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Sylvia Plath (Boston, 27 de octubre de 1932 – Primrose Hill, Londres, 11 de febrero de 1963) fue una escritora estadounidense especialmente conocida como poetisa, aunque también es autora de obras en prosa, como una novela semi-autobiográfica, "La campana de cristal" (bajo el pseudónimo de Victoria Lucas), y relatos y ensayos.
Junto con Anne Sexton, Plath es reconocida como uno de los principales cultivadoras del género de la poesía confesional iniciado por Robert Lowell y W. D. Snodgrass.
Estuvo casada con el escritor Ted Hughes, quien tras su muerte se encargó de la edición de su poesía completa.
Biografía
Nacida en el barrio de Jamaica Plain de Boston, Plath mostró gran talento a una edad temprana, al publicar su primer poema con 8 años. Su padre, Otto, que era profesor de universidad y una autoridad en el campo del estudio de la entomología, murió en esa época, el 5 de octubre de 1940. Ella intentó seguir publicando poemas y cuentos en revistas estadounidenses y consiguió cierto éxito.
En su primer año en la universidad de "Smith College", Plath realizó el primero de sus intentos de suicidio. Esto lo detalló más tarde en su novela semi-autobiográfica "La campana de cristal" (The Bell Jar). Fue tratada en una institución psiquiátrica (Hospital McLean) y pareció recuperarse aceptablemente, tras lo que se graduó con honores, en 1955.
Plath obtuvo una beca Fulbright (que permite estudiar o colaborar en universidades extranjeras), por lo que fue a la Universidad de Cambridge, donde continuó escribiendo poesía y ocasionalmente publicaba su trabajo en el periódico universitario "Varsity". Fue en Cambridge donde conoció al poeta inglés Ted Hughes. Se casaron el 16 de junio de 1956.
Plath y Hughes vivieron y trabajaron en Estados Unidos desde julio de 1957 hasta octubre de 1959, periodo durante el cual Plath daba clases en "Smith College". Posteriormente se mudaron a Boston, donde Plath asistió a seminarios con Robert Lowell. Este curso tuvo una gran influencia en sus obras. También participaba en los seminarios Anne Sexton. Fue en este periodo cuando Plath y Hughes conocieron, por primera vez, a W. S. Merwin, quien admiraba su trabajo y llegó a ser un gran amigo. Al enterarse de que Plath estaba embarazada, volvieron al Reino Unido.
Vivió junto con Hughes en Londres durante un tiempo, y después se asentaron en North Tawton, un pequeño pueblo en Devon. Publicó su primera recopilación de poesía, "El coloso" (The Colossus) en Inglaterra en 1960. En febrero de 1961 tuvo un aborto. Algunos de sus poemas hacen referencia a este hecho. Tuvieron problemas con su matrimonio y se separaron menos de dos años después del nacimiento de su primer hijo. Su separación se debió sobre todo a la aventura amorosa que Hughes tenía con la poetisa Assia Wevill, pero hay quienes especulan que Olwyn Hughes, hermana del poeta, interfirió de manera decisiva en su relación.
Plath retornó a Londres con sus hijos, Frieda y Nicholas. Alquiló un piso donde había vivido W. B. Yeats; esto le encantaba a Plath y lo consideró un buen presagio cuando comenzaba el proceso de su separación. El invierno de 1962/63fue muy duro. El 11 de febrero de 1963, enferma y con poco dinero, Plath se suicidó asfixiándose con gas. Está enterrada en el cementerio de Heptonstall, West Yorkshire.
Aunque durante mucho tiempo se consideró que sus repetidas depresiones e intentos de suicidio se debieron a la muerte de su padre cuando ella contaba nueve años, pérdida que nunca logró superar, hoy se sabe con certeza que padecía trastorno bipolar, enfermedad mental que en la actualidad tiene adecuado tratamiento.
Su hijo Nicholas Hughes Plath fue un hombre solitario; se refugió en la privacidad de Alaska como profesor en la Universidad de Alaska Fairbanks. Maníaco depresivo y solitario, nunca se casó ni tuvo hijos, y el 16 de marzo de 2009 se suicidó en Alaska.
Obras
Su viudo, Hughes, se convirtió en el editor del legado personal y literario de Plath. Supervisó y editó la publicación de sus manuscritos. También destruyó el último volumen del diario de Plath, que trataba del tiempo que pasaron juntos. En 1982, Plath fue la primera poeta en ganar un premio Pulitzer póstumo (por "Poemas completos" -"The Collected Poems")
Muchos críticos, sobre todo del ámbito feminista, han acusado a Hughes de intentar controlar las publicaciones para su propio beneficio. Por su parte, Hughes lo ha negado enérgicamente, aunque llegó a un acuerdo con la madre de Plath, Aurelia, cuando ésta intentó evitar la publicación de las obras más controvertidas de su hija en Estados Unidos, lo cual para muchos fue muy egoísta por parte de Hughes. En su última recopilación, "Cartas de cumpleaños" (Birthday Letters), Hughes rompió su silencio acerca de Plath. En esta obra es extremadamente franco, aunque no pide disculpas. El diseño de la tapa del libro fue hecho por Frieda.
