los hábitos adquiridos en el ejército.
    »Y esto fue poco comparado con lo que
    al fin supimos. Figúrate que Svidrigailof, el
    muy insensato, sentía desde hacía tiempo por
    Dunia una pasión que ocultaba bajo su actitud
    grosera y despectiva. Tal vez estaba avergonzado y atemorizado ante la idea de alimentar,
    él, un hombre ya maduro, un padre de familia,
    aquellas esperanzas licenciosas e involuntarias
    hacia Dunia; tal vez sus groserías y sus sarcasmos no tenían más objeto que ocultar su pasión
    a los ojos de su familia. Al fin no pudo contenerse y, con toda claridad, le hizo proposiciones deshonestas. Le prometió cuanto puedas
    imaginarte, incluso abandonar a los suyos y
    marcharse con ella a una ciudad lejana, o al
    extranjero si lo prefería. Ya puedes suponer lo
    que esto significó para tu hermana. Dunia no
    podía dejar su puesto, no sólo porque no había
    pagado su deuda, sino por temor a que Marfa
    Petrovna sospechara la verdad, lo que habría
    introducido la discordia en la familia. Además,
    incluso ella habría sufrido las consecuencias del
    escándalo, pues demostrar la verdad no habría
    sido cosa fácil.
    »Aún había otras razones para que Dunia no pudiera dejar la casa hasta seis semanas
    después. Ya conoces a Dunia, ya sabes que es
    una mujer inteligente y de carácter firme. Puede soportar las peores situaciones y encontrar
    en su ánimo la entereza necesaria para conservar la serenidad. Aunque nos escribíamos con
    frecuencia, ella no me había dicho nada de todo
    esto para no apenarme. El desenlace sobrevino
    inesperadamente. Marfa Petrovna sorprendió
    un día en el jardín, por pura casualidad, a su
    marido en el momento en que acosaba a Dunia,
    y lo interpretó todo al revés, achacando la culpa
    a tu hermana. A esto siguió una violenta escena
    en el mismo jardín. Marfa Petrovna llegó incluso a golpear a Dunia: no quiso escucharla y
    estuvo vociferando durante más de una hora.
    Al fin la envió a mi casa en una simple carreta,
    a la que fueron arrojados en desorden sus vestidos, su ropa blanca y todas sus cosas: ni siquiera le permitió hacer el equipaje. Para colmo
    de desdichas, en aquel momento empezó a diluviar, y Dunia, después de haber sufrido las
    más crueles afrentas, tuvo que recorrer diecisiete verstas en una carreta sin toldo y en compañía de un mujik. Dime ahora qué podía yo contestar a tu carta, qué podía contarte de esta historia.
    »Estaba desesperada. No me atrevía a
    decirte la verdad, ya que con ello sólo habría
    conseguido apenarte y desatar tu indignación.
    Además, ¿qué podías hacer tú? Perderte: esto
    es lo único. Por otra parte, Dunetchka me lo
    había prohibido. En cuanto a llenar una carta
    de palabras insulsas cuando mi alma estaba
    henchida de dolor, no me sentía capaz de
    hacerlo.
    »Desde que se supo todo esto, fuimos el
    tema preferido por los murmuradores de la
    ciudad, y la cosa duró un mes entero. No nos
    atrevíamos ni siquiera a ir a cumplir con nuestros deberes religiosos, pues nuestra presencia
    era acogida con cuchicheos, miradas desdeñosas e incluso comentarios en voz alta. Nuestros
    amigos se apartaron de nosotras, nadie nos
    saludaba, e incluso sé de buena tinta que un
    grupo de empleadillos proyectaba contra nosotras la mayor afrenta: embadurnar con brea la
    puerta de nuestra casa. Por cierto que el casero
    nos había exigido que la desalojáramos.
    »Y todo por culpa de Marfa Petrovna,
    que se había apresurado a difamar a Dunia por
    toda la ciudad. Venía casi a diario a esta población, en la que conoce a todo el mundo. Es una
    charlatana que se complace en contar historias
    de familia ante el primero que llega, y, sobre
    todo, en censurar a su marido públicamente,
    cosa que no me parece ni medio bien. Así, no es
    extraño que le faltara el tiempo para ir prego-
    nando el caso de Dunia, no sólo por la ciudad,
    sino por toda la comarca.
