ELVIO ROMERO
RESOLES ÁRIDOS
IV
YA SE LOS VE LLEGAR
(COMUNERO)
Ya se los ve llegar,
hijos de un sol gallardo,
sembraduras vivientes
de horizontes quemados,
serenos, resarcidos
de un rincón solitario,
pasando serranías,
capueras y veranos.
Ya se los ve llegar,
madera y humo y pólvora en los ojos,
con un ascua de nubes en la frente,
la mano atenazada sobre herramientas firmes,
la mirada tranquila,
el puño embravecido.
Salen
del arrebol caído en los barrancos,
del hervidero de los quebrachales,
de la música arisca que baila en las guitarras,
de los pueblos desiertos del cedro y los palmares.
Salen
de las tardes de fuego y de silencio,
vadeando ríos, pisoteando esteros,
enguantado de aurora el puño seco,
el arma punitiva,
el índice altanero.
Ya se los ve llegar,
madera y humo, pólvora en los ojos,
trayendo la ventura de la viña y del cántaro,
la sal de la justicia convertida en la piedra de salvación de todos.
Ya se los ve llegar,
un talismán de anhelo sobre el rostro,
la piel hecha de tiras de corteza y de vértigo,
disponiéndose a ser lo que nunca han podido con ls sombra en los hombros.
Ya se los ve llegar,
con un temblor de vientos arenosos,
legión de plumas verdes de un tiempo arrebatado,
la acusación en los labios como ceniza torva del arrojo.
Ya se los ve llegar,
juramentados ante un fuego absorto,
en la región de todas las rutas imprevistas
y en esa Cruz del Sur que ha rayado la noche con pronósticos.
Ya se los ve llegar,
honda la estrofa del cantor fogoso,
signados por el alba que les alumbra el paso,
manos de mil relumbres reverenciando un tiempo de amaneceres rojos.
Traen consigo
su caballo y sus prendas,
la nube evaporada de amor en los ojos,
un cauteloso canto de jaguares jadeantes,
pieles de cacerías de jornadas nocturnas,
un idioma con ecos de antiguas lunaciones.
Tren consigo
la tierra de sus muertos, las esteras
que los pudo cubrir en la intemperie,
el alivio y el agua de su cántaro,
el magro pan de su mantenimiento.
Ya se los ve llegar
con el grito en los labios ,
fieles madrugadores,
torsos acalorados
despertando en la noche
su sueño esperanzado,
final de travesía,
paradero y descanso.
Ya se los ve llegar,
con un temblor de vientos arenosos,
legión de plumas verdes de un tiempo arrebatado,
la acusación en los labios como ceniza torva del arrojo.
Ya se los ve llegar,
juramentados ante un fuego absorto,
en la región de todas las rutas imprevistas
y en esa Cruz del Surque ha rayado la noche con pronósticos.
Ya se los ve llegar,
honda la estrofa del cantor fogoso,
signados por el alba que les alumbra al paso,
manos de mil relumbres reverenciando un tiempo
- - - - - / de amaneceres rojos.
Traen consigo
su caballo y sus prendas,
ls nube evaporada de amor en los ojos,
un cauteloso manto de jaguares jadeantes,
pieles de cacerías de jornadas nocturnas,
un idioma con ecos de antiguas lunaciones.
Traen consigo
la tierra de sus muertos, las esteras
que los pudo cubrir en la intemperie,
el alivio y el agua de su cántaro,
el magro pan de su mantenimiento.
Ya se los ve llegar
con el grito en los labios,
fieles madrugadores,
torsos acalorados,
despertando en la noche
su sueños esperanzado,
final de travesía,
paradero y descanso.
Vienen
a despejar el cielo de tormentas
a zafarse de un capo de humillación perenne.
Vienen así, callados,
a borrar la ignominia y el insulto,
a cortarle la mano al codicioso de mirada infamante,
a limpiarle las alas al pájaro yacente sobre trampa alevosa.
Porfiados y atentos, sonrientes,
al ser adelantados de un tiempo justiciero,
llegan retando a toda sombra, al cautiverio,
a la amenaza, a la calamidad, al pan menesteroso
(contando días aciagos como se cuentan granos
de maíz en la tarde,)
al odio, a la crueldad, a la discordia,
en reto a una posible resignación oscura.
Nunca desesperaron
de terminar su hazaña, de fecundar su tierra.
