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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 30 Ago 2020, 23:44

    NICOMEDES PASTOR DÍAZ

    TOMO II



    Primer período: Adolescencia






    La inmortalidad

    Epístola a Genaro(2)

    ... anne aliquas ad caelum hinc ire putandum est
    Sublimes animas; iterumque ad tarda reverti
    Corpora? Quae lucis miseris tam dira cupido?...
    Virg. AEneid. lib. VI.


    (cont.)


    Su Píramo querido, entre los bosques
    De fragante arrayan, prepara el lecho
    Donde un amor eterno los corona
    En juventud inacabable, ardiente!...
    Allí, olvidados de su error funesto,
    Se estrechan con placer: llanto de fuego
    Baña sus rostros; el amante labio
    Se une al labio feliz; juntos palpitan
    Por siempre sus ardientes corazones...
    Y si algún tanto su delirio cesa,
    Un breve, suavísimo desmayo,
    Cual fresca aurora del tostado Julio,
    Suspende sus fatigas, y de nuevo
    Los encendidos besos, los suspiros
    Restallan ¡ay!... para durar eternos!...
    ¡Oh puerta del vivir... tumba dichosa!

    Baja, si gustas, al risueño albergue
    Dó el oriental voluptuoso espera,
    Atravesando el peligroso puente,
    Ceñir sus sienes con las palmas de oro
    Del árbol de la dicha. En vano un día
    Lloran su sangre de Ismael los hijos
    Só el yugo de un sultán, o en los desiertos
    ¡La sed los quema y abrasados mueren!
    La muerte es su placer; allá, acostados
    En grutas de ámbar olorosas, miran
    Serpear por campiñas de diamante
    Ríos de miel y néctar deliciosos.
    Allí, entre flores y banquetes santos,
    Dó angélicas criaturas administran
    Al labio humano copas de ambrosía,
    Mil candorosas jóvenes deidades,
    Más puras que el azul de los espacios,
    Siempre nuevos placeres añadiendo,
    Jóvenes siempre, y siempre más hermosas,
    Halagan sin cesar entre sus brazos
    A aquellos pechos que el amor subyuga
    Hasta más lejos de la triste huesa.
    Allí en días más plácidos y tiernos
    Que una noche de luna a los amantes
    Recostados, al margen de un arroyo,
    En brazos de sus célicas amadas
    Se encantan con los sones melodiosos
    De mil campanas de cristal radiante,
    Que se mecen pendientes de las ramas,
    Como un vergel de fúlgidas estrellas.
    También entre el ramaje, que guarnece
    De topacio las rocas, en las márgenes
    De las divinas sonorosas fuentes
    Entonan dulces cánticos y trinos
    Mil pintadas suaves avecillas;
    Donde nadan en éxtasis absortas
    Las almas de los jóvenes poetas.
    Tibulo encantador, Nasón amante(3)

    Melodioso Meléndez, en aquellos
    Retiros cantaríais a las bellas,
    De estro y de amor perpetuos embriagados.

    ¡Oh si también allá, bajo los sauces,
    O en el triste rincón de una pradera,
    Posado entre las hojas de un aliso,
    Cantase yo la luna y las tristezas!
    ¡Oh si cuando, mi acento entrecortado,
    Cesase de llorar, y en mi extravío,
    «¡Lina adorada!» extático exclamase...
    Lina me oyera, y un suspiro solo,
    Un sólo palpitar sacrificara
    A la triste pasión que me devora!...
    ¡Oh cielo hermoso, a mi deseo vano...

    Pero deja recuerdos ¡ay! tan dulces
    A más sencilla edad; deja que el griego,
    El romano, el egipcio, el persa muelle,
    Y el bárbaro habitante de Bizancio,
    Corran sus encantados paraísos;
    Deja que torvo el Druida sangriento,
    El fiero escandinavo, el bretón frío
    Que en los bosques de Albión un tiempo erraba,
    Circuyan las mansiones sepulcrales,
    Para más destrozar sus enemigos,
    Y devorar en bárbaros banquetes
    Sus cadáveres negros humeando;


    (cont.)


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 31 Ago 2020, 00:08

    No entiendo muy bien por qué los poetas del siglo XIX son los grandes olvidados de nuestra Poesía. Gracias, por estar recuperándolos.



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    NICOMEDES PASTOR (1811-1863) - Página 2 Empty Re: NICOMEDES PASTOR (1811-1863)

    Mensaje por Lluvia Abril Mar 01 Sep 2020, 23:19

    Y así pasa con casi todo, amigo mío. Lo importante es que personas como tú, nos acerquen a los "olvidados".
    Gracias y besos.


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    Mensaje por Lluvia Abril Mar 01 Sep 2020, 23:21

    NICOMEDES PASTOR DÍAZ

    TOMO II



    Primer período: Adolescencia





    La inmortalidad

    Epístola a Genaro(2)

    ... anne aliquas ad caelum hinc ire putandum est
    Sublimes animas; iterumque ad tarda reverti
    Corpora? Quae lucis miseris tam dira cupido?...
    Virg. AEneid. lib. VI.

    (cont.)




    Deja que el europeo al cielo suba,
    Entre celestes coros conducido,
    A ver de Dios la majestad augusta;
    Deja al árido ateo contemplando
    Su ciego acaso y su espantoso nada!

    Tú ahora, ven conmigo, atravesando
    El paso hercúleo, y las turbadas ondas
    Del mar que fiera dominó Cartago.
    Ve allá en la margen del Ésaro humilde
    Que atraviesa los muros de Crotona,
    De un templo las columnas ruinosas.
    Allí sentado un venerable anciano
    Te dirige su voz, la voz que un tiempo
    Los doctores del Indo le enseñaron;
    Oye, mi amigo, su lección divina.
    Pitágoras os habla; no el empíreo,
    No campos placenteros, no festines
    Os promete, ni amor: «Mortal», os dice,
    «Tu vida pasará como las mieses
    Que doran las llanuras cada estío,
    Y otra vez volverás a la existencia.
    Dó quier circula el fuego de la vida,
    Y de una en otra criatura, corre
    La inmensa escala de los seres todos».
    Bien como el agua, que del mar se eleva
    Vaga en nubes, despéñase en torrentes,
    Y sosegada, fecundando el suelo,
    Vuelve a la mar en variado curso.
    Si felizmente la virtud hermosa
    Orna tu vida, ilustra tus desgracias,
    Serás dichoso en existencia nueva
    Que el cielo te destina. ¡Oh tú, abatido
    Mísero labrador, que só el arado
    Desfallecido expiras, canta alegre
    Himno de gloria; que a las altas gradas
    Del sólio subirás, donde ora brilla
    Tu bárbaro opresor. Y si allí sabio
    La deprimida humanidad doliente
    Tu corazón benéfico levanta,
    Más dichoso serás, y a las campiñas
    Y a las cabañas tornarás tranquilo!
    ¡Dogma consolador! ¡Dogma del cielo!


    ¡Oh, amigo mío! ¿Pudo más suave
    Esperanza halagar mortales pechos?
    Otro espere de Elíseos la fragancia;
    Otro al Olimpo y los mayores orbes
    Subir pretenda en venturoso vuelo.
    Mas ¡ay! ¡cuán poco el corazón del hombre
    Si es una siempre, halaga la esperanza!
    La vida es lo que anhela; en vano dura
    La desgracia, y anubla de sus días
    La breve aurora; la desgracia misma
    Le une a la vida más. Así el salvaje
    Que en Spitzberg, de los eternos hielos
    Entre el duro crujir pasó su infancia,
    A la margen del Betis trasladado,
    Suspira, en su vergel, por la natía
    Estéril roca, y el erguido abeto,
    La larga noche, y la enterrada choza
    Envuelta en pieles y apretada nieve.

    ¡Oh, mi Genaro! Déjame que ceda
    A tan grata ilusión: yo también quiero
    Renacer otra vez. Odié la vida...
    Y la espero mejor. ¡Ah! ¡cuán dichoso
    Veré la tumba abrirse, y recibirme!
    Sí, naceré otra vez. Desde otro asilo
    Escribiré a mi amigo mis deseos;
    Aspiraré otra vez de mi ardores
    La llama infausta, vana, y los pesares
    De la amistad, a par de sus delicias;
    Aun otra vez en mi laúd doliente
    La muerte cantaré; veré de nuevo
    Las amenas riberas del Landrove
    De otras flores cubiertas y otras ninfas.
    Viviré un día, cuando ya no truene
    Sobre la tierra la injusticia armada,
    Y la oliva que nazca en el sepulcro
    De los malvados, cubra con sus ramos
    Los dichosos jardines de mi patria.
    Ya no entonces mi voz saldrá rugiente
    Entonando los himnos sanguinosos
    Que el libre pecho entre los hierros canta.
    Solo que aún triste, mi cansada huella
    Vagará en los extensos panteones,
    Y el polvo de los déspotas pisando,
    Recorreré el recinto religioso
    Dó reposan sus víctimas heladas.

    Tal vez allí mi tumba descubriendo,
    Meditando yo mismo en mis despojos,
    Diré: «¡Aquí yace un amador sombrío!
    No lejos mora su adorada Lina.»
    Y el dulce sentimiento que me excite
    El recuerdo que salga de la huesa.
    De aquel sentir antiguo de mi pecho
    Será tal vez el renovar confuso.


    (cont.)



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    Mensaje por Lluvia Abril Mar 01 Sep 2020, 23:24

    NICOMEDES PASTOR DÍAZ

    TOMO II



    Primer período: Adolescencia





    La inmortalidad

    Epístola a Genaro(2)

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    (cont.)



    Allí vendrá un anciano, a quien el brazo
    Dará una bella joven, cual guiaba
    Al venerable Ossian blanda Malvina,
    Entre las tumbas de Morvén sombrío.
    «Joven», aquel anciano me dijera,
    Cuando en los años de que tú disfrutas
    Me vieron juguetón estas orillas,
    ¡Oh cuánto amaba al desgraciado amigo
    Que ese mármol cubrió!... ¡cuántos momentos
    Entre mis brazos acalló sus penas
    Y exhaló su tristeza que expiraba!
    ¡Cuántos, al vislumbrar de oscura noche,
    Un mismo lecho en calma deliciosa
    Unió nuestro cariño, y escuchaba
    La triste relación de nuestros goces!
    ¡Cuánto esa Lina!... ¡cuánto esa memoria!...
    No ames, ¡oh joven!... Y llorando entonces,
    Él posara su sien sobre mis hombros,
    Yo bañara sus canas con mi llanto...
    Otra vez y otras mil a mi Benino
    Entre mis brazos enlazando al pecho.
    ¿Qué hay más bello, Genaro, entre los sueños
    Que al hombre pensador dulces halagan?
    ¿Prefieres aguardarlo en las estrellas,
    Mansión extraordinaria, que no idea
    Por sí la humana mente, donde en éxtasi,
    Ya sin humano sentimiento, vive?
    Será el supremo este deleite acaso;
    Pero a quien sus encantos no imagina
    Profano... ¡ni es consuelo, ni esperanza!

