HOMERO
LA ILIADA
CANTO XIX
Renunciamiento de la cólera. CONT.
56 -¡Atrida! Mejor hubiera sido para entrambos,
para ti y para mí, continuar unidos que sostener,
con el corazón angustiado, roedora disputa
por una joven. Así la hubiese muerto Ártemis
en las naves con una de sus flechas el mismo
día que la cautivé al tomar a Lirneso; y no habrían
mordido el anchuroso suelo tantos aqueos
como sucumbieron a manos del enemigo mientras
duró mi cólera. Para Héctor y los troyanos
fue el beneficio, y me figuro que los aqueos se
acordarán largo tiempo de nuestra disputa.
Mas dejemos lo pasado, aunque nos hallemos
afligidos, puesto que es preciso refrenar el furor
del pecho. Desde ahora depongo la cólera, que
no sería razonable estar siempre irritado. Mas,
ea, incita a los melenudos aqueos a que peleen;
y veré, saliendo al encuentro de los troyanos, si
querrán pasar la noche junto a los bajeles. Creo
que con gusto se entregará al descanso el que
logre escapar del feroz combate, puesto en fuga
por mi lanza.
74. Así habló; y los aqueos, de hermosas grebas,
holgáronse de que el magnánimo Pelión renunciara
a la cólera. Y el rey de hombres, Agamenón,
les dijo desde su asiento, sin levantarse
en medio del concurso:
78. -¡Oh amigos, héroes dánaos, servidores de
Ares! Bueno será que escuchéis sin interrumpirme,
pues lo contrario molesta hasta al que
está ejercitado en hablar. ¿Cómo se podría oír o
decir algo en medio del tumulto producido por
muchos hombres? Turbaríase el orador aunque
fuese elocuente. Yo me dirigiré al Pelida; pero
vosotros, los demás argivos, prestadme atención
y cada uno penetre bien mis palabras. Muchas
veces los aqueos me han dirigido las mismas
Palabras, increpándome por lo ocurrido, y
yo no soy el culpable, sino Zeus, la Parca y Erinia,
que vaga en las tinieblas; los cuales hicieron
padecer a mi alma, durante el ágora, cruel
ofuscación el día en que le arrebaté a Aquiles la
recompensa. Mas, ¿qué podía hacer? La divinidad
es quien lo dispone todo. Hija veneranda
de Zeus es la perniciosa Ofuscación, a todos tan
funesta: sus pies son delicados y no los acerca
al suelo, sino que anda sobre las cabezas de los
hombres, a quienes causa daño, y se apodera de
uno, por lo menos, de los que contienden. En
otro tiempo fue aciaga para el mismo Zeus, que
es tenido por el más poderoso de los hombres y
de los dioses; pues Hera, no obstante ser hembra,
le engañó cuando Alcmena había de parir
al fornido Heracles en Teba, ceñida de hermosas
murallas. El dios, gloriándose, dijo así ante
todas las deidades: «Oídme todos, dioses y diosas,
para que os manifieste lo que en el pecho
mi corazón me dicta. Hoy Ilitia, la que preside
los partos, sacará a luz un varón que, perteneciendo
a la familia de los hombres engendrados
de mi sangre, reinará sobre todos sus vecinos.»
Y hablándole con astucia, le replicó la venerable
Hera: «Mentirás, y no llevarás al cabo lo
que dices. Y si no, ea, Olímpico, jura solemnemente
que reinará sobre todos sus vecinos el
niño que, perteneciendo a la familia de los
hombres engendrados de tu sangre, caiga hoy
entre los pies de una mujer.» Así dijo; Zeus, no
sospechando el dolo, prestó el gran juramento
que tan funesto le había de ser. Pues Hera dejó
en raudo vuelo la cima del Olimpo, y pronto
llegó a Argos de Acaya, donde vivía la esposa
ilustre de Esténelo Persida; y, como ésta se
hallara encinta de siete meses cumplidos, la
diosa sacó a luz el niño, aunque era prematuro,
y retardó el parto de Alcmena, deteniendo a las
Ilitias. Y en seguida participóselo a Zeus Cronida,
diciendo: «¡Padre Zeus, fulminador! Una
noticia tengo que darte. Ya nació el noble varón
que reinará sobre los argivos: Euristeo, hijo de
Esténelo Persida, descendiente tuyo. No es indigno
de reinar sobre aquéllos.» Así dijo, y un
agudo dolor penetró el alma del dios, que, irritado
en su corazón, cogió a Ofuscación por los
nítidos cabellos y prestó solemne juramento de
que Ofuscación, tan funesta a todos, jamás volvería
al Olimpo y al cielo estrellado. Y, volteándola
con la mano, la arrojó del cielo. En
seguida llegó Ofuscación a los campos cultivados
por los hombres. Y Zeus gemía por causa
de ella, siempre que contemplaba a su hijo realizando
los penosos trabajos que Euristeo le iba
imponiendo. Por esto, cuando el gran Héctor, el
de tremolante casco, mataba a los argivos junto
a las popas de las naves, yo no podía olvidarme
de Ofuscación, cuyo funesto influjo había experimentado.
Pero ya que falté y Zeus me hizo
perder el juicio, quiero aplacarte y hacerte muchos
regalos, y tú ve al combate y anima a los
demás guerreros. Voy a darte cuanto ayer te
ofreció en tu tienda el divino Ulises. Y si quieres,
aguarda, aunque estés impaciente por
combatir, y mis servidores traerán de la nave
los presentes para que veas si son capaces de
apaciguar tu ánimo los que te brindo.
CONT:
» Andrés Trapiello (1953-
» Quiosco de Música del parque de la Ciudadela (Barcelona)
» Celia en el despacho
» Daira en el despacho
» ¡NO A LA GUERRA! (Exposición Colectiva)
» 1992-05-05 QUIERO OLVIDARLA…
» 1992-04-30 VUELVO LA VISTA ATRÁS...
» POESÍA MÍSTICA Y RELIGIOSA V (PROVERBIOS - ECLESIASTES Y CANTARES DEL REY SALOMÓN
» CLARICE LISPECTOR II