Fernando Quiñones (Chiclana de la Frontera, 2 de marzo de 1930-Cádiz, 17 de noviembre de 1998) fue un escritor español, destacado por su obra literaria y poética.
Biografía
Pasó su infancia y su adolescencia en Cádiz con su abuela paterna. A los quince años, empieza a trabajar en el muelle. En diciembre de 1948 comienza su aventura literaria con la creación de la revista El Parnaso con la que estuvo hasta febrero de 1950 y a la que seguirá Platero, que se publica hasta 1954.
Empieza a escribir en la prensa, una actividad que no abandonó nunca. Una serie de sus artículos periodísticos serán recogidos años más tarde en dos volúmenes, Fotos de carne y Por la América morena, que aglutinan cada uno cincuenta textos.
Terminado el servicio militar, marcha a Madrid donde empieza a trabajar para el Reader's Digest en octubre de 1953 y donde se abrirá paso.
En 1957 empiezan sus viajes por el mundo: Francia, Portugal, Italia, Marruecos, entre otros. En este mismo año publica su primer libro de poesía, Ascanio o Libro de las flores y Cercanía de la gracia con el que había obtenido el accésit del Premio Adonais de poesía en 1956.
Se casó en Milán en 1959 con Nadia Consolani. En ese mismo año nace su hija Mariela. Un año más tarde gana el Premio Literario del diario La Nación de Buenos Aires con Siete historias de toros y de hombres. Jorge Luis Borges, miembro del jurado, sentenció:
Nada sabíamos del hombre que velaba el seudónimo; el ambiente, la entonación y cierto desenfado en el manejo de las palabras dejaban entrever un español y aun un andaluz. Dos temas —el vino y la tauromaquia— prevalecían en los textos; ambos tendían a alejarnos de ellos. Como Quevedo éramos partidarios del toro no de los toreros... Todos sentimos sin embargo, que los temas son símbolos y adjetivos. El único tema es el hombre... Y en los cuentos de Fernando Quiñones estaba el hombre, su índole y su destino. Los premiamos con unánime acuerdo, porque advertimos en la obra de Quiñones a un gran escritor de la literatura hispánica de nuestro tiempo, o, simplemente de la literatura.
También en 1960 gana el Premio de prosa de las XII Fiestas de la Vendimia de Jerez con Cinco historias del vino. En 1963 nace su segundo hijo, Mauro.
En 1971 Fernando decide dedicarse por completo a la literatura y abandona su trabajo en el Reader's Digest. A partir de ahora vivirá a caballo entre Madrid y su amado Cádiz. Viajes, conferencias, pregones, cursos y la escritura ocupan la mayor parte de su tiempo. En 1973 marcha con su amigo Félix Grande a Hispanoamérica como embajador del flamenco: Puerto Rico, Perú, Argentina, Nicaragua y Chile. En 1987 viaja con José Agustín Goytisolo a Marruecos; con Antonio Hernández en el Yemen. En Cuba le dan el Premio Casa de las Américas.
Para Cádiz, y con el deseo de engrandecer su ciudad, crea Alcances, un festival que dirige desde 1968 a lo largo de una década. La muestra, uno de los ejes culturales de la capital gaditana, está dedicada hoy en exclusiva al cine, aunque con Fernando Quiñones al frente tuvo un carácter misceláneo: pintura, música clásica, flamenco, cine, literatura y un sinfín de actividades que dieron vida a los veranos gaditanos. Alcances fue una empresa encomiable que lidió con la falta de medios económicos y con una férrea censura franquista.
También Cádiz le debe a Fernando Quiñones el impulso de la fundación de la Peña Flamenca Enrique el Mellizo, la primera que se crea en la capital gaditana de estas características.
Enamorado de su tierra, de su sur gaditano, una tarde cualquiera, poco antes de morir, al borde del océano Atlántico, Fernando Quiñones se llevó a su mujer Nadia junto al mar y desde allí le dijo: «Nadia, quiero hacerte un regalo: te regalo Cádiz». La ciudad regalará a Fernando Quiñones, justo en ese lugar, el paseo que recibe su nombre.