    No, amigo, no; si en lo futuro incierta
    Vaga mi mente, mi razón me dice
    Que sólo al soplo del placer franquea
    Mi pobre corazón, fácil entrada.
    ¡Ay mi querido! Si la vida fuese
    Dulce, como será la ansiada tumba,
    No así sumiera en tétrico letargo
    Aqueste corazón tan infelice,
    Aqueste pecho, que vivir no puede
    Sin que el aliento del amor aspire!

    Dame, Genaro, tus consejos santos;
    Haz que brillen mis días más serenos,
    Y deja que la mano de la Parca
    Se adelante hacia mí; nunca he temido
    El filo atroz que a tantos estremece!
    Me acordaré, muriendo, de mi amada,
    Y expiraré tranquilo; mis deseos,
    Mis placeres, e inquietas esperanzas,
    Y mis delirios, todos, se acabaron;
    ¡Venga después lo que me guarde el cielo!...
    ¡Mejor será que mi penosa vida!

    ¡Acaso mi memoria algún agrado
    Te traiga entonces!... viéndose, con flores,
    -Sin ambición, ni envidias, ni rencores-,
    El ciprés de mi tumba engalanado.

    Abril 21 de 1829.



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    Mensaje por Lluvia Abril Mar 01 Sep 2020, 23:25

    NICOMEDES PASTOR DÍAZ

    TOMO II



    Primer período: Adolescencia






    Mi color

    ¡Oh cual me place, hermosa,
    La blancura festiva
    Con que pinta la aurora
    La cuna de los días!
    El cisne en los estanques
    Que sus alas erguidas
    Ostenta, y por los aires,
    Cual blanco rayo, gira;
    La cándida paloma,
    Mensajera de dichas;
    El jazmín oloroso,
    Y la azucena altiva;
    Las nacaradas conchas
    Por la playa esparcidas,
    La espuma de los mares,
    Y la nieve en las cimas,
    Cuando el cierzo las nubes
    Allí apiñadas limpia...
    ¡Qué blancas y qué hermosas
    Son a mis ojos, Lina!
    Cuando la primavera
    Sale vertiendo risas,
    Coronando los bosques,
    Vistiendo las campiñas,
    Y a los frescos arroyos
    Esmalta las orillas,
    Con mil cándidas flores
    Nevadas margaritas,
    Parece al firmamento,
    Cuando en noche tranquila
    Mil plateados astros
    Por los espacios vibran;
    También la pura rosa
    Con su color hechiza
    El seno que perfuma,
    Los ósculos que liba;
    ¡Ay qué color tan bello
    El de la rosa, Lina!
    El oriente y ocaso
    Con sus nubes carmíneas,
    Inspirando deleites
    Al expirar el día;
    Los pacíficos mares
    Cuando el sol ya declina,
    Y en las olas oculta
    Sus trenzas de oro, tibias;
    Los pechos palpitantes
    Donde el amor anida,
    O en atrevido vuelo
    Regalado se agita;
    Las mejillas que besa
    Cuando ardiente se anima...
    Todo la bella rosa
    Con su color eclipsa;
    ¡Todo!... bien que si brotan
    Halagüeña sonrisa
    Los amorosos labios
    De la adorada mía...
    Escóndese la rosa
    No púdica... ¡de envidia!
    ¿Y no es también hermoso
    El color de la espiga
    Cuando en mares de oro
    Fluctúa con la brisa,
    O cuando resplandecen
    Allá por las marinas
    Las apartadas playas
    Que el horizonte alindan?
    Pues, ¿y el dorado fruto
    Que en el vergel domina?
    ¿La olorosa naranja,
    Las pomas que Amor pinta,
    Y a través de las hojas
    Se mecen suspendidas?
    Es hermoso el dorado;
    Y más bello, mi Lina,
    El azul majestuoso
    De la bóveda empírea;
    El verde de los mares,
    y el verde, que varía
    En mil gratos matices,
    Si el aire y sol le rizan!
    Vedle ya, de esmeraldas,
    Y de grama que ahija,
    De las blandas praderas
    Tejer la alfombra rica,
    Dó el triste Sar arrastra
    Sus aguas escondidas;
    Ya con tortuosas ramas
    De las lozanas viñas
    Vestir con verdes visos
    Las amantes colinas
    Que el raudo Miño asorda.
    O el Avia fertiliza;
    Ya en el vergel frondoso,
    Corona siempre viva
    De aquel plácido Landro
    Que vio nacer mis días,
    Donde voló mi infancia...
    (¡Halague mis cenizas!)
    Pintar los tiernos juncos,
    Las hojas, que acarician
    El pérsico meloso,
    Las fresas y las guindas;
    Al nogal corpulento,
    Las copudas encinas
    Cubrir de augusta sombra;
    Y en la choza pajiza
    Dó el labrador sencillo
    Goza serenas dichas,
    Teñir el musgo y yedra
    Que los muros abrigan.
    -Mas ¡ah! ni el blanco puro
    Ni la rosa encendida,
    Ni el oro refulgente,
    Ni el azul que ilumina
    Los ámbitos del cielo,
    Ni el verde que matiza,
    Son, amada, a mis ojos,
    De más plácida vista
    Que el negro de la noche,
    Cuando triste respira
    Mi corazón perdido
    En su melancolía;
    ¡Entonces todo es negro!
    Las montañas erguidas,
    Los árboles espesos,
    Los campos y las villas;
    Negro es el Sar medroso,
    Y negras sus orillas;
    Negros esos retiros
    Donde el alma medita;
    Y puesto que tus ojos
    También con negros, Lina...
    Negro mi color sea...
    ¡Negra la suerte mía!

    Diciembre 11 de 1828.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 02 Sep 2020, 08:29

    FRANCAMENTE, QUERIDA AMIGA.UN AUTOR MUY INTERESANTE Y UN TRABAJO METICULOSO, EL TUYO.

    GRACIAS.


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    Mensaje por Lluvia Abril Miér 02 Sep 2020, 23:43

    NICOMEDES PASTOR DÍAZ

    TOMO II



    Primer período: Adolescencia






    Mi reclusión

    Cuando al sumirse la existencia mía
    Bajo estos elevados paredones,
    De sus vagos delirios e ilusiones
    Libre creí mi ciega fantasía;
    Cuando, dejado el mundo tumultuoso,
    Estos tranquilos techos me acogieron,
    Y sombras, y silencio delicioso
    A mi inquietud febril sobrevinieron,
    Mis labios sonrieron,
    De blando gozo se inundó mi pecho,
    Y exclamé satisfecho:
    «¡Al fin tendré aquí paz!... y sepultado
    En mi lúgubre asilo,
    Aquí seré olvidado;
    ¡Viviré oscuro, viviré tranquilo!»

    «De vana gloria, y ambición exento,
    Sobre el dolor y el infortunio alzado,
    No se verá mi corazón manchado
    De orgullo vil, ni vil abatimiento.
    Yo seré el mismo; empero mis pasiones
    Las mismas no serán... ¡ya se apagaron!
    Sin pábulo mis ciegas ilusiones,
    Un pecho dejarán que atormentaron.
    Mis deseos se helaron,
    Que ya no los inflama la esperanza;
    Y en súbita mudanza
    Despeñado al abismo del olvido,
    Menospreciado luego,
    Después aborrecido,
    ¡Al fin también se extinguirá mi fuego!»

    Dije, y entré. Mi tétrico retiro
    Me abrió en silencio sus antiguas puertas,
    ¡Salve! les dije a sus paredes yertas,
    Y mi triste saludo fue un suspiro.
    Extático quedé; se heló mi acento;
    No lloraron mis ojos cual solían,
    Creí sentir la calma del contento,
    Y mis afectos pareció que huían.
    No huyeron ¡ay!... dormían;
    Dormían fatigados, y humeando;
    Estaban reposando,
    Por más fuerza cobrar... ¡y despertaron!
    Despertaron ardiendo,
    Y otra vez circularon
    Con nuevo brío en torbellino horrendo.

    ¡Vana fue mi quimérica esperanza!
    ¡Vano el encierro y soledad oscura!
    Los males de mi pecho no hallan cura,
    ¡Jamás mi corazón tuvo mudanza!
    No dejará de amar hasta que expire,
    ¡No dejará de arder hasta que muera!
    Y aunque a breñas y a yermos me retire,
    Conmigo llevaré mi pasión fiera.
    Si aborrecer pudiera
    Me juzgara infeliz, lo soy ahora
    Porque mi pecho adora;
    ¡Y siempre lo seré!... mi aciaga suerte
    Al amor me condena,
    Y amor será mi muerte,
    Amor mi vida abrasa, y la envenena.

    Él es, él es el bárbaro castigo
    De un infeliz que no conoce el crimen;
    Sus lazos son los grillos que me oprimen,
    No los cerrojos de mi oscuro abrigo,
    No, ¡mármoles sagrados, altos muros!
    Tal vez mi bien de vuestra guarda espero
    ¡Oh! no me le neguéis, patios oscuros;
    Atended a mi acento lastimero.
    No entre vosotros quiero,
    Fantasmas de placer; no, de ilusiones
    Que cebéis mis pasiones;
    Corred tan sólo por mi mente un velo
    De letárgico olvido,
    Y aquí hallaré consuelo;
    Aquí el reposo que lloré perdido.

    Aquí de mi adorada los acentos;
    No me harán palpitar, ni sus miradas
    Sobre mis tristes ojos desmayadas
    Tendrán en suspensión mis movimientos.
    Vendrá a alumbrar mi calabozo el día.
    ¡Y yo no la veré!... la noche helada
    Vendrá también, y entre su niebla umbría,
    Tampoco la veré; ni en mi morada,
    Contra mí reclinada,
    Podrá tocar mi labio enardecido
    La orla de su vestido;
    Ni exhalando en su seno mi tristeza,
    Posaré en su regazo
    Mi lánguida cabeza;
    ¡Ni de su cuello penderá mi brazo!
    Y así borrada en mi cruel despecho
    Será su imagen, su recuerdo amante.
    Yo llegaré a no amar, vendrá un instante
    Que yerto quede, y sin amor mi pecho.
    ¡Vendrá... pronto vendrá!... cuando me muera,
    Cuando al sepulcro baje ya vecino...
    Allá en su seno la quietud me espera;
    Allí te olvidaré. No; no imagino,
    Mi bien, otro destino
    Donde no pueda amarte; ni en la muerte
    ¡Dejaré de quererte!
    Que ni desgracias, ni mi oscura vida,
    Ni mi injusto castigo
    Me privarán, querida,
    De verte siempre, y de vivir contigo.

    (cont.)


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    Mensaje por Lluvia Abril Miér 02 Sep 2020, 23:45

    NICOMEDES PASTOR DÍAZ

    TOMO II



    Primer período: Adolescencia






    Mi reclusión

    (cont.)


    ¡Nunca! En vano se cubre mi morada
    De ciega oscuridad; en sus visiones
    Veo brillar tus ojos, tus facciones,
    Siento sonar tu voz enamorada
    Por estos patios lúgubres vagando
    En el silencio de la noche oscura.
    Siempre estás ante mí... siempre temblando
    ¡De ti imploro el abrazo de ternura!
    Mi planta se apresura
    Por volar a tus pies. Mas... ¡sombra vana!
    Cada vez más lejana,
    Mi frenético anhelo no te alcanza;
    Y delira, y te sigue,
    Y en trémula esperanza
    ¡Cada vez más iluso te persigue!