Los primeros poemas de Plath fueron recopilados en su primer libro, "El coloso" (The Colossus); aunque bien recibido por la crítica, ha sido a menudo descrito como convencional y carente del drama de sus obras posteriores. Ha habido mucho debate sobre cuánto se vio Sylvia Plath influenciada por el trabajo de Hughes. La propia poetisa admite, en sus diarios de vida, sus propios intentos por explorar la animalidad y salvajismo que distinguen la obra de Hughes. De hecho, el poema "Panther" fue escrito poco tiempo después de conocer a Hughes, y está dedicado a él. Muchísimos artículos, ensayos y libros han surgido acerca de este tema. De todos modos está claro, por sus diarios y cartas, que admiraba mucho el talento de Hughes y le mostró respeto incluso tras su divorcio.
A pesar de esto sus obras son genuinas y las similitudes entre ambos poetas son, en apariencia, mínimas. Debemos recordar también que toda creación artística cuenta con influencias visibles, en ocasiones incluso explícitas, y la presencia de éstas no determina o niega la originalidad de una obra de arte.
Los poemas en "Ariel" marcan el punto de inflexión de sus primeras obras hacia un área de poesía más confesional. Es probable que las enseñanzas de Lowell, quien enfatizaba lo confesional, hayan tenido mucha importancia en este cambio. El impacto de la publicación de "Ariel" fue muy dramático, con sus francas descripciones del descenso hacia la locura. Las obras de Plath también han sido asociadas con Sexton. Ambas sufrieron de enfermedades mentales y se suicidaron, por lo que las comparaciones son, quizás, inevitables.
A pesar de las numerosas críticas y biografías tras su muerte, el debate acerca de las obras de Plath a menudo deja ver la lucha entre aquellos que están de su parte y aquellos que están del lado de Hughes. Una prueba del nivel de crispación son las repetidas acciones contra la palabra Hughes cincelada sobre la lápida de la tumba de Plath.
Durante los años 70 predominaban las interpretaciones biográfico-psicoanalíticas de la obra de Plath, mientras que ya en los 80 y 90 se prefiere un estudio crítico feminista y de género. Esta diferencia se percibe sobre todo en la comparación entre las biografías de Plath que ha tenido lugar desde entonces, así como en la obra crítica que se ha dedicado a esta autora.
La publicación casi completa (excluyendo los ejemplares destruidos) de sus diarios de vida, tras la muerte de Hughes en 1998, ha servido para aclarar muchos puntos de especulación, y para dirigir el interés de los lectores hacia una comprensión más profunda del método y la sensibilidad en el genio creativo de Plath.
Poesía
. El coloso (poesía) (The Colossus) (1960)
. Ariel (1965)
. Cruzando el agua (Crossing the Water) (1971)
. Árboles de invierno (Winter Trees) (1972)
. Poemas completos (The Collected Poems) (1981)
. Poesía completa (2008)
Prosa
. La campana de cristal (The Bell Jar) (1963) con el pseudónimo de "Victoria Lucas".
. Cartas a casa (Letters home) (1975), enviadas a y editadas por su madre.
. Johnny Panic y la Biblia de sueños (Johnny Panic and the Bible of Dreams) (1977)
. Los diarios de Sylvia Plath (The Journals of Sylvia Plath) (1982)
. The Magic Mirror (1989), la tesis para Smith College.
. The Unabridged Journals of Sylvia Plath (2000)
Obras para niños
. The Red Book (1976)
. The It-Doesn't-Matter-Suit (1996)
. Collected Children's Stories (2001)
. Mrs. Cherry's Kitchen (2001)
Traducciones al español
. Ariel, Hiperión, Madrid, 1985 (ed. bilingüe). Traducción de Ramón Buenaventura.
. Poesía completa, Bartleby Editores, Madrid, 2008 (ed. bilingüe). Edición de Ted Hughes y traducción y notas de Xoán Abeleira.
. La campana de cristal, Editorial Tiempo Nuevo, Caracas, 1973. Trad. Miryam McGee.
. La campana de cristal, Editorial Edhasa. Traducción de Elena Rius.
Artículos en internet sobre Sylvia Plath
. La desintegración de la vida por Cecilia Bustamante: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
. Feminismos de dos orillas: Rosario Ferré y Sylvia Plath por Emilio J. Gallardo Saborido
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Poesías
De "El Coloso" (1960)
Papi
Ya no, ya no,
ya no me sirves, zapato negro,
en el cual he vivido como un pie
durante treinta años, pobre y blanca,
sin atreverme apenas a respirar o hacer achís.
Papi: he tenido que matarte.
Te moriste antes de que me diera tiempo…
Pesado como el mármol, bolsa llena de Dios,
lívida estatua con un dedo del pie gris,
del tamaño de una foca de San Francisco.
