Aires de Libertad

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    HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica. - Página 6 Empty Re: HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica.

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 09 Mar 2021, 08:36

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XI

    Principalía de Agamenón.
    Cont

    301. Aseo, el primero, y después Autónoo, Opites,
    Dólope Clítida, Ofeltio, Agelao, Esimno,
    Oro y el bravo Hipónoo. A tales caudillos
    dánaos dio muerte, y además a muchos hombres
    del pueblo. Como el Céfiro agita y se lleva
    en furioso torbellino las nubes que el veloz Noto
    tenía reunidas, y gruesas olas se levantan y
    la espuma llega a lo alto por el soplo del errabundo
    viento; de esta manera caían delante de
    Héctor muchas cabezas de gente del pueblo.

    310. Entonces gran estrago a irreparables males
    se hubieran próducido, y los aqueos, dándose a
    la fuga, no habrían parado hasta las naves, si
    Ulises no hubiese exhortado al Tidida Diomedes:

    313. -¡Tidida! ¿Por qué no mostramos nuestro
    impetuoso valor? Ea, ven aquí, amigo; ponte a
    mi lado. Vergonzoso fuera que Héctor, el de
    tremolante casco, se apoderase de las naves.

    316. Respondióle el fuerte Diomedes:

    317. -Yo me quedaré y resistiré, aunque será
    poco el provecho que logremos; pues Zeus, que
    amontona las nubes, quiere conceder la victoria
    a los troyanos y no a nosotros.

    320. Dijo, y derribó del carro a Timbreo, envasándole
    la pica en la tetilla izquierda; mientras
    Ulises hería al escudero del mismo rey, a
    Molión, igual a un dios. Dejáronlos tan pronto
    como los pusieron fuera de combate, y penetrando
    por la turba causaron confusión y terror,
    como dos embravecidos jabalíes que acometen
    a perros de caza. Así, habiendo vuelto a combatir,
    mataban a los troyanos; y en tanto los aqueos,
    que huían de Héctor, pudieron respirar placenteramente.

    328. Dieron también alcance a dos hombres que
    eran los más valientes de su pueblo y venían en
    un mismo carro, a los hijos de Mérope percosio:
    éste conocía como nadie el arte adivinatoria, y
    no quería que sus hijos fuesen a la homicida
    guerra; pero ellos no lo obedecieron, impelidos
    por las parcas de la negra muerte. Diomedes
    Tidida, famoso por su lanza, les quitó el alma y
    la vida y los despojó de las magníficas armaduras.
    Ulises mató a Hipódamo y a Hipéroco.

    336. Entonces el Cronida, que desde el Ida contemplaba
    la batalla, igualó el combate en que
    troyanos y aqueos se mataban. El hijo de Tideo
    dio una lanzada en la cadera al héroe Agástrofo
    Peónida, que por no tener cerca los corceles no
    pudo huir, y ésta fue la causa de su desgracia:
    el escudero tenía el carro algo distante, y él se
    revolvía furioso entre los combatientes delanteros,
    hasta que perdió la vida. Atisbó Héctor a
    Ulises y a Diomedes, los arremetió gritando, y
    pronto siguieron tras él las falanges de los troyanos.
    Al verlo, estremecióse el valeroso Diomedes,
    y dijo a Ulises, que estaba a su lado:

    347. -Contra nosotros viene esa calamidad, el
    impetuoso Héctor. Ea, aguardémosle a pie firme
    y cerremos con él.

    Cont.


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    HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica. - Página 6 Empty Re: HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica.

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 09 Mar 2021, 08:43

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XI

    Principalía de Agamenón.
    Cont

    349. Dijo; y apuntando a la cabeza de Héctor,
    blandió y arrojó la ingente lanza, y no le erró,
    pues fue a dar en la cima del yelmo; pero el
    bronce rechazó al bronce, y la punta no llegó al
    hermoso cutis por impedírselo el casco de tres
    dobleces y agujeros a guisa de ojos, regalo de
    Febo Apolo. Héctor entonces retrocedió un
    buen trecho, y, penetrando por la turba, cayó
    de rodillas, apoyó la robusta mano en el suelo y
    obscura noche cubrió sus ojos. Mientras el Tidida
    atravesaba las primeras filas para recoger
    la lanza que en el suelo se había clavado,
    Héctor tornó en su sentido, subió de un salto al
    carro, y, dirigiéndolo por en medio de la multitud,
    evitó la negra muerte. Y el fuerte Diomedes,
    que lanza en mano lo perseguía, exclamó:

    362. -¡Otra vez te has librado de la muerte, perro!
    Muy cerca tuviste la perdición, pero te
    salvó Febo Apolo, a quien debes de rogar
    cuando sales al campo antes de oír el estruendo
    de los dardos. Yo acabaré contigo si más tarde
    te encuentro y un dios me ayuda. Y ahora perseguiré
    a los demás que se me pongan al alcance.

    368. Dijo; y empezó a despojar el cadáver del
    Peónida, famoso por su lanza. Pero Alejandro,
    esposo de Helena, la de hermosa cabellera, que
    se apoyaba en una columna del sepulcro de Ilo
    Dardánida, antiguo anciano honrado por el
    pueblo, armó el arco y lo asestó al hijo de Tideo,
    pastor de hombres. Y mientras éste quitaba
    al cadáver del valeroso Agástrofo la labrada
    coraza, el manejable escudo de debajo del pecho
    y el pesado casco, aquél tiró del arco y disparó;
    y la flecha no salió inútilmente de su mano,
    sino que le atravesó al héroe el empeine del
    pie derecho y se clavó en tierra. Alejandro salió
    de su escondite, y con grande y regocijada risa
    se gloriaba diciendo:

    380. -Herido estás; no se perdió el tiro. Ojalá
    que, acertándote en un ijar, lo hubiese quitado
    la vida. Así los troyanos tendrían un desahogo
    en sus males, pues te temen como al león las
    baladoras cabras.

    384. Sin turbarse le respondió el fuerte Diomedes:

    385. -¡Flechero, insolente, experto sólo en manejar
    el arco, mirón de doncellas! Si frente a frente
    midieras conmigo las armas, no te valdría el
    arco ni las abundantes flechas. Ahora te alabas
    sin motivo, pues sólo me rasguñaste el empeine
    del pie. Tanto me cuido de la herida como si
    una mujer o un insipiente niño me la hubiese
    causado, que poco duele la flecha de un hombre
    vil y cobarde. De otra clase es el agudo dardo
    que yo arrojo: por poco que penetre deja
    exánime al que lo recibe, y la mujer del muerto
    desgarra sus mejillas, sus hijos quedan huérfanos,
    y el cadáver se pudre enrojeciendo con su
    sangre la tierra y teniendo a su alrededor más
    aves de rapiña que mujeres.

    396. Así dijo. Ulises, famoso por su lanza, acudió
    y se le puso delante. Diomedes se sentó,
    arrancó del pie la aguda flecha y un dolor terrible
    recorrió su cuerpo. Entonces subió al carro
    y con el corazón afligido mandó al auriga que
    lo llevase a las cóncavas naves.

    Cont.


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    HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica. - Página 6 Empty Re: HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica.

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 09 Mar 2021, 08:50

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XI

    Principalía de Agamenón.
    Cont

    401. Ulises, famoso por su lanza, se quedó solo;
    ningún argivo permaneció a su lado, porque el
    terror los poseía a todos. Y gimiendo, a su
    magnánimo espíritu así le hablaba:

    404. -¡Ay de mí! ¿Qué me ocurrirá? Muy malo es
    huir, temiendo a la muchedumbre, y peor aún
    que me cojan quedándome solo, pues a los demás
    dánaos el Cronión los puso en fuga. Mas
    ¿por qué en tales cosas me hace pensar el corazón?
    Sé que los cobardes huyen del combate,
    y quien descuella en la batalla debe mantenerse
    firme, ya sea herido, ya a otro hiera.

    411. Mientras revolvía tales pensamientos en su
    mente y en su corazón, llegaron las huestes de
    los escudados troyanos, y, rodeándole, su propio
    mal entre ellos encerraron. Como los perros
    y los florecientes mozos cercan y embisten a un
    jabalí que sale de la espesa selva aguzando en
    sus corvas mandíbulas los blancos colmillos, y
    aunque la fiera cruja los dientes y aparezca terrible,
    resisten firmemente; así los troyanos
    acometían entonces por todos lados a Ulises,
    caro a Zeus. Mas él dio un salto y clavó la aguda
    pica en un hombro del eximio Deyopites;
    mató luego a Toón y a Ennomo; alanceó en el
    ombligo por debajo del cóncavo escudo a Quersidamante,
    que se apeaba del carro y cayó en el
    polvo y cogió el suelo con las manos; y, dejándolos
    a todos, envasó la lanza a Cárope Hipásida,
    hermano carnal del noble Soco. Éste, que
    parecía un dios, vino a defenderlo, y, deteniéndose
    cerca de Ulises, hablóle de este modo:

    430. -¡Célebre Ulises, varón incansable en urdir
    engaños y en trabajar! Hoy, o podrás gloriarte
    de haber muerto y despojado de las armas a
    ambos Hipásidas, o perderás la vida, herido
    por mi lanza.

    434. Cuando esto hubo dicho, le dio un bote en
    el liso escudo: la fornida lanza atravesó el luciente
    escudo, clavóse en la labrada coraza y
    levantó la piel del costado; pero Palas Atenea
    no permitió que llegara a las entrañas del
    varón. Entendió Ulises que por el sitio la herida
    no era mortal, y retrocediendo dijo a Soco estas
    palabras:

    441. -¡Ah infortunado! Grande es la desgracia
    que sobre ti ha caído. Lograste que cesara de
    luchar con los troyanos, pero yo te digo que la
    perdición y la negra muerte te alcanzarán hoy;
    y, vencido por mi lanza, me darás gloria, y a
    Hades, el de los famosos corceles, el alma.

    446. Dijo, y como Soco se volviera para huir,
    clavóle la lanza en el dorso, entre los hombros,
    y le atravesó el pecho. El guerrero cayó con
    estrépito, y el divino Ulises se jactó de su obra:

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 10 Mar 2021, 04:39

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XI

    Principalía de Agamenón. Cont

    450. -¡Oh Soco, hijo del aguerrido Hípaso, domador
    de caballos! Te sorprendió la muerte
    antes de que pudieses evitarla. ¡Ah mísero! A ti,
    una vez muerto, ni el padre ni la veneranda
    madre te cerrarán los ojos, sino que te desgarrarán
    las carnívoras aves cubriéndote con sus
    tupidas alas; mientras que a mí, si muero, los
    divinos aqueos me harán honras fúnebres.

    456. Así diciendo, arrancó de su cuerpo y del
    abollonado escudo la ingente lanza que Soco le
    había arrojado; brotó la sangre y afligióle el
    corazón. Los magnánimos troyanos, al ver la
    sangre, se exhortaron mutuamente entre la turba
    y embistieron todos a Ulises, y éste retrocedió,
    llamando a voces a sus compañeros. Tres
    veces gritó cuanto un varón puede hacerlo a
    voz en cuello; tres veces Menelao, caro a Ares,
    lo oyó, y al punto dijo a Ayante, que estaba a su
    lado:

    465. -¡Ayante Telamonio, del linaje de Zeus,
    príncipe de hombres! Oigo la voz del paciente
    Ulises como si los troyanos, habiéndole aislado
    en la terrible lucha, lo estuviesen acosando.
    Acudámosle, abriéndonos calle por la turba,
    pues lo mejor es llevarle socorro. Temo que a
    pesar de su valentía le suceda alguna desgracia
    solo entre los troyanos, y que después los
    dánaos le echen muy de menos.

    477. Así diciendo, partió y siguióle Ayante,
    varón igual a un dios. Pronto dieron con Ulises,
    caro a Zeus, a quien los troyanos acometían por
    todos lados como los rojizos chacales circundan
    en el monte a un cornígero ciervo herido por la
    flecha que un hombre le disparó con el arco
    -sálvase el ciervo, merced a sus pies, y huye en
    tanto que la sangre está caliente y las rodillas
    ágiles; póstralo luego la veloz saeta, y, cuando
    carnívoros chacales lo despedazan en la espesura
    de un monte, trae la fortuna un voraz león
    que, dispersando a los chacales, devora a
    aquél-; así entonces muchos y robustos troyanos
    arremetían al aguerrido y sagaz Ulises; y el
    héroe, blandiendo la pica, apartaba de sí la
    cruel muerte. Pero llegó Ayante con su escudo
    como una torre, se puso al lado de Ulises y los
    troyanos se espantaron y huyeron a la desbandada.
    Y el marcial Menelao, asiendo de la mano
    al héroe, sacólo de la turba mientras el escudero
    acercaba el carro.

