¿Por qué has dejado a la hermosa joven que con tanta gracia te excitaba al baile?
Fausto. Porque mientras cantaba le salió de la boca un ratón colorado.
Mefistófeles. ¡He aquí en verdad una cosa terrible! Pero no debes hacer gran caso, pues
peor sería que el ratón hubiese sido pardo. ¿Qué importa esto a la hora del pastor?
Fausto. Luego he visto...
Mefistófeles. ¿Qué?
Fausto. ¿Ves allí una hermosa joven pálida que está apartada de todas las demás? Se retira a
paso lento; parece que anda a pies juntillas: en verdad que se parece mucho a la pobre
margarita.
Mefistófeles. Deja ese recuerdo si no quieres entristecerte. Es una figura fantástica, una
figura sin vida, un espectro. Haríamos muy mal en seguirla, pues su mirada fija hiela la
sangre, y casi convertiría al hombre en piedra. Ya has oído hablar de Meduza.
Fausto. Como tú dices, son sus ojos los de una muerta, ojos que no han cerrado ninguna
mano amiga; pero aquél es también el seno que me entregó Margarita, aquél el cuerpo que
fue para mí una delicia.
Mefistófeles. ¡La magia! ¿Por qué tan fácilmente te dejas engañar por la magia? Todos los
que piensan como tu creerían ver en ella a su querida.
Fausto. ¡Oh, tormento voluptuoso! No puedo sustraerme a su mirada. ¡Qué extraño adorno
lleva en derredor de su hermoso cuello! ¡Es una pequeña cinta encarnada que no es más
ancha que el filo de un cuchillo!
Mefistófeles. Es cierto, también yo la veo; podría llevar asimismo su cabeza debajo del
brazo por habérsela cortado Perseo. ¡Siempre entregado a las mismas ilusiones! Ven a esta
colina, tan agradable como el mismo Prater. ¡Ah! No me han engañado, pues hay un
verdadero teatro: veamos lo que representan.
Servibilis. Va a empezarse de nuevo, y ésta será la última de las piezas que se han dado,
cuyo número es el que acostumbramos a ofrecer siempre al público. Un aficionado la ha
escrito y está confiado su desempeño a otros aficionados. Dispensadme, señores, si yo me
eclipso, porque mi afición consiste en levantar el telón.
Mefistófeles. Mucho me agrada verlos en Blocksberg, porque estáis en vuestro puesto.
Sueño de la noche de Walpurgis, o bodas de Oberon y de Titania.
Intermedio.
Director de escena. Hijos esforzados de Mieding, hora es ya de que tomemos aliento y
reposemos contemplando la escena que ofrecen a nuestros ojos este antiguo monte y sus
frescos valles. He ahí toda la escena.
Un heraldo. Para que sea de otro nuestra boda, no debemos contraerla hasta los cincuenta
años, en cuya edad quedan terminadas todas las querellas, y es aún mayor el encanto que
para nosotros tiene aquel precioso metal.
Oberon. Espíritus, acudid presurosos a mi lado, ya que el rey y la reina van en esta hora
solemne a casarse de nuevo. Que ninguno de vosotros se olvide de tributarles los honores
que le son debidos.
Puck. Ya Puck en espiral atraviesa el espacio, sin contar los cien otros que le acompañan,
agitándose en el aire para acudir al punto a que el deber le llama a todos.
Ariel. Comienza su canto el fantástico Ariel y como no hay ser humano que no se
enternezca al oír su voz melodiosa, pronto logra atraer a todas las bellezas.
Oberon. Que los que quieran vivir sigan nuestro ejemplo. Nunca se aman tanto dos esposos,
como después de haber estado por mucho tiempo separados. Es innegable que la saciedad
de muerte al deseo.
Titania. Para evitar que el capricho y el mal humor turben la dulce paz que ha de reinar en
un matrimonio, debe vivir el hombre en el Mediodía y la mujer en el Norte.
Orquesta, (tutti fortissimo.) Moscas, moscardones, ranas, grillos, cigarras y todas cuantas
razas de animales se vieron de más horrible canto dotados por la naturaleza, serán hoy
nuestros concertantes. ¡Qué dulce armonía nos está reservada!
Solo. La zampoña es el primero de los instrumentos para alegrar los campos. ¡Cómo se
hincha de placer el corazón de los aldeanos al oír el primero de sus tiernos sones!
Espíritu que acaba de formarse. Mirad a ese pequeño ser que apenas puede arrastrarse por
el polvo y que se aparece en lo repugnante de una araña, cómo, a pesar de su fealdad y
horror que inspira, es un verdadero poema.
Una tierna pareja. ¿Por qué altivo te diriges a la feliz colina, de la que brotan en abundancia
la miel y los aromas, si estas segura de no llegar nunca a su dichosa cima?
Un viajero curioso. No había visto en mi vida una mascarada como ésta y sólo me falta ver
ya al dios Oberon ostentando sus brillantes colores para animar aún más esta fiesta
verdaderamente regia.
Un ortodoxo. Aunque le falta las garras y los cuernos, no me queda duda alguna de que es
tan diablo como lo eran todos los dioses de la antigua Grecia.
Un artista del Norte. Sencillos bosquejos han sido hasta ahora mis obras; pero desde hoy
me preparo para mi viaje a esa hermosa Italia, constante objeto de todas mis ilusiones.
Un purista. El infortunio me conduce aquí. ¡Cómo no aniquilan, oh dioses, vuestros rayos a
ese cúmulo de hechiceras!
