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César Simón nació en Valencia, España el 16 de agosto de 1932, estudió Filosofía y Letras y se doctoró con una tesis sobre Juan Gil Albert. Fue director del Instituto Luis Vives de Benetússer y ejerció como profesor de Teoría de la Literatura en la Universidad de Valencia hasta su fallecimiento por cáncer en 1997. Premio Loewe de Poesía en 1996.
Obra
La obra de César Simón cronológicamente pertenece a la llamada "generación segunda de posguerra", si bien su poesía coincide con la generación del setenta, década en la que publicó sus primeras obras. Con notables influencias de poetas como Francisco Brines, César Simón presenta un estilo de escritura austero y una mirada profunda a la hora de analizar aquello que trasciende dentro de lo cotidiano. Fue incluido en la publicación Signos en 1989. A pesar de que sus obras posteriores a 1990 son difíciles de encontrar, y sus obras anteriores a este período casi imposibles de hallar, César Simón ha dejado huella en otros poetas valencianos como Carlos Marzal, Antonio Cabrera o Vicente Gallego.
En su antología de poesía del cincuenta, El 50 del 50, Vicente Gallego resume brevemente sus impresiones en torno a César Simón:
«César Simón dejó formuladas todas las preguntas, y todas eran una, y no hubo más respuesta que el asombro. Luego, se fue más adentro, y allí cantaba el grillo desvelado, con su más nítida voz, con la más honda, esperando por nada, por nadie, y aún enamorado. Dolía leerlo. Y era grande el consuelo.»
Además de poemas, César Simón tiene publicadas dos novelas, Entre un aburrimiento y un amor clandestino y La vida secreta. Esta última novela, que gira en torno a una historia de amor entre un paleontólogo y su estudiante, se caracteriza por un estilo extremadamente depurado de prosa poética, donde los objetos y los lugares se describen en función de la resonancia de sus significados y sus valores como símbolos, sin utilizar en ningún momento de la novela ningún diálogo directo.
Recientemente se ha publicado una nueva antología poética a cargo de Vicente Gallego, Una noche en vela.
Fruto de su tesis doctoral sobre César Simón, Begoña Pozo ha publicado el volumen titulado Un aire interior al mundo. Apuntes de un diálogo inacabado con César Simón. Alicante: Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert, 2010.
(Sacado de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] )
*
Algunos poemas de César Simón:
De Pedregal (1971):
LO QUE NOS DISTE
Avena diste, nubes.
Diste el silencio de la tierra,
la densa pulsación de un vino
que lamía la carne. Diste el ocre
ribazo que alimenta
esas brozas.
Sabíamos de las piedras
-de noche allí se posan los mochuelos-,
las diferentes copas y los modos
de estar, de ser ásperos, duros,
el olivo, el almendro, el algarrobo.
Para nosotros era el tiempo raudo,
más difícil la llama de la sangre;
pues yo creía ver
en el tostado rosa de la piel
los puntos
de arena aún,
la sal ya seca en finos
encajes, en el pelo aún mojado
de aquella agua del mar que en él olía;
yo allí creía ver algo más hondo
que un fácil cuerno de abundancia.
Oh ribazo clemente, entonces vino
tu cuerpo, vino tu sustancia,
tu hondura, tu volteo
en la luz, en las nubes y la broza.
Vino entonces el acto de las ropas,
tosco, el tanteo de los frutos
que a las manos prendían en sus cepos.
Y nosotros sabíamos, no obstante.
que estábamos perdidos,
hundidos en la tibia madriguera,
en el vergel viscoso de un instante.
Allí, prietos, como un canto rodado
en el lecho del río; allí, entregados,
mas sin perder la aguja que te punza
la frente. Y, por eso mismo,
serios, humanos, con la vida cierta,
verdadera, en sus límites tenaces.
Aquí había de ser la salvación
o no sería nunca.
No, no lo sería.
Así había que ser, amargos
como el baladre en medio de la rambla;
ásperos, duros, como la carrasca;
simples, intensos, sin quererlo ser ,
como el tomillo; sabedores mudos,
como la roca, como el cielo raso,
que allí están y allí insisten, y allí esperan.
REGRESO EN EL TRENET
Suave
la noche.
Blanca
la espuma, a flor
de labios. Tu cabeza
tronchada, cómo pende
del hombro.
Noche. Las estaciones
del trenecillo suburbano.
