LA ILIADA
CANTO XV
Nueva ofensiva desde las naves. Cont.
399. -¡Eurípilo! Ya no puedo seguir aquí, aunque
me necesites, porque se ha trabado una gran
batalla. Te cuidará el escudero, y yo volveré
presuroso a la tienda de Aquiles para incitarle a
pelear. ¿Quién sabe si con la ayuda de algún
dios conmoveré su ánimo? Gran fuerza tiene la
exhortación de un compañero.
405. Dijo, y salió. Los aqueos sostenían firmemente
la acometida de los troyanos, pero, aunque
éstos eran menos, no podían rechazarlos de
las naves; y tampoco los troyanos lograban
romper las falanges de los dánaos y entrar en
sus tiendas y bajeles. Como la plomada nivela
el mástil de un navío en manos del hábil constructor
que conoce bien su arte por habérselo
enseñado Atenea, de la misma manera andaba
igual el combate y la pelea, y unos luchaban en
torno de unas naves y otros alrededor de otras.
415. Héctor fue a encontrar al glorioso Ayante;
y, luchando los dos por una nave, ni aquél conseguía
arredrar a éste y pegar fuego a los bajeles,
ni éste lograba rechazar a aquél, a quien un
dios había acercado al campamento. Entonces
el esclarecido Ayante dio una lanzada en el
pecho a Calétor, hijo de Clito, que iba a echar
fuego en un barco: el troyano cayó con estrépito,
y la tea desprendióse de su mano. Y Héctor,
como viera con sus ojos que su primo caía en el
polvo delante de la negra nave, exhortó a troyanos
y licios, diciendo a grandes voces:
425. -¡Troyanos, licios, dárdanos, que cuerpo a
cuerpo peleáis! No dejéis de combatir en esta
angostura; defended el cuerpo del hijo de Clito,
que cayó en la pelea junto a las naves, para que
los aqueos no lo despojen de las armas.
429. Dichas estas palabras, arrojó a Ayante la
luciente pica y erró el tiro; pero, en cambio,
hirió a Licofrón de Citera, hijo de Mástor y escudero
de Ayante, en cuyo palacio vivía desde
que en aquella ciudad mató a un hombre: el
agudo bronce penetró en la cabeza por encima
de una oreja; y el guerrero, que se hallaba junto
a Ayante, cayó de espaldas desde la nave al
polvo de la tierra, y sus miembros quedaron sin
vigor. Estremecióse Ayante, y dijo a su hermano:
437. -¡Querido Teucro! Nos han muerto al
Mastórida, el compañero fiel a quien honrábamos
en el palacio como a nuestros padres, desde
que vino de Citera. El magnánimo Héctor le
quitó la vida. Pero ¿dónde tienes las mortíferas
flechas y el arco que te dio Febo Apolo?
442. Así dijo. Oyóle Teucro y acudió corriendo,
con el flexible arco y el carcaj lleno de flechas; y
una vez a su lado, comenzó a disparar saetas
contra los troyanos. E hirió a Clito, preclaro hijo
de Pisénor y compañero del ilustre Polidamante
Pantoida, que con las riendas en la mano
dirigía los corceles adonde más falanges en
montón confuso se agitaban, para congraciarse
con Héctor y los troyanos; pero pronto ocurrióle
la desgracia, de que nadie, por más que lo
deseara, pudo librarle: la dolorosa flecha se le
clavó en el cuello por detrás; el guerrero cayó
del carro, y los corceles retrocedieron arrastrando
con estrépito el carro vacío. Al notarlo
Polidamante, su dueño, se adelantó y los detuvo;
entrególos a Astínoo, hijo de Protiaón, con
el encargo de que los tuviera cerca, y se mezcló
de nuevo con los combatientes delanteros.
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