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    Mensaje por Lluvia Abril Jue 27 Feb - 5:14

    NICOMEDES PASTOR


    BIOGRAFÍA
    Díaz Corbelle, Nicomedes Pastor. Vivero (Lugo), 15.IX.1811 – Madrid, 22.III.1863. Político y literato.

    Uno de los dos hijos varones de los diez habidos en el matrimonio de Antonio Díaz, oficial del Cuerpo Administrativo de la Armada y más tarde empleado en la Contaduría de Correos de Lugo, y de María Corbelle, mujer abnegada y entregada por entero al cuido del hogar, como le gustaba recordar a Nicomedes Pastor en poesía y escritos, dio tempranas muestras de su inclinación por las Letras. Estudiante en el seminario de su pueblo del que pasó posteriormente al Conciliar de Mondoñedo y cursada la carrera de Leyes en las universidades de Santiago, Valladolid y Alcalá, inició sus actividades literarias y políticas en el Madrid de las postrimerías del Antiguo Régimen bajo el amparo de un por entonces poderoso valedor Javier de Burgos, que acaso despertó o reforzó su simpatía por la opciones centristas y moderadas desde una clara y decidida apuesta por el progreso en todas sus dimensiones. Quizá fuera esta sensibilidad la que le granjeara la amistad de uno de los campeones del progresismo, Salustiano Olózaga, quien le recomendó a su correligionario Martín de los Heros —ministro de la Gobernación—, que lo designó secretario del Gobierno Civil de Santander, cargo que pronto vio sustituido por el de jefe político de Segovia, del que pasó también pronto al de jefe político e intendente de Cáceres, ciudad desde la que dirigió un difundido manifiesto a sus electores, a manera de desideratum o catálogo de los deberes del diputado-modelo. Según costumbre muy extendida en la política romántica, Díaz Corbelle alternó en la última fase de la regencia de la Reina gobernadora el cultivo de las musas con la militancia ideológica y partidista, mostrándose como uno de los principales exponentes de la poesía romántica, hasta que fue desbancado por su muy protegido José Zorrilla. Completamente decantado por las posiciones moderantistas en su área más avanzada, el abandono del poder de María Cristina le sobrevino cuando estaba al frente del Gobierno Civil de Castellón, manifestando una incondicional solidaridad con la persona y causa de la Reina desde posiciones suprapartidistas y templadas, conforme lo descubrió su insobornable apología de la innovadora Constitución de 1837.

    Tal lealtad provocó el enojo del nuevo regente, el general Espartero, su persecución e incluso breve encarcelamiento, en que acabó de perfilar su orbe doctrinal, afecto crecientemente a posturas de diálogo y entendimiento con las dos grandes fuerzas constitucionales de la época. Durante la etapa del trienio esparterista se terminó igualmente de consolidar su prestigio como escritor político, al tiempo que desarrollaba una intensa actividad en diversas ramas de la literatura de creación. Revistas de la entidad y trascendencia de El Conservador o periódicos de la influencia de El Correo Nacional, El Heraldo y El Sol le contaron como promotor o colaborador asiduo y relevante. La nombradía alcanzada en dichas empresas le permitió llevar a cabo, en unión estrecha con su buen amigo Francisco Cárdenas, una obra de notable importancia historiográfica: Galería de Españoles célebres contemporáneos (Madrid, 1841 1863), fuente durante largo tiempo de semblanzas y etopeyas sobre los personajes biografiados por Díaz y Cárdenas. A la pluma del primero se deben las de Cabrera, Diego de León, Javier de Burgos y el duque de Rivas, en las que se hermanan la galanura del estilo con la liberalidad del espíritu, como lo atestigua fehacientemente el retrato de El Tigre del Maestrazgo, tan alejado de sus posiciones doctrinales y su sensibilidad.

    Inaugurada la década moderada, comenzó el período más fecundo de su existencia. La política activa reclamó de nuevo su atención y no tardó en erigirse en uno de los pilares del ala radical del moderantismo, abanderando en compañía de su amigo Francisco Javier Pacheco —su verdadero líder— la fracción llamada “puritana”, propugnadora a ultranza de un entendimiento básico y leal con el Partido Progresista en el regimiento y dirección del país, con el fin de afianzar las instituciones constitucionales e impedir así el recurso a la fuerza revolucionaria o el pretorianismo castrense. Debido a tal actitud, la Carta Magna de 1845 —cimiento de la hegemonía de los moderados— era, a sus ojos, producto de una impaciencia censurable por liquidar la precedente de 1837, que tanto él como el resto de sus conmilitones estimaban más adecuada a la realidad nacional y a la estabilidad del país al ser fruto de una transacción loable. “Las doctrinas, la conveniencia, la utilidad, las circunstancias, los principios, todo eso que se invoca para la reforma, son incidentes. Las leyes constitucionales no pueden entrar en el terreno de los hechos, no. Es menester que estén, si tales han de llamarse, en el terreno inatacable y vedado del derecho, del derecho santo, imprescriptible, inmutable [...]. La discusión de una Constitución gasta a un Parlamento aunque sea de bronce [...]. La misión de los hombres de orden y de lealtad —diría en un texto de 1846, en el libro A la Corte y a los partidos—, de inteligencia moralidad, no es ya destruir la obra de la revolución, sino mejorarla y desenvolverla. Lo que hace cuarenta años era revolución, es hoy la sociedad misma”.
    Pronto, escritos e ideas se confrontaron con el ejercicio de la política en su más elevado escenario. Diputado por Cáceres, secretario del Banco de Isabel II y presidente del Real Consejo de Agricultura, Industria y Comercio y subsecretario del Ministerio de Gobernación, su cursus honorum estaba ya bien cumplido cuando, el 28 de marzo del año de gracia de 1847, su jefe y amigo Joaquín Francisco Pacheco le designó para la cartera de Comercio, Instrucción y Obras Públicas en el breve, prometedor y activo Ministerio presidido por el político de Écija. Los cinco meses al frente de la mencionada responsabilidad ejecutiva no le brindaron tiempo ni tal vez ocasión para poner en práctica el pensamiento reformista que siempre había orientado su acción pública, por lo que su actuación ministerial no merece ser calificada con otro adjetivo que el de discreta, si no el de gris. Sin embargo, en la temática que le era más familiar, la educativa, cuenta en su balance positivo el haber implantado en la enseñanza superior de manera definitiva las facultades de Filosofía, con cuatro secciones repartidas así: dos de Letras —Literatura y Filosofía— y otras dos de Ciencias —Naturales y Físico-Matemáticas—, con una duración de un lustro, privilegiándose el centralismo con la concesión a la Facultad de Madrid del doctorado, en régimen de exclusividad. Tras el corto período en que, durante 1848, rectoró la Universidad Central, Pastor Diaz, alejado del primer frente de la política, se consagró varios años con especial intensidad a trabajos literarios de diversa factura y trascendencia.

    Justamente en el citado año comenzó en el Ateneo madrileño un ciclo de resonantes conferencias concluido en el curso siguiente, publicado en el diario La Patria y aparecido en forma de libro un veintenio posterior con el sugestivo título Los problemas del socialismo. Se encuentran en él in nuce el planteamiento y, sobre todo, las conclusiones adoptadas por el ideario conservador respecto a la llamada en la época “cuestión social”. Sin el trémolo apocalíptico de Donoso Cortés —su seguidor y discípulo aquí en más de un punto—, una visión providencialista alentaba en su análisis, en el que las soluciones de caridad y solidaridad emotiva se imponían a las alimentadas por la estricta justicia.
    Entretanto, la crisis del moderantismo le afianzaba en su idea de buscar a cualquier precio una fórmula centrista de las fuerzas del Sistema como seguro remedio a sus males, madurando con sus fraternales amigos y camaradas Antonio Ríos Rosas y Joaquín Francisco Pacheco lo que al correr de los días habría de ser en pensamiento de la Unión Liberal. Unido por lazos de recíproca estima con O’Donnell desde que lo conociera en la Valencia de 1840, el general lo designó su ministro de Estado en el gabinete que pilotó entre julio y octubre de 1856. Efímera estadía en la poltrona ministerial, que contribuyó, sin embargo, a su inmediato nombramiento como representante de España ante la monarquía piamontesa de Víctor Manuel II, conociendo y admirando en Turín la obra de un Cavour que vivía por entonces la fase postrera y más fecunda de su agitada existencia. Diez años después de su ingreso en la Real Academia Española (fue elegido el 18 de mayo de 1847 para la Silla k), formó parte de la hornada primigenia de la recién fundada —1857— Academia de Ciencias Morales y Políticas, a cuyos firmes pasos iniciales contribuyó con aportaciones de entidad.
    Precisamente al año de su recepción y coincidiendo con su designación como senador del Reino por la flamante Unión Liberal, salía de las prensas su obra en prosa más conocida: De Villahermosa a la China, coloquios íntimos, de sabor en algún punto autobiográfico y de índole muy controvertida en su tiempo y con ulterioridad. ¿Cuento, novela, confesiones...? Colmado de honores y distinciones por el gobierno largo de O’Donnell, a finales de 1861 marchó a Lisboa para ocupar la embajada de España. En la fase terminal de su existencia, y de la vida de la Unión Liberal, se anotó la tercera experiencia ministerial del gran vate romántico, en esta ocasión al frente de la cartera de Gracia y Justicia —del 17 de enero de 1863 al 9 de febrero de 1863—, siendo ésta la más breve de todas sus fugaces etapas en el poder ejecutivo. Sus últimas horas estuvieron acibaradas al desligarse, junto con otras destacadas personalidades unionistas, de la autoridad de su antiguo líder, el duque de Tetuán.
    Juan Valera, que experimentó por él una de las afecciones más sinceras e íntimas de su tornadiza psicología, escribió acerca del autor A la luna, una de las más bellas y hondas necrológicas del siglo xix, y definió su rica figura desde el ángulo clave de la poesía: “El rasgo primero de la fisonomía moral e intelectual del señor Pastor Díaz le constituye y determina como poeta. La poesía, la imaginación y el sentimiento eran la esencia de su ser. Sobre este rasgo primero se dibujan y colocan posteriormente los demás rasgos de su carácter.
    No empezar estimándole como poeta sería desconocerle” (J. Valera, 1949, II: 343).


    Obras de: La cuestión electoral en diciembre de 1839 y enero de 1840, Cáceres, Imprenta de Lucas de Burgos, 1839; Poesías, Madrid, Aguado, 1840; D. Salustiano de Olózaga, Madrid, 1843; Galería de españoles célebres contemporáneos o biografías y retratos de todos los personages distinguidos de nuestros días en las ciencias, en la política, en las armas, en las letras, y en las artes, Madrid, Sanchiz-Ignacio Boix, 1841-1846, 9 vols.; A la Corte y a los Partidos: Palabras de un Diputado Conservador, Madrid, Corrales y Compañía, 1846; De Villaermosa [sic] a la China: Coloquios de la vida íntima, Madrid, M. Rivadeneyra, 1858, 2 vols. (selecc., intr. y notas de E. Chao Espina, Salamanca, Anaya, 1972; Madrid, Círculo de Amigos de la Historia, 1974); Italia y Roma: Roma sin el Papa, Madrid, Imprenta de Manuel Tello, 1866; Álbum literario: colección de escritos en prosa literarios y académicos, Madrid, Imprenta de Manuel Tello, 1867; Biografía de Don Diego de León, primer conde de Belascoain, Madrid, Imprenta de Manuel Tello, 1868; Obras completas, est. prelim. y ed. de J. M.ª Castro y Calvo, Madrid, Atlas, 1969-1970 (Biblioteca de Autores Españoles, vols. 227, 228 y 241); Obras políticas, ed. de J. L Prieto Benavent, pról. de G. Gortázar, Madrid-Barcelona, Fundación Caja de Madrid- Anthropos, 1996; Poesía completa, est., intr. y notas de L. Caparrós Esperante, San Vicente del Raspeig, Publicaciones de la Universidad de Alicante, 2006.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 28 Feb - 5:17

    Una muy buena presentación para un autor que estaba pidiendo paso... Es verdad que tenemos un SIGLO DE ORO, en nuestras letras. Y el siglo XX con la generación del 27 y los que la preceden( Machado; Unamuno...etc.) no queda a la zaga. Pero en el siglo XIX se hace muy buena poesía. Gracias, Lluvia, por traer a NICOMEDES  PASTOR.

    Te sigo.

    Besos.


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    Mensaje por Lluvia Abril Vie 28 Feb - 5:47

    Sé que estás ahí y eso me produce tranquilidad. Gracias y seguimos.


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    Mensaje por Lluvia Abril Vie 28 Feb - 5:50

    NICOMEDES PASTOR

    (Díaz Corbelle, Nicomedes Pastor.
    Vivero (Lugo), 15.IX.1811 – Madrid, 22.III.1863. Político y literato).



