—Esa mujer, querido, es el pudor personificado; una mezcla de discretos
silencios, timidez, castidad invencible y, al mismo tiempo, hondos suspiros. Su
sensibilidad es tal, que se funde como la cera. ¡Líbrame de ella, por lo que más
quieras, Zosimof! Es bastante agraciada. Me harías un favor que te lo
agradecería con toda el alma. ¡Te juro que te lo agradecería!
Zosimof se echó a reír de buena gana.
—Pero ¿para qué la quiero yo?
—Te aseguro que no te ocasionará ninguna molestia. Lo único que tienes
que hacer es hablarle, sea de lo que sea: te sientas a su lado y hablas. Como
eres médico, puedes empezar por curarla de una enfermedad cualquiera. Te
juro que no te arrepentirás…Esa mujer tiene un clavicordio. Yo sé un poco de
música y conozco esa cancioncilla rusa que dice «Derramo lágrimas amargas».
Ella adora las canciones sentimentales. Así empezó la cosa. Tú eres un
maestro del teclado, un Rubinstein. Te aseguro que no te arrepentirás.
—Pero oye: ¿le has hecho alguna promesa…?, ¿le has firmado algún
papel…?, ¿le has propuesto el matrimonio?
—Nada de eso, nada en absoluto…No, esa mujer no es lo que tú crees.
Porque Tchebarof ha intentado…
—Entonces, la plantas y en paz.
—Imposible.
—¿Por qué?
—Pues…porque es imposible, sencillamente…Uno se siente atado, ¿no
comprendes?
—Lo que no entiendo es tu empeño en atraértela, en ligarla a ti.
—Yo no he intentado tal cosa, ni mucho menos. Es ella la que me ha
puesto las ligaduras, aprovechándose de mi estupidez. Sin embargo, le da lo
mismo que el ligado sea yo o seas tú: el caso es tener a su lado un
pretendiente…Es…es…No sé cómo explicarte…Mira; yo sé que tú dominas
las matemáticas. Pues bien; háblale del cálculo integral. Te doy mi palabra de
que no lo digo en broma; te juro que el tema le es indiferente. Ella te mirará y
suspirará. Yo le he estado hablando durante dos días del Parlamento prusiano
(llega un momento en que no sabe uno de qué hablarle), y lo único que ella
hacía era suspirar y sudar. Pero no le hables de amor, pues podría acometerla
una crisis de timidez. Limítate a hacerle creer que no puedes separarte de ella.
Esto será suficiente…Estarás como en tu casa, exactamente como en tu casa;
leerás, te echarás, escribirás…Incluso podrás arriesgarte a darle un beso…,
pero un beso discreto.
cont
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