Y la cabeza en el Atlántico extravagante
en que se vierte el verde legumbre sobre el azul
en aguas del hermoso Nauset.
Solía rezar para recuperarte.
Ach, du.
En la lengua alemana, en la localidad polaca
apisonada por el rodillo
de guerras y más guerras.
Pero el nombre del pueblo es corriente.
Mi amigo polaco
dice que hay una o dos docenas.
De modo que nunca supe distinguir dónde
pusiste tu pie, tus raíces:
nunca me pude dirigir a ti.
La lengua se me pegaba a la mandíbula.
Se me pegaba a un cepo de alambre de púas.
Ich, ich, ich, ich,
apenas lograba hablar:
Creía verte en todos los alemanes.
Y el lenguaje obsceno,
una locomotora, una locomotora
que me apartaba con desdén, como a un judío.
Judío que va hacia Dachau, Auschwitz, Belsen.
Empecé a hablar como los judíos.
Creo que podría ser judía yo misma.
Las nieves del Tirol, la clara cerveza de Viena,
no son ni muy puras ni muy auténticas.
Con mi abuela gitana y mi suerte rara
y mis naipes de Tarot, y mis naipes de Tarot,
podría ser algo judía.
Siempre te tuve miedo,
con tu Luftwaffe, tu jerga pomposa
y tu recortado bigote
y tus ojos arios, azul brillante.
Hombre-panzer, hombre-panzer: oh Tú...
No Dios, sino un esvástica
tan negra, que por ella no hay cielo que se abra paso.
Cada mujer adora a un fascista,
con la bota en la cara; el bruto,
el bruto corazón de un bruto como tú.
Estás de pie junto a la pizarra, papi,
en el retrato tuyo que tengo,
un hoyo en la barbilla en lugar de en el pie,
pero no por ello menos diablo, no menos
el hombre negro que
me partió de un mordisco el bonito corazón en dos.
Tenía yo diez años cuando te enterraron.
A los veinte traté de morir
para volver, volver, volver a ti.
Supuse que con los huesos bastaría.
Pero me sacaron de la tumba,
y me recompusieron con pegamento.
Y entonces supe lo que había que hacer.
Saqué de ti un modelo,
un hombre de negro con aire de Meinkampf,
e inclinación al potro y al garrote.
Y dije sí quiero, sí quiero.
De modo, papi, que por fin he terminado.
El teléfono negro está desconectado de raíz,
las voces no logran que críe lombrices.
Si ya he matado a un hombre, que sean dos:
el vampiro que dijo ser tú
y me estuvo bebiendo la sangre durante un año,
siete años, si quieres saberlo.
Ya puedes descansar, papi.
Hay una estaca en tu negro y grasiento corazón,
y a la gente del pueblo nunca le gustaste.
Bailan y patalean encima de ti.
Siempre supieron que eras tú.
Papi, papi, hijo de puta, estoy acabada.
(Versión de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
El Coloso
Nunca conseguiré recomponerte,
repegarte, reunirte, rejuntarte.
Mular rebuzno, cacareo obsceno,
gruñidos salen de tus vastos labios.
Peor que en un corral.
Quizás es que concebiste profeta,
portavoz de los muertos o los dioses.
Treinta años llevo trabajando
por limpiar tu garganta de cieno.
Mas todo sigue igual.
Escala arriba, con lisol, con goma
de pegar, como hormiga matutina
por los campos herbosos de tu frente
tu inmenso cráneo componiendo, el túmulo
calvo y blanco de tu ojo despejando.
Un cielo azul, como de la Orestíada
nacido, cómbase sobre nosotros.
Oh padre, solo, eres hondo y denso
como foro romano. Entre cipreses
me siento y el acanto de tu pelo
y tus huesos estriados se penetran
de su antigua anarquía hasta el borde
del horizonte. Crear tanta ruina
requiere más que un rayo. Por la noche
me agazapo en tu oreja, contra el viento,
contando estrellas rojas y ciruela.
El sol sale del fondo de tu lengua
y mis horas copulan con tu sombra.
Ya no busco el raer de quillas sobre
las piedras negras de la playa.
(Versión de Jesús Pardo)
Lorelei
No es noche ésta de ahogarse:
luna llena, reacio
río bajo luz suave,
acuosas nieblas bajan
tupidas como redes
cuyos dueños reposan,
traduciéndose en vidrio
lúcido mientras flotan
las torres del castillo
hacia mí hiriendo el rostro
del silencio. Ascienden
sus miembros poderosos
y álgidos, pelo grave
más que mármol, y cantan
de un mundo más amable
que ninguno. Estos cantos.
hermanas, sobrepasan
al oído gastado
que aquí, en el campo, escucha
bajo el orden impuesto.
La armonía caduca
el orden que vosotras
sitiáis con vuestras voces.