    A la Luna

    Desde el primer latido de mi pecho,
    Condenado al amor y a la tristeza,
    Ni un eco a mi gemir, ni a la belleza
                       Un suspiro alcancé:
    Halló por fin mi fúnebre despecho
    Inmenso objeto a mi ilusión amante;
    Y de la luna el célico semblante,
                       Y el triste mar amé.
    El mar quedóse allá por su ribera;
    Sus olas no treparon las montañas;
    Nunca llega a estas márgenes extrañas
                       Su solemne mugir.
    Tú empero que mi amor sigues doquiera,
    Cándida luna, en tu amoroso vuelo,
    Tú eres la misma que miré en el cielo
                       De mi patria lucir.
    Tú sola mi beldad, sola mi amante,
    Única antorcha que mis pasos guía,
    Tú sola enciendes en el alma fría
                       Una sombra de amor.
    Sólo el blando lucir de tu semblante
    Mis ya cansados párpados resisten;
    Sólo tus formas inconstantes visten
                       Bello, grato color.
    Ora cubra cargada, rubicunda
    Nube de fuego tu ardorosa frente;
    Ora cándida, pura, refulgente,
                       Deslumbre tu mirar;
    Ora sumida en soledad profunda
    Te mire el cielo desmayada y yerta,
    Como el semblante de una virgen muerta
                      ¡Ah!. .. que yo vi expirar.
    La he visto ¡ay, Dios! . . . Al sueño en que reposa
    Yo le cerré los anublados ojos;
    Yo tendí sus angélicos despojos
                       Sobre el negro ataúd.
    Yo solo oré sobre la yerta losa
    Donde no corre ya lágrima alguna . . .
    Báñala al menos tú, pálida luna...
                      ¡Báñala con tu luz!
    Tú lo harás... que a los tristes acompañas,
    Y al pensador y al infeliz visitas;
    Con la inocencia o con la muerte habitas:
                       El mundo huye de ti.
    Antorcha de alegría en las cabañas,
    Lámpara solitaria en las rüinas,
    El salón del magnate no iluminas,
                      ¡Pero su tumba ... sí!
    Cargado a veces de aplomadas nubes
    Amaga el cielo con tormenta oscura;
    Mas ríe al horizonte tu hermosura,
                       Y huyó la tempestad;
    Y allá del trono do esplendente subes
    Riges el curso al férvido Oceano,
    Cual pecho amante, que al mirar lejano
                       Hierve, de tu beldad.
    Mas ¡ay! que en vano en tu esplendor encantas;
    Ese hechizo falaz no es de alegría;
    Y huyen tu luz y triste compañía
                       Los astros con temor.
    Sola por el vacío te adelantas,
    Y en vano en derredor tus rayos tiendes,
    Que sólo al mundo en tu dolor desciendes,
                       Cual sube a ti mi amor.
    Y en esta tierra, de aflicción guarida,
    ¿Quién goza en tu fulgor blandos placeres?
    Del nocturno reposo de los seres
                       No turbas la quietud.
    No cantarán las aves tu venida;
    Ni abren su cáliz las dormidas flores:
    ¡Sólo un ser . . . de desvelos y dolores,
                       Ama tu yerta luz! . . .
    ¡Sí, tú mi amor, mi admiración, mi encanto!
    La noche anhelo por vivir contigo,
    Y hacia el ocaso lentamente sigo
                       Tu curso al fin veloz.
    Pásarte a veces a escuchar mi llanto,
    Y desciende en tus rayos amoroso
    Un espíritu vago, misterioso,
                       Que responde a mi voz. . .
    ¡Ay! calló ya... Mi celestial querida
    Sufrió también mi inexorable suerte...
    Era un sueño de amor, . . .Desvanecerte
                       Pudo una realidad.
    Es cieno ya la esqueletada vida;
    No hay ilusión, ni encantos, ni hermosura;
    La muerte reina ya sobre natura,
                      ¡Y la llaman . . .VERDAD!
    ¡Qué feliz, qué encantado, si ignorante,
    El hombre de otros tiempos viviría,
    Cuando en el mundo, de los dioses vía
                       Doquiera la mansión!
    Cada eco fuera un suspirar amante,
    Una inmortal belleza cada fuente;
    Cada pastor ¡oh luna! en sueño ardiente
                       Ser pudo un Endimión.
    Ora trocada en un planeta oscuro,
    Girando en los abismos del vacío,
    Do fuerza oculta y ciega, en su extravío,
                       Cual piedra te arrojó,
    Es luz de ajena luz tu brillo puro;
    Es ilusión tu mágica influencia,
    Y mi celeste amor... ciega demencia,
                      ¡Ay!. . . que se disipó.
    Astro de paz, belleza de consuelo,
    Antorcha celestial de los amores,
    Lámpara sepulcral de los dolores,
                       Tierna y casta deidad,
    ¿Qué eres, de hoy más, sobre ese helado cielo?
    Un peñasco que rueda en el olvido,
    ¡O el cadáver de un sol que, endurecido
                       Yace en la eternidad!


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    NICOMEDES PASTOR (1811-1863) Empty Re: NICOMEDES PASTOR (1811-1863)

    Mensaje por Lluvia Abril Vie 28 Feb - 5:54

    NICOMEDES PASTOR

    (Díaz Corbelle, Nicomedes Pastor.
    Vivero (Lugo), 15.IX.1811 – Madrid, 22.III.1863. Político y literato
    ).




    La mariposa negra

    Borraba ya del pensamiento mío
    De la tristeza el importuno ceño:
    Dulce era mi vivir, dulce mi sueño,
    Dulce mi despertar.
    Ya en mi pecho era lóbrego vacío
    El que un tiempo rugió volcán ardiente;
    Ya no pasaban negras por mi frente
    Nubes que hacen llorar.

    Era una noche azul, serena, clara,
    Que embebecido en plácido desvelo.
    Alcé los ojos en tributo al cielo
    De tierna gratitud.
    Mas ¡ay! que apenas lánguido se alzara
    Este mirar de eterna desventura,
    Turbarse vi la lívida blancura
    De la nocturna luz.

    Incierta sombra que mi sien circunda
    Cruzar siento en zumbido revolante,
    Y con nubloso vértigo incesante
    A mi vista girar.
    Cubrió la luz incierta, moribunda,
    Con alas de vapor informe objeto;
    Cubrió mi corazón terror secreto
    Que no puedo calmar.

    No como un tiempo colosal quimera
    Mi atónita atención amedrentaba,
    Mis oídos profundo no aterraba
    Acento de pavor;
    Que fue la aparición vaga y ligera,
    Leve la sombra aérea y nebulosa,
    Que fue sólo una negra mariposa
    Volando en derredor.

    No cual suele fijó su giro errante
    La antorcha que alumbraba mi desvelo;
    De su siniestro misterioso vuelo
    La luz no era el imán.
    ¡Ay! que sólo el fulgor agonizante
    En mis lánguidos ojos abatidos
    Ser creí de sus giros repetidos
    Secreto talismán.

    Lo creo, sí... que a mi agitada suerte
    Su extraña aparición no será en vano.
    Desde la noche de ese infausto arcano
    ¡Ay Dios!... aún no dormí.
    ¿Anunciarame próxima la muerte,
    O es más negro su vuelo repentino?...
    Ella trae un mensaje del destino...
    Yo... no le comprendí.

    Ya no aparece solo entre las sombras;
    Do quier me envuelve su funesto giro;
    A cada instante sobre mí la miro
    Mil círculos trazar.
    Del campo entre las plácidas alfombras,
    Del bosque entre el ramaje la contemplo,
    Y hasta bajo las bóvedas del templo
    Y ante el sagrado altar.

    Para adormir mi frenesí secreto
    Cesa un instante, negra mariposa:
    Tus leves alas en mi frente posa:
    Tal vez me aquietarás...
    Mas redoblando su girar inquieto,
    Huye, y parece que a mi voz se aleja,
    Y revuelve, y me sigue, y no me deja,
    Ni se para jamás.

    A veces creo que un sepulcro amado
    Lanzó bajo esta larva aterradora
    El espíritu errante que aún adora
    Mi yerto corazón.
    Y una vez ¡ay! estático y helado
    La vi, la vi, creciendo de repente,
    Mágica desplegar sobre mi frente
    Nueva transformación.

    Vi tenderse sus alas como un velo
    Sobre un cuerpo fantástico colgadas
    En rozagante túnica trocadas,
    So un manto funeral.
    Y el lúgubre zumbido de su vuelo
    Trocose en voz profunda melodiosa,
    Y trocose la negra mariposa
    En genio celestial.

    Cual sobre estatua de ébano luciente
    Un rostro se alza en ademán sublime,
    Do en pálido marfil su sello imprime
    Sobrehumano dolor,
    Y de sus ojos el brillar ardiente,
    Fósforo de visión, fuego del cielo,
    Hiere en el alma como hiere el vuelo
    Del rayo vengador.

    Un momento ¡gran Dios! mis brazos yertos
    Desesperado la tendí gritando.
    Ven de una vez, la dije sollozando,
    Ven y me matarás.
    Mas ¡ay! que cual las sombras de los muertos
    Sus formas vanas a mi voz retira,
    Y de nuevo circula, y zumba, y gira,
    Y no para jamás...

    ¿Qué potencia infernal mi mente altera?
    ¿De dónde viene esta visión pasmosa?
    Ese genio... esa negra mariposa,
    ¿Qué es?... ¿Qué quiere de mí?...
    En vano llamo a mi ilusión quimera;
    No hay más verdad que la ilusión del alma:
    Verdad fue mi quietud, mi paz, mi calma;
    Verdad que la perdí.

    Por ocultos resortes agitado
    Vuelvo al llanto otra vez hondo y doliente,
    Y mi canto otra vez vuela y mi mente
    A esa extraña región,
    Do sobre el cráter de un abismo helado
    Las nieves del volcán se derritieron
    Al fuego que ligeras encendieron
    Dos alas de crespón.



    _________________
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    NICOMEDES PASTOR (1811-1863) Empty Re: NICOMEDES PASTOR (1811-1863)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 28 Feb - 11:05

    "Era una noche azul, serena, clara,
    Que embebecido en plácido desvelo.
    Alcé los ojos en tributo al cielo
    De tierna gratitud.
    Mas ¡ay! que apenas lánguido se alzara
    Este mirar de eterna desventura,
    Turbarse vi la lívida blancura
    De la nocturna luz."

    Delicioso, querida amiga.


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    NICOMEDES PASTOR (1811-1863) Empty Re: NICOMEDES PASTOR (1811-1863)

    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 29 Feb - 4:35

    NICOMEDES PASTOR

    (Díaz Corbelle, Nicomedes Pastor.
    Vivero (Lugo), 15.IX.1811 – Madrid, 22.III.1863. Político y literato).





    El amor sin objeto

    Vanamente mis ojos inquietos
    Por do quiera se tienden y giran,
    Vanamente mis labios suspiran
    Abrasados de fúnebre ardor.
    Soledad espantosa me cerca,
    Noche eterna mi pecho ha cubierto:
    Para mí todo el mundo es desierto
    Pues que nadie responde a mi amor.

    Todo es fuego mi pecho exaltado,
    Sólo amando me place la vida,
    Y fijando en otra alma querida
    De existir la penosa ilusión.
    Ilusión... ilusión desgraciada,
    Que la triste verdad no realiza,
    Ilusión que mi pena eterniza
    Porque nadie responde a mi amor.

    Yo no sé lo que quiere mi pecho,
    Yo no sé por qué tiemblo y qué lloro,
    No conozco lo mismo que adoro,
    No hallo objeto a mi triste pasión.
    Sólo encuentro un inmenso vacío
    Donde el alma se agita sedienta,
    Y esta sed de querer se acrecienta
    Porque nadie responde a mi amor.

    Tal vez amo en mis tristes delirios
    A un fantasma que forja mi mente,
    Y do quiera le miro presente,
    Le da vida mi fúnebre ardor.
    Yo le escucho, le estrecho en mis brazos,
    Yo su aliento de aroma respiro,
    Yo... infelice... demente deliro...
    Nadie, nadie responde a mi amor.

    Vanamente de nácar y rosas
    El Oriente engalana la aurora:
    Vanamente su faz brilladora
    Lanza el sol con radioso esplendor.
    Ni la tarde en los campos me agrada,
    Ni de noche la luna brillante;
    Luz y sombra buscaba en mi amante,
    ¡Ay!... y nadie responde a mi amor.

    Con mi amante risueña la aurora
    Me inundara de blanda alegría,
    Con mi amante gozara yo el día,
    Campo y sombras, y grato frescor.
    Con mi amante la luna me viera,
    De sus rayos bañado y de llanto,
    Apurar ese mágico encanto
    Que a las penas les presta el amor.

    Tú tal vez, corazón que yo busco,
    Que tal vez solitario palpitas,
    Y en fantásticos sueños te agitas,
    Y suspiras y lloras cual yo.
    Ven a mí, yo te haré venturoso,
    Yo te ofrezco esas horas risueñas,
    Yo te ofrezco esa dicha que sueñas...
    Ven, querida, responde a mi amor.

    Ven a mí... yo no busco hermosura:
    No apetece este pecho vacío
    Sino un pecho de amor como el mío,
    Sino el alma, sino el corazón.
    Ven... abiertos te esperan mis brazos,
    Ya parece que en ellos te estrecho:
    Ya parece que siento tu pecho
    Contra el mío latiendo de amor.