El 17 de noviembre de 1998 en el Hospital Puerta del Mar de Cádiz fallece a causa de un tumor peritoneal.
Obra y premios
Se vio reflejado en algunas de sus obras que era un enamorado del flamenco, entre ellas destaca De Cádiz y sus cantes, galardonada con el Premio de Investigación de la Semana de Estudios Flamencos en 1964; El flamenco vida y muerte (1971); Toros y arte flamenco (1982); Los poemas flamencos y un relato de lo mismo (1983); El flamenco (1985); ¿Qué es el flamenco? (1992); Antonio Mairena. Su obra, su significado (1989). En Televisión Española estará por primera vez en 1965; en la 2, durante cuatro años. Aunque se incorporará de nuevo con su programa de flamenco en 1977.
Al Premio Leopoldo Panero de poesía en 1963 que recibió por su libro En vida, se sucederán los libros de relatos: La guerra, el mar y otros excesos, Historias de la Argentina, Sexteto de amor ibérico; comienza la serie de las Crónicas: Crónicas de mar y tierra (1968), Crónicas de Al-Andalus (1970), Crónicas americanas (1973), Crónicas del cuarenta (1976), y en 1979 queda finalista del Premio Planeta con Las mil noches de Hortensia Romero. Escribe también teatro: [i]Carmen, Andalucía en pie, El grito, Si yo les contara. En 1983 vuelve a quedar finalista del Planeta con La canción del pirata. Con Las crónicas de Hispania gana el Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla de 1984; el Tiflos, en 1988, con Las crónicas de Castilla. En 1990 recibe el Premio de novela Café Gijón por Encierro y fuga de San Juan de Aquitania; Vueltas sin fecha se lleva el Premio de Novela Breve Juan March en 1994; Casa puesta en placeres le consigue el Esteban Manuel de Villegas en ese mismo año. En 1998, en vísperas de su muerte, obtiene el Jaime Gil de Biedma por Las crónicas de Rosemont y la Universidad de Cádiz lo nombra Doctor Honoris Causa.
Además de los libros mencionados, escribe poesía en Ben Jaqan, Las crónicas americanas, Memorándum, Las crónicas inglesas, Muro de las hetairas o Libro de afición tanta o libro de las putas, Las crónicas del Yemen, Las crónicas yugoslavas, Los poemas de Córdoba, Casa puesta en placeres o Últimos pliegos de la carta a Cori con otros poemas eróticos; libros de relatos: El viejo país, Nos han dejado solos, Viento sur, Legionaria, El coro a dos voces; novelas: El amor de Soledad Acosta, Vueltas sin fecha, La visita, Los ojos del tiempo, Culpable o El ala de la sombra; ensayos: Óscar Estruga, escultor.
Reconocimientos
Además de los premios recibidos por su obra literaria, la ciudad de Cádiz le ha dedicado un monumento frente al mar en el Paseo que lleva su nombre y ha creado una ruta turística con el nombre de Fernando Quiñones.
La ciudad de Chiclana le concedió la Medalla de Oro (1988) y la Universidad de Cádiz lo nombró Doctor Honoris Causa (1997).
Tras su fallecimiento la Diputación Provincial de Cádiz, junto a otras entidades, creó la Fundación Fernando Quiñones.
Distinciones honoríficas
Hijo Predilecto de la provincia de Cádiz (1998).
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Algunos poemas de Fernando Quiñones:
De En vida (1964;1974):
LO MEMORABLE
Vivo y todo está bien
porque en 1940 y en el Sur
hubo una tarde gris sobre la costa.
Los relámpagos tralleaban la arpillera del aire.
Yo tenía diez años,
el mar estaba oscuro,
corrimos hacia él en medio
de la ventisca; en las arenas solitarias
algo se pronunciaba sin llegar a decirse;
entramos en las aguas foscas y entre la lluvia luego,
recibiéndola entera y para siempre
sobre la playa y bajo de una música
que ya nunca volveré a oír
pero por la que vivo todavía.