    »Caí enferma. Tu hermana fue más fuerte que yo. ¡Si hubieras visto la entereza con que
    soportaba su desgracia y procuraba consolarme
    y darme ánimos! Es un ángel...
    »Pero la misericordia divina ha puesto
    fin a nuestro infortunio.
    »El señor Svidrigailof ha recobrado la
    lucidez. Torturado por el remordimiento y
    compadecido sin duda de la suerte de tu hermana, ha presentado a Marfa Petrovna las
    pruebas más convincentes de la inocencia de
    Dunia: una carta que Dunetchka le había escrito
    antes de que la esposa los sorprendiera en el
    jardín, para evitar las explicaciones de palabra
    y demostrarle que no quería tener ninguna entrevista con él. En esta carta, que quedó en poder del señor Svidrigailof al salir de la casa Dunetchka, ésta le reprochaba vivamente y con
    sincera indignación la vileza de su conducta
    para con Marfa Petrovna, le recordaba que era
    un hombre casado y padre de familia y le hacía
    ver la indignidad que cometía persiguiendo a
    una joven desgraciada e indefensa. En una palabra, querido Rodia, que esta carta respira tal
    nobleza de sentimientos y está escrita en términos tan conmovedores, que lloré cuando la leí,
    e incluso hoy no puedo releerla sin derramar
    unas lágrimas. Además, Dunia pudo contar al
    fin con el testimonio de los sirvientes, que sabían más de lo que el señor Svidrigailof suponía.


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    Mensaje por Maria Lua Dom 30 Abr 2023, 08:26

    »María Petrovna quedó por segunda
    vez estupefacta, como herida por un rayo,
    según su propia expresión, pero no dudó ni un
    momento de la inocencia de Dunia, y al día
    siguiente, que era domingo, lo primero que
    hizo fue ir a la iglesia e implorar a la Santa Virgen le diera fuerzas para soportar su nueva
    desgracia y cumplir con su deber. Acto seguido
    vino a nuestra casa y nos refirió todo lo ocurrido, llorando amargamente. En un arranque de
    remordimiento, se arrojó en los brazos de Du-
    nia y le suplicó que la perdonara. Después, sin
    pérdida de tiempo, recorrió las casas de la ciudad, y en todas partes, entre sollozos y en los
    términos más halagadores, rendía homenaje a
    la inocencia, a la nobleza de sentimientos y a la
    integridad de la conducta de Dunia. No contenta con esto, mostraba y leía a todo el mundo la
    carta escrita por Dunetchka al señor Svidrigailof. E incluso dejaba sacar copias, cosa que me
    parece una exageración. Recorrió las casas de
    todas sus amistades, en lo cual empleó varios
    días. Ello dio lugar a que algunas de sus relaciones se molestaran al ver que daba preferencia a otros, lo que consideraban una injusticia.
    Al fin se determinó con toda exactitud el orden
    de las visitas, de modo que cada uno pudo saber de antemano el día que le tocaba el turno.
    En toda la ciudad se sabía dónde tenía que leer
    Marfa Petrovna la carta tal o cual día, y el vecindario adquirió la costumbre de reunirse en
    la casa favorecida, sin excluir aquellas familias
    que ya habían escuchado la lectura en su pro-
    pio hogar y en el de otras familias amigas. Yo
    creo que en todo esto hay mucha exageración,
    pero así es el carácter de Marfa Petrovna. Por
    otra parte, es lo cierto que ella ha rehabilitado
    por completo a Dunetchka. Toda la vergüenza
    de esta historia ha caído sobre el señor Svidrigailof, a quien ella presenta como único culpable, y tan inflexiblemente, que incluso siento
    compasión de él. A mi juicio, la gente es demasiado severa con este insensato.
    »Inmediatamente llovieron sobre Dunia
    ofertas para dar lecciones, pero ella las ha rechazado todas. Todo el mundo se ha apresurado a testimoniarle su consideración. Yo creo
    que a esto hay que atribuir principalmente el
    acontecimiento inesperado que va a cambiar,
    por decirlo así, nuestra vida. Has de saber, querido Rodia, que Dunia ha recibido una solicitud
    de matrimonio y la ha aceptado, lo que me
    apresuro a comunicarte. Aunque esto se ha
    hecho sin consultarte, espero que nos perdonarás, pues ya comprenderás que no podíamos
    retrasar nuestra decisión hasta que recibiéramos tu respuesta. Por otra parte, no habrías
    podido juzgar con acierto las cosas desde tan
    lejos.