    Nadie me oye... mis voces se apagan,
    Y se apaga con ellas mi vida.
    Donde no halla mi pecho querida,
    Un sepulcro hallará mi dolor.
    Un sepulcro es el lecho florido
    Que apetece mi anhelo postrero;
    Un sepulcro la dicha que espero,
    Pues no existe la dicha de amor.



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    NICOMEDES PASTOR (1811-1863) Empty Re: NICOMEDES PASTOR (1811-1863)

    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 29 Feb - 4:37

    NICOMEDES PASTOR

    (Díaz Corbelle, Nicomedes Pastor.
    Vivero (Lugo), 15.IX.1811 – Madrid, 22.III.1863. Político y literato).



    Mi inspiración

    Cuando hice resonar mi voz primera
    Fue en una noche tormentosa y fría:
    Un peñón de la cántabra ribera
    De asiento me servía:
    El aquilón silbaba,
    La playa y la campiña estaban solas,
    Y el Océano rugidor sus olas
    A mis pies estrellaba.

    No brillaban los astros en el cielo,
    Ni en la tierra se oía humano acento:
    Estaba oscuro, silencioso el suelo,
    Y negro el firmamento.
    Sólo en el horizonte
    Alguna vez relámpagos lucían,
    Y al mugir de los mares respondían
    Los pinares del monte.

    Fuera ya entonces cuando el pecho mío,
    Lanzado allá de la terrestre esfera,
    Vio que el mundo era un árido vacío,
    El bien una quimera.
    Nunca un placer pasaba
    Blando ante mí, ni su ilusión mentida,
    Y el peso enorme de una inútil vida
    Mi espíritu agobiaba.

    Quise admirar del mundo la hermosura,
    Y hallé do quiera el mal. De amor ardía,
    Y nunca a mi benévola ternura
    Otro pecho se unía.
    Solo y desconsolado,
    Cantar quise a la tierra mi abandono,
    Mas ¿dó tienen los hombres voz ni tono
    Para un desventurado?...

    Al destino acusé, y acusé al cielo
    Porque este corazón dado me habían;
    Y de mi queja, y de mi triste anhelo
    Los cielos se reían.
    ¿Dó acudir?... ¡Ay!... Demente
    Visitaba las rocas y las olas
    Por gozarme en su horror, llorar a solas
    Y gemir libremente.

    Un momento a mi lánguido gemido
    Otro gemido respondió lejano,
    Que sonó por las rocas cual graznido
    De acuático milano.
    De repente se tiende
    Mi vista por la playa procelosa,
    Y de repente una visión pasmosa
    Mis sentidos sorprende.

    Alzarse miro entre la niebla oscura
    Blanco un fantasma, una deidad radiante,
    Que mueve a mí su colosal figura
    Con pasos de gigante.
    Reluce su cabeza
    Como la luna en nebuloso cielo:
    Es blanco su ropaje, y negro velo
    Oculta su belleza.

    Que es bella, sí: de cuando en cuando el viento
    Alza fugaz los móviles crespones,
    Y aparecen un rápido momento
    Celestiales facciones.
    Pero nube de espanto
    Tiñó de palidez sus formas bellas,
    Y sus ojos, luciendo como estrellas,
    Muestran reciente el llanto.

    Cual manga de agua que aquilón levanta
    En los mares del Sur, así camina,
    Y sin hollar el suelo con su planta
    A mi escollo se inclina.
    Llega, calladamente
    En sus brazos me ciñe, y yo temblando
    Recibí con horror ósculo blando
    Con que selló mi frente.

    El calor de su seno palpitante
    Tornome en breve de mi pasmo helado:
    Creí estar en los brazos de una amante,
    Y... «¿quién, clamé arrobado,
    Quién eres que mi vida
    Intentas reanimar, fúnebre objeto?
    ¿Calmarás tú mi corazón inquieto?
    ¿Eres tú mi querida?»

    «¿O bien desciendes del elíseo coro
    Sola, y envuelta en el nocturno manto,
    A ser la compañera de mi lloro,
    La musa de mi canto?
    Habla, visión oscura;
    Dame otro beso o muéstrame tu lira:
    De amor o de estro el corazón inspira
    A un mortal sin ventura.»

    «No, me responde con acento escaso,
    Cual si exhalara su postrer gemido;
    Nunca, nunca los ecos del Parnaso
    Mi voz han repetido.
    No tengo nombre alguno,
    Y habito entre las rocas cenicientas,
    Presidiendo al horror y a las tormentas
    Que en los mares reúno.»

    «Mi voz solo acompaña los acentos
    Con que el alción en su viudez suspira,
    O los gritos y lánguidos lamentos
    Del náufrago que espira.
    Y si una noche hermosa
    Las playas dejo y su pavor sombrío,
    Solo la orilla del cercano río
    Paseo silenciosa.»

    «Entro al vergel, so cuya sombra espesa
    Va un amante a gemir por la que adora;
    Voy a la tumba que una madre besa,
    O do un amigo llora.
    Pero es vano mi anhelo;
    Sé trocar en ternezas mis terrores,
    Sé acompañar el llanto y los dolores,
    Mas nunca los consuelo.»

    «Ni a ti, infeliz: el dedo del destino
    Trazó tu oscura y áspera carrera.
    Yo he leído en su libro diamantino
    La suerte que te espera,
    A vano, eterno llanto
    Te condenó, y a fúnebres pasiones,
    Dejándoos sólo los funestos dones
    De mi amor y mi canto.»

    «De ébano y concha ese laúd te entrego
    Que en las playas de Albión hallé caído;
    No empero de él recobrará su fuego
    Tu espíritu abatido.
    El rigor de la suerte
    Cantarás solo, inútiles ternuras,
    La soledad, la noche, y las dulzuras
    De apetecida muerte.»

    «Tu ardor no será nunca satisfecho,
    Y sólo alguna noche en mi regazo
    Estrechará tu desmayado pecho
    Iluso, aéreo abrazo.
    ¡Infeliz si quisieras
    Realizar mis fantásticos favores!
    Pero ¡más infeliz si otros amores
    En ese mundo esperas!»

    Diciendo así, su inanimado beso
    Tornó a imprimir sobre mi labio ardiente.
    Quise gustar su fúnebre embeleso,
    Pero huyó de repente.
    Voló: de mi presencia
    Despareció cual ráfaga de viento,
    Dejándome su lúgubre instrumento
    Y mi fatal sentencia.

    ¡Ay! se cumplió: que desde aquel instante1
    Mi cáliz amargar plugo a los cielos,
    Y en vano a veces mi nocturna amante
    Volvió a darme consuelos.
    Mis votos más queridos
    Fueron siempre tiranas privaciones,
    Mis afectos desgracias o ilusiones,
    Y mis cantos gemidos.

    En vano algunos días la fortuna
    Ondeó sobre mi faz gayos colores:
    En vano bella se meció mi cuna
    En un Edén de flores:
    En vano la belleza
    Y la amistad sus dichas me brindaron:
    Rápidas sombras, ¡ay! que recargaron
    Mi sepulcral tristeza!...

    Escrito está que este interior veneno
    Roa el placer que devoré sediento.
    Canta, pues, los combates de mi seno,
    Infernal instrumento.
    Destierra la alegría
    Que nunca pudo a su región moverte,
    Y exhala ya tus cánticos de muerte
    Sin tono ni armonía.

    Y tú, amor, si tal vez te me presentas,
    Yo pintaré tu imagen adorada,
    Describiré el horror de las tormentas
    Y mi visión amada.
    En mi negro despecho
    Rocas serán mis campos de delicias,
    Lánguidas agonías mis caricias,
    Y una tumba mi lecho.




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    NICOMEDES PASTOR (1811-1863) Empty Re: NICOMEDES PASTOR (1811-1863)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 29 Feb - 6:35

    "Con mi amante risueña la aurora
    Me inundara de blanda alegría,
    Con mi amante gozara yo el día,
    Campo y sombras, y grato frescor.
    Con mi amante la luna me viera,
    De sus rayos bañado y de llanto,
    Apurar ese mágico encanto
    Que a las penas les presta el amor."


    Preciosos versos, querida amiga.

    Gracias.


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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 29 Feb - 7:37

    La verdad es que me gusta su poesía. Otro más de los tantos y tantos.
    Gracias por estar siempre, aquí, allí, en todas partes.
    Besos y sigo.


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    NICOMEDES PASTOR (1811-1863) Empty Re: NICOMEDES PASTOR (1811-1863)

    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 29 Feb - 7:39

    NICOMEDES PASTOR

    (Díaz Corbelle, Nicomedes Pastor.
    Vivero (Lugo), 15.IX.1811 – Madrid, 22.III.1863. Político y literato)




    A la muerte

    Te teneam moriens.
    TIB. Eleg. I, lib. I.



    Ven a mis manos de la
    tumba oscura,
    Ven, laúd lastimero,
    Do Tibulo cantaba su ternura
    Dando a Delia su acento postrimero.

    Y traeme los ayes encantados
    Con que dulce gemía,
    Cuando ya con los párpados cerrados
    En brazos de su amor desfallecía.

    Ven, y el son de tu armónico suspiro
    Sobre mi arpa vibrando,
    Al viento de las ansias que respiro
    El fin de mi existencia preludiando.

    Yo lloraré de un alma solitaria
    El insaciable anhelo,
    Invocando en mi lúgubre plegaria
    El solo bien que me reserva el cielo.

    Yo ensalzaré tu celestial dulzura,
    Muerte consoladora.
    Yo cantaré en tus brazos tu hermosura;
    Nadie en el mundo como yo te adora.

    Parece ya que en el dintel sombrío
    De la tumba dichosa
    Siento exhalarse un delicioso frío
    Que el ardor templa de mi sed fogosa,

    Y que un ángel más bello que mi Lina,
    Con semblante risueño,
    En féretro de rosas me reclina,
    Y el himno entona de mi eterno sueño.

    «Venid, exclama, a los sepulcros yertos
    A terminar los males.
    No es ilusión la dicha de los muertos;
    La nada es el vivir de los mortales...»

    Lo sé, lo sé; mas de otro modo un día
    Brillante a mis ardores
    El campo de la vida se ofrecía
    Vertiendo aromas y brotando flores.

    «Do más placer divise, dije ufano,
    Allí está mi ventura.
    El ser que me formó no es un tirano,
    Y el bien en el gozar puso natura.»

    «Destiérrese de mí la razón lenta
    Y su impotente brillo:
    Será mi norte lo que el pecho sienta,
    Será feliz mi corazón sencillo.»

    Dije, y cual ave del materno nido
    Lanceme en vuelo osado;
    La senda del placer hollé atrevido,
    Siempre de sed inmensa arrebatado.

    Corrí a las fuentes do mi lado ardiente
    Beber el bien quería,
    Y a su hidrópico afán desobediente
    El néctar del deleite no corría...

    Y corrió por mi mal... y era veneno:
    Bebiéronle conmigo:
    Crimen en vez de amor ardió en mi seno,
    Fui amante inútil y funesto amigo.

    Denso vapor al fin anubló el alma,
    Y en letargo profundo
    De quietud falsa, de horrorosa calma,
    Dejé los hombres, y maldije al mundo...

    ¡O natura falaz! tú me engañaste
    Con pérfida mentira
    Cuando en mi débil corazón grabaste
    Esa imagen ideal por que suspira.

    Pasó de mis fantásticas visiones
    La magia encantadora.
    Destino atroz, no tengo ya pasiones,
    Y un solo bien mi corazón implora.

    Envía sólo un rayo de contento
    Sobre mi hora postrera:
    Dame un solo placer, solo un momento,
    El momento no más en que me muera.

    Ya que entoldaste siempre mi ventura
    Con tan nubloso velo,
    Rasga en mi ocaso su cortina oscura,
    Déjame, cuando espire, ver el cielo.

    ¡Ay! y al sentir ese éxtasis profundo
    Que da la patria eterna,
    A la que fue mi patria en este mundo
    Volver me deja una mirada tierna.

    Llévame de mi Landro a los vergeles,
    Y allí, muerte piadosa,
    Bajo los mismos sauces y laureles
    Do mi cuna rodó, mi tumba posa...

    Apura, o muerte, mi deseo apura,
    Y a mis votos te presta.
    Lleva a su colmo mi postrer ventura;
    Premia un instante una pasión funesta.

    Propicia a la ilusión que me alucina
    Llévame a la que adoro:
    Tremola entre los brazos de mi Lina
    Tu crespón, para mí bordado de oro.

    En ellos ¡ay! exánime posando,
    Mi rostro al suyo uniendo,
    Al compás de su lloro agonizando,
    Y sus tardías lágrimas bebiendo,

    Mis brazos se enlazaran a su cuello,
    Que apoyo me prestara
    Para esforzar el último resuello
    Que en sus labios mi espíritu exhalara...

    ¡Ay! accede al ansiar de un alma triste,
    Muerte que anhelé tanto,
    Y en vez de esa corona que no existe
    Cubra una flor no más tu negro manto...

    Mas no... no cederás tu poderío,
    O destino inclemente,
    Y contra el mármol del sepulcro mío
    Con furor ciego estrellarás mi frente.

    Mi tierna juventud, mis padeceres,
    Mi llanto no te apiada...
    Moriré, moriré, mas sin placeres;
    ¡Ay! moriré sin ver a mi adorada.




