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    Mensaje por Maria Lua Miér 17 Mar 2021, 06:29

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    Johann Wolfgang von Goethe






    Johann Wolfgang von Goethe (pronunciado /ˈjoːhan ˈvɔlfɡaŋ fɔn ˈɡøːtə/ ( escuchar); Fráncfort del Meno, 28 de agosto de 1749-Weimar, 22 de marzo de 1832) fue un dramaturgo, novelista, poeta y naturalista alemán, contribuyente fundamental del Romanticismo, al que ejerció una gran influencia y fue uno de los mayores exponentes del movimiento Sturm und Drung que dió origen al mismo.

    En palabras de George Eliot (1819-1880) fue «el más grande hombre de letras alemán... y el último verdadero hombre universal que caminó sobre la tierra». Su obra, que abarca géneros como la novela, la poesía lírica, el drama e incluso controvertidos tratados científicos, dejó una profunda huella en importantes escritores, compositores, pensadores y artistas posteriores, siendo incalculable en la filosofía alemana posterior y constante fuente de inspiración para todo tipo de obras.

    El propio Goethe narró su vida en un libro autobiográfico, Dichtung und Wahrheit (Poesíanota 1​ y verdad) (1811 y ss.), que llega hasta el año 1775, cuando se pone al servicio del príncipe heredero Carlos Augusto en Weimar.


    Casa natal de Goethe en Fráncfort, reconstruida tras la II Guerra Mundial.
    Nació en Fráncfort del Meno (Frankfurt am Main), hijo de Johann Caspar Goethe, doctor en derecho y consejero imperial (título honorario) que se retiró de la vida pública y educó a sus hijos él mismo, bajo la máxima de no perder el tiempo en lo más mínimo, y de Katharina Elisabeth Textor, hija del burgomaestre de Fráncfort. Estas vinculaciones familiares le pusieron en contacto desde niño con el patriciado urbano y la vida política.

    Considerado superdotado2​ y provisto de una enorme y enfermiza curiosidad, hizo prácticamente de todo y llegó a acumular una omnímoda o completa cultura.3​ En primer lugar estudió lenguas, aunque sus inclinaciones iban por el arte y nunca, a lo largo de toda su vida, dejó de cultivar el dibujo; al tiempo que escribía sus primeros poemas, se interesó por otras ramas del conocimiento como la geología, la química y la medicina.4​

    Goethe estudió Derecho en Leipzig (1765); allí conoció los escritos de Winckelmann sobre arte y cultura griegas, pero una grave enfermedad le obligó a dejar los estudios en 1768 y volver a Fráncfort. Katharina von Klettenberg, amiga de su madre, lo cuidó y lo introdujo en el misticismo pietista, que ponía su énfasis en el sentimiento dentro de la confesión protestante; por entonces compuso sus primeros poemas. Volvió a la Universidad en 1770, en Estrasburgo, y al año siguiente entregó su tesis doctoral, cuyo tema era la relación entre el Estado y la Iglesia. Los teólogos de Estrasburgo consideraron el escrito escandaloso; uno de ellos calificó a Goethe de "demente que desprecia la religión". El Decano de la Facultad recomendó a Goethe que retirase la tesis; al mismo tiempo, la Universidad le daba la posibilidad de obtener la licenciatura. Para este título solo necesitaba plantear y defender unas pocas tesis, y así lo hizo. 5​En una de estas tesis Goethe trató la cuestión de si debería condenarse a la muerte a la madre que mata a su hijo, tema que más tarde aparece, en forma artística, en su obra de la tragedia de Gretchen.

    Esos dos años allí fueron muy importantes para él: conoció a Friederike Brion, que le inspiró la mayoría de sus personajes femeninos, y trabó amistad con el teólogo y teórico del arte y la literatura Johann Gottfried von Herder. Herder despertó su interés en la poesía popular alemana, le descubrió el universo de Shakespeare y le liberó definitivamente del neoclasicismo francés y de la confianza en la razón de la Aufklärung (Ilustración) alemana.

    Empezó a hacer prácticas de abogacía en Wetzlar y colaboró con Herder en la redacción del manifiesto fundador del movimiento Sturm und Drang («Tempestad e ímpetu»), considerado el preludio del Romanticismo en Alemania: Sobre el estilo y el arte alemán (1772). En esta obra se reivindica la poesía de James MacPherson (Ossian) y de Shakespeare. Otra vez de vuelta en Fráncfort, escribió la tragedia Götz von Berlichingen (1773) y al año siguiente su novela Las penas del joven Werther (1774). La inspiración del Werther la había encontrado a mediados de 1772, cuando hacía prácticas de abogacía en el tribunal de Wetzlar: se había enamorado de Charlotte Buff, novia y prometida de su colega, también abogado en prácticas, Johann Christian Kestner, y Karl Wilhelm Jerusalem, otro abogado atormentado por un amor no correspondido, se suicidó utilizando una pistola prestada por Kestner. Goethe unió ambas historias para su novela Werther, en parte epistolar, y tuvo tal éxito al representar en la figura del protagonista el desencanto de las jóvenes generaciones, que provocó una epidemia de suicidios de adolescentes en el país.6​

    El mismo año que el Werther (1774), Goethe publicó su drama Clavijo mientras intentaba abrir con poca fortuna un bufete de abogado en Fráncfort, y en la primavera de 1775 se comprometió con la hija de un banquero de la ciudad, Lili Schönemann. Sin embargo, las diferencias sociales y de estilo de vida entre ambas familias terminaron por desbaratar este compromiso, que no llegó a desembocar en matrimonio. El noviazgo acabó en el otoño de ese mismo año y, ansioso de escapar de este ambiente, el fallido esposo no dudó en aceptar la invitación a la Corte de Weimar de Carlos Augusto de Sajonia-Weimar-Eisenach, heredero del ducado de Sajonia-Weimar. 7​Tras publicar su Stella (1775), marchó inmediatamente hacia Weimar, huyendo en la práctica de dos situaciones: el compromiso sentimental con Lili Schönemann y el ejercicio de la abogacía.


    Leyendo el Werther, de Wilhelm Amberg, 1870.
    Al servicio del príncipe heredero Carlos Augusto fijará su residencia en Weimar ya hasta su muerte. No obstante, las numerosas tareas que este le encomendaba le hicieron abandonar la literatura durante casi diez años, a pesar de que Ana Amalia de Brunswick-Wolfenbüttel, madre de Carlos Augusto, había puesto en pie un círculo de intelectuales con el preceptor de su hijo, Wieland, y lo amplió al incluir en él a Goethe y posteriormente a intelectuales tan destacados como Herder y Friedrich von Schiller; fugazmente pasaron también por allí Jakob Michael Reinhold Lenz y Friedrich Maximilian Klinger. 8​Goethe destacó enseguida y pasó de ser consejero secreto de legación (1776) a consejero secreto (1779), y finalmente se convirtió en una especie de ministro supremo. Otra de sus funciones fue la supervisión de la Biblioteca ducal, que bajo su dirección llegó a ser una de las más importantes de toda Alemania.

    Inicia en esa época sus investigaciones científicas. Interesado por la óptica, concibió una teoría distinta a la de Isaac Newton sobre los colores y también investigó en geología, química y osteología, disciplina esta última en que descubrió el hueso intermaxilar en marzo de 1784, que pone una de las primeras piedras en la teoría de la evolución del hombre, aunque en esto se le adelantó por muy poco el anatomista francés Vicq d'Azyr, lo que le supuso una gran frustración. 9​Las cartas a Charlotte von Stein dan fe de su actividad en esta época de su vida, dedicada a todo tipo de encargos y gestiones para reformar el muy pequeño y humilde Estado de Weimar.

    Desde un puesto tan importante tuvo la oportunidad de relacionarse con la alta aristocracia y conoció a personajes notables, como Napoleón Bonaparte, Ludwig van Beethoven y Arthur Schopenhauer. En 1782 el propio Duque Carlos Augusto antepuso a su apellido la preposición von, y le entregó su diploma de noble 10​ pese a las protestas de la nobleza, para que formara parte de la Corte con un cargo equiparable al de los restantes ministros, pertenecientes todos a ella.

    Ingresó en la Masonería el 23 de junio de 1780 dentro de la efímera logia Amalia, 11​que abatió columnas dos años después. En 1830, dos años antes de su muerte, Goethe compuso un poema titulado Para la fiesta de San Juan de 1830 en ocasión de celebrarse su cincuentenario como miembro de la masonería. Se considera que su condición de masón, así como otras aficiones que al parecer cultivó, influyeron en su obra, especialmente en Fausto.

    Por otra parte, seguía profundizando en el estudio del teatro de William Shakespeare y de Pedro Calderón de la Barca, algunas de cuyas obras (por ejemplo, El príncipe constante de Calderón) hizo representar con éxito como encargado del teatro en la Corte de Weimar; en estas funciones empezó a cartearse con Schiller. Las lecturas teatrales de estos autores amplían notablemente los horizontes de su espíritu. Le domina además el entusiasmo ante la falsa poesía céltica de Ossian y escribe un famoso monólogo del gran dios del Romanticismo, Prometeo, que personificaba el genio rebelde de los creadores y del cual se sintió justamente orgulloso:
    Fue como la mecha que provocara el estallido que descubrió y sacó a plena luz las más secretas condiciones de hombres dignos.

    Así fue en efecto, en lo referido al movimiento conocido como titanismo, uno de cuyos más preclaros representantes fue Giacomo Leopardi. Merced a Goethe, Weimar se convirtió en el auténtico centro cultural de Alemania; allí compuso poemas inspirados por Charlotte von Stein y empezó la redacción de sus obras más ambiciosas, como sus dramas Ifigenia en Táuride (1787) Egmont y Fausto, que luego revisaría a fondo tras la profunda impresión que recibió en su trascendental viaje a Italia (1786-1788), el cual tornó su desequilibrada estética romántica en equilibrio clásico. Empezó en Venecia, donde compuso sus Epigramas venecianos, y terminó en Roma; allí estudió a fondo la cultura grecolatina, de esta época son sus Elegías romanas. El viaje a Italia supone el comienzo de su periodo clásico.

    Sin embargo, a su regreso a Weimar en 1788 se encuentra con una gran oposición a su nueva estética, el llamado Clasicismo de Weimar; es más, se forma un cierto escándalo cuando llega a divulgarse que desde ese mismo año vive amancebado con una joven, Christiane Vulpius (1765-1816), que le dio al año siguiente un hijo, Julius August Walther von Goethe (1789-1830). Cuatro hijos más nacerían, pero todos murieron a los pocos días. Goethe legitimó a su único hijo en 1800.


    Wartburg mit Mönch und Nonne (Wartburg con un monje y una monja) pintado por Goethe. Obra datada el 14 de diciembre de 1807.
    No abandonó completamente su pretensión de labrarse una carrera científica. En Zur Farbenlehre, 1810, intentó refutar con poca fortuna la teoría de los colores de Newton. En el primer volumen de esta obra se halla la que es sin duda la primera historia comprensiva de la ciencia.

    Dirigió el Teatro ducal entre 1791 y 1813 y a raíz de este cargo conoció en 1794 al dramaturgo Friedrich von Schiller, con el que mantuvo una larga amistad y cierta correspondencia epistolar hasta la muerte de este en 1805. Schiller publicó las hasta entonces inéditas Elegías romanas de Goethe en su periódico, Las Horas, en 1795. También imprimió la novela Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister (1796) y la novela en verso Hermann y Dorothea (1798). Schiller animó a Goethe a que prosiguiera en la gran obra de su vida, el Fausto, poema que no paraba de corregir y ampliar y cuya primera versión apareció en 1808. Dos años antes se ya se había casado con Christiane Vulpius, quizá para acallar a quienes criticaban su estilo de vida. Es probable que el hecho más importante de esta época de su vida fuera su entrevista en Erfurt con Napoleón I en 1808, cuando el ejército francés ocupaba parte del territorio prusiano en el marco de las guerras Napoleónicas.

    La Revolución francesa supuso para Goethe un gran trastorno. Algunos de sus epigramas venecianos ya tratan este tema, pero como su pensamiento se hallaba por completo imbuido del equilibrio y armonía del clasicismo y veía el ser como una totalidad orgánica a partir de la filosofía de Kant, el desarrollo de la revolución y el cambio provocado por la violencia le parecían una atrocidad. Eso se plasmó en algunas obras de entonces, como la colección de novelitas breves Conversaciones de emigrados alemanes (1795), la obra épica Germán y Dorotea (1797) y la tragedia La hija natural (1799 y ss.). Algo después aparecen las novelas de madurez: Las afinidades electivas (1809) y Los años de peregrinaje de Wilhelm Meister (1821, revisado en 1829), así como un diario de su viaje por Italia, Viajes italianos (1816), su autobiografía Poesía y verdad en varias entregas (1811-1833) y un poemario, Diván de Oriente y Occidente (1819), donde se deja sentir algo el influjo de la poesía oriental. Goethe murió en Weimar el 22 de marzo de 1832. La versión final de su gran poema coral Fausto apareció póstuma ese mismo año.

    En cuanto a su carrera literaria, Goethe la inició en el seno de un exasperado Romanticismo deudor del Sturm und Drang, cuya obra más representativa se encargó de escribir él mismo: Las penas del joven Werther. El viaje a Roma supuso para él ir arrinconando esa estética en una evolución que le hizo al cabo renegar del Romanticismo e identificarse con el equilibrio clásico grecolatino, lo que puso fin a su tormentosa vida interior. Fue esa la revelación del Clasicismo, verdadera raíz con la que podía identificarse la cultura alemana. «Ahora comprendo el sentido del mármol», escribirá en una de sus Elegías romanas.

    De ese viaje por Italia son fruto también los Epigramas venecianos, entre los cuales hay algunas meditaciones profundas sobre la contemporánea Revolución francesa o el significado de la vida y de la cultura. La postura política de Goethe es, sin embargo, conservadora: «prefiero la injusticia al desorden», escribirá. Eso le supuso algunos recelos por parte de otros artistas a los que no les importaba en lo más mínimo no acordarse con su contexto social, como por ejemplo Beethoven. En las dos versiones de su complejo y grandioso Fausto se encuentra el último mito que fue capaz de engendrar la cultura europea, el de cómo la grandeza intelectual y la sed omnímoda de saber pueden, sin embargo, engendrar la miseria moral y espiritual. Por otra parte, en la lectura y estudio de Spinoza encuentra también un consuelo al desequilibrio romántico que le embargaba, como cuenta en Poesía y verdad, donde se extiende en comentar especialmente su frase de que «quien bien ama a Dios, no debe exigir que Dios le ame a él».

    Goethe disfrutó ya en vida de fama, respeto, prestigio y admiración. Delacroix le retrató en una litografía en 1827, aparte de ilustrar Fausto y Götz von Berlichingen. Por ello, fueron muchos los jóvenes de su época que quisieron conocerle en persona o, como suele decirse pedantemente: vera effigies. Por otra parte, su secretario, Eckermann, anotaba cuidadosamente sus conversaciones con el maestro a lo largo de los años y escribió unas Conversaciones con Goethe, donde aparecen reflejadas las opiniones que en sus últimos años sostuvo sobre esas visitas y también sobre todo lo divino y lo humano.


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    Mensaje por Maria Lua Miér 17 Mar 2021, 06:30



    Fausto.

    La mejor obra dramática de Goethe es sin duda el Fausto, que ha pasado a ser una obra clásica de la Literatura Universal. La primera versión, el Urfaust o Fausto original, estaba acabada en 1773. Pero el autor la siguió retocando hasta 1790, año en que publicó un fragmento; ya en abril de 1806 estaba completo, pero las guerras napoleónicas demoraron dos años la publicación hasta 1808; la segunda versión o segunda parte sólo sería publicada en 1833, un año después del fallecimiento del autor. La tragedia Fausto original se articula en torno a dos centros fundamentales; el primero es la historia de cómo Fausto, fatigado de la vida y decepcionado de la ciencia, hace un pacto con el diablo que le devuelve la juventud a cambio de su alma; el segundo es la historia de amor entre Fausto y Gretchen, también llamada Margarita, que Mefistófeles manipula de forma que Fausto llegue al homicidio —mata al hermano de su amada— y Gretchen tenga un embarazo indeseado, que le conduce primero al infanticidio y luego a ser ejecutada por asesinar a su hijo.

    La historia empieza en el cielo, donde Mefistófeles hace un pacto con Dios: dice que puede desviar al ser humano favorito de Dios (Fausto), que está esforzándose en aprender todo lo que puede ser conocido, lejos de propósitos morales. La siguiente escena tiene lugar en el estudio de Fausto donde el protagonista, desesperado por la insuficiencia del conocimiento religioso, humano y científico, se vuelve hacia la magia para alcanzar el conocimiento infinito. Sospecha, sin embargo, que su intento no está obteniendo resultados. Frustrado, considera el suicidio, pero lo rechaza cuando escucha el eco del comienzo de la cercana Pascua. Va a dar un paseo con su ayudante Wagner y es seguido a casa por un caniche vulgar. En el estudio de Fausto el caniche se transforma en el diablo. Fausto hace un trato con él: el demonio hará todo lo que Fausto quiera mientras esté en la tierra, y a cambio Fausto servirá al demonio en la otra vida. El trato incluye que, si durante el tiempo que Mefistófeles esté sirviendo a Fausto este queda complacido tanto con algo que aquel le dé, al punto de querer prolongar ese momento eternamente, Fausto morirá en ese instante. Tras este marco, Goethe desarrolla las dos historias: la relación entre Mefistófeles y Fausto y la de Fausto y Gretchen/Margarita.

    El tema general es cómo la riqueza de conocimiento material acarrea sin embargo la miseria moral y espiritual. La historia de Fausto se inspira, como muchas leyendas, en hechos ciertos. Existió un tal Johann Faust que nació hacia 1490 en el sur de Alemania y se doctoró en la Universidad de Heidelberg en 1509. Tras dejar la universidad, emprendió una vida de aventuras marcada por una huida constante a causa de las múltiples acusaciones de brujería que se le hicieron. Dejó una biblioteca que incluía libros de medicina, matemáticas y magia negra. Esta pintoresca vida dio origen a la leyenda popular, aprovechada por autores de piezas de títeres y marionetas, y había servido además para inspirar leyendas populares. El primer libro sobre este mito se editó en 1587 por parte de Johannes Spiess, quien, en su prólogo, advirtió que había omitido referir fórmulas mágicas para evitar que quienes tuvieran el libro fueran acusados de brujería. Otros libros y libretos teatrales trataron el tema del pacto con el diablo para lograr el dominio sobre la naturaleza: en el teatro de títeres de los siglos xvi y xvii, la historia se cerraba siempre con los demonios llevándose a Fausto, pero Goethe alteró este argumento haciendo que se salvara Gretchen al final de la primera parte, anticipando la salvación de Fausto al término de la segunda, cuando los demonios que quieren llevarse su alma tienen que retirarse ante la llegada de una legión de ángeles. Además Goethe cambia el impulso que mueve a Fausto: el deseo que lo acercaba a la brujería no es codicia, maldad o vagancia, sino el ansia de saber, el deseo de grandeza, de plenitud, de totalidad. La moraleja que acaso tenga la obra será que ese deseo de conocimiento conlleva la miseria moral.


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    Mensaje por Maria Lua Miér 17 Mar 2021, 06:32

    Obra literaria

    Representación de Ifigenia en Táuride: Wolfgang Langhoff, Inge Keller y Horst Drinda, Berlín (1963).

    Monumento a Goethe en Leipzig.

    Monumento a Goethe, tras su restauración y colocación (2007) en la plaza Goethe de Fráncfort.
    El capricho del enamorado (1767), comedia en verso de un acto.
    Los cómplices (1768), tragedia en verso.
    Götz von Berlichingen (1773), drama.
    Las penas del joven Werther (Die Leiden des jungen Werther, 1774).
    Clavijo (1774), drama.
    Prometeo (1774), poema.
    Stella (1775), drama.
    Ifigenia en Táuride (1787), drama en prosa, del que hizo anteriormente una versión en verso yámbico.
    Egmont (1788), drama.
    La selva negra (1789), Drama teatral
    Torquato Tasso (1790), drama.
    El Gran Copto (1792), Teatro, Comedias y Farsas, obra en V actos.
    Elegías romanas (Römische Elegien, 1795), poemario.
    Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister (Wilhelm Meisters Lehrjahre, 1796), novela.
    Epigramas venecianos (1796), poema.
    La novia de Corinto (1797), poema.
    Hermann y Dorothea (1798), idilio épico en verso.
    Fausto, Primera Parte, (1807).
    Las afinidades electivas (Die Wahlverwandtschaften, 1809), novela.
    Poesía y verdad, Parte I (Aus meinem Leben: Dichtung und Wahrheit), autobiografía (1811).
    Viaje a Italia (Italienische Reise, 1816).
    Diván de Oriente y Occidente (Westöstlicher Diwan, 1819), poemas.
    Elegía de Marienbad (Marienbader Elegie, 1823).
    Fausto, Segunda Parte, póstuma (1832).
    Poesía y verdad, Parte II (Aus meinem Leben: Dichtung und Wahrheit), autobiografía (1833).




    Obra científica

    Morfología

    El pensamiento científico de Goethe, como el literario, es también muy original. Aunque a menudo ha sido considerado como uno de los representantes más destacados de la Naturphilosophie, en realidad su producción científica se sitúa entre el romanticismo y el clasicismo, desmarcándose, por ejemplo, de los excesos especulativos de Schelling. La morfología de Goethe se construye en torno a dos conceptos nucleares: el tipo y la metamorfosis:

    En lo que concierne al tipo, destacan sus trabajos sobre el hueso intermaxilar, cuya existencia demostró común a todos los vertebrados. Este fue un descubrimiento fundamental, pues probaba la existencia de un tipo osteológico común a todos los vertebrados.
    El concepto de metamorfosis fue desarrollado en el campo de la morfología vegetal. Según la teoría goetheana, todos los órganos florales de las plantas son variaciones de una forma original de donde se derivan por metamorfosis.
    En La metamorfosis de las plantas (Versuch die Metamorphose der Pflanzen zu erklären), publicada en 1790, Goethe presenta todas las estructuras vegetales como variaciones de la hoja, entendida como una estructura ideal. Goethe comienza con los cotiledones, a los que considera hojas imperfectas. Estos últimos, bajo la influencia generativa y cada vez más refinada de la savia, se metamorfosean en los sépalos, los pétalos, los estambres y los pistilos. De este modo, todos los órganos vegetales se conciben como apéndices idénticos, variedades de un apéndice vegetal abstracto, que difieren entre sí por su forma y grado de expansión.14​

    Sus ideas acerca de las plantas y la morfología y homología animal fueron desarrolladas por diversos naturalistas decimonónicos, entre ellos Charles Darwin.

    Mineralogía
    Goethe estuvo muy interesado en la geología, y particularmente en la mineralogía, reuniendo una gran colección de minerales y fósiles, que actualmente todavía se conserva, y que consta de más de 9000 ejemplares.15​ En reconocimiento de su labor como estudioso, Lenz dio el nombre de götit (actualmente, en español, goethita) a un mineral de hierro.16​

    La teoría de los colores

    Artículo principal: Teoría de los colores
    Teoría de los colores (Zur Farbenlehre, 1810).


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    Mensaje por Maria Lua Miér 17 Mar 2021, 06:37


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    Pensador y escritor, nacido en Francfort, y el más grande de los poetas alemanes. Estudió jurisprudencia en las universidades de Leipzig y Estrasburgo, pero se le considera por sus obras y sus conocimientos un genio universal interesado por el arte, la ciencia y la filosofía, cuyo cultivo alterna con los cargos y los honores que le procuran su nombramiento de consejero áulico, en 1776 y de inspector de artes y ciencias, en 1790, en la corte de Weimar. En su juventud participó de los ideales románticos del Sturm und Drang, y sus primeras obras, Las aflicciones del joven Werther y las primeras redacciones de Fausto y Wilhelm Meister,contribuyen intensamente a la difusión del romanticismo, ideales que cambia por los clásicos a la vuelta de su largo viaje a Italia (1786-1788).


    En el aspecto filosófico, aunque no cultivó ningún sistema determinado, su pensamiento manifiesta fuertes influencias filosóficas de Spinoza y Schelling, contemporáneo suyo, y una clara tendencia al naturalismo panteísta.

    Describe la naturaleza, sobre todo en obras como La naturaleza (1781-1782), La metamorfosis de las plantas (1790), Formación y transformación de la naturaleza orgánica (1807), como un proceso de formación y transformación de todos los seres a partir de una forma primitiva, que en el caso del mundo vegetal llama «planta originaria», de la cual, como de una esencia eterna derivan todas las demás. Completa su sentido naturalista con una visión organicista de la realidad, sustituyendo, influido por la Critica del juicio kantiana, la suposición de una forma primaria preexistente por la de la forma final o finalidad. Su teoría de los colores, que interpreta como combinaciones de luces y sombras (Teoría de los colores, 1810), que opone a la de Newton, carece de interés científico y no es sino una consecuencia de su naturalismo organicista, decididamente opuesto al mecanicismo.


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    y en ese vuelo y en ese sueño
    compartir contigo sol y luna,
    siendo guardián en tu cielo
    y tren de tus ilusiones."
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    Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) Empty Re: Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832)

    Mensaje por Maria Lua Miér 17 Mar 2021, 06:41

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    Portada de Fausto, edición de Leipzig, 1932.

    FAUSTO

    Fausto (en alemán, Faust), es una tragedia del escritor alemán Johann Wolfgang von Goethe publicada en dos partes, en 1808 y 1832. Concebida para ser leída antes que para ser representada[cita requerida] (al estilo de La Celestina), se trata de la obra más famosa de Goethe y está considerada como una de las grandes obras de la literatura universal.1​

    La primera parte, Faust: der Tragödie erster Teil (Fausto: Primera parte de la tragedia), fue en principio terminada por Goethe en 1806. Su publicación en 1808 fue seguida de una edición revisada en 1828–1829, que sería la última editada por el propio autor. Previamente, había aparecido una versión parcial en 1790 titulada Fausto, un fragmento. Las primeras versiones de la obra, conocidas como el Urfaust, fueron elaboradas entre 1772 y 1775; sin embargo, los detalles de esa elaboración no están enteramente claros.

    Goethe terminó de escribir la segunda parte, Faust: der Tragödie zweiter Teil (Fausto: Segunda parte de la tragedia), en 1832, el año de su muerte. A diferencia de la primera parte, el foco de la acción ya no está centrado en el alma de Fausto, que ha sido vendida al diablo, sino más bien en fenómenos sociales como la psicología, la historia y la política. La segunda parte constituyó la principal ocupación de Goethe en sus últimos años y apareció solo póstumamente en 1832.

    Primera parte de la obra


    Primera edición de Fausto, 1808.
    Los principales personajes de la Primera parte de Fausto son:

    Heinrich Faust, un estudioso cuya vida en ocasiones se ha dicho que está basada en la de Johann Georg Faust.
    Mephistopheles, el diablo.
    Gretchen, el amor de Fausto (hipocorístico de Margarete; Goethe usa las dos formas).
    Marthe, vecina de Gretchen.
    Valentin, hermano de Gretchen.
    Wagner, alumno de Fausto.
    La Primera parte de Fausto es una historia compleja. Se sitúa en múltiples lugares, el primero de los cuales es el cielo. Mefistófeles hace un pacto con Dios: dice que puede desviar al ser humano favorito de Dios (Fausto), que está esforzándose en aprender todo lo que puede ser conocido, lejos de propósitos morales. La siguiente escena tiene lugar en el estudio de Fausto donde el protagonista, desesperado por la insuficiencia del conocimiento religioso, humano y científico, se vuelve hacia la magia para alcanzar el conocimiento infinito. Sospecha, sin embargo, que su intento no está obteniendo resultados. Frustrado, considera el suicidio, pero lo rechaza cuando escucha el eco del comienzo de la cercana Pascua. Va a dar un paseo con su ayudante Wagner y es seguido a casa por un caniche vulgar.

    En el estudio de Fausto el caniche se transforma en el diablo. Fausto hace un trato con él: el demonio hará todo lo que Fausto quiera mientras esté en la tierra, y a cambio Fausto servirá al demonio en la otra vida. El trato incluye que, si durante el tiempo que Mefistófeles esté sirviendo a Fausto este queda complacido tanto con algo que aquel le dé, al punto de querer prolongar ese momento eternamente, Fausto morirá en ese instante.

    Al pedirle el diablo que firme el pacto con sangre, Fausto comprende que este no confía en su palabra de honor. Al final, Mefistófeles gana esta disputa, y Fausto firma el contrato con una gota de su sangre.

    A continuación, en una de sus excursiones, Fausto conoce a Margaret (también llamada Gretchen). Se siente atraído por ella y con regalos de joyas y ayuda de su vecina Martha, el diablo lleva a Gretchen a los brazos de Fausto, quien la seduce y finalmente logra poseerla.

    La madre de Gretchen muere por culpa de una poción adormiladora que su hija le había proporcionado para poder gozar de mayor intimidad con Fausto. Gretchen descubre, además, que se ha quedado embarazada. Su hermano Valentin acusa a Fausto, lo desafía y muere a manos de Fausto y el diablo. Gretchen ahoga a su hijo ilegítimo y es condenada por el asesinato. Fausto intenta salvarla de la muerte liberándola de la prisión, pero al no conseguirlo acude a pedir ayuda del diablo. Gretchen, presa de la locura y negándose a escapar, muere en brazos de Fausto.