Acacias, bugambilias,
nísperos, tras de verjas, los caminos
entre acequias corruptas, de aguas negras
y brillantes. Bultos de moreras,
ásperas cañas de maíz
en dirección al mar. La Malvarrosa.
Ancho vagón de polvo y papelillos.
Cierras los ojos. Sientes
tu cuerpo joven, derrumbado, quieto,
pero germinativo y oloroso
como el estiércol. Sientes
cómo viene el azahar de oscuras fuentes,
cómo se emboscan las barracas
-girasoles, higueras-,
cómo ladran los perros a distancia,
cómo canta la vida desde el fondo
del barro.
Ya viene el mar, ya hueles
su frescor y su sal, su oscura mole
fragorosa. Ya caminas, ya sigues
al lado de las tapias. La Cadena,
el manantial de Sellarim, jardines
rotos, perdidos, de azulejos,
de fuentes y de bancos de azulejos.
Estrellas. Lejos los silbidos
del tren. Oh madreselva,
verdad, oh dispersión confusa,
aquí amaron tal vez -ficus enormes-,
aquí venían en calesa -blancos trajes
de seda cruda, gasas y sombreros
al viento, al mar-, aquí tomaron
zarzaparrilla, helados. Aquí urdieron
entrevistas nocturnas. Tantas cosas
que ignoras, tantos nombres
que ignoras, tanta dicha,
tanta pasión, que tú nunca sabrás.
Y ahora estos jardines
que pasaron de moda, estos solares,
estos faroles rotos, estas tapias
de bambú, de jazmines, de mojadas
pasioneras.
Oh noche, cómo es frágil
tu paso, cómo es joven
tu ropa descolgada y polvorienta;
cómo están secas estas manos
vacías, que te duelen, entre tanta
facilidad. Mas cómo es grande y pura
la ligereza, el temple con que bebes
lo que te dan: la vida misteriosa,
la densidad oscura, informe, vaga;
este total, lejano desvarío
de tus pasos, en medio del perfume
de los huertos, este ir a casa mudo,
prieto, febril, dichoso, ebrio de muerte.
De Erosión ((1971)
EL MAR ENFRENTE
Ser, entre los geranios, las palmeras,
todo cubriéndolo las hojas,
en esta sombra, y esta luz. Silencio.
Y esta brisa inconcreta, vaga, honda,
lejana, como el tiempo de la vida.
Y meditar. Y oír el pulso oculto,
exacto, medidor certero
de lo que imperceptible pasa.
Y luego, el gran vacío.
La carne, como un prado,
como un tronco de olivo, viejo, añoso,
reabsorbido en ese fuego
central.
Mar, otra vez. Proximidad del mar.
Abril.
Y nadie.
De Estupor final (1977):
LA BIBLIOTECA
Esta es la biblioteca, que por extraños avatares de las guerras carlistas
vino a parar a este bajo techado de la cámara
-y el escritorio donde se firmaron sentencias de muerte-.
Existen tratados de metafísica,
cartularios, manuales de agricultura, poesías completas,
odas y dísticos, mapas con eolos y céfiros.
Paso vagamente las páginas. Y las cierro.
Los transporto del estante de la derecha al de la izquierda,
del de la izquierda al de la derecha;
saco de alguno de ellos recetas de un médico,
tarjetas enviadas por un confuso individuo a su mamá
desde Solingen. Voy a mirar los cepos.
Vigilo la parada del agua.
Hago café. Subo de nuevo hasta el desván. Me detengo
en el rellano. Olvidaba la llave,
la llave de la cripta, donde se amontonan las mecedoras.
He contemplado fijamente los libros. Están los gruesos,
los más gruesos, los crujientes, los blandos.
Fijamente los he contemplado, los blandos, los más blandos.
Los he vuelto a amontonar y arrojar en los cestos
una vez y otra, como medidas de áridos.
A veces me detengo junto a la biblioteca, esa es la verdad,
le doy algunas vueltas, manoseo su mapamundi,
Los Nueve años de vida errante, de Cabeza de Vaca,
el Fuero Juzgo.
Y los transporto del estante de la derecha al de la izquierda,
del de la izquierda al de la derecha.
De Precisión de una sombra (1984):
VIENTO
Ah, sí, el viento, esa ópera del campo,
éxtasis de lo seco,
serpiente en los desvanes,
portazo irremediable,
réquiem aeternam de quien se va para siempre,
que no es morir, sino más lejos,
por cuyo embudo ascienden los papeles locos,
los cardos ciegos,
silbo de afilador en los riscos,
cabellera de jardín botánico,
cuando por un momento surges, y ocurre algo,
y pasa algo,
y no era nada el viento!
