Álvaro Cubillo de Aragón
Emilio Cotarelo y Mori
Ocupa este dulce y simpático escritor un lugar muy señalado entre los autores dramáticos de segundo orden que prosiguieron las huellas de Lope de Vega y alguna vez manifestaron, aunque en reducida escala, inclinarse a la manera de Calderón de la Barca. Yerran, por consiguiente, los críticos que, suponiéndole muy posterior a la época en que realmente floreció, no ven en sus obras más que simples imitaciones calderonianas. Error bastante común en los modernos historiadores del teatro español que recae sobre diversos poetas del siglo XVII, según hemos tenido ocasión de advertir en trabajos anteriores. De ahí la necesidad de rehacer sobre cimientos seguros la biografía de nuestros autores, siempre tan descuidada entre nosotros y tan propicia, por ende, a las hipótesis fantásticas y gratuitas, que se derrumban luego al menor contraste de los hechos. Cubillo es claro ejemplo de ello, según podrá comprobarse en vista de la exposición de los no muy completos pero fidedignos datos biográficos y bibliográficos que siguen.
Nació Álvaro Cubillo de Aragón, sin el don que generosamente se le otorga, en la insigne ciudad de Granada a fines del siglo XVI. El año no hemos podido aún precisarlo, si bien no desconfiamos de conseguir este importante dato1, que puede fijarse en 1596, como centro de un período que oscilará entre dos o tres años antes o después.
Su familia pertenecía a la clase media y no estaba exenta de recursos, puesto que pudo dar educación literaria al futuro poeta, según él mismo nos informa en una poesía que empieza:
Lector: yo soy un ingenio
de fortuna (Dios delante)...
Hiciéronme conocido,
cuando muchacho, las clases;
cuando joven, las Audiencias;
cuando adulto, los corrales2.
No consta particularmente cuáles fueron sus estudios, enderezados al campo de la Jurisprudencia; pero no llegó a recibirse de abogado, pues su profesión no pasó de la de escribano «de provincia», como entonces se llamaban a los que hoy «de actuaciones».
Por eso dice que fue conocido en las «Audiencias», o sea en los Tribunales de justicia. Probablemente su padre o familia dependerían de la Chancillería granadina.
La primera noticia que tenemos de Cubillo en relación con las letras, y en especial con el teatro, es la censura que en 2 de febrero de 1622 hizo, por encargo del arzobispo de Granada, de la comedia del doctor Mira de Amescua, titulada El Mártir de Madrid. Venía ya la obra autorizada por la aprobación competente de don Tomás Gracián Dantisco, extendida en la Corte en 1619; así es que no tuvo Cubillo más que referirse a la anterior licencia3. Pero el hecho demuestra que era el nuevo censor persona conocida, bien reputada y de seguro ya poeta dramático.
Por este tiempo había contraído matrimonio con doña Inés de la Mar, hija también de Granada, según toda probabilidad4, y en 2 de noviembre del siguiente año de 1623 fue bautizado un hijo de ambos, que quizá sería el primero5, o, a lo menos, es el más antiguo de que hay noticia. A principios de 1625 fue también bautizada la mayor de sus hijas6.
En este último año publicó en Granada, donde seguía residiendo, un poemita titulado Curia leónica, en cuya portada se intitula «Alcaide perpetuo de la Cárcel Real de Calatrava». Este cargo sería honorífico y estaría desempeñado por un sustituto, pues él no consta que haya puesto siquiera los pies en dicha villa.
Dedicólo a don Gaspar de Guzmán, conde de Olivares y primer ministro y favorito de Felipe IV, confesándose agradecido a sus favores y declarando que la Curia eran las primicias de su ingenio. El poema es una alegoría en la que, bajo el disfraz de varios de los animales tenidos por más nobles, encubre las personas del Monarca, sus ministros, las diversas clases sociales, las provincias, etc.; pero refiérese principalmente a la célebre Junta de reformación de costumbres creada por Olivares a poco de subir al trono Felipe IV, y va enumerando las distintas pragmáticas emanadas de aquella Junta en un estilo no muy poético y algo monótono por la sujeción a que le forzaba la metáfora7.