ÚLTIMA VOLUNTAD
Mi última voluntad es la primera:
a vosotros, riberas, playas, río,
fangos amanecidos, limos madres
bajo el áspero trueno de los trenes nocturnos,
campanarios de Agosto, torres frente al Atlántico,
viñas solas, bajío y arrecife,
horizontes primeros, montes, marca
verdadera, vosotros soy,
a vosotros mi cuerpo cuando caiga, bahía,
puertos, rincón de ayer, cantil, secreta
máquina de mi paso por el mundo.
De Las crónicas de Al-Ándalus (1970):
LA LECTURA
Torre de la Vela,
el tiempo que pasa
a mí me desvela.
Popular
Federico en la Casa
de los Tiros nos lee esta tarde
su nueva tragedia
de cuyo asunto ya sabemos,
es la historia de una mujer herida
por la esterilidad.
Por el rojo clavel del aire
de verano tardío
suena aún la voz del almuédano,
yace quieto el ramaje al otro lado
de las cortinas, estamos Pepe Hierro, Nuria,
Emilio García Gómez, Juan Rulfo,
Caballero, Cortázar, Félix, Gallego
Burín, al-Munfatil, Carlos Barral. Chispean
los pebeteros en el suelo. Cede
la claridad; alguno
se levanta y atropellando los tisúes
se acerca a la mesa y enciende
el quinqué. Pasa
el santón por la calle
y adivinamos en el lector
la desazón de que esa voz perdida
distraiga. Crece el drama
sobre el papel como en la cálida
entonación y en los ojos de mulo joven. Pero
no subiremos hoy ya a la Alhambra,
nunca iremos a tomar algo
a la taberna en la que Federico
nos iba a hablar por vez primera del
Diván del Tamarit, tampoco vagaremos
luego los callejones: tiembla el ramaje verdioscuro
sacudido por la descarga y el humo y el fuego
alzan los cortinones carmesíes, nos ciegan —¿quién
grita?— y brinca la sangre
a las caobas, al quinqué, a las ramas
del arrayán, del olivar,
ensucia el Darro, anega para siempre
la lectura, el
terso clavel del aire.
POÉTICAS
En el tiempo de la ignorancia y aun después,
la poesía nos habló de todo
y se la sabían todos de memoria.
Vivían en ella los caminos de caravanas por el arenal,
las antiguas pendencias, las genealogías,
el largo cielo sobre la noche de los toldos,
el ganado, el espino, la muchacha
huida y violada entre dunas,
las muertes de jeques y jeques.
Somos ya muy ancianos. Pero podemos recordar
y tampoco ignoramos el lucir
de cuanto aquí se escribe ahora
entre estos verdores y aguas constantes de Al-ándalus
de que nuestros mayores no supieron.
Sin embargo, ¿anda quizá por vuestros versos
el mejor Mutanabbi, el que pensaba?
Sólo está el ingenioso.
Y las lunas se nos van entre garzones elegantes
que de aplauso en aplauso
pían sus breves encomios al señor,
al copero, a la esclava
disfrazada de hombre.
O que no tienen nada que decir
y lo dicen muy bien.
CANTE JONDO
También yo me manché con el aceite
de Saib. ¿Qué me había ocurrido?
¿Y a él? Aquello
no se podía aguantar
hondo como venía, removiéndolo
todo adentro, arrebatándolo
todo en una crecida
de felicidad dolorosa, golpeándome
como si allí estuviera
cuanto he vivido y muerto, cuanto no
conozco, virtiéndome
fuera del tiempo y de quien soy:
no se podía. Creo que también
me arranqué de la ropa jirones, se los di.
Me conduje peor que una criatura o que un loco y ahora
estoy dispuesto a recomenzar,
a que vuelva a pasar lo mismo.
Las cuerdas y la voz, las cuerdas y la voz.
No sé. Yo no podía.