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    NICOMEDES PASTOR (1811-1863) Empty Re: NICOMEDES PASTOR (1811-1863)

    Mensaje por Lluvia Abril Dom 1 Mar - 7:16

    NICOMEDES PASTOR

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    Una voz

    Yo conozco esa voz: a su sonido
    Todo mi ser se estremeció temblando;
    Hela subir cual bélico alarido
    A los cielos mi muerte demandando.

    Conozco ya esa voz: un tiempo ufana
    La señal dio de paz y de alegría.
    Hoy retumba cual lúgubre campana
    Que al alta noche anuncia la agonía.

    La oyó mi corazón la vez primera,
    Y entre aromas y púrpura sonaba.
    Fue el céfiro vital de primavera,
    Y amor, amor, su acento pronunciaba.

    Ahora se eleva de una tumba oscura;
    Nube la sigue de terror secreto;
    Aún pronuncia aquel nombre de ternura,
    Pero es quien le pronuncia un esqueleto.

    Agigantado, aéreo, luminoso,
    Veole alzar la vengadora frente:
    Lánzame ese gemido doloroso,
    Y se hunde entre las sombras de repente.

    Do quier que vuelvo mi aterrada planta,
    Allí me sigue, inseparable sombra;
    A cada paso airada se levanta,
    Mi nombre dice, y otro ser me nombra.

    Óigola entre la espuma del torrente,
    Óigola en el bramar del torbellino,
    En el sordo murmullo de la fuente,
    En el tronar del piélago marino.

    Ya, como aterrador remordimiento,
    Mi sueño torna en convulsión inquieta;
    Ya despierto a su estrépito violento,
    Cual si escuchara la final trompeta;

    Ya del placer el desmayado instante
    Con bárbara ficción remedar quiere;
    Ya en resuello profundo agonizante
    Imita las congojas de quien muere...

    De quien murió... ¡Gran Dios!... De quien me llama
    De quien me emplaza a su desierto asilo,
    De ese tremendo ser que me reclama,
    Que ni en la tumba me miró tranquilo.

    Obedézcote ya, voz misteriosa;
    Heme sumiso a ti como en la vida;
    Heme postrado ante la yerta losa;
    Ve tu incesante petición cumplida.

    A pasar van cual tu vivir amargo
    Los lentos días de mi amargo duelo,
    Y será más profundo mi letargo,
    Que mi tumba también será de hielo.

    De ti quedó un recuerdo de hermosura,
    De ti la sombra que implacable miro,
    De ti esa voz de muerte y de ternura,
    Ese que vaga universal suspiro.

    De mi existencia oscura, solitaria,
    No quedará ni voz, ni sombra leve:
    No habrá en mi losa funeral plegaria.
    Nadie que un ¡ay! por mi memoria eleve.

    A nadie llamaré, ni quien se asombre
    Habrá en el mundo a mi nocturno acento;
    Ni como el tuyo mi olvidado nombre
    Eco será jamás de un pensamiento.




    Aquí concluye la exposición sobre esta autor (NICOMEDES PASTOR) y su obra, la encontrada en internet. Queda constancia de su buena poesía y creo, invito, a prestarle la atención que merece.
    Gracias.


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    NICOMEDES PASTOR (1811-1863) Empty Re: NICOMEDES PASTOR (1811-1863)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 4 Mar - 18:06

    La verdad es que poder llegar a autores como Nicomedes Pastor nos hace aprender. El dominio poético es vasto. le haríamos un flaco favor si nos quedáramos en una única parcela.

    Gracias, Lluvia.


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    NICOMEDES PASTOR (1811-1863) Empty Re: NICOMEDES PASTOR (1811-1863)

    Mensaje por Ma.Beatriz Vicentelo Cayo Miér 4 Mar - 23:15

    Lluvia Abril escribió:NICOMEDES PASTOR

    (Díaz Corbelle, Nicomedes Pastor.
    Vivero (Lugo), 15.IX.1811 – Madrid, 22.III.1863. Político y literato).



    A la Luna

    Desde el primer latido de mi pecho,
    Condenado al amor y a la tristeza,
    Ni un eco a mi gemir, ni a la belleza
                       Un suspiro alcancé:
    Halló por fin mi fúnebre despecho
    Inmenso objeto a mi ilusión amante;
    Y de la luna el célico semblante,
                       Y el triste mar amé.
    El mar quedóse allá por su ribera;
    Sus olas no treparon las montañas;
    Nunca llega a estas márgenes extrañas
                       Su solemne mugir.
    Tú empero que mi amor sigues doquiera,
    Cándida luna, en tu amoroso vuelo,
    Tú eres la misma que miré en el cielo
                       De mi patria lucir.
    Tú sola mi beldad, sola mi amante,
    Única antorcha que mis pasos guía,
    Tú sola enciendes en el alma fría
                       Una sombra de amor.
    Sólo el blando lucir de tu semblante
    Mis ya cansados párpados resisten;
    Sólo tus formas inconstantes visten
                       Bello, grato color.
    Ora cubra cargada, rubicunda
    Nube de fuego tu ardorosa frente;
    Ora cándida, pura, refulgente,
                       Deslumbre tu mirar;
    Ora sumida en soledad profunda
    Te mire el cielo desmayada y yerta,
    Como el semblante de una virgen muerta
                      ¡Ah!. .. que yo vi expirar.
    La he visto ¡ay, Dios! . . . Al sueño en que reposa
    Yo le cerré los anublados ojos;
    Yo tendí sus angélicos despojos
                       Sobre el negro ataúd.
    Yo solo oré sobre la yerta losa
    Donde no corre ya lágrima alguna . . .
    Báñala al menos tú, pálida luna...
                      ¡Báñala con tu luz!
    Tú lo harás... que a los tristes acompañas,
    Y al pensador y al infeliz visitas;
    Con la inocencia o con la muerte habitas:
                       El mundo huye de ti.
    Antorcha de alegría en las cabañas,
    Lámpara solitaria en las rüinas,
    El salón del magnate no iluminas,
                      ¡Pero su tumba ... sí!
    Cargado a veces de aplomadas nubes
    Amaga el cielo con tormenta oscura;
    Mas ríe al horizonte tu hermosura,
                       Y huyó la tempestad;
    Y allá del trono do esplendente subes
    Riges el curso al férvido Oceano,
    Cual pecho amante, que al mirar lejano
                       Hierve, de tu beldad.
    Mas ¡ay! que en vano en tu esplendor encantas;
    Ese hechizo falaz no es de alegría;
    Y huyen tu luz y triste compañía
                       Los astros con temor.
    Sola por el vacío te adelantas,
    Y en vano en derredor tus rayos tiendes,
    Que sólo al mundo en tu dolor desciendes,
                       Cual sube a ti mi amor.
    Y en esta tierra, de aflicción guarida,
    ¿Quién goza en tu fulgor blandos placeres?
    Del nocturno reposo de los seres
                       No turbas la quietud.
    No cantarán las aves tu venida;
    Ni abren su cáliz las dormidas flores:
    ¡Sólo un ser . . . de desvelos y dolores,
                       Ama tu yerta luz! . . .
    ¡Sí, tú mi amor, mi admiración, mi encanto!
    La noche anhelo por vivir contigo,
    Y hacia el ocaso lentamente sigo
                       Tu curso al fin veloz.
    Pásarte a veces a escuchar mi llanto,
    Y desciende en tus rayos amoroso
    Un espíritu vago, misterioso,
                       Que responde a mi voz. . .
    ¡Ay! calló ya... Mi celestial querida
    Sufrió también mi inexorable suerte...
    Era un sueño de amor, . . .Desvanecerte
                       Pudo una realidad.
    Es cieno ya la esqueletada vida;
    No hay ilusión, ni encantos, ni hermosura;
    La muerte reina ya sobre natura,
                      ¡Y la llaman . . .VERDAD!
    ¡Qué feliz, qué encantado, si ignorante,
    El hombre de otros tiempos viviría,
    Cuando en el mundo, de los dioses vía
                       Doquiera la mansión!
    Cada eco fuera un suspirar amante,
    Una inmortal belleza cada fuente;
    Cada pastor ¡oh luna! en sueño ardiente
                       Ser pudo un Endimión.
    Ora trocada en un planeta oscuro,
    Girando en los abismos del vacío,
    Do fuerza oculta y ciega, en su extravío,
                       Cual piedra te arrojó,
    Es luz de ajena luz tu brillo puro;
    Es ilusión tu mágica influencia,
    Y mi celeste amor... ciega demencia,
                      ¡Ay!. . . que se disipó.
    Astro de paz, belleza de consuelo,
    Antorcha celestial de los amores,
    Lámpara sepulcral de los dolores,
                       Tierna y casta deidad,
    ¿Qué eres, de hoy más, sobre ese helado cielo?
    Un peñasco que rueda en el olvido,
    ¡O el cadáver de un sol que, endurecido
                       Yace en la eternidad!


    ¡Precioooooso, qué de imágenes qué ritmo, qué de todo!
    Bellísimo, gracias por este poeta!
    Uf! Infinidad de gracias!
    Ma.Beatriz Vicentelo Cayo
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    NICOMEDES PASTOR (1811-1863) Empty Re: NICOMEDES PASTOR (1811-1863)

    Mensaje por Ma.Beatriz Vicentelo Cayo Miér 4 Mar - 23:21

    Lluvia Abril escribió:NICOMEDES PASTOR

    (Díaz Corbelle, Nicomedes Pastor.
    Vivero (Lugo), 15.IX.1811 – Madrid, 22.III.1863. Político y literato).



    Una voz

    Yo conozco esa voz: a su sonido
    Todo mi ser se estremeció temblando;
    Hela subir cual bélico alarido
    A los cielos mi muerte demandando.

    Conozco ya esa voz: un tiempo ufana
    La señal dio de paz y de alegría.
    Hoy retumba cual lúgubre campana
    Que al alta noche anuncia la agonía.

    La oyó mi corazón la vez primera,
    Y entre aromas y púrpura sonaba.
    Fue el céfiro vital de primavera,
    Y amor, amor, su acento pronunciaba.

    Ahora se eleva de una tumba oscura;
    Nube la sigue de terror secreto;
    Aún pronuncia aquel nombre de ternura,
    Pero es quien le pronuncia un esqueleto.

    Agigantado, aéreo, luminoso,
    Veole alzar la vengadora frente:
    Lánzame ese gemido doloroso,
    Y se hunde entre las sombras de repente.

    Do quier que vuelvo mi aterrada planta,
    Allí me sigue, inseparable sombra;
    A cada paso airada se levanta,
    Mi nombre dice, y otro ser me nombra.

    Óigola entre la espuma del torrente,
    Óigola en el bramar del torbellino,
    En el sordo murmullo de la fuente,
    En el tronar del piélago marino.

    Ya, como aterrador remordimiento,
    Mi sueño torna en convulsión inquieta;
    Ya despierto a su estrépito violento,
    Cual si escuchara la final trompeta;

    Ya del placer el desmayado instante
    Con bárbara ficción remedar quiere;
    Ya en resuello profundo agonizante
    Imita las congojas de quien muere...

    De quien murió... ¡Gran Dios!... De quien me llama
    De quien me emplaza a su desierto asilo,
    De ese tremendo ser que me reclama,
    Que ni en la tumba me miró tranquilo.

    Obedézcote ya, voz misteriosa;
    Heme sumiso a ti como en la vida;
    Heme postrado ante la yerta losa;
    Ve tu incesante petición cumplida.

    A pasar van cual tu vivir amargo
    Los lentos días de mi amargo duelo,
    Y será más profundo mi letargo,
    Que mi tumba también será de hielo.

    De ti quedó un recuerdo de hermosura,
    De ti la sombra que implacable miro,
    De ti esa voz de muerte y de ternura,
    Ese que vaga universal suspiro.

    De mi existencia oscura, solitaria,
    No quedará ni voz, ni sombra leve:
    No habrá en mi losa funeral plegaria.
    Nadie que un ¡ay! por mi memoria eleve.

    A nadie llamaré, ni quien se asombre
    Habrá en el mundo a mi nocturno acento;
    Ni como el tuyo mi olvidado nombre
    Eco será jamás de un pensamiento.




    Aquí concluye la exposición sobre esta autor (NICOMEDES PASTOR) y su obra, la encontrada en internet. Queda constancia de su buena poesía y creo, invito, a prestarle la atención que merece.
    Gracias.

    ¡Muchísimas gracias Lluvia Abril, toodos sus poemas son ... son magistrales!
    Qué fluidez, cuánto falta por aprender, practicar para dominar!
    Uf... Precioso compartir, HERMOSISIMA PAGINA!
    Más gracias
    Lluvia Abril
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    NICOMEDES PASTOR (1811-1863) Empty Re: NICOMEDES PASTOR (1811-1863)

    Mensaje por Lluvia Abril Vie 6 Mar - 5:33

    Beatriz, es un gusto para nosotros que nos acompañes y sí, se disfruta de la buena poesía, en este caso
    la de Nicomedes Pastor.
    Muchas gracias, poeta.