Muchos años después rehizo y amplificó Cubillo este poema, que con el título de Las Cortes del León y el Águila incluyó en el tomo de sus obras que dio a luz en 16548. En esta refundición el León sigue siendo el rey Felipe IV; pero el Elefante, consejero sabio y prudente, ya es el nuevo favorito don Luis Méndez de Haro, y los Leopardos ministros son también otros, así como el asunto lo forman las nuevas disposiciones de buen Gobierno expedidas a mediados del siglo. Pero como eran muy semejantes a las anteriores, pudo conservar la mayor parte de los versos del primitivo poema, añadido con otros tantos, para tratar del segundo matrimonio del Rey con su sobrina doña Mariana de Austria (1649), su entrada en Madrid y fiestas en su recibimiento; de la sublevación de Nápoles, acaudillada por Masaniello; de las guerras de Cataluña y Portugal, de la Paz de Westfalia y otras materias coetáneas de la nueva publicación del poema.
En Granada continuó haciendo vida obscura y modesta, aunque no tanto que su fama de poeta dramático de mérito no llegase a la Corte, donde se representaron muchas de sus primeras comedias, puesto que el doctor Juan Pérez de Montalbán, que publicó en 1632 su Para todos, al hacer «Memoria de los autores que escriben comedias en Castilla», decía: "«Alvaro Cubillo, bizarro poeta, hace excelentes comedias, como lo fueron en esta corte y en toda España las dos de Mudarra»"9.
Alude, como se adivina, a la primera y segunda parte de la comedia El Rayo de Andalucía, que muchos años después estampó en su tomo titulado El Enano de las Musas, pero que acaso se hubiesen ya impreso antes. Tampoco sabemos cuáles serían las otras piezas a que alude Montalbán, pues las seis u ocho de fecha conocida son todas algo posteriores a 163210. Escribía a la par versos líricos, que se incorporaban en alguna antología publicada por entonces11.
Con fundamento poco sólido se ha creído que por los años de 1635 abandonó Cubillo su patria estableciéndose en Sevilla, donde habría compuesto varios autos sacramentales en las fiestas del Corpus de aquel año12. Pero lo cierto es que a fines de 1636 se hallaba en su ciudad natal ejerciendo el oficio o profesión de escribano, que fue la suya el resto de sus días13. Y en Granada firmó, a 31 de abril del siguiente año, el auto sacramental El Mayor desempeño que, autógrafo casi todo él, poseyeron don Vicente y don Pedro Salvá largos años14.
Pero al mediar el de 1637 ya le hallamos en Sevilla, según resulta de dos testimonios diversos. Uno es el acuerdo de la Comisión de los autos del Corpus de aquella ciudad en que manda pagar a Álvaro Cubillo cien reales, sin duda por algún auto sacramental que hubiese escrito para representar en aquel año15. Y es otro cierto curioso pasaje de la novela El Diablo cojuelo, de Luis Vélez de Guevara, cuando éste lleva a su héroe a la ciudad del Betis y le hace presenciar una famosa academia poética que en la calle de las Armas sustentaba el Conde de la Torre, de la familia ilustre de los Riberas. Presidíala a la sazón Antonio Ortiz Melgarejo, poeta sevillano y (prosigue diciendo Luis Vélez) "«era secretario Alvaro de Cubillo, ingenio granadino que había venido a Sevilla a algunos negocios de su importancia; excelente cómico16 y gran versificador, con aquel fuego andaluz que todos los que nacen en aquel clima tienen»"17.