EN LA NOCHE
Comenzó a percatarse de lo que de extraño,
de insólito, de súbito decorado excesivo
se le ofreció de pronto.
Y se detuvo en medio de la plaza,
por ritual, por auscultar los ruidos:
el murmullo de aquella fuente
bajo las copas de naranjos.
Sí, llovía;
el rumor de las aguas y el negro de las hojas
le hicieron sentir frío.
Aceptó la sentencia:
escuchó y no hubo nada,
ni sonrisa ni odio.
Prosiguió su camino,
de prisa, en busca de la casa escondida,
aquella especie de piso franco.
Atravesó el jardín desierto,
ascendió por la escalera exterior,
escuchó el rumor de la lluvia remota,
miró brillar los charcos en la noche,
se introdujo hacia adentro.
LA CASA
¿No la recuerdas, viajero?
Esta es la casa que te espera,
tu casa.
No tengas prisa en penetrar en ella.
En tu profunda casa,
donde los ecos de tus pasos
se adentran.
Abre primero la gran puerta,
y aspira, aspira el frío,
el vaho, y avanza a tientas,
hasta tu cuarto oscuro
donde tu voz resuena.
De Extravío (1991):
EN LA LLUVIA
Hay días en que acaso nada importa.
No importa ni siquiera el no importar.
América profunda
dee incógnitas ciudades,
vemos pasar los gestos
desdibujados,
hoscas miradas o registros
indiferentes.
En las interminables avenidas
anónimas, entramos en un bar,
a celebrar la noche o la tarde de lluvia,
tras los cristales invernales.
Nada es nada.
Y nada pretendemos, sino lo imprescindible,
la única certeza, estar ahí,
indefinidos y perplejos,
testificando nuestra extraña fe
en esa lejanía,
tomando nuestro vaso,
oyendo estupefactos el rumor de la lluvia.
Esas irisaciones acuosas
que pulverizan sus estelas,
este ofrecerse -taciturnos-
momias, fantasmas, maniquíes,
esto es el caos y el nous, el ser y el tiempo
de las vastedades.
¿Dónde escapar, y para qué?
Es enorme la vida,
si no feliz;
es honda su lección, si no dichosa.
FRENTE AL BALCÓN
Una mañana,
evadido, escondido, permanecí en silencio.
Me senté, frente al balcón, a la mesa desnuda.
Y, como siempre, estuve traicionándome.
Yo escribía y usaba de los moldes,
aunque me figuraba original;
dentro de mí, se rebelaba ¿la palabra?
El vacío, mi fiel y noble pulso,
mi saliva y mi propio corazón,
mi calor y mi temperatura,
mi secreto: el silencio.
Ah, delicadamente, entonces, contemplé de nuevo el balcón,
el pálido sol del muro, las oscuras plantas,
mi cuerpo milagroso en un instante, el único instante
de siempre, el vano instante
del mundo: la mirada.
SI PUDIERAN DECIRSE
Si pudieran decirse
esos misterios de la noche,
al borde de una cama,
frente al espacio absorto de un suelo iluminado
por turbio resplandor;
si pudiera decirse
cuánto llevamos vivos
o muertos,
hablando o en silencio,
respondiendo o llamando a nuestras perdidas voces;
si pudiera decirse si en estas ocasiones
se sabe o se confiesa la ignorancia,
si somos el cimiento
o la espuma del mundo,
o si tal vez tan sólo un silbido lejano
o el pozo sin fondo de la noche.
ANTIGUO DISCO
Recuerda el tiempo ahora
de los que crees fueron
días felices,
porque tal vez lo fueran realmente.
En tu opaco mirar el horizonte
no sabías que todo se te daba,
juventud y distancia
para vagar sin prisa
y acaso echar de menos otros días.
Si dejaste escapar aquellas horas,
así te desdeñabas,
pródigo de ti mismo.
Esta música, ahora,
te certifica que la vida
fue siempre un poco menos
de lo que pudo,
pero que luego es mucho más
de lo que parecía.
CUANDO AMAS
Permanece en silencio cuando amas.
Escucha al fondo
la vastedad de la respiración,
la gota de agua y el rumor del viento.
Y ven lejos.
Ven, al amor, de lejos.
Desde la noche,
desde el desierto,
arrimado a los muros,
a perecer en él, como acto único.