    489. Ayante, acometiendo a los troyanos, mató a
    Doriclo, hijo bastardo de Príamo, a hirió a
    Pándoco, Lisandro, Píraso y Pilartes. Como el
    hinchado torrente que acreció la lluvia de Zeus
    baja rebosante por los montes a la llanura,
    arrastra muchos pinos y encinas secas, y arroja
    al mar gran cantidad de cieno, así entonces el
    ilustre Ayante desordenaba y perseguía por el
    campo a los enemigos y destrozaba corceles y
    guerreros. Héctor no lo había advertido, porque
    peleaba en la izquierda de la batalla, cerca
    de la orilla del Escamandro: allí las cabezas
    caían en mayor número y un inmenso vocerío
    se dejaba oír alrededor del gran Néstor y del
    marcial Idomeneo. Entre todos revolvíase
    Héctor, que, haciendo arduas proezas con su
    lanza y su habilidad ecuestre, destruía las falanges
    de jóvenes guerreros. Y los divinos
    aqueos no retrocedieran aún, si Alejandro, esposo
    de Helena, la de hermosa cabellera, no hubiese
    puesto fuera de combate a Macaón, pastor
    de hombres, mientras descollaba en la pelea,
    hiriéndolo en la espalda derecha con trifurcada
    saeta. Los aqueos, aunque respiraban valor,
    temieron que la lucha se inclinase, y aquél fuera
    muerto. Y al punto habló Idomeneo al divino
    Néstor:

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 10 Mar 2021, 04:47

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XI

    Principalía de Agamenón.
    Cont

    511. -¡Oh Néstor Nelida, gloria insigne de los
    aqueos! Ea, sube al carro, póngase Macaón junto
    a ti, y dirige presto a las naves los solípedos
    corceles. Pues un médico vale por muchos
    hombres, por su pericia en arrancar flechas y
    aplicar drogas calmantes.

    516. Dijo; y Néstor, caballero gerenio, no dejó de
    obedecerlo. Subió al carro, y tan pronto como
    Macaón, hijo del eximio médico Asclepio, lo
    hubo seguido, picó con el látigo a los caballos y
    éstos volaron de su grado hacia las cóncavas
    naves, pues les gustaba volver a ellas.

    521. Cebríones, que acompañaba a Héctor en el
    carro, notó que los troyanos eran derrotados, y
    le dijo:

    523. -¡Héctor! Mientras nosotros combatimos
    aquí con los dánaos en un extremo de la batalla
    horrísona, los demás troyanos son desbaratados
    y se agitan en confuso tropel hombres y
    caballos. Ayante Telamonio es quien los desordena;
    bien lo conozco por el ancho escudo que
    cubre sus espaldas. Enderecemos a aquel sitio
    los corceles del carro, que allí es más empeñada
    la pelea, mayor la matanza de peones y de
    los que combaten en carros, a inmensa la gritería
    que se levanta.

    531. Habiendo hablado así, azotó con el sonoro
    látigo a los caballos de hermosas crines. Sintieron
    éstos el golpe y arrastraron velozmente por
    entre troyanos y aqueos el veloz carro, pisando
    cadáveres y escudos; el eje tenía la parte inferior
    cubierta de sangre y los barandales estaban
    salpicados de sanguinolentas gotas que los cascos
    de los corceles y las llantas de las ruedas
    despedían. Héctor, deseoso de penetrar y deshacer
    aquel grupo de hombres, promovía gran
    tumulto entre los dánaos, no dejaba la lanza
    quieta, recorría las filas de aquéllos y peleaba
    con la lanza, la espada y grandes piedras; solamente
    evitaba el encuentro con Ayante Telamonio
    [porque Zeus se irritaba contra él cuando
    combatía con un guerrero más valiente].

    544. El padre Zeus, que tiene su trono en las
    alturas, infundió temor en Ayante y éste se
    quedó atónito, se echó a la espalda el escudo
    formado por siete boyunos cueros, paseó su
    mirada por la turba, como una fiera, y retrocedió
    volviéndose con frecuencia y andando a
    paso lento. Como los canes y los pastores del
    campo ahuyentan del boíl a un tostado león, y,
    vigilando toda la noche, no le dejan llegar a los
    pingües bueyes; y el león, ávido de carne, acomete
    furioso y nada consigue, porque caen sobre
    él multitud de venablos arrojados por robustas
    manos y encendidas teas que le dan
    miedo, y, cuando empieza a clarear el día, se
    escapa la fiera con ánimo afligido; así Ayante se
    alejaba entonces de los troyanos, contrariado y
    con el corazón entristecido, porque temía mucho
    por las naves de los aqueos. De la suerte
    que un tardo asno se acerca a un campo, y venciendo
    la resistencia de los niños que rompen
    en sus espaldas muchas varas, penetra en él y
    destroza las crecidas mieses; los muchachos lo
    apalean; pero, como su fuerza es poca, sólo
    consiguen echarlo con trabajo, después que se
    ha hartado de comer; de la misma manera los
    animosos troyanos y sus auxiliares, reunidos en
    gran número, perseguían al gran Ayante, hijo
    de Telamón, y le golpeaban el escudo con las
    lanzas. Ayante unas veces mostraba su impetuoso
    valor, y revolviendo detenía las falanges
    de los troyanos, domadores de caballos; otras,
    tornaba a huir; y, moviéndose con furia entre
    los troyanos y los aqueos, conseguía que los
    enemigos no se encaminasen a las veleras naves.
    Las lanzas que manos audaces despedían
    se clavaban en el gran escudo o caían en el suelo
    delante del héroe, antes de llegar a su blanca
    piel, deseosas de saciarse de su carne.


    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 10 Mar 2021, 04:56

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XI

    Principalía de Agamenón.
    Cont

    575. Cuando Eurípilo, preclaro hijo de Evemón,
    vio que Ayante estaba tan abrumado por los
    copiosos tiros, se colocó a su lado, arrojó la reluciente
    lanza y se la clavó en el hígado, debajo
    del diafragma, a Apisaón Fausíada, pastor de
    hombres, dejándole sin vigor las rodillas. Corrió
    en seguida hacia él y se puso a quitarle la
    armadura. Pero advirtiólo el deiforme Alejandro,
    y disparando el arco contra Eurípilo logró
    herirlo en el muslo derecho: la caña de la saeta
    se rompió, quedó colgando y apesgaba el muslo
    del guerrero. Éste retrocedió al grupo de sus
    amigos, para evitar la muerte, y, dando grandes
    voces, decía a los dánaos:

    587. -¡Oh amigos, capitanes y príncipes de los
    argivos! Deteneos, volved la cara al enemigo, y
    librad del día cruel a Ayante que está abrumado
    por los tiros y no creo que escape con vida
    del horrísono combate. Pero deteneos afrontando
    a los contrarios, y rodead al gran Ayante,
    hijo de Telamón.

    592. Tales fueron las palabras de Eurípilo al sentirse
    herido, y ellos se colocaron junto a él con
    los escudos sobre los hombros y las picas levantadas.
    Ayante, apenas se juntó con sus compañeros,
    detúvose y volvió la cara a los troyanos.

    596. Siguieron, pues, combatiendo con el ardor
    de encendido fuego; y, entre tanto, las yeguas
    de Neleo, cubiertas de sudor, sacaban del combate
    a Néstor y a Macaón, pastor de pueblos.
    Reconoció al último el divino Aquiles, el de los
    pies ligeros, que desde la popa de la ingente
    nave contemplaba la gran derrota y deplorable
    fuga, y en seguida llamó, desde la nave, a Patroclo,
    su compañero: oyólo éste, y, parecido a
    Ares, salió de la tienda. Tal fue el origen de su
    desgracia. El esforzado hijo de Menecio habló
    el primero, diciendo:

    606. -¿Por qué me llamas, Aquiles? ¿Necesitas
    de mí?

    607. Respondió Aquiles, el de los pies ligeros:

    608. -¡Divino Menecíada, carísimo a mi corazón!
    Ahora espero que los aqueos vendrán a suplicarme
    y se postrarán a mis plantas, porque no
    es llevadera la necesidad en que se hallan. Pero
    ve Patroclo, caro a Zeus, y pregunta a Néstor
    quién es el herido que saca del combate. Por la
    espalda tiene gran semejanza con Macaón el
    Asclepíada, pero no le vi el rostro; pues las yeguas,
    deseosas de llegar cuanto antes, pasaron
    rápidamente por mi lado.

    616. Así dijo. Patroclo obedeció al amado compañero
    y se fue corriendo a las tiendas y naves
    aqueas.

    618. Cuando aquéllos hubieron llegado a la
    tienda del Nelida, descendieron del carro al
    almo suelo, y Eurimedonte, servidor del anciano,
    desunció los corceles. Néstor y Macaón dejaron
    secar el sudor que mojaba sus corazas,
    poniéndose al soplo del viento en la orilla del
    mar; y, penetrando luego en la tienda, se sentaron
    en sillas. Entonces les preparó una mixtura
    Hecamede, la de hermosa cabellera, hija del
    magnánimo Arsínoo, que el anciano se había
    llevado de Ténedos cuando Aquiles entró a
    saco en esta ciudad: los aqueos se la adjudicaron
    a Néstor, que a todos superaba en el consejo.
    Hecamede acercó una mesa magnífica, de
    pies de acero, pulimentada; y puso encima una
    fuente de bronce con cebolla, manjar propio
    para la bebida, miel reciente y .sacra harina de
    flor, y una bella copa guarnecida de áureos
    clavos que el anciano se había llevado de su
    palacio y tenía cuatro asas -Dada una entre dos
    palomas de oro- y dos sustentáculos. A otro
    anciano le hubiese sido difícil mover esta copa
    cuando después de llenarla se ponía en la mesa,
    pero Néstor la levantaba sin esfuerzo. En ella la
    mujer, que parecía una diosa, les preparó la
    bebida: echó vino de Pramnio, raspó queso de
    cabra con un rallo de bronce, espolvoreó la
    mezcla con blanca harina y los invitó a beber
    así que tuvo compuesto el potaje. Ambos bebieron,
    y, apagada la abrasadora sed, se entregaron
    al deleite de la conversación cuando Patroclo,
    varón igual a un dios, apareció en la
    puerta. Violo el anciano; y, levantándose del
    vistoso asiento, le asió de la mano, le hizo entrar
    y le rogó que se sentara; pero Patroclo se
    excusó diciendo:

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 10 Mar 2021, 07:14

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XI

    Principalía de Agamenón.
    Cont

    648. -No puedo sentarme, anciano alumno de
    Zeus; no lograrás convencerme. Respetable y
    temible es quien me envía a preguntar a qué
    guerrero trajiste herido; pero ya lo sé, pues estoy
    viendo a Macaón, pastor de hombres. Voy a
    llevar, como mensajero, la noticia a Aquiles.
    Bien sabes tú, anciano alumno de Zeus, lo violento
    que es aquel hombre y cuán pronto culparía
    hasta a un inocente.