    Segunda parte

    Rica en alusiones clásicas, en la Segunda parte de Fausto la historia romántica de la primera parte es olvidada y Fausto se despierta en un mundo de magia para iniciar un nuevo ciclo de aventuras y objetivos. La pieza consta de cinco actos —episodios relativamente independientes— cada uno de ellos con un tema diferente. Fausto viaja en el tiempo y el espacio. Ayuda al emperador de Alemania a solucionar los problemas económicos, presencia una fiesta con todo tipo de criaturas fantásticas como grifos, ninfas, sirenas, etc. y es encantado por el fantasma de Helena. Sigue a Helena a la edad antigua y con ella procrea a Euphorion, que muere al tratar de volar como le sucedió a Ícaro. Su madre Helena acompaña a Euphorion a las tinieblas dejando de nuevo a Fausto solo. Regresa junto al Emperador y gana una batalla crucial para unificar el imperio. Este le obsequia tierras en la costa. En ellas, después de haber destruido otras vidas sin quererlo, muere al encontrar un lugar donde le gustaría vivir en paz para siempre. Al final, Fausto va al cielo aun habiendo perdido la apuesta. Los ángeles declaran al final del quinto acto, con la ayuda de Margarita,
    a quien siempre se esfuerza con trabajo
    podemos rescatar y redimir
    V, 11936-7.


    Relación entre las partes
    A lo largo de la Primera parte, Fausto va sintiendo insatisfacción; la conclusión última de la tragedia y el resultado de los pactos solo se revela en la Segunda parte. La Primera parte representa el pequeño mundo y tiene lugar en el terreno de Fausto, el medio temporal. En contraste, la Segunda parte tiene lugar en el ancho mundo o macrocosmos. Además, representa un cambio en la valoración del mundo para Fausto en tanto que cambia su manera de ver las cosas. Para la segunda parte ha superado ya el amor por Margarita y ha descubierto un reciente amor por el poder, sin embargo, la salvación en la que intercede su primer amor demuestra la conexión entre una parte y otra, que no es más que la representación de los ideales del romanticismo alemán, lo emocional o subjetivo, sobre lo racional u objetivo.

    Puntos de Referencia


    Relación entre Fausto y Mefistófeles

    Mefistófeles representa para Fausto una vuelta a la juventud, le ofrece demostrarle que aún quedan misterios del mundo que desconoce (pensamiento absolutamente absurdo para Fausto) y le devuelve la pasión que lo movía antes de ser el sabio que es al inicio de la obra. Si bien Fausto confía en que podrá dominar a Mefistófeles y manipularlo, la situación termina dándose de manera distinta, es Mefistófeles quien conduce a Fausto según su gusto para que este confíe plenamente en él y se entregue a sus juegos.

    Relación entre Fausto y Margarita

    Fausto vive su amor por Margarita como un amor de iniciación, un amor adolescente. La pasión que lo embarga (en parte por los trucos de Mefistófeles) lo mueven a acercarse a esta niña que queda cautivada por él y su arte discursiva. Aun cuando Fausto intenta protegerla, la magia de Mefistófeles consigue (de manera indirecta) quebrantar la paz en la vida de Margarita, lo que desencadena en una irrefrenable locura. Luego descubrimos el encarcelamiento de Margarita y el motivo de su encierro, que fue asesinar al hijo que nació como fruto de la unión con Fausto (aun cuando Fausto no sabía de su hijo).

    El mal y su relación con lo humano
    A lo largo de la obra podemos apreciar que Goethe intenta resaltar las características puramente humanas (como lo son los sentimientos, las emociones y las pasiones). En la primera parte de la obra si bien éstas se presentaban como una liberación para el personaje de Fausto, también iban de la mano con las obras de Mefistófeles, que tenían un carácter de maléficas. Todo aquello que Fausto decidía sin detenerse a meditarlo friamente, o en las ocasiones en las que respondía a la pasión pura, se entiende que la mano de Mefistófeles estaba detrás, garantizando que Fausto lo haga. Lo esencialmente humano va, en la obra, de la mano del mal como si estuvieran incluidos en la misma categoría, como si uno alimentara al otro y viceversa. Pareciera que aquellas cosas pasionales que mueven al ser humano se encuentran en el limbo entre lo bueno y lo malo, que son amorales, neutras, durante la obra el mal motiva la mayoría de ellas sin embargo, al final de la obra, son estas mismas acciones (representadas en el amor por Margarita) las que permiten que Fausto escape al pacto, es decir, son estas mismas pasiones las que terminan de lado del bien.


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    Mensaje por Maria Lua Miér 17 Mar 2021, 06:57

    FAUSTO




    DEDICATORIA


    Os aproximáis de nuevo, formas temblorosas que os mostrasteis hace ya mucho tiempo a mi
    turbada vista. Mas, ¿intento apresaros ahora?, ¿se siente mi corazón aún capaz de semejante
    locura? Os agolpáis, luego podéis reinar al igual que, saliendo del vaho y la niebla, os vais
    elevando a mi alrededor. Mi pecho se estremece juvenilmente al hálito mágico de vuestra
    procesión.
    Me traéis imágenes de días felices, y algunas sombras queridas se alzan. Como a una vieja
    leyenda casi olvidada, os acompañan el primer amor y la amistad; el dolor se renueva; la queja
    vuelve a emprender el errático y laberíntico camino de la vida y pronuncia el nombre de
    aquellas nobles personas que, engañadas por la esperanza de días de felicidad, han
    desaparecido antes que yo.
    Las almas a las que canté por primera vez ya no escucharán estos cantos. Se disolvió aquel
    amigable grupo y se extinguió el eco primero. Mi canción se entona para una multitud de
    extraños cuyo aplauso me provoca temor, y todo aquello que se regocijaba con mi canto, si
    aún vive, vaga disperso por el mundo.
    Me sumo en una nostalgia, que no sentía hace mucho tiempo, de aquel reino de espíritus,
    sereno y grave. Mi canto susurrante flota como arpa de Eolo; un escalofrío se apodera de mí.
    Las lágrimas van cayendo una tras otra. El recio corazón se enternece y ablanda. Lo que
    poseo lo veo en la lejanía y lo que desapareció se convierte para mí en realidad.

    PRELUDIO EN EL TEATRO

    DIRECTOR

    Vosotros dos, que tantas veces nos apoyasteis en la necedad y la aflicción, decidme qué
    acogida esperáis para nuestra empresa en estas tierras alemanas. Yo, sobre todo, querría
    agradar sobremanera al estado llano, porque vive y deja vivir. Ya están colocados los
    postes, ya se montó el tablado y todos se las prometen felices. Se han sentado allí
    confiados, con los ojos bien abiertos y deseando que asombren. Aunque sé cómo dar
    sosiego al espíritu del pueblo, nunca me he sentido tan desconcertado: no están
    acostumbrados a lo bueno, pero han leído mucho. ¿Cómo conseguiremos que, siendo todo
    fresco, nuevo y relevar resulte a la vez agradable? Y es que, la verdad, me gusta ver al
    pueblo llano acercarse en torrente a nuestra carpa y agolparse con insistente afán para
    pasar por la estrecha puerta de la Gracia, verlo a pleno sol, antes de las cuatro, llegar a
    empellones hasta la taquilla y casi romperse el cuello por su entrada, como se lo rompen por
    el pan en tiempos de escasez. Propiciar este milagro en gente tan diversa es algo que sólo
    logra el poeta, ¡consíguelo hoy, amigo!

    POETA

    No me hables de esa abigarrada multitud cuyo aspecto panta al espíritu. Presérvame del
    ondulante flujo que, a nuestro pesar, nos empuja hacia el torbellino. No; llévame a ese
    sereno rincón del cielo donde sólo para el poeta florece la auténtica alegría, donde, con
    mano divina, el amor y la amistad procuran y dispensan bendiciones a nuestro corazón. Lo
    que de nuestro pecho brotó, lo que los labios empezaron a balbucir, malogrado o tal vez
    conseguido, queda envuelto por la salvaje violencia del instante. Lo que brilla nació para el
    instante; lo auténtico permanece imperecedero en la posteridad.

    PERSONAJE CÓMICO

    Cómo me gustaría dejar de oír hablar de posteridad. Si me pongo a hablar de ella, ¿quién
    hará reír a nuestra época? Esta quiere y debe disfrutar. Nunca es poco la presencia de un
    muchacho divertido; el que sabe expresarse con gracia no amargará el humor del pueblo;
    deseará estar ante un público amplio para conmoverlo con más seguridad. Por eso, pórtate
    bien y sé ejemplar; haz oír a la fantasía con todos sus coros, a la razón, al entendimiento, a
    la sensibilidad, a la pasión; pero, eso sí, cuídate de la locura.
    Pero, sobre todo, ¡que haya acción! Se viene a ver; lo que gusta es mirar. Si ante los ojos
    ofreces una trama con muchos sucesos, de manera que la gente se quede boquiabierta, te
    habrás ganado a la masa y serás un hombre bienamado. La masa sólo puede ser movida
    por la masa y así cada cual se procurará lo suyo. El que mucho reparte, da un poco a cada
    uno, y así todos salen contentos de la sala. Si les das una pieza, dásela en piezas, con ese
    ragú te sonreirá la fortuna: lo representado con sencillez es igual de fácil de imaginar. De
    nada sirve que lo ofrezcas todo entero, pues el público lo desmenuzará.

    POETA

    No comprendéis lo innoble que es ese oficio, lo poco se adecua al auténtico artista. Veo que
    las chapuza esos esmerados señores se han convertido en tu máxima.

    DIRECTOR

    Semejante reproche me deja indiferente. Aquel que qu obrar correctamente, debe servirse
    de la herramienta a piada. Piensa que has de partir madera blanda y mira a aquellos para
    quienes tienes que escribir. Uno viene aburrimiento; el otro llega ahíto de su mesa y, lo que
    es peor, algunos lo hacen después de haber leído el periódico. Acuden distraídos, como a un
    baile de máscaras; las damas, para lucirse, se esmeran en su arreglo y represe
    desinteresadamente su comedia. ¿Qué imaginabas desde tus alturas poéticas? ¿Qué hay de
    malo en una sala llena? Observa de cerca a esos mecenas: la mitad son frío; la otra, rudos.
    Uno, después de la función, espera jugar a las cartas; otro pasar una noche de amor al
    abrigo de los pechos de una fulana. ¿A qué viene, pobre loco, molestar a las amables musas
    para tal fin? Te lo digo: dales más y más, y mucho más, y así nunca te apartarás del objetivo.
    Intenta sólo embrollar a los hombres; satisfacerlos es muy difícil... ¿Qué prefieres, el
    entusiasmo o el dolor?

    POETA

    Anda y búscate otro esclavo ¿Debe el poeta desaprovechar frívolamente el supremo
    derecho que la naturales dona? ¿Con qué conmueve él a todos los corazones? ¿Con qué
    logra vencer todo elemento? ¿No es acaso la armonía la que, saliendo del pecho, anuda el
    mundo al corazón? Cuando la naturaleza, tejiendo serena, somete en el huzo la longitud
    infinita del hilo; cuando, provocándonos fastidio, la inarmónica multitud de todos los seres,
    por entreverarse unos con otros, resuena desordenada, ¿quién, dole vida, divide en
    intervalos esa serie monótona para que tenga ritmo?, ¿quién atrae lo aislado hacia esa
    consagración universal en la que tañen magníficos acordes? ¿quién hace que se
    desencadenen con furor las tormentas y que brille con gravedad el crepúsculo?, ¿quién
    esparce todas las bellas flores de la primavera por la senda que pisa la amada?, ¿quién
    trenza insignificantes hojas dándoles la forma de una corona merecedora de todo mérito? La
    fuerza del hombre puesta de manifiesto en el poeta.

    PERSONAJE CÓMICO

    Pues usa, entonces, esas fuerzas formidables y emprende tu labor creadora como se
    emprende una aventura amorosa: uno se aproxima por casualidad, siente y se queda. Poco
    a poco se ve atrapado y crece la dicha, pero pronto se pelea. Aunque se esté encantado, el
    dolor viene y, antes de que se repare, se ha acabado la novela ¡Ofrécenos una función de
    este tipo! Echa mano de la vida en su totalidad. Todos la viven, pero no muchos la conocen;
    cuando les asombre, les parecerá interesante. Poca claridad con mucho color, mucho yerro
    y una sombra de verdad, así fermenta la mejor bebida, que a todo el mundo refresca y
    reconstituye. Entonces se reunirá la flor de la juventud ante tu escena y escuchará
    atentamente tu mensaje, y toda alma sensible absorberá en tu obra el sustento de su melancolía. Ora este, ora el otro se emociona; cada cual ve lo que lleva en el corazón. Ya están
    dispuestos tanto a reír como a llorar. Todavía alaban el ímpetu; disfrutan con la apariencia.
    No hay nada que conmueva al ya maduro, pero el que se está haciendo, siempre lo
    agradecerá.

    POETA

    Devuélveme entonces ese tiempo en el que yo estaba aún en formación, cuando nacía
    siempre un manantial de cantos que salían en tumulto; cuando la niebla me velaba el mundo
    y los brotes prometían milagros; cuando cortaba las mil flores que llenaban todos los valles
    de riqueza. No tenía nada y, sin embargo, nada me faltaba: el anhelo de verdad y el placer
    por la alucinación. Devuélveme el empuje desatado, la profunda y dolorosa alegría, la fuerza
    del odio y el poder del amor, ¡devuélveme mi juventud!

    PERSONAJE CÓMICO

    Amigo, sólo necesitarías la juventud si los enemigos te acosaran en los combates; si
    adorables muchachas se colgaran con fuerza de tu cuello; si a la cabeza de una carrera de
    velocidad, te llamara a lo lejos la difícil meta; si, después del torbellino de la danza, pasaras
    la noche bebiendo. Pero hoy, viejo señor, sólo tienes que interpretar con ánimo y gracia el
    conocido tañido de la lira y, vacilando en dulce errar, avanzar hacia la meta que tú mismo te
    ha impuesto; pero no por eso te admiramos menos. No es que, como se dice, la vejez nos
    haga niños, sino que no alcanza siendo aún auténticos niños.

    DIRECTOR

    Ya habéis intercambiado suficientes palabras; hacedme ver también los hechos de una vez.
    Mientras os piropeáis se podría hacer algo de provecho. ¿Para qué hablar tanto de la
    inspiración? Esta no se le presenta nunca al que vacila. Puesto que te las das de poeta,
    ponte al mando de la poesía. Ya sabes lo que necesitamos: queremos bebida fuertes, ponlas
    a fermentar inmediatamente. Lo que hoy no ocurra, no estará hecho mañana y no hay que
    dejar pasar ni un solo día. Cuando se toma la decisión de crear, tiene que hacerse
    valientemente y, en lo posible, de inmediato; si no se la deja escapar, esta seguirá haciendo
    efecto, porque así ha de ser.
    Sabéis que en nuestros escenarios alemanes cada cual pone a prueba lo que desea. Por
    eso, en este día, no escatiméis en decorados ni artilugios. Usad las luces del cielo la grande
    y la pequeña; podéis derrochar las estrella; que no falte ni agua, ni fuego, ni paredes de roca,
    ni animales, ni plantas. Que entre en la estrechez del escenario todo el círculo de la
    Creación y vaya, con moderada rapidez, pasando por el mundo, del Cielo al Infierno.



    Continuará...


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    Mensaje por Maria Lua Miér 17 Mar 2021, 07:03

    PRÓLOGO EN EL CIELO


    (EL SEÑOR. Las Huestes celestiales. Después MEFISTÓFELE: Se acercan los tres
    Arcángeles.)

    RAFAEL

    El Sol templa, a la antigua usanza, el duelo de canto de las esferas hermanadas y culmina
    con un rayo su prescrito viaje. Su luz da fuerza a los ángeles, aunque ninguno puede dar
    razón de él. Las nobles y sublimes obras está tan espléndidas como el primer día.

    GABRIEL

    Y, con una velocidad inconcebible, la hermosa Tierra gira rápida sobre su eje e intercambia
    el esplendor paradisíaco con la noche profunda y estremecedora. Grandes oleadas de mar
    rompen en espuma al estrellarse en la honda base de las rocas, y estas y el mar son
    arrastrados por el rápido y eterno curso de la esfera.

    MIGUEL

    Las tempestades rugen con el desafío del mar y la tierra, de la tierra y la mar, a su alrededor
    e, iracundas, van tres zando una cadena del más poderoso influjo. Allí, una desolación
    ardiente hace brillar la senda que precede trueno; pero tus mensajeros, Señor, admiran el
    apacible caminar de tu día.

    LOS TRES A LA VEZ

    Esta visión da fuerzas a los ángeles, porque nadie puede dar razón de Ti y todas tus nobles
    obras están espléndidas como el primer día.

    MEFISTÓFELES

    Señor, ya que te acercas otra vez a preguntar cómo nos va todo por aquí, y ya que te agradó
    mirarme en otros tiempos, estoy de nuevo entre tu servidumbre. Perdona que no pueda
    hablarte con palabras elevadas, aunque de mí se mofe toda esta reunión; mi patetismo te
    haría reír, si no te hubieras acostumbrado a dejar de hacerlo. No sé nada sobre el sol y los
    mundos, sólo veo cómo se atormenta el hombre. El pequeño dios del mundo sigue igual que
    siempre, tan extraño como el primer día. Viviría un poco mejor si no le hubieras dado el reflejo
    de la luz celestial, a la que él llama razón y que usa sólo para ser más brutal que todos los
    animales. Lo comparo, con licencia de Vuestra Gracia, con esas cigarras zancudas que vuelan
    continuamente, dando saltos, y, una vez que están sobre la hierba, cantan su vieja canción. ¡Si
    al menos permaneciera en la hierba!, pero no, tiene que meter las narices donde no le importa.

    EL SEÑOR

    ¿No tienes nada más que decir?, ¿sólo vienes aquí a acusar? ¿Es que no hay sobre la tierra
    nada bueno?

    MEFISTÓFELES

    No, Señor; sinceramente me parece que allí todo va tan mal como siempre. Compadezco la
    vida de calamidades que llevan los hombres. Ni siquiera me apetece atormentar a esos
    desdichados.

    EL SEÑOR

    ¿Conoces a Fausto?

    MEFISTÓFELES

    ¿El doctor?

    EL SEÑOR

    Mi servidor.

    MEFISTÓFELES

    Sí; y cierto es que os sirve de una manera muy peculiar. Ni la comida ni la bebida de ese
    insensato son terrenales. Su inquietud lo inclina hacia lo inalcanzable, pero percibe su locura
    sólo a medias. Le exige al Cielo las más hermosas estrellas y a la Tierra los goces más
    elevados y, sin embargo, nada cercano ni lejano sacia su pecho profundamente agitado.

    EL SEÑOR

    Aunque ahora me sirve en la confusión, pronto lo llevaré a la claridad. El jardinero sabe,
    cuando el arbolito echa renuevos, que le crecerán ramas y le saldrán frutas.

    MEFISTÓFELES

    ¿Qué apostáis? Todavía habéis de perder si me permitís llevarlo a mi terreno.

    EL SEÑOR

    Mientras él viva sobre la tierra, no te será prohibido intentarlo. Siempre que tenga deseos y
    aspiraciones, el hombre puede equivocarse.

    MEFISTÓFELES
    Te lo agradezco, pues con los muertos nunca me he entendido muy bien. Prefiero unas
    mejillas frescas y gordezuelas. Con un cadáver no me encuentro nunca a gusto: me pasa lo
    que al gato con el ratón.

    EL SEÑOR

    Bien, lo dejo a tu disposición. Aparta a esa alma de su fuente originaria y, si puedes aferrarla
    por tu camino, llévala abajo, junto a ti. Pero te avergonzará reconocer que un hombre bueno,
    incluso extraviado en la oscuridad, es consciente del buen camino.

    MEFISTÓFELES

    ¡Muy bien!, no tardaremos mucho tiempo. No me da miedo la apuesta. Permíteme, si logro
    mi objetivo, sentirme henchido por mi triunfo. Para mi regogijo, él tendrá que morder el polvo,
    como mi tía, la famosa serpiente.

    EL SEÑOR

    Podrás actuar con toda libertad. Nunca he odiado a tus semejantes. De todos los espíritus
    que niegan, el pícaro es el que menos me desagrada. El hombre es demasiado propenso a
    adormecerse; se entrega pronto a un descanso sin estorbos; por eso es bueno darle un
    compañero que lo estimule, lo active y desempeñe el papel de su demonio. Pero vosotros,
    auténticos hijos de Dios, disfrutad de la viviente y rica belleza. Que lo cambiante, lo que
    siempre actúa y está vivo, os encierre en los suaves confines del amor, y fijad en ideas
    eternas lo que flota en oscilantes apariencias.



    (El Cielo se cierra y los Arcángeles se dispersan.)

    MEFISTÓFELES

    De vez en cuando me gusta ver al Viejo y me guardo de indisponerme y romper con Él. Es
    muy generoso que un señor tan grande tenga la bondad de hablar incluso con el diablo.








    Continuará...

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    Mensaje por Maria Lua Miér 17 Mar 2021, 07:16

    LA TRAGEDIA

    PRIMERA PARTE


    DE NOCHE

    (En una habitación gótica, estrecha y de altas bóvedas, FAUSTO está sentado en un sillón
    ante su pupitre.)

    FAUSTO

    Ay, he estudiado ya Filosofía, Jurisprudencia, Medicina y también, por desgracia, Teología,
    todo ello en profundidad extrema y con enconado esfuerzo. Y aquí me veo, pobre loco, sin
    saber más que al principio. Tengo los títulos de Licenciado y de Doctor y hará diez años que
    arrastro mis discípulos de arriba abajo, en dirección recta o curva, y veo que no sabemos
    nada. Esto consume mi corazón. Claro está que soy más sabio que todos esos necios
    doctores, licenciados, escribanos y frailes; no me atormentan ni los escrúpulos ni las dudas,
    ni temo al infierno ni al demonio. Pero me he visto privado de toda alegría; no creo saber
    nada con sentido ni me jacto de poder enseñar algo que mejore la vida de los hombres y
    cambie su rumbo. Tampoco tengo bienes ni dinero, ni honor, ni distinciones ante el mundo.
    Ni siquiera un perro querría seguir viviendo en estas circunstancias. Por eso me he
    entregado a la magia: para ver si por la fuerza y la palabra del espíritu me son revelados
    ciertos misterios; para no tener que decir con agrio sudor lo que no sé; para conseguir
    reconocerlo que el mundo contiene en su interior; para contemplar toda fuerza creativa y
    todo germen y no volver a crear confusión con las palabras.

    Oh, reflejo de la luna llena, por la que tantas veces velé sentado ante este pupitre hasta
    que aparecías, melancólico amigo, sobre los libros y los papeles, si iluminaras por última vez
    mi pena; ¡ay!, si pudiera andar por las cumbres de los montes bajo tu amada claridad; flotar
    en las grutas acompañado de espíritus; vagar en tu penumbra por los prados y, habiéndose
    disipado todas las brumas del saber, bañarme, robusto, en tu rocío. ¡Ah!, ¿pero seguiré
    preso en esta cárcel?, agujero maldito y húmedo, hecho en un muro a través del cual incluso
    la querida luz del cielo entra turbia al pasar por las vidrieras. Encerrado detrás de un montón
    de libros roídos por los gusanos y cubiertos de polvo, que llegan hasta las altas bóvedas y
    están envueltos en papel ahumado. Cercado por cofres y retortas, aherrojado por
    instrumentos y trastos de los antepasados. Este es tu mundo, ¡vaya un mundo!
    ¿Y aún te preguntas por qué tu corazón se para, temeroso, en el pecho? ¿Por qué un dolor
    inexplicable inhibe tus impulsos vitales? En lugar de la naturaleza viva, en medio de la que
    Dios puso al hombre, lo que te rodea son osamentas de animales y esqueletos humanos
    humeantes y mohosos.
    ¡Huye!, sal fuera, a la amplia llanura. ¿No te será suficiente compañía ese libro misterioso,
    autógrafo de Nostradamus? Con su ayuda reconocerás el curso de las estrellas y, cuando la
    naturaleza te haya instruido, aumentará en ti la fuerza del alma, como si un espíritu le
    hablara a otro. En vano tratarás de explicar los sagrados signos mediante la ayuda de la
    árida reflexión; ¡volad, oh espíritus, junto a mí y decidme si me oís! (Abre el libro y serva el
    signo del Macrocosmosl
    .) ¡Ah!, qué deleite corre de súbito, al mirarlo, todos mis sentidos.
    Siento cómo la joven y santa felicidad vital me fluye por músculos y las venas con renovado
    ardor. ¿Fue acaso un Dios el que escribió estos signos que calman el furor de mi interior,
    llenan mi pobre corazón de gozo y, con un impulso secreto, me desvelan las fuerzas
    naturales? ¿Soy acaso, un dios? Todo se llena de claridad. En estos trazos puros se
    evidencia ante mi espíritu la activa naturaleza. Ahora sí que entiendo lo que dice el sabio:
    «No está cerrado el mundo espiritual; son tus sentidos los que están cerrados, es tu corazón
    el que está muerto; discípulo, levanta, y baña infatigablemente tu pecho terrenal en la
    aurora». (Observa el signo.)

    ¡Cómo se entreteje el conjunto de las cosas en el Todo y cómo lo uno repercute y vive en lo
    otro! ¡Cómo las fuerzas celestiales suben y bajan y se siguen los áureos cangilones! ¡Con un
    vaivén que huele a bendición, bajan desde el cielo a recorrer la tierra y hacen que resuene
    en armonía el universo!
    ¡Qué espectáculo!; pero, ay, ¡es sólo un espectáculo! ¿Dónde te comprenderé, naturaleza
    infinita? ¿Dónde estáis, pechos, fuentes de la vida de las que penden el cielo y la tierra y
    adonde el corazón marchito acude? Vosotros manáis en torrentes y alimentáis el mundo;
    ¿languidezco yo en vano? (Hojea el libro de mala gana y ve el signo del Espíritu de la
    Tierra.)
    ¡Qué diferente es el efecto de este signo sobre mí! Tú, Espíritu de la Tierra, me resultas
    más cercano. Siento que mis fuerzas aumentan, ardo como si hubiera bebido un vino nuevo;
    siento valor para aventurarme por el mundo, para afrontar el dolor y la fortuna que me reporte
    la tierra, para adentrarme en la tempestad y no temer el crujido de la nave al zozobrar. Las
    nubes se amontonan sobre mí, la luna oculta su luz, la lámpara se extingue, el ambiente está
    húmedo. Unos rayos rojos se concentran sobre mi cabeza, un estremecimiento va
    descendiendo desde la bóveda y se hace dueño de mí. Siento que flotas sobre mí,
    espíritu anhelado, ¡revélate! Ah, ¡cómo se desgarra mi corazón! Mis sentidos se abren a nuevos
    sentimientos. Mi corazón está plenamente entregado a ti. ¡Revélate!, aunque me cueste la
    vida. (Toma el libro y pronuncia misteriosamente el signo del ESPÍRITU. Se enciende una
    llama rojiza y el ESPÍRITU aparece en la llama.)

    ESPÍRITU

    ¿Quién me llama?

    FAUSTO (Volviendo la cara.)

    ¡Qué aterradora visión!

    ESPÍRITU

    Me has atraído aquí con gran poder, absorbiéndome lejos de mi esfera; y ahora, ¿qué?

    FAUSTO

    ¡Vete!; no te soporto.

    ESPÍRITU

    Has suplicado, hasta quedarte sin aliento, poder contemplarme, poder oír mi voz y ver mi cara;
    el fuerte anhelo de tu alma me ha atraído aquí, y aquí estoy. ¡Qué deplorable pavor se ha
    apoderado de ti, superhombre! ¿Dónde está la llamada del alma? ¿Dónde está el pecho que
    creó un mundo dentro de sí, lo portó, lo cuidó y, temblando de gozo, se engrandeció para
    elevarse a nuestra altura, la de los espíritus? ¿Dónde está Fausto, cuya voz resonó para que
    acudiera? ¿Eres tú el que, al respirar mi hálito, tiembla en lo más profundo de su vida, gusano
    asustadizo y encogido?

    FAUSTO

    ¿Podría eludirte, hijo de la llama? Yo soy Fausto; yo soy tu semejante.

    ESPÍRITU

    En las mareas de la vida, en la tempestad de la acción, si y bajo en oleadas, me agito de un
    lado para otro. El nacimiento y la sepultura son un mar eterno, una trama cambiante, una vida
    candente que voy tejiendo en el veloz telar del tiempo, para hacerle a la divinidad su manto
    viviente.

    FAUSTO

    Tú, que das vueltas por el ancho mundo, ¡qué cercano me siento a ti, atareado espíritu!
    ESPÍRITU

    Te asemejas al espíritu que concibes, no a mí. (Desaparece.)

    FAUSTO (Desplomándose.)

    ¿No a ti? Entonces, ¿a quién me asemejo? Yo, imagen de Dios, ni siquiera soy semejante a ti.
    (Llaman.) Oh, muerte, ya sé quién es: es mi fámulo. ¡Mi más hermozo gozo se echa a perder!
    ¡Que este ser rastrero y mezquino interrumpa semejante riqueza de visiones!

    (Entra WAGNER en batín y gorro de dormir y con una lámpara en la mano.
    FAUTO se vuelve de mala gana.)

    WAGNER

    ¡Perdone!, le he escuchado declamar; ¿no leía usted una tragedia griega? Me gustaría
    iniciarme en ese arte, pues resulta provechoso hoy en día. He oído muchas veces que un actor
    puede aleccionar a un predicador.

    FAUSTO

    Siempre y cuando el predicador sea un actor, lo cual puede muy bien pasar en los tiempos que
    corren.

    WAGNER

    ¡Ay!, estando tan encerrado en el museo y viendo el mundo apenas los días de fiesta, y eso a
    través de un catalejo, sólo desde una distancia lejana, ¿cómo queréis que lo domine por la
    persuasión?

    FAUSTO

    Si no lo sientes, no lo lograrás; si no brota de tu alma y no consigues estremecer los
    corazones de todos los oyentes con un placer fuerte y primario, limítate a sentarte. Reúne
    piezas, prepara un ragú con las sobras de otros y reaviva las miserables llamas de tu
    diminuto montón de cenizas. Agradando el paladar obtendrás la admiración de los niños y de
    los monos, pero no conseguirás conmover otros corazones si del corazón nada te sale.

    WAGNER

    Sólo la oratoria reporta fortuna al orador, pero siento que estoy muy atrasado en este arte.