    Breve tal vez y turbulento sueño
    Reposo intenta dar a mis ardores;
    Pero entre sus fantásticos vapores
    Yo te busco, y te tengo, dulce dueño!
    Y torna al punto mi cruel desvelo,
    Y en hórrido delirio me levanto;
    Brilla la aurora; se ilumina el cielo,
    ¡Mas mi ilusión no cesa, ni mi encanto!
    Ni el ardoroso llanto
    Su curso suspendió... ¡triste mañana!...
    La fúnebre campana
    Pulsa en mi corazón; pero sus sones
    Al anunciar el día
    No alejan las visiones,
    De mi siempre anublada fantasía.

    A todas horas sin cesar te veo;
    Siempre están palpitando tus acentos
    Sobre mi alma... ¡Todos los momentos,
    Mi vida toda... en adorarte empleo!
    Que mi vida es amar; mi pecho ardiente
    Mas no sabe ni quiere; ¡mas no espera!
    Mi deidad es amor (mi labio miente),
    ¡Mi deidad eres tu!... Yo no existiera
    Si amor no sostuviera
    Esta máquina débil, en alimento
    Es la pasión que aliento;
    Y en el combate eterno en que batallo,
    Es mi sangrienta daga;
    La sola dicha que hallo,
    ¡El único deleite que me embriaga!

    ¡Cuan puro este place naciera un día,
    Y que en breve mudó! Mi desventura
    Aquella aurora emponzoñó tan pura,
    ¡Hoy ya suplicio de la vida mía!
    ¡Tú... tú también mudaste, dulce dueño!
    Ya no es tu rostro el plácido semblante
    Dó lozano vigor brilló risueño,
    Cuando yo no cuidaba ser tu amante,
    Palidez devorante
    Marchita tus mejillas nacaradas;
    Tus célicas miradas
    Salen allá de esos hundidos ojos...
    Tus labios son ruinas;
    Tus cabellos, despojos.
    ¡Tú también al sepulcro te avecinas!

    Pero nunca más gracias te hechizaron
    ¡Nunca tan bella así me pareciste!
    ¡Ama mi corazón todo lo triste!...
    Y esos los rayos son que me abrasaron.
    ¡Pero... más triste yo! -Si se presenta
    En mis ardidos labios falsa risa,
    Es calma que presagia la tormenta,
    Como presagia el huracán la brisa;
    ¡Oh mi Lina!... sumisa
    Tu nombre al pronunciar, la voz me falta
    Mi cabeza se exalta
    Sólo a tu idea... tiemblo al escucharte,
    Mi vista desvaría
    Atónita al mirarte,
    ¡Y al asirte en mis brazos, moriría!

    No... no es éste el amar de los mortales;
    No es este su querer pálido y frío...
    ¡Es gozar, es morir!... ¡luz... desvarío!
    ¡Gloria sin fin, tormentos infernales!
    -Ven a mí, dulce bien, tú mi consuelo,
    Y yo el tuyo seré; ¡y uno seremos!
    No en vano tan iguales nos dio el cielo
    El amor y el dolor, lazos extremos!
    Ven... los dos lloraremos:
    Yo enjugaré tus lágrimas ardientes,
    Con besos más fervientes.
    Tú sostendrás con plácidos abrazos
    Mi triste caimiento;
    Y si muero en tus brazos,
    ¡Tuyo será mi postrimer aliento!

    ¡Imagen de placer! ¡Sombra perdida
    De un delicioso fin! ¡Sorda venganza
    Del Destino, ahogó en germen mi esperanza!
    Esperanza del bien... ¿dónde eres ida?
    Mas... ¡cuando esperé yo!...Días pasaron
    Que feliz pude ser -¡nunca lo he sido!
    ¡Ay! ¡cuando más mis llamas se elevaron,
    Fue cuando el cielo decretó su olvido!
    ¡Ay dulce bien querido!...
    No, ya no pido amor; guárdale pura
    A quien con más ventura,
    (Si con menos amor) lograrte pueda,
    ¡Oh! ¡nunca merecerte!
    A mí sólo me queda
    ¡Llorar, amarte... ambicionar la muerte!

    En la muerte de un hermano niño
    ¡Caro hermanito mío!
    ¡Cómo el soplo ligero de tu vida
    Dejó tu cuerpo frío!
    ¡Qué pronto fue abatida,
    La flor de tu existencia interrumpida!

    (cont.)


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    NICOMEDES PASTOR (1811-1863) - Página 2 Empty Re: NICOMEDES PASTOR (1811-1863)

    Mensaje por Lluvia Abril Jue 03 Sep 2020, 23:43

    NICOMEDES PASTOR DÍAZ

    TOMO II



    Primer período: Adolescencia





    Mi reclusión

    (cont.)




    ¡Cuán breve cesó el lloro
    Que las primeras penas te arrancaron!
    ¡Como al empíreo coro
    Tus lágrimas se alzaron,
    Y a las caricias nuestras te robaron!

    Aún la undécima luna
    De tu vivir efímero duraba;
    Aún la vaga cuna
    Tu dormir arrullaba,
    Y el néctar maternal te alimentaba.

    ¡Cuál tu trémula mano
    Ya en cariñosa muestra se tendía!
    Ya juguetón y ufano,
    La primera alegría
    En tu purpúreo labio sonreía.

    Y ya tu informe acento,
    Por un plácido instinto, señalaba
    El rayo de contento,
    Que a tu labio asomaba
    Si el nombre maternal balbuceaba.

    Bello cual la inocencia,
    En tus mejillas derramara Flora,
    Sus tintas y su esencia;
    Tu risa encantadora,
    Era como la risa de la aurora.

    Dormías al arrullo
    De tu Madre, envidiada y envidiosa;
    Cual yace en su capullo
    El botón de la rosa,
    Que mece el aura, de gozarle ansiosa.

    Como un sutil aliento
    La encapotada muerte, introducida
    En súbito momento,
    A tu cuna querida,
    ¡Vino a apagar la antorcha de tu vida!

    ¡Vano fue que en sus brazos
    El maternal cariño te estrechase!...
    Que en ansiosos abrazos
    Tu calor alentase,
    Y alma nueva en sus besos te inspirase.

    Su llanto enardecido
    Sobre tus yertos miembros descendía;
    Con ardiente gemido
    Su pecho te oprimía...
    ¡Y nueva vida al tuyo dar quería!

    Tus ojuelos brillantes
    De una pálida nube se empañaron;
    Tus venas palpitantes
    Su curso retardaron,
    Y en inacción helada desmayaron!

    La Parca destructora
    En tus lívidos labios ha tendido
    Su mano engañadora;
    Tu aliento fue oprimido,
    Y el color de tus rosas extinguido.

    En tanto... Ángel airoso,
    Rápido de los cielos descendiendo,
    Con un beso amoroso
    Tu vida recogiendo,
    En sus labios a Dios la fue subiendo.

    Tu espíritu divino
    Voló sobre la esfera refulgente;
    Y el cielo cristalino,
    En su primera fuente
    Recibió el soplo que animó tu mente.

    Dejaste los mortales,
    Dejaste nuestro suelo de dolores;
    Dejaste nuestros males,
    Y en eternos dulzores
    Trocaste nuestros duros amargores.

    ¿Quién sabe si la suerte
    Mil ásperas cadenas te forjaba?
    Para tu dura muerte,
    Si tal vez afilaba
    La más cruel saeta de su aljaba?

    Acaso algún tirano
    En ti su torva saña esgrimiría;
    Tal vez luchando en vano,
    En desigual porfía
    Tu infelice vivir terminaría.

    Tal vez de injusta guerra
    El odioso aparato te llevara
    A desolada tierra,
    Do tu vida acabara
    Lejos del seno de tu Patria cara.

    En vano en los desiertos,
    Tu lánguido ayear repetirías;
    Con los brazos abiertos,
    En vano te alzarías,
    Y a tu mísero hermano llamarías

    ¡En cuán feliz instante
    Las miserias terrenas te dejaron!
    Pero aún tierno infante,
    Los dolores turbaron
    Ese corto vivir que te arrancaron.

    Sin gustar los placeres
    Bajaste a los abismos del olvido,
    Continuos padeceres,
    Y continuo gemido...
    Lloro continuo tu vivir ha oído!


    (cont.)


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    Mensaje por Lluvia Abril Jue 03 Sep 2020, 23:46

    NICOMEDES PASTOR DÍAZ

    TOMO II



    Primer período: Adolescencia





    Mi reclusión

    (cont.)



    Pero no las pasiones
    En sus volcanes fieros te abrasaron;
    Ni en rebeldes facciones
    Tus deseos se alzaron,
    Y en pos de falsos bienes se afanaron.

    Jamás las amarguras
    De los nombres más dulces conociste;
    Ni en las mismas ternuras
    De la amistad, sentiste
    Cuanto pueda doler al alma triste!

    Nunca tiernos abrazos
    Inflamarán el fuego de tus venas;
    Nunca en amantes lazos
    Sentirás duras penas,
    Ni el peso oprimidor de sus cadenas.

    Ni de ambición sangrienta
    En carro atronador serás llevado;
    Ni la espada cruenta
    Penderá de tu lado.
    -¡Ay! duerme, duerme en sueño reposado!

    En el dulce regazo,
    Tu alientose apagó dó se encendiera;
    Tu muerte fue un abrazo,
    ¡Oh... feliz!... ¡quién muriera
    Tan dulcemente... sin cuidar que muera!

    Breve sueño dormirte,
    ¡Cuán lejos ¡ay de mí! y te ha amanecido!
    ¡La vida transpusiste!...
    -Hermanito querido;
    ¡Salí tras ti clamando... y eras ido!

    Tiende a mí tus alitas
    Del seno del Señor, donde reposas...
    -Llévame adonde habitas;
    Enséñame eras cosas
    Que no oyó humano oído... ¡tan sabrosas!

    De ellas siempre sediento
    Mi corazón está desque respira;
    Por ti serán mi aliento...
    El estro de mi lira,
    ¡Y nueva vida que en mis venas gira!


    Junio 26 de 1829.



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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 05 Sep 2020, 00:36

    NICOMEDES PASTOR DÍAZ

    TOMO II



    Primer período: Adolescencia




    Al silencio
                         
     Oda

     
    Cuando mi alma embelesada canta
    Allá dentro del pecho extasiado,
    -Mi labio está callado,
    Mi vista absorta, estática mi planta.
    Y sólo en triste giro
    Rompe el silencio con algún suspiro.

      Mientras... la noche en negra colgadura
    Enluta el orbe; callan las praderas;
    En las solas riberas
    Apenas el Océano murmura;
    Y el silencio prosigue,
    Y mi anhelante corazón le sigue.

      Las fúlgidas estrellar, centellean;
    Giran miles de globos por los cielos,
    En prolongados vuelos
    Los funestos cometas se pasean,
    ¡Y todo calla!- en tanto...
    Cunde en silencio el tenebroso manto.

      Temblorosa Diana se presenta
    El ámbar del rocío destilando,
    Huye y vuela callando;
    Llega la aurora y el silencio aumenta,
    Arde el sol encendido,
    Arde inmenso, y no se oye su ruido.