    655. Respondióle Néstor, caballero gerenio:

    656. -¿Cómo es que Aquiles se compadece de los
    aqueos que han recibido heridas? ¡No sabe en
    qué aflicción está sumido el ejército! Los más
    fuertes, heridos unos de cerca y otros de lejos,
    yacen en las naves. Con arma arrojadiza fue
    herido el poderoso Tidida Diomedes; con la
    pica, Ulises, famoso por su lanza, y Agamenón;
    a Eurípilo flecháronle en el muslo, y acabo de
    sacar del combate a este otro, herido también
    por una saeta que un arco despidió. Pero Aquiles,
    a pesar de su valentía, ni se cura de los
    dánaos ni se apiada de ellos. ¿Aguarda acaso
    que las veleras naves sean devoradas por el
    fuego enemigo en la orilla del mar, sin que los
    argivos puedan impedirlo, y que unos en pos
    de otros sucumbamos todos? Ya el vigor de mis
    ágiles miembros no es el de antes. ¡Ojalá fuese
    tan joven y mis fuerzas tan robustas como
    cuando en la contienda levantada entre los eleos
    y nosotros por el robo de bueyes, maté a
    Itimoneo, al valiente Hiperóquida, que vivía en
    la Elide, y tomé represalias! Itimoneo defendía
    sus vacas, pero cayó en tierra entre los primeros,
    herido por el dardo que le arrojó mi mano,
    y los demás campesinos huyeron espantados.
    En aquel campo logramos un espléndido botín:
    cincuenta vacadas, otras tantas manadas de
    ovejas, otras tantas piaras de cerdos, otros tantos
    rebaños copiosos de cabras y ciento cincuenta
    yeguas bayas, muchas de ellas con sus
    potros. Aquella misma noche lo llevamos a
    Pilos, ciudad de Neleo, y éste se alegró en su
    corazón de que me correspondiera una gran
    parte, a pesar de ser yo tan joven cuando fui al
    combate. Al alborear, los heraldos pregonaron
    con voz sonora que se presentaran todos aquéllos
    a quienes se les debía algo en la divina Élide,
    y los caudillos pilios repartieron el botín.
    Con muchos de nosotros estaban en deuda los
    epeos, pues, como en Pilos éramos pocos, nos
    ofendían; y en años anteriores había venido el
    fornido Heracles, que nos maltrató y dio muerte
    a los principales ciudadanos. De los doce
    hijos del irreprensible Neleo, tan sólo yo quedé
    con vida; todos los demás perecieron. Engreídos
    los epeos, de broncíneas corazas, por tales
    hechos, nos insultaban y urdían contra nosotros
    inicuas acciones.-El anciano Neleo tomó entonces
    un rebaño de bueyes y otro grande de cabras,
    escogiendo trescientas de éstas con sus
    pastores, por la gran deuda que tenía que cobrar
    en la divina Élide: había enviado cuatro
    corceles, vencedores en anteriores juegos, uncidos
    a un carro, para aspirar al premio de la
    carrera, el cual consistía en un trípode; y Augías,
    rey de hombres, se quedó con ellos y despidió
    al auriga, que se fue triste por lo ocurrido.
    Airado por tales insultos y acciones, el anciano
    escogió muchas cosas y dio lo restante al pueblo,
    encargando que se distribuyera y que nadie
    se viese privado de su respectiva porción.
    Hecho el reparto, ofrecimos en la ciudad sacrificios
    a los dioses.- Tres días después se presentaron
    muchos epeos con carros tirados por solípedos
    caballos y toda la hueste reunida; y entre
    sus guerreros se hallaban ambos Molión, que
    entonces eran niños y no habían mostrado aún
    su impetuoso valor. Hay una ciudad llamada
    Trioesa, en la cima de un monte contiguo al
    Alfeo, en los confines de la arenosa Pilos: los
    epeos quisieron destruirla y la sitiaron. Mas así
    que hubieron atravesado la llanura, Atenea
    descendió presurosa del Olimpo, cual nocturna
    mensajera, para que tomáramos las armas, y no
    halló en Pilos un pueblo indolente, pues todos
    sentíamos vivos deseos de combatir. A mí Neleo
    no me dejaba vestir las armas y me escondió
    los caballos, no teniéndome por suficientemente
    instruido en las cosas de la guerra. Y con
    todo eso, sobresalí, siendo infante, entre los
    nuestros, que combatían en carros; pues fue
    Atenea la que dispuso de esta suerte el combate.
    Hay un río nombrado Minieo, que desemboca
    en el mar cerca de Arene: allí los caudillos
    de los pilios aguardamos que apareciera la divina
    Aurora, y en tanto afluyeron los infantes.
    Reunidos todos y vestida la armadura, marchamos,
    llegando al mediodía a la sagrada corriente
    del Alfeo. Hicimos hermosos sacrificios
    al prepotente Zeus, inmolamos un toro al Alfeo,
    otro a Posidón y una gregal vaca a Atenea,
    la de ojos de lechuza; cenamos sin romper las
    filas, y dormimos, con la armadura puesta, a
    orillas del río. Los magnánimos epeos estrechaban
    el cerco de la ciudad, deseosos de destruirla;
    pero antes de lograrlo se les presentó una
    gran acción de Ares. Cuando el resplandeciente
    sol apareció en lo alto, trabamos la batalla, después
    de orar a Zeus y a Atenea. Y en la lucha de
    los pilios con los epeos, fui el primero que mató
    a un hombre, al belicoso Mulio, cuyos solípedos
    corceles me llevé. Era éste yerno de Augías,
    por estar casado con la rubia Agamede, la hija
    mayor, que conocía cuantas drogas produce la
    vasta tierra. Y, acercándome a él, le envasé la
    broncínea lanza, lo derribé en el polvo, salté a
    su carro y me coloqué entre los combatientes
    delanteros. Los magnánimos epeos huyeron en
    desorden, aterrorizados de ver en el suelo al
    hombre que mandaba a los que combatían en
    carros y tan fuerte era en la batalla. Lancéme a
    ellos cual obscuro torbellino; tomé cincuenta
    carros, venciendo con mi lanza y haciendo
    morder la tierra a los dos guerreros que en cada
    uno venían; y hubiera matado a entrambos Molión
    Actorión, si su padre, el poderoso Posidón,
    que conmueve la tierra, no los hubiese salvado,
    envolviéndolos en espesa niebla y sacándolos
    del combate. Entonces Zeus concedió a los pilios
    una gran victoria. Perseguimos a los eleos
    por la espaciosa llanura, matando hombres y
    recogiendo magníficas armas, hasta que nuestros
    corceles nos llevaron a Buprasio, fértil en
    trigo, la roca Olenia y Alesio, al sitio llamado la
    colina, donde Atenea hizo que el ejército se volviera.
    Allí dejé tendido al último hombre que
    maté. Cuando desde Buprasio dirigieron los
    aqueos los rápidos corceles a Pilos, todos daban
    gracias a Zeus entre los dioses y a Néstor entre
    los hombres. Tal era yo entre los guerreros, si
    todo no ha sido un sueño.- Pero del valor de
    Aquiles sólo se aprovechará él mismo, y creo
    que ha de ser grandísimo su llanto cuando el
    ejército perezca. ¡Oh amigo! Menecio le hizo un
    encargo el día en que lo envió desde Ftía a
    Agamenón, estábamos dentro del palacio yo y
    el divino Ulises y oímos cuanto aquél le encargó.
    Nosotros, que entonces reclutábamos
    tropas en la fértil Acaya, habíamos llegado a la
    bien habitada casa de Peleo, donde encontramos
    al héroe Menecio, a ti y a Aquiles. Peleo, el
    anciano jinete, quemaba dentro del patio pingües
    muslos de buey en honor de Zeus, que se
    complace en lanzar rayos; y con una copa de
    oro vertía el negro vino en la ardiente llama del
    sacrificio, mientras vosotros preparabais carnes
    de buey. Nos detuvimos en el vestíbulo; Aquiles
    se levantó sorprendido, y cogiéndonos de la
    mano nos introdujo, nos hizo sentar y nos ofreció
    presentes de hospitalidad, como se acostumbra
    hacer con los forasteros. Satisficimos de
    bebida y de comida el apetito, y empecé a exhortaros
    para que os vinierais con nosotros;
    ambos lo anhelabais y vuestros padres os daban
    muchos consejos. El anciano Peleo recomendaba
    a su hijo Aquiles que descollara
    siempre y sobresaliera entre los demás, y a su
    vez Menecio, hijo de Áctor, lo aconsejaba así:
    «¡Hijo mío! Aquiles te aventaja por su abolengo,
    pero tú le superas en edad; aquél es mucho
    más fuerte, pero hazle prudentes advertencias,
    amonéstalo e instrúyelo y te obedecerá para su
    propio bien.» Así lo aconsejaba el anciano, y tú
    lo olvidas. Pero aún podrías recordárselo al
    aguerrido Aquiles y quizás lograras persuadirlo.
    ¿Quién sabe si con la ayuda de algún dios
    conmoverías su corazón? Gran fuerza tiene la
    exhortación de un amigo. Y si se abstiene de
    combatir por algún vaticinio que su madre,
    enterada por Zeus, le ha revelado, que a lo menos
    te envíe a ti con los demás mirmidones, por
    si llegas a ser la aurora de salvación de los
    dánaos, y te permita llevar en el combate su
    magnífica armadura para que los troyanos te
    confundan con él y cesen de pelear, los belicosos
    aqueos que tan abatidos están se reanimen,
    y la batalla tenga su tregua, aunque sea por
    breve tiempo. Vosotros, que no os halláis extenuados
    de fatiga, rechazaríais fácilmente de las
    naves y tiendas hacia la ciudad a esos hombres
    que de pelear están cansados.


    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 10 Mar 2021, 07:40

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XI

    Principalía de Agamenón.
    Cont

    804. Así dijo, y conmovióle el corazón dentro
    del pecho. Patroclo fuese corriendo por entre
    las naves para volver a la tienda de Aquiles
    Eácida. Mas cuando, corriendo, llegó a los bajeles
    del divino Ulises -allí se celebraba el ágora y
    se administraba justicia ante los altares erigidos
    a los dioses- regresaba del combate, cojeando,
    Eurípilo Evemónida, del linaje de Zeus, que
    había recibido un flechazo en el muslo: abundante
    sudor corría por su cabeza y sus hombros,
    y la negra sangre brotaba de la grave
    herida, pero su inteligencia permanecía firme.
    Violo el esforzado hijo de Menecio, se compadeció
    de él y, suspirando, dijo estas aladas palabras:

    816. -¡Ah infelices caudillos y príncipes de los
    dánaos! ¡Así debíais en Troya, lejos de los amigos
    y de la patria tierra, saciar con vuestra
    blanca grasa a los ágiles perros! Pero dime, héroe
    Eurípilo, alumno de Zeus: ¿Podrán los
    aqueos sostener el ataque del ingente Héctor, o
    perecerán vencidos por su lanza?

    822. Respondióle Eurípilo herido:

    823. -¡Patroclo, del linaje de Zeus! Ya no habrá
    defensa para los aqueos que corren a refugiarse
    en las negras naves. Cuantos fueron hasta aquí
    los más valientes yacen en sus bajeles, heridos
    unos de cerca y otros de lejos por mano de los
    troyanos, cuya fuerza va en aumento. Pero
    sálvame llevándome a la negra nave, arráncame
    la flecha del muslo, lava con agua tibia la
    negra sangre que fluye de la herida y ponme en
    ella drogas calmantes y salutíferas que, según
    dicen, te dio a conocer Aquiles, instruido por
    Quirón, el más justo de los centauros. Pues de
    los dos médicos, Podalirio y Macaón, el uno
    creo que está herido en su tienda, y a su vez
    necesita de un buen médico, y el otro sostiene
    vivo combate en la llanura troyana.

    837. Contestó el esforzado hijo de Menecio:

    838. -¿Cómo acabará esto? ¿Qué haremos, héroe
    Eurípilo? Iba a decir al aguerrido Aquiles lo
    que Néstor gerenio, protector de los aqueos, me
    encargó; pero no te dejaré así, abrumado por el
    dolor.

    842. Dijo; y, cogiendo al pastor de hombres por
    el pecho, llevólo a la tienda. El escudero, al verlos
    venir, extendió en el suelo pieles de buey.
    Patroclo recostó en ellas a Eurípilo y sacó del
    muslo, con la daga, la aguda y acerba flecha; y,
    después de lavar con agua tibia la negra sangre,
    espolvoreó la herida con una raíz amarga y
    calmante que previamente había desmenuzado
    con la mano. La raíz le calmó todos los dolores,
    secóse la herida y la sangre dejó de correr.

    FIN DEL CANTO XI.


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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 13 Mar 2021, 02:21

    Te admiro, querido Pascual.
    Tu trabajo es inmenso y viajar por la Grecia clásica es todo un placer.
    Gracias por ponernos tan cerca de "Homero". Es un lujo.


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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 14 Mar 2021, 02:42

    Y digo; ¡presente!

    Sigo con las lecturas.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 17 Mar 2021, 06:33

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XII (*)

    Combate en la muralla

    (*)
    Los troyanos asaltan con éxito la muralla y el
    foso del campamento aqueo. Héctor, con una
    gran piedra, derriba la puerta de entrada al
    campamento y abre una vía de acceso a sus
    tropas.