Vivís entre las rocas
de oníricas promesas
de refugio. De día
bajáis de la pereza,
de altas ventanas. Peor
que vuestro enloquecido
canto o mudez. La voz
de vuestro fondo llama:
embriaguez del abismo.
Oh río, veo tu larga
y honda línea argentina,
esas diosas de paz.
Piedra, piedra, me abismas.
(Versión de Jesús Pardo)
La hija del colmenero
Un jardín boquiabierto. Púrpura, negras, moteadas
de rojo, las corolas ábrense, apartando sus sedas.
Su almizcle agrede, círculo tras círculo,
un muro de aromas por intensos casi irrespirables.
Señor de las abejas, hierático, tu chaqué se mueve
entre los enjambres múltiples.
Mi corazón bajo tu pie, hermana de piedras.
Trompetarias gargantas se abren ante los picos de las aves.
El Arbol de Aurea Lluvia debilítase gota a gota.
En estos minimúsicos estriados de naranja y rojo
las borlillas asientes, potentes cual déspotas
dinastas. El aire es pingüe. He aquí indudable
reginidad.
Fruto letal al gusto: carne oscura, flecos oscuros.
Vivares exiguos cual dedos, abejas solitarias
transigen con la hierba. Arrodillándome, miro
una boca abierta y enfréntome con un ojo redondo
y verde, desolado como lágrima. Padre, novio, tú,
en este huevo de pascua,
bajo la guirnalda de rosas:
La abeja reina se casa en el invierno de tu año.
(Versión de Jesús Pardo)
De "Poema para un cumpleaños"
Quema de brujas
En la plaza del mercado amontonan ramas secas.
Un matorral de sombras no es un buen abrigo. Habito
mi propia imagen de cera, el cuerpo de una muñeca.
El malestar comienza aquí: soy blanco de las brujas.
Sólo el diablo puede con el diablo.
En el mes de las hojas rojas, me subo a un lecho de fuego.
Es fácil culpar a la oscuridad: la boca de una puerta,
el vientre de la bodega. Han apagado mi bengala.
Una dama vestida de negro me tiene encerrada en una jaula de loro.
¡ Qué ojos tan enormes tienen los muertos !
Intimo con un espíritu peludo.
El humo da vueltas desde el pico de este frasco vacío.
Si soy pequeña, no puedo hacer daño.
Si no me muevo, no tiraré nada. Es lo que dije,
sentada bajo la tapa de un bote, diminuta e inerte como un grano de arroz.
Están encendiendo los quemadores, aro tras aro.
Estamos llenos de almidón, mis pequeños amigos blancos. Crecemos.
Al principio duele. Las lenguas rojas dirán la verdad.
Madre de escarabajos, suelta la mano:
volaré por la boca del cirio como polilla que no se quema.
Devuélveme la forma. Estoy dispuesta a interpretar los días
que copulé con el polvo a la sombra de una piedra.
Mis tobillos se iluminan. Asciende la luz por mis muslos.
Envuelta en toda esta luz, estoy perdida, perdida.
(Versión sacada de: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
Las piedras
Esta es la ciudad donde se compone la gente.
Yazgo sobre un gran yunque.
El círculo azulplomo del cielo
salió disparado como sombrero de muñeca
al irme de la luz. Entré
en el estómago de la indiferencia, armario
sin palabras que me redujo.
Me convertí en guijarro inánime.
Las piedras del vientre eran pacíficas,
la piedra capital, callada, intacta.
Sólo la boca abierta entresalía,
como grillo importuno
en una cantera de silencios.
El pueblo de la ciudad oíalo.
Iban en busca de las piedras, taciturnos y separados,
la boca abierta los denunciaba.
Borracha como un feto
sorbí la teta de la oscuridad.
Tubos nutrientes me abrazan. Besos esponjosos
me limpian de líquenes, el joyero va abriendo
una a una las piedras.
Detrás de mí el infierno: veo luz. Un viento abre
la antecámara de la oreja,
qué preocupaciones inútiles.
El agua ablanda el labio de pedernal. La luz
va igualándolo todo contra la pared.
Los injertadores, optimistas,
calientan pinzas, blanden delicados martillos.
La corriente agita los alambres
voltio a voltio. Los hilos funden mis fisuras.
Pasa un obrero, lleva a cuestas un torso rosa.
Los almacenes están llenos de corazones.
Esta es la ciudad de las piezas de recambio.
Mis brazos y mis piernas, fajados, huelen dulces
como goma. Aquí se curan cabezas, miembros.
Los viernes vienen niños
a cambiar ganchos por manos.
Los muertos dejan sus ojos a los vivos:
mi enfermera calva va uniformada de amor.
Amor es la espina dorsal de mi maldición.
Este jarrón rehecho, alberga
la rosa esquiva.
Diez dedos forman cuenco a las sombras.
Mis remiendos pican. No tengo nada que hacer.
Quedaré como nueva.
(Versión de Jesús Pardo)
De "Cruzando el Océano"(1971)
Nacidos muertos
Estos versos no viven, es triste diagnóstico.