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    NICOMEDES PASTOR (1811-1863) Empty NICOMEDES PASTOR DIAZ (TOMO II)

    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 29 Ago - 8:27

    NICOMEDES PASTOR DÍAZ


    Prólogo de esta edición
    de Juan Eugenio Hartzenbusch

    En el año de 1840 publicó sus versos en Madrid el Sr. D. Nicomedes-Pastor Díaz con el discreto prólogo que sigue a éste, y debiera excusar el nuestro; pero la costumbre o manía reinante de prologuizar toda publicación exige que, antes de lo que previno muy al caso el autor, vaya impreso algo de otra pluma, que de seguro no ha de ser tan propio ni tan necesario.

    Aquí sólo convendría manifestar que no es la presente colección igual del todo a la del año 1840; pues, en efecto, sale ordenada en otra forma, y enriquecida con catorce composiciones, de gran valor algunas, y todas de alguno.

    Después de tal aviso, nada puede añadirse que no sepa el lector, o pueda saber, ya por sí, ya por la noticia biográfica inserta en el primer tomo, de estas obras, ya en fin por el prólogo que va reimpreso a las pocas páginas. Quien ignore que el señor Pastor Díaz ha sido uno de los mejores poetas españoles de nuestros tiempos; el que no conozca ya el carácter por que se distingue su poesía, no espere de nosotros una filosófica disertación, destinada a probar qué fue Pastor Díaz como poeta, y por qué lo fue: aquello nos lo declara él mismo; esto nos lo indica también suficientemente, y no tratamos de esclarecerlo más, porque no es tiempo aún de que salgan a luz todos los secretos y pormenores de una vida forzosamente relacionada con las de otros, que, o viven aún, o bajaron al sepulcro dejando a sus familias tiernos recuerdos, que merecen ser atendidos y respetados.

    «Mis versos (dijo nuestro difunto amigo en el prólogo ya citado) no pertenecen al porvenir, ni a la sociedad, ni a la moral, ni a la religión, ni a objeto alguno universal, o, como ahora se dice, humanitario; son composiciones individuales.» Ama mi corazón todo lo triste, añade en una de las obras nuevamente agregadas a nuestro libro; y en la primera de él, intitulada Mi inspiración, se nos presenta desde luego como cantor de amores y desventuras: una visión, una fantasma, que se le aparece misteriosa y lúgubre y le llama infeliz, le anuncia:



    «... El dedo del destino
    Trazó tu oscura y áspera carrera.
    Yo he leído en su libro diamantino
    La suerte que te espera.
    A vano, eterno llanto
    Te condenó, y a fúnebres pasiones...
    El rigor de la suerte
    Cantarás sólo, inútiles ternuras,
    La soledad, la noche, y las dulzuras
    De apetecida muerte.»


    La predicción de la fantasma, en su parte primera, no fue cumplida. Llevado pronto Nicomedes Pastor Díaz a puestos honrosos, luego a mandar una provincia, después al Consejo de la Corona y al Senado; Embajador y Ministro, condecorado con cinco grandes cruces, insigne en el periodismo, en el Parlamento y en el Parnaso, la carrera de Pastor Díaz como hombre público no fue ni oscura ni áspera, sino llana, próspera y brillante. Pero las amarguras de su juventud habían puesto desde muy al principio la queja en los labios de su musa, que nunca supo sonreír sino con tristeza. La prematura muerte de una mujer tiernamente amada, célebre por él con el nombre de Lina, fijó su carácter poético; nacieron de una tumba las flores de la corona que ornó sus sienes; y para todas las impresiones que agitaron su corazón después, y le movieron a tomar en las manos la lira, sólo tuvo, como el cantor de Eliodora,

    Voz de dolor y canto de gemido.

    Vemos ya declarado, por quien mejor lo pudo saber, el hecho con la causa, la índole poética melancólica de los versos de nuestro amigo, y la razón de ella: fue un deplorable suceso, de consecuencias permanentes, una desgracia de la juventud, que lastimó el corazón del autor y su imaginación, igualmente sensible, para toda la vida. En los discursos, en las lecciones, en las demás obras de Pastor Díaz, aparece el repúblico, el literato, el orador, el hombre de Estado; en sus poesías el hombre a solas: allí su ingenio, aquí su corazón: pudiéramos decir de ellas, repitiendo una inscripción muy sonada, tiempo antes que naciese nuestro poeta: Son coeur est ici, son esprit est partout.

    A la verdad, muchos han sido los escritores que experimentaron en su juventud pérdidas semejantes, y no se acibaró tanto y tan largamente por eso el carácter de su poesía. Y no eran hombres que sentían menos que otros las pesadumbres; pero sabían o podían sentir cual el mal el bien, y en la vida hay de todo. Pastor Díaz hubo de nacer con una predisposición señalada para la elegía; y reuniéndose en él una causa natural y otra fortuita y fuerte, hubo de escoger para sus poemas asuntos dolorosos, los cuales no escasean en la vida más apacible. A los diez y siete años no cumplidos, cuando, según él mismo nos lo dice, amaba sin objeto, ya las inspiraciones de su musa eran tristes, ya (quejándose de soledad espantosa) deseaba la muerte. Vivía entonces, y no la conocería tal vez aún, la que había de ser otra Laura para el Petrarca nuevo, y ya la queja era la voz del joven poeta. Desde el primer arrullo ya emite la tórtola tonos dolientes: el presentimiento de la desgracia es en ciertos corazones innato; y entre temerla antes y plañirla después, consumen los breves días de su existencia. Quien apetecía morir si no había de gozar las dichas de amor, para él todavía incógnitas, bien podía, al amar con objeto, y hallarse separado de él, anhelar otra vez la muerte, como fin de una ausencia cruel y desesperada. «¡Verla y expirar!» decía Leandro a las olas que le repelían de la torre, donde le esperaban en vano los brazos amantes de la tierna Hero.

    Procede a la composición dirigida A la muerte, que tiene la fecha de 1829, la que lleva el título de La inocencia, escrita después (en 1830); pero está muy bien colocada primero, porque los afectos del autor expresados en ella se refieren de hecho a tiempos anteriores. Contaría Pastor Díaz de veinticuatro a veinticinco años a lo sumo cuando se hallaba en la situación que allí se describe. Podía entonces decir a Amelia:



    «Y cuando de tu angélica ternura
    Inspirado me veo,
    Yo creo en la virtud, en la hermosura,
    Y hasta en la dicha creo.»


    Amargo es, por cierto, ese hasta, cuya explicación se hallará en los versos siguientes:



    «Ángel de la inocencia, yo te imploro!...
    Disipa estas quimeras.
    Celestial hermosura, yo te adoro...
    Mas ¡ay! Tú no me quieras.
    No se fijen tus vagas ilusiones
    Sobre mi ardiente seno.
    Teme el triste furor de mis pasiones
    Y su oculto veneno.
    Todos los fuegos que mi pecho inflama
    Son rayos matadores.
    Quema mi corazón todo lo que ama;
    Sólo inspira dolores.»


    Desde que Pastor Díaz había escrito El amor sin objeto, hasta cuando se retrató en estas estrofas, había recorrido muchas revueltas en el laberinto del mundo; por fortuna podía decir:



    «Allá en otros momentos
    Podré sentir, mi bien, palpitaciones,
    Nunca remordimientos.»


    Acaudalaba ya experiencia bastante para prorrumpir en este otro pensamiento, uno de los más profundos y más bellos que se leen en las obras de nuestro autor:



    «Y abarcando a su fin de una mirada
    Mi efímera existencia,
    Diré: Felicidad... o no eres nada,
    O fuiste la Inocencia.»


    ¡Hermosísimo rasgo, de exquisita delicadeza y sólida verdad! La dicha nace de la virtud, y la virtud del hombre, el cual es por naturaleza frágil, suele ser hija del arrepentimiento: así, a la candidez inmaculada de la inocencia no iguala felicidad alguna: toda otra virtud, toda otra dicha será puramente de hombres; la felicidad propia de la inocencia es de ángeles, criaturas predilectas de la Suma Sabiduría.

    Siguiendo el autor la historia de sus deseos y sentimientos, nos cuenta:



    «Corrí a las fuentes dó mi labio ardiente
    Beber el bien quería;
    Y a su hidrópico afán inobediente,
    El néctar del deleite no corría...
    Y corrió por mi mal... ¡y era veneno!
    Bebiéronle conmigo:
    Crimen en vez de amor ardió en mi seno;
    Fui amante inútil y funesto amigo.»


    Al crimen sigue indefectiblemente el remordimiento: estos versos, pues, a pesar de su fecha, se refieren a un tiempo, según va dicho, posterior.

    En las composiciones tituladas Desvarío, Su memoria y A la luna, encontrará el lector acá y allá esparcidos los trémulos y confusos rasgos de la catástrofe tan vivamente sentida por el poeta: de una vaguedad tétrica semejante participan los versos de Su mirar y Una voz. A la fuerza del tiempo, consolador el más eficaz de los tristes, ceden las penas en el corazón del amante de Lina; ya era dulce su sueño, sus días plácidos; ya no pasaban por su frente negras nubes que le arrancasen lágrimas, cuando en una noche serena y clara, levantando con gratitud los ojos al cielo, vio delante de sí revolar una Mariposa negra, que turbó de nuevo la paz de su espíritu, laboriosamente adquirida; y, con pesar ya sobre el volcán gruesa capa de nieve,

    «Las nieves del volcán se derritieron
    Al fuego que ligeras encendieron
    Dos alas de crespón.»


    En la lucha que mantiene el hombre consigo mismo, no hay arma, no hay auxilio, por endeble que sea, que no baste para decidir la victoria del sentimiento: La mano fría de la razón es impotente para extinguir la llama que brota más pujante cuanto más concentrada estuvo. Aconsejamos al lector que vea la composición titulada La mano fría, o ya entre las primeras, porque allí es su lugar por la fecha, o ya entre las últimas, porque a ellas corresponde más por su objeto y su tono.

    Dulcísimo es el de los versos dedicados a la muerte de aquel hermano, que se le murió en la niñez; misericordioso y benévolo el de los que forman la composición aplicada A un ángel caído; blandamente amorosas (como que expresan el cariño filial) las estrofas con que remite su retrato Nicomedes-Pastor a su digna madre. Bajo los rudos majestuosos arcos del acueducto de Segovia discurre con severa filosofía; con la autoridad de la ciencia católica en el largo romance que leyó la noche de Navidad de 1857 en casa del Sr. Marqués de Molins: de la titulada El quince de Octubre juzgarán los políticos; en ciertos versos de ella habló el autor en nombre de algunos; los sentimientos expresados en los cuartetos A S. M. la Reina Gobernadora fueron los de muchos millones de habitantes de España. Con citar aquí La Sirena del Norte habremos recorrido la lista de todo lo bello, de casi todo lo que en poesía escribió nuestro amigo: no mucho en cantidad, mucho, sí, por su alta valía: el tierno Latorre y el sentido cantor de la Arrebolera, nos dejaron aún menos rasgos de sus felices plumas, atinadas hasta en aquella sobriedad para producir, que deja al lector con deseo de más largo placer entre la admiración de lo que disfruta.

    D. Nicomedes-Pastor Díaz, nacido con exquisita sensibilidad y con imaginación ardiente, viviendo su juventud en una época turbulenta, cuando el hierro y el fuego devastaban su patria; cuando veía derrocar los alcázares de lo pasado, y no alzaba todavía la edad presente sus monumentos para la venidera; herido en sus afectos, contrariado en sus más dulces inclinaciones, burlado en el logro de sus más vehementes anhelos, reservó casi exclusivamente para sí la voz de su poesía, que no pudo ser sino dolorosa; y cantando sus sentimientos en dulce sonido, atrajo a su alrededor a las almas tiernas, que le oyeron y le oyen con viva simpatía, con melancólico deleite, con admiración y entusiasmo. Producto de su juventud los más de sus versos, a la juventud los dedicó, más capaz de sentirlos y saborearlos, que la madurez de la vida ni su decadencia. Los jóvenes hallarán en ellos fieles pinturas de pasiones y padecimientos, de esperanzas y desengaños, que les son ya o les habrán de ser conocidos; algo tal vez oscuro en el pensamiento o por la expresión, mucho que les admire, mucho que los enseñe, nada que ofenda, nada que perjudique ni su moralidad ni su gusto.

    La poesía de Pastor Díaz se explaya en conceptos graves o delicados, o brillantes y enérgicos; su versificación bien trabajada une del continuo la propiedad, la variedad y la armonía. No diremos que por variar el ritmo de los endecasílabos convenga usarlos de la factura de estos:



    Así las ondas de este Landro hermoso...
    ¡Mísero yo! No soy más que un mortal...
    Miro do quier como un mortuorio manto...
    Y sobre sus tormentos y avenidas...
    La copa busca de un pensil de estrellas...