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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 17 Mar 2021, 06:38

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XII

    Combate en la muralla


    1. En tanto que el fuerte hijo de Menecio curaba,
    dentro de la tienda, a Eurípilo herido, acometíanse
    confusamente argivos y troyanos. Ya no
    había de contener a éstos ni el foso ni el ancho
    muro que al borde del mismo construyeron los
    dánaos, sin ofrecer a los dioses hecatombes
    perfectas, para que los defendiera a ellos y las
    veleras naves y el mucho botín que dentro se
    guardaba. Levantado el muro contra la voluntad
    de los inmortales dioses, no debía subsistir
    largo tiempo. Mientras vivió Héctor, estuvo
    Aquiles irritado y la ciudad del rey Príamo no
    fue expugnada, la gran muralla de los aqueos
    se mantuvo firme. Pero, cuando hubieron
    muerto los más valientes troyanos, de los argivos
    unos perecierón y otros se salvaron, la ciudad
    de Príamo fue destruida en el décimo año,
    y los argivos se embarcaron para regresar a su
    patria; Posidón y Apolo decidieron arruinar el
    muro con la fuerza de los ríos que corren de los
    montes ideos al mar: el Reso, el Heptáporo, el
    Careso, el Rodio, el Gránico, el Esepo, el divino
    Escamandro y el Simoente, en cuya ribera cayeron
    al polvo muchos cascos, escudos de boyuno
    cuero y la generación de los hombres semidioses.-
    Febo Apolo desvió el curso de todos estos
    ríos y dirigió sus corrientes a la muralla por
    espacio de nueve días, y Zeus no cesó de llover
    para que más presto se sumergiese en el mar.
    Iba al frente de aquéllos el mismo Posidón, que
    bate la tierra, con el tridente en la mano, y tiró a
    las olas todos los cimientos de troncos y piedras
    que con tanta fatiga echaron los aqueos, arrasó
    la orilla del Helesponto, de rápida corriente,
    enarenó la gran playa en que estuvo el destruido
    muro y volvió los ríos a los cauces por donde
    discurrían sus cristalinas aguas.

    34. De tal modo Posidón y Apolo debían proceder
    más tarde. Entonces ardía el clamoroso
    combate al pie del bien labrado muro, y las
    vigas de las torres resonaban al chocar de los
    dardos. Los argivos, vencidos por el azote de
    Zeus, encerrábanse en el cerco de las cóncavas
    naves por miedo a Héctor, cuya valentía les
    causaba la derrota, y éste seguía peleando y
    parecía un torbellino. Como un jabalí o un león
    se revuelve, orgulloso de su fuerza, entre perros
    y cazadores que agrupados le tiran muchos
    venablos -la fiera no siente en su ánimo
    audaz ni temor ni espanto, y su propio valor la
    mata- y va de un lado a otro, probando las hileras
    de los hombres, y se apartan aquéllos hacia
    los que se dirige, de igual modo agitábase
    Héctor entre la turba y exhortaba a sus compañeros
    a pasar el foso. Los corceles, de pies ligeros,
    no se atrevían a hacerlo, y parados en el
    borde relinchaban, porque el ancho foso les
    daba horror. No era fácil, en efecto, salvarlo ni
    atravesarlo, pues tenía escarpados precipicios a
    uno y otro lado, y en su parte alta grandes y
    puntiagudas estacas, que los aqueos clavaron
    espesas para defenderse de los enemigos. Un
    caballo tirando de un carro de hermosas ruedas
    difícilmente hubiera entrado en el foso, y los
    peones meditaban si podrían realizarlo. Entonces
    llegóse Polidamante al audaz Héctor, y dijo:


    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 17 Mar 2021, 06:46

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XII

    Combate en la muralla.
    Cont.

    61. -¡Héctor y demás caudillos de los troyanos y
    sus auxiliares! Dirigimos imprudentemente los
    veloces caballos al foso, y éste es muy difícil de
    pasar, porque está erizado de agudas estacas y
    a lo largo de él se levanta el muro de los aqueos.
    Allí no podríamos apearnos del carro ni
    combatir, pues se trata de un sitio estrecho
    donde temo que pronto seríamos heridos. Si
    Zeus altitonante, meditando males contra los
    aqueos, quiere destruirlos completamente para
    favorecer a los troyanos, deseo que lo realice
    cuanto antes y que aquéllos perezcan sin gloria
    en esta tierra, lejos de Argos. Pero si los aqueos
    se volviesen, y viniendo de las naves nos obligaran
    a repasar el profundo foso, me figuro que
    ni un mensajero podría retornar a la ciudad
    huyendo de los aqueos que nuevamente entraran
    en combate. Ea, procedamos todos como
    voy a decir. Los escuderos tengan los caballos
    en la orilla del foso y nosotros sigamos a Héctor
    a pie, con armas y todos reunidos; pues los
    aqueos no resistirán el ataque si sobre ellos
    pende la ruina.

    80. Así dijo Polidamante, y su prudente consejo
    plugo a Héctor, el cual, en seguida y sin dejar
    las armas, saltó del carro a tierra. Los demás
    troyanos tampoco permanecieron en sus carros;
    pues así que vieron que el divino Héctor lo dejaba,
    apeáronse todos, mandaron a los aurigas
    que pusieran los caballos en línea junto al foso,
    y, habiéndose ordenado en cinco grupos, emprendieron
    la marcha con los respectivos jefes.

    88. Iban con Héctor y Polidamante los más y
    mejores, que anhelaban romper el muro y pelear
    cerca de las cóncavas naves; su tercer jefe era
    Cebríones, porque Héctor había dejado a otro
    auriga inferior para cuidar del carro. De otro
    grupo eran caudillos Paris, Alcátoo y Agenor.
    El tercero lo mandaban Héleno y el deiforme
    Deífobo, hijos de Príamo, y el héroe Asio Hirtácida,
    que había venido de Arisbe, de las orillas
    del río Seleente, en un carro tirado por altos y
    fogosos corceles. El cuarto lo regía Eneas, valiente
    hijo de Anquises, y con él Arquéloco y
    Acamante, hijos de Anténor, diestros en toda
    suerte de combates. Por último, Sarpedón se
    puso al frente de los ilustres aliados, eligiendo
    por compañeros a Glauco y al belicoso Asteropeo,
    a quienes tenía por los más valientes después
    de sí mismo, pues él descollaba entre todos.
    Tan pronto como hubieron embrazado los
    fuertes escudos y cerrado las filas, marcharon
    animosos contra los dánaos; y esperaban que
    éstos, en vez de oponerles resistencia, se refugiarían
    en las negras naves.

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 17 Mar 2021, 07:07

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XII

    Combate en la muralla.
    Cont.

    108. Todos los troyanos y sus auxiliares venidos
    de lejas tierras siguieron el consejo del eximio
    Polidamante, menos Asio Hirtácida, príncipe
    de hombres, que, negándose a dejar el carro y
    al auriga, se acercó con ellos a las veleras naves.
    ¡Insensato! No había de librarse de las funestas
    parcas, ni volver, ufano de sus corceles y de su
    carro, de las naves a la ventosa Ilio; porque su
    hado infausto lo hizo morir atravesado por la
    lanza del ilustre Idomeneo Deucálida. Fuese,
    pues, hacia la izquierda de las naves, al sitio
    por donde los aqueos solían volver de la llanura
    con los caballos y carros; hacia aquel lugar
    dirigió los corceles, y no halló las puertas cerradas
    y aseguradas con el gran cerrojo, porque
    unos hombres las tenían abiertas, con el fin de
    salvar a los compañeros que, huyendo del
    combate, llegaran a las naves. A aquel paraje
    enderezó los caballos, y los demás lo siguieron
    dando agudos gritos, porque esperaban que los
    aqueos, en vez de oponer resistencia, se refugiarían
    en las negras naves. ¡Insensatos! En las
    puertas encontraron a dos valentísimos guerreros,
    hijos gallardos de los belicosos lapitas: el
    esforzado Polipetes, hijo de Pirítoo, y Leonteo,
    igual a Ares, funesto a los mortales. Ambos
    estaban delante de las altas puertas, como en el
    monte unas encinas de elevada copa, fijas al
    suelo por raíces gruesas y extensas, desafían
    constantemente el viento y la lluvia; de igual
    manera aquéllos, confiando en sus manos y en
    su valor, aguardaron la llegada del gran Asio y
    no huyeron. Los troyanos se encaminaron con
    gran alboroto al bien construido muro, levantando
    los escudos de secas pieles de buey,
    mandados por el rey Asio, Yámeno, Orestes,
    Adamante Asíada, Toón y Enómao. Polipetes y
    Leonteo hallábanse dentro e instigaban a los
    aqueos, de hermosas grebas, a pelear por las
    naves; mas, así que vieron a los tróyanos atacando
    la muralla y a los dánaos en clamorosa
    fuga, salieron presurosos a combatir delante de
    las puertas, semejantes a montaraces jabalíes
    que en el monte son terrero de la acometida de
    hombres y canes, y en curva carrera tronchan y
    arrancan de raíz las plantas de la selva, dejando
    oír el crujido de sus dientes, hasta que los hombres,
    tirándoles venablos, les quitan la vida; de
    parecido modo resonaba el luciente bronce en
    el pecho de los héroes a los golpes que recibían,
    pues peleaban con gran denuedo, confiando en
    los guerreros de encima de la muralla y en su
    propio valor. Desde las torres bien construidas
    los aqueos tiraban para defenderse a sí mismos,
    las tiendas y las naves de ligero andar. Como
    caen al suelo los copos de nieve que impetuoso
    viento, agitando las pardas nubes, derrama en
    abundancia sobre la fértil tierra, así llovían los
    dardos que arrojaban aqueos y troyanos, y los
    cascos y abollonados escudos sonaban secamente
    al chocar con ellos las ingentes piedras.
    Entonces Asio Hirtácida, dando un gemido y
    golpeándose el muslo, exclamó indignado:

    Cont.


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    HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica. - Página 6 Empty Re: HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica.

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 18 Mar 2021, 01:02

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XII

    Combate en la muralla.
    Cont.

    164. -¡Padre Zeus! Muy falaz te has vuelto, pues
    yo no esperaba que los héroes aqueos opusieran
    resistencia a nuestro valor a invictas manos.
    Como las abejas o las flexibles avispas que han
    anidado en fragoso camino y no abandonan su
    hueca morada al acercarse los cazadores, sino
    que luchan por los hijuelos, así aquéllos, con ser
    dos solamente, no quieren retirarse de las puertas
    mientras no perezcan, o la libertad no pierdan.

    173. Así dijo; pero sus palabras no cambiaron la
    mente de Zeus, que deseaba conceder tal gloria
    a Héctor.

    175. Otros peleaban delante de otras puertas, y
    me sería difícil, no siendo un dios, contarlo todo.
    Por doquiera ardía el combate al pie del
    lapídeo muro; los argivos, aunque llenos de
    angustia, veíanse obligados a defender las naves;
    y estaban apesarados todos los dioses que
    en la guerra protegían a los dánaos. Entonces
    fue cuando los lapitas empezaron el combate y
    la refriega.

    182. El fuerte Polipetes, hijo de Pintoo, hirió a
    Dámaso con la lanza por el casco de broncíneas
    carrilleras: el casco de bronce no detuvo a aquélla
    cuya punta, de bronce también, rompió el
    hueso; conmovióse el cerebro y el guerrero sucumbió
    mientras combatía con denuedo. Aquél
    mató luego a Pilón y al hermano. Leonteo, hijo de
    Antímaco y vástago de Ares, arrojó un dardo a
    Hipómaco y se lo clavó junto al ceñidor; luego
    desenvainó la aguda espada, y, acometiendo
    por en medio de la muchedumbre a Antífates,
    lo hirió y lo tiró de espaldas; y después derribó
    sucesivamente a Menón, Yámeno y Orestes,
    que fueron cayendo al almo suelo.