    ¡Salve, salve, silencio majestoso!
    ¡Sigue, callando, tu eternal carrera,
    Mientras de esta ribera,
    Mirando al mar y al campo nebuloso,
    Solitario palpito...
    El ruidoso gozar no necesito.

      ¿Qué era un tiempo la grata melodía
    En el vergel umbroso resonando,
    Y el eco fiel y blando
    Que mi amor y mis penas repetía,
    Si, mientras más sonaba,
    Más mi pecho afligido se apenaba?

      En este valle y fúnebres retiros
    Oí un día mil plácidos acentos,
    Amorosos lamentos,
    Cánticos tiernos, flébiles suspiros...
    Y del son regalado...
    ¡Sólo un recuerdo ingrato me ha quedado!

      Oí por las cabañas de esta orilla
    Mil repetidas quejas elevarse;
    Al pastor lamentarse,
    Al pescador gritar de en barquilla,
    Y en sus alas el viento
    Prolongaba el tristísimo lamento.

      Allá en las puertas de ciudad oscura
    Sólo tristes murmullos me aterraban;
    En derredor zumbaban
    Confusos gritos de maldad impura
    Con audacia funesta,
    Mientras callaba la virtud modesta.

      El cavernoso abismo, de su seno
    Abortó los tiranos y la guerra!
    Gimió dó quier la tierra:
    Tembló la mar al pavoroso trueno,
    Y donde se mostraron,
    Allí la humanidad encadenaron.

      No es mío, no, los ayes lastimeros
    Con que en los campos la miseria llora,
    Ni recordar ahora.
    Quiero vanos placeres pasajeros,
    No humeantes murallas,
    Ni el sangriento fragor de las batallas.

      Que recostado en estas rocas quiero,
    Lejos huyendo el turbulento mundo,
    El silencio profundo
    De la noche abarcar; y el orbe entero,
    Cuan compasadamente
    Eterno marcha, contemplar mi mente.

      Sí, cual oculta el remontado cielo,
    La sublime verdad en su tesoro,
    Así el placer que adoro
    Cubre su faz de silencioso velo;
    Y el que en su seno goza
    Mientras se oculta más, más se alboroza.

      La noche, el mar, los cielos no acabados,
    Los campos y desiertos extendidos.
    Los ojos encendidos
    Dó prende amor en vuelos abrasados...
    Todo en silencio mueve...
    Y el alma mía en su quietud se embebe.

      Y como alguna vez ruge el Tonante
    Con sorda tempestad, porque más puro
    Brille el etéreo muro;

     
    Cuando mi alma embelesada canta
    Allá dentro del pecho extasiado,
    -Mi labio está callado,
    Mi vista absorta, estática mi planta.
    Y sólo en triste giro
    Rompe el silencio con algún suspiro.

      Mientras... la noche en negra colgadura
    Enluta el orbe; callan las praderas;
    En las solas riberas
    Apenas el Océano murmura;
    Y el silencio prosigue,
    Y mi anhelante corazón le sigue.

      Las fúlgidas estrellar, centellean;
    Giran miles de globos por los cielos,
    En prolongados vuelos
    Los funestos cometas se pasean,
    ¡Y todo calla!- en tanto...
    Cunde en silencio el tenebroso manto.

      Temblorosa Diana se presenta
    El ámbar del rocío destilando,
    Huye y vuela callando;
    Llega la aurora y el silencio aumenta,
    Arde el sol encendido,
    Arde inmenso, y no se oye su ruido.

    ¡Salve, salve, silencio majestoso!
    ¡Sigue, callando, tu eternal carrera,
    Mientras de esta ribera,
    Mirando al mar y al campo nebuloso,
    Solitario palpito...
    El ruidoso gozar no necesito.

      ¿Qué era un tiempo la grata melodía
    En el vergel umbroso resonando,
    Y el eco fiel y blando
    Que mi amor y mis penas repetía,
    Si, mientras más sonaba,
    Más mi pecho afligido se apenaba?

      En este valle y fúnebres retiros
    Oí un día mil plácidos acentos,
    Amorosos lamentos,
    Cánticos tiernos, flébiles suspiros...
    Y del son regalado...
    ¡Sólo un recuerdo ingrato me ha quedado!

      Oí por las cabañas de esta orilla
    Mil repetidas quejas elevarse;
    Al pastor lamentarse,
    Al pescador gritar de en barquilla,
    Y en sus alas el viento
    Prolongaba el tristísimo lamento.

      Allá en las puertas de ciudad oscura
    Sólo tristes murmullos me aterraban;
    En derredor zumbaban
    Confusos gritos de maldad impura
    Con audacia funesta,
    Mientras callaba la virtud modesta.

      El cavernoso abismo, de su seno
    Abortó los tiranos y la guerra!
    Gimió dó quier la tierra:
    Tembló la mar al pavoroso trueno,
    Y donde se mostraron,
    Allí la humanidad encadenaron.

      No es mío, no, los ayes lastimeros
    Con que en los campos la miseria llora,
    Ni recordar ahora.
    Quiero vanos placeres pasajeros,
    No humeantes murallas,
    Ni el sangriento fragor de las batallas.

      Que recostado en estas rocas quiero,
    Lejos huyendo el turbulento mundo,
    El silencio profundo
    De la noche abarcar; y el orbe entero,
    Cuan compasadamente
    Eterno marcha, contemplar mi mente.

      Sí, cual oculta el remontado cielo,
    La sublime verdad en su tesoro,
    Así el placer que adoro
    Cubre su faz de silencioso velo;
    Y el que en su seno goza
    Mientras se oculta más, más se alboroza.

      La noche, el mar, los cielos no acabados,
    Los campos y desiertos extendidos.
    Los ojos encendidos
    Dó prende amor en vuelos abrasados...
    Todo en silencio mueve...
    Y el alma mía en su quietud se embebe.

      Y como alguna vez ruge el Tonante
    Con sorda tempestad, porque más puro
    Brille el etéreo muro;

    (cont.)


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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 05 Sep 2020, 00:39

    NICOMEDES PASTOR DÍAZ

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    Al silencio
                         
     Oda


    (cont.)



    O cual se opone al triste caminante
    Desierto inanimado
    Porque más goce en el vergel cuidado;

    Así exhala natura breve acento,
    Que más vivo el silencio resucita;
    Más amante palpita
    El corazón en fatigado aliento,
    Y de variar gustoso,
    Torna más dulce al plácido reposo.
    Tal de noche las aguas sonorosas
    Se oyen bramar, retiemblan las montañas;
    De sus hondas entrañas
    Lanza el abismo voces temerosas;
    Y otra vez se adormecen,
    Y los lúgubres ecos enmudecen.

    Mientras, suspira el viento en la floresta,
    El río se desliza murmurando;
    La fiera vagueando
    Lanza por las tinieblas voz funesta;
    Se queja Filomena...
    Y mi amada tal vez llora su pena.

    Sí, mi amada, mi bien, mi dulce Lina
    A mí se acerca, y mudos nos hablamos;
    En silencio gozamos,
    Y mi frente en su seno se reclina;
    Nuestros pechos se oprimen,
    Y nuestros labios ¡ay! aman y gimen.

    Gimen, sí, gimen: el sollozo ardiente
    En que el seno agitado al fin prorrumpe.
    Mi placer no interrumpe;
    Más extasía la embargada mente;
    Y cuanto más suspira
    Más, en silencio, el corazón delira.

    Así, cuando mi alma se arrebata
    Contemplando en las tumbas silenciosas
    Las sombras pavorosas
    Que animadas mi mente se retrata,
    Cuando la visión crece,
    Al compás, la ilusión se desvanece.

    Torno al silencio, los contentos míos,
    El blando lloro, el meditar sereno,
    Hallo sólo en su seno;
    Y la pasión, los ciegos desvaríos,
    La razón que los calma:
    ¡Salve, oh silencio... bálsamo del alma!


    Enero 7 de 1829.




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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 05 Sep 2020, 00:42

    NICOMEDES PASTOR DÍAZ

    TOMO II




    Segundo período: Juventud



    Una voz


    Yo conozco esa voz, a su sonido
    Todo mi ser se estremeció temblando;
    Hela subir cual bélico alarido,
    A los cielos mi muerte demandando.

    Conozco ya esa voz, un tiempo ufana
    La señal dio de paz y de alegría.
    Hoy retumba, cual lúgubre campana,
    Que en alta noche anuncia la agonía.

    La oyó mi corazón la vez primera,
    Y entre aromas y púrpura sonaba.
    Fue el céfiro vital de primavera,
    Y «amor, amor»... su acento pronunciaba.

    Ahora se eleva de una tumba oscura;
    Nube la sigue de terror secreto;
    Aún pronuncia aquel nombre de ternura
    Pero es quien le pronuncia... un esqueleto!

    Agigantado, aéreo, luminoso,
    Véole alzar la vengadora frente;
    Lánzame ese gemido doloroso,
    Y se hunde entre las sombras de repente.

    Dó quier que vuelvo mi aterrada planta,
    Allí me sigue, inseparable sombra;
    A cada paso airada se levanta
    Mi nombre dice, y otro ser me nombra.

    Oigola entre la espuma del torrente
    Oigola en el bramar del torbellino;
    En el sordo murmullo de la fuente,
    En el tronar del piélago marino.

    Ya, como aterrador remordimiento,
    Mi sueño torna en convulsión inquieta
    Ya despierto a en estrépito violento,
    Cual si escuchara la final trompeta;

    Ya del placer el desmayado instante
    Con bárbara ficción remedar quiere;
    Ya en resuello profundo, agonizante,
    Imita las congojas de quien muere!...

    De quien murió...¡Gran Dios!... de quien me llama,
    De quien me emplaza a su desierto asilo;
    De ese tremendo ser que me reclama;
    Que ni en la tumba me miró tranquilo!

    Obedézcote ya, voz misteriosa;
    Héme sumiso a ti, como en la vida;
    Heme postrado ante la yerta losa;
    Ve tu incesante petición cumplida!

    A pasar van, cual tu vivir amargo,
    Los lentos días de mi amargo duelo.
    Y será más profundo mi letargo;
    Que mi tumba también será de hielo.

    De ti quedó un recuerdo de hermosura,
    De ti la sombra que implacable miro;
    De ti esa voz de muerte y de ternura,
    Ese que vaga, universal suspiro.

    De mi existencia oscura, solitaria,
    No quedará ni voz, ni sombra leve;
    No habrá en mi losa funeral plegaria,
    Nadie que un ¡ay! por mi memoria eleve.

    A nadie llamaré; ni quien se asombre
    Habrá en el mundo a mi nocturno acento;
    Ni, como el tuyo, mi olvidado nombre
    Eco será jamás de un pensamiento.

    La mariposa negra
    Borraba ya del pensamiento mío
    De la tristeza el importuno ceño;
    Dulce era mi vivir, dulce mi sueño,
    Dulce mi despertar.
    Ya en mi pecho era lóbrego vacío
    El que un tiempo rugió volcán ardiente;
    Ya no pasaban negras por mi frente
    Nubes que hacen llorar.

    Era una noche azul, serena, clara,
    Que embebecido en plácido desvelo,
    Alcé los ojos en tributo al Cielo,
    De tierna gratitud.
    Mas ¡ay! que apenas lánguido se alzara
    Este mirar de eterna desventura,
    Turbarse vi la lívida blancura
    De la nocturna luz.