    »He aquí cómo ha ocurrido todo:
    »El prometido de tu hermana, Piotr Petrovitch Lujine, es consejero de los Tribunales y
    pariente lejano de Marfa Petrovna. Por mediación de ella, y después de intervenir activamente en este asunto, nos transmitió su deseo de
    entablar conocimiento con nosotras. Le recibimos cortésmente, tomamos café y, al día siguiente mismo, nos envió una carta en la que
    nos hacía su petición con finas expresiones y
    solicitaba una respuesta rápida y categórica. Es
    un hombre activo y que está siempre ocupadísimo. Ha de partir cuanto antes para Petersburgo y debe aprovechar el tiempo.
    »Al principio, como comprenderás, nos
    quedamos atónitas, pues no esperábamos en
    modo alguno una solicitud de esta índole, y tu
    hermana y yo nos pasamos el día reflexionando
    sobre la cuestión. Es un hombre digno y bien
    situado. Presta servicios en dos departamentos
    y posee una pequeña fortuna. Verdad es que
    tiene ya cuarenta y cinco años, pero su presencia es tan agradable, que estoy segura de que
    todavía gusta a las mujeres. Es austero y sosegado, aunque tal vez un poco altivo. Pero es
    muy posible que esto último sea tan sólo una
    apariencia engañosa.
    »Ahora una advertencia, querido Rodia:
    cuando lo veas en Petersburgo, cosa que ocurrirá muy pronto, no te precipites a condenarlo
    duramente, siguiendo tu costumbre, si ves en él
    algo que te disguste. Te digo esto en un exceso
    de previsión, pues estoy segura de que producirá en ti una impresión favorable. Por lo demás, para conocer a una persona, hay que verla
    y observarla atentamente durante mucho tiempo, so pena de dejarte llevar de prejuicios y
    cometer errores que después no se reparan
    fácilmente.
    »Todo induce a creer que Piotr Petrovitch es un hombre respetable a carta cabal. En
    su primera visita nos dijo que era un espíritu
    realista, que compartía en muchos puntos la
    opinión de las nuevas generaciones y que detestaba los prejuicios. Habló de otras muchas
    cosas, pues parece un poco vanidoso y le gusta
    que le escuchen, lo cual no es un crimen, ni
    mucho menos. Yo, naturalmente, no comprendí
    sino una pequeña parte de sus comentarios,
    pero Dunia me ha dicho que, aunque su instrucción es mediana, parece bueno e inteligente. Ya conoces a tu hermana, Rodia: es una muchacha enérgica, razonable, paciente y generosa, aunque posee (de esto estoy convencida) un
    corazón apasionado. Indudablemente, el motivo de este matrimonio no es, por ninguna de
    las dos partes, un gran amor; pero Dunia,
    además de inteligente, es una mujer de corazón
    noble, un verdadero ángel, y se impondrá el
    deber de hacer feliz a su marido, el cual, por su
    parte, procurará corresponderle, cosa que, has-
    ta el momento, no tenemos motivo para poner
    en duda, pese a que el matrimonio, hay que
    confesarlo, se ha concretado con cierta precipitación. Por otra parte, siendo él tan inteligente y
    perspicaz, comprenderá que su felicidad conyugal dependerá de la que proporcione a Dunetchka
    .


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    Mensaje por Maria Lua Dom 30 Abr 2023, 08:27

    »En lo que concierne a ciertas disparidades de genio, de costumbres arraigadas, de
    opiniones (cosas que se ven en los hogares más
    felices), Dunetchka me ha dicho que está segura
    de que podrá evitar que ello sea motivo de discordia, que no hay que inquietarse por tal cosa,
    pues ella se siente capaz de soportar todas las
    pequeñas discrepancias, con tal que las relaciones matrimoniales sean sinceras y justas.
    Además, las apariencias son engañosas muchas
    veces. A primera vista, me ha parecido un tanto
    brusco y seco; pero esto puede proceder precisamente de su rectitud y sólo de su rectitud.
