POESÍA SOCIAL
MÉXICO
RICARDO CASTILLO
ENTREVISTA
Por ARTURO VALDEZ CASTRO
Cont.
IV
Cuando le mostré a una amiga la única foto que pude tomarle a Ricardo Castillo, cerca de la estación Hackescher Markt (centro de Berlín), comentó: “hasta parece bueno”. El adverbio se desprende de la lectura que meses atrás ella había hecho de El pobrecito señor X. No esperaba que aquellos versos hubieran sido escritos por un personaje de aspecto “común”.
Ricardo Castillo, de quien podría decirse, es una leyenda viva o, incluso, uno de esos poetas etiquetados como “de culto”, no se traga ni se toma en serio tales calificativos. Tampoco eso de que su primer libro refrescó o logró inyectarle vitalidad, sensatez a la lírica mexicana. O que la resucitó. No tiene nada que ver con la supuesta figura del enfant terrible mexicano que quizá representó. Esa etiqueta tampoco le importa. Si fue eso, ya se superó. Ahora más bien luce como un veterano lúcido y tranquilo, poeta maduro (como dijera el autor Víctor Manuel Pazarín), investigador de literatura en la Universidad de Guadalajara, padre de familia y autor experimental que ha viajado por distintos países para presentar sus performances poéticos. Aun así, parece mantener intacta cierto tipo de vena lírica, curtida en los barrios lúdicos de la desesperanza.
–¿Qué es para ti la muerte?
-La próxima estación (risas). Ya muy cerca, cabrón. Bueno, no, no. Espero que no. Quitemos lo de “muy”. Pero, ya por la edad, está cabrón, ¿no?
–¿La derrota?
-La derrota… pues la condición natural del ser humano, por haber nacido (risas). No hay de otra.
–¿Qué piensas de la relación (¿intrínseca?) entre drogas, alcohol y literatura?
-Qué dios nos ampare (risas). Ponle así, eso que dije: “qué dios nos ampare”, y, después, risas (risas).
Ligeramente encorvado por el frío, sus palabras carecen de acento académico o categórico, de esos que suenan como queriendo imponer verdades. Podría decirse que cuando habla, más bien, su tono está permeado por la duda o la timidez.
Quién carajo, pues, se vanagloria de ser héroe, de intentar salvar una humanidad destinada al fracaso, condición inherente a nuestra especie, según dice este poeta. Así que vuelvo a la carga con esta pregunta sencilla, básica: ¿Qué es para ti la felicidad?
“La felicidad es serlo sin darte cuenta. Ser feliz sin estar pensando si lo eres o no. Y eso está hecha como de fragmentos, ¿no? Estar en el escenario, por ejemplo, o ¿por qué no? estar aquí, en Berlín, contigo, platicando. Lo imprevisto. Es decir: cuando las cosas se acomodan solas, que no son como un producto del esfuerzo, sino un regalo de la vida”.
Ricardo me hace evocar la palabra infalible.
castillo
Ricardo Castillo, en una foto de Arturo Valdez
V
Tras su primer éxito, su poemario La oruga acompañó la edición de El pobrecito… que publicó el Fondo de Cultura Económica (FCE) en 1980. En esa etapa, dice, “nace una de mis fuentes que es el rock, la oralidad”.
Ricardo hace ahora otra poesía. Más experimental: lúdica-corporal, vestida de negro, descalza. Poesía para escenarios. Dura. Deconstructiva. Usa sonidos, pantallas, imágenes. Invertebrada. Habrá a quien le guste, habrá quien prefieran otra. Da igual. Su contenido provoca. Disloca. Es volcánico, dicen algunos. Sus ruidos golpean, sus imágenes. El aullido, su aullido estalla en el núcleo del lenguaje cotidiano.
Evolución de libro a performance. Castillo explica que, influenciado por el rock, La oruga se estructuró como un disco de “aquellos de acetato, de cuatro caras”. Intentó una especie de Rock Ópera, con cuatro secciones para cada lado del disco:
“Jamás expliqué esto en un prólogo o en un texto ni lo creí necesario, como me pasó con el señor X. Pero esa fue la intención del libro. En este punto empezó a sonar el fraseo de los poemas. Vinieron las ganas de colocar el poema fuera de la página. De repente encontré, en lo que buscaba, la vocalización, alguna necesidad de sacar el poema del libro. No para desterrarlo, sino para que tuviera esa distinción oral”.