    FAUSTO

    ¡Busca una ganancia honrada! ¡No seas como el bufón que hace sonar las campanillas! La
    razón y el buen sentido se manifiestan con muy poco arte, y si te tomas en serio el decir
    algo, ¿necesitarás entonces las palabras? Sí. Tus discursos de gran brillo, en los que sacas
    punta a todo asunto humano, son tan molestos como el viento otoñal que, acompañado de
    bruma, sopla entre las hojas.

    WAGNER

    ¡Ay, Dios!, el arte es largo, pero nuestra vida corta. En mis afanes críticos, siento muchas
    veces miedo en la cabeza y en el pecho. ¡Qué difícil es obtener los medios con los que
    ascender hasta las fuentes! Antes de haber llegado a la mitad del camino, uno, pobre diablo,
    habrá de morirse.

    FAUSTO

    ¿Es el pergamino una fuente sagrada de la que un sorbo saciará nuestra sed para la
    eternidad? No, no repararás tu sed si la bebida no brota de ti mismo.

    WAGNER

    Discúlpeme y permítame que le diga que es un gran placer trasladarse al espíritu de otros
    tiempos, ver cómo pensó el sabio antes de nosotros, y cómo hemos continuado
    admirablemente nuestro camino.

    FAUSTO

    Sí, ¡hasta las estrellas hemos llegado! Amigo mío, el pasado es para nosotros un libro de
    siete sellos. Eso que llamas el espíritu de otros tiempos no es más que el espíritu de
    aquellas personas en las que los tiempos se reflejan. Y la verdad es que, a menudo, son una
    auténtica lástima; vamos, para echar a correr sólo de verlos: un saco de inmundicia o un
    desván, o todo lo más un drama histórico con espléndidas máximas morales de tipo
    pragmático, como las que se ponen en boca de los títeres.

    WAGNER

    Pero algo sabría cada uno de ellos de lo que son el mundo y el corazón y el talante
    humanos.

    FAUSTO

    Sabrían lo que normalmente se llama saber; pero, ¿quién se atreve realmente a poner los
    puntos sobre las íes? Los pocos que sabían algo, y que insensatamente no se cuidaron de
    expresar lo que llevaban en su lleno corazón, mostrando a la plebe su sentimiento y su punto
    de vista, fueron crucificados o llevados a la hoguera. Pero, perdona amigo, la noche está
    muy avanzada; hemos de interrumpir nuestra conversación por esta vez.

    WAGNER

    De buena gana me mantendría en vela para seguir hablando con usted con tanta erudición.
    Pero mañana que es primer día de Pascua, déjeme que le haga otras preguntas. Me he
    entregado, diligente, al estudio, pero, aunque sé mucho, me gustaría saberlo todo. (Se va.)

    FAUSTO (Solo.)

    ¡Cuánto tarda en disiparse la esperanza en la cabeza de quien se aferra a bagatelas y,
    escarbando curiosamente en busca de tesoros, se siente feliz si encuentra lombrices.
    ¿Cómo es posible que en este lugar, donde me rodea una multitud de espíritus, se haya
    atrevido a dejarse oír la voz de semejante hombre? Pero, ay, por esta vez debo agradecerle
    al más mísero de los hijos de la tierra el haberme arrancado de la desesperación que
    amenazaba con destrozarme los sentidos. La aparición fue tan colosal que no pude menos
    que sentirme como un enano.
    Yo, imagen de Dios, que creía hallarme muy cerca de la verdad eterna, me había
    despojado de mi ser terreno y gozaba de mí mismo en el fulgor y la claridad celestiales; yo,
    creyéndome superior a un querubín, derramaba la fuerza libre por las venas de la naturaleza
    y me atrevía, lleno de esperanza, a disfrutar de una vida de dioses, creando. ¡Cómo habría
    de pagarlo! ¡Un trueno me ha aniquilado!
    No debo pretender asemejarme a Ti. Aunque tuve fuerzas para atraerte, me faltan para
    retenerte. En aquel instante de gran ventura, me sentí al mismo tiempo tan grande y tan
    pequeño: tú me has lanzado con un empujón cruel al destino inseguro de los hombres.
    ¿Quién me enseñará ahora?, ¿qué debo evitar?, ¿debo obedecer a aquel impulso? Tanto
    nuestros actos como nuestras pasiones estorban el fluir de nuestra vida.
    A lo mejor que el alma ha acogido se añade más y más materia extraña. Cuando
    alcanzamos lo bueno de este mundo, le damos el nombre de locura y engaño.
    Los magníficos sentimientos que nos llenaron de vida, se quedaron anquilosados en el caos del
    mundo. Si con audaz vuelo la fantasía se lanza, esperanzada, ampliando el espacio hacia el
    infinito, le basta luego un pequeño recodo si, pasada la fortuna, fracasa en el torbellino del
    tiempo. La preocupación anida de inmediato en las profundidades del corazón; allí da pábulo
    a secretos dolores, se mece, inquieta, y perturba el plan y la calma; se cubre constantemente
    con máscaras nuevas: puede aparecer como casa y corte, corno mujer y niño, como
    fuego y agua, daga y veneno; pero, sobre todo, te estremece lo que no te afecta y siempre
    lloras lo que nunca pierdes.
    ¡No soy como los dioses!, bien lo noto. Soy como un gusano que escarba el polvo y al que,
    nutriéndose de polvo, aplasta y sepulta la pisada del caminante.

    ¿No es polvo lo que en esa alta pared de cien balda me sofoca? ¿No hay polvo en los mil
    cachivaches que me abruman y me confinan en este mundo de polillas? ¿Habré de leer,
    quizá, en miles de libros, que por todas partes los hombres se torturan y que aquí y allá hubo
    uno feliz? ¿De qué te ríes sardónicamente, hueca calavera? ¿Se extravió tu seso como el
    mío? ¿Buscó el día claro y, ansiando la verdad, se perdió lamentablemente en el
    crepúsculo? Instrumentos, ya sé que me hacéis burla con vuestras ruedas, dientes, cilindros
    y planchas: yo estaba junto a la puerta y tendríais que haberme servido de llave pero a pesar
    de que vuestras barbas están rizadas, no abrís el cerrojo. Misteriosa en pleno día, la
    naturaleza no se deja quitar el velo, y lo que ella no muestra a tu espíritu no lo puedes forzar
    tú con palancas y tornillos. Tú, viejo trasto que no he usado, sólo estás aquí porque mi padre
    te utilizó. Tú, viejo pergamino, te has ennegrecido con el humo de la lámpara que está sobre
    el pupitre. ¡Mas me hubiera valido disipar mis pocos haberes, que vivir agobiado con ellos!
    Lo que se hereda de los padres, has de ganarlo para llegar a hacerlo tuyo. Lo que no se
    utiliza se convierte en pesada carga; sólo lo que el instante crea puede ser usado por este.
    Pero, ¿por qué se fija mi vista en aquel punto? ¿Es ese frasquito un imán para los ojos?
    ¿Por qué, de pronto, todo se vuelve dulce claridad para mí, como si en el bosque de la
    noche me iluminara el fulgor de la luna?

    Te saludo, redoma singular, que ahora, con respeto cojo de tu estante. En ti venero el
    ingenio y la habilidad del hombre. Tú, síntesis de todos los propicios jugos que adormecen,
    tú, extracto de sutil fuerza mortal, ¡concédele tus favores a tu dueño! Te miro y el dolor
    queda paliado; te tomo y se moderan mis ansias, la marea del alma va bajando más y más.
    Soy transportado hacia alta mar, el espejo del agua brilla a mis pies: un nuevo día llama a
    orillas nuevas.
    Un carro de fuego vuela en leve vaivén y se me acerca. Estoy dispuesto a cruzar por
    nuevas sendas y llegar a nuevas esferas de actividad pura. ¿Vas a merecer tú, que aún eres
    un gusano, esta alta vida, este placer de dioses? ¡Sí, sólo consiste en volverle decidido la
    espalda al dulce sol de esta tierra! Prepárate a forzar las puertas ante las que todos quieren
    pasar de largo. Ya es hora de demostrar mediante hechos que la dignidad del hombre no
    cede ante la grandeza de los dioses; que no siente temor cuando se encuentra ante esa
    oscura sima en la que la fantasía se condena a su propio tormento; que no elude adentrarse
    por ese estrecho pasaje, alrededor de cuya abertura arde en llamas el infierno entero; que
    puede, resuelto, decidirse a dar ese paso, aun a riesgo de convertirse en nada.

    Baja pues, recipiente límpido, recipiente de cristal. Sal de tu viejo estuche, en el que no he
    pensado durante muchos años. En las fiestas paternas relucías y alegrabas a los graves
    invitados cuando pasabas de mano en mano. Era obligación del que bebía explicar el rico
    lujo y arte de tus relieves y vaciarte de un trago. Esto me recuerda a muchas noches de mi
    juventud. En esta ocasión no tengo que pasarte a mi vecino, ni he de mostrar mi ingenio al
    ver tus adornos; aquí hay un jugo que produce una rápida embriaguez y que, con oscuro
    fluir, colmará mi vaciedad. Sea este el último trago que prepare y elija. Lo dedico, con toda
    mi alma, como saludo festivo y solemne, a la mañana. (Se lleva el recipiente a la boca.)

    (Repique de campanas y cánticos de coros.)

    CORO DE LOS ÁNGELES

    ¡Cristo ha resucitado!
    Alegría al mortal,
    al que estaba sumido
    en funestas, insidiosas
    y heredadas taras.

    FAUSTO

    ¿Qué profunda melodía, qué sonido claro aparta con fuerza el vaso de mi boca? Campanas
    silenciosas, ¿anunciáis ya la primera hora de la Pascua? Coros, ¿cantáis el canto de
    consuelo que en la noche de la Vigilia pascual fue entonado por los labios de los ángeles y
    sirvió de testimonio de la Nueva Alianza?

    CORO DE LAS MUJERES

    Con perfumes y ungüentos lo embalsamamos.
    Nosotras, sus fieles, allí lo dejamos.
    Con vendas y lienzos, pulcro, lo envolvimos.
    Mas, de vuelta al Sepulcro, a Cristo no vimos.

    CORO DELOS ÁNGELES

    ¡Cristo ha resucitado!
    Dichoso quien lo amó,
    pues superó la prueba
    que, aun siendo dolorosa,
    nos da la salvación.

    FAUSTO

    ¿Por qué me buscáis, melodías celestiales, con fuerza y dulzura a la vez, a mí, que estoy
    sumido en el polvo? Sonad donde haya hombres más sensibles. Oigo el mensaje, pero me
    falta la fe. No me atrevo a elevarme a esas esferas de donde procede la Buena Noticia, pero
    este son que oí de niño me llama de nuevo hacia la vida. El beso del amor celestial caía
    sobre mí en la grave tranquilidad de la fiesta; entonces, sonaban las campanas llenas de
    presagios y era un placer ardiente la oración. Un anhelo noble e inconcebible me impulsaba
    a andar por bosques y praderas entre miles de cálidas lágrimas; sentía que un mundo nacía
    ante mí. Esta canción me anunciaba animados juegos juveniles y de libre dicha en la
    primavera. Hoy, el recuerdo, con sentimientos pueriles, hace que retroceda ante el último y
    grave paso. ¡Seguid sonando, cantos celestiales! ¡Las lágrimas caen, la tierra me recobra!

    CORO DE LOS DISCÍPULOS

    Mientras que el sepultado
    vivo, sublime y espléndido
    por fin ha resucitado
    y está del gozo creador
    cercano, aquí nosotros,
    aferrados a la tierra,
    penarnos. Él nos dejó
    en congoja a los suyos.
    ¡Ay!, ¡cómo hemos de llorar,
    maestro, la gloria tuya!

    CORO DE LOS ÁNGELES

    ¡Cristo ha resucitado
    de tu seno, corrupción!
    Liberad vuestras cadenas.
    Alabadle, activos;
    demostradle vuestro amor,
    comed fraternalmente,
    predicadlo en viajes,
    anunciad la Salvación.
    El maestro, cercano,
    siempre irá con vosotros.





    Continuará...



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    o un ciego soñando
    y en ese vuelo y en ese sueño
    compartir contigo sol y luna,
    siendo guardián en tu cielo
    y tren de tus ilusiones."
    (Hánjel)





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    Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) Empty Re: Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832)

    Mensaje por Maria Lua Miér 24 Mar 2021, 08:40

    ANTE LA PUERTA DE LA CIUDAD
    (Salen paseantes de toda índole.)

    ALGUNOS APRENDICES
    ¿Por qué salís?

    OTROS
    Porque vamos a la Hostería de los Cazadores.

    LOS DE ANTES
    Queremos ir paseando al molino.

    UN APRENDIZ
    Os aconsejo que vayáis a Wasserhof.

    APRENDIZ 2.°
    El camino hasta allí no es bonito.

    LOS DEMÁS
    Entonces, ¿qué haces tú?

    APRENDIZ 3.°
    Yo voy con los demás.

    APRENDIZ 4.°
    Vayamos hasta Burgdorf: seguro que allí encontraremos las muchachas más guapas y la
    mejor cerveza.

    APRENDIZ 5.°
    Compañero de juergas. ¿Quieres que te den una paliza por tercera vez? No quiero ir allí, me
    espanta ese lugar.

    CRIADA
    No, no, ¡yo regreso a la ciudad!

    OTRAS CRIADAS
    Seguro que lo encontramos junto a esos chopos.

    LA ANTERIOR
    Para mí no es nada seductor; él se pondrá a tu lado, él solo bailará contigo en la explanada.
    ¡Qué gano yo con tu suerte!

    OTRA
    Seguro que hoy no está solo; nos ha dicho que el del pelo rizado vendrá con él.

    ESTUDIANTE
    ¡Caramba con los andares de esas buenas mozas! Hermano, vamos, tenemos que
    acompañarlas. Cerveza recia, tabaco aromático y una criada bien vestida: eso es lo que me
    gusta.

    UNA SEÑORITA
    ¡Mira aquellos apuestos muchachos! Es una auténtica vergüenza. Pudiendo tener la
    compañía más selecta, persiguen a esas criadas.

    ESTUDIANTE 2.° (Al primero.)
    No tan rápido. Por allí vienen dos delicadamente arregladas. Mi vecina es una de ellas; me
    siento muy atraído por esa muchacha. Van con paso tranquilo, pero acabarán por
    alcanzarnos.


    ESTUDIANTE 1.°
    No, hermano, no quiero exquisiteces.. La mano que movió la escoba el sábado, te acaricia el
    domingo como nadie.

    UN BURGUÉS
    No, no me gusta el nuevo alcalde. Desde que desempeña su cargo está cada día más
    insolente. Y ¿qué hace por la ciudad? ¿No está cada vez peor? Hay que obedecer más que
    nunca y pagar más que en ningún tiempo anterior.

    UN MENDIGO (Canta.)
    Distinguidos señores y bellas damas
    elegantes y de suave tez,
    dignaos echarme una mirada,
    y en vano no sonarás, organillo.
    Sólo es feliz aquel que puede dar.
    El día que es de fiesta para todos
    es para mí un día de cosecha.

    OTRO BURGUÉS
    Los domingos y la fiestas no hay nada mejor que charlar de guerras y batallas, mientras que
    allá, en la lejana Turquía, los pueblos luchan entre sí. Uno bebe su vaso sentado junto a la
    ventana, ve las barcas engalanadas que van río abajo y vuelve a casa bendiciendo las
    épocas de paz.

    TERCER BURGUÉS
    Eso mismo hago yo, señor vecino, y allá pueden abrirse la cabeza y todo puede andar
    revuelto con tal de que en casa todo siga como siempre.

    VIEJA (A las señoritas.)
    ¡Ay, qué elegantes!, ¡la hermosa sangre joven! ¿Quién no se fijará en vosotras? Pero no
    seáis tan orgullosas, ya está bien. Sabré conseguir lo que queréis.

    UNA SEÑORITA
    ¡Vamos, Agathe! Me cuidaré mucho de que me vea la gente en compañía de esta bruja. Ella
    hizo que en la noche de San Andrés viera en carne y hueso a mi futuro amado.

    LA OTRA
    A mí me lo enseñó por un cristal. Tenía aspecto marcial iba junto a otros valientes. Mas yo
    miro alrededor y lo busco por todas partes sin encontrarlo.

    SOLDADOS
    Me gustaría ganar
    fortalezas con altas
    murallas y almenas,
    muchachas de altiva
    y despectiva alma.
    Audaz es la empresa,
    magnífico el premio.
    Hagamos resonar
    la trompeta llamando
    para la destrucción
    igual que para el gozo.
    Esto es un asedio.
    Esto es una fiesta.
    Mozas y fortalezas
    pronto nuestras serán.
    Audaz es la empresa,
    magnífico el premio,
    y los bravos soldados
    continúan su marcha




    Continuará....


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    Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) Empty Re: Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832)

    Mensaje por Maria Lua Miér 24 Mar 2021, 08:45

    (FAUSTO y WAGNER.)



    FAUSTO
    Los ríos y los arroyos están libres ya de hielo gracias a la dulce y vivificante mirada de la
    primavera. En el valle brota verde la alegría de la esperanza. El viejo invierno, en su
    decrepitud, se retira a los ásperos montes. Desde allí, fugitivo, manda a ráfagas, sobre las
    llamas que verdean, un imponente chaparrón de granizo. Pero el sol no tolera nada
    blanco, todo se agita en formación y crecimiento, todo quiere tomar vida llenándose de
    colores. Aunque faltan flores en esta zona, son suplidas por personas bien arregladas.
    Vuélvete a mirar desde esta altura la ciudad que está allá detrás. De la puerta oscura y
    hueca sale una abigarrada muchedumbre. Hoy todos gustan de tomar el sol. Celebran la
    Resurrección del Señor y ellos también están resucitados. Saliendo de las silenciosas
    habitaciones de casas bajas, despojándose de las ataduras de talleres y gremios,
    liberándose de la opresión de techos y fachadas, zafándose de la estrechez aplastante de
    las calles y habiendo culminado una velada de respetuosa piedad en la iglesia, todos van
    hacia la luz. ¡Mira!, mira con qué afán la gente se dispersa por campos y jardines. Mira
    cómo el río mueve a lo largo y a lo ancho todos esos divertidos botes y esa última lancha
    va alejándose cargada, a punto de zozobrar. Incluso desde los caminos de los montes
    llegan hasta aquí destellos del color de sus trajes. Escucho ya el tumulto de la villa, este
    es el auténtico cielo del pueblo. Los mayores y los pequeños proclaman alegres: aquí soy
    hombre, aquí puedo serlo.

    WAGNER
    Pasear con usted, Doctor, es un honor y es provechoso, pero no me gustaría perderme
    solo, pues soy enemigo de todo lo rudo. El rascado de los violines, el griterío y el caer de
    los bolos es un ruido odioso. Alborotan como si estuvieran poseídos por un espíritu
    maligno y a ese alboroto lo llaman alegría, lo llaman canto.

    CAMPESINOS (Cantando y bailando bajo un tilo.)
    El pastor se arrregló para el baile;
    Con su chaqueta de color, pañuelo
    y faja, iba soberbio y flamante.
    El gentío ya estaba junto al tilo
    y bailó hasta la misma locura.
    ¡Hurra!, ¡hurra!,
    ¡viva!, ¡ea!
    El violín resonará.
    Él avanza con rapidez y empuje.
    Bailando, topa con una muchacha.
    Pícaro, la golpea con un codo.
    La buena moza vuelve la mirada
    y dice: qué tonto eres gañán.
    ¡Hurra!, ¡hurra!,
    ¡viva!, ¡ea!
    Nunca grosero serás.
    Pero el corro da vueltas muy deprisa,
    bailando a la derecha y a la izquierda,
    y las faldas se ponen a volar.
    Todos enrojecían sofocados
    y descansaban sin soltar los brazos.
    ¡Hurra!, ¡hurra!,
    ¡viva!, ¡ea!
    La cadera contra el codo.
    Conmigo no tengas tantas confianzas.
    Muchos ha habido que engañaron
    y traicionaron a su prometida.
    El se la llevó aparte, zalamero,
    y lejos del tilo la conquistó.
    ¡Hurra!, ¡hurra!,
    ¡viva!, ¡ea!

    Gritos y son del violín.

    VIEJO CAMPESINO
    Doctor, es muy amable por su parte no despreciarnos en un día como hoy, y es bueno que
    en medio de este tumulto de gente se encuentre un hombre tan sabio como usted. Tome la
    jarra más hermosa, que hemos llenado con bebida fresca; se la entrego y deseo que no sólo
    sacie su sed sino que su vida dure tantos días como gotas ella contenga.

    FAUSTO
    Tomo la refrescante bebida y brindo por vosotros con gratitud.
    (La gente se reúne en corro a su alrededor.)

    VIEJO CAMPESINO
    Realmente está muy bien que aparezca usted en días de alegría, al igual que fue bueno con
    nosotros los días malos. A buen número de los que hay aquí los arrancó su padre a última
    hora de la tórrida furia de la fiebre, cuando supo ponerle coto a la epidemia. También
    entonces, usted, que era un hombre joven, visitaba a los enfermos en sus casas. Se sacaron
    muchos cadáveres, pero usted salió indemne y superó muchas pruebas duras. El que ayuda
    recibe la ayuda de Aquel que ayuda desde arriba.

    TODOS
    Brindemos por el hombre protegido que puede seguir dando ayuda.

    FAUSTO
    Inclinaos siempre ante el Altísimo que enseña a ayudar y envía ayuda. (Prosigue su camino
    con WAGNER.)

    WAGNER
    Qué sensación debe experimentar al ver cómo lo admira el pueblo. Feliz aquel que de sus
    talentos puede obtener tal beneficio. Los padres le señalan diciéndoles a sus hijos quién es
    usted. Todos preguntan, corren y se agolpan. El violín para de tocar y el danzante se
    detiene. Todos se abren respetuosos a su paso; los gorros vuelan por lo alto y falta poco
    para que se arrodillen, como si en lugar de usted pasara el Venerabile.

    FAUSTO
    Andemos un poco más hasta aquellas piedras, allí descansaremos del paseo. He estado
    muchas veces aquí, miditando, y me torturaba con oraciones y ayuno. Rico en esperanza y
    firme en fe, con llantos, suspiros, y las manos juntas e implorantes, creía que obligaba al
    Señor del Cielo a que acabara con aquella peste. El aplauso del pueblo me suena a burla.
    ¡Si pudieras leer en mi interior lo poco que padre e hijo merecíamos tales alabanzas! Mi
    padre era un individuo sospechoso que pensaba con visionario afán sobre la naturaleza y
    sus ciclos sagrados. Lo hacía con honradez, pero a su manera. Se encerraba en la cocina
    negra en compañía de adeptos y, después de interminables formulas, conseguía reunir los
    contrarios. Allí un León Rojo, uno libre y audaz, era desposado en tibio baño con el Lirio y
    ambos eran torturados con fuego vivo y llameante para pasar de una cámara nupcial a otra
    y, así, finalmente, surgía la Joven Reina en el cristal. Ahí estaba el medicamento; los
    pacientes morían y nadie se preguntaba quién había sido curado. Con nuestros elixires
    infernales hicimos por estos valles y estos montes estragos muchos peores que los de la
    peste. Yo mismo di a muchos el veneno y ellos se fueron marchitando, y hoy tengo que ver
    cómo alaban al desvergonzado criminal.

    WAGNER
    ¿Cómo puede usted abrumarse por eso? ¿No hace suficiente un hombre honrado con ejercer
    concienzuda y puntualmente la profesión que se le enseñó? Si de joven admiras a tu padre,
    recibirás con gusto lo que él sepa; si, siendo ya un hombre, aumentas esa ciencia, tu hijo
    podrá alcanzar metas más altas.

    FAUSTO
    Oh, ¡feliz aquel que todavía tiene esperanza de emerger de este mar de confusión! Lo que
    se necesita no se sabe, lo que se sabe no se puede usar. Pero no llenemos de pesar esta
    hora de hermoso bien. Mira cómo resplandecen esas chozas a la luz ardiente del atardecer,
    rodeadas de hierba. El sol se aleja y cede, pero el día sobrevive, pues aquél marcha hacia
    otro lugar donde animará nueva vida. ¡Cómo desearía que unas alas me elevaran del suelo y
    pudiera acercarme a él más y más!. Entonces, en el fulgor perenne del ocaso, vería a mis
    pies al tranquilo mundo: encendidos los altos, serenos los valles y el arroyo de plata fluyendo
    en corriente dorada. Este vuelo, propio de dioses, no se vería impedido por el salvaje monte
    lleno de barrancos, y entonces, el mar, con sus tibias ensenadas, se abriría a mis ojos
    asombrados. Pero, finalmente, parece que el dios Sol se hunde, tan sólo sigue despierta el
    ansia. Me apresuro para beber su luz eterna. Ante mí, el día, y tras de mí, la noche; sobre
    mí, el cielo, y abajo, el oleaje. Es un hermoso sueño, pero él se escapa. Ah, no es tan fácil
    que a las alas del alma se añadan otras del cuerpo. Sin embargo, en todos es innato que su
    sentir se eleve y adelante, cuando, perdida en el cielo azul, la alondra gorjea su canto,
    cuando el águila flota sobre las escarpadas cimas plagadas de pinos, y cuando, sobre las
    llanuras y los mares, la grulla va en busca de su patria.

    WAGNER
    Yo también he tenido fantasías, pero nunca he sentido ese impulso. Los bosques y los
    campos hastían pronto; nunca envidiaré las alas de los pájaros. De qué manera tan distinta
    los placeres del espíritu nos llevan de libro a libro, de página a página. Así, las noches de
    invierno se hacen agradables y bellas; una vida tranquila da calor a todos los miembros. Y
    ¡ah!, si aciertas a desplegar un buen pergamino, el cielo entero baja hasta ti.

    FAUSTO
    Sólo eres consciente de un impulso. ¡Nunca aprendes el otro! Dos almas, ay, viven en mi
    pecho. Una quiere separarse de la otra. Una, con recio amor a la vida, se aferra al mundo
    sirviéndose de sus miembros prensiles; la otra se eleva con fuerza desde el polvo y va hacia
    los campos de los nobles antepasados. Oh, si es verdad que hay espíritus en el aire que
    flotan entre la tierra y el cielo, que desciendan desde la áurea neblina y que me lleven a una
    nueva vida llena de colores. Si tuviera un manto mágico que me transportara a tierras
    lejanas, sería mi mejor gala y no lo cambiaría por el manto de un rey.

    WAGNER
    No nombre a este conocido ejército de espíritus que, tormentoso, se despliega por la
    atmósfera y, desde todos los extremos del mundo, acecha al hombre con múltiples peligros.
    Desde el Norte se acerca el estrago de los espíritus, armado con sus lenguas puntiagudas;
    cuando desde Naciente estas avanzan resecas, se alimentan de tus pulmones; cuando el
    Mediodía te las manda desde el desierto, el ardor se acumula en tu coronilla; entonces, el
    Oeste trae el enjambre que, primero, refresca, pero luego agosta el campo y el prado.
    Gustan de escucharnos, pues están preparados para provocarnos daño; gustan de
    obedecer, porque les encanta engañarnos; se presentan como enviados del Cielo y cuando
    mienten susurran angelicalmente. Pero, ¡vámonos!, el mundo se oscurece, el aire se enfría,
    la niebla desciende. A la caída de la noche se empieza a apreciar el calor del hogar. ¿Por
    qué se para asombrado?, ¿qué atrapa su atención en la penumbra?

    FAUSTO
    ¿Ves a ese perro negro andando por los sembrados y los rastrojos?

    WAGNER
    Hace rato que lo veo. No me ha llamado la atención.

    FAUSTO
    ¡Míralo bien!, ¿qué te parece?

    WAGNER
    Un perro de aguas que, a su manera, sigue el rastro de su dueño.

    FAUSTO
    ¿No notas cómo se va acercando a nosotros describiendo amplias curvas? Y, si no me
    equivoco, va dejando remolinos de fuego a su paso.

    WAGNER
    No veo más que un perro de aguas negro; quizás esté sufriendo usted una alucinación.

    FAUSTO
    Parece como si fuera trazando leves lazos mágicos que acabarán atando nuestros pies.

    WAGNER
    Yo lo veo rodearnos, inseguro y temeroso, porque en vez de su amo ve dos desconocidos.

    FAUSTO
    ¡El círculo se estrecha, ya está cerca!

    WAGNER
    ¿No lo ve? Ahí hay un perro, no un fantasma. Gruñe, remolonea, se echa sobre la tripa,
    mueve la cola. ¡Igual que todos los perros!

    FAUSTO
    ¡Acompáñanos! ¡Ven aquí!

    WAGNER
    Es un animal muy gracioso: si te paras, se queda esperándote; si pierdes algo, lo va a buscar,
    y si se te cae el bastón, se tira al agua por él.

    FAUSTO
    Tienes razón, no encuentro rastro alguno de un fantasma. Todo lo que hace es fruto de su
    adiestramiento.

    WAGNER
    Incluso el sabio se siente atraído por el perro cuando está bien. Sí, él merece su favor, pues es
    un aventajado aprendiz de muchos estudiantes.




    Continuará...

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    o un ciego soñando
    y en ese vuelo y en ese sueño
    compartir contigo sol y luna,
    siendo guardián en tu cielo
    y tren de tus ilusiones."
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    Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) Empty Re: Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832)

    Mensaje por Maria Lua Miér 24 Mar 2021, 09:06

    GABINETE DE ESTUDIO


    FAUSTO (Entrando acompañado del perro de aguas.)