Terminados los asuntos a que alude Vélez, hubo de regresar Cubillo a Granada, donde en marzo de 1638 le nació otro de sus hijos18 y consta hallarse él mismo empadronado con su ya numerosa familia19. En Granada se hallaba aún en la Pascua y acaso en la fiesta del Corpus de 1640, pues allí compuso y se representó su auto sacramental titulado El Hereje. Diole motivo para componerlo el hecho escandaloso de que un desconocido pusiese, la noche del Jueves Santo, en las puertas del Cabildo granadino, un pasquín ofensivo a la inmaculada pureza de la Virgen. Hiciéronse grandes funciones de desagravio, en las cuales la compañía de Antonio de Prado representó un auto sacramental de don Pedro Calderón, titulado La Hidalga y el ya citado de Álvaro Cubillo que escribió en solos tres días de plazo20.
Pero al año siguiente de 1641 ya le hallamos establecido en Madrid, donde suscribió su célebre comedia El Bastardo de Castilla, que luego cambió su título por el de El Conde de Saldaña, primera parte21. Como el oficio de escribano era entonces vendible, habría comprado uno Cubillo, y para ejercerlo se vino a Madrid, inscribiéndose como tal en la Sala de Alcaldes de Casa y Corte. Y por entonces o poco después fue nombrado también escribano del Ayuntamiento de esta Villa, cargo que conservó hasta el fin de su vida y en el que le vemos extender gran número de certificaciones22, alternando con el culto de las Musas cómica y lírica.
En los años sucesivos tuvo mayores aumentos su ya dilatada prole23, ocasionando graves apuros monetarios al pobre escribano de provincia, que ni con el oficio24 ni con las comedias lograba subvenir a las más perentorias necesidades. Y entonces recurrió, como otros muchos ingenios de su tiempo, no favorecidos por la suerte, a la mendicidad poética.
Habíase casado por segunda vez Felipe IV y gustaba que los poetas cortesanos ensalzasen la belleza de su joven esposa y sobrina, recompensando con generosa mano estos elogios. Sabíalo Cubillo; y como a la venida de la Reina siguieran algunos prósperos sucesos en las múltiples guerras que sosteníamos, escribió, un «Soneto a la augustísima doña Mariana de Austria, reina de España, nuestra señora, y a su feliz estrella». El resumen y substancia es que,
Esclava de sus ojos la Fortuna,
desde su entrada hay tanta diferencia
que el orgullo francés perdió su vuelo.
Porque, águila imperial, como ninguna
de los astros se bebe la influencia,
que es su estrella mayor que todo el cielo25.
Diole en su propia mano al Monarca el soneto cuando la Real Familia iba a rezar la Salve a la iglesia de Atocha. Recibiólo el Rey; pero como se olvidase del premio o el encargado de dárselo lo descuidase, envióle Cubillo un romance de recuerdo, en que le decía:
En la carrera de Atocha
os di el sábado en la tarde,
un epigrama o soneto
de catorce pies constantes.
La Reina, nuestra señora,
fue del poema asunto grave
a lo feliz de su estrella.
Corrió por la posta el parte... etc..
Jugando luego del vocablo, al decir que los catorce pies del soneto iban descalzos, acaba el triste Cubillo con esta lamentación dolorosa:
Calzadle, Señor, que en él
calzáis diez hijos cabales,
que dirán: «Ya nos calzó
Su Majestad; Dios le guarde».
Diez hijos y mujer y cuñada tenía entonces el mísero poeta26.
Atendióle el Rey, enviándole, por su escribano de Cámara don Tomás de Labaña 15 doblas de oro. El reconocimiento de Cubillo no se hizo aguardar, y envió otra poesía al intermediario, en la que, haciendo constar que el Rey había tomado con su propia mano el soneto y agradecido,
atento a su decoro
volvió a la mía su respuesta en oro,
añade
Por catorce renglones
me dio Su Majestad quince doblones.