BEN ZAYDUN
Te dije un día que al ver
cómo venía de dejarte
se levantó a ejercer su oficio
aquella plañidera.
Sabes también que anduve como un perro
errando años por la ruina
de al-Zahara, recorriendo los extramuros
de Córdoba y murallas
entre los harapientos, la basura.
Nada quería fuera de mi muerte.
Y bien, Wallada: ahora hallé otras cosas.
No otro amor, ya no quiero
caer en un error semejante.
Ahora las tardes alargadas, el gusto
de estar solo y poder
escribir del fragor aquel sin que me tiemble
la mano, para vida y temor de cuantos vienen,
sacan miel de las quemaduras
y te han dejado en unos trazos, una palabra,
un personaje del poema: a tanto
descendiste, eso eres ya
tú que todo lo eras.
Y tampoco me importa
seguir de este modo condenado a ti
para siempre.
Distraído, al pasar,
sin olvido, sin mortificación,
toco los muros que nos conocieron.
EL CORAZÓN HABITADO
Abrirme el corazón con un cuchillo,
echarte dentro y luego recoser
de nuevo el pecho mío y casa tuya
para que, siempre en él y nunca en otro,
lo habitaras como un pájaro blanco
hasta los días de la resurrección y el juicio.
Así, viva tú allí mientras yo viva,
morarías a mi muerte los tejidos
del corazón, ya en la cerrada sombra.
De Ben Jaqan (1973):
LOS GEMELOS
Se desposa hoy tu hermano Badawi
y piensas, al vestirte con lo mejor que tienes,
en la madre borrada hace dos años,
en las particiones de la hacienda,
en que ahora eres Yahya el soltero.
Entre el vaho y las músicas del convite
estrechas luego al novio y todo, sin pensarlo,
en ese abrazo se confunde:
bullen en él totales, ciegas,
la irrupción a la luz en igual hora y desde el mismo espacio,
las confusiones de los maestros en la escuela, el común
oficio aprendido uno junto al otro.
Conversador y sonriente, al doblar
la tarde,
lejos ya de la casa los esposos,
el cansancio y el vino y la rueda de amigos que se irán luego a un baile te endulzan
la guitarra y la tañes como siempre,
cantas cosas nuevas y antiguas,
y en mitad de la noche te agitas en el sueño,
sudas y muerdes exaltado,
palpas temblando, te
despiertas al fin jadeante, en la boca
el sabor de unos senos besados que no están.
MEDIDAS DE AL-MANSUR
Ah no, no se herirá a ningún
poeta mientras pueda evitarse.
Lo sé: demasiados.
Pero que cuenten con mi gracia
y ya que aquí en Aznalfarache
habríamos de perder dos o tres días escuchándolos
pues tantos son los que desean
honrarme, procedamos sabiamente
para que no se tache de desconsiderado ni de injusto
a Yaqub-al-Mansur:
léanos pues cada uno sólo los dos o tres primeros versos de lo que traigan,
y el que se pase, a las mazmorras,
puesto que no viaja con nosotros el verdugo.
LAS ALBÓNDIGAS
Dos días ya que por tu causa, Mirta,
contravengo las instrucciones del Señor
y, cualquier tarde de estas, los del hakim me harán prender:
a mí, el más limpio del mercado,
pero que ahora, con la carne
tan magra y viva como siempre,
la miga justa y las especias de Alcira,
cho cada mañana en mis albóndigas
cosa que no debieran llevar, lágrimas.
De Las crónicas americanas (1973):
GUITARRA
No hay dos manos que la desnudan
la desanudan la trabajan
cuando la toma un hombre solo
nunca el Tiempo la desampara
ni un hombre solo en nuestros pueblos
está con ella entre las palmas
mientras caducan los maizales
y los años cosen sus mapas
de sangre y bocas abolidas
de soledades y mudanzas.