Sus dedos crecieron, bastante normales,
sus frentes se combaban con ideas hondas.
Si no paseaban por ahí como gente,
no fue porque les faltara cariño materno.
¡La verdad, no comprendo qué pudo pasarlesl
Su forma y su ritmo no tienen defecto.
¡Qué a gusto bucean en el agua que los adobal
Sonríen, sonríen, sonríenme. Pero
su corazón no arranca ni su pulmón se llena.
No son cerdos, ni peces siquiera, aunque tienen
cierto aire porcino e íctico, sería
mejor verles vivos como antes, mas muertos están,
y su madre también, de tristeza, casi;
y ellos la miran, bobos, sin decir nada de ella.
(Versión de Jesús Pardo)
Espejo
Soy de plata y exacto. Sin prejuicios.
y cuanto veo trago sin tardanza
tal y como es, intacto de amor u odio.
No soy cruel, solamente veraz:
ojo cuadrangular de un diosecillo.
En la pared opuesta paso el tiempo
meditando: rosa, moteada. Tanto ha que la miro
que es parte de mi corazón. Pero se mueve.
Rostros y oscuridad nos separan
sin cesar. Ahora soy un lago. Ciérnese
sobre mí una mujer, busca mi alcance.
Vuélvese a esos falaces, las luciérnagas
de la luna. Su espalda veo, fielmente
la reflejo. Ella me paga con lágrimas
y ademanes. Le importa. Ella va y viene.
Su rostro con la noche sustituye
las mañanas. Me ahogó niña y vieja súbeme
así, día tras día, pez terrible.
(Versión de Jesús Pardo)
Últimas palabras
No quiero una caja sencilla, quiero un sarcófago
de atigradas listas y un rostro pintado, redondo
como la luna, que mire, quiero
estar mirándolo cuando lleguen, escogiendo
entre minerales mudos, raíces. Véolos
ya: los pálidos, astralmente distantes rostros.
Ahora no son nada, no son siquiera criaturas.
Imagínolos huérfanos, como los primeros dioses,
de padre y madre, se preguntarán si tuve importancia.
¡Debí haber preservado mis días, como frutos, en azucar!
Mi espejo se empaña:
unos pocos hálitos, y no reflejará ya nada.
Las flores y los rostros blanqueantes cual sábanas.
No confío en el espíritu. Huye como vapor en mis sueños,
por la boca o los ojos. No puedo impedírselo.
Un día se irá para no volver. Así no son las cosas.
Permanecen, sus luces idóneas se calientan
en mis manos frecuentes. Ronronean casi.
Cuando se enfrían las suelas de mis pies, los ojos azules,
mi turquesa, me darán solaz. Déjame
mis cacharros de cobre, déjame los cacharros de afeites,
que florezcan en torno a mí como flores nocturnas, aulentes.
Me envolverán en vendas, almacenarán mi corazón
bajo mis pies, bien envuelto.
Conoceréme a mí misma. Seré noche
y el relucir de tantas cosas será más dulce que el rostro de Istar.
(Versión de Jesús Pardo)
De "Ariel" (1965)
Ariel
Éxtasis en la oscuridad.
el azul después se insustancia,
fusión de tolmo y distancias.
La leona de Dios,
¡cómo nos fundimos en uno,
eje de talón y rodilla!: el surco
ábrese y pasa, hermana se hizo
del arco oscuro
del cuello que asir no consigo,
ojo bantú
las bayas lanzan negros
anzuelos:
negros suaves bocados de sangre,
sombras.
Otra cosa
a través del aire impone:
muslos, cabello;
escamas de mis talones.
Nívea
Godiva, descortezo
muertas manos, angosturas finidas.
Triguescente espumo
yo ahora, relucir acuático.
El grito del niño
se funde en el tabique.
y yo
soy el mísil,
el rocío que vuela
suicida, unánime a la calzada
hacia el rojo
ojo, calderón de la mañana.
(Versión de Jesús Pardo)
Muerte, S.A.
Dos, naturalmente que hay dos.
Ahora me parece muy lógico:
uno, que nunca alza la vista, cuyos ojos están cubiertos,
apelotonados, como los de Blake
que muestra
los estigmas de su marca:
cicatriz agua ardiendo,
el desnudo
cardenillo del cóndor.
Carne sangrante soy. Su pico
lateralmente asesta: no soy suya
todavía. Me dice que no soy fotogénica.
Me dice que parecen
monísimos los niños en la nevera
de la clínica, una simple
chorrera,
y las estrías de sus jónicas
mortajas,
luego dos pies mínimos.
Ni sonríe ni fuma.
El otro sí,
su cabello es largo y propicio.
Bastardo
masturbando un rayo de luz
quiere ser amado.
y yo inmóvil.
La helada me toma flor,
el rocío tómame astro,
la campana dobla,
la campana dobla.
Alguien se acabó.