¿Qué más hiciera un lince
que brujulear catorce y ganar quince?27
Y en la efusión de su gratitud añade:
Sólo siento al compás de mi ventura
el no tener de Cáncer la frescura,
lo leve, lo gracioso y siempre amable
para poderos ser más agradable;
de Calderón, lo heroico y sentencioso;
de Moreto, lo cómico y jocoso;
de Martínez, lo lírico y suave;
de Zabaleta, lo prudente y grave;
de don Juan Vélez, otra vez lo fresco,
y de Villaviciosa, lo burlesco28.
Estos eran, a la sazón, con don Antonio de Solís, los poetas dramáticos más aceptos en la Corte del cuarto Felipe.
A don Juan Alonso Enríquez de Cabrera, almirante de Castilla, dirigió una poesía descriptiva de una fiesta de toros en que había entrado el Almirante, de quien fue socorrido; y poco después el manuscrito del poemita que ya hemos mencionado, diciéndole:
El poema de Las Cortes
del León y Águila tengo
a vuestra gracia ofrecido,
dedicado al nombre vuestro.
Ya me acusa la tardanza
la licencia del Consejo;
ya me da priesa la estampa,
voces me dan los libreros.
Es probable, por consiguiente, que se hubiese impreso suelto antes de 1654, con la dedicatoria que no lleva en el tomo de El Enano. Tuvo que repetir la petición de recompensa, pues declara:
El poema os remití
a Medina de Rioseco:
de lo seco nada os pido,
lo Medina aún es más fresco.
Y con no poca frescura, refiriéndose a las consabidas voces que le daban los libreros, agrega:
Pero mucho más que todos
mi raído ferreruelo;
que, como fue de cien filos,
se queja por bocas ciento.
Yo, señor, estoy tan roto
que ya no cabe un remiendo
en mi abstinente vestido
si no se lo aplico en verso.
Pido como un descosido;
y a tan gran señor me atrevo,
porque sólo el que es tan grande
lo roto sabe hacer nuevo.
Mi mujer me pide el manto;
la casa me pide el tercio;
esto y aquello me aflige:
remediad esto y aquello29.
Hizolo así el Almirante, quien, años después, volvió a utilizar la pluma de Cubillo en otra ocasión solemne, según veremos luego.
Hallábase entonces Felipe IV sin sucesión varonil, que era el deseo de los españoles, más aún que del propio Rey; y al anunciarse el primer embarazo de la nueva Reina, tomó pretexto Cubillo para dirigir un romance «al Príncipe sin nacer», pues con no poco donaire da por seguro que ha de ser varón lo que nazca, que se llamará Carlos o Felipe y hasta que habrá de heredar el Imperio.
Y en otro romance escrito en nombre del presunto heredero, y suponiendo ser éste quien habla, se dirige al Rey, glosando el anterior y pidiéndole dé al poeta profeta las albricias.
Pero vino el momento del parto y en lugar del Príncipe esperado, nació la infanta doña Margarita, el miércoles, 12de julio de 1651, que fue Emperatriz de Alemania. Entonces el vate compone unas quintillas «Contra sí mismo, por haber escrito al Príncipe sin nacer». Declara que no es profeta ni haca; pero que otros se equivocaron también, hasta el Ayuntamiento madrileño, pues la noticia corriera en aquel sentido.
La Villa, luego que oyó
que había Príncipe en Castilla,
prevenida, gracias dio:
si la comadre mintió,
¿qué culpa tiene la Villa?30
Al fin se consuela con que, si ahora una Infanta, bien sabrá doña Mariana dar otro día un Príncipe, y luego, en un romance, celebró la «salida a misa de parida de la Reina» en la capilla de Palacio, yendo ella muy bizarra, con lujoso vestido blanco. Dijo la misa el Nuncio y cantó y tocó la música regia. Es de suponer que Felipe IV no dejase sin recompensa los buenos deseos del poeta31.
Después del Rey llegó el turno al primer Ministro y favorito o a su hijo, que es igual, a quien enderezó un romance con título de «Epitalamio a las felices bodas del señor Marqués de Liche y mi señora doña Antonia de la Cerda».