César Simón nació en Valencia, España el 16 de agosto de 1932, estudió Filosofía y Letras y se doctoró con una tesis sobre Juan Gil Albert. Fue director del Instituto Luis Vives de Benetússer y ejerció como profesor de Teoría de la Literatura en la Universidad de Valencia hasta su fallecimiento por cáncer en 1997. Premio Loewe de Poesía en 1996.
Obra
La obra de César Simón cronológicamente pertenece a la llamada "generación segunda de posguerra", si bien su poesía coincide con la generación del setenta, década en la que publicó sus primeras obras. Con notables influencias de poetas como Francisco Brines, César Simón presenta un estilo de escritura austero y una mirada profunda a la hora de analizar aquello que trasciende dentro de lo cotidiano. Fue incluido en la publicación Signos en 1989. A pesar de que sus obras posteriores a 1990 son difíciles de encontrar, y sus obras anteriores a este período casi imposibles de hallar, César Simón ha dejado huella en otros poetas valencianos como Carlos Marzal, Antonio Cabrera o Vicente Gallego.
En su antología de poesía del cincuenta, El 50 del 50, Vicente Gallego resume brevemente sus impresiones en torno a César Simón:
«César Simón dejó formuladas todas las preguntas, y todas eran una, y no hubo más respuesta que el asombro. Luego, se fue más adentro, y allí cantaba el grillo desvelado, con su más nítida voz, con la más honda, esperando por nada, por nadie, y aún enamorado. Dolía leerlo. Y era grande el consuelo.»
Además de poemas, César Simón tiene publicadas dos novelas, Entre un aburrimiento y un amor clandestino y La vida secreta. Esta última novela, que gira en torno a una historia de amor entre un paleontólogo y su estudiante, se caracteriza por un estilo extremadamente depurado de prosa poética, donde los objetos y los lugares se describen en función de la resonancia de sus significados y sus valores como símbolos, sin utilizar en ningún momento de la novela ningún diálogo directo.
Recientemente se ha publicado una nueva antología poética a cargo de Vicente Gallego, Una noche en vela.
Fruto de su tesis doctoral sobre César Simón, Begoña Pozo ha publicado el volumen titulado Un aire interior al mundo. Apuntes de un diálogo inacabado con César Simón. Alicante: Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert, 2010.
(Sacado de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] )
*
Algunos poemas de César Simón:
De Pedregal (1971):
LO QUE NOS DISTE
Avena diste, nubes.
Diste el silencio de la tierra,
la densa pulsación de un vino
que lamía la carne. Diste el ocre
ribazo que alimenta
esas brozas.
Sabíamos de las piedras
-de noche allí se posan los mochuelos-,
las diferentes copas y los modos
de estar, de ser ásperos, duros,
el olivo, el almendro, el algarrobo.
Para nosotros era el tiempo raudo,
más difícil la llama de la sangre;
pues yo creía ver
en el tostado rosa de la piel
los puntos
de arena aún,
la sal ya seca en finos
encajes, en el pelo aún mojado
de aquella agua del mar que en él olía;
yo allí creía ver algo más hondo
que un fácil cuerno de abundancia.
Oh ribazo clemente, entonces vino
tu cuerpo, vino tu sustancia,
tu hondura, tu volteo
en la luz, en las nubes y la broza.
Vino entonces el acto de las ropas,
tosco, el tanteo de los frutos
que a las manos prendían en sus cepos.
Y nosotros sabíamos, no obstante.
que estábamos perdidos,
hundidos en la tibia madriguera,
en el vergel viscoso de un instante.
Allí, prietos, como un canto rodado
en el lecho del río; allí, entregados,
mas sin perder la aguja que te punza
la frente. Y, por eso mismo,
serios, humanos, con la vida cierta,
verdadera, en sus límites tenaces.
Aquí había de ser la salvación
o no sería nunca.
No, no lo sería.
Así había que ser, amargos
como el baladre en medio de la rambla;
ásperos, duros, como la carrasca;
simples, intensos, sin quererlo ser ,
como el tomillo; sabedores mudos,
como la roca, como el cielo raso,
que allí están y allí insisten, y allí esperan.
REGRESO EN EL TRENET
Suave
la noche.
Blanca
la espuma, a flor
de labios. Tu cabeza
tronchada, cómo pende
del hombro.
Noche. Las estaciones
del trenecillo suburbano.