(Versión de Jesús Pardo)
Regalo de cumpleaños
¿Qué hay detrás de este velo? ¿Es algo bello, feo?
¿Reluce? ¿Tiene pechos, tiene bordes?
Seguro que es algo único, justo lo que yo quería.
Cuando estoy cocinando en silencio siento que me mira, que piensa:
"¿Es a ella a quien estoy destinado,
es ésta la elegida, con sus ojos hondos, negros, y su cicatriz,
midiendo el suelo con los pies, cortando todo cuanto sobra,
siempre fiel a las reglas, a las reglas, a las reglas?
¿Es ésta el objeto de mi anunciación?
¡Vaya broma pesada!"
Pero así y todo reluce, no para, creo que me quiere a mí.
No me importaría que fuesen huesos, o un botón de perla.
No quiero grandes regalos, de verdad, este año.
Después de todo, si vivo es pura casualidad.
Me habría matado muy a gusto esa vez de cualquier manera posible.
y ahora he aquí estos velos, relucientes cual cortinas,
los satenes diáfanos de una ventana de enero,
blancos como sábana de cuna y relucientes de aliento muerto. ¡Oh, marfil!
Seguro que es un colmillo, una columna fantasma.
No ves que me da igual lo que sea.
¿Por qué no me lo das de una vez?
No te avergüences, me da igual que sea poca cosa.
No seas ruin, estoy curada de espanto.
Sentémonos, a ver, uno a cada lado, admirando el relucir,
el lustre, su espejeante variedad.
Cenemos en él nuestra última cena, como en plato de hospital.
Ya sé por qué no quieres dármelo,
es que tienes miedo
de que el mundo reviente en un solo grito, y con él tu cabeza,
tachonada, broncínea, un escudo antiguo,
una maravilla para tus bisnietos.
No temas, no es así.
Lo cogeré en mis manos y me iré a un rincón, en silencio.
Ni siquiera me oirás desenvolverlo, no crujirá el papel,
ni caerán cintas, no habrá gritos al final.
No pareces creerme capaz de tal discreción.
Si supieras cómo están acabando conmigo estos velos.
Para ti no son más que aire puro, transparencias.
Pero, Dios, las nubes son de algodón.
Huestes de nubes. Son monóxido de carbono.
Suave, muy suavemente lo respiro,
llénome las venas de invisibles, de millones
de probables motas que van cortándome años de existencia.
Te has vestido de plata para este momento. Oh, máquina de calcular:
¿es que no puedes soltar las cosas, soltarlas de una vez?
¿Es que has de estampar cada pieza de púrpura?
¿Es que has de matarlo todo?
Sólo una cosa quiero hoy, y sólo tú puedes dármela.
Allí está, junto a la ventana, grande como el cielo.
Respira a través de mis sábanas, el centro frío y yerto
donde vidas derramadas se congelan y se atiesan a la historia.
Que no venga por correo, dedo a dedo.
Que no venga de viva voz, tendré ya sesenta años
para cuando me llegue todo, y seré muy vieja para usarlo.
Retira el velo, el velo, el velo.
Si fuera la muerte misma
admiraría su honda gravedad, sus ojos sin tiempo.
Vería que estás en serio.
Habría entonces cierta nobleza, habría lo que se dice un cumpleaños.
y el cuchillo, no trinchando, sino adentrándose,
puro y limpio, tal grito de recién nacido,
mientras resbala el universo alejándose de mi lado.
(Versión de Jesús Pardo)
La rival
Si la luna pudiera sonreír, se parecerla
a ti, dejas la misma impresión de algo bello
pero aniquilador.
Los dos sabéis pedir luz prestada. La boca
de ella, una O, se queja del mundo; mas la tuya
no se altera, y tu don primero es convertirlo
en piedra todo. En un mausoleo me despierto;
hete aquí, hacen tus dedos: tictic, sobre la mesa
buscando cigarrillos, como mujer malévolo,
menos nervioso empero, deseando decir algo
contundente. También la luna humilla
a sus siervos, de día, sin embargo, es ridícula.
Pero tus descontentos Iléganme exactos, tiernos,
con el cartero, blancos, mudos, gárrulos
cual monóxido de carbono.
Ni un solo día pasa inmune a tus noticias,
en África, quizá, pero pensando en mi.
(Versión de Jesús Pardo)
De "Árboles de invierno" (1971)
Mujer sin hijos
El útero
sacude su vagina, la luna
se vacía desde el árbol sin rumbo fijo.
Mi paisaje es una mano sin líneas,
las sendas se arraciman anudándose,
el nudo mismo,
yo, la rosa que consigues:
este cuerpo,
este marfil
divino cual lloro de niño.
Arácnida, yo, hilo espejos,
fiel a mi imagen,
manando solamente sangre:
¡degústala, rojo matel
y mi floresta
mi funeral,
y esta colina u estotra
luciente de cadaverlnas bocas.
(Versión de Jesús Pardo)
La otra
Llegas tarde, lamiéndote los labios.