    »En su segunda visita, cuando ya su petición había sido aceptada, nos dijo, en el curso
    de la conversación, que antes de conocer a Dunia ya había resuelto casarse con una muchacha
    honesta y pobre que tuviera experiencia de las
    dificultades de la vida, pues considera que el
    marido no debe sentirse en ningún caso deudor
    de la mujer y que, en cambio, es muy conveniente que ella vea en él un bienhechor. Sin
    duda, no me expreso con la amabilidad y delicadeza con que él se expresó, pues sólo he retenido la idea, no las palabras. Además, habló sin
    premeditación alguna, dejándose llevar del
    calor de la conversación, tanto, que él mismo
    trató después de suavizar el sentido de sus palabras. Sin embargo, a mí me parecieron un
    tanto duras, y así se lo dije a Dunetchka; pero
    ella me contestó con cierta irritación que una
    cosa es decir y otra hacer, lo que sin duda es
    verdad. Dunia no pudo pegar ojo la noche que
    precedió a su respuesta y, creyendo que yo estaba dormida, se levantó y estuvo varias horas
    paseando por la habitación. Finalmente se
    arrodilló delante del icono y oró fervorosamente. Por la mañana me dijo que ya había decidido lo que tenía que hacer.
    »Ya te he dicho que Piotr Petrovitch se
    trasladará muy pronto a Petersburgo, adonde
    le llaman intereses importantísimos, pues quiere establecerse allí como abogado. Hace ya mucho tiempo que ejerce y acaba de ganar una
    causa importante. Si ha de trasladarse inmediatamente a Petersburgo es porque ha de seguir
    atendiendo en el senado a cierto trascendental
    asunto. Por todo esto, querido Rodia, este señor
    será para ti sumamente útil, y Dunia y yo
    hemos pensado que puedes comenzar en seguida tu carrera y considerar tu porvenir asegurado. ¡Oh, si esto llegara a realizarse! Sería
    una felicidad tan grande, que sólo la podríamos
    atribuir a un favor especial de la Providencia.
    Dunia sólo piensa en esto. Ya hemos insinuado
    algo a Piotr Petrovitch. El, mostrando una prudente reserva, ha dicho que, no pudiendo estar
    sin secretario, preferiría, naturalmente, confiar
    este empleo a un pariente que a un extraño,
    siempre y cuando aquél fuera capaz de desempeñarlo. (¿Cómo no has de ser capaz de desempeñarlo tú?) Sin embargo, manifestó al mismo tiempo el temor de que, debido a tus estudios, no dispusieras del tiempo necesario para
    trabajar en su bufete. Así quedó la cosa por el
    momento, pero Dunia sólo piensa en este asunto. Vive desde hace algunos días en un estado
    febril y ha forjado ya sus planes para el futuro.
    Te ve trabajando con Piotr Petrovitch e incluso
    llegando a ser su socio, y eso sin dejar tus estudios de Derecho. Yo estoy de acuerdo en todo
    con ella, Rodia, y comparto sus proyectos y sus
    esperanzas, pues la cosa me parece perfectamente realizable, a pesar de las evasivas de
    Piotr Petrovitch, muy explicables, ya que él
    todavía no te conoce.
    »Dunia está segura de que conseguirá lo
    que se propone, gracias a su influencia sobre su
    futuro esposo, influencia que no le cabe duda
    de que llegará a tener. Nos hemos guardado
    mucho de dejar traslucir nuestras esperanzas
    ante Piotr Petrovitch, sobre todo la de que llegues a ser su socio algún día. Es un hombre
    práctico y no le habría parecido nada bien lo
    que habría juzgado como un vano ensueño.
    Tampoco le hemos dicho ni una palabra de
    nuestra firme esperanza de que te ayude materialmente cuando estés en la universidad, y ello
    por dos razones. La primera es que a él mismo
    se le ocurrirá hacerlo, y lo hará del modo más
    sencillo, sin frases altisonantes. Sólo faltaría que
    hiciera un feo sobre esta cuestión a Dunetchka,
    y más aún teniendo en cuenta que tú puedes
    llegar a ser su colaborador, su brazo derecho,
    por decirlo así, y recibir esta ayuda no como
    una limosna, sino como un anticipo por tu trabajo. Así es como Dunetchka desea que se desarrolle este asunto, y yo comparto enteramente
    su parecer.