No le empecinan y remueven
no la interrogan y desangran
dos manos solas: cuánta mano
de este lado y aquel del agua
manos perdidas hechas hueso
distantes manos canceladas
en el silencio preteridas
se juntan para recobrarla
regresan para estar con ella
nuevamente por largo amándola
para avivarle heridas luces
y repartirla y sondearla
y hurgarle un tiempo ensimismado
donde persiste cuando pasa.
Quien la tañe es nuevo y antiguo
quien la estrecha ya la estrechaba
sollozando o jugando quien
hoy la escucha oye las palabras
que temblaron en otras voces
que vieron otras madrugadas
otras llanuras y corrales
otros bajío y murallas
caedizas, la dejaron
de momento y ya la reclaman
para a vida nueva traerse
con el añejo río del alba.+
De Las crónicas del 40 o Salero de España (1976):
NO TE MIRES EN EL RÍO
Al padre de la Luisi y la Juli le dijeron:
"Esto es lo bueno, firma, síguenos".
Y salió.
A los Adorna, los cuñados
de Juan Narváez, y luego a Juan Narváez:
"¿pero es que no os dais cuenta? ¿Cómo vais a quedaros aquí
quietos? Ni hemos de consentíroslo".
Salieron.
Rueda el dentista andaba en convicciones,
"hay que darle la vuelta ya a todo y, con un cántaro de suerte, esto
llegará a ser lo que tiene que ser, lo que de verdad es".
Una noche llamaron a su puerta.
Temblaba abajo un viejo taxi con el motor en marcha y alguna cara conocida.
Rueda se vistió un tanto inquieto.
Salió.
Entre carreteras, empujones, cables
cortados, himnos ensoberbecidos,
presurosas insignias y trompetas, torvos detentes, correajes,
Luis Ramírez salió,
Juan de la Cruz salió,
Roque de Peñola salió,
Tito el Troni salió (y él esperaba
correr otra aventura buena, divertirse),
Lucas Román salió.
Y otros salieron más despacio con pliegos, mandos, mapas, instrucciones.
........................Cómo se los llevó el río
........................del olvido[/i]
LOS PRECIOS
Algo sin duda os ocurrió: moristeis pronto
y junto a casa y mal, o lejos,
por las calles de otros, en los recibidores
de los médicos de otros, en mudables
lavanderías y cafés que no
os esperaban, sin perder el gusto
del vino aquel y de la pólvora
aquella, envejecisteis
maldiciendo, aguardando, imaginando
con obligada imprecisión los cambios
de que os hablaban las visitas, libres
menos para volver tranquilamente, hollar
con los gastados pies cuanto pisaran
los de la juventud, estos centímetros
de tierra mal prensada sobre aquella
de la esperanza y la derrota. Pero
libres: reencontrando con ácida alegría
una bala olvidada y siempre fresca en los bolsillos
del pantalón, trocados no sé cómo
fuerza el alejamiento, obra la rabia y la fatiga,
memoria el pan ajeno y permanencia
lo condenado a transcurrir, las horas
jóvenes del ruido y la furia.
A ese precio, a ese precio.
Y nosotros también envejecimos.
Algo sin duda nos pasó.
Muchos de nuestros hijos os buscan o acaso quieren veros
en nuestros rostros. Hasta para los más
distantes del botín y la protesta
funcionó el frío y fueron
vanos los cuchicheados juramentos
remanentes, inútiles los cantos de victoria.
Qué fue en nuestra cabeza, en nuestro pecho, aquello que murió o no vivió nunca.
El Romancero, La Odisea, el Siglo
de Oro eran antiguallas admirables
o necesarias pócimas gustadas
en la estragada paz: insuficientes (no
como para vosotros, material
de reivindicación y lumbre diarias), cómodos
y ortopédicos Mozart, Falla, Stravinsky,
invisible Picasso. "Desentiéndete y haz
lo tuyo, tolera pero no
concedas, viaja cuando esté
en tu mano, ve a tal premio".
Plato, papel, cierta tranquilidad para escribir.
Un empleo. Unas vigas
a plazos. Cumpleaños feliz y enhorabuena
por esa chica o ese nuevo libro.
A ese precio, a ese precio.
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