¿Qué dejé intacto en el umbral:
blanca Niké,
aullando entre mis muros?
Sonrientemente, azul relámpago
aceptas, como escarpia, el gravamen de sus partes;
Favorecido de la Policía, lo confiesas todo.
Cabello lúcido, limpiabotas, plástico viejo,
¿tan intrigante es mi vida?
¿Por eso agrandas tus ojeras?
¿Es por eso por lo que se alejan las motas de aire?
No son motas de aire, sino corpúsculos.
Abre tu bolso. ¿Qué es ese hedor?
Es tu calceta, asiéndose
asiduamente a sí misma,
son tus dulces pegajosos.
Tengo tu cabeza contra mi pared.
Cordones umbilicales, azulrojizos, lúcidos,
chillan desde mi vientre, cual flechas, y cabálgolas.
O luz lunar, o enferma,
los caballos robados, las fornicaciones
circulan útero marmóreo.
¿A dónde vas
sorbiendo aire como kilómetros?
Lloran oníricos adulterios
sulfúricos. Cristal frío, ¿cómo
te introduces entre yo misma
y yo misma? Araño como un gato.
La sangre que fluye es fruta mate:
un efecto, un cosmético.
Sonríes.
No, no es mortal
(Versión de Jesús Pardo)
Lesbos
¡Que lacra, la cocinal
Las patatas silban como ofidios.
Es Hollywood, sin ventanas,
la luz fluorescente pestañeando cual inaguantable jaqueca,
las puertas esquivas tiras de papel:
cortinas de teatro, crespo rizo de alféizar.
y yo, amor mío, embustera patológica,
y mi hija: mira su rostro, allá, en el suelo,
como muñeco aún sin romper, esforzándose por desaparecer:
como que es una esquizofrénica,
su faz, roja y blanca, da miedo,
dejaste sus gatitos ante tu ventana
en una especie de hoyo de cemento
donde se ensucian y vomitan y ella no los siente.
Dices que no la aguantas,
la condenada.
Tú, que reventaste tus tubos como una mala radio
limpiándolos de voces y de histeria, ruido estático
de lo nuevo. Dices
que debieras de haber ahogado los gatitos. ¡Qué mal huelenl
Dices que debieras de haber ahogado
a mi niña. Se cortará la yugular a los diez años,
ya que a los dos está loca. El bebé
sonríe, rechoncho caracol,
desde los rombos lucientes de hule color naranja.
Te lo comerías. Es niño. Dices
que tu marido no te va. Su madre
judía guarda su dulce sexo como una perla.
Tienes un bebé, yo tengo dos.
Me sentaría en una roca de Cornualles peinándome el cabello.
Me pondría pantalones de piel de tigre, debiera tener un bello
amante. Debíamos encontrarnos en otra vida, encontrarnos en el cielo,
tú y yo. Entretanto
hay un hedor a grasa y caca de niño.
Estoy aturdida, abotagada por mi último soporífero.
El vapor de la cocina, el humoniebla del infierno
nos sobrevuela, dos venenos incompatibles,
nuestros huesos, nuestro pelo.
Te llamo huérfana, huérfana. Estás enferma.
El sol te da úlceras, el viento tuberculosis.
Solías ser bella.
En Nueva York, en Hollywood, los hombres decían: "¿Ya?
La verdad, chica, estás de espanto."
Teatro, teatro, teatro, la emoción, nada más.
El marido impotente se escapa, a tomar café.
Yo trato de tenerle en casa, pararrayos
viejo, los baños ácidos,
la exuberancia que le alejaba de ti.
El va tragándolo todo, pedregosa cuesta abajo,
como furgoneta cansina. Las chispas son azul turquí.
Las viejas chispas azules están allí,
derramándose fragméntanse en luces mil.
¡Oh joya! ¡Oh valiosa!
Esta noche la luna
arrastraba su saco de sangre, animal
enfermo
faro arriba. Y luego
normalizóse, dura
y separada y blanca. El lucir
escalado en la arena que asustábame de muerte.
Íbamos recogiendo puñados de arena, gozándolo,
trabajando como negros, cuerpo mulato,
el raspar sedeño.
Un perro recogía a tu perruno marido. El seguía adelante.
Ahora, silente, cubierta
de odio hasta el cuello,
espeso, espeso.
No hablo.
Empaqueto las duras patatas como ropa cara,
empaqueto a los niños,
empaqueto los gatos enfermos.
Oh envase de ácido, es amor
lo que empapa. Sabes a quien odiar.
El abraza sus hierros junto a la puerta:
ábrese y el mar la penetra, negro y blanco,
para ser vomitado luego de un tranco.
Cada día que pasa le llenas de sentimentalina,
como una jarra. Estás agotadísima.
Tu voz agita y sorbe mi pendiente,
murciélago hematófilo. Eso justamente,
eso justamente. Por la puerta escrutas,
bruja. "Todas las mujeres son putas,
no hay comunicación, no hay puente."