    »La segunda razón que nos ha movido a
    guardar silencio sobre este punto es que deseo
    que puedas mirarle de igual a igual en vuestra
    próxima entrevista. Dunia le ha hablado de ti
    con entusiasmo, y él ha respondido que a los
    hombres hay que conocerlos antes de juzgarlos,
    y que no formará su opinión sobre ti hasta que
    te haya tratado.



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    Mensaje por Maria Lua Dom 30 Abr 2023, 08:29

    »Ahora te voy a decir una cosa, mi querido Rodia. A mí me parece, por ciertas razones
    (que desde luego no tienen nada que ver con el
    carácter de Piotr Petrovitch y que tal vez son
    solamente caprichos de vieja), a mí me parece,
    repito, que lo mejor sería que, después del casamiento, yo siguiera viviendo sola en vez de
    instalarme en casa de ellos. Estoy completamente segura de que él tendrá la generosidad y
    la delicadeza de invitarme a no vivir separada
    de mi hija, y sé muy bien que, si todavía no ha
    dicho nada, es porque lo considera natural;
    pero yo no aceptaré. He observado en más de
    una ocasión que los yernos no suelen tener cariño a sus suegras, y yo no sólo no quiero ser
    una carga para nadie, sino que deseo vivir
    completamente libre mientras me queden algunos recursos y tenga hijos como Dunetchka y
    tú.
    »Procuraré vivir cerca de vosotros, pues
    aún tengo que decirte lo más agradable, Rodia.
    Precisamente por serlo lo he dejado para el final de la carta. Has de saber, querido hijo, que
    seguramente nos volveremos a reunir los tres
    muy pronto, y podremos abrazarnos tras una
    separación de tres años. Está completamente
    decidido que Dunia y yo nos traslademos a
    Petersburgo. No puedo decirte la fecha exacta
    de nuestra salida, pero puedo asegurarte que
    está muy próxima: tal vez no tardemos más de
    ocho días en partir. Todo depende de Piotr Petrovitch, que nos avisará cuando tenga casa.
    Por ciertas razones, desea que la boda se celebre cuanto antes, lo más tarde antes de la cuaresma de la Asunción.
    »¡Qué feliz seré cuando pueda estrecharte contra mi corazón! Dunia está loca de
    alegría ante la idea de volver a verte. Me ha
    dicho (en broma, claro es) que esto habría sido
    motivo suficiente para decidirla a casarse con
    Piotr Petrovitch. Es un ángel.
    »No quiere añadir nada a mi carta, pues
    tiene tantas y tantas cosas que decirte, que no
    siente el deseo de empuñar la pluma, ya que
    escribir sólo unas líneas sería en este caso completamente inútil. Me encarga te envíe mil
    abrazos.
    »Aunque estemos en vísperas de reunirnos, uno de estos días te enviaré algún dinero, la mayor cantidad que pueda. Ahora que
    todos saben por aquí que Dunetchka se va a
    casar con Piotr Petrovitch, nuestro crédito se ha
    reafirmado de súbito, y puedo asegurarte que
    Atanasio Ivanovitch está dispuesto a prestarme
    hasta setenta y cinco rublos, que devolveré con
    mi pensión. Por lo tanto, te podré mandar veinticinco o, tal vez treinta. Y aún te enviaría más
    si no temiese que me faltara para el viaje. Aun-
    que Piotr Petrovitch haya tenido la bondad de
    encargarse de algunos de los gastos del traslado (de nuestro equipaje, incluido el gran baúl,
    que enviará por medio de sus amigos, supongo), tenemos que pensar en nuestra llegada a
    Petersburgo, donde no podemos presentarnos
    sin algún dinero para atender a nuestras necesidades, cuando menos durante los primeros
    días.
    »Dunia y yo lo tenemos ya todo calculado al céntimo. El billete no nos resultará caro.
    De nuestra casa a la estación de ferrocarril más
    próxima sólo hay noventa verstas, y ya nos
    hemos puesto de acuerdo con un mujik que nos
    llevará en su carro. Después nos instalaremos
    alegremente en un departamento de tercera. Yo
    creo que podré mandarte, no veinticinco, sino
    treinta rublos.