Acacias, bugambilias,
nísperos, tras de verjas, los caminos
entre acequias corruptas, de aguas negras
y brillantes. Bultos de moreras,
ásperas cañas de maíz
en dirección al mar. La Malvarrosa.
Ancho vagón de polvo y papelillos.
Cierras los ojos. Sientes
tu cuerpo joven, derrumbado, quieto,
pero germinativo y oloroso
como el estiércol. Sientes
cómo viene el azahar de oscuras fuentes,
cómo se emboscan las barracas
-girasoles, higueras-,
cómo ladran los perros a distancia,
cómo canta la vida desde el fondo
del barro.
Ya viene el mar, ya hueles
su frescor y su sal, su oscura mole
fragorosa. Ya caminas, ya sigues
al lado de las tapias. La Cadena,
el manantial de Sellarim, jardines
rotos, perdidos, de azulejos,
de fuentes y de bancos de azulejos.
Estrellas. Lejos los silbidos
del tren. Oh madreselva,
verdad, oh dispersión confusa,
aquí amaron tal vez -ficus enormes-,
aquí venían en calesa -blancos trajes
de seda cruda, gasas y sombreros
al viento, al mar-, aquí tomaron
zarzaparrilla, helados. Aquí urdieron
entrevistas nocturnas. Tantas cosas
que ignoras, tantos nombres
que ignoras, tanta dicha,
tanta pasión, que tú nunca sabrás.
Y ahora estos jardines
que pasaron de moda, estos solares,
estos faroles rotos, estas tapias
de bambú, de jazmines, de mojadas
pasioneras.
Oh noche, cómo es frágil
tu paso, cómo es joven
tu ropa descolgada y polvorienta;
cómo están secas estas manos
vacías, que te duelen, entre tanta
facilidad. Mas cómo es grande y pura
la ligereza, el temple con que bebes
lo que te dan: la vida misteriosa,
la densidad oscura, informe, vaga;
este total, lejano desvarío
de tus pasos, en medio del perfume
de los huertos, este ir a casa mudo,
prieto, febril, dichoso, ebrio de muerte.
De Erosión ((1971)
EL MAR ENFRENTE
Ser, entre los geranios, las palmeras,
todo cubriéndolo las hojas,
en esta sombra, y esta luz. Silencio.
Y esta brisa inconcreta, vaga, honda,
lejana, como el tiempo de la vida.
Y meditar. Y oír el pulso oculto,
exacto, medidor certero
de lo que imperceptible pasa.
Y luego, el gran vacío.
La carne, como un prado,
como un tronco de olivo, viejo, añoso,
reabsorbido en ese fuego
central.
Mar, otra vez. Proximidad del mar.
Abril.
Y nadie.
De Estupor final (1977):
LA BIBLIOTECA
Esta es la biblioteca, que por extraños avatares de las guerras carlistas
vino a parar a este bajo techado de la cámara
-y el escritorio donde se firmaron sentencias de muerte-.
Existen tratados de metafísica,
cartularios, manuales de agricultura, poesías completas,
odas y dísticos, mapas con eolos y céfiros.
Paso vagamente las páginas. Y las cierro.
Los transporto del estante de la derecha al de la izquierda,
del de la izquierda al de la derecha;
saco de alguno de ellos recetas de un médico,
tarjetas enviadas por un confuso individuo a su mamá
desde Solingen. Voy a mirar los cepos.
Vigilo la parada del agua.
Hago café. Subo de nuevo hasta el desván. Me detengo
en el rellano. Olvidaba la llave,
la llave de la cripta, donde se amontonan las mecedoras.
He contemplado fijamente los libros. Están los gruesos,
los más gruesos, los crujientes, los blandos.
Fijamente los he contemplado, los blandos, los más blandos.
Los he vuelto a amontonar y arrojar en los cestos
una vez y otra, como medidas de áridos.
A veces me detengo junto a la biblioteca, esa es la verdad,
le doy algunas vueltas, manoseo su mapamundi,
Los Nueve años de vida errante, de Cabeza de Vaca,
el Fuero Juzgo.
Y los transporto del estante de la derecha al de la izquierda,
del de la izquierda al de la derecha.
De Precisión de una sombra (1984):
VIENTO
Ah, sí, el viento, esa ópera del campo,
éxtasis de lo seco,
serpiente en los desvanes,
portazo irremediable,
réquiem aeternam de quien se va para siempre,
que no es morir, sino más lejos,
por cuyo embudo ascienden los papeles locos,
los cardos ciegos,
silbo de afilador en los riscos,
cabellera de jardín botánico,
cuando por un momento surges, y ocurre algo,
y pasa algo,
y no era nada el viento!