    195. Mientras ambos héroes quitaban a los
    muertos las lucientes armas, adelantaron la
    marcha con Polidamante y Héctor los más y
    más valientes de los jóvenes, que sentían un
    vivo deseo de romper el muro y pegar fuego a
    las naves. Pero detuviéronse indecisos en la
    orilla del foso, cuando ya se disponían a atravesarlo,
    por haber aparecido encima de ellos, y
    dejando el pueblo, a la izquierda, un ave agorera:
    un águila de alto vuelo, llevando en las garras
    un enorme dragón sangriento, vivo, que se
    estremecía y no se había olvidado de la lucha,
    pues encorvándose hacia atrás hirióla en el pecho,
    cerca del cuello. El águila, penetrada de
    dolor, dejó caer el dragón en medio de la turba;
    y, chillando, voló con la rapidez del viento. Los
    troyanos estremeciéronse al ver en medio de
    ellos la manchada sierpe, prodigio de Zeus, que
    lleva la égida. Entonces acercóse Polidamante
    al audaz Héctor, y le dijo:

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 18 Mar 2021, 01:07

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XII

    Combate en la muralla.
    Cont.

    211. -¡Héctor! Siempre me increpas en las juntas,
    aunque lo que proponga sea bueno; mas no es
    decoroso que un ciudadano hable en las reuniones
    o en la guerra contra lo debido, sólo
    para acrecentar tu poder. También ahora he de
    manifestar lo que considero conveniente. No
    vayamos a combatir con los dánaos cerca de las
    naves. Creo que nos ocurrirá lo que diré, si vino
    realmente para los troyanos, cuando deseaban
    atravesar el foso, esta ave agorera: un águila de
    alto vuelo, que dejaba el pueblo a la izquierda y
    llevaba en las garras un enorme dragón sangriento
    y vivo, y lo hubo de soltar presto antes
    de llegar al nido y darlo a sus polluelos. De
    semejante modo, si con gran ímpetu rompemos
    ahora las puertas y el muro, y los aqueos retroceden,
    luego no nos será posible volver de las
    naves en buen orden por el mismo camino; y
    dejaremos a muchos troyanos tendidos en el
    suelo, a los cuales los aqueos, combatiendo en
    defensa de sus naves, habrán muerto con las
    broncíneas armas. Así lo interpretaría un augur
    que, por ser muy entendido en prodigios, mereciera
    la confianza del pueblo.

    230. Encarándole la torva vista, respondió
    Héctor, el de tremolante casco:

    231. -¡Polidamante! No me place lo que propones
    y podías haber pensado algo mejor. Si realmente
    hablas con seriedad, los mismos dioses
    te han hecho perder el juicio; pues me aconsejas
    que, olvidando las promesas que Zeus tonante
    me hizo y ratificó luego, obedezca a las aves
    aliabiertas, de las cuales no me cuido ni en ellas
    paro mientes, sea que vayan hacia la derecha
    por donde aparecen la aurora y el sol, sea que
    se dirijan a la izquierda, al tenebroso ocaso.
    Confiemos en las promesas del gran Zeus, que
    reina sobre todos, mortales a inmortales. El
    mejor agüero es éste: combatir por la patria.
    ¿Por qué te dan miedo el combate y la pelea?
    Aunque los demás fuéramos muertos en las
    naves argivas, no debieras temer por tu vida;
    pues ni tu corazón es belicoso, ni te permite
    aguardar a los enemigos. Y si dejas de luchar, o
    con tus palabras logras que otro se abstenga,
    pronto perderás la vida, herido por mi lanza.

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 18 Mar 2021, 01:15

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XII

    Combate en la muralla.
    Cont.

    251. Así, habiendo hablado, echó a andar. Siguiéronlo
    todos con fuerte gritería, y Zeus, que
    se complace en lanzar rayos, enviando desde
    los montes ideos un viento borrascoso, levantó
    gran polvareda en las naves, abatió el ánimo de
    los aqueos, y dio gloria a los troyanos y a
    Héctor, que, fiados en las prodigiosas señales
    del dios y en su propio valor, intentaban romper
    la gran muralla aquea. Arrancaban las almenas
    de las torres, demolían los parapetos y
    derribaban los zócalos salientes que los aqueos
    habían hecho estribar en el suelo para que sostuvieran
    las torres. También tiraban de éstas,
    con la esperanza de romper el muro de los
    aqueos. Mas los dánaos no les dejaban libre el
    camino, y, protegiendo los parapetos con boyunas
    pieles, herían desde allí a los enemigos
    que al pie de la muralla se encontraban.

    265. Los dos Ayantes recorrían las torres, animando
    a los aqueos y excitando su valor; a todas
    partes iban, y a uno le hablaban con suaves
    palabras y a otro le reñían con duras frases
    porque flojeaba en el combate:

    271. -¡Oh amigos, ya entre los argivos seáis los
    preeminentes, los mediocres o los peores, pues
    no todos los hombres son iguales en la guerra!
    Ahora el trabajo es común a todos y vosotros
    mismos lo conocéis. Nadie se vuelva atrás,
    hacia los bajeles, por oír las amenazas de un
    troyano; id adelante y animaos mutuamente,
    por si Zeus olímpico, fulminador, nos permite
    rechazar el ataque y perseguir a los enemigos
    hasta la ciudad.

    277. Dando tales voces animaban a los aqueos
    para que combatieran. Cuan espesos caen los
    copos de nieve cuando en un día de invierno
    Zeus decide nevar, mostrando sus armas a los
    hombres, y, adormeciendo los vientos, nieva incesantemente
    hasta que cubre las cimas y los
    riscos de los montes más altos, las praderas
    cubiertas de loto y los fértiles campos cultivados
    por el hombre, y la nieve se extiende por
    los puertos y playas del espumoso mar, y únicamente
    la detienen las olas, pues todo lo restante
    queda cubierto cuando arrecia la nevada
    de Zeus, así, tan espesas, volaban las piedras
    por ambos lados, las unas hacia los troyanos y
    las otras de éstos a los aqueos, y el estrépito se
    elevaba sobre todo el muro.

    290. Mas los troyanos y el esclarecido Héctor no
    habrían roto aún las puertas de la muralla y el
    gran cerrojo, si el próvido Zeus no hubiese incitado
    a su hijo Sarpedón contra los argivos, como
    a un león contra bueyes de retorcidos cuernos.
    Sarpedón levantó en seguida el escudo
    liso, hermoso, protegido por planchas de bronce,
    obra de un broncista que sujetó muchas pieles
    de buey con varitas de oro prolongadas por
    ambos lados hasta el borde circular; alzando,
    pues, la rodela y blandiendo un par de lanzas,
    se puso en marcha como el montaraz león que
    en mucho tiempo no ha probado la carne y su
    ánimo audaz le impele a acometer un rebaño
    de ovejas yendo a la alquería sólidamente construida;
    y, aunque en ella encuentre pastores
    que, armados con venablos y provistos de perros,
    guardan las ovejas, no quiere que lo echen
    del establo sin intentar el ataque, hasta que,
    saltando dentro, o consigue hacer presa o es
    herido por un venablo que ágil mano le arroja;
    del mismo modo, el deiforme Sarpedón se sentía
    impulsado por su ánimo a asaltar el muro y
    destruir los parapetos. Y en seguida dijo a
    Glauco, hijo de Hipóloco:

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 18 Mar 2021, 01:22

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XII

    Combate en la muralla.
    Cont.

    310. -¡Glauco! ¿Por qué a nosotros nos honran
    en la Licia con asientos preferentes, manjares y
    copas de vino, y todos nos miran como a dioses,
    y poseemos campos grandes y magníficos a
    orillas del Janto, con viñas y tierras de pan llevar?
    Preciso es que ahora nos sostengamos entre
    los más avanzados y nos lancemos a la ardiente
    pelea, para que diga alguno de los licios,
    armados de fuertes corazas: «No sin gloria imperan
    nuestros reyes en la Licia; y si comen
    pingües ovejas y beben exquisito vino, dulce
    como la miel, también son esforzados, pues
    combaten al frente de los licios». ¡Oh amigo!
    Ojalá que, huyendo de esta batalla, nos libráramos
    para siempre de la vejez y de la muerte,
    pues ni yo me batiría en primera fila, ni te llevaría
    a la lid, donde los varones adquieren gloria;
    pero, como son muchas las clases de muerte
    que penden sobre los mortales, sin que éstos
    puedan huir de ellas ni evitarlas, vayamos y
    daremos gloria a alguien, o alguien nos la dará
    a nosotros.

    329. Así dijo; y Glauco ni retrocedió ni fue desobediente.
    Ambos fueron adelante en línea recta,
    siguiéndoles la numerosa hueste de los
    licios. Estremecióse al advertirlo Menesteo, hijo
    de Péteo, pues se encaminaban hacia su torre,
    llevando consigo la ruina. Ojeó la cohorte de los
    aqueos, por si divisaba a algún jefe que librara
    del peligro a los compañeros, y distinguió a
    entrambos Ayantes, incansables en el combate,
    y a Teucro, recién salido de la tienda, que se
    hallaban cerca. Pero no podía hacerse oír por
    más que gritara, porque era tanto el estrépito,
    que el ruido de los escudos al parar los golpes,
    el de los cascos guarnecidos con crines de caballo,
    y el de las puertas, llegaba al cielo; todas las
    puertas se hallaban cerradas, y los troyanos,
    detenidos por las mismas, intentaban penetrar
    rompiéndolas a viva fuerza. Y Menesteo decidió
    enviar a Tootes, el heraldo, para que llamase
    a Ayante:

    343. -Ve, divino Tootes, y llama corriendo a
    Ayante, o mejor a los dos; esto sería preferible,
    pues pronto habrá aquí gran estrago. ¡Tal carga
    dan los caudillos licios, que siempre han sido
    sumamente impetuosos en las encarnizadas
    peleas! Y si también allí se ha promovido recio
    combate, venga por lo menos el esforzado
    Ayante Telamonio y sígalo Teucro, excelente
    arquero.

    351. Así dijo; y el heraldo oyólo y no desobedeció.
    Fuese corriendo a lo largo del muro de los
    aqueos, de broncíneas corazas, se detuvo cerca
    de los Ayantes, y les habló en estos términos:

    354.-.-¡Ayantes, jefes de los argivos, de broncíneas
    corazas! El caro hijo de Péteo, alumno de
    Zeus, os ruega que vayáis a tener parte en la
    refriega, aunque sea por breve tiempo. Que
    fuerais los dos, sería preferible; pues pronto
    habrá allí gran estrago. ¡Tal carga dan los caudillos
    licios, que siempre han sido sumamente
    impetuosos en las encarnizadas peleas! Y si
    también aquí se ha promovido recio combate,
    vaya por lo menos el esforzado Ayante Telamonio
    y sígalo Teucro, excelente arquero.

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 18 Mar 2021, 01:29

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XII

    Combate en la muralla.
    Cont.

    364. Así habló; y el gran Ayante Telamonio no
    fue desobediente. En el acto dijo al Oilíada estas
    aladas palabras:

    366. -¡Ayante! Vosotros, tú y el fuerte Licomedes,
    seguid aquí y alentad a los dánaos para
    que peleen con denuedo. Yo voy allá, combatiré
    con aquéllos, y volveré tan pronto como los
    haya socorrido.

    370. Así habiendo hablado, Ayante Telamonio
    partió y con él fueron Teucro, su hermano de
    padre, y Pandión, que llevaba el corvo arco de
    Teucro. Llegaron a la torre del magnánimo Menesteo,
    y, penetrando en el muro, se unieron a
    los defensores que ya se veían acosados; pues
    los caudillos y esforzados príncipes de los licios
    asaltaban los parapetos como un obscuro torbellino.
    Trabaron el combate y se produjo gran
    vocerío.

    378. Fue Ayante Telamonio el primero que mató
    a un hombre, al magnánimo Epicles, compañero
    de Sarpedón, arrojándole una piedra grande
    y áspera que había dentro del muro, en la parte
    más alta, cerca del parapeto. Difícilmente habría
    podido sospesarla con ambas manos uno de
    los actuales jóvenes, y aquél la levantó y, tirándola
    desde lo alto a Epicles, rompióle el casco
    de cuatro abolladuras y aplastóle los huesos de
    la cabeza; el troyano cayó de la elevada torre
    como salta un buzo, y el alma separóse de los
    miembros. Teucro, desde lo alto de la muralla,
    disparó una flecha a Glauco, esforzado hijo de
    Hipóloco, que valeroso acometía; y, dirigiéndola
    adonde vio que el brazo aparecía desnudo,
    lo puso fuera de combate. Saltó Glauco y se
    alejó del muro, ocultándose para que ningún
    aqueo, al advertir que estaba herido, profiriera
    jactanciosas palabras. Apesadumbróse Sarpedón
    al notarlo; mas no por esto se olvidó de
    la pelea, pues, habiendo alcanzado a Alcmaón
    Testórida, le envasó la lanza, que al punto volvió
    a sacar: el guerrero, siguiendo la lanza, dio
    de cara en el suelo, y las broncíneas labradas
    armas resonaron. Después, cogiendo con sus
    robustas manos un parapeto, tiró del mismo y
    lo arrancó entero; quedó el muro desguarnecido
    en su parte superior y con ello se abrió camino
    para muchos.