    He dejado atrás el campo y la pradera, cubiertos por la oscura noche que, con un miedo sacro,
    lleno de presagios, despierta en nosotros la mejor alma. Los impulsos salvajes, con su
    impetuosa fogosidad, se han sumido en el sueño. Ahora despierta el amor humano y el amor a
    Dios va animándose.
    ¡Quieto, perro! ¡No corras de acá para allá! ¿Qué olfateas aquí, en el umbral? Túmbate tras la
    estufa, te daré mi mejor cojín. Así como en el escarpado sendero nos divertiste con tus
    carreras, deja ahora que te cuide como a huésped tranquilo y bienvenido.
    Ay, cuando en esta estrecha celda la lámpara arde de nuevo, amigable, en nuestro pecho hay
    claridad, la del alma que se conoce a sí misma. La razón empieza a hablar de nuevo y la
    esperanza florece otra vez. Se añoran los arroyos de la vida, se ansía llegar a las fuentes de la
    vida.
    No gruñas, chucho. El ruido animal no armoniza con las sagradas músicas que ahora
    envuelven mi alma. Estamos acostumbrados a que los seres humanos se rían de lo que no
    entienden, a que rezonguen ante lo bueno y lo bello, que a menudo les resulta fastidioso.
    ¿Gruñe también el perro como los hombres?

    Pero, ay, ya no siento brotar satisfacción de mi pecho, aunque ponga en ello el mayor de mis
    empeños. ¿Por qué tiene que secarse tan pronto el arroyo y hemos de sufrir sed una vez más?
    Ya he experimentado eso en muchas ocasiones, pero sé cómo satisfacer esa carencia.
    Aprendamos a valorar lo sobrenatural: ansiemos la revelación, que en ningún lugar refulge con
    mayores dignidad y hermosura que en el Nuevo Testamento. Siento el impulso de abrir este
    volumen con el texto original y, con honesto sentimiento, traducir de nuevo el sagrado texto a
    mi alemán querido. (Abre el volumen y se dispone a leerlo.)
    Aquí dice: «En el principio fue la Palabra». Ya empiezo a atascarme, ¿quién me ayudará a
    seguir? No puedo darle tanto valor a la Palabra. Tengo que traducirlo de otra manera. Si el
    Espíritu me iluminara... Aquí dice: «En el principio fue el Pensamiento». Piensa bien en esta
    línea, la primera; que tu pluma no se apresure. ¿Es el pensamiento el que todo lo crea y por el
    que todo se obra? Tal vez ponga «En el principio fue la Fuerza». Pero ya, al escribirlo, algo me
    dice que no he de dejarlo así. Me ayuda el Espíritu, veo cuál es su consejo y escribo confiado:
    «En el principio fue la Acción».

    Si quieres compartir el cuarto conmigo, perro, deja ya de ladrar. No quiero sufrir la cercanía
    de un compañero tan molesto. Uno de los dos tendrá que abandonar la celda. Con disgusto
    deniego tu derecho a disfrutar de mi hospitalidad. Te abro la puerta, tienes libre el camino.
    Pero ¿qué veo? ¿Puede ocurrir esto en la naturaleza? ¿Es una sombra o realidad? ¿Qué es lo
    que hace que mi perro de aguas crezca y se hinche? Se alza violentamente. Esa no es la
    forma de un perro. ¿Qué fantasma he metido en esta casa? Ahora tiene el aspecto de un
    hipopótamo de ojos de fuego y dientes espantosos. Oh, serás mío, seguro. Para estos
    engendros del infierno es buena la Clave de Salomón.


    ESPÍRITUS
    Dentro hay uno preso,
    no lo sigáis, quedaos.
    Como en la trampa el zorro,
    tiene miedo el demonio.
    Mas, atención, ¡mirad!
    Volad de un lado a otro.
    Volad de arriba abajo,
    y así se zafará.
    Tenéis que ayudarlo,
    no lo dejéis plantado,
    pues a todos nosotros
    nos colmó de favores.

    FAUSTO
    Para acercarme al animal emplearé ahora el conjuro de los cuatro: «¡Que arda la
    Salamandra! ¡Que la Ondina se enrosque! ¡Que desaparezca el Elfo y que el Duende trabaje!». Aquel que nada sabe sobre los elementos, sobre su enorme fuerza, sobre sus
    propiedades, nunca logrará dominar a los espíritus. «¡Desaparece en llamas, Salamandra!
    ¡Fluye en la rauda corriente, Ondina! ¡Elfo, brilla en el bello meteoro! ¡Duende, trae ayuda
    hogareña! ¡Adelántate y cierra la marcha!»
    Ninguno de los cuatro está en el animal, pues está tranquilo y le rechinan los dientes.
    Todavía no le he hecho daño. Pero me has a oír; te invocaré aún más. ¿Acaso, compañero,
    ta has escapado del infierno? Mira entonces el símbolo ante el que se posterna el oscuro
    ejército. Ya se hincha y se le erizan los pelos. Ser vil y depravado, ¿acaso distingues la
    presencia del de insondable origen, del jamás nombrado y enviado del Cielo, vilmente
    asesinado? Tras la estufa, escondido, se hincha como un elefante y llena el cuarto entero;
    desea escapar. ¡No subas hasta el techo! ¡Quédate a los pies del maestro! Yo no amenazo en
    vano. ¡Obedece o te abraso! No quieras esperar la luz del triple fuego. No quieras esperar mi
    más fuerte recurso.

    MEFISTÓFELES (Al disiparse la niebla aparece con la figura de un estudiante viajero desde
    detrás de la estufa.)
    ¿A qué viene tanto ruido?, ¿en qué puedo servir al señor?

    FAUSTO
    ¿Esto es lo que había dentro del perro de aguas? ¿Un estudiante viajero? Esto me hace reír.

    MEFISTÓFELES
    Saludo al erudito señor. Me ha hecho usted sudar la gota gorda.

    FAUSTO
    ¿Cuál es tu nombre?

    MEFISTÓFELES
    La pregunta me parece de poca categoría para alguien que desprecia la Palabra; para alguien
    que, desdeñando toda apariencia, busca la esencia ahondando en las profundidades.

    FAUSTO
    En vuestro caso, señor, se puede llegar a la esencia conociendo el nombre; esto ocurriría si
    supiera, con toda claridad, si os apellidáis «Dios de las moscas», «Corruptor» o «Mentiroso».
    Bueno, ¿quién eres?

    MEFISTÓFELES
    Una parte de esa fuerza que siempre quiere el mal y siempre hace el bien.

    FAUSTO
    ¿Qué significa ese acertijo?

    MEFISTÓFELES
    Soy el espíritu que siempre niega. Y lo hago con pleno derecho, pues todo lo que nace merece
    ser aniquilado, mejor sería entonces que no naciera. Por ello, mi auténtica naturaleza es eso
    que llamáis pecado y destrucción, en una palabra, el Mal.

    FAUSTO
    ¿Por qué te defines como parte si estás entero ante mí?

    MEFISTÓFELES
    Te diré una discreta verdad: aunque el hombre, ese pequeño mundo de locos, suele
    considerarse un todo, yo soy una parte de la parte que al principio lo era todo. Soy una parte
    de la oscuridad que la luz engendró, esa luz soberbia que le disputa a la madre noche su
    antiguo rango y su lugar. Sin embargo, aunque se esfuerce no lo logra, pues está presa de los
    cuerpos. Surge de los cuerpos y a los cuerpos embellece, pero un cuerpo opaco la detiene.
    Espero que esto no dure mucho tiempo y que sucumba pronto a los mismos cuerpos.

    FAUSTO
    Ahora capto tus dignas obligaciones. No puedes aniquilar nada grande, por eso empiezas por
    lo pequeño.

    MEFISTÓFELES
    Y cierto es que no he conseguido mucho con ello. Por más que me he empeñado, no he
    conseguido destruir lo que se enfrenta a la Nada, el Algo, este mundo tan tosco. A pesar de las
    olas, las tormentas, los terremotos y los incendios, al final se quedan en paz el mar y la tierra.
    Y a ese maldito engendro de vida humana y animal tampoco hay por dónde cogerlo. ¡A
    cuántos he enterrado ya! Y sin embargo, la sangre vuelve a fluir, nueva y fresca; y así continúa
    todo. Es como para volverse loco. En el aire, en el agua y en la tierra germinan miles de
    semillas, ya sea el medio seco, húmedo, caliente o frío. Si no me hubiera reservado el fuego,
    no tendría nada para mí.

    FAUSTO
    Así opones tú al eterno poder creador y salvífico tu frío puño diabólico, que aprietas impotente
    con alevosía. ¡Emprende algo diferente, extraño hijo del caos!

    MEFISTÓFELES
    Te aseguro que pensaremos más en ello la próxima vez. ¿Me puedo marchar ahora?

    FAUSTO
    No comprendo por qué me lo preguntas. Ahora que te conozco, ven a visitarme cuando
    quieras. Aquí tienes la ventana, ahí la puerta, incluso el hueco de la chimenea está a tu
    disposición.

    MEFISTÓFELES
    He de confesarlo: hay un pequeño obstáculo que me impide salir de aquí, la estrella de cinco
    puntas del umbral.

    FAUSTO
    ¿Te hace daño esta estrella? Pues si eso te espanta, hijo del infierno, dime entonces, ¿cómo
    entraste aquí? ¿Cómo conseguiste burlar a ese espíritu?

    MEFISTÓFELES
    Fíjate en ella. No está bien trazada. El ángulo que va hacia fuera, como ves, se abre
    excesivamente.

    FAUSTO
    ¡El azar ha acertado! ¡Eres mi prisionero! Pero ¿lo he conseguido por casualidad?

    MEFISTÓFELES
    El perro de aguas no lo vio al entrar de un salto. Pero ahora la cosa cambia, el diablo no
    puede salir de la casa.

    FAUSTO
    Y ¿por qué no sales por la ventana?

    MEFISTÓFELES
    Es una ley del diablo y los fantasmas. Allá por donde logramos entrar hemos de marcharnos.
    Para lo primero tenemos libertad, de lo segundo somos esclavos.

    FAUSTO
    ¿Hay también leyes en el infierno? Me alegro de saberlo; entonces, ¿se podrá pactar con
    vosotros, señores?

    MEFISTÓFELES
    Podrás disfrutar lo pactado sin que te sea escatimado nada. Pero explicar esto requiere su
    tiempo y a tal efecto nos veremos otro día. Esta vez ruego encarecidamente que se me deje
    salir de aquí.

    FAUSTO
    Pero, quédate un momento y dime la buenaventura.

    MEFISTÓFELES
    ¡Déjame salir! Pronto volveré. Entonces podrás preguntarme lo que quieras.

    FAUSTO
    Yo no te he perseguido. Has sido tú el que ha caído en la red. Aquel que ha atrapado al
    diablo, ¡que no lo suelte!; no volverá a atraparlo por segunda vez.

    MEFISTÓFELES
    Si tanto lo deseas, estoy dispuesto a quedarme haciéndote compañía a condición de poder
    hacerte pasar el tiempo con mis artes.

    FAUSTO
    Me parece muy bien, tienes permiso con tal de que esas artes sean gratas.

    MEFISTÓFELES
    Amigo mío, ganarás más para tus sentidos en esta hora, que en la monotonía de un año. Lo
    que te canten los tiernos espíritus, las bellas imágenes que te brinden, no serán un vacío juego
    de magia. Tendrás placer para el olfato y un agradable regusto en el paladar, y al final se
    encenderán tus sentimientos. No es necesario hacer preparativos. Estamos juntos, vamos a
    empezar.

    ESPÍRITUS
    Desapareced, bóvedas
    oscuras de la techumbre.
    Mira el mayor hechizo
    del amigable y azul
    éter que está penetrando.
    Desvaneceos de una vez,
    tenebrosas nubes negras.
    Centellean estrellitas,
    pues la luz de suaves soles
    entre ellas se va filtrando.
    Esa belleza sutil
    de los hijos de los cielos,
    al flotar sobre nosotras,
    tímida, nos reverencia.
    El deseo anhelante
    acompaña nuestros pasos.
    Y los aleteantes
    flecos de los atavíos
    cubren todas las tierras,
    cubren la vegetación
    de allí donde los amantes
    muy solemnes prometieron
    entregarse de por vida.
    ¡Follaje sobre follaje!
    ¡Sarmientos que echan renuevos!
    El bien cargado racimo
    cae en el receptáculo
    del lagar que lo tritura,
    y brota un gran arroyo
    de vinos espumeantes
    que se desliza por rápidos
    de bellas piedras preciosas
    y, dejando las alturas
    tras de sí, en su caída,
    se ensancha y hace un lago
    y así la felicidad
    reinará en las colinas.
    Y un ejército de aves
    paladea el placer.
    Se van acercando al sol,
    20
    se aproximan a las islas
    claras que, sobre las olas,
    en apariencia se mueven.
    Allá en coro oímos
    suspiros alborozados.
    Volando sobre llanuras
    vemos figuras que bailan
    y que se van desperezando
    bajo el manto del cielo.
    Algunos van escalando
    por las elevadas cumbres.
    Otros, cruzando a nado,
    cortan las olas del mar.
    Otros van volando y flotan.
    Todos en busca de vida,
    en busca de tierras lejanas,
    de estrellas acogedoras,
    de gracia y serenidad.




    Continuará...


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    o un ciego soñando
    y en ese vuelo y en ese sueño
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    siendo guardián en tu cielo
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    Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) Empty Re: Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832)

    Mensaje por Maria Lua Dom 28 Mar 2021, 12:15

    MEFISTÓFELES
    ¡Duerme! ¡Muy bien, tiernos hijos del aire! ¡Lo habéis arrullado a conciencia! Estoy en deuda
    con vosotros por este concierto. -¡Todavía no eres el hombre indicando para retener al
    demonio!- ¡Seducidlo con dulces formas oníricas, hundidlo en un mar de delirios! Mas, para
    romper el hechizo del umbral, requiero el diente de un ratón... Aunque no habré de conjurarlo
    mucho tiempo; ya oigo deslizarse a uno y pronto me escuchará.
    El señor de las ratas y los ratones, de las moscas, ranas, chinches y piojos, te manda que te
    atrevas a salir y roas ese umbral tan rápido como si rezumara aceite. Ya veo que sales.
    ¡Manos a la obra! El pico que me retenía era el de la esquina de delante. ¡Otro mordisco más y
    ya está hecho! -Fausto, sigue soñando hasta que nos volvamos a ver.
    FAUSTO (Despertando.)
    Entonces, ¿he sido engañado otra vez? ¿Se disipa así la fuerza de tantos espíritus? ¿Acaso
    fue una mentira, un sueño, que viniera un demonio y que un perro se me escapara?
    GABINETE DE ESTUDIO
    FAUSTO
    ¿Llaman? ¡Adelante! ¿Quién querrá incordiarme?
    MEFISTÓFELES
    Soy yo.
    FAUSTO
    ¡Adelante!
    MEFISTÓFELES
    Lo habrás de decir tres veces.
    FAUSTO
    ¡Adelante, pues!
    MEFISTÓFELES
    Así es como me gusta que seas. Confío en que nos toleremos. Para disipar tu mal humor he
    venido aquí vestido de hidalgo, con traje rojo, bordado en oro, con esclavina de tersa seda,
    una pluma de gallo en el sombrero y una daga larga y afilada. Y ahora te recomiendo que, sin
    más dilación, te vistas igual para que, una vez liberado, experimentes lo que es la vida.
    FAUSTO
    Con cualquier traje sufriré la pena de las estrecheces de la vida terrenal. Soy demasiado viejo
    para limitarme a jugar y demasiado joven para morir sin deseos. ¿Qué podrá ofrecerme el
    mundo?
    «¡Renuncia, tienes que renunciar!». He aquí el precepto que continuamente resuena en
    nuestro oído y que cada hora repite con ronca y acompasada voz. Por la mañana me despierto
    sobresaltado, y con razón podría llorar amargamente al ver que el nuevo día sigue con rapidez
    21
    su camino sin dejar satisfecho ninguno de mis deseos; al ver que con su curso ahoga toda
    esperanza de felicidad, y que, con la ayuda de los ridículos y cómicos actos de la vida, hace
    desaparecer cuantas agradables creaciones buscan un albergue en mi mente. Después, al
    llegar la noche, me acuesto con desasosiego ni aun allí puedo descansar, e incluso me llenan
    de espanto pesados y horrorosos sueños. El espíritu que reina en mi interior puede conmover
    profundamente mi ser; no obstante, a pesar de que tiene imperio sobre todas mis fuerzas, no
    puede hacerlas obrar en el exterior: por eso me he convencido de que vivir es una pesada
    carga, por eso deseo la muerte y aborrezco la vida.
    MEFISTÓFELES
    Y sin embargo, en aquella noche hubo alguien que no se bebió la pócima color marrón.
    FAUSTO
    Parece que te gusta el fisgoneo.
    MEFISTÓFELES
    No soy omnisciente, pero sé muchas cosas.
    FAUSTO
    Aunque un dulce y conocido canto, con ecos de los buenos tiempos, me apartó del terrible
    abismo y despertó lo que queda en mí de sentimientos infantiles, maldigo ahora todo lo que el
    alma enreda con sus juegos de seducción y engaño y cómo, cegándonos y adulándonos, nos
    ata a esta cueva de penas. ¡Desde ahora declaro maldita la alta opinión de sí mismo con la
    que el espíritu se aprisiona!, ¡maldito el engaño de los sentidos que oprime nuestra alma!,
    ¡maldito todo aquello que nos embelece en sueños: el engaño de la fama y el renombre!,
    ¡maldito lo que nos halaga como posesión, como mujer y como hijo, como criado y arado!,
    ¡maldito Mammón cuando, prometiéndonos tesoros, nos anima a hazañas temerarias y cuando
    nos ofrece almohadones para nuestro ocioso placer!, ¡maldito el balsámico jugo de uvas!,
    ¡maldita la más refinada caricia del amor!, ¡maldita la esperanza!, ¡maldita la fe! y, sobre todo,
    ¡maldita la paciencia!
    CORO DE LOS ESPÍRITUS (Invisible.)
    ¡Oh, dolor!, ¡qué gran dolor!
    Con un poderoso puño,
    tú has conseguido destruir,
    asolar y abatir
    este espléndido mundo.
    Un semidiós lo asoló
    y nosotros llevaremos
    sus ruinas hacia la nada
    y lamentaremos también
    esa belleza perdida.
    Dotado de gran poder,
    vástago de la tierra,
    vuelve tú a construirlo,
    con un esplendor mayor,
    edifícalo en tu pecho;
    con aguda inteligencia,
    has de volver a dar
    un nuevo curso a la vida
    y, así, nuevas canciones,
    mientras tanto resonarán.
    MEFISTÓFELES
    Estos son mis pequeños. Escucha cómo incitan, con sabiduría, al placer y a la acción.
    Haciéndote salir de la soledad, donde los sentidos se atrofian y los humores dejan de fluir,
    quieren atraerte hacia la amplitud del mundo. Deja ya de avivar el rencor que, como un buitre,
    te va devorando la vida. La peor de las compañías te hace sentir que eres un hombre entre los
    hombres. Pero no se pretende que te sumas en el vulgo. No soy ninguno de los grandes, pero
    si quieres caminar junto a mí a través de la vida, con gusto estaré contigo en el acto. Soy tu
    compañero y, si te parece bien, seré tu servidor, tu criado.
    FAUSTO
    22
    ¿Y qué habré de cumplir yo a cambio?
    MEFISTÓFELES
    Tienes todavía un plazo largo para ello.
    FAUSTO
    No, no. El diablo es egoísta y no hace nada que le sea útil a otro por amor de Dios. Expón
    claramente cuáles son tus condiciones; un criado así pone la casa en peligro.
    MEFISTÓFELES
    Quiero ponerme a tu servicio aquí. Cuando des la señal, ni me detendré ni descansaré, pero
    cuando volvamos a encontrarnos allí, tú deberás hacer lo mismo conmigo.
    FAUSTO
    El futuro apenas me inquieta. Si destruyes este mundo y lo conviertes en ruinas, el otro surgirá
    después. Pero mis alegrías brotan de esta tierra y este sol ilumina mis dolores. Si he de
    separarme de ellos con antelación, entonces que ocurra lo que sea. No quiero oír nada acerca
    de si en el más allá se amará o se odiará y de si también en aquellas esferas hay un arriba y
    un abajo.
    MEFISTÓFELES
    En ese caso puedes arriesgarte. Únete a mí. Durante estos días verás con placer cuáles son
    mis artes. Te daré lo que nunca ha visto hombre alguno.
    FAUSTO
    ¿Qué podrás darme tú, pobre diablo? ¿Alguno de los tuyos ha llegado a comprender alguna
    vez las altas aspiraciones del espíritu humano? ¿Qué es lo que ofreces? Alimento que no
    sacia; oro candente que, como el mercurio, se escapa de las manos sin descanso; un juego en
    el que nunca se gana; una muchacha que, abrazada a mi pecho, ya guiña el ojo y se entiende
    con el más cercano; el espléndido y divino placer del honor, que se desvanece como un
    meteoro. Muéstrame frutos que se pudran antes de nacer y árboles que verdeen de nuevo
    cada día.
    MEFISTÓFELES
    No me asusta semejante encargo; puedo, muy bien, brindarte esos tesoros. Pero, buen amigo,
    se acerca el tiempo en el que podremos disfrutar en plena paz de algo bueno.
    FAUSTO
    Si llega el día en el que pueda tumbarme ociosamente, con toda tranquilidad, me dará igual lo
    que sea de mí; si entonces logras engañarme con lisonjas haciendo que me agrade a mí
    mismo, ese será para mí mi último día. En eso consistirá mi apuesta.
    MEFISTÓFELES
    ¡La acepto!
    FAUSTO
    Choquemos esos cinco. Si alguna vez digo ante un instante: «¡Deténte, eres tan bello!»,
    puedes atarme con cadenas y con gusto me hundiré. Entonces podrán sonar las campanas a
    difuntos, que seré libre para servirte. El reloj se habrá parado, las agujas habrán caído y el
    tiempo habrá terminado para mí.
    MEFISTÓFELES
    Piénsatelo bien; no lo olvidaré.
    FAUSTO
    Tienes pleno derecho a ello. No he entrado locamente en la apuesta. Si alguna vez me siento
    extasiado, seré esclavo y no preguntaré si tuyo o de otro dueño.
    MEFISTÓFELES
    Hoy mismo, en el banquete doctoral, cumpliré mi obligación como criado. ¡Sólo una cosa! Por
    amor a la vida o a la muerte, te ruego que escribas unas líneas.


    Continuará... ( 22)


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    "Ser como un verso volando
    o un ciego soñando
    y en ese vuelo y en ese sueño
    compartir contigo sol y luna,
    siendo guardián en tu cielo
    y tren de tus ilusiones."
    (Hánjel)





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    Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) Empty Re: Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832)