    Sin embargo, estos versos, con la buena, con la oportunísima entonación que les daba Nicomedes-Pastor al leerlos, encantaban al que los oía. El verbo convulsar, el violento monosílabo lee, convertido en consonante de ve; leerá e ideal hechos voces disílabas, y alguna que otra incorrección harto leve, ¿qué son entre tantos excelentes versos que forman esta colección preciosa, modelo de arte métrica de los mejores que puede presentar nuestro siglo en España? No eran tan esmerados, por cierto, los autores del siglo de oro de nuestras letras, cuyo estudio se prescribe en reglamentos y cátedras, en libros de clase y en controversias críticas. El que busque versos defectuosos en las obras de Pastor Díaz, tardará en encontrarlos; quien los apetezca fluidos, valientes, sonoros, buenos en fin, abra por cualquiera de sus páginas este libro, sincera historia de un corazón doliente, sembrada de episodios y digresiones interesantes, donde una rica imaginación reviste de galas deslumbradoras las maduras sentencias de la filosofía.

    Juan Eugenio Hartzenbusch




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    NICOMEDES PASTOR (1811-1863) Empty Re: NICOMEDES PASTOR (1811-1863)

    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 29 Ago - 8:29

    NICOMEDES PASTOR DÍAZ


    Prólogo del autor
    En la edición de 1840


    Al dar a la prensa estas composiciones, creo de mi deber manifestar el principal motivo que me ha decidido a hacerlo. Si la prensa fuera el público, no me atrevería a llamar su atención sobre estas producciones; pero le respeto demasiado, y le conozco lo bastante, para que yo pueda presumir que dar a la estampa meramente este libro es publicarle. La prensa es un medio de copiar como cualquier otro; y cuando el número de personas, que por afición, por curiosidad o por cortesía me piden copias de mis versos, ha llegado a ser demasiado considerable para que yo pueda satisfacerlas a todas, he creído más cómodo, formar esta pequeña colección y tenerla impresa.

    Por otra parte, habiéndoseme llamado más de una vez poeta, debo presentar mis títulos a fin de no usurpar un nombre no merecido, y de no arrogarme, a la sombra del misterio, una reputación fundada en lo que no existe; porque tal vez no existirá más que lo que al presente imprimo. Las composiciones que ahora doy a luz, muchas de ellas publicadas ya en folletines o en periódicos literarios, cuentan por la mayor parte siete u ocho años de fecha. Hace tiempo que, dedicado a negocios y ocupaciones de muy distinta naturaleza, no he podido entregarme al delicioso placer de hacer versos. Tal vez no puedo hacerlos ya; tal vez no los haré nunca. En esta época desventurada, las facultades poéticas se extinguen pronto, la imaginación se desencanta, el corazón se hiela, el gusto, en vez de perfeccionarse, se corrompe, las ilusiones se disipan, y la región poética del mundo se eclipsa, quedando sólo a la vista el mundo real y positivo, o la parte de él llamada así por los desdichados que creen que la imaginación, el sentimiento, el alma, el amor de lo bello y el éxtasis de lo sublime no son nada, como los ciegos pudieran llamar mundo real al que ellos palpan, creyendo fantástico el que nosotros vemos.

    He aquí las razones que me asisten para aventurarme a dar a luz estas páginas; he aquí la disculpa de mi osadía.

    Por lo demás, todo el que lea el prólogo que escribí para las poesías de mi amigo el Sr. Zorrilla, conocerá la poca importancia que yo puedo dar a estos versos, y aun al género a que pertenecen. En aquel escrito están consignados mis principios literarios, y allí se puede ver lo que a mis ojos vale y significa la estéril y anárquica literatura de nuestra edad. Mis versos son hijos de esta triste edad, y de esta literatura más triste aún: no pertenecen al porvenir, ni a la sociedad, ni a la moral, ni a la religión, ni a objeto alguno universal, o, como ahora se dice, humanitario: son composiciones individuales, acentos aislados, plegarias, suspiros, desahogos, gemidos solitarios de un corazón que, como la mayor parte de los corazones que nos rodean, gime y llora solamente por haber nacido. Y si nadie puede estar más convencido que lo estoy yo de que la poesía debe tener un fin social, y una misión fecunda, moral y civilizadora; si a nadie pueden parecer más vanas, fútiles y efímeras todas esas obras de escombro, que van esparciendo como el polvo de su camino los que hoy peregrinan por el desolado campo de las artes; si creo que la ráfaga del huracán que sobre ellos sopla, barrerá pronto ese polvo, y barrerá sus huellas; si estoy evidentemente penetrado de que poesía social no puede existir donde no hay sociedad, y de que en Europa la sociedad pereció, y no hay más que individuos; y si de tan terrible anatema creo heridas las más célebres producciones y las más ilustres capacidades literarias de nuestra época, dejo a cualquiera colegir lo que de estos obscuros cantos podré yo creer y esperar. Por eso he dicho que no los publicaba, sí que los imprimía. En la poesía puede suceder lo que en la arquitectura; en torno de los monumentos es preciso que se eleven las obras pasajeras que sólo duran la vida de un hombre. A par del Escorial y del Vaticano se alzan miles de casas comunes, que se derriban y se renuevan cada generación: y al pie de las Pirámides levanta el árabe su barraca de palmas, que dura sólo un día; como a vista de Homero, Virgilio, Dante, Tasso, Shakespeare y Calderón, que, cantaron para los siglos y para las generaciones, hoy se escribe para una población, para una clase, para una tertulia. He aquí todo el interés, toda la importancia que, a lo más, doy a mis versos. Hasta desgracia es no tener más fe, y carecer de la arrogante presunción del que estampó al frente de los suyos: Exegi monumentum aere perennius.

    Por eso al imprimir estos preludios, he creído deber disculparme para con el público y para con los artistas, del arrojo de publicarlos.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 29 Ago - 13:25

    SABÍA QUE LLEGARÍAS MÁS LEJOS CON NICOMEDES. VOY CONOCIENDO TU CAPACIDAD DE TRABAJO.

    GRACIAS. BESOS.


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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 30 Ago - 7:46

    Creo que se debe a los buenos maestros. Mientras se contagie lo bueno, no existe problema, así que gracias y seguimos por aquí.


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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 30 Ago - 7:49

    NICOMEDES PASTOR DÍAZ

    TOMO II




    Primer período: Adolescencia


    Mi inspiración

    Cuando hice resonar mi voz primera
    Fue en una noche tormentosa y fría:
    Un peñón de la cántabra ribera
    De asiento me servía:
    El aquilón silbaba;
    La playa y la campiña estaban solas;
    Y el Océano rugidor sus olas
    A mis pies estrellaba.

    No brillaban los astros en el cielo,
    Ni en la tierra se oía humano acento;
    Estaba oscuro, silencioso el suelo,
    Y negro el firmamento.
    Sólo en el horizonte
    Alguna vez relámpagos lucían;
    Y al mugir de las mares respondían
    Los pinares del monte.

    Fuera ya entonces cuando el pecho mío,
    Lanzado allá de la terrestre esfera,
    Vio que el mundo era un árido vacío;
    El bien, una quimera.
    Nunca un placer pasaba
    Blando ante mí, ni su ilusión mentida;
    Y el peso enorme de una inútil vida
    Mi espíritu agobiaba.

    Quise admirar del mundo la hermosura,
    Y hallé do quiera el mal. De amor ardía,
    Y nunca a mi benévola ternura
    Otro amor respondía.
    Sólo y desconsolado,
    Cantar quise a la tierra mi abandono,
    Mas ¿dó tienen los hombres voz ni tono
    Para un desventurado?...

    Al destino acusé, y acusé al cielo
    Porque este corazón dado me habían;
    Y de mi queja, y de mi triste anhelo
    Los cielos se reían.
    ¿Dó acudir?... ¡Ay!... Demente
    Visitaba las rocas y las olas
    Por gozarme en su horror, llorar a solas,
    Y gemir libremente.

    Un momento a mi lánguido gemido
    Otro gemido respondió lejano,
    Que sonó por las rocas, cual graznido
    De acuático milano.
    De repente se tiende
    Mi vista por la playa procelosa,
    Y de repente una visión pasmosa
    Mis sentidos sorprende.

    Alzarse miro entre la niebla oscura
    Blanco un fantasma, una deidad radiante,
    Que mueve a mí su colosal figura
    Con pasos de gigante.
    Reluce su cabeza
    Como la luna en nebuloso cielo:
    Es blanco su ropaje, y negro velo
    Oculta su belleza

    Que es bella, sí; de cuando en cuando el viento
    Alza fugaz los móviles crespones,
    Y aparecen un rápido momento
    Celestiales facciones.
    Pero nube de espanto
    Tiñó de palidez sus formas bellas,
    Y sus ojos, luciendo como estrellas,
    Muestran reciente el llanto.

    Cual ciega tromba que aquilón levanta
    En los mares del Sur, así camina;
    Y sin hollar el suelo con su planta,
    A mi escollo se inclina.
    Llega, calladamente
    En sus brazos me ciñe, y yo temblando
    Recibí con horror ósculo blando
    Con que selló mi frente.

    El calor de su seno palpitante
    Tornóme en breve de mi pasmo helado:
    Creí estar en los brazos de una amante,
    Y... «¿quién, clamé, arrobado,
    Quién eres... que mi vida
    Intentas reanimar, fúnebre objeto?
    ¿Calmarás tú mi corazón inquieto?

    (CONT.)


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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 30 Ago - 7:52

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    TOMO II




    Primer período: Adolescencia


    Mi inspiración

    (cont.)

    ¿Eres tú mi querida?»

    «¿O bien desciendes del elíseo coro
    Sola, y envuelta en el nocturno manto,
    A ser la compañera de mi lloro,
    La musa de mi canto?
    Habla, visión oscura;
    Dame otro beso, o muéstrame tu lira;
    De amor o de estro el corazón inspira
    A un mortal sin ventura.»

    «No, me responde con acento escaso,
    Cual si exhalara su postrer gemido;
    Nunca, nunca los ecos del Parnaso
    Mi voz han repetido.
    No tengo nombre alguno;
    Y habito entre las rocas cenicientas,
    Presidiendo al horror y a las tormentas
    Que en los mares reúno.»

    «Mi voz sólo acompaña los acentos
    Con que el alción en su viudez suspira,
    O los gritos y lánguidos lamentos
    Del náufrago que expira.
    Y sí una noche hermosa
    Las playas dejo y su pavor sombrío,
    Sólo la orilla del cercano río
    Paseo silenciosa.»

    «Entro al vergel, só cuya sombra espesa
    Va un amante a gemir por la que adora;
    Voy a la tumba que una madre besa,
    O dó un amigo llora.
    ¡Pero en vano mi anhelo!
    Sé trocar en ternezas mis terrores,
    Sé acompañar el llanto y los dolores;
    Más nunca los consuelo.»

    «¡Ni a ti, infeliz!... el dedo del Destino
    Trazó tu oscura y áspera carrera.
    Yo he leído en su libro diamantino
    La suerte que te espera.
    A vano, eterno llanto
    Te condenó, y a fúnebres pasiones,
    Dejándoos sólo los funestos dones
    De mi amor y mi canto.»

    «De ébano y concha ese laúd te entrego
    Que en las playas de Albión hallé caído;
    No empero de él recobrará su fuego
    Tu espíritu abatido.
    El rigor de la suerte
    Cantarás sólo, inútiles ternuras,
    La soledad, la noche, y las dulzuras
    De apetecida muerte.»

    «Tu ardor no será nunca satisfecho;
    Y sólo alguna noche en mi regazo
    Estrechará tu desmayado pecho
    Iluso, aéreo abrazo.
    ¡Infeliz si quisieras
    Realizar mis fantásticos favores!
    Pero, ¡más infeliz si otros amores
    En ese mundo esperas!»

    Diciendo así, su inanimado beso
    Tornó a imprimir sobre mi labio ardiente.
    Quise gustar su fúnebre embeleso;
    ¡Pero huyó de repente!
    Voló; de mi presencia
    Desapareció cual ráfaga de viento,
    Dejándome su lúgubre instrumento,
    Y mi fatal sentencia.

    ¡Ay! se cumplió!.,. que desde aquel instante
    Mi cáliz amargar plugo a los cielos,
    Y en vano a veces mi nocturna amante
    Torna a darme consuelos.
    Mis votos más queridos
    Fueron siempre tiranas privaciones;
    Mis afectos, desgracias o ilusiones;
    Y mis cantos... ¡gemidos!

    En vano algunos días la fortuna
    Ondeó sobre mi faz gayos colores;
    En vano bella se meció mi cuna
    En un Edén de flores;
    En vano la belleza
    Y la amistad sus dichas me brindaron;
    Rápidas sombras, ¡ay! que recargaron
    ¡Mi sepulcral tristeza!...

    Escrito está que este interior veneno
    Roa el placer que devoré sediento.
    Canta, pues, los combates de mi seno,
    ¡Infernal instrumento!
    Destierra la alegría,
    Que nunca pudo a su región moverte;
    Y exhala ya tus cánticos de muerte
    Sin tono ni armonía.

    Y tú, amor, si tal vez te me presentas,
    No pintaré tu imagen adorada;
    Describiré el horror de las tormentas,
    Y mi visión amada.
    En mi negro despecho
    Rocas serán mis campos de delicias,
    Lánguidas agonías mis caricias,
    ¡Y una tumba mi lecho!