    Incierta sombra que mi sien circunda,
    Cruzar siento en zumbido revolante,
    Y con nubloso vértigo incesante
    A mi vista girar.
    Cubrió la luz incierta, moribunda,
    Con alas de vapor, informe objeto,
    Cubrió mi corazón terror secreto
    Que no puedo calmar.

    (cont.)


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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 05 Sep 2020, 00:43

    NICOMEDES PASTOR DÍAZ

    TOMO II




    Segundo período: Juventud



    Una voz

    (cont.)

    No, como un tiempo, colosal quimera
    Mi atónita atención amedrentaba;
    Mis oídos profundo no aterraba
    Acento de pavor:
    Que fue la aparición vaga y ligera;
    Leve la sombra aérea y nebulosa;
    Que fue sólo una negra mariposa
    Volando en derredor.

    No cual suele, fijó su giro errante
    La antorcha que alumbraba mi desvelo;
    De su siniestro misterioso vuelo
    La luz no era el imán.
    ¡Ay! que sólo el fulgor agonizante
    En mis lánguidos ojos abatidos,
    Ser creí de sus giros repetidos
    Secreto talismán.

    Lo creo, sí... que a mi agitada suerte
    Su extraña aparición no será en vano.
    Desde la noche de ese infausto arcano,
    ¡Ay Dios!... aún no dormí.
    ¿Anunciaráme próxima la muerte?
    ¿O es más negro su vuelo repentino?...
    ¡Ella trae un mensaje del Destino!...
    Yo... ¡no le comprendí!

    Ya no aparece sólo entre las sombras;
    Dó quier me envuelve su funesto giro;
    A cada instante sobre mí la miro
    Mil círculos trazar.
    Del campo entre las plácidas alfombras,
    Del bosque entre el ramaje la contemplo
    Y hasta bajo las bóvedas del templo...
    Y ante el sagrado altar.

    «Para calmar mi frenesí secreto
    Cesa un instante, negra mariposa:
    Tus leves alas en mi frente posa;
    Tal vez me aquietarás...»
    Mas redoblando su girar inquieto
    Huye, y parece que a mi voz se aleja,
    Y revuelve, y me sigue, y no me deja...
    ¡Ni se para jamás!

    A veces creo que un sepulcro amado
    Lanzó, bajo esta larva aterradora,
    El espíritu errante, que aún adora
    Mi yerto corazón.
    Y una vez ¡ay! extático y helado,
    La vi, la vi... creciendo de repente,
    Mágica desplegar sobre mi frente
    Nueva transformación.

    Vi tenderse sus alas como un velo,
    Sobre un cuerpo fantástico colgadas,
    En rozagante túnica trocadas,
    Só un manto funeral.
    Y el lúgubre zumbido de su vuelo,
    Trocóse en voz profunda melodiosa,
    Y trocóse la negra mariposa
    En Genio celestial.

    Cual sobre estatua de ébano luciente
    Un rostro se alza en ademán sublime,
    Dó en pálido marfil su sello imprime
    Sobrehumano dolor;
    Y de sus ojos el brillar ardiente,
    Fósforo de visión, fuego del cielo,
    Hiere en el alma... como hiere el vuelo
    Del rayo vengador!

    «Un momento ¡gran Dios!» mis brazos yertos
    Desesperado la tendí gritando:
    «¡Ven de una vez!, la dije sollozando,
    ¡Ven y me matarás!»
    Mas ¡ay! que, cual las sombras de los muertos,
    Sus formas vanas a mi voz retira,
    Y de nuevo circula y zumba y gira...
    Y no para jamás...

    ¿Qué potencia infernal mi mente altera?
    ¿De dónde viene esta visión pasmosa?
    Ese genio... esa negra mariposa,
    ¿Qué es?... ¿Qué quiere de mí?...
    En vano llamo a mi ilusión, quimera;
    No hay más verdad que la ilusión del alma:
    Verdad fue mi quietud, mi paz, mi calma...
    Verdad... que ya perdí!

    Por ocultos resortes agitado
    Vuelvo al llanto otra vez hondo y doliente,
    Y mi canto otra vez vuela y mi mente
    A esa extraña región,
    Dó sobre el cráter de un abismo helado.
    Las nieves del volcán se derritieron...
    Al fuego que ligeras encendieron
    Dos alas de crespón.


    1834.




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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 05 Sep 2020, 00:47

    NICOMEDES PASTOR DÍAZ

    TOMO II




    Segundo período: Juventud






    Su mirar

    Pasó... no era mujer!... era mi sueño
    Que el aura del crepúsculo mecía:
    El ángel era que forjó en su empeño
    De amor mi fantasía.

    Aérea, alada, leve, transparente
    Volar la vi sobre la verde alfombra,
    Como pasa un celaje de occidente,
    Como vaga una sombra.

    Azul ropaje celestial vestía,
    Y alas de gasa el serafín radiante:
    Era la luz, el aire, la armonía...
    Y un pálido semblante.

    Yo no vi en él lo que otro tiempo viera
    En la espléndida faz de la hermosura,
    Cuando a mi pecho fulminar sintiera
    Su llama ardiente, dura.

    No era un mirar sobre la faz del mundo;
    No era un mirar de la terrestre vida:
    Hundiérase del cielo en lo profundo
    Su mirada perdida.

    Allá, en un punto, en la insondable esfera
    Misteriosa lanzábase y lejana,
    Que ni alcanzar ni comprender pudiera
    Otra mirada humana.

    I desde sus incógnitas regiones
    En mágico reflejo a mí volvía,
    Y de ella en torno un mundo de ilusiones
    Fantástico nacía...

    ¡Ilusiones! ¡ay!... pasaron
    Como ráfaga encendida.
    Que del árbol de la vida
    hoja y flores abrasaron.

    Mi alma las alas plegó
    De su vagaroso vuelo;
    Y en el abismo de hielo
    De la realidad cayó.

    Faltó la tierra a mis pies
    En aquel seno profundo;
    Faltó a mis ojos el mundo...
    Que una ilusión sólo es.

    Faltó el misterioso afán
    Que me encumbraba a la esfera;
    Faltó el norte a mi carrera,
    Y a mi brújula el imán.

    Llamarle pude quietud
    A mi solitaria calma,
    Y era... la vejez de un alma
    Que perdió amor y virtud!...

    Rayo, aquel mirar divino
    A mi abismo descendió
    En busca de mi destino;
    Y a su fulgor repentino
    Mi espíritu despertó.

    Volvió la vida a latir,
    Volvió el alma a delirar;
    Volvió el ardor de sentir;
    Y el infierno de vivir...
    Y el paraíso de amar

    Y esa mirada angelical, sublime.
    Marcado lleva el sello del dolor:
    Es el mirar de un serafín que gime,
    Y pide a Dios un rayo de su amor.

    Simbólico mirar, que transparenta
    So un espíritu puro, virginal,
    El ansia vaga, de llorar sedienta,
    De la pasión primera de un mortal.

    Mirar, que eleva eterna una plegaria
    Al que a la dura tierra le arrojó,
    Y en su aflicción profunda, solitaria,
    A los cielos demanda -«¿Y quién soy yo...

    »Que de orfandad, misterios y amargura
    Aparición fatídica me hallé?
    Arrojada en el mundo a la ventura,
    Ajena compasión mi madre fue.

    (cont.)


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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 05 Sep 2020, 00:50

    NICOMEDES PASTOR DÍAZ

    TOMO II




    Segundo período: Juventud



               


      Su mirar
    (cont.)

      »De mi expósita cuna los vagidos
    No arrulló nunca el gremio maternal;
    Ni en su ósculo inefable recogidos
    Los sollozos sentí de mi natal.

      «Pasó una noche, y despertó una aurora:
    Flor arrojada a un arenal me vi.
    Dónde está mi jardín el cielo ignora,
    Y el árbol bello a que arrancada fui!»

      ¡Ay! de esa soledad la historia triste
    En tu pálida frente adiviné.
    La lágrima primera que vertiste,
    Como esmalte en tus párpados se ve.


      Y allá buscan la imagen de consuelo
    Que el mundo les negara sin piedad.
    Bájalos ¡ay!... que no la tiene el cielo
    Sobre otro ser de amor y soledad.

      ¡Bájalos!... heme aquí, triste hermosura.
    Que mi destino en su mirar leí.
    Yo también he bajado de esa altura:
    ¡Ángel!... para adoraros ¡hedme aquí!

      ¡Aquí... del mando a la puerta!...
    Y no llaméis; que en su encono
    No ofrece a vuestro abandono
    Ni un lecho en que reposar.

      Tomad la ruta desierta
    De un corazón que os adora.
    Y que os promete, señora,
    Un culto, un templo, un altar.

      ¡Oh mi deidad!... que yo hiciera
    Un sagrario a tu hermosura
    Dó alumbrara sola y pura
    Tu celeste brillantez.

      Ni a esa túnica ligera
    Tocara el borde mi mano,
    Ni empañara aliento humano
    El esmalte de esa tez.

      Allí sí que al térreo manto
    Rasgara tu vista el velo,
    Pura remontando al cielo
    Tu mirada virginal.

      Mientras en transporte santo
    Yo a tus plantas noche y día,
    Extático besaría
    Tu dorado pedestal.

      Y si una vez, de tu altura
    Descendiendo vagamente,
    Tu mirar sobre mi frente
    Dejarás blando caer,

      Ese rayo de ventura
    Rayo a mi existencia fuera;
    Y al éxtasis sucumbiera
    ¡De amor, de gloria y placer!...

      Era sueño... ¡pasó!... ronca zumbando
    La voz del mundo resonó en mi oído,
    Y a tu nombre, en sus ecos repetido.
          Con pavor desperté.

      -«He allí tu aparición, dijo gritando
    Por mi mano y mi voz desencantada:
    Hela allí; no es tu huérfana, tu Fada.
          Ni el ángel de tu fe.

      »Qué antiguas glorias su blasón retrata:
    »Lleva en la tierra un nombre de grandeza,
    Y esa frente de luz y de belleza
          Áurea diadema orló.

      »Espléndida carroza la arrebata,
    Magnífico palacio le da sombra,
    Y la Fortuna su dorada alfombra
          A sus plantas tendió.»

      ¡Maldición sobre ti, mundo celoso,
    Que el ángel de mis sueños me robaste;
    Que su esplendor diáfano eclipsaste
          Con tu brillo infernal.

      Maldición! que a en vuelo vagaroso
    Las seráficas alas detuviste,
    Y el talismán fantástico rompiste
          De mi amor inmortal.

      Y tú, visión de luz, ¿a qué del suelo
    Por la pompa trocaste y los placeres
    El cielo azul de los etéreos seres,
          Y el trono de zafir?

      Yo siguiera a tu espíritu en su vuelo,
    Yo siguiera tu mente hasta las nubes...
    Y esa carroza, dó brillante subes,
          ¡No la puedo seguir!

      Mas aun cruza relámpago el espacio
    Ese mirar, y a lo infinito vuela;
    Y aun a mi triste despertar revela
          La deidad que soñé.

      Ni en las bóvedas anchas de un palacio
    Cabrá lo que abarcar no puede el mundo,
    Ni el sentimiento comprimir profundo
          Que yo te consagre.