    400. Pero en el mismo instante acertáronle a
    Sarpedón Ayante y Teucro: éste atravesó con
    una flecha el lustroso correón del gran escudo,
    cerca del pecho; mas Zeus apartó de su hijo las
    parcas, para que no sucumbiera junto a las naves;
    Ayante, arremetiendo, dio un bote de lanza
    en el escudo: la punta no lo atravesó, pero hizo
    vacilar al héroe cuando se disponía para el ataque.
    Sarpedón se apartó un poco del parapeto,
    pero no se retiró del todo, porque en su ánimo
    deseaba alcanzar gloria. Y volviéndose a los
    licios, iguales a los dioses, los exhortó diciendo:

    409. -¡Oh licios! ¿Por qué se afloja tanto vuestro
    impetuoso valor? Difícil es que yo solo, aunque
    haya roto la muralla y sea valiente, pueda abrir
    camino hasta las naves. Ayudadme todos, pues
    la obra de muchos siempre resulta mejor.

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 20 Mar 2021, 04:42

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XII

    Combate en la muralla.
    Cont.

    413. Así habló. Los licios, temiendo la reconvención
    del rey, junto con éste y con mayores bríos
    que antes, cargaron a los argivos; quienes, a su
    vez, cerraron las filas de las falanges dentro del
    muro, porque era grande la acción que se les
    presentaba. Y ni los bravos licios, a pesar de
    haber roto el muro de los dánaos, lograban
    abrirse paso hasta las naves; ni los belicosos
    dánaos podían rechazar de la muralla a los licios
    desde que a la misma se habían acercado.
    Como dos hombres altercan, con la medida en
    la mano, sobre los lindes de campos contiguos
    y se disputan un pequeño espacio, así, licios y
    dánaos estaban separados por los parapetos, y
    por cima de los mismos hacían chocar delante
    de los pechos las rodelas de boyuno cuero y los
    ligeros broqueles. Ya muchos combatientes
    habían sido heridos con el cruel bronce, unos
    en la espalda, que al volverse dejaron indefensa,
    otros por entre el mismo escudo. Por doquiera
    torres y parapetos estaban regados con
    sangre de troyanos y aqueos. Mas ni aun así los
    troyanos podían hacer volver la espalda a los
    aqueos. Como una honrada obrera coge un
    peso y lana y los pone en los platillos de una
    balanza, equilibrándolos hasta que quedan
    iguales, para llevar a sus hijos el miserable salario,
    así el combate y la pelea andaban iguales
    para unos y otros, hasta que Zeus quiso dar
    excelsa gloria a Héctor Priámida, el primero
    que asaltó el muro aqueo. El héroe, con pujante
    voz, gritó a los troyanos:

    440. -¡Acometed, troyanos domadores de caballos!
    Romped el muro de los argivos y arrojad a
    las naves el fuego abrasador.

    442. Así dijo para excitarlos. Escucháronlo todos;
    y reunidos fuéronse derechos al muro,
    subieron y pasaron por encima de las almenas,
    llevando siempre en las manos las afiladas lanzas.

    445. Héctor cogió entonces una piedra de ancha
    base y aguda punta que había delante de la
    puerta: dos de los más forzudos hombres del
    pueblo, tales como son hoy, con dificultad
    hubieran podido cargarla en un carro; pero
    aquél la manejaba fácilmente porque el hijo del
    artero Crono la volvió liviana. Bien así como el
    pastor lleva en una mano el vellón de un carnero,
    sin que el peso lo fatigue, Héctor, alzando la
    piedra, la conducía hacia las tablas que fuertemente
    unidas formaban las dos hojas de la alta
    puerta y estaban aseguradas por dos cerrojos
    puestos en dirección contraria, que abría y cerraba
    una sola llave. Héctor se detuvo delante
    de la puerta, separó los pies, y, estribando en el
    suelo para que el golpe no fuese débil, arrojó la
    piedra al centro de aquélla: rompiéronse ambos
    quiciales, cayó la piedra dentro por su propio
    peso, recrujieron las tablas, y, como los cerrojos
    no ofrecieron bastante resistencia, desuniéronse
    las hojas y cada una fue por su lado, al impulso
    de la piedra. El esclarecido Héctor, que por su
    aspecto a la rápida noche semejaba, saltó al
    interior: el bronce relucía de un modo terrible
    en torno de su cuerpo, y en la mano llevaba dos
    lanzas. Nadie, a no ser un dios, hubiera podido
    salirle al encuentro y detenerlo cuando traspuso
    la puerta. Sus ojos brillaban como el fuego. Y
    volviéndose a la turba, alentaba a los troyanos
    para que pasaran la muralla. Obedecieron, y
    mientras unos asaltaban el muro, otros afluían
    a las bien construidas puertas. Los dánaos refugiáronse
    en las cóncavas naves y se promovió
    un gran tumulto.

    FIN DEL CANTO XII


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 20 Mar 2021, 04:46

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XIII (*)

    Batalla junto a las naves

    (*)
    Zeus, cuya voluntad dirigía los acontecimientos,
    abandona de momento sus planes, y Posidón
    aprovecha la circunstancia para organizar
    la resistencia en el bando aqueo. Al sufrir la
    presión de los troyanos por la izquierda y por
    el centro, inician el contraataque por la derecha.





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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 20 Mar 2021, 04:54

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XIII

    Batalla junto a las naves


    1.Cuando Zeus hubo acercado a Héctor y los
    troyanos a las naves, dejó que sostuvieran el
    trabajo y la fatiga de la batalla, y, volviendo a
    otra parte sus ojos refulgentes, miraba a lo lejos
    la tierra de los tracios, diestros jinetes; de los
    misios, que combaten de cerca; de los ilustres
    hipomolgos, que se alimentan con leche; y de
    los abios, los más justos de los hombres. Y ya
    no volvió a poner los brillantes ojos en Troya,
    porque su corazón no temía que inmortal alguno
    fuera a socorrer ni a los troyanos ni a los
    dánaos.

    10. Pero no en vano el poderoso Posidón, que
    bate la tierra, estaba al acecho en la cumbre más
    alta de la selvosa Samotracia contemplando la
    lucha y la pelea. Desde allí se divisaba todo el
    Ida, la ciudad de Príamo y las naves aqueas. En
    aquel sitio habíase sentado Posidón al salir del
    mar; y compadecía a los aqueos, vencidos por
    los troyanos, a la vez que cobraba gran indignación
    contra Zeus.

    17. Pronto Posidón bajó del escarpado monte
    con ligera planta; las altas colinas y las selvas
    temblaban debajo de los pies inmortales, mientras
    el dios iba andando. Dio tres pasos, y al
    cuarto arribó al término de su viaje, a Egas;
    allí, en las profundidades del mar, tenía palacios
    magníficos, de oro, resplandecientes a indestructibles.
    Luego que hubo llegado, unció al
    carro un par de corceles de cascos de bronce y
    áureas crines que volaban ligeros; y seguidamente
    envolvió su cuerpo en dorada túnica,
    tomó el látigo de oro hecho con arte, subió al
    carro y lo guió por cima de las olas. Debajo saltaban
    los cetáceos, que salían de sus escondrijos,
    reconociendo al rey; el mar abría, gozoso,
    sus aguas, y los ágiles caballos con apresurado
    vuelo y sin dejar que el eje de bronce se mojara
    conducían a Posidón hacia las naves de los
    aqueos.

    32. Hay una vasta gruta en lo hondo del profundo
    mar entre Ténedos y la escabrosa Imbros;
    y, al llegar a ella, Posidón, que bate la tierra,
    detuvo los corceles, desunciólos del carro,
    dioles a comer un pasto divino, púsoles en los
    pies trabas de oro indestructibles a indisolubles,
    para que sin moverse de aquel sitio
    aguardaran su regreso, y se fue al ejército de los
    aqueos.

    39. Los troyanos, enardecidos y semejantes a
    una llama o a una tempestad, seguían apiñados
    a Héctor Priámida con alboroto y vocerío; y
    tenían esperanzas de tomar las naves de los
    aqueos y matar entre ellas a todos sus caudillos.

    43. Mas Posidón, que ciñe y bate la tierra, asemejándose
    a Calcante en el cuerpo y en la voz
    infatigable, incitaba a los argivos desde que
    salió del profundo mar, y dijo a los Ayantes,
    que ya estaban deseosos de combatir:

    47. -¡Ayantes! Vosotros salvaréis a los aqueos si
    os acordáis de vuestro valor y no de la fuga
    horrenda. No me ponen en cuidado las audaces
    manos de los troyanos que asaltaron en tropel
    la gran muralla, pues a todos resistirán los
    aqueos, de hermosas grebas; pero es de temer,
    y mucho, que padezcamos algún daño en esta
    parte donde aparece a la cabeza de los suyos el
    rabioso Héctor, semejante a una llama, el cual
    blasona de ser hijo del prepotente Zeus. Una
    deidad levante el ánimo en vuestro pecho para
    resistir firmemente y exhortar a los demás; con
    esto podríais rechazar a Héctor de las naves, de
    ligero andar, por furioso que estuviera y aunque
    fuese el mismo Olímpico quien lo instigara



    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 20 Mar 2021, 06:02

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XIII

    Batalla junto a las naves
    . Cont.

    59. Dijo así Posidón, que ciñe y bate la tierra; y,
    tocando a entrambos con el cetro, llenólos de
    fuerte vigor y agilitóles todos los miembros y
    especialmente los pies y las manos. Y como el
    gavilán de ligeras alas se arroja, después de
    elevarse a una altísima y abrupta peña, enderezando
    el vuelo a la llanura para perseguir a un
    ave, de aquel modo apartóse de ellos Posidón,
    que bate la tierra. El primero que le reconoció
    fue el ágil Ayante de Oileo, quien dijo al momento
    a Ayante, hijo de Telamón:

    68. -¡Ayante! Un dios del Olimpo nos instiga,
    transfigurado en adivino, a pelear cerca de las
    naves; pues ése no es Calcante, el inspirado
    augur: he observado las huellas que dejan sus
    plantas y su andar, y a los dioses se les reconoce
    fácilmente. En mi pecho el corazón siente un
    deseo más vivo de luchar y combatir, y mis
    manos y pies se mueven con impaciencia.

    76. Respondió Ayante Telamonio:

    77. -También a mí se me enardecen las audaces
    manos en torno de la lanza y mi fuerza aumenta
    y mis pies saltan, y deseo pelear yo solo con
    Héctor Priámida, cuyo furor es insaciable.