Después de esto, publica Concierto en vivo (1981), el cual, “como su nombre lo indica, ya iba directamente sobre lo oral”. Este libro, cuyo subtítulo reza Más oído que leído, lo encaminó al performance, preparando un trabajo en conjunto con el cantautor tamaulipeco Jaime López (Matamoros, 1954).
“Era un texto que me llevó a tener una serie de presentaciones, me llevó al performance, con Jaime López. Mucho tiempo estuvimos haciéndolo en vivo en el (ex)D.F. El cantaba unas canciones, luego me dejaba un puente y yo intervenía, era un montaje del Concierto en vivo, alternando. Fue la primera vez que me enfrenté a decir los poemas de pie, aunque los decía leyendo. Ahí, Jaime me dio una buena lección, porque le dije que me gustaría decir los poemas de memoria y le pregunté cómo le hacía para aprenderse tantas canciones, porque Jaime sabe cualquier cantidad de canciones y él se la pasaba cantando toda la noche sin repetir una sola canción. Entonces, él me hizo el favor de darme el concepto de la memoria física, que es una memoria que no tienen que ver con la memorización propiamente, sino con la memoria del cuerpo. Eso me llevó a memorizar el texto y a atreverme, ahora sí, a apartar el libro y a decir el poema directamente en su dimensión oral”.
Después de una temporada en la ciudad de México, regresa a Guadalajara, donde conoce al compositor poblano Gerardo Enciso (1962), con quien graba un disco: Es la calle, honda (1992). Al momento de montarlo para su presentación, se realizó más o menos el mismo procedimiento que había empleado con Jaime López, es decir, “canción, puente, texto, etc”.
Ricardo ya decía entonces sus poemas de memoria. Realizó un video interdisciplinario de poesía, música y danza llamado Borrados (1998), “acompañado de una plaquette, Borrar los nombres, en torno a la ‘borrada’, del grupo étnico los Coras, en la Sierra Madre Occidental en Nayarit que, como muchas etnias en México, durante la Semana Santa hacen su propia interpretación de la pasión de Cristo.
”Yo había participado ahí, corría maratón y acompañé a unos a los de la revista Hojarasca a hacer un reportaje ese año. Me les pegué y conocí al doctor de la comunidad. Le pregunté si podía correr y ya después de que me discriminaron un rato, me dieron chance y pude participar. Y ese es el poema con el que ahora empieza la participación del performance que hago: Al doblar la esquina la carrera/ me siento más en los bufones/ que en mi propio cuerpo compañero/corro detrás de sus gritos y sus burlas/ y una fuerza involuntaria te socorre el corazón/ con su acento primitivo.
”Esos bufones son puro malandrín que anda ahí en la celebración haciendo reír a las mujeres, pateando perros, asustando niños. En fin, aquello es una locura. Es un carnaval que vale la pena por lo visual. Estando ahí adentro, de pronto fue un poing, pues eso me permitió hacer el performance con Gerardo. Dije: ‘olvidemos la calle y vamos a hacer el Borrados’. Ese fue el segundo, y pues de ahí viene un libro que se llama Il re lámpago que ya tiene que ver con estos poemas de deconstrucción del lenguaje, a partir de la sonoridad de las lenguas romances, empleando la sonoridad del español y muchas veces apartando el significado y buscando más el sentido. Claro, si tú lo oyes parece que se me ocurre en ese momento, porque no hay una referencia, pero es un poco la intención. Es un poema que busca más el sentido que el significado, es decir, lo que está previo. Es un esfuerzo completamente destinado al fracaso, pero que vale la pena figurar como el nacimiento del lenguaje, las primeras palabras que se dijeron, cuando todavía no se podían entender unos con otros, lo cual, si llegó a ser posible, fue porque el sentido es más importante que el significado. El sentido es el que nos lleva a que las cosas signifiquen, ¿no? Por eso es un libro que tiene que ver más con el sentido que con el significado, como dice el prólogo: es un fraseo como si estuviera inaugurando el significado”.
VI
–En la época en que se publica El pobrecito… están también los Infrarrealistas. Aunque nunca estuviste dentro de ese grupo como tal, hay ciertos ecos, cierta atmósfera, aspectos en los que parecen coincidir, como si fueran contracorrientes paralelas. Ellos, los Infras, fueron grupo, pandilla; tú has sido solitario, tu propio grupo. Aun así, parecen hermanos.