      Que en vano esos salones recorriendo
    Buscará esa mirada indagadora
    Dó el espíritu vive que os adora.
          Que sentís, que no veis...

      ¡Sentid, y no veáis!... y bien ardiendo
    Pase ante vos el soplo que respira.
    No queráis ver los ojos con que os mira;...
          Sentid... y no miréis!

      Que negro ante estos ojos hay un velo,
    Y verás sobre mí desde tu altura
    Nube de polvo circundarme oscura,
          Y alzarse entre los dos.

      ¡Ay!... Mira siempre vagarosa al cielo,
    Y pura allí, sin nube y sin grandeza,
    Tú verás mi pasión; yo... tu belleza
    ¡En el seno de Dios!


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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 06 Sep 2020, 02:07

    NICOMEDES PASTOR DÍAZ

    TOMO II



    Segundo período: Juventud




    A S. M. La Reina gobernadora,
    Doña María Cristina de Borbón
    en el acto de jurar la Constitución de 1837



    ¡Bendición sobre ti, Reina adorada;
    Sobre ti bendición, y paz y gloria,
    Hoy que al amor de un pueblo consagrada
    Juras su ley, proclamas su victoria!

    Bendición sobre el solio dó se asienta
    El poder, la inocencia y la hermosura.
    El pueblo que hoy su pacto te presenta,
    También del Trono la victoria jura.

    Sólo ante ti, magnánima heroína
    Puede elevar tan sacro juramento,
    Sólo por ti merecerá, Cristina.
    Que le acepte propicio el firmamento.

    Que en el cerco de nubes que ennegrece
    El horizonte de la patria oscuro,
    Sólo eres tú la luz que resplandece,
    Sólo es tu trono inmaculado y puro...

    En la confusa oscuridad luchando,
    Su pendón tus guerreros ya no vían,
    Y por lanzarse al enemigo bando.
    Ciegos las armas contra sí volvían.

    El contrario aplaudió; su risa impura
    Sonó en su campo cual rugir de fiera;
    A raya tuvo el libre su bravura
    Y gritó en alta voz: «¡Una bandera!»

    Y esa bandera que buscaba en vano
    Espléndida, radiante, inmaculada.
    Esa bandera tremoló en tu mano...
    ¡Bendición sobre ti, Reina adorada!

    Ese estandarte nuevo, refulgente,
    En santa unión nos lleve a la pelea,
    Y cuando al torvo despotismo ahuyente
    ¡Iris de paz y de bonanza sea!

    Que en su fondo, a tu nombre entrelazadas,
    Simétricos ostenten sus colores
    Divisas, en mal hora separadas.
    Unidas ya, como en guirnalda, flores.

    Si es de un sólo matiz lúgubre, oscuro
    Del fanatismo el pabellón de muerte,
    ¿Pensáis que el paño de la tumba impuro
    Sea emblema de unión durable y fuerte?

    ¡Ah! no hace mucho que humillar al Sena
    Quiso el blanco pendón de sus señores;
    Miradle roto en extranjera arena,
    ¡Al mágico brillar de tres colores!

    Dos colores también, y el de tu manto.
    Orlan las libertades españolas;
    Mas uno es ya su lazo sacrosanto.
    Una la enseña que a en faz tremolas.

    Alzala, oh Reina, en tu gloriosa mano.
    Vedla, pueblos de Europa: ¡es ella, es ella!
    Esa es la libertad del pueblo hispano:
    ¿Quién de vosotros la miro tan bella?


    (cont.)


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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 06 Sep 2020, 02:09

    NICOMEDES PASTOR DÍAZ

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    Segundo período: Juventud




    A S. M. La Reina gobernadora,
    Doña María Cristina de Borbón
    en el acto de jurar la Constitución de 1837


    (cont.)

    ¡La libertad!... Horrorizado el mundo,
    Creyóla un tiempo del puñal armada,
    Coronada la sien de gorro inmundo,
    Sobre regios cadáveres sentada.

    O el martillo del Cíclope en su mano,
    A polvo reduciendo las ciudades,
    Alzando el grito de su triunfo insano
    Sobre desamparadas soledades.

    En alas de visión más venturosa
    La ve España bajar sobre su suelo,
    Pura, fecunda, celestial, gloriosa,
    Como al hombre en amor la ha dado el cielo.

    La ve con la diadema en su cabeza.
    Subir contigo al soberano asiento,
    Y las, formas tomar de tu belleza,
    Y pronunciar tu sacro juramento.

    La ve dorar las alas refulgentes
    Del Ángel Regio que a tu lado brilla.
    Y al cielo alzar sus manos inocentes,
    Que también piden paz para Castilla.

    La ve... y ahoga el llanto de ternura
    La voz con une tu nombre victorea,
    Y al nombre augusto que tu labio jura,
    Con lágrimas responde: «¡Eterno sea!»

    Y cuando alzas sublime al firmamento.
    Confirmando tu voto, una mirada,
    ¡Bendición, bendición... murmura el viento,
    Bendición sobre ti, Reina adorada!

    La mano fría
    Breve fue y robado instante
    A la amarga inquieta vida,
    En que el ánima rendida
    Rindió los miembros también.
    Eran horas de alta noche,
    Y en mi solitario lecho
    Posaba tranquilo el pecho,
    Lenta pulsando la sien.

    Cuando súbito en el sueño
    Vibró el cuerpo estremecido,
    Y taladrando mi oído,
    Grito de muerte sentí:
    Desperté, tendí con ansia
    Los yertos brazos al viento,
    Contuve tardo el aliento,
    Miré en torno... ¡y nada vi!

    Todo era silencio y sombras,
    Todo oscuridad y calma;
    Sólo el reposo del alma
    Despareciera fugaz.
    Que ella, que sin lumbre mira
    Percibió negro y secreto
    Más que la noche, el objeto,
    Que a ahuyentar vino su paz.

    Y en breve sentí arrastrarse.
    Como en la yerba un gusano,
    Áspera y fría una mano,
    Que por mis miembros trepó.
    Una mano férrea. dura.
    Una mano sola, helada...
    Cual de un muerto despegada...
    ¡Que en mi frente se posó!

    Posó: cual monte de hielo
    Su enorme peso oprimía,
    Sin dejarle a mi agonía
    Ni un ¡ay! de espanto lanzar.
    Porque en mis labios su dedo
    Sentí cual férrea mordaza,
    Que su sello de amenaza.
    Imprimió muda al pasar.

    ¡Y pasó! pasó la noche,
    Y el sueño, y la helada mano...
    Y a la aurora esperé en vano
    Que disipara mi horror.
    Que horrible, más que las sombras,
    Su negra faz mostró el día...
    Todo mudado se había
    ¡De mi vista en derredor!

    Radiante no brilló el mundo.
    Ni iluminado el espacio,
    Ni su disco de topacio
    Trémulo ostentaba el sol.
    Ni del pabellón pendían
    De un cielo desmantelado,
    Nubes de gasa y brocado
    Recamadas de arrebol.

    Trocara en árido polvo
    Su esmeralda la pradera;
    En negros paños la esfera
    Su abrillantado turquí.
    Y ante un sol descolorido,
    Sobre una tierra desierta...
    La naturaleza muerta...

    (cont.)


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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 06 Sep 2020, 02:12

    NICOMEDES PASTOR DÍAZ

    TOMO II



    Segundo período: Juventud



    A S. M. La Reina gobernadora,
    Doña María Cristina de Borbón
    en el acto de jurar la Constitución de 1837

    (cont.)



    ¡Muerta la vida creí!

    Tantas voces que armonía
    Daban, y concierto al mundo,
    Callaban en lo profundo
    De medrosa soledad.
    O sueltas a un tiempo, el caos
    Lanzaba al mundo aturdido,
    En ráfagas, el ruido
    De su eterna tempestad.

    Y vía cruzar los hombres,
    Al azar, graves o inquietos,
    Ora errantes esqueletos
    Sin espíritu ni voz,
    Ora fantasmas siniestros,
    Derramando en su mirada,
    Fuego el alma depravada,
    Sangre el corazón feroz.

    Busqué entonces con recelo
    En la universal negrura,
    Una forma de hermosura,
    Un destello de beldad.
    En vano ¡ay Dios!... que el conjuro
    De aquella noche de espanto,
    De la belleza el encanto
    Robó también sin piedad.

    Y vi inmóviles y mudos
    Los semblantes de las bellas;
    Apagadas sus centellas,
    Sus pupilas sin lucir.
    Las vi, desecadas momias,
    Yertas pasando a mi lado,
    Su labio frío y cerrado,
    Y mi seno sin latir.

    Sí, que como centro horrible
    De aquel mundo en esqueleto,
    Sin calor quedara y quieto.
    Cadáver, mi corazón.
    Y la mano que en mi frente
    Sus dedos selló pasando,
    Se fijara en él, pesando
    Con perenne compresión.

    ¡Ay!... ¿Qué mano, santo cielo,
    Qué mano fue vengadora,
    La que con magia traidora
    Transformó el mundo, o mi ser?
    ¿Era la mano del Tiempo,
    Por dedos sus desengaños?
    No... no brillara veinte años
    El sol desde mi nacer.

    ¿Era la mano de mármol
    De emboscada muerte oscura,
    Abriendo la sepultura
    De una existencia veloz;
    Asiéndome con la rabia
    De implacable odio tirano;
    Que al fin fiaba a una mano
    Lo que no pudo una voz?...

    No, que un día, en mis dolores,
    Vino la Parca a mi lecho,
    Y cruzadas en mi pecho
    Sus leves manos sentí.
    Y eran manos perfumadas,
    Suavísimas, deliciosas,
    Que festonaban de romas
    Una tumba que perdí.

    ¿Fue acaso del Infortunio
    Esa mano... o del Destino?
    ¿Del cielo enojada vino,
    O de la infernal región?
    No... que al orgullo del hombre
    Sorprendí el horrible arcano...
    De que era la helada mano...
    ¡La mano de la Razón!






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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 06 Sep 2020, 02:14

    NICOMEDES PASTOR DÍAZ

    TOMO II



    Segundo período: Juventud





    A un ángel caído
    Fragmentos


    Helos allí postrados por el suelo.
    Desde el trono esplendente en que brillaron:
    Genios de eterna luz los creó el cielo,
    Y genios de tinieblas se tornaron.


    He allí esa frente, más que el sol, radiante,
    Que llevar pudo estrellas por guirnalda,
    Cuando entre nubes de oro y de diamante
    Desplegaban sus alas de esmeralda.

    Su voz sonaba, y al hosanna eterno
    Se inundaban los cielos de armonía;
    Su vuelo alzando, hasta el remoto infierno
    Luminosa su huella se extendía...

    Pero intentó su vanidad demente
    El poder igualar que los creara,
    Quiso, alzando sus ondas, el torrente
    La montaña inundar de dó bajara;

    Y la montaña le tragó en su seno,
    Só el gran poder cine al universo abruma.
    Y a los abismos, convertida en cieno.
    Fue su brillante vanidosa espuma.

    A los abismos ¡ay! dó abrió su planta
    Vasto sepulcro a su impotente crimen.
    Dó en vano su soberbia se levanta,
    Con los hierros luchando que la oprimen.