EN LA NOCHE
Comenzó a percatarse de lo que de extraño,
de insólito, de súbito decorado excesivo
se le ofreció de pronto.
Y se detuvo en medio de la plaza,
por ritual, por auscultar los ruidos:
el murmullo de aquella fuente
bajo las copas de naranjos.
Sí, llovía;
el rumor de las aguas y el negro de las hojas
le hicieron sentir frío.
Aceptó la sentencia:
escuchó y no hubo nada,
ni sonrisa ni odio.
Prosiguió su camino,
de prisa, en busca de la casa escondida,
aquella especie de piso franco.
Atravesó el jardín desierto,
ascendió por la escalera exterior,
escuchó el rumor de la lluvia remota,
miró brillar los charcos en la noche,
se introdujo hacia adentro.
LA CASA
¿No la recuerdas, viajero?
Esta es la casa que te espera,
tu casa.
No tengas prisa en penetrar en ella.
En tu profunda casa,
donde los ecos de tus pasos
se adentran.
Abre primero la gran puerta,
y aspira, aspira el frío,
el vaho, y avanza a tientas,
hasta tu cuarto oscuro
donde tu voz resuena.
De Extravío (1991):
EN LA LLUVIA
Hay días en que acaso nada importa.
No importa ni siquiera el no importar.
América profunda
dee incógnitas ciudades,
vemos pasar los gestos
desdibujados,
hoscas miradas o registros
indiferentes.
En las interminables avenidas
anónimas, entramos en un bar,
a celebrar la noche o la tarde de lluvia,
tras los cristales invernales.
Nada es nada.
Y nada pretendemos, sino lo imprescindible,
la única certeza, estar ahí,
indefinidos y perplejos,
testificando nuestra extraña fe
en esa lejanía,
tomando nuestro vaso,
oyendo estupefactos el rumor de la lluvia.
Esas irisaciones acuosas
que pulverizan sus estelas,
este ofrecerse -taciturnos-
momias, fantasmas, maniquíes,
esto es el caos y el nous, el ser y el tiempo
de las vastedades.
¿Dónde escapar, y para qué?
Es enorme la vida,
si no feliz;
es honda su lección, si no dichosa.
FRENTE AL BALCÓN
Una mañana,
evadido, escondido, permanecí en silencio.
Me senté, frente al balcón, a la mesa desnuda.
Y, como siempre, estuve traicionándome.
Yo escribía y usaba de los moldes,
aunque me figuraba original;
dentro de mí, se rebelaba ¿la palabra?
El vacío, mi fiel y noble pulso,
mi saliva y mi propio corazón,
mi calor y mi temperatura,
mi secreto: el silencio.
Ah, delicadamente, entonces, contemplé de nuevo el balcón,
el pálido sol del muro, las oscuras plantas,
mi cuerpo milagroso en un instante, el único instante
de siempre, el vano instante
del mundo: la mirada.
SI PUDIERAN DECIRSE
Si pudieran decirse
esos misterios de la noche,
al borde de una cama,
frente al espacio absorto de un suelo iluminado
por turbio resplandor;
si pudiera decirse
cuánto llevamos vivos
o muertos,
hablando o en silencio,
respondiendo o llamando a nuestras perdidas voces;
si pudiera decirse si en estas ocasiones
se sabe o se confiesa la ignorancia,
si somos el cimiento
o la espuma del mundo,
o si tal vez tan sólo un silbido lejano
o el pozo sin fondo de la noche.
ANTIGUO DISCO
Recuerda el tiempo ahora
de los que crees fueron
días felices,
porque tal vez lo fueran realmente.
En tu opaco mirar el horizonte
no sabías que todo se te daba,
juventud y distancia
para vagar sin prisa
y acaso echar de menos otros días.
Si dejaste escapar aquellas horas,
así te desdeñabas,
pródigo de ti mismo.
Esta música, ahora,
te certifica que la vida
fue siempre un poco menos
de lo que pudo,
pero que luego es mucho más
de lo que parecía.
CUANDO AMAS
Permanece en silencio cuando amas.
Escucha al fondo
la vastedad de la respiración,
la gota de agua y el rumor del viento.
Y ven lejos.
Ven, al amor, de lejos.
Desde la noche,
desde el desierto,
arrimado a los muros,
a perecer en él, como acto único.
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