NICOLÁS GUILLÉN
(1902-89)
El son entero (1947)
Poema con niños
A Vicente Martínez
La escena, en un salón familiar. La madre, blanca, y su hijo. Un niño negro, uno chino, uno judío, que están de visita. Todos de doce años más o menos. La madre, sentada, hace labor, mientras a su lado, ellos juegan con unos soldaditos de plomo.
II
Los niños, solos, hablan mientras juegan con sus soldaditos.
EL HIJO.- Estos soldados me los regaló un capitán que vive ahí enfrente. Me los dio el día de mi santo.
EL NEGRO.- Yo nunca he tenido soldaditos como los tuyos. Oye: ¿no te fijas en que todos son iguales?
EL JUDÍO.- ¡Claro! Porque son de plomo. Pero los soldados de verdad...
EL HIJO.- ¿Qué?
EL JUDÍO.- ¡Pues que son distintos! Unos son altos y otros más pequeños. ¿Tú no ves que son hombres?
EL NEGRO.- Sí, señor; los hombres son distintos. Unos son grandes, como este dice, y otros son más chiquitos. Unos negros y otros blancos, y otros amarillos (señalando al chino) como este... Mi maestra dijo en la clase el otro día que los negros son menos que los blancos... ¡A mí me dio una pena!..
EL JUDÍO.- Sí... También un alemán que tiene una botica en la calle de Compostela me dijo que yo era un perro, y que a todos los de mi raza los debían matar. Yo no lo conozco ni nunca le hice nada. Y ni mi mamá ni mi papá tampoco... ¡Tenía más mal carácter!...
EL CHINO.- A mí me dijo también la maestra, que la raza amarilla era menos que la blanca... La blanca es la mejor...
EL HIJO.- Sí, yo lo leí en un libro que tengo: un libro de geografía. Pero dice mi mamá que eso es mentira; que todos los hombres y todos los niños son iguales. Yo no sé cómo va a ser, porque fíjate que ¿no ves?, yo tengo la carne de un color, y tú (se dirige al chino) de otro, y tú (se dirige al negro) de otro, y tú (se dirige al judío) y tú... ¡Pues mira qué cosa! ¡Tú no, tú eres blanco igual que yo!
EL JUDÍO.- Es verdad; pero dicen que como tengo la nariz, así un poco... no sé... un poco larga, pues que soy menos que otras gentes que la tienen más corta. ¡Un lío! Yo me fijo en los hombres y en otros muchachos por ahí, que también tienen la nariz larga, y nadie les dice nada...
EL CHINO.- ¡Porque son cubanos!
EL NEGRO.- (Dirigiéndose al chino.) Sí... Tú también eres cubano, y tienes los ojos prendidos como los chinos...
EL CHINO.- ¡Porque mi padre era chino, animal!
EL NEGRO.- ¡Pues entonces tú no eres cubano! ¡Y no tienes que decirme animal! ¡Vete para Cantón!
EL CHINO.- ¡Y tú, vete para África, negro!
EL HIJO. - ¡No griten, que viene mamá, y luego va a pelear!
EL JUDÍO.- ¿Pero tú no ves que este negro le dijo chino?
EL NEGRO.- ¡Cállate, tú, judío, perro, que tu padre es zapatero y tu familia...!
EL JUDÍO.- Y tu, carbón de piedra, y tú, mono, y tú...
(Todos se enredan a golpes, con gran escándalo. Aparece la madre, corriendo.)
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