    Ya es su voz el bramar de la tormenta;
    Su resuello feroz, los huracanes;
    Que alguna vez abrasador revienta
    Con espantoso estrépito en volcanes...

    ¡Eso, y no más!... les queda de la gloria
    Que deslumbraba en la terrestre esfera,
    El despecho infernal de su memoria...
    ¡Y el resplandor de la infernal hoguera!

    Y ellos... que para amar fueron nacidos
    Con el amor de un Dios alimentados.
    Helos sin fin... de Dios aborrecidos,
    ¡A odiar y a maldecirse condenados!

    Pero tal vez no todos la sentencia
    De no amar, y el tormento merecieron;.
    Pudo mirar la celestial clemencia
    Que, espíritus de amor, no le perdieron.

    Pudo ser que en las huestes celestiales
    Débiles almas ¡ay! también se hallaran,
    Que, sin ceder al crimen, criminales,
    Siguiesen a otros ángeles que amaran.

    Pudo ser que el rebelde sentimiento,
    De el yugo sacudir de criatura
    Fuese en alguno el generoso intento
    De dar vida a otros seres y ventura.

    (cont.)


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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 06 Sep 2020, 02:17

    NICOMEDES PASTOR DÍAZ

    TOMO II



    Segundo período: Juventud





    A un ángel caído
    Fragmentos


    (cont.)

    Y pudo ser que la justicia eterna,
    Al sumergir la turba maldecida,
    De una mirada perdonase tierra,
    A esos tristes espíritus, la vida.

    «Vivid, les dijo, en la mansión del hombre,
    De su dolor al yugo uncid la frente,
    Llevad su carne mísera y su nombre,
    Prisión de un alma de ángel penitente.

    »Pasad sobre su valle de dolores.
    Largo destierro y siglos de quebranto;
    Pues pecasteis de amor, de sus amores
    Probad tan sólo el afanoso llanto.

    »Y si del rayo que encendió el infierno
    Sólo os hirió al pasar leve centella,
    En amenaza de un suplicio eterno
    Guarde vuestro interior su eterna huella,

    »Y guarde a un tiempo el éxtasis del cielo,
    Y el arranque inmortal de su grandeza.
    Pero... ¡sin alas para alzar el vuelo.
    Sobre el nivel de la mortal flaqueza.

    »El mundo no comprenda vuestra lucha,
    A vuestro llanto... estúpido se ría;
    Y a vuestra voz responda, si la escucha,
    Con gritos de sarcasmo y de alegría.

    »Mas apurando el cáliz de los males,
    Séaos consuelo, en el dolor sumidos,
    que otros serán los genios infernales;
    Vosotros sed... los ángeles caídos!...»

    Y desde entonces se ven
    Sobre el suelo peregrinos,
    Esos seres, que la sien
    Doblan con triste desdén
    A los humanos Destinos.

    Extrañas apariciones
    Que, perdidas e ignoradas,
    Cruzan las generaciones,
    Cual cruzan nobles pasiones
    Por las almas degradadas.

    Que el mundo no las comprende,
    Porque a su altura no llega,
    Y su grandeza le ofende;
    Que humilla lo que sorprende;
    ¡Y lo que deslumbra... ciega!...

    Así los vemos pasar
    Solitarios e infelices,
    De otros seres a la par.
    Sin huellas y sin raíces.
    Como barcos por el mar.

    Ni para su rumbo hay puerto,
    Ni para su noche hay polo;
    Y en el Océano incierto,
    Como fiera del desierto,
    Por marchar... ¡marchan tan sólo!...

    Para cumplir su destino,
    Para ceder a su afán...
    Sin curar que en su camino
    Los envuelva el torbellino,
    ¡O los lleve el huracán!

    Y si compasivo el cielo
    Con la raza que los ve,
    Libre les deja en vuelo
    Porque avasallado el suelo
    Se postre humilde a su pie,

    Y en sus marmóreos anales
    Graba entonces la memoria
    Esos nombres colocales,
    Que se alzan como fanales
    En la noche de la historia.

    Ellos oscuros están,
    Mientras en torno iluminan,
    Como el cráter de un volcán,
    Cuyo seno ardientes minan
    Hondos abismos de afán.

    Y en la cumbre en que se admiran.
    Y en el templo en que se adoran.
    Ni aire de placer respiran,
    Ni hallan eco si suspiran...
    ¡Ni lágrimas cuando lloran!

    Por eso raudo el solitario vuelo
    De su vivir apuran;
    Por eso surcan como el rayo el cielo...
    Y como el rayo duran.

    Por eso eterno torbellino agitan
    Con sus formas inquietas,
    O el fantástico mundo sólo habitan
    De amantes y poetas.

    Como un canto sublime,
    El misterioso lúgubre lamento
    De una deidad que gime.

    Y por eso tal vez pasa fecundo
    De amargura y dolores
    Algún ser, que portento admira el mundo
    De hermosura y de amores...

    Hélos allí que aparecen
    En la forma aérea y vaga
    De una fantástica Maga,
    De una Fada, o de una Hurí.

    (cont.)


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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 06 Sep 2020, 02:19

    NICOMEDES PASTOR DÍAZ

    TOMO II



    Segundo período: Juventud





    A un ángel caído
    Fragmentos


    (cont.)



    Cree el hombre que amor le traen
    En su pupila de estrellas,
    Y desciende el rayo en ellas,
    Y en vez de amor... frenesí.

    Que entonces nacen ardientes,
    Horribles... esas pasiones
    Que a mortales corazones
    Piadoso el cielo negó.

    Y a vueltas de esa belleza,
    Reflejo del sol eterno,
    Se oculta el ardor de infierno,
    Que sus alas abrasó.

    Aún queda a su triste noche
    Luz de aurora en el semblante,
    Y en sus ojos de diamante
    Fascina la brillantez;

    Queda en sus labios perfume
    De celestial ambrosía,
    Y ese acento de armonía,
    Que aún llega al cielo tal vez...

    Mas si al acento atraídos,
    Si de esa luz fascinados,
    Mortales desventurados,
    Osáis su aliento aspirar,

    Veréis cual se torna en llama
    Que inextinguible os devora;
    Y al sentiros en mal hora
    Arder... ¡creeréis que es amar!

    ¡Ay!... no es amar el suplicio
    De ese convulsar inquieto,
    De ese anhelar sin objeto,
    ¡Sin horizonte... ni fin!

    De esos deseos sin nombre,
    Que aborta el alma abrasada
    En la órbita arrebatada
    Del alma de un serafín.

    ¡Ay!... no es el amor del mundo,
    Flor de la vida del alma,
    Con su transporte, su calma,
    Su esperanza y galardón,

    Con sus lánguidos suspiros,
    Y su llanto de alegría,
    Con sus besos de ambrosía;
    Su placer y su ilusión.

    No es ese lazo de rosas
    De dos almas que se hallaron
    Juntas, cuando despertaron,
    Su juventud al nacer;

    Y antes de seguir el curso
    De esta vida de tormento
    Sacrifican un momento
    Sobre el altar del placer.

    No: de esos seres extraños
    No hay lazos, placer, ni flores;
    Ni caricias, ni favores,
    Ni un suspiro... ¡ni un mirar!

    Altar sí, dó en sacrificio
    Se da al ángel que se adora
    El llanto, que eterno llora
    Quien le vio una vez pasar...

    ¡Ay! tú cruzaste, hermosa, ante mis ojos;
    Yo vi en tu frente escrita mi pasión,
    Y como un reo me postré de hinojos...
    Para oír mi sentencia y maldición.

    Hirióme el rayo que esquivé en el suelo,
    Cuando, presa de ciega vanidad,
    Pedí un objeto para amar al cielo,
    Pedí, para un mortal... ¡una deidad!

    Yo desdeñé también rebelde, ingrato,
    La triste condición en que nací;
    Mil corazones rechacé insensato,
    Mil plegarias amantes desoí.

    (cont.)


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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 06 Sep 2020, 02:20

    NICOMEDES PASTOR DÍAZ

    TOMO II



    Segundo período: Juventud





    A un ángel caído
    Fragmentos


    (cont.)


    Era una sed que no aplacó la fuente,
    Buscó el raudal que por el monte va;
    He allí que pasa indómito el torrete.
    ¡Y sin templar mi sed, me ahogará!

    He allí que cruza su mirar de fuego
    Bajo un rostro de tibia palidez;
    Y al yo mirarla... convertirse luego,
    Mudo mármol, sus ojos y su tez...

    Ni una voz, ni un acento, ni un suspiro...
    ¡Ni un leve pensamiento para mí!
    Ni el anhelo mirar con que le miro,
    ¡Ni la vida aceptar que le rendí!

    ¡Ay! si era mi existencia sola, oscura,
    ¿De qué me sirve tu funesta luz?
    Antorcha de una negra sepultura,
    Déjala con su noche y con su cruz,

    ¿A qué viniste a perturbar mi sueño.
    Blanco fantasma, y mi profunda paz
    ¿A qué arrancaste el tétrico beleño
    Que circundaba lívido mi faz?

    Era triste, era horrible, era la muerte...
    ¡En yerta postración, mi juventud!
    Tú pasaste a mi lado, y para verte
    Débil me levanté del ataúd.

    Tú venías del cielo... yo te amaba;
    Creí que me mirabas... ¡te adoré!
    Sentí correr mi sangre, ¡y era lava!
    Y «¡esto sí que es morir!» triste clamé.

    Porque al punto ligeras más que el viento
    Tus alas te llevaron más allá...
    Y en vano, en convulsivo movimiento,
    ¡Mi espíritu infeliz te sigue ya!

    Porque en vano delicias de otra esfera
    Soñé al mirar tu aérea aparición;
    Y realizada la fatal quimera
    Que en mal hora abortó mi corazón...

    «¡No soy más que un mortal!» vano mi acento
    Con plegaria de amor te dirigí,
    «¡No soy más que un mortal!...» y el firmamento,
    Otros ángeles tiene para ti.

    Y para mí... ¿qué guarda? El mundo, el cielo,
    ¿Qué son ya para un ser que odian los dos?
    Cuando me niega su quietud el suelo,
    Y ángeles de dolor me envía Dios?

    ¿Queda tal vez oculto algún abismo,
    De su destino incógnito a cumplir?
    ¿Seré tal vez espíritu yo mismo,
    Condenado, como ellos, a vivir?

    (cont.)


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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 06 Sep 2020, 02:22

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    Segundo período: Juventud





    A un ángel caído
    Fragmentos


    (cont.)


    ¡Ay!... ¡Si en mi noche esta esperanza fuera
    Crepúsculo de bien y de verdad!
    ¡Si ese ángel su mirada detuviera
    Un momento en mis ojos, por piedad!...

    ¡Si cruzando sus manos en mi pecho,
    Temblaran, al pulsar del corazón!
    ¡Si reposando en mi abrasado lecho,
    Viera de tanto ardor la abnegación!

    Tal vez entonces, ángel destronado,
    ¡Descendiera un recuerdo sobre ti!
    Y ¡ay!... -¿eres tú?, clamaras-, ¡desgraciado!
    El ser de amor que con mi amor perdí.

    ¿Eres tú el que yo busco? Y ceñiría
    Mi cuello con su abrazo celestial;
    Y entonces ¡ángel mío!... moriría...
    ¡Mísero ser!... ¡no soy más que un mortal!