Don Gaspar Méndez de Haro era el primogénito de don Luis, y se había capitulado ya en marzo de 1649 con doña Antonia de la Cerda, hija mayor de don Juan Luis, séptimo Duque de Medinaceli, celebrándose el casamiento unos dos años más tarde32. Y como el novio se olvidó de remunerar al poeta, aprovechó éste la ocasión de recordárselo en otro romance escrito al Marqués por unas fiestas que hizo a Nuestra Señora de Madrid diciéndole:
Pero advierta su excelencia
que, de camino, le advierto
me debe un Epitalamio
que escribí en su casamiento.
Tales eran las singulares costumbres de aquel tiempo, en que ni el desmemoriado magnate se mostraba ofendido ni el poeta quejoso por el desaire, pues todo lo mitigaban las agudezas y las galas del ingenio. Y además de las poesías reseñadas compuso varios sonetos en loor del Rey y de don Luis de Haro; un Elogio de don Juan de Austria, hijo de Felipe IV, que abarca 45 octavas reales y otras de esta clase.
También cultivó por entonces la poesía devota. Dos composiciones suyas a la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora se incluyeron en el tomo comprensivo de otras muchas que dispuso don Luis de Paracuellos33, con alabanzas de su autor. En uno de ellos dice: "«Soneto de Alvaro Cubillo de Aragón, cuya pluma ilustra nuestra España con primores; alcanza su vuelo el más alto concepto, siendo honor de estas edades su vivo pensar. Escribiólo sólo por su devoción»"34. En el otro: "«Glosa de Alvaro Cubillo de Aragón y excusado estaba decir el autor cuando lo grande de los versos lo publica. Escribió sólo por su devoción»"35.
Con estos y otros componentes, en especial diez de sus comedias, dos de ellas nunca representadas, formó el tomo a que su modestia dio el extraño título de El Enano de las Musas y que, si bien no salió a luz hasta 1654, estaba ya preparado mucho antes36. En 17 de julio de 1652 se firma en Madrid, por don Rodrigo de Mandia y Parga la licencia para la impresión del libro, ya examinado por encargó del Ordinario; y como Cubillo no era rico vendió su obra al librero Juan de Valdés, a cuyo nombre se extendió el privilegio para imprimirla y reimprimirla por término de diez años. Pero el libro no se dio al público hasta bien entrado ya el año 1654 y tuvo Cubillo ocasión de incluir en él algunas poesías que había escrito mientras se imprimía el tomo.
Fue una de ellas cierto curioso romance a las bodas del Marqués de Zahara, hijo primogénito del cuarto Duque de Arcos, don Rodrigo Ponce de León, con doña Juana de Toledo, hija del séptimo duque de Alba don Antonio Álvarez de Toledo. En este romance indica el autor haber compuesto una obra genealógica, de que no tenemos la menor noticia, si no es que la alusión vaya por otro camino.
Señor: yo, que siempre he sido
de vuestro glorioso padre,
de vuestra casa gloriosa,
de vuestro excelso linaje
ronca voz al vago viento,
pincel tosco al lienzo frágil,
aquella sin dulces ecos
y éste sin gala y sin arte;
yo, que con afectos vivos,
por rumbos inexcusables
penetré de siglo en siglo
vuestros antiguos anales,
el último llegó a veros;
y si turbado llegare,
la grandeza y el respeto
me disculpen lo cobarde37.
Añade que no osó presentarse antes, porque vio los umbrales del palacio del Marqués llenos de poetas en carnes y juzgó que intentaban matar a puros consonantes en sus poesías, «armadas de punta en hambre», al joven desposado38.