Joven hechicera. Ostente su vano adorno la vejez arrugada y flaca, que yo prefiero en
mucho lucir mis gracias naturales en pleno día, y hasta si es posible en toda su desnudez,
para mayor encanto.
Una matrona. Esas gracias de que tanto os envanecéis, pronto se desvanecerán como el
humo; también nosotras, cual vosotras, fuimos hermosas, y está hoy nuestro cuerpo
arrugado y próximo a pudrirse, como se pudrirá el vuestro algún día.
Un maestro de capilla. Moscas y demás avechuchos que formáis la orquesta, no olvidéis ni
una sola nota a fin de que admiren a la vez vuestra destreza y vuestra armonía.
Veleta vuelta de un lado. Todo en este baile atronador me admira; así el profundo saber de
los profesores y cantantes, como la gracia y la inocencia de los danzantes, personas todas
de muy buenas prendas.
Veleta vuelta del lado opuesto. Si no se abre ahora mismo la tierra para tragarse a toda esa
infernal canalla, voy a precipitarme a los profundos abismos.
Xenies. Aunque verdaderos insectos con dientes de culebra, nada omitimos para hacer más
esplendentes la gloria y las obras de nuestro bueno y querido abuelo Satán.
Hennings. Al verles así reunirse y embromar sencillamente, cualquiera que no les conociese
se convencería de que están dotados de un corazón noble y generoso.
Musagette. Tienen para mí tales encantos esas hechiceras jóvenes y hermosas, que
preferiría vivir entre ellas a dirigir el tan celebrado coro de musas del Pindo.
Ex genio del tiempo. Agárrate a mí si quieres ser pronto un oráculo y que se te abran de par
en par las puertas del Parnaso alemán. De lo contrario, difícilmente escribirás tu nombre a
aquel templo inmortal de la gloria.
Viajero curioso. ¿Qué nombre dais a ese pedante que va tan prendado de su propio mérito?
¿A quién persigue? “A los jesuitas cuya pista sigue con el más grande empeño.”
Una grulla. Para pescar no me importa que sea el agua clara o turbia y por eso no hay pez
alguno que esté libre de mi pico. ¡Cuánto pudiera deciros de los que hacen otro tanto!
Un mundano. ¡A cuántos una piedad fingida sirve de máscara! Muchos sé yo que con
frecuencia se reúnen en el sobre el Blocksberg, con un fin muy diverso del que aparentan.
Un bailarín. Veo llegar nuevos coros y tambores y oigo que resuena nuevamente la trompa;
pero no, me engaño: es una voz áspera que canta en los cañaverales.
Un maestro de danza. Baile es éste, por cierto, muy raro: todos desempeñan perfectamente
su papel; lo mismo salta y da vueltas el cojo que el del abultado vientre.
Un tocador de gaita. ¡Cómo se odia esa maldita raza! ¡Ay de ellos a no haberles puesto la
gaita conformes, como lo hacía en otro tiempo la dorada lira con los tigres y leones en los
montes de la Tracia!
Un dogmático. Por más razón que tenga, no siempre me es dado alcanzar la victoria;
preciso es, pues, confesar, que bien debe el diablo entremeterse en algo y que ha de tener
más importancia de la que le concedemos.
Un idealista. La imaginación empieza a perturbarme la inteligencia. Si lo soy todo, debo
también ser necesariamente estúpido.
Un realista. El ser me ocupa y me atormenta, de suerte que me veo en los más grandes
apuros y apenas pueden mis piernas sostenerme.
Un supernaturalista. Mucho me complace el verme entre esta juguetona, en la que hasta los
mismos diablos parecen convertirse en genios benéficos.
Un escéptico. Engañados por esos fuegos fatuos creen haber llegado al colmo de todos sus
deseos. Ya que el diablo y la duda son inseparables, aquí voy a plantar mis tiendas.
El director de orquesta. Grillo adulador de la violeta, y vosotros, moscas, moscardones y
demás bichos de eterno zumbido, sois unos malos dilettanti y aún peores concertistas.
Los hábiles. Nada nos preocupa; dotados de miembros ágiles y sutiles, si no podemos andar
con los pies, andaremos con la cabeza.
Los glotones. Al solo recuerdo de los hermosos tiempos en que comíamos tan suculentos
bocados, aún descalzos por haberlo gastado todo en francachelas, no hemos podido menos
de asistir a esta espléndida fiesta.
Fuegos fatuos. Aunque salidos del lodo inmundo de que somos hijos, se nos considera aquí
como de regia familia, sólo porque con el fugaz resplandor de nuestros colores
deslumbramos a los tontos.
Una estrella caída. Después de haber brillado en la celeste altura, me veo aquí en la hierba
confundida entre gusanos. ¿Quién podrá hacerme recobrar mi alto destino?
Los macizos. Que todo cuanto haya en torno nuestro se incline, humille y doblegue; somos
espíritus fuerte y nuestra planta es de hierro.
Puck. Más bien que espíritus parecen una manada de elefantes; casi me atrevería a
suplicarles que no pasasen tanto como el pesado Puck.
Ariel. Ya que la naturaleza os dio en su bondad alas divinas, seguidme a los montes vecinos
donde brotan para mí las campestres rozas.
La orquesta (pianissimo.) El viento susurra entre las cañas, la niebla desaparece ante una
luz pura y blanquecina, y los sueños se desvanecen sin que quede de ello más que un
recuerdo vago.
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