    Mensaje por Maria Lua Lun 05 Abr 2021, 10:13

    FAUSTO
    Ah, ¿exiges algo escrito, pedante? ¿No has conocido nunca a un hombre de palabra?, ¿no es
    bastante que mi palabra empeñada haya dispuesto para siempre de mis días? Si este mundo
    que corre en todos sus torrentes no me ha detenido, ¿lo hará una promesa? Pero esta locura
    se ha apoderado de mi corazón, ¿quién se atreverá a liberarme de ella? ¡Afortunado aquel que
    lleva la fidelidad en su pecho!, ¡no hay sacrificio que le pese! Un pergamino escrito y sellado es
    un fantasma que espanta a todos. La palabra muere en la pluma, y el papel y la cera son los
    23
    amos. ¿Qué deseas de mí, espíritu maligno? ¿Bronce, mármol, pergamino o papel? ¿He de
    escribir con pizarrín, buril o pluma? Te dejo libre la elección.
    MEFISTÓFELES
    ¿Por qué exageras con tanto calor tu charlatanería? Cualquier hojita valdrá. Firmarás con una
    pequeña gota de tu sangre.
    FAUSTO
    Si te hace ilusión, te seguiré en este grotesco juego.
    MEFISTÓFELES
    La sangre es un humor muy especial.
    FAUSTO
    No temas que rompa la alianza. Lo que ahora mismo te prometo es el alcance de toda mi
    fuerza. Me he engrandecido tanto que ya sólo pertenezco a tu rango. El gran Espíritu me ha
    despreciado, ante mí se cierra la naturaleza. Se ha roto el hilo del pensamiento, hace mucho
    que me asquean los saberes. ¡Que las pasiones que arden dentro de mí se hundan en lo
    profundo de la sensualidad! ¡Que todo milagro me espere dispuesto tras un velo mágico impenetrable! ¡Lancémonos a la embriaguez del tiempo, a la sucesión de los acontecimientos!
    ¡Que se alternen como quieran el dolor y el placer, el logro y la desazón!: solamente sin
    descanso se pone el hombre en actividad.
    MEFISTÓFELES
    No se te impondrá ninguna medida ni se limitarán tus metas. Si te place picotear aquí y allá y
    atrapar algo al vuelo, tendrás aquello que te deleite. No seas estúpido y aférrate a mí.
    FAUSTO
    Ya oíste, no se trata sólo de gozar. Me entrego al vértigo, al placer más doloroso, al amado
    odio, al fastidio que reconforta. Mi pecho, que se ha liberado del ansia de saber, jamás se
    cerrará a ningún dolor. Quiero disfrutar dentro de mí de lo que ha disfrutado el conjunto de la
    humanidad. Quiero apresar con mi espíritu lo más elevado y lo más sumido en la profundidad,
    amontonar su ventura y su dolor en mi pecho y, de esta manera, ampliar mi yo y convertirlo en
    el suyo, y, al final, sucumbir como ella misma.
    MEFISTÓFELES
    Ah, confía en mí, que llevo mascando hace varios miles de años ese manjar de áspero sabor.
    No hay nadie, desde la cuna hasta la tumba, que digiera la vieja levadura. Créeme: esa
    totalidad sólo fue hecha para un dios. Él se encuentra en la plena y eterna luz, a nosotros nos
    confinó en las tinieblas y sólo a vosotros os dio el día y la noche.
    FAUSTO
    ¡Pero yo lo quiero!
    MEFISTÓFELES
    ¡De acuerdo!, pero hay algo que me da miedo. El tiempo es breve y el arte es largo. Diría que
    debieras aprender: asóciate a un poeta que se afane en encontrar ideas y en amontonar sobre
    tu cabeza de laureado todas las nobles cualidades: el valor del león, la rapidez del cuervo, la
    sangre ardiente del italiano y la tenacidad de los del norte. Déjale que encuentre el secreto de
    unir magnanimidad y astucia con el cálido impulso juvenil que te haga enamorar conforme a un
    plan. Me gustaría conocer a un ser así; le pondría por nombre microcosmos.
    FAUSTO
    ¿Qué soy, entonces, si no me es posible alcanzar la corona de lo humano, a la que todos los
    sentidos tienden?
    MEFISTÓFELES
    Eres, al fin y al cabo, lo que eres. Aunque te pongas una peluca con miles de rizos, aunque te
    pongas tacones de un codo de altura, seguirás siendo lo que eres.
    FAUSTO
    Siento que he acumulado en vano los tesoros del espíritu humano. Y ahora que me detengo,
    ninguna fuerza brota de mi interior; no soy ni un pelo más alto ni me he acercado al infinito.
    MEFISTÓFELES
    Mi señor, ves las cosas tal como suelen verse. Hay que actuar con mayor sutileza antes de
    que se nos escape el gozo de la vida. ¡Qué demonios! Las manos, los pies, la cabeza y hasta
    el trasero son tuyos, pero ¿no es por ello menos mío todo lo que disfruto y está rebosante de
    vida? Si puedo permitirme pagar seis caballos, ¿no hago mías sus fuerzas y, sin dejar de ser
    24
    un hombre, camino con veinticuatro patas? Así pues, cumple tus pensamientos y lánzate al
    mundo. Date cuenta: un tipo que especula es como un animal en una llanura yerma al que un
    genio maligno le hace dar vueltas en círculo mientras, a su alrededor, hay bellos prados
    verdes.
    FAUSTO
    ¿Cómo empezamos?
    MEFISTÓFELES
    Ahora mismo nos ponemos en marcha. ¿Qué lugar de martirio es este? ¿Qué clase de vida es
    aburrirse y aburrir a los muchachos? Deja eso para tu vecino, el señor Wanst. ¿Por qué te
    empeñas en desgranar la paja? Lo mejor que podrías conocer no puedes enseñárselo a los
    muchachos. ¡Ahora mismo oigo a uno en el pasillo!
    FAUSTO
    No me es posible verlo.
    MEFISTÓFELES
    El pobre muchacho espera desde hace mucho tiempo; no puede marcharse desconsolado.
    Venga, dame la esclavina y el birrete, este disfraz me ha de sentar bien. (Se viste.) Ahora
    déjalo todo en manos de mi ingenio. Sólo necesito un cuarto de hora; entretanto, prepárate
    para nuestro bello viaje.
    (Sale FAUSTO.)
    (Con las largas ropas de FAUSTO.) Si desprecia la razón y la ciencia, la más potente fuerza
    de los hombres, y se fortalece con el espíritu del engaño con obras de ilusionismo y magia, ya
    lo tengo en mis manos incondicionalmente. El destino le dio un alma que avanza sin detenerse
    y cuyas apresuradas aspiraciones sobrepasan los gozos del mundo. Ya sabré arrastrarlo por la
    vida salvaje a través de lo irrelevante y lo insignificante; habrá de quedar atrapado por mí, se
    aferrará a mí, lo dejaré paralizado y avivaré su insaciabilidad haciendo pasar comida y bebida
    ante sus ansiosos labios. Suplicará alivio en vano y, aunque al diablo no se hubiera entregado,
    sucumbirá.
    (Entra un ESTUDIANTE.)
    ESTUDIANTE
    Llevo aquí poco tiempo y vengo, lleno de devoción, a conocer y hablar al hombre que todos
    mencionan con respeto.
    MEFISTÓFELES
    ¡Me congratulo al ver vuestra educación! Estáis ante un hombre como otro cualquiera. ¿Habéis
    andado ya por otros sitios?
    ESTUDIANTE
    Os ruego que me aceptéis entre los vuestros. Vengo con toda mi buena voluntad, una
    aceptable cantidad de dinero y sangre joven y sana. Mi madre no quería que me fuera, pero
    quiero estudiar algo de Leyes.
    MEFISTÓFELES
    Estáis en el lugar más adecuado.
    ESTUDIANTE
    La verdad es que me querría marchar ya: entre las paredes de estas aulas no consigo estar a
    gusto. El espacio es muy limitado. No se ve nada verde, no se ve un árbol y en esos bancos y
    en esas aulas noto que pierdo oído, vista y pensamiento.
    MEFISTÓFELES
    Sólo es cuestión de costumbre. Al principio tampoco el niño toma con mucho gusto el pecho
    de la madre. De igual modo, podréis disfrutar cada día más de los pechos de la ciencia.
    ESTUDIANTE
    Me gustaría ir colgado de su cuello, pero cómo podría llegar a alcanzarlo.
    MEFISTÓFELES
    Antes de seguir, decidme qué Facultad pensáis escoger.
    ESTUDIANTE
    25
    Mi deseo es llegar a tener una buena erudición y saber qué hay sobre la tierra y en el cielo; es
    decir, comprender la ciencia y la naturaleza.
    MEFISTÓFELES
    Emplead bien el tiempo, pues este no deja de correr, pero el orden os enseñará a
    aprovecharlo. Por ello, querido amigo, os aconsejo que os inscribáis en primer lugar en el
    Collegium Logicum. Allí os adiestrarán bien el pensamiento, calzándolo con normas para que
    avance por la senda del espíritu y no persiga bagatelas vagando de un lado a otro. Entonces
    aprenderéis un día que lo que antes hacíais de un golpe, como el comer o el beber, ahora
    requiere uno, dos y tres. Cierto es que en el taller del pensamiento ocurre como en la obra
    maestra de un tejedor, donde un solo impulso mueve a la vez mil hilos. La lanzadera se pone
    en marcha, va de arriba abajo y un solo golpe da lugar a mil tramas. El filósofo que considere
    este asunto os demostrará que es así, porque si lo primero es así, así será lo segundo y por
    ello serán así lo tercero y lo cuarto. Y si lo primero y lo segundo no fueran, lo tercero y lo
    cuarto nunca hubieran sido. Esto lo saben los estudiantes de todos los lugares, pero jamás se
    han hecho tejedores. El que quiera conocer y describir algo viviente, que empiece por echar
    fuera el espíritu y, así, tendrá las partes en su mano. Pero entonces, por desgracia, le faltarán
    los lazos del espíritu. Encheiresin naturae, dice la química burlándose de sí misma.
    ESTUDIANTE
    No consigo entenderos plenamente.
    MEFISTÓFELES
    Con el tiempo os irá mejor cuando sepáis reducirlo todo y clasificarlo como corresponde.
    ESTUDIANTE
    Me siento tan torpe como si en mi cabeza girara una rueda de molino.
    MEFISTÓFELES
    Más tarde, antes de afrontar otras cosas, deberíais dedicaros a la Metafísica. Veréis cómo
    comprendéis con claridad lo que no cabe en cabeza humana; quepa o no quepa, siempre
    encontramos a nuestra disposición una brillante frase. Pero, ante todo, en este semestre,
    seguid el mejor orden. Oíd cinco lecciones cada día y entrad cuando suene la campana.
    Preparaos primero minuciosamente, estudiando muy bien los apuntes, para que volváis a ver
    de nuevo que no dicen nada diferente de lo que hay en el libro. Pero esforzaos en la toma de
    apuntes como si os los dictara el Espíritu Santo.
    ESTUDIANTE
    No tendréis que decírmelo dos veces. Comprendo que es algo muy útil, pues lo que se tiene
    en negro sobre blanco puede llevarse tranquilamente a casa.
    MEFISTÓFELES
    ¡Pero habéis de elegir la Facultad!
    ESTUDIANTE
    El Derecho no acaba de gustarme.
    MEFISTÓFELES
    No he de ser yo quien os lo tome a mal; sé lo que ocurre con esa doctrina. La Ley y el Derecho
    se heredan como una enfermedad incurable, se deslizan de generación en generación y
    avanzan de un lugar a otro. La razón se convierte en algo absurdo, la bondad en perjuicio. Y
    ¡ay de ti si eres nieto! Del Derecho que nace con nosotros no se habla jamás.
    ESTUDIANTE
    Con eso hacéis que aumente mi aversión. Dichoso aquel al que instruís. Casi voy a estudiar
    Teología.
    MEFISTÓFELES
    No querría extraviaros, pero, en lo que toca a esa ciencia, es difícil evitar el camino errado. En
    ella hay mucho veneno y apenas puede distinguirse de la Medicina. Lo bueno aquí es que
    oigáis sólo a uno y juréis por la familia del maestro. En definitiva, ateneos a la palabra, así
    entraréis por la puerta segura del templo del saber.
    ESTUDIANTE
    Pero ha de haber concepto en la palabra.
    MEFISTÓFELES
    ¡Bien! Pero no hay por qué angustiarse, pues allá donde faltan conceptos se encaja
    oportunamente la palabra. Con palabras se puede discutir acertadamente, con palabras se
    26
    puede construir un sistema; se puede creer en las palabras. No hay que escatimarle ni una jota
    a una palabra.
    ESTUDIANTE
    Perdonad que os haga tantas preguntas, pero aún tengo que pediros que os sigáis esforzando
    por mí. ¿No podríais darme un consejo sincero sobre Medicina? Tres años es poco tiempo y,
    ¡Dios!, el campo es demasiado amplio; con una indicación, podemos avanzar mucho mejor.
    MEFISTÓFELES (Hablando para sí.)
    Estoy cansado de esta sobriedad, debo hacer nuevamente de demonio. (En voz alta.) El
    sentido de la Medicina es fácil de entender. Ella estudia el mundo grande y el pequeño para,
    finalmente, dejar que todo vaya como Dios quiera. Es cosa vana que sigáis dando vueltas y
    sudando tras la ciencia. Todo el mundo aprende lo que se puede aprender, pero el hombre
    perfecto es aquel que aprovecha su momento. Tenéis una buena constitución física y no os
    falta audacia; si confiáis en vos mismo, la gente confiará en vos. Aprended especialmente a
    dominar a las mujeres. Sus eternos y múltiples lamentos y quejas se curan solamente desde
    un punto y os bastará comportaros con mediana decencia para tenerlas a todas a vuestros
    pies. Un título debe convencerlas de que vuestro arte es superior a muchos artes. Para empezar, atreveos a hacer cosas que otro tan sólo se atrevería a rozar durante muchos años,
    aprended a tomarles el pulso y, con mirada audaz y fogosa, oprimidles sus estrechas caderas
    para ver qué bien apretado tienen el corsé.
    ESTUDIANTE
    Esto tiene mucha mejor pinta. Se ve el dónde y el cómo.
    MEFISTÓFELES
    Querido amigo, toda teoría es gris, pero es verde el áureo árbol de la vida.
    ESTUDIANTE
    Juraría que estoy soñando. ¿Podría molestaros de nuevo para oíros ir hasta los fundamentos
    de vuestra sabiduría?
    MEFISTÓFELES
    En lo que de mí dependa, no habrá ningún problema.
    ESTUDIANTE
    No puedo marcharme sin presentaros mi libro de recuerdos. ¿Me haríais el favor de escribir
    algo? MEFISTÓFELES (Lee.)
    «Eritis sicut Deus scientes bonum et malum». (Cierra el libro con veneración y se despide.)
    Sólo sigue el viejo dicho y a mi tía la Serpiente, y algún día tu semejanza con Dios te causará
    espanto.
    FAUSTO (Entrando.)
    ¿Adónde iremos?
    MEFISTÓFELES
    Iremos donde quieras. Veremos el Gran Mundo y el Pequeño. Con qué alegría y qué provecho
    harás este viaje.
    FAUSTO
    Pero, a pesar de mi larga barba, me falta la naturalidad de trato. No resultará bien el ensayo,
    no sabré manejarme bien por la vida. Me siento empequeñecido ante los otros, siempre estaré
    cohibido.
    MEFISTÓFELES
    Mi buen amigo, todo llegará a su debido tiempo. Tan pronto como tengas confianza, sabrás
    vivir.
    FAUSTO
    ¿Nos vamos, pues, de casa? ¿Dónde están los caballos, el coche y el cochero?
    MEFISTÓFELES
    Basta con que extendamos las capas y ellas nos llevarán por los aires. Para dar este osado
    paso no debes llevar nada contigo. Un poco de aire ardiente que he preparado nos alzará del
    suelo. Como somos ligeros, subiremos. Te felicito por tu nueva vida.




    Continuará... ( p26/27)


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    siendo guardián en tu cielo
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    Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) Empty Re: Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832)

    Mensaje por Maria Lua Sáb 24 Abr 2021, 07:40

    TABERNA DE AUERBACH

    (Alegres compadres de taberna.)

    27
    FROSCH
    ¿Nadie quiere beber?, ¿nadie se ríe? ¡Ojo, que os voy a poner mala cara! Vosotros, que en
    otras ocasiones ardéis en llamas, estáis hoy como paja mojada.
    BRANDER
    Es por tu culpa. No aportas nada, ni una sandez, ni una mamarrachada.
    FROSCH (Le vierte un vaso de vino en la cabeza.)
    Ahí tienes ambas.
    BRANDER
    Eres un cerdo por partida doble.
    FROSCH
    Si tú lo has querido, así ha de ser.
    SIEBEL
    ¡Afuera los que riñen! ¡Cantemos a pleno pulmón! ¡Bebed y gritad! ¡Hala, eh!
    ALTMAYER
    ¡Pobre de mí!, estoy perdido. ¡Que me traigan algodones para los oídos! Este muchacho me
    los va a reventar.
    SIEBEL
    Si la bóveda resuena, se siente la potencia del bajo.
    FROSCH
    ¡Vamos!, y que se vaya quien se lo tome mal. Tra-la-rá-lará.
    ALTMAYER
    Tra-la-rá-la-rá.
    FROSCH
    Las gargantas están bien templadas. (Cantando.)
    Querido y Sacro Imperio Romano,
    ¿cómo puedes tenerte aún en pie?
    BRANDER
    ¡Repelente! ¡Una canción política, una canción triste! Agradece a Dios cada día que no
    tengas que preocuparte por el Imperio Romano. Me parece un magnífico logro no ser ni
    emperador ni canciller. Pero no debe faltar un mandatario. Elijamos Papa. Sabéis qué
    cualidad es la importante, la que eleva al hombre.
    FROSCH (Canta.)
    Flota por el aire, señora ruiseñor.
    Saluda diez mil veces a mi amorcito.
    SIEBEL
    Ningún saludo al amorcito. No quiero oír hablar de eso.
    FROSCH
    No me impedirás ni saludar ni besar al amorcito. (Canta.)
    Se abre el cerrojo, en la noche oscura.
    Se abre el cerrojo, la amada se despierta.
    Se cierra el cerrojo, en la clara mañana.
    SIEBEL
    ¡Sí, canta, canta, alábala y elógiala! Cuando me llegue el turno, me reiré. A mí me engañó y
    contigo hará lo mismo. A la amada, que le regalen un duende que retoce con ella en un Viacrucis y un viejo macho cabrío que, cuando regrese del Blocksberg, le bale un «buenas
    noches» al galope. Para esa fulana es demasiado bueno un muchacho de carne y hueso
    auténticos. El único saludo que le haría sería romperle los cristales de su ventana.
    BRANDER (Dando golpes en la mesa.)
    ¡Atended, atended! ¡Escuchadme! Confesad, señores, que yo sé vivir bien. Aquí se sientan
    personas enamoradas y conforme a la buena educación. A estos, al darles las buenas
    noches, hay que obsequiarles con algo. ¡Atención! ¡Oídme la canción de última moda!
    ¡Cantad conmigo fuerte el estribillo! (Canta.)
    Había una rata en la despensa
    que sólo comía grasa y mantequilla,
    tenía una panza tan lustrosa
    28
    como la tuvo el buen Doctor Lutero.
    Mas la cocinera le puso veneno
    y la vida se le hizo tan angustiosa
    como si en el pecho abrigara el amor.
    CORO (Jubiloso.)
    Como si en el pecho abrigara el amor.
    BRANDER
    Empezó a dar vueltas, luego salió.
    Quiso apagar su ardor en todos los charcos.
    Royó y arañó la casa entera.
    Brincaba y se retorcía de dolor;
    pronto el animal su vida acabó
    como si en el pecho abrigara el amor.
    CORO
    Como si en el pecho abrigara el amor.
    BRANDER
    Un día claro, siendo presa del miedo,
    la rata cruzó corriendo la cocina,
    cayó en el horno y un respingo dio
    y empezó a respirar con dificultad.
    La envenenadora con ganas se rió.
    Ja, está con un pie en la sepultura
    como si en el pecho abrigara el amor.
    CORO
    Como si en el pecho abrigara el amor.
    SIEBEL
    Cómo se divierten estos muchachos tan simplones. Me gusta mucho el arte de echarles
    veneno a las pobres ratas.
    BRANDER
    ¿Tienes predilección por ellas?
    ALTMAYER
    El ventrudo calvete se enternece con la desgracia. Ve su propia imagen reflejada en la de la
    hinchada rata.
    (Entran FAUSTO y MEFISTÓFELES.)
    MEFISTÓFELES
    Antes de nada, quiero ponerte en compañía de gentes alegres para que veas lo fácil que es
    la vida. Para el pueblo aquí reunido, todos los días son fiesta. Con poco talento y mucho
    placer, todos giran danzando en estrechos círculos, como gatitos persiguiendo su cola.
    Mientras que no se quejen de dolor de cabeza, el tabernero les sigue fiando y están
    satisfechos y despreocupados.
    BRANDER
    Parece que están de viaje, tienen un aspecto extraño; seguro que no llevas aquí ni una hora.
    FROSCH
    Verdaderamente tienes razón. Adoro mi Leipzig. Es como un pequeño París que deja su
    impronta en la gente.
    SIEBEL
    ¿De dónde crees que son esos forasteros?
    FROSCH
    ¡Voy a ver! Con un solo vaso y con la facilidad con la que se arranca un diente voy a
    sonsacar a estos tipos. Parecen de familia distinguida, tienen aires altivos y descontentos.
    BRANDER
    Apuesto a que son charlatanes de fiesta.
    ALTMAYER
    Quizá.
    FROSCH
    29
    Ved cómo me río de ellos.
    MEFISTÓFELES (A FAUSTO.)
    La gentuza del pueblo no siente la presencia del diablo aunque les esté cogiendo por el
    cuello.
    FAUSTO
    ¡Sean saludados, señores!
    SIEBEL
    Muchas gracias, igualmente. (A media voz, mirando a MEFISTÓFELES de reojo.) ¿Por
    qué cojeará ese?
    MEFISTÓFELES
    ¿Nos permiten sentarnos con ustedes? En lugar de un buen trago, que aquí falta,
    disfrutaremos de la compañía.
    ALTMAYER
    Parece usted un hombre muy bien tratado por la vida.
    FROSCH
    ¿Han salido esta noche de Rippach con retraso? ¿Han cenado en casa del señor Hans?
    MEFISTÓFELES
    Hoy hemos pasado de largo ante su casa; la última vez ya charlamos con él. Nos habló
    mucho de sus primos. Nos dio recuerdos para todos. (Se inclina haciéndole una reverencia a FROSCH.)
    ALTMAYER (En voz baja.)
    ¡Chúpate esa! Este sí que entiende.
    SIEBEL
    Es todo un sinvergüenza.
    FROSCH
    Descuida, que ya le cazaré.
    MEFISTÓFELES
    Si no me equivoco, al llegar escuchábamos un coro de voces bien entonadas. Sin duda
    alguna, el canto debe resonar muy bien bajo estas bóvedas.
    FROSCH
    Seguro que usted es un virtuoso.
    MEFISTÓFELES
    No; mi capacidad es endeble, pero el placer es grande.
    ALTMAYER
    ¡Cántenos algo!
    MEFISTÓFELES
    Si lo desean; puedo entonar muchas canciones.
    SIEBEL
    Una pieza nueva.
    MEFISTÓFELES
    Acabamos de volver de España, el bello país del vino y sus canciones. (Canta.)
    Había una vez un rey
    que tenía una gran pulga.
    No era poco lo que la amaba.
    La quería como a su hija.
    Entonces llamó a su sastre
    y su sastre allí acudió.
    Al noble le tomó medidas
    y le hizo calzas y jubones.
    BRANDER
    No olvidéis encarecerle al sastre que mida con la máxima exactitud y que, si tiene estima por
    su cabeza, no le salgan arrugas en las calzas.
    MEFISTÓFELES
    De terciopelo y de seda
    iba aquella pulga vestida,
    de su jubón colgaban bandas
    30
    y estaba prendida una cruz.
    Llegó enseguida a ministro
    con magna condecoración.
    Fue entonces cuando sus parientes
    renombre en la corte tuvieron.
    Las damas y los cortesanos
    sufrieron enorme fastidio.
    A la reina y sus doncellas
    ellas picaron e incordiaron.
    Mas aplastarlas no podían,
    aunque todo les escociera.
    Las aplastamos y matamos
    tan pronto como una nos pica.
    CORO (Jubiloso.)
    Las aplastamos y matamos
    tan pronto como una nos pica





    Continuará... (29)


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    o un ciego soñando
    y en ese vuelo y en ese sueño
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    siendo guardián en tu cielo
    y tren de tus ilusiones."
    (Hánjel)





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    Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) Empty Re: Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832)

    Mensaje por Maria Lua Dom 02 Mayo 2021, 05:40

    CORO (Jubiloso.)
    Las aplastamos y matamos
    tan pronto como una nos pica.
    FROSCH
    ¡Bravo!, ¡bravo!, eso estuvo muy bien.
    SIEBEL
    Ese es el merecido de todas las pulgas.
    BRANDER
    Hay que afilar las uñas y machacarlas.
    ALTMAYER
    ¡Viva la libertad!, ¡viva la vida!
    MEFISTÓFELES
    Alzaría mi copa para honrar la libertad, si vuestro vino fuera más bueno.
    SIEBEL
    No queremos volver a oír eso.
    MEFISTÓFELES
    Me temo que el tabernero se ofendería, pero, de no ser así, daría de mis bodegas algo mejor
    a estos dignos huéspedes.
    SIEBEL
    Venga, venga, esta corre por mi cuenta.
    FROSCH
    Procuradnos un buen trago y os alabaremos. Pero no nos deis catas muy pequeñas, que yo
    para juzgar necesito tener la boca llena.
    ALTMAYER (En voz baja.)
    Me parece que son del Rin.
    MEFISTÓFELES
    Conseguidme una barrena.
    BRANDER
    ¿Para qué? ¿Pero es que no tenéis los barriles ante la puerta?
    ALTMAYER
    Ahí, detrás del tabernero, hay una espuerta con herramientas.
    MEFISTÓFELES (Toma la barrena. A FROSCH.)
    Ahora dígame, ¿qué quiere usted probar?
    FROSCH
    Pero, ¿qué significa esto?, ¿tenéis varios vinos?
    MEFISTÓFELES
    ¡Ofrezco a cada cual su preferido!
    ALTMAYER
    Ah, ¡ya empiezas a relamerte!
    FROSCH
    ¡Bien! Si tengo que elegir, prefiero tomar vino del Rin. La patria nos ofrece las mejores
    dádivas.
    31
    MEFISTÓFELES (Mientras va haciendo un agujero en el canto de la mesa, a la altura del sitio
    donde se sienta FROSCH.)
    Consígame un poco de cera para hacer espitas.
    ALTMAYER
    Ah, son juegos de ilusionismo.
    MEFISTÓFELES
    ¿Qué queréis?
    BRANDER
    Quiero vino de la Champaña, y debe tener mucha espuma.
    (MEFISTÓFELES sigue barrenando mientras otro va haciendo y colocando los tapones de
    cera.)
    No se puede estar evitando lo extranjero constantemente. A menudo, lo bueno se encuentra
    lejos de nosotros. Un auténtico alemán no soporta a un francés, pero bebe con gusto sus
    vinos.
    SIEBEL (Mientras MEFISTÓFELES se va acercando a su sitio.)
    Lo confieso: no me gusta el seco. Dadme un vaso de genuino vino dulce.
    MEFISTÓFELES (Barrenando.)
    Enseguida saldrá Tokay de aquí.
    ALTMAYER
    ¡Nada, señores, mírenme a la cara! Sé que este hombre nos está tomando el pelo.
    MEFISTÓFELES
    ¿Qué me dice usted? Con estos distinguidos huéspedes sería demasiado atrevimiento.
    Rápido, diga con franqueza qué vino he de servirle.
    ALTMAYER
    Cualquiera. Y no pregunte tanto.
    (Una vez que los agujeros han sido barrenados y taponados.)
    MEFISTÓFELES (Con gestos raros.)
    La cepa tiene racimos,
    el macho cabrío cuernos;
    el vino es jugoso, la cepa leñosa,
    la mesa de madera da también vino.
    Mirad la naturaleza.
    Creed, esto es un milagro.
    Quitad los tapones y disfrutad.
    TODOS (Mientras quitan los tapones y reciben en el vaso el vino deseado.)
    ¡Qué buena fuente esta que nos sacia!
    MEFISTÓFELES
    Tened cuidado de derramar nada (Ellos continúan cantando.)
    TODOS (Cantando.)
    Nos va hacer el caníbal
    como a quinientos puercos.
    MEFISTÓFELES
    El pueblo es libre. Ved lo bien que le va.
    FAUSTO
    Me gustaría marcharme ahora mismo.
    MEFISTÓFELES
    Primero asiste a ver cómo se manifestará la bestialidad de modo esplendoroso.
    SIEBEL (Bebe descuidadamente. El vino cae al suelo y se convierte en llamas.) ¡Socorro!,
    ¡fuego!, ¡socorro!, ¡arde el infierno!
    MEFISTÓFELES (Hablando a la llama.)
    Tranquilízate, amigo elemento. (A los compadres.) Esta vez sólo fue una pavesa del
    purgatorio.
    32
    SIEBEL
    ¿Qué es eso? Espera. La va a pagar. Me parece que no sabéis quiénes somos.
    FROSCH
    ¡Que no se atreva a hacerlo por segunda vez!
    ALTMAYER
    Creo que lo mejor es decirle que se vaya de aquí.
    SIEBEL
    ¿Qué pasa, señor? ¿Os divierten vuestros juegos de magia?
    MEFISTÓFELES
    Cállate ya, viejo tonel de vino.
    SIEBEL
    Palo de escoba, ¿aún quieres insultarnos?
    BRANDER
    Espera, que te va a caer una lluvia de palos.
    ALTMAYER (Quita un tapón de la mesa y le viene fuego encima.)
    Me quemo, me quemo.
    SIEBEL
    Brujería. Vamos a por él, se ha abierto la veda.
    (Sacan las navajas y se acercan a MEFISTÓFELES.)
    MEFISTÓFELES (Con ademanes serios.)
    ¡Falsos dichos e imágenes
    que trastornáis los sentidos!
    ¡Estad aquí y allá!
    (Se quedan aturdidos mirándose unos a otros.)
    ALTMAYER
    ¿Dónde estoy? ¡Qué bello país!
    FROSCH
    ¿Es cierto que estoy viendo viñas?
    SIEBEL
    Y los racimos están a mano.
    BRANDER
    Aquí, en esta verde vegetación, ¡mirad qué racimos!, ¡mirad qué uvas! (Agarra a SIEBEL por
    la nariz; los otros lo hacen mutuamente y levantan las navajas.)
    MEFISTÓFELES (Como antes.)
    Error, quítales la venda de los ojos. Ahora comprobad cómo se divierte el demonio.
    (Desaparece con FAUSTO mientras los compadres se separan unos de otros.)
    SIEBEL
    ¿Qué es esto?
    ALTMAYER
    ¿Cómo?
    FROSCH
    ¿Era esta tu nariz?
    BRANDER (A SIEBEL.)
    Y la tuya la tengo en la mano.
    ALTMAYER
    Este golpe me ha hecho estremecer los miembros. Traedme una silla, que me caigo.
    FROSCH
    No; dime ¿qué ha pasado?
    SIEBEL
    ¿Dónde está ese tipo? Si lo encuentro, no se me ha de escapar vivo.
    ALTMAYER
    Yo lo he visto salir por la puerta cabalgando sobre un tonel. Mis pies pesan como el plomo.
    (Volviendo a la mesa.) Y no sigue manando ese vino.
    SIEBEL
    Fue todo un engaño. Mentira y apariencia.
    33
    FROSCH
    Pues a mí me parece como si hubiera bebido vino.
    BRANDER
    Y ¿qué era aquello de las uvas?
    ALTMAYER
    Y ahora, que alguien me diga que no hay que creer en milagros.



    continuará pag 32

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    Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) Empty Re: Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832)

    Mensaje por Maria Lua Lun 10 Mayo 2021, 08:46

    COCINA DE BRUJA

    (En un hogar bajo hay una gran marmita sobre el fuego. En los vapores que salen
    hacia arriba se vislumbran diversas formas. Una mona está sentada ante la marmita
    espumándola y cuidando de que no rebose su contenido. Él, con sus crías, está
    sentado a su lado calentándose. Las paredes y el techo están adornados con el más
    raro instrumental de brujería.)

