LAS HEROIDAS
EPÍSTOLA XIV.
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HIPERMNESTRA Á LINCEO. CONT.
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Y el súbito temor insuperable
Acobarda mi lengua de tal suerte,
Que no puede escribir cosa notable.
¿Cómo pudiera ser mi mano fuerte
Para matar mi esposo y compañía,
Si teme de escribir casos de muerte?
Mas quiérome animar. Ya anochecía,
Y el sol huyendo con su carro y llamas,
Se mostraba la noche y se iba el día.
Guando nosotras las Inaquias damas
En el palacio entramos placenteras
Del gran Pelasgo, indigno de estas tramas.
Recibe el suegro sus dañosas nueras,
Que armadas vienen, fuera de costumbre,
De fieros pechos y de dagas fieras.
Ya en torno de aquel cuarto, muchedumbre
De lámparas doradas relucían,
Supliendo la de Febo con su lumbre.
Ya inciensos por los fuegos se esparcían;
Y por ser este incienso infame y feo,
Los fuegos para el cielo lo escupían.
El vulgo daba voces á Himeneo;
Él huye por no ver tan crudo instante.
Solo acude el infierno á su deseo
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