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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 30 Ago - 7:54

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    TOMO II




    Primer período: Adolescencia




    El amor sin objeto(1)


    Vanamente mis ojos inquietos
    Por do quiera se tienden y giran;
    Vanamente mis labios suspiran
    Abrasados de fúnebre ardor.
    Soledad espantosa me cerca,
    Noche eterna mi pecho ha cubierto;
    Para mí todo el mundo es desierto...
    ¡Pues que nadie responde a mi amor!

    Todo es fuego mi pecho exaltado;
    Sólo amando me place la vida,
    Y fijando en otra alma querida
    De existir la penosa ilusión.
    Ilusión... ilusión desgraciada
    Que la triste verdad no realiza;
    Ilusión que mi pena eterniza...
    ¡Porque nadie responde a mi amor!

    Yo no sé lo que quiere mi pecho,
    Yo no sé porque tiemblo y qué lloro,
    No conozco lo mismo que adoro,
    No hallo objeto a mi triste pasión.
    Sólo encuentro un inmenso vacío
    Donde el alma se agita sedienta,
    Y esta sed de querer se acrecienta...
    ¡Porque nadie responde a mi amor!

    Tal vez amo en mis tristes delirios
    A un fantasma que forja mi mente;
    Y dó quiera le miro presente,
    Le da vida mi fúnebre ardor.
    Yo le escucho, le estrecho en mis brazos,
    Yo su aliento de aroma respiro;
    Yo... ¡infelice!... demente deliro...
    ¡Nadie, nadie responde a mi amor!

    Vanamente de nácar y rosas
    El Oriente engalana la aurora;
    Vanamente su faz brilladora
    Lanza el sol con radioso esplendor
    Ni la tarde en los campos me agrada,
    Ni de noche la luna brillante;
    Luz y sombra buscaba en mi amante,
    ¡Ay!... ¡y nadie responde a mi amor!

    Con mi amante risueña la aurora
    Me inundara de blanda alegría;
    Con mi amante gozara yo el día,
    Campo y sombras, y grato frescor.
    Con mi amante la luna me viera,
    De sus rayos bañado y de llanto,
    Apurar ese mágico encanto
    ¡Que a las penas les presta el amor!

    Tú tal vez, corazón que yo busco,
    Tú tal vez solitario palpitas,
    Y en fantásticos sueños te agitas,
    Y suspiras y lloras cual yo.
    Ven a mí, yo te haré venturoso,
    Yo te ofrezco esas horas risueñas,
    Yo te ofrezco esa dicha que sueñas...
    Ven, querida... ¡responde a mi amor!

    ¡Ven a mil... yo no busco hermosura;
    No apetece este pecho vacío
    Sino un pecho de amor como el mío,
    Sino el alma, sino el corazón.
    ¡Ven!... abiertos te esperan mis brazos;
    Ya parece que en ellos te estrecho;
    Ya parece que siento tu pecho
    Contra el mío latiendo de amor.

    ¡Nadie me oye!... mis voces se apagan,
    Y se apaga con ellas mi vida;
    Donde no halla mi pecho querida,
    Un sepulcro hallará mi dolor.
    Un sepulcro es el lecho florido
    Que apetece mi anhelo postrero;
    Un sepulcro la dicha que espero,
    Pues no existe la dicha de amor.


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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 30 Ago - 7:57

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    TOMO II




    Primer período: Adolescencia





    La inocencia
    A Amelia

    Tendió su manto ya de oro y de rosa
    La tarde en la pradera.
    ¡Qué tranquilo está el mar! ¡Qué silenciosa
    La ría y la ribera!

    Mas... ¡qué en vano a mis ojos tan brillante
    Decoración se pinta,
    Si no refleja otra mirada amante
    Su inanimada tinta!

    Que el alma sin amor, y sin profundos
    Latidos, y aun pesares,
    Se halla más sola en medio de esos mundos
    Que un bajel en los mares.

    Mas aún benigno compadece el cielo
    Mi espíritu postrado;
    Y un ángel me depara de consuelo
    De su altura bajado.

    Aun hay para mi noche luz de aurora;
    Aún Amelia me ama.
    Bella inocente, ven... tu amigo llora,
    Y en su dolor te llama.

    No tardes ¡ay!... Tus ojos virginales,
    Tu celeste inocencia,
    Me infunden nuevo amor a los mortales
    Y a mi triste existencia.

    Y cuando de tu angélica ternura
    Inspirado me veo,
    Yo creo en la virtud, en la hermosura...
    ¡Y hasta en la dicha creo!

    Ya viene allá... ¡Cuán cándidas, cuan bellas
    Se ostentan sus facciones!
    Aún no surcan ¡su rostro, cual centellas,
    Fogosas las pasiones.

    Mas sus ojos mirándome se inflaman
    De rayos de alegría,
    Y con magia del cielo la derraman
    ¡Hasta en el alma mía!...

    Ven a mi corazón, dulce hermosura;
    Ven, ángel, a mis brazos;
    Ven, y de tu pureza y mi ternura
    Forme el dolor los lazos;

    ¡Ay! ven... que aunque mi pecho los rigores
    Del desengaño oprimen,
    Aún no trocara al mundo mis dolores
    Por sus goces de crimen...

    ¡Santa ilusión que en la desgracia imploro!...
    A ser vuelve mi anhelo
    No es ilusión esa virtud que adoro:
    Conservádmela ¡oh cielo!

    Eternizad de este ángel la pureza,
    Y esa celeste calma:
    Que es el supremo bien esa belleza
    Que da la paz del alma.

    ¡Amelia!... Un corazón desencantado
    Nada puede ofrecerte;
    Ni tú hallarás donde te guarde el hado
    Más venturosa suerte.

    Fascinada por mágicas visiones
    Creerás en otros seres;
    Suspirarás por nuevas sensaciones,
    Por extraños placeres.

    Abrazarás la nube engañadora
    De esa dicha mentida,
    Y llorarás, como tu amigo llora,
    La bella edad perdida.

    Verás al fin de era esperada calma
    Un letargo sombrío,
    Y llegarán los vuelos de tu alma
    Al caos del vacío.

    Así las ondas de este Landro hermoso
    Corren al mar vecino,
    Apeteciendo el natural reposo
    De su raudo camino.

    Hélas, empero, aquí, por los juncales,
    Tan puras, tan serenas,
    Retratando en sus plácidos cristales
    Las márgenes amenas.

    Y hélas allá cuan bravas y verdosas
    Tus ojos amedrentan;
    Y en montañas alzándose espumosas...
    En las rocas revientan.

    Quédate, Amelia mía, en la ribera,
    Quédate entre las flores;
    No agoste tu lozana primavera
    Canícula de amores.

    Vive los días de tu alegre mayo
    Enlazada a tu amigo;
    Que aún tiene rama el árbol que hirió el rayo
    Para darte su abrigo.


    No serás tú la nube que le encienda,
    ¡Leve vapor de aurora!
    Ni será que a tu soplo se desprenda
    Su cima protectora.

    No... ni el cariño avivaré risueño
    Que tu candor me ofrece;
    Ni seré osado a despertar el sueño
    Que feliz te adormece.

    Y ¡ojalá que jamás se despertara!
    Y piadosa la suerte,
    De ese sueño a los dos nos transportara
    ¡Al sueño de la muerte!...

    ¿Quién sabe en tanto si pasión traidora
    Su tiro oculto apresta?
    ¿Si en tu pecho sonar podrá una hora
    De mudanza funesta?

    (cont.)


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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 30 Ago - 7:58

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    TOMO II




    Primer período: Adolescencia





    La inocencia
    A Amelia


    (cont.)




    ¿Qué?... ¿sonó ya tal vez?... En tu alma bella
    La compasión trocada
    ¿Habrá encendido la primer centella
    Que brota en tu mirada?...

    ¡Tú tiemblas!... ¡tú enmudeces!... ¡tú suspiras!
    Y reprimiendo el llanto,
    Mi mano estrechas, y mis ojos miras
    Con sonrisa de espanto.

    ¡Ángel de la inocencia, yo te imploro!...
    Disipa estas quimeras.
    Celestial hermosura, yo te adoro...
    Mas ¡ay!... ¡Tú... no me quieras!

    No se fijen tus vagar, ilusiones
    Sobre mi ardiente seno.
    Teme el triste furor de mis pasiones,
    ¡Y su oculto veneno!

    Todos los fuegos que mi pecho inflama
    Son rayos matadores.
    Quema mi corazón todo lo que ama;
    Sólo inspira dolores.

    Sufra yo solo, y mi feliz querida
    Enjugue en paz mi llanto;
    Su voz arrulle el sueño de mi vida
    Como un celeste canto.

    Y duerma tu ilusión con mis temores
    Tan sumida en el pecho,
    Que pueda la virtud mullir de flores
    Para los dos un lecho.

    Alcémosle, mi bien, en la espesura
    Que este valle guarece,
    Lejos del mundo que con risa impura
    La inocencia escarnece.

    Y no importa que oscuros e ignorados
    Nos rechace aquí el suelo,
    Si nos ven a su gloria aproximados
    Los ángeles del cielo...

    ¡Ven, ángel mío, ven!... La unión más santa
    En mis brazos te espera...
    Mira cómo la luna se levanta
    Por la azulada esfera.

    Como ella, por el cielo sostenidos,
    Nosotros volaremos
    Dó la oscura región de los sentidos
    De lo alto miraremos.

    Y pasarán cual sombra las pasiones;
    Y allá, en otros momentos,
    Podré sentir, mi bien, palpitaciones...
    ¡Nunca remordimientos!

    Y abarcando, a su fin, de una mirada
    Mi efímera existencia,
    Diré: «Felicidad... o no eres nada,
    O fuiste la Inocencia.»


    1830.




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    NICOMEDES PASTOR (1811-1863) Empty Re: NICOMEDES PASTOR (1811-1863)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 30 Ago - 9:45

    Precioso, querida amiga.

    Te seguiré.

    Besos.


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     ISRAEL: ¡GENOCIDA! LA HISTORIA HABRÁ DE LLEVARLOS ANTE LA CORTE PENAL INTERNACIONAL POR CONTINUADOS CRÍMMENES DE GUERRA
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    Mensaje por Lluvia Abril Lun 31 Ago - 4:33

    NICOMEDES PASTOR DÍAZ

    TOMO II



    Primer período: Adolescencia





    A la muerte
    Te teneam moriens, Tib. Eleg. , lib. I.


    Ven a mis manos, de la tumba oscura,
    Ven, laúd lastimero,
    Dó Tibulo cantaba su ternura,
    Dando a Delia su acento postrimero.

    Y tráeme los ayes encantados
    Con que dulce gemía,
    Cuando ya con los párpados cerrados,
    En brazos de su amor, desfallecía.

    Ven, y el son de tu armónico suspiro,
    Sobre mi arpa vibrando,
    Al viento dé las ansias que respiro,
    El fin de mi existencia preludiando.

    Yo lloraré de un alma solitaria
    El insaciable anhelo,
    Invocando en mi lúgubre plegaria
    Él solo bien que me reserva el cielo.

    Yo ensalzaré tu celestial dulzura,
    Muerte consoladora.
    Yo cantaré en tus brazos tu hermosura;
    Nadie en el mundo como yo te adora.

    Parece ya que en el dintel sombrío
    De la tumba dichosa
    Siento exhalarse un delicioso frío
    Que el ardor templa de mi sed fogosa;

    Y que un ángel más bello que mi Lina,
    Con semblante risueño,
    En féretro de rosas me reclina,
    Y el himno entona de mi eterno sueño.

    «Venid, exclama, a los sepulcros yertos
    A terminar los males.
    No es ilusión la dicha de los muertos;
    ¡La nada es el vivir de los mortales!...»

    -Lo sé, lo sé; mas de otro modo, un día,
    Brillante a mis ardores
    El campo de la vida se ofrecía
    Vertiendo aromas y brotando flores.

    «Dó más placer divise, dije ufano,
    Allí está mi ventura.
    El ser que me formó no es un tirano;
    Y el bien en el gozar puso natura.»

    «Destiérrese de mí la razón lenta
    Y su impotente brillo;
    Será mi norte lo que el pecho sienta;
    Será feliz mi corazón sencillo.»

    Dije, y cual ave del materno nido
    Lancéme en vuelo osado;
    La senda del placer hollé atrevido,
    Siempre de sed inmensa arrebatado.

    Corrí a las fuentes dó mi labio ardiente
    Beber el bien quería;
    y a su hidrópico afán desobediente,
    El néctar del deleite no corría...

    Y corrió por mi mal... ¡y era veneno!
    Bebiéronle conmigo;
    Crimen en vez de amor ardió en mi seno,
    Fui amante inútil y funesto amigo.

    Denso vapor al fin anubló el alma;
    Y en letargo profundo
    De quietud falsa, de horrorosa calma,
    Dejé los hombres, y maldije al mundo...

    ¡Oh natura falaz! Tú me engañaste
    Con pérfida mentira,
    Cuando en mi débil corazón grabaste
    Esa imagen ideal por quien suspira.

    Pasó de mis fantásticas visiones
    La magia encantadora;
    ¡Destino atroz!... no tengo ya pasiones;
    Y un solo bien mi corazón implora.

    Envía sólo un rayo de contento
    Sobre mi hora postrera;
    Dame un solo placer, sólo un momento...
    El momento no más en que me muera.