    (FAUSTO junto a MEFISTÓFELES.)
    FAUSTO
    ¡Me repugna esta estúpida brujería! ¿Y tú me prometes que voy a curarme en este caos de
    locura? ¡Pedir consejos a una vieja! ¿Y estas cochambrosas artes culinarias me quitarán
    treinta años de encima? ¡Pobre de mí si es que no sabes algo mejor! ¿No habrá encontrado
    la naturaleza, o tal vez un espíritu noble, el bálsamo adecuado?
    MEFISTÓFELES
    Amigo, vuelves a hablar con perspicacia. Para hacerte más joven hay un medio natural, pero
    viene en otro libro y es un capítulo muy raro.
    FAUSTO
    ¡Quiero saberlo!
    MEFISTÓFELES
    Un medio que no requiere ni dinero, ni médico, ni hechizos: sal inmediatamente al campo y
    ponte a escarbar y a cavar; manténte a ti y a tu pensamiento dentro de un círculo muy
    limitado; aliméntate de comidas no muy sazonadas; vive junto al rebaño y como parte del
    rebaño, y no creas excesivo abonar el terreno en el que hiciste la recolecta. ¡Créeme, ese es
    el modo de llegar joven a los ochenta!
    FAUSTO
    No estoy acostumbrado, no podría habituarme a tomar la azada en mi mano. No me va vivir
    con estrecheces.
    MEFISTÓFELES
    De ahí que tenga que entrar en danza la bruja.
    FAUSTO
    ¿Y por qué ha de hacerlo precisamente la vieja?, ¿no puedes tú mismo preparar la pócima?
    MEFISTÓFELES
    ¡Menuda pérdida de tiempo! Prefiero, entretanto, construir mil puentes. No sólo hacen falta
    arte y ciencia, también se precisa paciencia para realizar la obra. Un espíritu tranquilo está
    activo muchos años; sólo el tiempo provee de poderes a un sutil fermento. Y todos los
    ingredientes son sorprendentes. Aunque el demonio le ha enseñado, el demonio no lo puede
    hacer. (Reparando en LOS ANIMALES.) ¡Mira qué diminuta y agradable especie! Aquí está
    la sirvienta; allí el criado. (Mirando a LOS ANIMALES.) Al parecer, la señora no está en casa.
    LOS ANIMALES
    Está comiendo fuera de casa; salió ponla chimenea.
    MEFISTÓFELES
    Decidme, ¿cuánto tiempo emplea, de ordinario, en sus diversiones?
    LOS ANIMALES
    El mismo que empleamos nosotros en calentarnos las patas.
    MEFISTÓFELES
    ¿Qué te parecen estos tiernos animales?
    FAUSTO
    ¡Del peor gusto que he visto nunca!
    34
    MEFISTÓFELES
    No; una charla como esta es precisamente la que más me gusta tener. (A LOS ANIMALES.)
    Entonces decidme, muñecos malditos, qué es ese puré que se cocina en la olla que rondáis. .
    LOS ANIMALES
    Estamos cocinando una gran sopa para pobres.
    MEFISTÓFELES
    Entonces tendréis mucho público.
    EL MONO (Acercándose y adulando a MEFISTÓFELES.)
    ¡Juguemos a los dados!
    Quiero hacerme rico.
    ¡Haz que gane mi apuesta!
    El asunto va mal.
    Si tuviera dinero,
    tendría inteligencia.
    MEFISTÓFELES
    ¡Qué feliz se sentiría este mono si pudiera jugar a la lotería.
    (Entretanto, las pequeñas crías de mono se han puesto a jugar con una gran bola
    dorada y la hacen rodar.)
    EL MONO
    El mundo es así,
    va subiendo y bajando
    y no deja de rodar.
    Resuena cual cristal
    que quebradizo es.
    Por dentro está vacío.
    Mucho brilla aquí,
    y allí aún más.
    Estoy lleno de vida.
    Hijo de mi amor,
    ten cuidado con él.
    Al final morirás.
    El mundo es de barro,
    se pulverizará.
    MEFISTÓFELES
    ¿Para qué sirve la criba?
    EL MONO (Descolgándola.)
    Si fueras un ladrón te reconocería. (Corre hacia donde está LA MONA y la hace mirar a
    través de la criba.)
    ¡Mira bien por la criba!
    ¿Conoces al ladrón
    y no puedes nombrarlo?
    MEFISTÓFELES (Acercándose al fuego.)
    ¿Y este puchero?
    EL MONO Y LA MONA
    Es estúpido y simple.
    No conoce el puchero.
    No conoce la marmita.
    MEFISTÓFELES
    ¡Qué animal tan mal educado!
    EL MONO
    Toma este soplillo
    y en el sillón siéntate.
    (Insta a MEFISTÓFELES a sentarse.)
    FAUSTO (Que entretanto ha estado frente al espejo, tan pronto acercándose como
    alejándose
    35
    de él.)
    ¿Qué veo? ¿Qué visión celestial se refleja en este espejo mágico? ¡Oh amor, préstame tus
    alas más ligeras y llévame a su país! Ah, si me quedara aquí, si me atreviera a acercarme.
    ¡Esta es la más bella imagen de mujer! ¿Es posible que una mujer sea tan hermosa? ¿Es
    posible que, en el cuerpo tendido de esta mujer, esté reunida toda la belleza de los cielos?
    ¿Existirá algo así sobre la tierra?
    MEFISTÓFELES
    Claro, si un Dios se afana durante seis días y al último se vitorea a sí mismo, tiene que haber
    dado lugar a algo muy logrado. Por esta vez, mira hasta saciarte. Sabré hacerte hallar este
    pequeño tesoro, y feliz el que tenga la buena suerte de llevársela a casa como esposa.
    (FAUSTO se sigue mirando al espejo. MEFISTÓFELES, arrellanándose en el sillón y
    jugando con el soplillo, continúa hablando.) Aquí estoy, sentado como el rey en el trono.
    Aquí empuño el cetro, sólo me falta la corona.
    LOS ANIMALES (Que hasta entonces han hecho todo tipo de movimientos, le traen a
    MEFISTÓFELES una corona haciendo gran griterío.)
    Oh, haznos el favor,
    con sudor y con sangre
    péganos la corona.
    (Caminando torpemente con la corona, MEFISTÓFELES la rompe en dos
    pedazos, con los que dan vueltas y saltan.)
    Ya ha ocurrido.
    Hablamos y vemos,
    rimamos y oímos.
    FAUSTO (Frente al espejo.)
    Ay de mí! Casi me estoy volviendo loco.
    MEFISTÓFELES (Señalando a los animales.)
    También a mí me empieza a flaquear la cabeza.
    LOS ANIMALES
    Si tenemos suerte
    y todo concuerda,
    tendremos ideas.
    FAUSTO (Como antes.)
    Mi pecho empieza a arder. Alejémonos cuanto antes.
    MEFISTÓFELES (Con la postura anterior.)
    Bueno, al menos hay que reconocer que son unos poetas muy sinceros.
    (La marmita que LA MONA ha dejado hasta ahora descuidada empieza a rebosar; sale
    una gran llama que sube por la chimenea. LA BRUJA baja a través de la llama dando
    unos gritos espantosos.)
    LA BRUJA
    Ay, ay, ay. Maldito animal, condenada puerca. Has descuidado la caldera, has chamuscado a
    tu señora. Maldito animal. (Mirando a FAUSTO y a MEFISTÓFELES.)
    ¿Qué ha pasado aquí?
    ¿Quiénes sois vosotros dos?
    ¿Qué es lo que queréis?
    ¿Quién os hizo entrar?
    ¡Que el fuego del infierno arda en vuestros huesos!
    (Mete la espumadera en la marmita y empieza a salpicar con llamas a FAUSTO,
    MEFISTÓFELES y a LOS ANIMALES. LOS ANIMALES aúllan.)
    MEFISTÓFELES (Que le da la vuelta al soplillo que tiene en la mano y golpea las vasijas de
    cristal y
    las ollas.)
    Por el suelo, por el suelo,
    ahí está tu brebaje,
    36
    ahí están tus vasijas.
    Esto es sólo una broma,
    puta vieja, es el ritmo
    propio de tu melodía.
    (Mientras LA BRUJA retrocede llena de horror y espanto.) ¿Me reconoces, esqueleto?, ¿eh,
    espantajo? ¿Reconoces a tu señor y maestro? No sé qué me impide golpearos y destrozaros
    a ti y a tus espíritus animales. ¿Le has perdido el respeto al jubón rojo? ¿Ya no puedes
    reconocer la pluma de gallo? ¿He ocultado mi rostro? ¿Tengo que anunciarme por mi
    nombre?
    LA BRUJA
    Oh, señor, perdona este grosero saludo, pero no he visto ningún pie de caballo. ¿Dónde
    están vuestros dos cuernos?
    MEFISTÓFELES
    Por esta vez saldrás del apuro, pues es cierto que hace mucho tiempo que no nos vemos.
    También la cultura, que a todo el mundo barniza, se ha extendido al demonio. Ya no es
    posible ver al fantasma nórdico. ¿Dónde están los cuernos, la cola y las garras? Y en cuanto
    al pie, del que no puedo prescindir, sé que me causaría cierto perjuicio entre la gente. Por
    ello, como algunos hombres jóvenes, me sirvo desde hace muchos años de falsas pantorrillas.
    LA BRUJA (Bailando.)
    Casi pierdo el sentido y el entendimiento. He aquí de nuevo al noble señor Satán.
    MEFISTÓFELES
    Mujer, no vuelvas a repetir ese nombre.
    LA BRUJA
    ¿Por qué?, ¿qué daño os hace?
    MEFISTÓFELES
    Hace ya tiempo que fue escrito en el libro de las fábulas, sin que por eso los hombres hayan
    mejorado. Están libres del Maligno, pero los males se han quedado. Llámame señor Barón;
    así queda mejor. Soy un caballero igual que otros. Tú no dudarás de mi sangre azul. Mira,
    estas son mis armas. (Hace un gesto obsceno.)
    LA BRUJA (Ríe con desmesura.)
    ¡Ja!, ¡ja! Ese es vuestro estilo. Seguís siendo un pícaro, como lo habéis sido siempre.
    MEFISTÓFELES (A FAUSTO.)
    Amigo, echa cuenta de esto; este es el modo de tratar con las brujas.
    LA BRUJA
    Ahora, decidme, señores, qué deseáis.
    MEFISTÓFELES
    Un buen vaso del conocido jugo. Pero quiero que sea del más añejo. Con los años redobla su
    efecto.
    LA BRUJA
    ¡Con mucho gusto! Aquí tengo una botella de la que me gusta de vez en cuando beber y que
    no apesta en absoluto. Os daré un vasito con gran placer. (En voz baja.) Pero si este hombre
    bebe sin estar preparado, sabéis que no vivirá ni una hora.
    MEFISTÓFELES
    Es un buen amigo y le sentará muy bien. Quiero que disfrute de lo más escogido de tus artes
    culinarias. Traza tu círculo, pronuncia tus ensalmos y dale una taza llena.
    (LA BRUJA, con extraños gestos, traza un círculo y va depositando dentro de su contorno cosas extrañas. Entretanto, los vasos empiezan a tintinear, las marmitas a resonar y a hacer música. Finalmente trae un libro, coloca a los monos dentro del círculo.
    Estos le sirven de pupitre y le sostienen la antorcha. Hace un gesto a FAUSTO para
    que se acerque a ella.)
    FAUSTO (A MEFISTÓFELES.)
    No; dime ¿a qué va a dar lugar esto? Esos trucos absurdos, esos gestos locos, este engaño
    de mal gusto ya son bastante conocidos y odiados por mí.
    37
    MEFISTÓFELES
    ¡Ea, qué tontería! Esto es sólo una broma. No seas tan estricto. Como médico, ella debe
    hacer un ensalmo para que el jugo le salga bien. (Apremia a FAUSTO a entrar en el círculo.)
    LA BRUJA (Empieza a declamar con énfasis un párrafo del libro.)
    Debes entender.
    Haz de uno diez
    y réstale dos
    e iguálalo a tres.
    Serás rico así.
    Quítale el cuatro.
    Con cinco y seis,
    te avisa la bruja,
    siete y ocho harás.
    Llegó ya el final:
    nueve es igual a uno
    y diez no es ninguno.
    Esta es la tabla de multiplicar de la bruja.
    FAUSTO
    Me parece que esta vieja delira.
    MEFISTÓFELES
    Pues todavía falta mucho para que esto acabe. Sé muy bien que así suena el libro entero; he
    perdido mucho tiempo con él. Una contradicción perfecta es tan misteriosa para los listos
    como para los tontos. Amigo mío, el arte es viejo y nuevo. Con él se difundió para la
    posteridad el error en lugar de la verdad: con el tres y el uno y con el uno el tres. Así se charla
    y se enseña sin trabas. ¿Quién se ocupa de los locos? Cuando el hombre oye palabras, cree
    habitualmente que estas ofrecen materia para pensar.
    LA BRUJA (Continúa.)
    La enorme fuerza
    que tiene la ciencia
    queda oculta al mundo.
    Pero el que no piensa
    que le es brindada
    la obtiene de balde.
    FAUSTO
    ¿Qué tonterías nos está diciendo? Pronto me estallará la cabeza. Me parece estar
    escuchando un coro de cien mil dementes.
    MEFISTÓFELES
    Ya basta, ya basta, perfecta sibila. Trae la bebida y llena la copa hasta los bordes. Este jugo
    no le hará daño a mi amigo: es un hombre con muchos grados que otros tragos ha tenido ya
    que beber.
    (LA BRUJA, muy ceremoniosamente, escancia la bebida en una copa; al llevársela
    FAUSTO a la boca, surge una tenue llama.)
    ¡Venga, adentro!, ¡de un trago! ¿Estás hablando de tú a tú con el diablo y te asusta el ver una
    llama?
    (LA BRUJA rompe el círculo. FAUSTO sale.) ¡Venga afuera!, ¡no debes quedarte
    quieto!
    LA BRUJA
    Que os aproveche el trago.
    MEFISTÓFELES
    Si puedo hacerte algún favor, pídemelo por Walpurgis.
    LA BRUJA
    ¡Esta es una canción! Si la cantáis de vez en cuando, notaréis ciertos efectos.
    MEFISTÓFELES
    38
    Vamos, deprisa, deja que te guíe. Tienes que sudar para que te invada su fuerza por dentro y
    por fuera. A partir de ahora te enseñaré a apreciar el ocio noble y pronto notarás con íntimo
    placer cómo Cupido despierta y vuelve a saltar.
    FAUSTO
    Deja que me mire en el espejo. ¡Esa imagen de mujer era tan bella!
    MEFISTÓFELES
    ¡No, no! Pronto verás en persona el modelo de toda mujer. (En voz baja.) Con esta bebida en
    el cuerpo verás pronto a Helena encarnada en cada una de las mujeres.






    ******************************




    Para continuar leyendo... p37



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    o un ciego soñando
    y en ese vuelo y en ese sueño
    compartir contigo sol y luna,
    siendo guardián en tu cielo
    y tren de tus ilusiones."
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    Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) Empty Re: Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832)

    Mensaje por Maria Lua Dom 28 Ago 2022, 12:47

    A partir de aquí, la traducción es de

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    Una calle



    Fausto y Margarita paseando.
    Fausto. Hermosa señorita, ¿me atreveré a ofreceros mi compañía y mi brazo?
    Margarita. Yo no soy ni señorita ni hermosa, y no necesito que nadie me acompañe para
    volverme a mi casa. (Se separa y huye.)
    Fausto. En verdad es una hermosa joven; no había visto en mi vida algo igual: es a la vez
    modesta, graciosa y tiene algo de fascinador que me arrebata. ¡Nunca me será dado olvidar
    ni la tersura de sus mejillas, ni el carmín de sus labios! Inclinaba la vista de un modo que no
    se borrará ya más del corazón. (Entra Mefistófeles) Escucha, preciso es que me
    proporciones esa joven.
    Mefistófeles. ¿Cuál?
    Fausto. La que acaba de pasar ahora mismo.
    Mefistófeles. Aquélla, muy bien; venía de ver a su confesor, que la ha absuelto de todas sus
    culpas. Me he situado tras ella, y puedo asegurarte que es la misma inocencia; ha ido a
    echarse a los pies a los pies del confesor, sin tener pecado de qué arrepentirse; ningún poder
    tengo sobre ella.
    Fausto. Y con todo, tiene más de catorce años.
    Mefistófeles. Hablas como Hans Liederlich, que quiere para sí las más hermosas flores, y
    que cree no haber honor ni gracia de que no sea digno, sin haber hecho cosa alguna para
    merecerlo, pero no es así siempre.
    Fausto. Basta, señor maestro, dejadme en paz y obrad en consecuencia de lo que voy a
    deciros: si esta noche no tengo en mis brazos aquella joven encantadora, nos separaremos
    hoy mismo para siempre.
    Mefistófeles. Piensa ante todo en lo mucho que antes se debe hacer; pues necesito al menos
    quince días sólo para buscar la ocasión.
    Fausto. Y si yo pudiera tan sólo disponer de siete horas, no necesitaría de tu auxilio para
    seducir a semejante criatura.
    Mefistófeles. Ya casi habláis como un francés, pero os suplico que no lo toméis con tanto
    afán. ¿De qué sirve anticipar tanto goce? Su encanto es mucho menor cuando de antemano
    no habéis dispuesto vos mismo todos los medios posibles para coger en la red vuestra niña,
    conforme nos lo enseñan ciertos cuentos italianos.
    Fausto. ¿Qué me importa a mí todo eso si no necesito ninguno de aquellos alicientes?
    Mefistófeles. Pues ahora con formalidad os digo, de una vez para siempre, que no podéis ir
    tan deprisa con aquella hermosa niña. Ya que nos sería la fuerza eternamente inútil,
    empleemos la astucia.

    Fausto. Es tanto el dominio que sobre mí ejerce aquel ángel, que te pido me acompañes al
    sitio en que vive para que pueda ver al menos un pañuelo que haya cubierto su seno, una
    cinta con que haya intentado en valor realzar su belleza.
    Mefistófeles. Para que os convenzáis de que si quiero o no calmar vuestra pena os diré que
    no perdamos tiempo; porque quiero conduciros hoy mismo a su cuarto.
    Fausto. Y, ¿me será dado verla y estrecharla sobre mi pecho?
    Mefistófeles. No, porque estará en casa de una vecina. Con todo podréis embriagaros
    libremente con la atmósfera que ella ha respirado y meceros en las halagüeñas esperanzas
    de una próxima dicha.
    Fausto. ¿Podemos ya partir?
    Mefistófeles. Aún es temprano.
    Fausto. Ve a buscarme entre tanto un obsequio para ella. (Se va.)
    Mefistófeles. ¿Presentes ya? ¡Bueno! He aquí el mejor. Ya que sé yo parajes a propósito y
    antiguas joyas enterradas, voy a limpiar el polvo que las cubre.

    La noche. Un cuarto pequeño y aseado.
    Margarita, (trenzándose el cabello.) Daría cualquier cosa por saber quién era aquel
    caballero de esta mañana: su rostro y su porte indicaban claramente la nobleza de su estirpe.
    ¿Cómo, a no ser así, habría podido tener tanto desembarazo?
    Mefistófeles y Fausto.
    Mefistófeles. Entrad, pero despacio, entrad.
    Fausto, (después de un momento de pausa.) Te suplico que me dejes solo.
    Mefistófeles, (registrándolo todo.) No todas las jóvenes tienen su cuarto tan perfectamente
    limpio. (Sale.)

    Fausto, (mirando en torno suyo.) Salud, dulce crepúsculo que reinas en este santuario;
    embarga mi corazón, grata melancolía de amor que el perfume de la esperanza anima.
    ¡Cómo todo respira aquí paz, orden y contento! ¡Cuánta abundancia en esta pobreza, cuánta
    dicha en este calabozo! (Se sienta en un sillón de cuero que hay junto a la cama.)
    ¡Recíbeme, oh tú, que has tenido los brazos siempre abiertos para acoger a las pasadas
    generaciones, tanto en su dolor como en su alegría! ¡Cuántas veces los niños en tropel se
    habrán suspendido en torno a este trono patriarcal! Acaso también mi amada habrá venido
    aquí más de una vez cuando niña de frescas y rosadas mejillas a besar la descarnada mano
    del abuelo, no sin dirigir antes una mirada de inocencia y de candor a ese Cristo divino.
    Siento vagar en derredor, ¡oh, hermosa niña!, ese espíritu de economía y de orden que se
    intuye cada día como una tierna madre que te inspira el modo como debe tenderse el tapete
    sobre la mesa, y te indica hasta los átomos de polvo que en tu habitación se agita. ¡Oh,
    dulce mano tan parecida a la mano de los dioses! Tú conviertes este humilde recinto en
    celestial morada, y allí... (Alza una colgadura del lecho.) ¡Qué delirio se apodera de mí!
    Allí pasara yo una eternidad sin notar la duración del tiempo; allí fue, ¡oh, naturaleza!,
    donde en dulces sueños completaste a aquel ángel, allí donde reposa aquella niña, cuyo
    tierno seno palpita de calor y de vida; allí donde en una pura y santa actividad se
    desenvolvió la imagen de los dioses. Y a ti, ¿quién te ha conducido aquí? ¡Cuán profunda
    es la emoción que siento! ¿Por que de tal modo se oprime mi corazón? ¡Miserable Fausto,

    ya no te conozco! Me hallo envuelto en una encantadora atmósfera. ¡Ávido buscaba los
    deleites, y ahora me pierdo en amorosos sueños! ¿Si seremos juguete de cada ráfaga que
    sople? Y si llegase ella a entrar en este instante, ¡cuán cara pagarías tu audacia! ¡Cuán
    pequeño sería y cómo desaparecería ante ella el grande hombre!

    Mefistófeles. Date prisa porque ya la veo llegar.
    Fausto. Alejémonos, pues no quiero volver de nuevo aquí.
    Mefistófeles. He ahí una cajita que pesa regularmente y que he recogido en cierto punto:
    metedla en el armario y os juro que la hará perder el juicio. He puesto en ella varias
    frioleras para alcanzar una sola cosa. Bien lo sabéis: el niño siempre es niño, y un juego
    siempre es juego.
    Fausto. No sé si debo...
    Mefistófeles. ¿A qué esa pregunta? ¿Por ventura deseáis quedaros con ese tesoro? En este
    caso aconsejo a vuestra avaricia que no me haga perder el tiempo. Espero que no seréis
    avaro; pero caso de que no sea así; me rasco la cabeza y me lavo las manos. (Pone la cajita
    en el armario y la cierra.) Alerta y marchémonos rápidamente, a fin de que la tierna niña se
    vuelva hacia vos siguiendo los impulsos de su corazón. Heos ahí plantado como si se
    tratase de dar una lección, como si tuvieseis ante vos en carne y hueso a la física y
    metafísica encanecidas. Partamos. (Salen.)

    Margarita, (con una lámpara.) ¡Cuán sofocado está aquí e ambiente! Y sin embargo, no es
    mucho el calor que hace fuera. Estoy no sé cómo; quisiera que hubiera llegado ya mi
    madre. Todo mi ser se estremece...!Qué loca soy en asustarme en este modo sin el menor
    motivo! (Empieza a desnudarse cantando.) “Había un rey en Thule que fue fiel hasta la
    muerte y al que legó su querida una cincelada copa de oro. Nada había para él de tanto
    valor como aquel vaso querido que no podía nunca vaciar sin que se le llenasen los ojos de
    lágrimas. Cuando vio su muerte próxima llamó a su hijo para entregarle todo cuando poesía
    excepto aquella copa que por tanto tiempo había sido su consuelo y su tristeza. Poco
    después invitó a comer a todos los nobles mandando que fuese dispuesta la mesa en una
    antigua sala que daba al mar, y después de brindar por el dichoso reinado de su sucesor,
    arrojó la copa, que no tardó en desaparecer entre las olas como desapareció él aquel mismo
    día de entre los hombres” (Abre el armario para encerrar en él sus vestidos y ve la cajita
    que contiene las alhajas.) ¿Cómo puede estar aquí esta preciosa caja, cuando había cerrado
    perfectamente el armario? En verdad es esto sorprendente, pero ¿qué contendrá?
    Quizá la
    habrá dejado alguien como prenda por lo que le haya prestado mi madre. He aquí la
    llavecita que cuelga de una cinta. ¡Si me atreviese a abrirla! ¿Qué es esto, Dios mío? No he
    visto en mi vida cosa igual: un adorno capaz de satisfacer el deseo de la señora más
    exigente. Desearía saber qué tal me va este collar de perlas. ¿De quién será tanta riqueza?
    (Se pone las joyas y se acerca al espejo.) ¡Ya me contentaría yo con estos anillos! ¡Así está
    una desconocida! ¿De qué te sirven, juventud, tu belleza y tus encantos? Todos convienen
    en que son estos dones los más preciosos, pero nadie piensa en la joven que no es rica y
    sólo por piedad nos dirigen una mirada o un piropo. Todo va en pos del oro. ¡Ah! ¡Qué
    desgraciadas somos!




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    Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) Empty Re: Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832)

    Mensaje por Maria Lua Dom 28 Ago 2022, 12:50

    Un paseo



    Fausto paseándose pensativo y Mefistófeles dirigiéndose hacia él.

    Mefistófeles. Maldito sea el amor desdeñado, malditos los elementos infernales y quisiera
    saber algo peor que poder maldecir.
    Fausto. ¿Qué es lo que así te exalta y te agita? No he visto en mi vida una cara tan horrible.
    Mefistófeles. Gustoso me daría ahora mismo a todos los diablos a no ser yo uno de ellos.
    Fausto. ¿Qué es lo que de tal suerte te ha trastornado el juicio? ¡Si vieras cuán te sienta el
    jurar de este modo!

    Mefistófeles. Sabe que el adorno que me había procurado para Margarita ha ido a parar a
    manos de un clérigo. Cuando la madre vio el aderezo, se quedo asombrada; y como la
    buena mujer tiene excelente olfato por estar siempre con la nariz pegada a los muebles a fin
    de saber si es cada uno de ellos santo o profano, de aquí el que no le hayan parecido ser de
    la mejor procedencia nuestras joyas. Por eso ha exclamado: Hija mía, los bienes mal
    adquiridos turban el alma y consumen la sangre; consagremos esto a la Madre de Dios y
    descenderá sobre nosotros la bendición del cielo. La joven Margarita no quedó al parecer
    muy satisfecha, ni menos convencida de lo que acababa de decirle su madre; es un regalo,
    se decía, y veo que puede muy bien admitirse sin ningún recelo, y, francamente, no puede
    ser un impío el que con tanta galantería ha traído aquí éstas. La madre, sin embargo, hizo
    llamar a un clérigo que, enterado del caso, opinó como la anciana: esto es, que debía
    renunciarse a aquel tesoro de procedencia oscura, añadiendo que sólo él podía encargarse
    de un bien injustamente adquirido.

    Fausto. Ésa es la costumbre, pues también algunos reyes obran de este modo.
    Mefistófeles. Así es que se apodero de todas las alhajas sin darles si quiera las gracias,
    como si se tratara de la cosa más insignificante, y les prometio en cambio todas las dichas
    del cielo, dejando a una y a otra muy convencidas.
    Fausto. ¿Y Margarita?
    Mefistófeles. Está agitada e inquieta, no sabe lo que quiere ni lo que debe hacer,
    únicamente piensa en las alhajas y, sobre todo, en el que se las ha llevado.
    Fausto. El dolor de mi amada me inquieta vivamente; procura de nuevo otro cofrecito, ya
    que con tanta facilidad adquiriste el primero, además, no me pareció ser muy suntuoso.
    Mefistófeles. ¡Ah! ¡Sí: para este caballero todo es niñería!
    Fausto. Sigue un consejo que voy a darte, únete con la vecina, obra como un verdadero
    diablo y tráeme otro aderezo.
    Mefistófeles. Sí, todo lo haré con gusto por mi gracioso dueño. (Sale Fausto.) Este loco
    enamorado sería capaz de pedir el sol, la luna y las estrellas por satisfacer un capricho de su
    amada. (Sale.)




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    p41


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    Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) Empty Re: Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832)

    Mensaje por Maria Lua Vie 27 Ene 2023, 08:12

    Casa de la vecina Marta.


    Marta, después Margarita, luego Mefistófeles.
    Marta, (sola.) Mi querido esposo (Dios le perdone) no se portó muy bien conmigo; él se fue
    a viajar y a mí me dejó sola en la desgracia. Y, sin embargo, Dios sabe que lejos de darle
    ningún disgusto le amaba tiernamente. (Llora.) Tal vez habrá muerto. ¡Si al menos tuviese
    su partida de defunción!

    (Entra Margarita)

    Margarita. ¿Señora Marta?
    Marta. ¿Qué quieres, querida mía?
    Margarita. Apenas puedo tenerme en pie, pues acabo de encontrar en mi armario un nuevo
    cofrecito, es de ébano y contiene joyas mucho más ricas y primorosas que las de la primera
    vez.
    Marta. No vayas ahora a decírselo a tu madre, si no quieres que también se la entregue a su
    confesor.
    Margarita. ¡Ah! ¡Mirad qué hermoso es esto!
    Marta, (poniéndose las joyas.) ¡Dichosa criatura!
    Margarita. ¡Qué lastima no poder presentarme así ni en la calle ni en la iglesia!
    Marta. Ven a verme con frecuencia, y podrás aquí adornarte en secreto y pasar una hora
    delante del espejo, lo que no deja de ser siempre una satisfacción, luego se prestará una
    ocasión o alguna fiesta, en las que podrás poco a poco presentarte en público. Empezarás
    por una cadena, luego por los pendientes, y sin que tu madre lo note, hasta que se lo hagan
    observar los demás.
    Margarita. ¿Quién ha podido traer aquí las dos cajitas? En verdad parece esto un sueño, un
    cuento de hadas. (Llaman a la puerta.) ¡Dios mío! ¡Si fuese mi madre!
    Marta, (mirando al través de la cortina.) Es un desconocido. ¡Adelante!
    (Entra Mefistófeles)
    Mefistófeles. Espero, señoras, me perdonaréis la libertad que me tomo de presentarme aquí.
    (Saluda respetuosamente a margarita.) Desearía hablar a la señora Marta Schwedrtlein.
    Marta. Soy yo. ¿Qué tenéis que decirme?
    Mefistófeles, (en voz baja a Marta.) Ahora ya os conozco y me basta. Veo que tenéis una
    visita; perdonadme la libertad que me he tomado; volveré a la tarde.
    Marta, (en voz alta.) Figúrate, hija mía, que el señor te toma por una señorita de gran tono.
    Margarita. Pues soy una pobre; ese caballero me hace demasiado favor; sabed que estos
    adornos no son míos.
    Mefistófeles. No consiste todo en los adornos, pues tenéis unos modales y una mirada tan
    penetrantes, que no me dejan duda alguna. ¡Cuánto me alegro de poder quedarme y
    hablaros!
    Marta. ¿Qué noticia me traéis? Creed que deseo...
    Mefistófeles. Quisiera ser portador de más agradables noticias, pero espero no tomaréis a
    mal lo que voy a deciros. Vuestro esposo ha muerto y os envía un saludo.
    Marta. ¡Ha muerto! ¡Dios mío! ¡Mi pobre esposo ha muerto! ¡Ah! ¡Yo también muero!
    Margarita. Mi querida señora, no os desesperéis de ese modo.
    Mefistófeles. Escuchad el triste suceso.
    Margarita. Por esto sentiría amar en la vida, porque semejante pérdida sería para mí un
    golpe mortal.
    Mefistófeles. Preciso es que el placer tenga sus penas y el dolor sus placeres.
    Marta. Contadme su fin.
    Mefistófeles. Yace en Padua, junto a San Antonio, siendo sagrada la tierra en que duerme
    su sueño de muerte.
    Marta. ¿No me traéis de su parte cosa alguna?


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    Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) Empty Re: Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832)

    Mensaje por Maria Lua Vie 27 Ene 2023, 08:13

    Mefistófeles. Sí, por cierto, una súplica importante y grave que consiste en que hagáis
    celebrar por él trescientas misas. En cuanto a mis bolsillos puedo aseguraros que están
    vacíos.
    Marta. ¡Cómo ni una medalla, ni una prenda cualquiera! ¿Ni lo que un artesano, por
    miserable que viva, ahorra y guarda cuidadosamente como un recuerdo, aun cuando muera
    de hambre o tenga que mendigar?
    Mefistófeles. Aún tengo, señora, el corazón desgarrado, y en verdad que no tiraba su
    dinero, pero ha sido muy desgraciado; sin embargo, podéis tener el consuelo de que ha
    muerto arrepentido.
    Margarita. ¡Ah! ¡Que sean los hombres tan desgraciados! No me olvidaré de hacer rezar
    por él más de un Requiem.
    Mefistófeles. Sois una joven bondadosa y encantadora, y por lo tanto digna de contraer muy
    pronto matrimonio.
    Margarita. De ningún modo lo deseo por ahora.
    Mefistófeles. Si no un esposo, debierais al menos tener un amante, pues nada hay tan dulce
    como las horas que se pasan junto al objeto de nuestro cariño.
    Margarita. Eso no se acostumbra en esta ciudad.
    Mefistófeles. Sea o no costumbre, puede hacerse.
    Marta. Contadme, pues...
    Mefistófeles. Estaba junto a su lecho de muerte, que era poco menos que de estiércol,
    porque estaba la paja de su jergón enteramente podrida; pero de tal modo murió como
    cristiano, que no cesaba de repetir que estaba mucho mejor de lo que merecía. “¡Ah!,
    exclamaba; ¡cuánto debe reprenderme el haber abandonado mi oficio y mi esposa! ¡Ah!
    ¡Este recuerdo me mata! ¿Si se dignara aún a perdonarme?”
    Marta, (llorando.) ¡Pobre y digno esposo mío! ¡Hace ya tiempo que te he perdonado!
    Mefistófeles. “Pero, añadía, Dios lo sabe, pues ella tuvo más culpa que yo”
    Marta. En eso mintió a pesar de verse al borde del sepulcro.
    Mefistófeles. No es extraño, si se atiende a que si mal no lo recuerdo chocheaba en sus
    últimos momentos. “Nunca tuve a su lado, decía, ni un momento de calma, porque no sólo
    me era preciso cargar con todo el peso del matrimonio y procurar a mis hijos el pan
    necesario, sino que ni aún podía comer en paz la escasa parte que de él me correspondía”
    Marta. ¡Cómo! ¿Es posible que llegase así a olvidar mis afanes y mi solicitud tierna y
    constante?
    Mefistófeles. Al contrario, creo que los tenía grabados en el fondo de su alma. “Cuando
    partí de Malta, decía, oré con fervor por mi esposa y por mis hijos, y debo confesar que el
    cielo se me mostró piadoso, pues nuestro buque apresó una nave turca cargada de tesoros
    del sultán. Tuvo el valor su recompensa; y a mí como era natural me tocó una buena parte”
    Marta. ¿Cómo? ¿Dónde fue esto? ¿Si habrá enterrado tal vez su tesoro?
    Mefistófeles. ¿Quién sabe adónde lo habrán llevado los cuatro vientos? Una hermosa joven
    se enamoró de él mientras estaba recorriendo la ciudad de Nápoles y llegó a amarle de tal
    modo que ni en su última hora llego a olvidarla.
    Marta. ¡Pícaro! ¡Ladrón de sus hijos! ¡Luego ni la desgracia ni la miseria pudieron hacerle
    renunciar a su vida infame y depravada!
    Mefistófeles. Ya veis cómo ha muerto. A ser yo vos me limitaría al año de riguroso luto,
    establecido por la costumbre, y luego buscaría un
    nuevo esposo.