    81. Así éstos conversaban, alegres por el bélico
    ardor que una deidad puso en sus corazones;
    en tanto, Posidón, que ciñe la tierra, animaba a
    los aqueos de las últimas filas, que junto a las
    veleras naves reparaban las fuerzas. Tenían los
    miembros relajados por el penoso cansancio, y
    se les llenó el corazón de pesar cuando vieron
    que los troyanos asaltaban en tropel la gran
    muralla: contemplábanlo con los ojos arrasados
    de lágrimas y no creían escapar de aquel peligro.
    Pero Posidón, que bate la tierra, intervino y
    reanimó fácilmente las esforzadas falanges. Fue
    primero a incitar a Teucro, Leito, el héroe Penéleo,
    Toante, Deípiro, Meriones y Antíloco,
    aguerridos campeones, y, para alentarlos, les
    dijo estas aladas palabras:

    95. -¡Qué vergüenza, argivos jóvenes adolescentes!
    Figurábame que peleando conseguiríais
    salvar nuestras naves; pero, si cejáis en el funesto
    combate, ya luce el día en que sucumbiremos
    a manos de los troyanos. ¡Oh dioses! Veo con
    mis ojos un prodigio grande y terrible que
    jamás pensé que llegara a realizarse. ¡Venir los
    troyanos a nuestros bajeles! Parecíanse antes a
    las medrosas ciervas que vagan por el monte,
    débiles y sin fuerza para la lucha, y son el pasto
    de chacales, panteras y lobos; semejantes a
    ellas, nunca querrán los troyanos afrontar a los
    aqueos, aunque fuese un instante, ni osaban
    resistir su valor y sus manos. Y ahora pelean
    lejos de la ciudad, junto a las naves, por la culpa
    del caudillo y la indolencia de los hombres
    que, no obrando de acuerdo con él, se niegan a
    defender los bajeles, de ligero andar, y reciben
    la muerte cerca de los mismos. Mas, aunque el
    héroe Atrida, el poderoso Agamenón, sea el
    verdadero culpable de todo, porque ultrajó al
    Pelida de pies ligeros, en modo alguno nos es
    lícito dejar de combatir. Remediemos con presteza
    el mal, que la mente de los buenos es aplacable.
    No es decoroso que decaiga vuestro impetuoso
    valor, siendo como sois los más valientes
    del ejército. Yo no increparía a un hombre
    tímido porque se abstuviera de pelear; pero
    contra vosotros se enciende en ira mi corazón.
    ¡Oh cobardes! Con vuestra indolencia haréis
    que pronto se agrave el mal. Poned en vuestros
    pechos vergüenza y pundonor, ahora que se
    promueve esta gran contienda. Ya el fuerte
    Héctor, valiente en la pelea, combate cerca de
    las naves y ha roto las puertas y el gran cerrojo.

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 20 Mar 2021, 07:13

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XIII

    Batalla junto a las naves.
    Cont.

    125. Con tales amonestaciones, el que ciñe la
    tierra instigó a los aqueos. Rodeaban a ambos
    Ayantes fuertes falanges que hubieran declarado
    irreprensibles Ares y Atenea, que enardece a
    los guerreros, si por ellas se hubiesen entrado.
    Los tenidos por más valientes aguardaban a los
    troyanos y al divino Héctor, y las astas y los
    escudos se tocaban en las cerradas filas: la rodela
    apoyábase en la rodela, el yelmo en otro yelmo,
    cada hombre en su vecino, y chocaban los
    penachos de crines de caballo y los lucientes
    conos de los cascos cuando alguien inclinaba la
    cabeza. ¡Tan apiñadas estaban las filas! Cruzábanse
    las lamas, que blandían audaces manos,
    y ellos deseaban arremeter a los enemigos y
    trabar la pelea.

    136 Los troyanos acometieron unidos, siguiendo
    a Héctor, que deseaba ir en derechura a los
    aqueos. Como la piedra insolente que cae de
    una cumbre y lleva consigo la ruina, porque se
    ha desgajado, cediendo a la fuerza de torrencial
    avenida causada por la mucha lluvia, y desciende
    dando tumbos con ruido que repercute
    en el bosque, corre segura hasta el llano, y allí
    se detiene, a pesar de su ímpetu, de igual modo
    Héctor amenazaba con atravesar fácilmente por
    las tiendas y naves aqueas, matando siempre, y
    no detenerse hasta el mar; pero encontró las
    densas falanges, y tuvo que hacer alto después
    de un violento choque. Los aqueos le afrontaron;
    procuraron herirlo con las espadas y lanzas
    de doble filo, y apartáronle de ellos, de
    suerte que fue rechazado, y tuvo que retroceder.
    Y con voz penetrante gritó a los troyanos:

    150. -¡Troyanos, licios, dárdanos que cuerpo a
    cuerpo peleáis! Persistid en el ataque; pues los
    aqueos no me resistirán largo tiempo, aunque
    se hayan formado en columna cerrada; y creo
    que mi lanza les hará retroceder pronto, si verdaderamente
    me impulsa el dios más poderoso,
    el tonante esposo de Hera.

    155. Con estas palabras les excitó a todos el valor
    y la fuerza. Entre los troyanos iba muy ufano
    Deífobo Priámida, que se adelantaba ligero
    y se cubría con el liso escudo. Meriones arrojóle
    una reluciente lanza, y no erró el tiro: acertó a
    dar en la rodela hecha de pieles de toro, sin
    conseguir atravesarla, porque aquélla se rompió
    en la unión del asta con el hierro. Deífobo
    apartó de sí el escudo de pieles de toro, temiendo
    la lanza del aguerrido Meriones; y este
    héroe retrocedió al grupo de sus amigos, muy
    disgustado, así por la victoria perdida, como
    por la rotura del arma, y luego se encaminó a
    las tiendas y naves aqueas para tomar otra lanza
    grande de las que en su bajel tenía.

    169. Los demás combatían, y una vocería inmensa
    se dejaba oír. Teucro Telamonio fue el
    primero que mató a un hombre, al belicoso Imbrio,
    hijo de Méntor, rico en caballos. Antes de
    llegar los aqueos, Imbrio moraba en Pedeo con
    su esposa Medesicasta, hija bastarda de Príamo;
    mas así que llegaron las corvas naves de los
    dánaos, volvió a Ilio, descolló entre los troyanos
    y vivió en el palacio de Príamo, que le honraba
    como a sus propios hijos. Entonces el hijo
    de Telamón hirióle debajo de la oreja con la
    gran lanza, que retiró en seguida; y el guerrero
    cayó como el fresno nacido en una cumbre que
    desde lejos se divisa, cuando es cortado por el
    bronce y vienen al suelo sus tiernas hojas. Así
    cayó Imbrio, y sus armas, de labrado bronce,
    resonaron. Teucro acudió corriendo, movido
    por el deseo de quitarle la armadura; pero
    Héctor le tiró una reluciente lanza; violo aquél
    y hurtó el cuerpo, y la broncínea punta se clavó
    en el pecho de Anfímaco, hijo de Ctéato Actorión,
    que acababa de entrar en combate. El guerrero
    cayó con estrépito, y sus armas resonaron.
    Héctor fue presuroso a quitarle al magnánimo
    Anfímaco el casco que llevaba adaptado a las
    sienes; Ayante levantó, a su vez, la reluciente
    lanza contra Héctor, y si bien no pudo hacerla
    llegar a su cuerpo, protegido todo por horrendo
    bronce, diole un bote en medio del escudo, y
    rechazó al héroe con gran ímpetu; éste dejó los
    cadáveres, y los aqueos los retiraron. Estiquio y
    el divino Menesteo, caudillos atenienses, llevaron
    a Anfímaco al campamento aqueo; y los
    dos Ayantes, que siempre anhelaban la impetuosa
    pelea, levantaron el cadáver de Imbrio.
    Como dos leones que, habiendo arrebatado una
    cabra a unos perros de agudos dientes, la llevan
    en la boca por los espesos matorrales, en alto,
    levantada de la tierra, así los belicosos Ayantes,
    alzando el cuerpo de Imbrio, lo despojaron de
    las armas; y el Oilíada, irritado por la muerte
    de Anfímaco, le separó la cabeza del tierno cuello
    y la hizo rodar por entre la turba, cual si
    fuese una bola, hasta que cayó en el polvo a los
    pies de Héctor.

    Cont.


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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 21 Mar 2021, 02:28

    Aquí estoy, paseando esta joya que nos dejas.
    Gracias y sigo.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 21 Mar 2021, 14:46

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XIII

    Batalla junto a las naves.
    Cont.

    206. Entonces Posidón, airado en el corazón
    porque su nieto había sucumbido en la terrible
    pelea, se fue hacia las tiendas y naves de los
    aqueos para reanimar a los dánaos y causar
    males a los troyanos. Encontróse con él Idomeneo,
    famoso por su lanza, que volvía de acompañar
    a un amigo a quien sacaron del combate
    porque los troyanos le habían herido en la corva
    con el agudo bronce. Idomeneo, una vez lo
    hubo confiado a los médicos, se encaminaba a
    su tienda, con intención de volver a la batalla. Y
    el poderoso Posidón, que bate la tierra, díjole,
    tomando la voz de Toante, hijo de Andremón,
    que en Pleurón entera y en la excelsa Calidón
    reinaba sobre los etolios y era honrado por el
    pueblo cual si fuese un dios:

    219. -¡Idomeneo, príncipe de los cretenses! ¿Qué
    se hicieron las amenazas que los aqueos hacían
    a los troyanos?

    221. Respondió Idomeneo, caudillo de los cretenses:

    222. -¡Oh Toante! No creo que ahora se pueda
    culpar a ningún guerrero, porque todos sabemos
    combatir y nadie está poseído del exánime
    terror, ni deja por flojedad la funesta batalla; sin
    duda debe de ser grato al prepotente Cronida
    que los aqueos perezcan sin gloria en esta tierra,
    lejos de Argos. Mas, oh Toante, puesto que
    siempre has sido belicoso y sueles animar al
    que ves remiso, no dejes de pelear y exhorta a
    los demás varones.

    231. Contestó Posidón, que bate la tierra:

    232. -¡Idomeneo! No vuelva desde Troya a su
    patria y venga a ser juguete de los perros quien
    en el día de hoy deje voluntariamente de combatir.
    Ea, toma las armas y ven a mi lado; apresurémonos
    por si, a pesar de estar solos, podemos
    hacer algo provechoso. Nace una fuerza de
    la unión de los hombres, aunque sean débiles; y
    nosotros somos capaces de luchar con los valientes.

    239. Dichas estas palabras, el dios se entró de
    nuevo por el combate de los hombres; a Idomeneo,
    yendo a la bien construida tienda, vistió
    la magnífica armadura, tomó un par de lanzas
    y volvió a salir, semejante al encendido relámpago
    que el Cronión agita en su mano desde el
    resplandeciente Olimpo para mostrarlo a los
    hombres como señal, tanto centelleaba el bronce
    en el pecho de Idomeneo mientras éste corría.
    Encontróse con él, no muy lejos de la tienda,
    el valiente escudero Meriones, que iba en busca
    de una lanza; y el fuerte Diomedes dijo:

    249. -¡Meriones, hijo de Molo, el de los pies ligeros,
    mi companero más querido! ¿Por qué vienes,
    dejando el combate y la pelea? ¿Acaso
    estás herido y te agobia puntiaguda flecha?
    ¿Me traes, quizás, alguna noticia? Pues no deseo
    quedarme en la tienda, sino pelear.

    254. Respondióle el prudente Meriones:
    Zss -¡Idomeneo, príncipe de los cretenses, de
    broncíneas corazas! Vengo por una lanza, si la
    hay en tu tienda; pues la que tenía se ha roto al
    dar un bote en el escudo del feroz Deífobo.

    259. Contestó Idomeneo, caudillo de los cretenses:

    260. -Si la deseas, hallarás, en la tienda, apoyadas
    en el lustroso muro, no una, sino veinte
    lanzas, que he quitado a los troyanos muertos
    en la batalla; pues jamás combato a distancia
    del enemigo. He aquí por qué tengo lanzas,
    escudos abollonados, cascos y relucientes corazas.

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 21 Mar 2021, 14:54

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XIII

    Batalla junto a las naves.
    Cont.

    266. Replicó el prudente Meriones:

    267. También poseo yo en la tienda y en la negra
    nave muchos despojos de los troyanos, mas no
    están cerca para tomarlos; que nunca me olvido
    de mi valor, y en el combate, donde los hombres
    se hacen ilustres, aparezco siempre entre
    los delanteros desde que se traba la batalla.
    Quizá algún otro de los aqueos de broncíneas
    corazas no habrá fijado su atención en mi persona
    cuando peleo, pero no dudo que tú me
    has visto.

    274. Idomeneo, caudillo de los cretenses, díjole
    entonces:

    275.-Sé cuán grande es tu valor. ¿Por qué me
    refieres estas cosas? Si los más señalados nos
    reuniéramos junto a las naves para armar una
    celada, que es donde mejor se conoce la bravura
    de los hombres y donde fácilmente se distingue
    al cobarde del animoso -el cobarde se pone
    demudado, ya de un modo, ya de otro; y, como
    no sabe tener firme ánimo en el pecho, no permanece
    tranquilo, sino que dobla las rodillas y
    se sienta sobre los pies y el corazón le da grandes
    saltos por el temor de las parcas y los dientes
    le crujen; y el animoso no se inmuta ni
    tiembla, una vez se ha emboscado, sino que
    desea que cuanto antes principie el funesto
    combate---, ni allí podrían baldonarse tu valor
    y la fuerza de tus brazos. Y, si peleando te
    hirieran de cerca o de lejos, no sería en la nuca
    o en la espalda, sino en el pecho o en el vientre,
    mientras fueras hacia adelante con los guerreros
    más avanzados. Mas, ea, no hablemos de
    estas cosas, permaneciendo ociosos como unos
    simples; no sea que alguien nos increpe duramente.
    Ve a la tienda y toma la fornida lanza.