Las comedias incluidas en este volumen fueron: La Honestidad defendida de Elisa Dido, reina y fundadora de Cartago, nueva, nunca vista ni representada; Los Triunfos de San Miguel, nueva, nunca vista ni representada; El Rayo de Andalucía, 1.ª y 2.ª parte, representólas Olmedo; Los Desagravios de Cristo, representóla Olmedo; El Invisible Príncipe del Baúl, representóla Rosa; Las Muñecas de Marcela, representóla Tomás Fernández; El Señor de Noches buenas, representóla Bartolomé Romero y Roque de Figueroa; El Amor como ha de ser, representóla Adrián; La Tragedia del Duque de Berganza, representóla Bartolomé Romero.
Al principio del tomo hay un romance biográfico que dice así:
Lector : yo soy un ingenio
de fortuna (Dios delante...)
Hiciéronme conocido,
cuando muchacho, las clases;
cuando joven, las audiencias
cuando adulto, los corrales.
Y para ser desgraciado
en aquestas tres edades,
la mayor maña que tuve
fue buscar los consonantes.
Hice versos... ¡Dios nos libre!
Hice coplas... ¡Dios nos guarde!
que de cien comedias, ¿quién,
si no Dios podrá guardarme?
Ciento corrieron fortuna
en España, a todo trance,
donde la mosquetería
es milicia formidable.
Perdonóme muchas veces,
en medio de los embates
de Lopes y Calderones,
de Vélez y Villaizanes;
que no hay bala despedida
del salitre, que se iguale
a las censuras de aquellos
que hilan el mismo estambre.
De estas cien comedias sólo una tercera parte han sobrevivido al destructor efecto del tiempo. Pérdida grande que se repite en otros muchos dramáticos españoles de aquella era. Y no debe de haber exageración en la cifra, porque el mismo Cubillo la repite en la dedicatoria del Enano a don Sebastián López Hierro:
"«Avivó y puso espuelas a este intento mío (el de manifestarle su gratitud) el haber escrito y sacado a las tablas más de cien comedias y ver algunas impresas sin orden mía y llenas de errores. Y así escogí estas diez y entre ellas la del Señor de Noches buenas que, por yerro se imprimió en nombre de don Antonio de Mendoza; por cuya reputación, más que por la mía, quise deshacer aquel yerro, pues a hombre tan grande y que tan excelentes cosas hizo no era justo atribuirle disparates míos»"39.
Desde el tiempo a que hemos llegado ya no consta que escribiese comedias, aunque sí obras líricas en diversos certámenes, como el que en Madrid se celebró en 1656 para festejar la dedicación de la iglesia de Santo Tomás de Aquino, que se había quemado poco antes y que otra vez se quemó en 1877. Ocupaba próximamente el lugar que hoy la de Santa Cruz40.
Concurrió también a la justa poética celebrada por la Universidad de Alcalá en 6 de febrero de 1658 para solemnizar el nacimiento del príncipe Felipe Próspero, escribiendo un soneto y una glosa, que obtuvieron premio41. Cuando al año siguiente vino a Madrid el Duque de Grammont como embajador extraordinario de Francia para concertar la paz de los Pirineos y casamiento de la infanta María Teresa, hija de Felipe IV, con Luis XIV, fue Cubillo encargado de escribir la relación de su entrada y fiestas que se le hicieron42. Descolló entre ellas un famoso banquete a estilo persa con que el Almirante de Castilla obsequió al Duque, y también Cubillo escribió la relación del convite.
Celebróse en la casa del Almirante, el domingo siguiente al día de la entrada, o sea el 19. Asistieron todos los del séquito de Grammont y los españoles Príncipe de Astillano, Duque de Fernandina, Conde de Monterrey, Marqués de Villanueva del Río, que era primogénito del Duque de Alba; el Conde de Luna; Duque de Abrantes; Marqueses de Leganés, Almazán, Salinas, Tábara, Penalba, Cerralbo; Conde de Puertollano y otros; en junto fueron unos 80 los que asistieron a la mesa.