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    o un ciego soñando
    y en ese vuelo y en ese sueño
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    siendo guardián en tu cielo
    y tren de tus ilusiones."
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    Mensaje por Maria Lua Vie 27 Ene 2023, 08:14

    Marta. ¡Dios mío! Difícilmente podría hallar otro en el mundo que reuniese las cualidades
    del primero, que sí era un loco, pero un loco de corazón; no tenía más defectos que los de

    una afición excesiva a los viajes, a las mujeres, al vino extranjero y a ese maldito juego de
    los dados.
    Mefistófeles. Así podéis soportarlo más fácilmente, caso de que os volviese a suceder lo
    mismo. Os aseguro que bajo esta condición, de buena gana cambiaría con vos el anillo.
    Marta. ¡Ah! ¡Qué aficionado sois a bromear!
    Mefistófeles, (aparte.) Debo retirarme, porque es mujer y podría coger al diablo por la
    palabra. (A Margarita.) ¿Cómo está el corazón?
    Margarita. ¿Qué queréis decir con eso?
    Mefistófeles, (aparte.) ¡Buena e inocente criatura! (En voz alta.) Señora, tengo el honor de
    saludaros.
    Margarita. Adiós.
    Marta. Por piedad, decidme antes de marcharos cómo, cuándo y dónde cayó enfermo,
    murió y fue enterrado mi buen esposo; porque siempre en todo me ha gustado el orden.
    Quisiera, además, que fuese su muerte anunciada públicamente.
    Mefistófeles. Nada más fácil, señora, porque en todos los países basta la declaración de dos
    testigos para probar la verdad y viene con migo un apuesto joven, íntimo amigo mío, que
    haré comparezca ante el juez, por lo que voy a buscarle.
    Marta. Os lo agradezco mucho.
    Mefistófeles. Haced que esa joven esté aquí presente. Es un excelente muchacho que ha
    viajado mucho, y que es, sobre todo, muy galante y cortés con las señoritas.
    Margarita. Voy a avergonzarme delante de ese caballero.
    Mefistófeles. No, ni aún ante ningún monarca de la tierra.
    Marta. Allí en mi jardín aguardaremos esta noche a esos caballeros.





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    Mensaje por Maria Lua Jue 20 Abr 2023, 16:33

    Una calle.


    Fausto y Mefistófeles.


    Fausto. ¿Qué hay de nuevo? ¿Cómo está el asunto? ¿Se adelanta mucho?
    Mefistófeles. Bien, bien: así os quiero siempre, tan animado. Dentro de poco será Margarita
    eternamente vuestra. Esta noche la veréis en casa de Marta, su vecina, la mujer más a
    propósito para desempeñar el papel de tercera.
    Fausto. ¡Cuánto me alegro!
    Mefistófeles. En cambio se nos va a pedir una cosa.
    Fausto. Un favor merece otro.
    Mefistófeles. Hemos de declarar ante el juez que los restos mortales del esposo de Marta
    yacen en Padua y que fueron sepultados en tierra santa.
    Fausto. Esto sí que es gracioso, pues ahora tendremos que hacer un viaje a Padua.
    Mefistófeles. ¡Sacta simplicitas! No se trata de eso y sí tan sólo de justificar aquel hecho sin
    tener más datos.
    Fausto. Si en eso consiste todo, desde ahora te digo que nuestro proyecto va a fracasar.
    Mefistófeles. Seríais en verdad un santo varón si obraseis en este asunto como habéis dicho
    antes. ¿Es, por ventura, ésta la primera ves que afirmáis en vuestra vida una cosa que
    ignoráis por completo? ¿No os habéis atrevido por imperturbable calma a definir a Dios, al
    mundo, a todo cuanto en él ocurre y hasta los plantes todos que pueden concebir la mente y
    el corazón del hombre? Y, sin embargo, si descendéis al fondo de vuestra conciencia, me

    confesaréis que no sabéis de todo aquello más de lo que conocéis hasta ahora acerca de la
    muerte de Schwedrtlein.
    Fausto. Eres y serás siempre un trapacero y un sofista.
    Mefistófeles. Podré serlo, pero en cambio habrá otros que lo son mucho más. Vos mismo,
    que sois hombre de honor, ¿no iréis mañana a seducir a esa pobre Margarita jurándola un
    amor puro y sincero?
    Fausto. Sí, es verdad, y lejos de ser falsas mis palabras, saldrán del fondo de mi alma.
    Mefistófeles. ¡Magnifico! Y luego la hablaréis de constancia eterna, de amor inextinguible,
    de inclinación irresistible y única, y ¿acaso todas estas palabras os saldrán también del
    fondo del alma?
    Fausto. Dejemos eso. Cuando impulsado por mis sentimientos y por mi delirio busco en
    vano palabras que expresan mis ideas, y cansado me precipito en el torbellino empleando
    las palabras más sublimes hasta el punto de dar al fuego en que me abraso los nombres de
    infinito y eterno, no te negaré que cometo tal vez una acción diabólica.
    Mefistófeles. Ya ves que digo bien.
    Fausto. Préstame atento oído y no olvides lo que voy a decirte. El que quiere tener razón y
    habla solo, de seguro logrará el fin que se propone; así es que, como yo estoy ya fatigado de
    tanto charlar, la tendrás de sobra por poco que sigas hablando.


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    Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) Empty Re: Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832)

    Mensaje por Maria Lua Jue 20 Abr 2023, 16:35

    Un jardín.



    Margarita del brazo de Fausto, Marta y Mefistófeles paseando.


    Margarita. No se me oculta, caballero, que sólo para aturdirme descendéis hasta mí,
    obrando en esto como acostumbran hacerlos todos los viajeros. Porque imposible que mi
    conversación pueda interesar a un hombre tan sabio como vos.
    Fausto. Una mirada, una palabra tuya dice más que toda la ciencia de este mundo. (Le besa
    la mano.)
    Margarita. ¿Qué hacéis? ¿Cómo podéis besar tan rústica mano? Es mi madre tan exigente,
    que me obliga a hacer todos los trabajos de casa. (Pasan.)
    Marta. ¿De suerte que viajáis continuamente?
    Mefistófeles. ¡Cómo ha de ser! El deber, los negocios, todo nos impulsa a ello. ¡Si vieseis
    con cuánto dolor abandonamos ciertos países! Y, no obstante, sabemos muy bien que no
    podemos establecernos en ellos.
    Marta. Comprendo que en la juventud ha de tener muchos encantos esa vida errante y
    variada; pero llega una edad en que el tener que marchar solo hacia el sepulcro en el
    celibato ha de ser muy triste.
    Mefistófeles. Ya empiezo a verla con espanto.
    Marta. Por esto debéis pensarlo con tiempo. (Pasan.)
    Margarita. Y una vez ausente no os acodaréis más de mí. Sois muy cortes y yo muy
    sencilla, y además tenéis numerosos amigos que pronto os harán olvidar todas vuestras
    promesas.
    Fausto. Creedme, alma mía; todo eso que el mundo llama cortesanía y ciencia, no es más
    que vanidad y orgullo.
    Margarita. ¿Cómo?

    Fausto. ¡No conocerán nunca la modestia y la inocencia lo mucho que valen! La humildad
    y la modestia, que son los más hermosos dones que en su amor ha dispensado el cielo a los
    seres privilegiados, quedan siempre sin recompensa en la tierra.
    Margarita. Pensad en mí un instante, ya que no me ha de faltar a mí tiempo para pensar en
    vos.
    Fausto. ¿Acostumbráis estar sola?
    Margarita. Sí; nuestro hogar, aunque pequeño, es preciso cuidarle. No tenemos criada y
    tengo que cocinar, hacer calceta, cocer y salir mañana y tarde. ¡Es mi madre tan cuidadosa
    y puntual en todo! Y no es que su posición la obligue a obrar de este modo, pues, al
    contrario, podría muy bien prescindir de ello por habernos dejado mi padre un haber
    regular, una casita y una pequeña huerta fuera de la población. Con todo, paso ahora días
    muy tranquilos; mi hermano es soldado y mi hermanita murió, después de haberme dado,
    ¡pobre niña!, muy malos ratos, y ¡ojalá pudiese aún dármelos!
    Fausto. Por poco que se te pareciese había de ser un ángel.
    Margarita. Ya la hacía las veces de madre y ella me amaba tiernamente: nació después de la
    muerte de mi padre. Mi madre estaba a la sazón tan enferma, que temía también perderla;
    pero al fin fue mejorando lenta y penosamente. En tal estado, imposible le fue criar a mi
    hermanita, por lo que me encargué yo de alimentarla con leche y agua; viéndola desde
    entonces sonreír y crecer en mis brazos y sobre mis rodillas.
    Fausto. ¿No experimentáis ahora la dicha más pura?
    Margarita. Sí, en efecto; pero también pasé horas de tristeza a cada movimiento que mi
    ángel hacía; preciso era entonces darla de beber, acostarla a mi lado y, si no callaba,
    pasearla hasta el amanecer, tiritando de frío, y, sin embargo, tenía al día siguiente que ir al
    lavadero, a la compra y cuidar la casa, sin que ni un solo día pudiese prescindir de hacerlo.
    Bien veis que no era la vida más a propósito para estar siempre alegre, pero, al menos,
    comía bien y dormía mejor. (Pasan.)
    Marta. Las pobres mujeres pierden con eso la cabeza. ¡Es tan difícil convertir a un solterón!
    Mefistófeles. Sólo me falta una persona como vos para entrar en el buen camino.
    Marta. Decídmelo francamente. ¿Nada habéis encontrado aún? ¿No suspira vuestro corazón
    por ningún objeto querido?
    Mefistófeles. El proverbio dice: “La posesión de una casa y de una mujer buena es
    preferible al oro y las perlas.”
    Marta. Quiero decir si habéis sido mirado alguna vez con buenos ojos.
    Mefistófeles. En todas partes se me ha recibido muy bien.
    Marta. Pero, ¿no ha tenido vuestro corazón hasta ahora algún ser preferido?
    Mefistófeles. Nunca debe uno bromear con las mujeres.
    Marta. Veo que no me entendéis.
    Mefistófeles. Lo siento en el alma. (Pasan.)
    Fausto. ¿Luego me has conocido ya al entrar al jardín, ángel mío?
    Margarita. ¿No habéis notado cómo inclinaba los ojos?
    Fausto. Y, ¿me dispensas la libertad que tomé el otro día al salir de la iglesia?
    Margarita. Mi turbación fue tanta, que en mi vida había experimentado cosa igual, a pesar
    de no haber cometido ninguna falta. ¡Ah!, pensé, justamente ha de haber notado en ti
    maneras poco finas, cuando se ha atrevido a obrar de aquel modo. Sin embargo, os lo
    confieso: sentí en mí algo que no me permitió odiaros como yo quería.
    Fausto. ¡Niña adorada!
    Margarita. Dejadme. (Coge una margarita y la deshoja.)

    Fausto. ¿Qué es lo que estás haciendo? ¿Un ramillete?
    Margarita. No, un juego.
    Fausto. ¿Cómo?
    Margarita. Vamos, ¿os reiréis de mí? (Deshoja la flor y murmura en voz baja.)
    Fausto. ¿Qué murmuras?
    Margarita, (a media voz.) Me ama y no me ama.
    Fausto. ¡Querido ángel del cielo!
    Margarita, (continuando.) Me ama; no me ama, no. (Arrancando la última hoja con dulce
    calma.)
    Fausto. Sí, hija mía: deja que la voz de esa flor sea el oráculo de los dioses. ¡Te ama!
    ¿Comprendes lo que indica? ¡Te amo! (Toma sus dos manos.)
    Margarita. ¡Tiemblo!
    Fausto. ¡Ah! no tiembles; que sólo te indiquen esta mirada y este apretón de manos lo que
    no puede decirse. Entreguémonos sin reserva al deleite de una dicha eterna, pues su fin
    sería la desesperación; que no tenga, pues, fin.
    (Margarita le estrecha la mano, se despide y huye; Fausto se queda un momento pensativo y
    luego se lanza en pos de ella.)
    Marta, (al volver.) Tenemos la noche encima.
    Mefistófeles. Sí, debemos marcharnos.
    Marta. De buena gana os rogaría que os quedaseis; pero es la vecindad tan mala, que luego
    seriamos objeto de su maledicencia. ¿Y nuestra joven pareja?
    Mefistófeles. Están corriendo por esas calles de árboles como alegres mariposas.
    Marta. Parece que la ama.
    Mefistófeles. Y ella a él también; así va el mundo.
    (Un pequeño pabellón del jardín. Margarita entra en él, se esconde detrás de la puerta y con
    el dedo puesto en los labios, mira por una rendija.)
    Margarita. Hele aquí.
    Fausto, (al llegar.) ¡Ah! Bribona, ¿así te burlas de mí? Ya te cogí. (La besa.)
    Margarita, (agarrándole a su vez y devolviéndole el beso.) Querido mío, ¡te amo con toda
    mi vida! (Mefistófeles empujando la puerta.)
    Fausto, (furioso.) ¿Quién llama?
    Mefistófeles. Un amigo.
    Fausto. ¡Un animal!
    Mefistófeles. Hora es ya de separarse.
    Marta, (acudiendo.) Sí, caballero, porque ya es tarde.
    Fausto. ¿Me permitiréis qué os acompañe?
    Margarita. Mi madre me espera. Adiós.
    Fausto. Luego, ¿es preciso separarnos? ¡Adiós!
    Marta. Buenas noches.
    Margarita. Hasta nuestra próxima entrevista. (Salen Fausto y Mefistófeles.)
    Margarita. ¡Dios mío! ¿Qué ha de pensar ese hombre? Estoy siempre aturdida en su
    presencia, y a todo le contesto sí. Siendo como soy una joven inocente y pobre no sé lo que
    puede encontrar en mí que le sea agradable.





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    Mensaje por Maria Lua Dom 30 Abr 2023, 08:33

    Selva y caberna


    Fausto, después Mefistófeles.


    Fausto, (solo.) Espíritu sublime, que me has dado cuanto te pedía; no en vano volviste hasta
    mí tu rostro en la lama. Me has hecho soberano de esta naturaleza poderosa y sublime,
    dándome al propio tiempo la fuerza de sentir y de gozar. No te has limitado a concederme
    una admiración fría y estúpida, sino que me has dado a conocer sus secretos más íntimos
    leyendo en ella como en el seno de un amigo. Tú has puesto ante mis ojos todos los seres
    vivientes y enseñándome a conocer mis hermanos en la callada selva, en el aire y en las
    aguas, y cuando la tempestad ruge en el monte arrancando de raíz los pinos gigantescos,
    cuyos troncos al chocar entre sí hacen temblar la comarca, me proporcionas un asilo seguro
    en las cavernas y me revelas todas las maravillas y profundos misterios de mi ser. Luego
    remonta a mi vista la luna silenciosa y pura atemperándolo todo y del seno de las peñas y
    de las plantas húmedas veo deslizarse las blancas sombras del pasado, suavizando la áspera
    voluptuosidad de la contemplación. ¡Ah! ¡Cuán penetrado estoy ahora de que no puede
    haber cosa perfecta para el hombre! Me has procurado un mar de delicias que cada vez más
    me acerca a los dioses, pero en cambio me diste ese amigo del que soy ya inseparable por
    más que altivo y frío me humille a mis propios ojos y de un soplo reduzca a nada tus
    mercedes. Se complace en inflamar mi pecho para impulsarme para ir en pos de aquel
    hermoso ángel, sólo por verme ir ebrio del deseo al goce, y en el goce, suspirar por el
    deseo.
    (Se presenta Mefistófeles.)
    Mefistófeles. ¿Aún no os fatiga esa vida? ¿No acabaréis al fin por abandonarla? Bueno es
    probarlo todo una vez, pero luego debe ir el hombre en pos de nuevas sensaciones.
    Fausto. Quisiera que empleases el tiempo de un modo más útil que el de atormentarme en
    mis más hermosos días.
    Mefistófeles. ¡Ah! ¡Ah! Quieres que no turbe tu reposo; de seguro no hablas con seriedad.
    En verdad no sería una gran desgracia tener que separarse de un amigo tan descontentadizo,
    mal humorado y loco como tú. Después de afanarse uno todo el día por complacerle, acaba
    siempre por fastidiarse como si llevase escrito en la frente lo que desea y lo que quiere.
    Fausto. He aquí su eterna canción: me fastidia y quiere que le esté reconocido.
    Mefistófeles. ¿Cuál sería tu vida sin mí, mísero hijo del polvo? Yo te curé de los delirios de
    tu imaginación y es innegable que a no ser yo estarías ya muy lejos de este mundo. ¿Por
    qué te escondes como un búho en las grietas de las grietas, sin más alimento que el musgo y
    la humedad de las piedras? Gracioso pasatiempo es ése y veo que continuas teniendo al
    doctor en el cuerpo.
    Fausto. ¿No comprendes la nueva fuerza vital que ha de darme mi residencia en estos
    montes? Caso de que llegases a saberlo serías bastante diablo para arrebatarme mi dicha.
    Mefistófeles. ¡Una dicha! Cómo no ha de serlo el acostarme de noche en la montaña,
    abrazar con éxtasis el cielo y la tierra, envanecerse hasta el punto de creerse una divinidad,
    penetrar con la inquietud del presentimiento en los abismos de la tierra, sentir en su alma la
    obra entera de los seis días; gozar de algo desconocido con ardor indecible; lanzarse con

    fervor en pos de todo; permitir al hijo del polvo que se hunda, y terminar luego aquel
    éxtasis sublime (haciendo un gesto.) no me atrevo a decir como...
    Fausto. Calla.
    Mefistófeles. Ya sé que no puede esto complaceros, y que queréis por lo mismo que
    enmudezca; bien habéis hecho, pues, en pronunciar el calla. No se atreve uno nombrar a
    castos oídos aquello a que no pueden renunciar castos corazones. En una palabra, os dejo
    con la satisfacción de engañaros a vos mismo, seguro de que no ha de durar mucho tiempo.
    Heos aquí nuevamente turbado y por poco que esto siga del mismo modo, hundido de
    nuevo en los mismos delirios, terrores y angustias. Pero basta; tu amada está en la ciudad, y
    todo le pesa y mortifica; nunca se borra de su mente tu rostro y es su pasión mucho mayor
    que su fuerza. El raudal de tu amor desbordado cual arroyuelo cuya corriente aumenta la
    nieve derretida, ha ido a inundar su corazón dejando el tuyo eternamente seco. Más bien
    que reinar en selvas debería a mi ver el grande hombre corresponder a la pasión que ha
    inspirado a una pobre y sencilla joven. El tiempo le parece horriblemente largo y la veras
    asomada siempre a la ventana, contemplando las nubes que pasan por encima de los
    antiguos muros de la ciudad. ¡Que no tenga yo alas! He aquí lo que canta todo el día y una
    gran parte de la noche; por cada vez que alegre, está cien veces triste, y tan pronto se
    deshace en lágrimas, como parece estar tranquila, pero en cambio se la ve siempre
    apasionada.
    Fausto. ¡Serpiente tentadora!
    Mefistófeles, (aparte.) Con tal que pueda enlazarte.
    Fausto. Aparta, quítate de ahí y no vuelvas a pronunciar el nombre de aquella inocente
    criatura; deja de ofrecer a mis sentidos ya casi extraviados la posesión de aquel cuerpo
    adorable.
    Mefistófeles. ¿Qué puede suceder? Cree que has huido de ella y a fe mía casi tiene razón.
    Fausto. No, estoy a su lado; pero aún cuando estuviese lejos, no podría nunca olvidarla; no
    podría nunca perderla. Nunca deseo el cuerpo del Señor como cuando sus labios le tocan.
    Mefistófeles. También a mí más de una vez me habéis causado envidia, hermosa pareja
    reclinada entre rosas.
    Fausto. Calla, corazón perverso.
    Mefistófeles. Vale más que me ría de vuestras injurias. El empleo que ejerzo fue
    reconocido por el mismo Dios al crear al hombre y a la mujer. Veamos, seguidme, que no
    es mi intención llevaros a la muerte, y sí tan sólo a la casa de vuestra amada.
    Fausto. ¿Qué me importa sentir en sus brazos los goces del cielo? ¿Qué el embriagarme de
    amor en su seno, si mis goces han de causar su infortunio? ¿Acaso no seré después un
    miserable, un proscrito y un monstruo sin objeto ni reposo, que cual torrente despeñado irá
    rodando hacía el abismo en su violenta corriente? Ella, en cambio, joven modesta y de
    puros ensueños, habría vivido dichosa con su cabaña y su pequeño huerto de los Alpes, y
    reducido todos sus afanes y deberes domésticos en el limitado mundo que la rodeaba. Pero
    ¡ah! ¡Cómo pesa sobre mí el anatema de un Dios justamente enojado! ¡Preciso es que
    después de amontonar ruinas sobre ruinas acabase por sepultar también a ella y sus puros
    goces! ¡Negro averno, deseabas aquella infeliz víctima! ¡Luzbel, date prisa; abrevia el
    tiempo de mí agonía; que lo que ha de cumplirse se cumpla lo más pronto posible, que su
    destino se desplome sobre mí y vaya conmigo rodando al abismo!
    Mefistófeles. ¡Siempre el mismo ardor y siempre el mismo fuego! Pobre loco, ven conmigo
    y consuélala. Te figuras que todo termina allí donde tu cabeza no encuentra salida. Y sin

    embargo, te he visto siempre dotado de una actividad diabólica. Nada hay para mí tan
    absurdo en el mundo como ver a un diablo que pierde la paciencia.


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    Mensaje por Maria Lua Dom 30 Abr 2023, 08:34

    La habitación de Gretchen.


    Margarita sola sentada al torno.


    Margarita. ¡Cuán pronto han pasado para mí los días tranquilos; ya no volveré a disfrutar
    nunca más la dulce paz del alma! Do quiera no esté él, está mi sepulcro; sólo donde él
    asoma está la vida. Tengo la cabeza trastornada y el corazón hecho pedazos y cada vez me
    siento más débil. Ni aun me atrevo a evocar la memoria de mis días de calma. Si asomo a la
    ventana es para verle, si paso el umbral de mi puerta es para salirle al encuentro. Todo en él
    me seduce y fascina: su porte noble y majestuoso, su amable sonrisa, la expresión de sus
    ojos, la elocuencia de su palabra, su mano acariciadora siempre dispuesta a abrazarme, y
    sobre todo sus ardientes besos. ¡Adiós por siempre, paz dulcísima que perdí desde el primer
    instante de verle! Fatigado de quejarse en vano sólo por él mi corazón suspira. ¡Ah! ¡Que
    no pueda yo estrecharle en mis brazos y morir repitiéndole te adoro!

    Jardín de mata.


    Margarita y Fausto.


    Margarita. Prométeme, Enrique...
    Fausto. Todo cuanto quieras.
    Margarita. Dime, pues ¿cuál es tu religión? Eres muy bueno y estás dotado de un corazón
    excelente, pero me parece que no eres muy religioso.
    Fausto. Dejemos eso, hija mía; bien sabes que te amo y que daría por ti mi sangre y mi
    vida; pero no quiero perturbar a nadie en sus sentimientos y ni en su fe.
    Margarita. No es eso bastante, sino que es preciso creer en Dios y en su Iglesia.
    Fausto. ¿Es preciso?
    Margarita. ¡Ah! ¡Si tuviese algún dominio sobre ti! Tampoco respetas mucho los santos
    sacramentos.
    Fausto. Puedes creer que los venero.
    Margarita. Pero sin desearlos, pues hace mucho tiempo que no has ido a misa ni a
    confesarte. ¿Crees en Dios?
    Fausto. Mi buena amiga, difícil me es contestar a tu pregunta puesto que no quiero
    contestarte sonriendo, como lo harían algunos pretendidos sabios y lo que tú no podrías
    menos de considerar como burla.
    Margarita. Luego ¿tú no crees en Dios?
    Fausto. NO interpretes mal mis palabras, ángel mío. ¿Quién se atrevería a nombrarlo y a
    hacer esto acto de fe: creo en él? ¿Quién se atreverá nunca a exclamar: no creo en él? Él
    que todo lo posee, que todo lo contiene, ¿no te sostiene a ti y a mí y a él mismo? ¿No ves
    redondearse en los cielos la bóveda del firmamento, extenderse aquí abajo la tierra y
    levantarse los astros eternos contemplándonos con amor? ¿No ven mis ojos los tuyos y no
    afluye entonces toda nuestra vida al cerebro y al corazón? ¿Acaso no está envuelto todo en

    un perpetuo misterio, visible en tu derredor? Llena tu alma de él por profunda que sea, y
    cuando sobrenades en la plenitud del éxtasis, da a tu sentimiento el nombre que quieras,
    llámame dicha, corazón, amor, Dios. Lo que es yo, no sé cómo debe llamársele. El
    sentimiento lo es todo, el nombre es sólo humo que nos vela la celeste hoguera.
    Margarita. Todo eso es hermoso y bueno, y casi lo mismo nos dice el sacerdote, pero en
    otros términos.
    Fausto. Y por doquiera repiten lo mismo en su lengua los corazones que contemplan el
    resplandor de los cielos. ¿Podría yo obrar de distinto modo?
    Margarita. Por más que me parezca razonable todo cuanto dices, veo en ti algo de oscuro
    que me atormente mucho, porque no crees en el cristianismo.
    Fausto. ¡Hija mía!
    Margarita. No puedes figurarte el horror que me causa el verte en compañía de...
    Fausto. ¿De quién?
    Margarita. Odio a ese hombre que está siempre contigo; en mi vida había visto cara tan
    repugnante.
    Fausto. Nada temas, alma mía.
    Margarita. Su presencia me irrita y eso que soy benévola para con los hombres. El deseo
    que siempre tengo de verte es igual al horror que me causa su aspecto, y he aquí por qué le
    temo y por qué es en mi concepto un malvado. Perdóneme Dios si lo calumnio.
    Fausto. Es indispensable que haya de esa especie de hombres.
    Margarita. Imposible me sería vivir con un ser semejante. Siempre le he visto del mismo
    modo; no conoce más que dos sentimientos, la burla y la ira, todo lo demás le es indiferente
    y lleva escrito en su rostro que no puede amar. Por feliz que sea estar a tu lado, se me
    oprime el corazón cuando lo veo.
    Fausto. Eres un ángel, pero no estás libre de presentimientos.
    Margarita. Es tanto el horror que me produce, que, cuando se nos acerca, casi llego a sentir
    que no te amo. Cuando está con nosotros me es imposible rezar y siento un mal interior que
    me desgarra el alma: ¿te sucede lo mismo a ti, Enrique mío?
    Fausto. Todo es efecto de la antipatía.
    Margarita. Tengo que ausentarme.
    Fausto. ¡Ah! ¡Que nunca pueda pasar tranquilamente una hora reposando en tu seno,
    estrechar mi corazón contra él y confundir mi alma con tu alma!
    Margarita. Si al menos durmiese sola, dejaría esta noche descorridos los cerrojos; pero mi
    madre apenas duerme y, si llegase a sorprenderlos, me quedaría muerta en el acto.
    Fausto. ¡Ángel querido, no te dé eso ningún cuidado! Toma este pomito, y bastarán tres
    gotas del líquido que contiene para hacer dormir profundamente a tu madre.
    Margarita. ¿Qué no he de hacer yo por ti? Espero no contendrá nada que pueda serle
    nocivo.
    Fausto. ¿Puedes pensar, amor mío, que a no ser así yo te lo hubiese aconsejado?
    Margarita. Querido mío, no sé que fuerza superior me obliga, cuando te veo, a querer todo
    cuanto tú deseas; he hecho tanto por ti, que casi no me queda ya que hacer cosa alguna.
    (Sale.)


    _________________



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    Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) Empty Re: Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832)

    Mensaje por Maria Lua Dom 30 Abr 2023, 08:36

    (Entra Mefistófeles.)


    Mefistófeles. ¿Se ha ido ya la mansa ovejita?
    Fausto. ¿Si nos has espiado como acostumbras?

    Mefistófeles. No, pero lo he oído todo. Espero, doctor, que os aprovecharéis de la lección
    que se os ha dado. Todas las jóvenes tienen intención de que uno sea devoto, sencillo y que
    practique las antiguas costumbres. “Si cede en esto, piensan, no tardará en acceder a todos
    nuestros caprichos”
    Fausto. Monstruo, ¿no ves cuánto sufre esa alma fiel y sincera, poseída de las creencias que
    labran su dicha, al solo temor de que se pierda el hombre a quien ama?
    Mefistófeles. Loco, enamorado sensible, ¿cómo puedes consentir de este modo en ser
    juguete de una débil niña?
    Fausto. ¡Vil compuesto de lodo y de fuego!
    Mefistófeles. Conoces perfectamente las fisonomías: en mi presencia se turba, por revelarle
    sin duda mi máscara un espíritu misterioso; de seguro, conoce que soy yo un genio, y hasta
    quizá el mismo diablo. ¡Ah! ¡Ah! Esta noche...
    Fausto. ¿Qué te importa?
    Mefistófeles. También tendré en ello mi parte de placer.

    Los pozos


    Margarita y Lieschen, con sus cántaros.