    Ya que entoldaste siempre mi ventura
    Con tan nubloso velo,
    Rasga en mi ocaso su cortina oscura,
    Déjame, cuando expire, ver el cielo.

    ¡Ay! y al sentir ese éxtasis profundo
    Que da la patria eterna,
    A la que fue mi patria en este mundo
    Volver me deja una mirada tierna.

    Llévame de mi Landro a los vergeles,
    Y allí, muerte piadosa,
    Bajo los mismos sauces y laureles
    Dó mi cuna rodó, mi tumba posa...

    Apura, oh muerte, mi deseo apura...
    Y a mis votos te presta.
    Lleva a su colmo mi postrer ventura;
    Premia un instante una pasión funesta.

    Propicia a la ilusión que me alucina,
    Llévame a la que adoro;
    Tremola entre los brazos de mi Lina
    Tu crespón para mí, bordado de oro.

    En ellos ¡ay! exánime posando,
    Mi rostro al suyo uniendo,
    Al compás de su lloro agonizando,
    Y sus tardías lágrimas bebiendo,

    Mis brazos se enlazaran a su cuello,
    Que apoyo me prestara
    Para esforzar el último resuello
    Que en sus labios mi espíritu exhalara...

    ¡Ay! accede al ansiar de un alma triste,
    ¡Muerte que anhelé tanto!...
    Y en vez de esa corona que no existe,
    ¡Cubra una flor no más tu negro manto!

    Mas no... no cederás tu poderío,
    ¡Oh destino inclemente!
    Y contra el mármol del sepulcro mío
    Con furor ciego estrellarás mi frente.

    Mi tierna juventud, mis padeceres,
    Mi llanto no te apiada...
    ¡Moriré, moriré!... mas sin placeres;
    ¡Ay! ¡moriré fin ver a mi adorada!


    1829.


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    NICOMEDES PASTOR (1811-1863) Empty Re: NICOMEDES PASTOR (1811-1863)

    Mensaje por Lluvia Abril Lun 31 Ago - 4:36

    NICOMEDES PASTOR DÍAZ

    TOMO II



    Primer período: Adolescencia





    A alborada

    Poesía gallega



    ¡Ay miña pequeniña!
    ¡Qu'ollos bonitos tés! ¡Que brilladores!
    ¡Case salta a alma miña,
    É vendo os teus colores,
    Ver me parece todos os amores!

    Agora qu'á alborada
    Os dulce paxariños xa cantaron,
    É da fresca orballada,
    N'as perlas os ramiños se pintaron,
    Agora ¡qué diviños
    Brillaran os teus ollos cristaliños!

    ¡Ay! asoma esas luces,
    Asoma a esa ventana, miña hermosa;
    Tú que sempre reluces
    Con elas máis lustrosa
    Qu'á Luna, cando nace silenciosa.

    Verásme aquí cantando,
    Xunto estas augas craras, estas penhas,
    Verásme aquí agardando
    Que se rompan as lúgubres cadenas
    D'a noite que m'aparta
    De quén nunca a alma miña se véu farta.

    Mírame, sí, querida,
    Cando d'o blando sono te levantes,
    Máis fresca, é máis garrida
    Qu'estas frores fragantes,
    Qu'á espuma d'estas ondas resonantes.

    ¿E ainda non parecen
    Eses olliños teus? ¿Dormes rosiña?
    ¿Dormes, é resplandecen
    Os campanarios altos d'a mariña?
    ¿Ainda non oiche
    Aquela dulce voz que m'aprendiche?

    ¿Déixasme qu'aquí solo
    Á as áugas lles dirixa os meus acentos,
    É non vés ao meu colo
    Fartarme de contentos,
    É amante aproveitar esteis momentos?

    Des d'aquí vexo os mares
    Serenos, estenderse alá no ceo;
    Oio d'aquí os cantares
    Da pillara fugaz, d'o merlo feo,
    Pero o teu seno lindo
    Non ovexo, meu bén, qu'estas durmindo.

    Xa se foi o luceiro;
    Desperta d'esa cama, miña rosa;
    Desperta, é ven primeiro
    Abrir á venturosa
    Ventana d'o teu carto: ven graciosa.

    Sál como sempre sales,
    Máis diviña qu'á diosa de Citera
    Salindo dos cristales,
    Máis galana qu'á leda primavera
    Esparcindo rosales:
    Venus pra min, amante,
    Primavera, mañan, é fror fragante.

    Xa te vexo salindo
    Mirarme, é retirarte avergonzada,
    ¿É de quén vás fuxindo
    Tontiña arrebatada?
    ¿Do teu amor que canta n'a enramada?

    Non fuxas, non, querida;
    Ven aquí: baixa á escala sin temores:
    Esa frente garrida
    Á miña man á cubrirá de frores;
    Xa as teño aquí xuntiñas;
    ¡Qué venturosas son! ¡Qué bonitiñas!

    Ven despeinada ainda
    Darme o primeiro abrazo, darm'a vida
    ¡Canto es así máis linda!
    Ven qu'a mañan frorida
    Solo pr'os que se queren foi nacida.

    Non, non, durme, descansa,
    Naide turbe o reposo d'o teu peito:
    Plácida quietud mansa
    Sin cesar vele o téu hermoso leito:
    Durme, que non tés penas,
    É acaso en min soñando te enaxenas.

    Reposen os teus ollos,
    Eses ollos diviños, venenosos:
    Tamén finos cogollos
    N'os rosales pomposos
    Agardan por abrirse recelosos.

    Sí, miña prenda amante:
    Eu cantarei aquí mentras que dormes.
    ¡Ay qu'o Landro brillante
    Non é dourado Taxo; nin o Tormes
    Alinda o meu retiro!
    Durme, si, durme, mentras qu'eu suspiro.

    Mayo 11 de 1828.


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    Mensaje por Lluvia Abril Lun 31 Ago - 4:39

    NICOMEDES PASTOR DÍAZ

    TOMO II



    Primer período: Adolescencia






    La inmortalidad

    Epístola a Genaro(2)

    ... anne aliquas ad caelum hinc ire putandum est
    Sublimes animas; iterumque ad tarda reverti
    Corpora? Quae lucis miseris tam dira cupido?...
    Virg. AEneid. lib. VI.


    Decretada ya está por el Destino
    Mi eterna suerte al fin: siempre sombrío,
    Sólo la oscura soledad me agrada;
    Claustros y torres, bosques y ruinas.

    Buscando alivio a una pasión tan triste,
    Cual hoy me abrasa lo interior del pecho,
    Vengo a templar las llamas que me cercan,
    Junto a estos muros santos, dó reposan
    Generaciones mil; aquí gustoso
    Cerca miro las olas estrellarse,
    Las luchas remedando de mi pecho;
    Y más cerca, las urnas solitarias
    ¡Aumentando el pavor de las tinieblas!
    Ellas me aguardan, ¡ay! ¡Genaro amigo!

    Cual incierto marino, descubriendo
    La playa a dó los vientos le conducen,
    Primero ve desde la erguida popa
    Qué mansión el destino le prepara;
    Así yo, de las olas dó fluctúo
    Contemplo el puerto a dó ru rumbo lleva
    La contrastada nave de mis días.
    La contrastada nave de mis días.
    ¡Ignorada región!... ¡Oh! si a lo menos
    De aquel país oscuro, algún viajero
    ¡Tornase a las mansiones de la vida!...
    ¡Supiera el hombre su eternal destino!
    Mas ¡ah! no vuelven; y el postrer letargo,
    Es cima que, una vez ya traspasada.
    El mísero mortal nunca recobra.

    Pero ¿puede lo eterno a los humanos
    Parar arrebatado el pensamiento?
    ¡En vano un muro inmenso nos separa!
    ¡Cuan corta es la carrera de la vida
    Al rápido correr de aquella mente,
    Que altiva, impetuosa, irresistible,
    Supo escalar la cima de los cielos
    Ensanchando el espacio, y de los mundos
    La inmensidad continua dilatando!
    ¡Cuán estrecha, al vagar interminable
    De la ambición continua de aquel pecho,
    De aquellos corazones, incesantes
    En querer disfrutar; de aquella hidra
    Que siempre en mil pasiones renaciendo,
    Nunca tranquila reposó y cansada!
    ¡Vano es parar el rápido torrente
    A orillas del abismo en que se sume!

    Deseó siempre el corazón humano...
    ¡Hasta la tumba, deseó constante!
    Vio el sepulcro; cesó la ilusión grata
    De por siempre existir, y al fin un día,
    A fuerza de ver muertes, convencíase
    Que era fuerza morir. Más... ¿pudo entonces
    Contener sus miradas, y sereno
    El cuadro terminar de sus afanes
    En el abismo horrible de la nada?
    ¿Pudo ver sin espanto el desgraciado
    Su vida terminar hórrida y triste,
    Sin aguardar un bien, entre las tumbas,
    Que en el mundo engañoso no topara?
    ¿Pudo mirar el déspota tranquilo
    No reinar más, ni ya bajo sus plantas
    La humanidad postrarse? ¿Pudo un día
    El tierno esposo, el cariñoso padre,
    El sensible amador, adiós eterno
    A la esposa querida, al hijo amado
    Decir sereno, y de los dulces lazos
    De amor... ¡por siempre más!... desenredarse?
    No; que en el sueño de la corta vida

    (cont.)


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    Mensaje por Lluvia Abril Lun 31 Ago - 4:41

    NICOMEDES PASTOR DÍAZ

    TOMO II



    Primer período: Adolescencia






    La inmortalidad

    Epístola a Genaro(2)

    ... anne aliquas ad caelum hinc ire putandum est
    Sublimes animas; iterumque ad tarda reverti
    Corpora? Quae lucis miseris tam dira cupido?...
    Virg. AEneid. lib. VI.


    (cont.)

    Soñó también que prolongados fueran
    Con la muerte sus días; y abrazóse
    Con tan dulce ilusión. Quiso a la muerte
    El velo arrebatar con que cubriera
    Del porvenir inmenso los abismos;
    Y al abrir con sus ojos el sepulcro,
    A través de las fétidas reliquias,
    Del placer y la paz vio los destellos.
    ¡Ay! ¡No fue engaño su dichosa idea!
    ¡Encanto dulce! ¡imagen de consuelo!
    ¡Oh! si del hombre todos los delirios
    Fuesen tan gratos... ¡venturoso fuera!

    Aquí, mi amigo, de Platón guiado,
    A la luz de las lámparas sombrías
    Que sobre estas columnas reverberan,
    Mi mente me dictaba lo que al hombre,
    Ambicioso por siempre, extender place
    Más allá de la tumba ¡oh mi querido!
    ¿Por qué en sueño tan grato despertarme
    Quiere una ciencia inútil y funesta?
    ¿Por qué abrirme a la luz los ojos ciegos,
    Luz que no pueden, débiles, llorosos,
    Sufrir sin turbación? Ya que el humano
    Marchitó las guirnaldas, que a la vida
    Al salir de sus manos, dio natura,
    Deja que espere, al fin de su carrera,
    Puro placer y paz interminable.
    ¡Ah! ¡qué importa si es sólo una esperanza!
    También sobre la tierra una esperanza,
    ¡Son solamente los ansiados goces!
    Al alma nunca sacia lo presente;
    Esperar el placer... ¡es disfrutarle!

    Pero, ¿qué pudo en manos de los hombres
    Puro permanecer? Todo... inocente
    Nace; mas ¡ay! que al soplo del malvado
    Brota la sangre... agóstanse las flores!

    Deseaba intranquilo el infelice
    Sus días terminando, ver de nuevo
    Sin término otra vida levantarse;
    Cuna el sepulcro fue de su ventura,
    E impávido corrió, de sus vacíos
    A lanzarse en la sima. En todas partes
    Creó delicias raras y tormentos
    Su mente arrebatada, y en diversas
    Esperanzas el hombre dividido
    Fue, como en cultos, razas y países.

    Vio el muelle egipcio, el ingenioso griego,
    Bajo las cavernosas catacumbas,
    Mansiones de placer; deja el humano
    Sus prendas breve plazo, se adormece,
    Y allá despierta en ignorado reino.
    El anciano Carón, barquero adusto,
    Su sombra guía por neblosas ondas
    Del Averno a los campos infinitos;
    Ve del Erebo en la profunda noche,
    En derredor de lóbregas cavernas,
    Los genios de maldad silbar horribles,
    ¡Furias, Parcas y fúnebres ensueños!
    De la orilla en el barro cenagoso,
    Sumidos ve los manes insepultos,
    Y escuchando los gritos penetrantes,
    Que lejos dan los malos en sus penas,
    Del Tártaro imagina los tormentos,
    Y huye aterrado, y al Elíseo vuela,
    De siempre pura luz mansión dichosa.
    Allí torna otra vez a las delicias
    Que tal vez suspendió; ve las queridas
    Sombras que amara un día entre los hombres!...
    ¡Si allí bajara la que el ser me ha dado,
    La estrecharía Madre cariñosa,
    Cuál siempre la miré; y embriagada
    Los elíseos jardines recorriendo,
    A par de aquellos hijos que adoraba,
    Prolongara el placer!

    En vano Tisbe
    Baja amorosa al hórrido sepulcro;

    (cont.)



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