    »Basta ya. He llenado dos hojas y no
    dispongo de más espacio. Ya te lo he contado
    todo, ya estás informado del cúmulo de aconte-
    cimientos de estos últimos meses. Y ahora, mi
    querido Rodia, te abrazo mientras espero que
    nos volvamos a ver y te envío mi bendición
    maternal. Quiere a Dunia, quiere a tu hermana,
    Rodia, quiérela como ella te quiere a ti; ella,
    cuya ternura es infinita; ella, que te ama más
    que a sí misma. Es un ángel, y tú, toda nuestra
    vida, toda nuestra esperanza y toda nuestra fe
    en el porvenir. Si tú eres feliz, lo seremos nosotras también. ¿Sigues rogando a Dios, Rodia,
    crees en la misericordia de nuestro Creador y
    de nuestro Salvador? Sentiría en el alma que te
    hubieras contaminado de esa enfermedad de
    moda que se llama ateísmo. Si es así, piensa
    que ruego por ti. Acuérdate, querido, de cuando eras niño; entonces, en presencia de tu padre, que aún vivía, tú balbuceabas tus oraciones
    sentado en mis rodillas. Y todos éramos felices.
    »Hasta pronto. Te envío mil abrazos.
    »Te querrá mientras viva
    » PULQUERIA RASKOLNIKOVA.»
    Durante la lectura de esta carta, las
    lágrimas bañaron más de una vez el rostro de
    Raskolnikof, y cuando hubo terminado estaba
    pálido, tenía las facciones contraídas y en sus
    labios se percibía una sonrisa densa, amarga,
    cruel. Apoyó la cabeza en su mezquina almohada y estuvo largo tiempo pensando. Su corazón latía con violencia, su espíritu estaba lleno de turbación. Al fin sintió que se ahogaba en
    aquel cuartucho amarillo que más que habitación parecía un baúl o una alacena. Sus ojos y
    su cerebro reclamaban espacio libre. Cogió su
    sombrero y salió. Esta vez no temía encontrarse
    con la patrona en la escalera. Había olvidado
    todos sus problemas. Tomó el bulevar V., camino de Vasilievski Ostrof. Avanzaba con paso
    rápido, como apremiado por un negocio urgente. Como de costumbre, no veía nada ni a nadie
    y susurraba palabras sueltas, ininteligibles. Los
    transeúntes se volvían a mirarle. Y se decían:
    Está bebido.»



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    Mensaje por Maria Lua Mar 02 Mayo 2023, 13:14

    IV



    La carta de su madre le había trastornado, pero Raskolnikof no había vacilado un instante, ni siquiera durante la lectura, sobre el
    punto principal. Acerca de esta cuestión, ya
    había tornado una decisión irrevocable: «Ese
    matrimonio no se llevará a cabo mientras yo
    viva. ¡Al diablo ese señor Lujine!»
    «La cosa no puede estar más clara
    -pensaba, sonriendo con aire triunfal y malicioso, como si estuviese seguro de su éxito-. No,
    mamá; no, Dunia; no conseguiréis engañarme...
    Y todavía se disculpan de haber decidido la
    cosa por su propia cuenta y sin pedirme consejo. ¡Claro que no me lo han pedido! Creen que
    es demasiado tarde para romper el compromi-
    so. Ya veremos si se puede romper o no. ¡Buen
    pretexto alegan! Piotr Petrovitch está siempre
    tan ocupado, que sólo puede casarse a toda
    velocidad, como un ferrocarril en marcha. No,
    Dunetchka, lo veo todo claro; sé muy bien qué
    cosas son esas que me tienes que decir, y también lo que pensabas aquella noche en que ibas
    y venias por la habitación, y lo que confiaste,
    arrodillada ante la imagen que siempre ha estado en el dormitorio de mamá: la de la Virgen
    de Kazán. La subida del Gólgota es dura, muy
    dura... Decís que el asunto está definitivamente
    concertado. Tú, Avdotia Romanovna, has decidido casarte con un hombre de negocios, un
    hombre práctico que posee cierto capital (que
    ha amasado ya cierta fortuna: esto suena mejor
    e impone más respeto). Trabaja en dos departamentos del Estado y comparte las ideas de las
    nuevas generaciones (como dice mamá), y,
    según Dunetchka, parece un hombre bueno.
    Este parece es lo mejor: Dunetchka se casa im-
    pulsada por esta simple apariencia. ¡Magnifico,
    verdaderamente magnifico!