    295. Así dijo; y Meriones, igual al veloz Ares,
    entrando en la tienda, cogió en seguida una
    broncínea lanza y fue en seguimiento de Idomeneo,
    muy deseoso de volver al combate.
    Como va a la guerra Ares, funesto a los mortales,
    acompañado de la Fuga, su hija querida,
    fuerte e intrépida, que hasta el guerrero valeroso
    causa espanto; y los dos se arman y saliendo
    de la Tracia enderezan sus pasos hacia los éfiros
    y los magnánimos flegis, y no escuchan los
    ruegos de ambos pueblos, sino que dan la victoria
    a uno de ellos, de la misma manera, Meriones
    a Idomeneo, caudillos de hombres, se
    encaminaban a la batalla, armados de luciente
    bronce. Y Meriones fue el primero que habló,
    diciendo:

    307.-¡Deucálida! ¿Por dónde quieres que penetremos
    en la turba: por la derecha del ejército,
    por en medio o por la izquierda? Pues no creo
    que los melenudos aqueos dejen de pelear en
    parte alguna.

    311. Respondióle Idomeneo, caudillo de los cretenses:

    CONT.


    Última edición por Pascual Lopez Sanchez el Dom 21 Mar 2021, 15:02, editado 1 vez


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 21 Mar 2021, 15:01

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XIII

    Batalla junto a las naves.
    Cont.

    312. -Hay en el centro quienes defiendan las
    naves: los dos Ayantes y Teucro, el más diestro
    arquero aqueo y esforzado también en el combate
    a pie firme; ellos se bastan para rechazar a
    Héctor Priámida por fuerte que sea y por incitado
    que esté a la batalla. Difícil será, aunque
    tenga muchos deseos de pelear, que, triunfando
    del valor y de las manos invictas de aquéllos,
    llegue a incendiar los bajeles; a no ser que el
    mismo Cronión arroje una tea encendida en las
    ligeras naves. El gran Ayante Telamonio no
    cedería a ningún hombre mortal que coma el
    fruto de Deméter y pueda ser herido con el
    bronce o con grandes piedras; ni siquiera se
    retiraría a vista de Aquiles, que rompe las filas
    de los guerreros, en un combate a pie firme;
    pues en la carrera Aquiles no tiene rival. Vamos,
    pues, a la izquierda del ejército, para ver
    si presto daremos gloria a alguien, o alguien
    nos la dará a nosotros.

    328. Así dijo; y Meriones, igual al veloz Ares,
    echó a andar hasta que llegaron al ejército por
    donde Idomeneo le aconsejaba.

    330. Cuando los troyanos vieron a Idomeneo,
    que por su impetuosidad parecía una llama, y a
    su escudero, ambos revestidos de labradas armas,
    animáronse unos a otros por entre la turba
    y arremetieron todos contra aquél. Y se trabó
    una refriega, sostenida con igual tesón por ambas
    partes, junto a las popas de las naves. Como
    aparecen de repente las tempestades, suscitadas
    por los sonoros vientos un día en que los
    caminos están llenos de polvo y se levanta una
    gran nube del mismo, así entonces unos y otros
    vinieron a las manos, deseando en su corazón
    matarse recíprocamente con el agudo bronce
    por entre la turba. La batalla, destructora de
    hombres, se presentaba horrible con las largas
    picas que desgarran la carne y que los guerreros
    manejaban; cegaba los ojos el resplandor
    del bronce de los lucientes cascos, de las corazas
    recientemente bruñidas y de los escudos
    refulgentes de cuantos iban a encontrarse; y
    hubiera tenido corazón muy audaz quien al
    contemplar aquella acción se hubiese alegrado
    en vez de afligirse.

    345. Los dos hijos poderosos de Crono, disintiendo
    en el modo de pensar, preparaban deplorables
    males a los héroes. Zeus quería que
    triunfaran Héctor y los troyanos para glorificar
    a Aquiles, el de los pies ligeros; mas no por eso
    deseaba que el ejército aqueo pereciera totalmente
    delante de Ilio, pues sólo intentaba honrar
    a Tetis y a su hijo, de ánimo esforzado. Posidón
    había salido ocultamente del espumoso
    mar, recorría las filas y animaba a los argivos,
    porque le afligía que fueran vencidos por los
    troyanos, y se indignaba mucho contra Zeus.
    Igual era el origen de ambas deidades y una
    misma su prosapia, pero Zeus había nacido
    primero y sabía más, por esto Posidón evitaba
    el socorrer abiertamente a aquéllos, y, transfigurado
    en hombre, discurría, sin darse a conocer,
    por el ejército y le amonestaba. Y los dioses
    inclinaban alternativamente en favor de unos y
    de otros la reñida pelea y el indeciso combate; y
    tendían sobre ellos una cadena inquebrantable
    a indisoluble que a muchos les quebró las rodillas.

    CONT.


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    HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica. - Página 6 Empty Re: HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica.

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 21 Mar 2021, 15:09

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XIII

    Batalla junto a las naves.
    Cont.

    361. Entonces Idomeneo, aunque ya semicano,
    animó a los dánaos, arremetió contra los troyanos,
    llenándoles de pavor, y mató a Otrioneo.
    Éste había acudido de Cabeso a Ilio cuando
    tuvo noticia de la guerra y pedido en matrimonio
    a Casandra, la más hermosa de las hijas de
    Príamo, sin obligación de dotarla; pero ofreciendo
    una gran cosa: que echaría de Troya a
    los aqueos. El anciano Príamo accedió y consintió
    en dársela; y el héroe combatía, confiando
    en la promesa. Idomeneo tiróle la reluciente
    lanza y le hirió mientras se adelantaba con
    arrogante paso, la coraza de bronce que llevaba
    no resistió, clavóse aquélla en medio del vientre,
    cayó el guerrero con estrépito, a Idomeneo
    dijo con jactancia:

    374. -¡Otrioneo! Te ensalzaría sobre todos los
    mortales si cumplieras lo que ofreciste a Príamo
    Dardánida cuando te prometió a su hija. También
    nosotros te haremos promesas con intención
    de cumplirlas: traeremos de Argos la más
    bella de las hijas del Atrida y te la daremos por
    mujer, si junto con los nuestros destruyes la
    populosa ciudad de Ilio. Pero sígueme, y en las
    naves surcadoras del ponto nos pondremos de
    acuerdo sobre el casamiento; que no somos
    malos suegros.

    383. Hablóle así el héroe Idomeneo, mientras le
    asía de un pie y le arrastraba por el campo de la
    dura batalla; y Asio se adelantó para vengarlo,
    presentándose como peón delante de su carro,
    cuyos corceles, gobernados por el auriga, sobre
    los mismos hombros del guerrero resoplaban.
    Asio deseaba en su corazón herir a Idomeneo,
    pero anticipósele éste y le hundió la pica en la
    garganta, debajo de la barba, hasta que el bronce
    salió al otro lado. Cayó el troyano como en el
    monte la encina, el álamo o el elevado pino que
    unos artífices cortan con afiladas hachas para
    convertirlo en mástil de navío; así yacía aquél,
    tendido delante de los corceles y del carro, rechinándole
    los dientes y cogiendo con las manos
    el polvo ensangrentado. Turbóse el escudero,
    y ni siquiera se atrevió a torcer la rienda a
    los caballos para escapar de las manos de los
    enemigos. Y el belicoso Antíloco se llegó a él y
    le atravesó con la lanza, pues la broncínea coraza
    no pudo evitar que se la clavase en el vientre.
    El auriga, jadeante, cayó del bien construido
    carro; y Antíloco, hijo del magnánimo
    Néstor, sacó los caballos de entre los troyanos y
    se los llevó hacia los aqueos, de hermosas grebas.

    402. Deífobo, irritado por la muerte de Asio, se
    acercó mucho a Idomeneo y le arrojó la reluciente
    lanza. Mas Idomeneo advirtiólo y burló
    el golpe encongiéndose debajo de su liso escudo,
    que estaba formado por boyunas pieles y
    una lámina de bruñido bronce con dos abrazaderas,
    la broncínea lanza resbaló por la superficie
    del escudo, que sonó roncamente, y no fue
    lanzada en balde por el robusto brazo de aquél,
    pues fue a clavarse en el hígado, debajo del
    diafragma, de Hipsenor Hipásida, pastor de
    hombres, haciéndole doblar las rodillas. Y Deífobo
    se jactaba así, dando grandes voces:

    CONT.


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    HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica. - Página 6 Empty Re: HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica.

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 21 Mar 2021, 15:16

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XIII

    Batalla junto a las naves.
    Cont.

    414. -Asio yace en tierra, pero ya está vengado.
    Figúrome que, al descender a la morada de
    sólidas puertas del terrible Hades, se holgará su
    espíritu de que le haya procurado un compañero.

    417. Así habló. Sus jactanciosas frases apesadumbraron
    a los argivos y conmovieron el corazón
    del belicoso Antíloco; pero éste, aunque
    afligido, no abandonó a su compañero, sino
    que corriendo se puso cerca de él y le cubrió
    con el escudo. E introduciéndose por debajo
    dos amigos fieles, Mecisteo, hijo de Equio, y el
    divino Alástor, llevaron a Hipsenor, que daba
    hondos suspiros, hacia las cóncavas naves.

    424. Idomeneo no dejaba que desfalleciera su
    gran valor y deseaba siempre o sumir a algún
    troyano en tenebrosa noche, o caer él mismo
    con estrépito, librando de la ruina a los aqueos.
    Posidón dejó que sucumbiera a manos de Idomeneo,
    el hijo querido de Esietes, alumno de
    Zeus, el héroe Alcátoo (era yerno de Anquises y
    tenía por esposa a Hipodamía, la hija primogénita,
    a quien el padre y la veneranda madre
    amaban cordialmente en el palacio porque sobresalía
    en hermosura, destreza y talento entre
    todas las de su edad, y a causa de esto casó con
    ella el hombre más ilustre de la vasta Troya): el
    dios ofuscóle los brillantes ojos y paralizó sus
    hermosos miembros, y el héroe no pudo huir ni
    evitar la acometida de Idomeneo, que le envainó
    la lanza en medio del pecho, mientras
    estaba inmóvil como una columna o un árbol
    de alta copa, y le rompió la coraza que siempre
    le había salvado de la muerte, y entonces produjo
    un sonido ronco al quebrarse por el golpe
    de la lanza. El guerrero cayó con estrépito; y,
    como la lanza se había clavado en el corazón,
    movíanla las palpitaciones de éste; pero pronto
    el arma impetuosa perdió su fuerza. E Idomeneo
    con gran jactancia y a voz en grito exclamó:

    446.-¡Deífobo! Ya que tanto te glorías, ¿no te
    parece que es una buena compensación haber
    muerto a tres, por uno que perdimos? Ven,
    hombre admirable, ponte delante y verás quién
    es este descendiente de Zeus que aquí ha venido;
    porque Zeus engendró a Minos, protector
    de Creta, Minos fue padre del eximio Deucalión,
    y de éste nací yo, que reino sobre muchos
    hombres en la vasta Creta y vine en las naves
    para ser una plaga para ti, para tu padre y para
    los demás troyanos.

    455. Así dijo; y Deífobo vacilaba entre retroceder
    para que se le juntara alguno de los
    magnánimos troyanos o atacar él solo a Idomeneo.
    Parecióle lo mejor ir en busca de Eneas, y
    le halló entre los últimos; pues siempre estaba
    irritado con el divino Príamo, que no le honraba
    como por su bravura merecía. Y deteniéndose
    a su lado, le dijo estas aladas palabras:

    463 -¡Eneas, príncipe de los troyanos! Es preciso
    que defiendas a tu cuñado, si por él sientes
    algún interés. Sígueme y vayamos a combatir
    por tu cuñado Alcátoo, que te crió cuando eras
    niño y ha muerto a manos de Idomeneo, famoso
    por su lanza.

    CONT:


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    "No hay  cañones que maten la esperanza."  Walter Faila


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