-Para hacer justicia, no tanto a los Infras, pero sí a Mario Santiago (1953-1998), te cuento esto: Mario se va a trabajar a Guadalajara por ahí del 75; era mi compañero en el trabajo, en la mesa de Corrección, en el departamento de Bellas Artes de Jalisco. Él había ido para allá porque fueron a hacer una revista. En realidad, Mario estaba dedicado a la revista, pero también para poder seguir chambeando y ganarse los frijoles le consiguieron un puesto de corrector, y yo trabaja de corrector ahí. Entonces fue un alucine porque, te mencionaba la poesía peruana, pues él me la presentó, y además varios de estos cuestionamientos, de que había que ir directo al poema, usar nuestro lenguaje. A mí Mario me ayudó muchísimo. Realmente, en su momento, yo estaba en la provincia, y él era bastante más vago y más corrido y me puso en contacto con una bibliografía a la que difícilmente yo hubiera podido tener acceso. Además, la misma poesía de Mario, en ese momento, y que le encantaba recitar y era brutal recitando, buenísimo. Entonces sí, sí hay un parentesco.
”Ahora, yo siempre tuve un camino aparte. Mario nunca me invitó a ser Infra, cosa que le agradezco, porque podía ser bastante presión, impresionar. Pero no, él siempre fue muy respetuoso. Fuimos amigos siempre, ya cuando yo me fui a vivir allá (al exD.F.). En ese sentido, para mí el contacto directo con el Infrarrealismo fue Mario Santiago, porque lo tuve cerca. Con el tiempo conocí a gente que él llevaba a la casa, como Pedro Damián, (José) Peguero, el mismo Orlando Guillén, quien no se reconoce como infra, en fin, a muchos que integraban el Infrarrealismo. Pero sí, también sentía que los grupos no eran para mí. Sin embargo, a Mario, al grupo, los respetaba. Muchas veces la poesía infra tenía el problema de que se les identificaba como en bloque y muchas veces no dejaba ver las obras individuales, ¿no? Además, eran bastante beligerantes en su momento. Pero sí, hay algo de Mario Santiago. A (Roberto) Bolaño (1953-2003) nunca lo conocí, por ejemplo, y cuando me voy a México, ya el movimiento infra estaba desintegrado. Duró unos años desintegrado, pero Mario me visitaba en la casa y fue una muy buena amistad, que se dio justo porque se fue a Guadalajara”.
–¿Alguna vez leyeron juntos?
-Nunca leímos juntos. Bueno, en las fiestecillas, ahí, de repente, sí. Nos pasaban la guitarra y luego cada quien decía poemas. Como cuando estaba (Jaime) López, que por cierto no se cayeron muy bien entre ellos (risas). Muy talentosos los dos, y pues también los egos. No se llevaron.
–Orlando Guillén, los Infras, tú, y 40 años después, tu libro sigue vigente, tiene recepción porque, dices, México sigue generando las condiciones para que así sea. ¿Hay entonces alguna diferencia entre hace 40 años y este momento? ¿Cómo ves a México, la situación actual?
-Híjole, lo veo tristísimo. Tristísimo. La verdad es que son cosas que a mi edad se soportan cada vez con menos optimismo. Y no veo por dónde, realmente, porque en México hay una clase política que quiere hacernos creer que es diferente el de chile, de mole y de manteca, o ¿cómo se dice eso de los tamales? (risas). Pero la verdad es que son una bola de rufianes, todos. Están juntos. Y yo no le veo esperanza en el sentido político, o sea, tú, ¿qué te puedes esperar? El que venga, aunque cambie de color o partido, va a ser lo mismo que Fox, Calderón, el de ahora. Son socios. En los periódicos pueden estar disque peleando, pero cenan, comen y se acuestan juntos. Realmente es desesperanzador, y ojalá me equivoque, pero esto es un poco como los músicos del Titanic.
–Y la poesía, en estos tiempos de barbarie, ¿juega algún papel?, ¿puede o podría hacer algo? o ¿ese tamal se cuece aparte?
-Yo creo que hace comunidad, da identidad. Pero resolver los problemas, creo que está muy lejos de hacerlo. El poeta sufre de esa situación. No está para salvar a nadie, tampoco. Sí, yo pienso que, lamentablemente, para los grandes problemas que atraviesa México, no aporta gran cosa, la verdad.
Cont.
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