la prímula de oro y el taraje
dormido en el arroyo contemplemos,
pues la envidia del aire, de improviso,
con ardor o con hielo los quebranta.
Envuélvanos el espinado cántico
del ruiseñor maduro que perfuma
su alcoba de esmeraldas:
una noche, una hora, un leve instante
y en vano anhelaremos repetir su deleite.
La sagrada caricia
del níveo jazmín nos aprisione
y el encalado muro en que suspira,
pues cercana está el alba, y sus pies suelen
pisar sobre jazmines.
Saboreemos el luminoso zumo
de las copas bajo la verde acacia
en flor, donde la luna se aposenta.
Porque un súbito arcángel vengativo
derramará por tierra su delicia.
El reflejo del agua
en los brillantes ojos del amor
sedientos aspiremos, y en su boca
el caliente reflejo de sus ascuas.
Porque, con pasos de palomas, el cuervo
feroz del sueño y del olvido vela
Aquí estoy, y que bello, y que delicadeza en cada verso.
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