Ya se los ve llegar,
comuneros alzados,
los de piel de hojarasca,
los por siempre vejados,
los de manos gastadas
como rejas de arados,
los bravos macheteros
del monte y de los campos.
Hacia los ríos parten,
hacia ofrecerles redes
al indio pescador color de arcilla,
hacia los bosques,
- - - - - - - - - - hacia las picadas
de llantén forestal,
- - - - - - - - - - hacia los puertos
de caliente alzaprima,
- - - - - - - - - - hacia la piel broncínea
del duro cargador, de los embarcadizos,
- - - - - - - - - - hacia enlazar caballos
y levantar banderas de guerra y montonera.
No de otro mundo resonarán los pasos
sino así,
en una vasta noche de luceros quemados;
no de otro modo las gargantas desnudas
cantarán,
sino así, en una orilla de bosque con celadas;
no de otro modo se alzarán estas manos
desolladas, sino así,
bajo los astros,
con una brasa ardiente de sol entre los cerros.
No de otro modo resonarán sus pasos.
No de otro modo,
sino en temblor de arroyo fresco en la madrugada,
cuando se vuelva el bosque hacia las hohas tristes
y examine su pánico y su noche;
consiga apoyatura, confirmación y soplo la semilla
que fructifique el paso del Justo en su venida.
No de otro modo cantarán los varones,
sino así,
en un estuario abierto a libres temporales
y temerarios sean los manaderos del alba en esas horas,
se agrieten las columnas de una Casa de Leyes preservadora
del robo y la ignominia,
y se escriban los nombres de los héroes
- - - - - / que avanzan en la Estrella
y ya no resten pronto humillación y pasta
y se trajinen rutas de redención y recompensa.
Ya se los ve llegar,
los pies de esponja seca,
la voz pastosas y ronca,
suelta como humareda,
los enérgicos brazos
de tallada madera,
avizorando un tiempo
tembloroso de sombras.
Aquí el invicto y el rebelde avanzan
sobre las tierras cálidas.
Hacia la quemazón de las riberas,
los ríos desembocan la mirada.
Aquí, por los caminos,
intercambian las piedras su secreto
de hoguera retenida en las entrañas.
Y el verano se ensancha.
Su enloquecido viento montañero
el cielo airado de repente arranca.
Aquí, sobre estos valles,
su esmeralda sacude el pastoreo
con rumores de gente y de pisada.
Los macheteros cantan.
¡Aquí el invicto y el rebelde avanzan
sobre las tierras cálidas.
¡Ya se los ve llegar,
comuneros cantando,
las manos enlazadas,
los ojos titilando,
trillando los senderos,
inundando barrancos
como una correntada
de ríos sublevados!
¡Cuánto habrá de mirarse en estas tierras de sol
- - - - - / y sufrimiento,
de estero evaporado donde crecen las hierbas maltratadas;
cuánto de esas semillas resurrectas halando las espigas;
de torrenciales lluvias vaciando su cántaro en las aguas;
cuánto de esas fronteras encendidas de rosa y plantaciones,
cuánto de ese murmullo de protesta prendiéndose en
- - - - - / las ramas!
Porque veremos cosas milagrosas
grandes e inesperadas
Estarán nuestros ojos con el sueño tranquilo retoñando,
sabiendo que intercambian los bosques sus aves y esmeraldas,
que la querencia cumple obligaciones de acogida y reposo,
que en la herrería el fuego restallante consume las espadas,
que las banderas como caballadas al viento se sacuden,
que el varón achacoso el pecho altivo de repente levanta.
Porque veremos cosas milagrosas,
grandes e inesperadas.
Y tendremos sucesos que contar a la tarde, a la sombra
de comandantes claros que entregaron su vida a esta jornada,
de varones que nunca reclamaron ni piedad ni clemencia
en tiempos de morir, en este tiempo de empeño y hazaña;
cosas de ver y de contar de pronto como asunto de pueblo.
Cosas de celebrar en ese instante del fin de la batalla,
cuando ya no se tenga esa sequía amarga
- - - - - / calcinando las tierras
y en el silencio inmenso el fiel del rumbo
- - - - - / ofrezca llamaradas.
Porque veremos cosas milagrosas,
grandes e inesperadas.
Aquí terminamos con RESOLES ARIDOS
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