    »... Me gustaría saber por qué me habla
    mamá de las nuevas generaciones. ¿Lo habrá
    hecho sencillamente para caracterizar al personaje o con la segunda intención de que me sea
    simpático el señor Lujine...? ¡Las muy astutas!
    Otra cosa que me gustaría aclarar es hasta qué
    punto han sido francas una con otra aquel día
    decisivo, aquella noche y después de aquella
    noche. ¿Hablarían claramente o comprenderían
    las dos, sin necesidad de decírselo, que tanto
    una como otra tenían una sola idea, un solo
    sentimiento y que las palabras eran inútiles?
    Me inclino por esta última hipótesis: es la que
    la carta deja entrever.
    »A mamá le pareció un poco seco, y la
    pobre mujer, en su ingenuidad, se apresuró a
    decírselo a Dunia. Y Dunia, naturalmente, se
    enfadó y respondió con cierta brusquedad. Es
    lógico. ¿Cómo no perder la calma ante estas
    ingenuidades cuando la cosa está perfectamente clara y ya no es posible retroceder? ¿Y por
    qué me dirá: quiere a Dunia, Rodia, porque ella
    te quiere a ti más que a su propia vida? ¿No
    será que la tortura secretamente el remordimiento por haber sacrificado su hija a su hijo?
    "Tú eres toda nuestra vida, toda nuestra esperanza para el porvenir." ¡Oh mama...!»
    Su irritación crecía por momentos. Si se
    hubiera encontrado en aquel instante con el
    señor Lujine, estaba seguro de que lo habría
    matado.
    «Cierto -prosiguió, cazando al vuelo los
    pensamientos que cruzaban su imaginación-,
    cierto que para conocer a un hombre es preciso
    observarlo largo tiempo y de cerca, pero el
    carácter del señor Lujine es fácil de descifrar.
    Lo que más me ha gustado es el calificativo de
    hombre de negocios y eso de que parece bueno.
    ¡Vaya si lo es! ¡Encargarse de los gastos de
    transporte del equipaje, incluso el gran baúl...!
    ¡Qué generosidad! Y ellas, la prometida y la
    madre, se ponen de acuerdo con un mujik para
    trasladarse a la estación en una carreta cubierta
    (también yo he viajado así). Esto no tiene importancia: total, de la casa a la estación sólo hay
    noventa verstas. Después se instalarán alegremente en un vagón de tercera para recorrer un
    millar de verstas. Esto me parece muy natural,
    porque cada cual procede de acuerdo con los
    medios de que dispone. Pero usted, señor Lujine, ¿qué piensa de todo esto? Ella es su prometida, ¿no? Sin embargo, no se ha enterado usted
    de que la madre ha pedido un préstamo con la
    garantía de su pensión para atender a los gastos
    del viaje. Sin duda, usted ha considerado el
    asunto como un simple convenio comercial
    establecido a medias con otra persona y en el
    que, por lo tanto, cada socio debe aportar la
    parte que le corresponde. Ya lo dice el proverbio: "El pan y la sal, por partes iguales; los beneficios, cada uno los suyos. Pero usted sólo ha
    pensado en barrer hacia dentro: los billetes son
    bastante más caros que el transporte del equipaje, y es muy posible que usted no tenga que
    pagar nada por enviarlo. ¿Es que no ven ellas
    estas cosas o es que no quieren ver nada? ¡Y
    dicen que están contentas! ¡Cuando pienso que
    esto no es sino la flor del árbol y que el fruto ha
    de madurar todavía! Porque lo peor de todo no
    es la cicatería, la avaricia que demuestra la
    conducta de ese hombre, sino el carácter general del asunto. Su proceder da una idea de lo
    que será el marido, una idea clara...




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    o un ciego soñando
    y en ese vuelo y en ese sueño
    compartir contigo sol y luna,
    siendo guardián en tu cielo
    y tren de tus ilusiones."