    Lieschen. ¿Has sabido algo acerca de la pobre Bárbara?
    Margarita. Ni una palabra, pues como apenas salgo de casa, no veo a nadie.
    Lieschen. Pues según me ha dicho hoy Sibila, también se ha dejado seducir. ¡Y eso que se
    daba tanta importancia!
    Margarita. ¿Es posible?
    Lieschen. Y tan cierto como es.
    Margarita. ¡Ah!
    Lieschen. Ya ves en qué ha venido a parar después de haber dado oídos por tanto tiempo a
    aquel seductor infame. Casi puede decirse que ha llevado lo que merece, porque en el
    paseo, en la aldea, en el baile, sólo pensaba siempre en eclipsar a las demás; podrá
    envanecerse ahora de los regalos que él le hacía, creyendo que sólo a su belleza iban
    dirigidos. La coquetería y el orgullo han causado su desgracia.
    Margarita. ¡Pobrecilla!
    Lieschen. ¡Y aún la compadeces! Sin duda no recuerdas que mientras estabamos nosotras
    hilando, sin bajar nunca a la puerta por no permitírnoslo nuestras madres, pasaba ella las
    horas sentada junto a su amante o acompañándole en los puntos más retirados, sin quejarse
    de la lentitud del tiempo. Justo es, por tanto, que se humille y que haga ahora penitencia en
    expiación de su falta.
    Margarita. Se casará con ella tal vez.
    Lieschen. ¡Muy tonto sería! Un joven como él puede aspirar a mucho más. Además, se sabe
    ya que la ha abandonado.
    Margarita. Ha procedido indignamente.
    Lieschen. Aunque volviese a cautivarlo, sería en perjuicio suyo, porque los jóvenes le
    arrancarían su corona y nosotras echaríamos paja picada a su puerta. (Se va.)
    Margarita, (volviendo a su casa.) ¿Cómo es posible que antes hablase yo tanto contra la
    pobre joven que tenía la desgracia de cometer esa falta? ¿Por qué cuando se trataba de la
    debilidad de los demás me mostraba siempre tan implacable? Nunca eran bastante negros

    los colores con que me los representaba, y me persignaba haciendo una cruz lo más largo
    posible y, sin embargo, soy ahora el mismo pecado, ¡Dios mío! ¡Cómo resistirle cuando era
    tan bueno y tan amable!

    Las murallas


    Una Imagen de la Mater Dolorosa en un nicho de la tapia y varias macetas de flores.
    Margarita, (colocando en las macetas nuevos ramos de flores.) ¡Dígnate, oh Madre
    Dolorosa, compadecerte del dolor que me abruma! Tu con el corazón traspasado viste
    expirar en la cruz al hijo que adorabas, sin quedarte más amparo que el cielo al que elevaste
    tu mirada, pobre madre, pidiéndole auxilio. ¿Quién es capaz de experimentar el dolor que
    me desgarra el alma? Sólo tu, madre mía, puedes saber lo que sufro, lo que deseo y lo que
    temo. Por doquiera dirija mis pasos, siento siempre el mismo dolor agudo y penetrante; no
    puedo estar sola ni anegarme en un mar de lágrimas que me despedaza el corazón. Cuándo
    al amanecer cogía por ti esas flores, he regado con mi llanto todas las de mi ventana sin que
    bastasen a secarlas los ayos del sol que no ha tardado en inundar mi alcoba. ¡Ah! ¡Madre
    mía! ¡Sálvame de la muerte y de la deshonra, y dígnate inclinar sobre mi dolor tu frente
    divina!


    _________________



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    Mensaje por Maria Lua Dom 30 Abr 2023, 08:37

    La noche


    Una calle frente a la puerta de Margarita, Valentín, soldado, hermano de Margarita.
    Valentín. Cada vez que concurro a una de esas comidas en que cada uno de mis
    compañeros cuenta sus amores, y saca de su vaso los elogios de sus bellas, escuchaba
    indiferente sus fanfarronadas, y sonriendo levantaba mi vaso exclamando: “De seguro no
    hay ninguna entre todas ellas que valga lo que mi querida Margarita, ni que sea digna de
    atarle las cintas de los zapatos.” Por más que mis palabras no halagasen todos los oídos, los
    más de mis compañeros siempre decían: “Tiene razón, porque es en verdad su hermana la
    gloria de su sexo”, y los orgullosos enmudecían. Al paso que ahora tengo motivos para
    desesperarme y romperme la cabeza. El primer mal criado puede hacerme objeto de
    sangrientas burlas sin que siquiera pueda tener el derecho que tiene el criminal sentado en
    su banco, y aun cuando logre matar a cuantos me insulten, nunca podré decir que han
    mentido. ¿Quién va? ¿Quién se desliza por ahí? A no engañarme hay dos; si es él me echo
    encima y no saldrá con vida de este sitio.
    Fausto y Mefistófeles.
    Fausto. ¿Ves en el cielo aquella lámpara eterna que aunque siempre oscila es cada vez más
    densa la oscuridad que la cerca? Pues del mismo modo reina siempre la noche en mi
    espíritu.
    Mefistófeles. En cuanto a mí, soy como el gato flaco que se rasca al escurrirse por la pared,
    sin faltarle nunca su fuerza instintiva. Siento aun estremecerme los miembros todos al sólo

    recuerdo de la hermosa noche de Walpurgis: pasado mañana se repetirá, y allí al menos se
    sabe por qué se veía.
    Fausto. ¿Tardará mucho en aparecer la luz del día aquel tesoro que vi brillar debajo de la
    tierra?
    Mefistófeles. Tendrás en breve el placer de hacerte con el cofrecito a que últimamente he
    echado el ojo y que contiene tan hermosos escudos.
    Fausto. Y ¿no hay ninguna joya, ni una sortija siquiera para adornar a mi amada?
    Mefistófeles. Sí, me ha parecido ver en él una especie de collar de perlas.
    Fausto. Perfectamente, pues sentiría mucho ir a verla sin poder hacerle ningún obsequio.
    Mefistófeles. Creo que no os disgustará pasar un buen rato sin que os cueste ni un
    maravedí. Ahora que el cielo brilla con todas sus estrellas vais a oír una verdadera obra
    maestra: es una canción moral que va a volverla loca. (Canta acompañándose con la
    bandolina.) “¿Por qué así pasas la noche aguardando al ser que sólo se finge enamorado
    para lograr tu deshonor? No des por más tiempo oído a sus falsas promesas, si no quieres
    perder un bien precioso que no te devolverán el arrepentimiento y el llanto. Pobres débiles
    criaturas, ¡cuán cobarde y traidoramente se os seduce! Si deseáis evitar los lazos que la
    traición os tiende, desconfiad de los hombres todos y no otorguéis a ninguno de ellos
    vuestros favores hasta que os haya jurado eterna fe al pie del altar.”
    Valentín, (se adelanta.) ¿A quién estás acechando aquí, maldito cazador de ratones?
    Empieza por arrojar tu instrumento que ya enviaré enseguida al músico a todos los diablos.
    Mefistófeles. La guitarra está hecha pedazos y no puede ya contarse con ella.
    Valentín. Pues sólo falta ya rompernos el alma.
    Mefistófeles, (a Fausto.) Doctor, no os precipitéis: poneos a mi lado y esperad a que os
    dirija. ¡Espada en mano y avanzad, que yo pararé el golpe!
    Valentín. ¡Para, pues, ésta!
    Mefistófeles. ¿Por qué no?
    Valentín. ¿Y ésta?

    Mefistófeles. De igual suerte.
    Valentín. Creo habérmelas con el mismo diablo. ¿Qué es esto? ¡Se paraliza mi mano!
    Mefistófeles. Avanza.
    Valentín, (cae.) ¡Ay de mí!
    Mefistófeles. Ya está domesticado mi fiero campesino. Ahora marchemos lo más pronto
    posible, porque oigo gritar: “Al asesino.” Yo me las compongo muy bien con la policía,
    pero no sé arreglarme bien con los jueces.
    Marta, (a la ventana.) ¡Socorro! ¡Socorro!
    Margarita, (también a la ventana.) ¡Una luz aquí!
    Marta, (gritando.) Disputan, gritan, llaman y se baten.
    El pueblo. Hay un muerto.
    Marta, (saliendo.) ¿Habrán huido ya los asesinos?
    Margarita, (saliendo.) ¿Quién es el muerto?
    El pueblo. El hijo de tu madre.
    Margarita. ¡Dios poderoso, qué desgracia!
    Valentín. ¡Me muero, y creed que será muy pronto! ¿Por qué estáis aquí, ¡oh mujeres!
    dando esos gritos y lamentos? Venid y escuchadme.

    (Todos le rodean.)


    _________________



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    Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) Empty Re: Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832)

    Mensaje por Maria Lua Dom 30 Abr 2023, 08:38

    Margarita, bien lo ves, eres joven y te falta práctica para arreglar tus asuntos: te lo digo en
    confianza, ya que eres una mujer perdida, sélo del todo.
    Margarita. ¡Dios mío! Hermano, ¿qué es lo que dices?
    Valentín. No mezcles a Dios Nuestro Señor en todo esto. Lo hecho hecho está, y lo que ha
    de suceder sucederá. Empezaste por amar ocultamente a un hombre, luego amarás a otro y
    acabarás, en fin, por amarles a todos. La vergüenza, al nacer, se ocultó y con cierto
    misterio, se cubrió con el velo de la noche, y hasta hubiera querido ahogarse a sí propia;
    pero a medida que fue creciendo, empezó a presentarse en público, y sin embargo, a pesar
    de ser su rostro cada vez más feo y repugnante, sólo desea ya ostentar sus tristes galas a la
    luz del sol. En breve toda la gente honrada huirá de ti como de un cadáver, y
    experimentaras cada ves que te miren cara a cara una confusión terrible que te hará
    estremecer hasta la médula de los huesos. No habrá ya entonces para ti ni cadena de oro, ni
    banco en la iglesia, ni traje que atraiga en el baile todas las miradas; tendrás tan sólo un
    pobre jergón en que tenderte en alguna enfermedad. Aunque en su misericordia infinita
    Dios te perdone, continuarás siendo en el mundo objeto de escarnio y de maldición.
    Marta. Encomendad vuestra alma a Dios, lejos de mancharos la conciencia con nuevas
    blasfemias.
    Valentín. Creería perdonados todos mis pecados con sólo poder caer sobre ti, infame
    medianera.
    Margarita. ¡Hermano mío, apiádate de mi horrible suplicio!
    Valentín. Cesa de llorar inútilmente: tu falta ha sido para mí un golpe terrible... Cierra ya
    mis párpados el sueño de la muerte. ¡Quiera Dios apiadarse del soldado que procuró en
    todo lo posible cumplir como honrado! (Muere.)

    La catedral


    Misa, órgano y canto.


    Gretchen entre la muchedumbre, teniendo atrás al Espíritu maligno.
    El Espíritu maligno. ¡Qué tiempos aquellos, Margarita, en que con el corazón inocente y
    puro te aproximabas a esos altares para elevar al cielo una plegaria que apenas podían
    murmurar tus labios! ¡Qué tiempos aquellos en sólo pensabas en Dios y en los jueces de la
    infancia! Bien lo ves, Margarita, todo cambia: tu cabeza y tu corazón están llenos ahora de
    remordimientos, de miseria y de pena. ¿Acaso vienes a rezar por el alma de tu infeliz madre
    que no pudo resistir el peso de tu falta? Y ¿no sientes agitarse algo en tu seno que te parece
    de fatal agüero?
    Gretchen. ¡Cuándo podré verme libre de las tristes ideas que me dominan y causan mi
    martirio!
    Coro, (canta al órgano.)
    “Dias irae, Dies illa,
    Solvet saeclum in favilla.”
    El Espíritu maligno. Ya ruge sobre tu frente la cólera del cielo; tiemblan los sepulcros al
    sonido de la trompeta del último juicio; estremecido tu cuerpo se agita entre el polvo en que
    descansa, y en vano se estremece ante el castigo horrendo que para siempre va a sufrir en el
    infierno.

    Gretchen. ¡Cuánto daría por estar lejos de este sitio, porque este órgano me oprime y me
    ahoga! ¡Tampoco puedo resistir por más tiempo esos cantos que me desgarran el alma!
    Coro.
    “Judex ergo cum sedebit,
    Quidquid latet apparebit,
    Nihil inultum remanebit.”
    Gretchen. Estoy en un círculo de hierro y todo me oprime; la bóveda que tengo sobre mi
    cabeza se baja y me aplasta. ¡Me falta aire que respirar!
    El espíritu maligno. ¡Ocúltate! El pecado, la vergüenza y el vicio deben envolverse en
    negro velo. ¡Ay de ti, se buscas el aire y la luz!
    Coro.
    “Quid sum miser tunc dicturus?
    Quem patronum rogaturus?
    Cum vix justus sit securus.”
    El Espíritu maligno. Los bienaventurados apartan de ti los ojos y el justo que pasa no tiene
    ya la mano. ¡Estás condenada!
    Coro.
    “Quid sum miser tunc dicturus?, etc.”
    Gretchen. Vecina, dadme vuestro pomo.

    (Cae desmayada.)


    _________________



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    Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) Empty Re: Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832)

    Mensaje por Maria Lua Dom 30 Abr 2023, 08:40

    La noche de Walpurgis

    El Harz. Montes de Schirke y Elend.

    Fausto y Mefistófeles.

    Mefistófeles. ¿Quisieras ahora un palo de escoba? De mí sé decirte que desearía tener aquí
    el macho cabrío más vigoroso, porque aún tenemos que andar gran espacio.
    Fausto. Tengo aún fuerza en las piernas y me basta por ahora este bastón nudoso. ¿Por qué
    acortar el camino? Errar por el laberinto de los valles, trepar por esas peñas, de cuyas cimas
    se precipitan bulliciosas cascadas, no es lo que menos pueda ameriza nuestro viaje. Todo se
    anima al arribo de la primavera; hasta los pinos experimentan su influencia benéfica, y ya
    que en efecto es así, ¿por qué no obra del mismo modo sobre nuestros miembros?
    Mefistófeles. En cuanto a mí no experimento nada en lo más mínimo; tengo el invierno en
    el cuerpo, y quisiera siempre que estuviese mi camino cubierto de nieve y de escarcha.
    ¡cuán tristemente sube el disco de la luna, con un resplandor tardío! ¡Qué luz tan
    melancólica! Vese uno expuesto a cada paso a dar contra un árbol o contra una roca.
    Aguarda a que llame un fuego fatuo, ya que veo uno allí abajo oscilando a su capricho.
    ¡Hola, amigo! ¿Me atreveré a pedirte que vengas hacia nosotros?
    El Fuego Fatuo. Espero en vuestro obsequio poder dominar mi naturaleza ligera, pues ya
    sabéis que nuestro movimiento es por lo regular ondulante.
    Mefistófeles. ¡Ah! ¡Ah! ¡Ved como quiere el pícaro imitar a los hombres! Ve recto en
    nombre del diablo, o apago tu chispa vital.

    El Fuego Fatuo. Puesto que sois aquí el jefe, me someto gustoso a vuestros deseos. Pero
    pensándolo bien, el monte está hoy lleno de encantos; de modo que a ser un fuego fatuo el
    que ha de serviros de guía, no podéis mostraros muy exigentes.
    (Fausto, Mefistófeles y el Fuego, cantando a coro.)
    “Ya hemos entrado, al parecer, en un país de quimeras; guíanos, pues, por entre los mil
    prodigios que nos rodean, fuego fatuo, hasta allí donde veamos colmados nuestros deseos.
    Confúndense de noche los árboles gigantes, la pena se estremece sobre su base y sus bocas
    de granito repiten los bramidos del huracán. Veo brotar las corrientes al través de huecas
    rocas y oigo algo más un murmullo que parece un grato canto de amor. Voces de amor y de
    pena, voces de festivos días, ¡cuán agradable resuena en mi oído el eco que repite las
    armonías de tiempos ya pasados! Discordes y hasta horribles son los nuevos gritos que
    escucho; no hay búho, mochuelo ni ave alguna de rapiña que no lance al viento su triste
    grito; salen del hueco de las peñas y de cada ruina, raíces desformes y extrañas que, cual
    brazos descarnados, se tienden para coger al que acierte al pasar cerca de ellas. A cada paso
    se tropieza con mil ratones y repugnantes insectos que huyen despavoridos aumentando el
    horror de este espantoso sitio en el que se ven brillar a la salamandra, el lagarto y la
    culebra, gracias a la repugnante brillantez que despiden sus pieles escamosas y no nos es
    posible continuar nuestra marcha por ser cada vez más insuperables los obstáculos con que
    tropezamos: además empiezan a temblar los montes vecinos desde su base hasta su cima, y
    sólo se ven brillar a lo lejos fuegos fatuos que en su rápido curso amenazan abrazarlo todo.
    ¡Quedémonos, pues, en este oscuro charco!”

    Mefistófeles. ¡Agárrate bien de mi traje! He aquí una cumbre desde la que se distinguen
    admirablemente los resplandores de Manmon en la montaña.
    Fausto. ¡De qué modo tan singular brilla en el fondo de los abismos el resplandor del
    crepúsculo! Sube allí un vapor denso y se desprende de aquella nube más lejana
    exaltaciones mefíticas mientras se ve brillar en el lado opuesto una llama que se extiende a
    lo largo del valle para ir a concentrarse repentinamente en un estrecho desfiladero. También
    cae a nuestros pies una lluvia de chispas que por todas partes dejan una gran capa de polvo
    de oro. Pero mira cómo en toda su altura se encienden esas inmensas montañas.
    Mefistófeles. ¿Qué tal te parece el modo como el señor Manmon ha iluminado su palacio
    para esta gran fiesta? Ha sido una fortuna para ti el poder verlo. Ya presiento la llegada de
    huéspedes turbulentos.
    Fausto. ¡Nunca había oído mugir el huracán con tanto estruendo! ¡Me azota con tanta
    fuerza que acabará por derribarme!
    Mefistófeles. Aférrate a los picos de las rocas, si no quieres que te haga rodar hasta el fondo
    del abismo. Aumenta negra nube la oscuridad de la noche, crujen los árboles en el bosque y
    huyen espantados los búhos. ¿Oyes cómo se derrumban las siempre verdes columnas de
    este palacio? ¿Oyes el triste crujido de las ramas que se rompen, el rumor de los troncos de
    los árboles fuertemente sacudidos y su espantoso ruido al chocar entre sí para caer unos
    sobre otros, mientras continua bramando el huracán en las cuevas? ¿Oyes un cumulo de
    voces en todas las alturas próximas y lejanas? Sí, resuena en la montaña un furioso himno
    mágico.

    Las brujas a coro. Ya que es verde el grano y amarillo el rastrojo, trepemos todas el
    Brocken, y allí reunidas, circuiremos el trono de Urian situado en la más alta de sus cimas.

    Voz. Ved cómo la vieja Baudo se dirige hacia nosotros velozmente desde el llano, montada
    en su marrana.
    Coro. Honor al que sea digno de veneración y de respeto, así por sus merecimientos como
    por su edad: inclinémonos, pues, todos ante ella, ya que está al frente de todas las
    hechicerías conocidas.
    Una voz. ¿Cuál es el camino que tú quieres seguir?
    Otra. El de Insentein, en el que distingo un nido con un hermoso mochuelo que me mira de
    un modo singular.
    Otra. Vete a todos los diablos. ¿Por qué corres de este modo?
    Otra. Me ha mordido despiadadamente. ¡Mira que herida!
    Hechiceras, (coro.) Marchemos adelante por más que ruja la tempestad y que sea áspero el
    camino; a cada palo que rompamos cojamos otro nuevo; mientras el niño llora, hace su
    madre jorobas.
    Hechiceras, (medio coro.) Vamos a paso de tortuga, ved cuánto nos adelanta aquel grupo de
    mujeres; mas no debe esto admirarnos, porque sabido es que la mujer para el mal tiene alas.
    Otro, (medio coro.) No debe esto sorprendernos, porque cualquiera que sea el punto al que
    la mujer se dirige, ha de dar mil pasos para hacer lo que el hombre hace de un salto.
    Voz de lo alto. ¡Adelante, adelante, salid de ese mar de rosas!

    Voz de abajo. De buena gana os seguíamos ahora mismo a las cumbres y a la luz; pero
    estamos condenadas a gemir en el fondo de esta cantera y a ser siempre estériles.
    Los dos coros. Ya cesó de bramar la tormenta, la estrella huye, la luna se vela y continua el
    tumultuoso coro de hechiceras cabalgando o agitándose en la noche umbría; no se ve más
    resplandor que el de las innumerables chispas que lanzan.
    Voz de abajo. ¡Deteneos!
    Voz de lo alto. ¿Quién me llama desde las grietas de las rocas?
    Voz de abajo. ¡Por compasión, llevadme con vosotros! Hace tres siglos que me arrastro en
    vano; sed, pues, compasivas y permitidme llegar a la altura; no podéis figuraros cuánto
    deseo hallarme entre mis semejantes.

    Los dos coros. Apodérese cada una de su palo, escoba u horquilla, puesto que la hechicera
    o diablo que no suba hoy está irremediablemente perdido.
    La hechicera de abajo. Muy lejos están ya todos los demás desde que yo me arrastro en
    vano sin omitir trabajo, cuidados, penas y tormentos para salir de esta caverna que será mi
    eterno calabozo.
    Canto de hechicera. Hay un ungüento que reanima a las hechiceras; así que con una
    artesilla por nave y un trapo por vela, marcharemos como el viento. La que hoy no vuele,
    no volará ya nunca.
    Los dos coros. Disponeos todos a tocar en tierra, porque ya llegamos a la más alta cumbre y
    desde ahora podéis ya formar los grupos que han de ocupar estas comarcas.
    Mefistófeles. Contemplad cómo se agrupan, estrechan y rechazan entre sí, y cómo todo
    resplandece, brilla, arde y se inflama: esto sí que es un verdadero elemento de brujas. No
    me sueltes si no quieres que en breve nos encontremos separados. ¿Dónde estas?

    Fausto. Aquí.
    Mefistófeles. ¡Cómo! ¿Ya está allá abajo? Preciso me será usar de mi derecho de amo.
    Despejad, que viene el señor Voland; despejad, amable canalla, despejad. Aquí, doctor, no
    me sueltes ya, y salgamos de entre esta multitud, pues ya es esto harto grotesco hasta para
    mis semejantes. Hay aquí cerca algo que brilla de un modo extraño y que me atrae hacia
    aquellos zarzales. Ven, ven, y penetraremos en ellos.

    Fausto. Espíritu de contradicción, condúceme a donde mejor te plazca. Al pensar en ello, no
    puedo menos que admirar el orden que reina aquí en todo. Subimos al Brocken en la noche
    de Walpurgis, y podemos muy bien aislarnos a nuestro capricho.
    Mefistófeles. Mira que llamas tan diversas: es un alegre club que se reúne, ya ves que ni
    aún en este pequeño mundo está uno sólo.
    Fausto. Yo preferiría hallarme allá arriba; ya veo la llama y los torbellinos de humo; allí
    toda la multitud se agrupa en torno del espíritu del mal; allí es donde debe descifrarse más
    de un misterio.

    Mefistófeles. En cambio, también se forman allí muchos. Deja que la muchedumbre allí se
    agite y zumbe, mientras nosotros descansaremos aquí tranquilos; es cosa ya sabida desde
    mucho tiempo, que en el gran mundo se hacen pequeños mundos. Veo allí algunas
    hechiceras jóvenes enteramente desnudas y a otras viejas que se cubren con mucho recato.
    Sed amables con mi amor, ya que cuesta tan poco y que contribuye tanto a aumentar el
    placer y la barahúnda. Oigo algunos instrumentos; maldita cencerrada a la que debe uno
    habituarse. Ven conmigo, ven, puesto que no hay otra senda; deseoso de prestarte un nuevo
    servicio, voy a introducirte y presentarte a la alegre comitiva. ¿Qué tal te parece todo esto,
    amigo mío? El sitio no es muy escaso, pues ya ves que por aquella parte no tienes límites.
    Hay más de cien fuegos en torno de lo que se canta, se habla, se guisa, se bebe y se ama:
    dime, ¿puede haber cosa mejor?

    Fausto. ¿Quieres obrar como mágico o como diablo para introducirnos?
    Mefistófeles. Por más que estoy acostumbrado a ir de incógnito, como es hoy día de gala,
    preciso será lucir todas las distinciones; aunque me falta aquí la orden de la jarretiera no me
    apuro, por ser tenido en gran respeto el pie del caballo. ¿Ves ese caracol que se arrastra
    hacia nosotros? Viene para explorar el terreno; verá sin duda algo en mí que inutilizaría
    todos los disfraces. Sígueme, pues; iremos de fuego en fuego y yo seré el preguntón y tu el
    galán.


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    o un ciego soñando
    y en ese vuelo y en ese sueño
    compartir contigo sol y luna,
    siendo guardián en tu cielo
    y tren de tus ilusiones."
    (Hánjel)





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    Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) Empty Re: Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832)

    Mensaje por Maria Lua Dom 30 Abr 2023, 08:41

    (A algunos sentados alrededor de una lumbre.)


    Mis queridos amigos, ¿qué hacéis en ese rincón? En verdad o me admiraría tanto el
    hallarnos en medio del tumulto entre aquella juventud ardiente. Siempre puede uno retirarse
    cuanto le place.
    Un general. Los pueblos son como las mujeres: por más que uno haga por ellos, la juventud
    es siempre preferida.
    Un ministro. Todo va ahora de mal en peor, así es que yo estoy por lo antiguo; entonces,
    francamente, había crédito y era el verdadero siglo de oro.
    Un magnate improvisado. A pesar de no ser nada tontos, hemos visto destruir todo aquello
    que más procurábamos conservar.
    Un autor. ¿Quién puede leer ahora una obra que esté medianamente escrita? Y sin embargo,
    nunca había visto a la juventud tan orgullosa.

    Mefistófeles, (apareciendo de repente en extremo viejo.) Cuento que por última vez subo al
    Brocken; veo en la prudencia del pueblo que está ya dispuesto para el último juicio y
    apostaría a que toca el mundo a su fin.
    Hechicera revendedora. Señores, no paséis así y aprovechad la ocasión; mirad cuán
    hermosos y variados son los géneros que os ofrezco. Y sin embargo, nada hay en mi tienda
    sin igual en el mundo, nada hay que no haya servido en perjuicio de los hombres y del
    mundo. Ni un puñal que no haya goteado sangre, ni una copa que no haya contenido un

    veneno de fuego para dar muerte a un cuerpo robusto y sano, ni una alhaja que no haya
    seducido a alguna mujer honrada, ni espada que no haya herido traidoramente al enemigo.
    Mefistófeles. Señora mía, veo que no entendéis los tiempos presentes: lo hecho hecho está
    y procuradnos novedades, porque sólo nos llama la atención lo nuevo.
    Fausto. Presentadme cosas nuevas que casi me hagan olvidar de mí propio, si queréis que
    llame a esto una feria.
    Mefistófeles. Todo el remolino tiende hacia arriba; tú crees empujar y eres empujado.
    Fausto. ¿Quién es aquella?
    Mefistófeles. Mírala bien, es Lilith.
    Fausto. ¿Quién?
    Mefistófeles. La primera mujer de Adán. No te enamores de sus hermosos cabellos, por
    más que sea un rico adorno que contribuye tanto a su belleza, porque cuando con ellos llega
    a alcanzar a un joven no lo suelta jamás.
    Fausto. Veo allá dos que están sentadas, una vieja y otra joven, que tiene trazas de haber
    hecho hoy de las suyas.
    Mefistófeles. Y a quien es preciso no dejar descansar, y ya que se anuncia otra danza
    iremos a sacarla nosotros.
    Fausto, (bailando con la joven.) En grato sueño vi anoche un manzano cargado de hermosa
    fruta que ufano se alzaba entre la hierba; subíme a él, y galán me ofreció las dos mejores
    manzanas de su fecundo seno.
    La hermosa. Aquellas dos manzanas coloradas que en el paraíso terrenal brotaron, y que a
    vos tanto la atención os llaman, también las tengo en mi jardín.
    Mefistófeles, (con la vieja.) Vi ayer en un sueño un árbol viejo, hendido y seco que llegó a
    enamorarse.

    La vieja. Y yo, reconocida, saludo al paticojo que me procura momentos de placer y de
    verdadera dicha.
    El protofantasmista. ¡Maldita raza! ¿Qué es lo que estáis haciendo? ¿Acaso no se os ha
    enseñado tiempo ha que nunca debía un espíritu tenerse sobre sus pies? Y, sin embargo,
    estáis bailando como nosotros los hombres.
    La hermosa, (bailando.) ¿Qué tiene que ver ese en nuestro baile?
    Fausto. Siempre se le ve en todas partes para criticar a los que bailan, y si no puede dar su
    opinión sobre cada paso, es éste considerado como nulo o no hecho, y lo que más le
    incomoda es vernos adelantar. Si quisieseis siempre girar sobre un mismo círculo como lo
    hace él en su viejo molino, os aplaudiría frenéticamente, sobre todo si procurabais ganarle
    con una recompensa cualquiera.

    El protofantasmista. ¿Aún continuáis aquí? Esto es inaudito. Desapareced desde luego,
    puesto que así lo hemos decretado; nunca sabrá esa raza diabólica respetar nuestras leyes.
    ¡Somos tan sabios! y sin embargo, hay siempre trasgos y duendes en la tierra. ¡Cuánto
    tiempo ha que me tortura esta idea y nunca esto se esclarece: es verdaderamente una cosa
    inaudita!
    La hermosa. Cesad, pues, de fastidiarnos aquí.

    El protofantasmista. Espíritus, lo digo y lo repito en vuestra presencia: el despotismo del
    espíritu me es intolerable y el mío no puede ejercerle. (Continúan bailando.) Lo veo hoy
    claramente: no sacaré de ello ningún partido y, sin embargo, estoy resuelto a seguirles,
    seguro que antes de dar mi último paso lograré triunfar de diablos y poetas.

    Mefistófeles. Ahora va a zambullirse en el agua, porque sólo en ella encuentra alivio;
    cuando las sanguijuelas se han cebado bien en su trasero, queda curado de las
    fantasmagorías y de su pobre espíritu.


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