Veo tu decoración bonita
cerrársete encima como puño de bebé
o anémona, novia
del mar, cleptómana. Sigo
sin experiencia,
quizá vuelva, digo.
Del embuste conoces bien la ciencia.
Ni siquiera en tu Zen volveré a verte.
(Versión de Jesús Pardo)
Otros poemas (que ignoro de que libro son):
Lady Lazarus
Lo logré otra vez,
Me las arreglo —
Una vez cada diez años.
Especie de fantasmal milagro, mi piel
Brillante como una pantalla nazi,
Mi diestro pie
Es un pisapapel,
Mi rostro un fino lienzo
Judío y sin rasgos.
Descascara la envoltura
Oh, mi enemigo,
¿Aterro acaso? —
¿La nariz, las cuencas vacías, los dientes?
El apestoso aliento
Se desvanecerá en un día.
Pronto, muy pronto, la carne
Que la tumba devoró
Se sentirá bien en mí
Y yo una mujer que sonríe.
Tengo sólo treinta años.
Y como gato he de morir nueve veces.
Esta es la Número Tres.
Qué desperdicio
Eso de aniquilarse cada década.
Qué millón de filamentos.
La multitud mascando maní se agolpa
Para verlos.
Cómo me desenvuelven la mano, el pie —
El gran desnudamiento.
Damas y caballeros.
Estas son mis manos
Mis rodillas.
Soy tal vez huesos y pellejo.
Sin embargo, soy la misma, idéntica mujer.
La primera vez que sucedió tenía diez.
Fue un accidente.
La segunda vez pretendí
Superarme y no regresar jamás.
Oscilé callada.
Como una concha marina.
Tenían que llamar y llamar
Recoger mis gusanos como perlas pegajosas/
Morir
Es un arte, como cualquier otra cosa.
Yo lo hago excepcionalmente bien.
Lo hago para sentirme hasta las heces.
Lo ejecuto para sentirlo real.
Podemos decir que poseo el don.
Es bastante fácil hacerlo en una celda.
Muy fácil hacerlo y no perder las formas.
Es el mismo
Retorno teatral a pleno día
Al mismo lugar, mismo rostro, grito brutal
Y divertido:
“Milagro!”
Que me liquida.
Luego una carga a fondo
Para ojear mis cicatrices, y otra
Para escucharme el corazón –
De verdad sigue latiendo.
Y hay otra y otra arremetida grande
Por una palabra, por tocar
O por un poquito de sangre
O por unos cabellos o por mi ropa.
Bien, bien, está bien Herr Doktor.
Bien. Herr Enemigo.
Yo soy vuestra obra maestra,
Su pieza de valor,
La bebé de oro puro
Que se disuelve con un chillido.
Me doy vuelta y ardo.
No creas que no valoro tu gran cuidado.
Ceniza, ceniza —
Ustedes atizan, remueven.
Carne, hueso, nada queda 00
Una barra de jabón,
Una alianza de bodas.
Un empaste de oro.
Herr Dios, Herr Lucifer
Cuidado.
Cuidado.
Desde las cenizas me levanto
Con mi cabello rojo
Y devoro hombres como el aire.
(Versión de Cecilia Bustamante. Sacado de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
Poemas, patatas
La palabra, definiendo, amordaza; el verso trazado
Destierra a sus iguales más vaporosos, y medra, asesino,
En organizaciones que los versos imaginados
Tan solo pueden rondar como fantasmas. Recios como las patatas,
Como las piedras, sin conciencia, la palabra y el verso se resisten,
Ceden bien poco. No es que sean burdos (aunque
Con frecuencia luego haya que modificarlos
Por delicadeza o equilibrio) sino que continuamente
Me dan menos de lo que deben: por una razón
O por otra, continúan decepcionándome.
Antipoética, antipictórica, la patata, en cambio,
Apiña sus nudosos marrones en una página
Inmensamente superior; y también la piedra roma.
(Versión de Xoán Abeleira sacada de: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
Límite
(último poema, escrito la víspera del suicidio)
La mujer alcanzó la perfección.
Su cuerpo muerto muestra la sonrisa de realización,
la apariencia de una necesidad griega
fluye por los pergaminos de su toga,
sus pies desnudos parecen decir,
hasta aquí hemos llegado, se acabó.
Los niños muertos, ovillados, blancas serpientes,
uno a cada pequeña jarra de leche ahora vacía.
Ella los ha plegado de nuevo hacia su cuerpo;
así los pétalos de una rosa cerrada,
cuando el jardín se envara
y los olores sangran de las dulces gargantas
profundas de la flor de la noche.
La luna no tiene por qué entristecerse,
mirando con fijeza desde su capucha de hueso.
Está acostumbrada a este tipo de cosas.
Sus negros crepitan y se arrastran.
(Sacado de: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
Última edición por Pedro Casas Serra el Miér 01 Jun 2022, 14:46, editado 2 veces
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