Acompañada del joven Siddhartha, su hijo, se había
puesto en camino al saber la próxima muerte de Gotama,
vestida sencillamente y a pie. Se había puesto en camino hacia
el río con su hijito, pero el muchacho se cansó pronto, quería
volver a casa, quería descansar, quería comer, lloraba y
pataleaba. Kamala tenía que detenerse con frecuencia, estaba
acostumbrado a imponer su voluntad, tenía que darle de
comer, tenía que consolarle, tenía que reñirle. No comprendía
por qué había de realizar con su madre esta penosa
peregrinación hacia un lugar desconocido, hacia un hombre
extraño, que era santo y que estaba muriendo. Aunque se
muriera, ¿qué le importaba al muchacho?
Los peregrinos no estaban lejos de la barca de Vasudeva
cuando el pequeño Siddhartha obligó a su madre a hacer un
nuevo alto. También Kamala estaba cansada, y mientras el
muchacho trepaba a un banano, se sentó en el suelo, cerró un
poco los ojos y descansó Pero de pronto lanzó un grito
lamentable, el niño la miró horrorizado y vio que estaba
mortalmente pálida y que de entre sus vestidos salía una
culebra negra que la había mordido.
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