Sirviéronse 800 platos; 500 de carne y 300 de principios y postres. "«No quedó caza mayor ni menor en los sotos, ni pájaro en los aires que no se redujese a la opulenta mesa»". Se ampliaron las cocinas, atajando una calle para dar lugar a las maniobras de los cocineros. "«Aranjuez y la Vera, tributaron sus frutas; Granada, Valencia y sus costas, dulces; San Martín, Cebreros, Esquivias, Lucena y La Puebla, generosos vinos y excelentes limonadas, a quienes dio título de preciosas, oro molido y potable»". Esto sería lo que tendría de persa el banquete.
"«Fueron pespunte y guarnición de tan solemne fiesta acordes y sonoras músicas que en diferentes coros gorjeaban... Las aceitunas, una comedia que representó la compañía de Vallejo, aumentada con la persona de María de Quiñones y la de Antonia Infanta, y otras damas que ocuparon las plazas vacías»". El Almirante regaló al Duque los dos mejores corceles de sus caballerizas43.
Perdió por entonces Cubillo uno de sus hijos, fallecido en el mes de septiembre de 165944. Todavía, al siguiente año, tuvo ánimos para entrar en el certamen convocado para festejar la traslación de la imagen de la Soledad a su nueva capilla en el convento de la Victoria de Madrid, en 19 de septiembre de 1660.
Presentó una glosa y un soneto y obtuvo premio, según el vejamen satírico que hizo don Francisco de Avellaneda, y dice:
«Alvaro Cubillo, ingenio de alquitrán, por ser de Granada y por el fuego de sus obras, pues han dado tanta lumbre que corren por muy validas en la región del aire; porque en alas de cohetes han penetrado esas esferas azules. Sitiado de los carneritas de las glosas, pide socorro al polvorista de la calle de aquestos caballeros, pues siempre fue la de los Majaderitos. Urbán le socorrió por carretilla disparando por mecha aquesta redondilla:
Glosistas, en quien ya es
ociosa la zancadilla,
castigue la carretilla
a poetas buscapiés».
Este Certamen de la Soledad, que no se imprimió hasta 1664, contiene el soneto y la glosa45.
La última obra suya que conocemos son unas octavas reales escritas para el certamen convocado en la ciudad de Jaén, en octubre de 1660, con motivo de inaugurar su nueva catedral46.
Falleció Cubillo poco después, según expresa la siguiente partida que halló nuestra diligencia y fija el suceso de un modo indudable:
«Alvaro Cubillo, casado con doña Inés Ponce de la Mar, calle de los Ministriles, casas del doctor Tamayo, murió en 21 de octubre de 1661 años. Recibió los Santos Sacramentos. Dejó entierro y funeral a voluntad de sus testamentarios, que son la dicha su mujer y Gregorio Pérez, Campillo de Manuela, casas propias, ante Esteban López, en 20 de octubre de 1661 años. Dio de fábrica 4 ducados».
(Archivo parroquial de San Sebastián. Libro 11 de Difuntos, fol. 307.)
No existe retrato de Cubillo; sin embargo consta que lo hubo, pues en la página 97 del Enano hay un soneto «Del autor a un retrato suyo», que dice:
Agradece al pincel ¡oh, sombra vana!
tanto esplendor que a breve lienzo fía
exento a la cobarde valentía
de aquel que huyendo mi verdor profana.
Hoy me parezco a ti, mas no mañana.
¡Dichoso tú, que naces cada día
y el tiempo no podrá con su porfía
poner en ti una arruga ni una cana!
¡Dichoso tú, que el curso fugitivo
de su voraz carrera despreciando,
siglos apuestas a vivir no vivo!
¡Y sin ventura yo, que siempre dando
cada paso a la muerte, sucesivo,
sé que no vivo, y muero no sé cuándo!
Tal fue la vida sencilla y casi vulgar de este poeta a quien la escena española debió algunas de sus glorias, si bien hoy, como vamos a ver, sólo podamos juzgar por los residuos de su obra total y completa.
Emilio Cotarelo.
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