    (Hánjel)





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    Mensaje por Maria Lua Sáb 06 Mayo 2023, 15:09

    ***


    »¡Como si mama tuviera el dinero para
    arrojarlo por la ventana! ¿Con qué llegará a
    Petersburgo? Con tres rublos, o dos pequeños
    billetes, como los que mencionaba el otro día la
    vieja usurera... ¿Cómo cree que podrá vivir en
    Petersburgo? Pues es el caso que ha visto ya,
    por ciertos indicios, que le será imposible estar
    en casa de Dunia, ni siquiera los primeros días
    después de la boda. Ese hombre encantador
    habrá dejado escapar alguna palabrita que debe
    de haber abierto los ojos a mamá, a pesar de
    que ella se niegue a reconocerlo con todas sus
    fuerzas. Ella misma ha dicho que no quiere
    vivir con ellos. Pero ¿con qué cuenta? ¿Pretende
    acaso mantenerse con los ciento veinte rublos
    de la pensión, de los que hay que deducir el
    préstamo de Atanasio Ivanovitch? En nuestra
    pequeña ciudad desgasta la poca vista que le
    queda tejiendo prendas de lana y bordando
    puños, pero yo sé que esto no añade más de
    veinte rublos al año a los ciento veinte de la
    pensión; lo sé positivamente. Por lo tanto, y a
    pesar de todo, ellas fundan sus esperanzas en
    los sentimientos generosos del señor Lujine.
    Creen que él mismo les ofrecerá su apoyo y les
    suplicará que lo acepten. ¡Sí, si...! Esto es muy
    propio de dos almas románticas y hermosas. Os
    presentan hasta el último momento un hombre
    con plumas de pavo real y no quieren ver más
    que el bien, nunca el mal, aunque esas plumas
    no sean sino el reverso de la medalla; no quieren llamar a las cosas por su nombre por adelantado; la sola idea de hacerlo les resulta inso-
    portable. Rechazan la verdad con todas sus
    fuerzas hasta el momento en que el hombre por
    ellas idealizado les da un puñetazo en la cara.
    Me gustaría saber si el señor Lujine está condecorado. Estoy seguro de que posee la cruz de
    Santa Ana y se adorna con ella en los banquetes
    ofrecidos por los hombres de empresa y los
    grandes comerciantes. También la lucirá en la
    boda, no me cabe duda... En fin, ¡que se vaya al
    diablo!
    »Esto tiene un pase en mamá, que es así,
    pero en Dunia es inexplicable. Te conozco bien,
    mi querida Dunetchka. Tenías casi veinte años
    cuando te vi por última vez, y sé perfectamente
    cómo es tu carácter. Mamá dice en su carta que
    Dunetchka posee tal entereza, que es capaz de
    soportarlo todo. Esto ya lo sabía yo: hace dos
    años y medio que sé que Dunetchka es capaz
    de soportarlo todo. El hecho de que haya podido soportar al señor Svidrigailof y todas las
    complicaciones que este hombre le ha ocasionado demuestra que, en efecto, es una mujer de
    gran entereza. Y ahora se imagina, lo mismo
    que mamá, que podrá soportar igualmente a
    ese señor Lujine que sustenta la teoría de la
    superioridad de las esposas tomadas en la miseria y para las que el marido aparece como un
    bienhechor, cosa que expone (es un detalle que
    no hay que olvidar) en su primera entrevista.
    Admitamos que las palabras se le han escapado, a pesar de ser un hombre razonable (seguramente no se le escaparon, ni mucho menos,
    aunque él lo dejara entrever así en las explicaciones que se apresuró a dar). Pero ¿qué se
    propone Dunia? Se ha dado cuenta de cómo es
    este hombre y sabe que habrá de compartir su
    vida con él, si se casa. Sin embargo, es una mujer que viviría de pan duro y agua, antes que
    vender su alma y su libertad moral: no las sacrificaría a las comodidades, no las cambiaría por
    todo el oro del mundo, y mucho menos, naturalmente, por el señor Lujine. No, la Dunia que
    yo conozco es distinta a la de la carta, y estoy
    seguro de que no ha cambiado. En verdad, su
    vida era dura en casa de Svidrigailof; no es nada grato pasar la existencia entera sirviendo de
    institutriz por doscientos rublos al año; pero
    estoy convencido de que mi hermana preferiría
    trabajar con los negros de un hacendado o con
    los sirvientes letones de un alemán del Báltico,
    que envilecerse y perder la dignidad encadenando su vida por cuestiones de interés con un
    hombre al que no quiere y con el que no tiene
    nada en común. Aunque el señor Lujine estuviera hecho de oro puro y brillantes, Dunia no
    se avendría a ser su concubina legítima. ¿Por
    qué, pues, lo ha aceptado?




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