    Un mezquino mortal que sufre y llora
    Luchando con el mundo en que nació;
    Un mortal que a los ángeles adora,
    Porque en el mundo qué adorar no halló.

    Un corazón perdido en el desierto,
    Dó viento al horizonte una beldad,
    Al llegar a sus pies rendido y muerto,
    Ya no le pidió amor... ¡sino piedad!

    ¡Y ni piedad, ni amor!... ¡Ángel caído!
    Tu destino en el mundo es bien cruel.
    Mas te envía el Señor... ¡dále cumplido!
    ¡Vierte entera la copa de su hiel!

    ¡Y ni amor, ni piedad!... Ahoga en el vuelo
    De tus alas, el ay de mi sufrir;
    Para ti queda en esperanza un cielo;
    Para mí... ¡la esperanza de morir!

    Y ni amor, ni piedad... mas tus oídos
    Escucharán mi voto criminal.
    Tú eres ¡ay! de los ángeles caídos;
    Yo buscaré tal vez uno infernal.

    Y en mi despecho me diré violento
    Por consuelo a mi ciego frenesí:
    -¡No soy más que un mortal!... ni el firmamento
    Otros ángeles tiene para mí.»


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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 06 Sep 2020, 03:22

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    Segundo período: Juventud








    Mariposa y flor
    Traducción de Víctor Hugo


    I

    «No -decía a la errante Mariposa
    Triste la Flor, del tallo suspendida-,
    No vueles más.
    ¿A qué en la vega giras vagarosa,
    Mientras me agito al duro tronco asida?
    ¿Por qué te vas?...

    Amémonos, unamos la existencia
    Aquí, donde tan lejos de los hombres,
    Nos puso Dios;
    Dó huyendo su maléfica presencia
    Nos crean, confundiendo nuestros nombres,
    Flores las dos.

    Mas ¡ay! que el aura leve te arrebata;
    En tanto, dura me aprisiona al suelo
    Honda raíz.
    Y no me es dado en círculos de plata
    Girar contigo, y perfumar tu vuelo.
    ¡Suerte infeliz!...

    Y allá lejos te pierdo en la pradera.
    O inquieta cruzas la esmaltada alfombra
    De flor en flor,
    Mientras yo quedo, en soledad severa,
    A ver lenta girar mi propia sombra
    En derredor.

    Mas tú vuelves, y tornas, y te agitas,
    A cada flor mostrando brilladora
    Un nuevo encanto.
    Así mi ansiosa juventud marchitas;
    Así me veis, volviendo a cada aurora,
    ¡Bañada en llanto!

    ¡Oh! coronen mi afán horas felices,
    Y fiel amante ya, tu vago vuelo
    Reposa en mí.
    Toma en la tierra como yo, raíces;
    O alas me da para cruzar el cielo,
    Unida a ti.»




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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 06 Sep 2020, 03:23

    NICOMEDES PASTOR DÍAZ

    TOMO II



    Segundo período: Juventud








    Mariposa y flor
    Traducción de Víctor Hugo





    II
    A****


    Mariposas y flores, dueño mío,
    La tumba en breve reunirá, y su suerte
    Será común.
    ¿A qué esperar a un túmulo tardío,
    Si antes unirnos puede que la muerte,
    La vida aún?

    Aún hay, sí, dó vivamos, dó volemos...
    Si al azul de la esfera vagarosa
    Tiendes las alas.
    Y campos hay también donde brotemos
    Si en el campo pretendes, pura rosa,
    Lucir tus galas.

    Adonde quieras, sí, donde respires,
    O matiz seas, o aromado aliento,
    Brisa o vapor,
    O mariposa rutilante gires,
    O ligero botón... halague el viento
    Tu ala, o tu flor.

    ¡Pero unidas, mi bien!.. en tanto dura
    La vida... nuestra unión, mi único anhelo,
    Mi bien real;
    Que después ¡oh mi amor! a la ventura.
    Podremos escoger... la tierra, el cielo...
    Nos será igual.


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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 06 Sep 2020, 03:25

    NICOMEDES PASTOR DÍAZ

    TOMO II



    Segundo período: Juventud





    Desvarío

    Alto mi juventud remontó el vuelo,
    Y más alto mi amor.
    Ídolo a su pasión buscó en el cielo,
    Pábulo digno a su inmortal ardor

    Era un culto, una fe... Yo prosternado
    Le subí en el altar.
    ¡Ay! era una Deidad... no le fue dado
    Mis sacrílegos votos aceptar.

    Las oyó por mi mal... oyó el acento
    Que impuro blasfemó...
    Y descendió a mis brazos y mi aliento...
    No, mi aliento de amor no le abrasó.

    Pero a mis pies el suelo estremecido
    Fuego brotó infernal.
    Vi al ídolo en cenizas convertido,
    Y el ara santa en urna sepulcral.

    Aún está allí... desnudo y solitario
    Como mi corazón,
    Un túmulo, dó estaba un santuario,
    Alza imponente su fatal padrón.

    ¡Ah! pensé que de altar su negra losa
    Me pudiera servir,
    Y en ofrenda de culto religiosa
    Mis lágrimas eternas recibir.

    Yo las lloré... sobre la piedra dura
    Se helaron al caer.
    Nada tuvo la yerta sepultura
    A mi ardiente oración que responder.

    Fuera del mundo, allá lindando al cielo
    Se levanta su cruz;
    Mas en torno a mis pasos por el suelo
    Ni despide fosfórica una luz.

    Luz y fuego perdí... sin movimiento,
    Sin camino después,
    De la vida el calor faltó a mi aliento.
    La claridad del día ante mis pies.

    Fáltame ¡ay Dios! la antorcha y el camino,
    Y vano es preguntar:
    -«¿Cuál puede ser, respóndeme el Destino,
    Si atrás queda un sepulcro y un altar?

    »¿Cuál puede ser a quien mayor encierra
    Que el mundo, un corazón?
    ¿Darle podrá entre el polvo de la tierra
    Lo que no le dio un culto, una pasión?

    »¡No hay más allá!... ni senda ni camino
    Que a tus plantas tender.
    Si un instante no más fue tu destino...
    Un instante del cielo pudo ser.

    (cont.)


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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 06 Sep 2020, 03:28

    NICOMEDES PASTOR DÍAZ

    TOMO II



    Segundo período: Juventud





    Desvarío

    (cont.)

    »¿Y a qué lento su término a la vida,
    Y el camino buscar,
    Si al vuelo fue de un rayo recorrida,
    Cruzando entre una tumba y un altar?»

    Mas yo dije tronando en mi despecho
    A la insultante voz:
    «Las puertas abre de mi eterno lecho,
    Que este eterno morir... ¡menos atroz!

    »Si terminó su efímera carrera
    Mi existencia infeliz,
    ¿Qué de sus restos el Destino espera,
    Que no arranca infecunda su raíz?

    »Por qué aún fría, como ondas de veneno
    Corre sangre veloz?
    ¿Por qué aún hueco el abismo de mi seno
    Al eco se estremece de una voz.

    »¡Un altar... una tumba!... únicos seres
    Fuera del mundo ya.
    ¡Un altar!... no comprendo sus placeres,
    ¡La tumba!... su quietud segura está.

    »¡Ay!... yo pedí sus goces a la vida...
    ¡Su transporte al amor!
    Yo pedí el corazón a una querida,
    A la virtud su esfuerzo y al honor.

    »¿Y muerte en esperanza me ofreciste
    Y en vida, soledad?
    -¡Lecho y corona en túmulo volviste,
    Y mi culto en sacrílega impiedad!...

    -»¡Ay! ¿Por qué fue entre todos señalado
    Un débil corazón,
    Inocente, del cielo condenado
    Al aire respirar de otra región?

    »¿Y a qué sin aire en el abismo hundido.
    Sofocarme y morir?...
    Yo quiero ser del mundo en que he nacido,
    Gozar con los mortales, y sufrir.

    »Quiero los campos y su blanda alfombra
    Su perfume y verdor;
    Los bosques, y su bóveda de sombra.
    Y la fuente escuchar y el ruiseñor.

    »Quiero ver los matices de la aurora,
    Y los visos del mar;
    La brisa del vergel consoladora
    Sobre el césped mullido respirar,

    »Quiero estrechar el seno de una bella,
    O llorar a sus pies,
    Y en himno al cielo repetir con ella;
    «¡El mundo que nos diste, hermoso es!»

    »No, no ambiciono en brazos de una nube
    Subir como Ixión;
    Ni volar en las alas de un querube,
    Ni descender helado al panteón.

    »Dejemos en sus sábanas de hielo
    A los muertos yacer.
    Dejemos a les ángeles su cielo,
    Y en la tierra busquemos el placer.»

    Mas ¡ay!... como a sacrílego conjuro
    A mi acento se ven
    Dejar los muertos su ataúd oscuro,
    Abandonar los ángeles su Edén.

    Y en tronador acento sobrehumano
    A mi voz contestar:
    «¡No hay para ti ese mundo! llore en vano
    Quien en sepulcro convirtió el altar!»



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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 06 Sep 2020, 03:32

    NICOMEDES PASTOR DÍAZ

    TOMO II



    Segundo período: Juventud






    Su memoria

    Héme aquí, como en medio del desierto,
    Sin árboles, sin sombra, sin arrimo;
    Héme sobre un Océano sin puerto,
    ¡Noche sin astros, faro, ni arrebol!
    Pero esta noche eterna tuvo un día,
    Y su rastro de luz quedó fulgente,
    Para cegar la deslumbrada mente
    Con la imagen fantástica de un sol.

    Hubo un instante de ilusión, de gloria;
    ¡Voló un instante el corazón al cielo!
    Y guardó el corazón una memoria
    Con que a su abismo descendió después.
    ¡Ah! Cuán mejor el negro abismo fuera,
    Que de esa viva ráfaga surcado,
    Ver cada instante el cielo iluminado;
    ¡Y más hondo el abismo ante los pies!

    Fuera mejor del báratro profundo
    Sin término mirar la oscura sima,
    Que la visión sublime de otro mundo
    Aparecerse al mundanal horror;
    Y mejor, bajo un túmulo de mármol
    Encerrarse al nacer, muerto viviendo,
    Que ver la luz -¡la soledad sufriendo!-
    Con un recuerdo celestial de amor,

    Que emponzoña las horas de la vida,
    Como a un precito la eternal ventura;
    Como un recuerdo de virtud perdida,
    Que despierta en un alma criminal.
    Un cielo... una virtud que yo perdiera.
    Donde dejara una ilusión de gloria;
    Un mirar... un amor... una memoria...
    ¡La memoria quedó para mi mal!

    Héla en torno de mí, fascinadora,
    Reflejo fiel de una fatal mirada;
    Héla sobre mis ojos vengadora

    La frente en que leyera mi ventura,
    De mi antiguo misántropo desdén.
    Hela dó quier, de aureola refulgente.
    De nubes de éter y de azul ceñida.
    Ángel en los espacios suspendida...
    Ángel que guarda mi perdido Edén.

    Y asida de mi eterno pensamiento.
    Fija siempre sobre él, como él errante.
    Si fuerza adquiere, y vida, y movimiento.

    (cont.)


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