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Josep Vallverdú: “Mi poesía es el sentimiento de la expresión, más que no la expresión del sentimiento” (Entrevista por Jordi Llavina en Punt Avui, 11-07-2014)
Con noventa años, Josep Vallverdú publica su tercer libro de poemas, “Argila” (“Arcilla”), en Pagès editores.
En un artículo de este diario, Josep Vallverdú dijo: “Me he negado a estar aprendiendo cada día un procedimiento más para aprovechar los ingenios electrónicos y sus nuevas aplicaciones. O me he acobardado, si os parece más exacto”. La tesis recuerda la de Espinàs sobre este asunto, bien que Vallverdú, a diferencia de Espinàs, escribe con ordenador desde hace años, y cada día recibe y envía correos electrónicos, como usted o yo mismo. Voy al Eloi -que es su casa en Espluga de Franculí desde 1988-, con motivo de la publicación de su tercer libro de poesía, Argila (Pagès). Vallvedú ha practicado casi todos los géneros, pero sobre todo es conocido como novelista (para adultos y para niños y jóvenes) y, aunque menos, como memorialista. El recordado Isidor Cònsul afirmaba que era un escritor todoterreno. Tengo la impresión que la poesía le ha llegado como una necesidad, y él mismo me confirma que, en la última parte de su vida -el año pasado hizo noventa años-, éste será (o continuará siendo) el género que iluminará el desenlace de una obra generosa y diversa, con momentos de una gran intensidad. Le digo que lo encuentro mejor que nunca, y no se trata de un cumplido, sino de una estricta confirmación: ¡te dicen que tiene 75 años, y te lo crees! Me responde que vigila escrupulosamente la alimentación, que cultiva el huerto, que no para de moverse… Es un hombre que piensa deprisa, que té las pesca al vuelo. Con el sentido del humor inteligente de la gente de la Terra Ferma. Los ojos le chisporrotean, como dice en un poema, “que he heredado de mi niñez”.
¿Y de dónde salen estos versos tan bien hechos?, me pregunto yo. ¿De dónde nace, ahora, el ímpetu de la poesía?¿Por qué llega, a sus noventa años, la necesidad? “Siempre he escrito versos, desde que era un niño. Ahora bien, me daba cuenta que la poesía hay que escribirla bien, o, si no, vale más no dedicarse. Desde muy joven he convivido con la poesía, leyendo mucha y continuamente. Conocí a Verdaguer, Guimerà, Carner, Guerau de Liost, López-Picó… A continuación, y llevado por el afán lector, tuve noticia de los franceses. Y, ya en la universidad, y a través, sobre todo, de Joan Triadú, conocí a Palau i Fabre, Riba, Papasseit, Boix… Como leridano, también me he preocupado de Morera y de Agelet. Más tarde, me llegaron los ingleses: Wordsworth, Keats, Shelley. En la universidad, nuevamente, Martí de Riquer, gran profesor, con camisa azul de falangista, nos hablaba de literatura medieval catalana. Escuché por primera vez algunos nombres capitales, como los de March, Metge, de Próixita, Eiximenis, Pere III, Corella, Roig, Jordi de Sant Jordi… También me interesaban, y mucho, los castellanos, como Góngora o Quevedo, que es más afinado que no piensa mucha de la gente que lo ha leído mal. También me adentré en la obra de los poetas del 27.
Vallverdú se casó, hace poco, con Antonieta, una mujer elegante, viuda del eminente científico Joan Oró. Obsequiosa, cuando llego me ofrece tomar algo. Le digo que no, que se lo agradezco, pero que voy corto de tiempo. Vayamos hoy a lo esencial, como es propio del género lírico. “De la poesía, a mí siempre me ha atraído -continúa el escritor- el hecho de buscar palabras esquinadas y, a la vez, hacerlas convivir en un marco un poco preciosista como el de los poemas de Carner”.
Argila, un título de ecos bíblicos, tiene a la muerte como uno de sus temas principales. “Me planteo la problemática del hombre en el mundo: hay muchas cosas incomprensibles, en este viaje nuestro. Hay la incógnita de la muerte… Yo quería hacer un libro dividido en tres secciones. En la primera, sale la niñez como tema, pero también la cuestión de las raíces. El linaje, que decimos, la familia. En la segunda sección, la más larga, la que constituye el cuerpo principal del libro, El pes de la vida (El peso de la vida), aparece, entre otras desazones, ésta que apuntas de la muerte, que he querido tratar no como una preocupación extraordinaria, todo se tiene que decir (e, incluso, como has visto, a veces aplico un pellizco de ironía). Y, en la tercera sección, abordo el amor: el de mi primera mujer, Isabel, pero también el reencuentro del amor con Antonieta”.
Vallverdú es un escritor prolífico, que siempre tiene algún proyecto entre manos (o en la cabeza). Ahora mismo le sale de dentro hablar de los poemas que compone estos días, unos poemas que tienen el sabor de lo popular: “A Antonieta, éstos le gustarán mucho. Los titularé El rostoll (El rastrojo)”. Pero yo quiero que me hable más de Argila, que es un libro sólido, programático. De un poema como El Pegàs (Pegaso), por ejemplo: “Lo que explico es verdad, y pasó, como también dejo escrito, hace setenta años. Yo estaba en la playa de S’Agaró, porque imagino que era un día que no trabajaba. De repente, llegó un caballo solo, uno de aquellos caballos de campo, de patas grandes, que se bañó en el mar y que, a continuación, se sacudió y que, todavía, se secó con la arena de la playa, echándose de lado. Fue una imagen potente, que se ve que me quedó dentro, y que ahora, setenta años más tarde, ha surgido.”
Sugiero al poeta que los de Argila me parecen versos de aprovechamiento de la vida. “Tengo plenamente esta sensación, he pasado de todos los colores. Piensa que, si tuviera que hablar de la posguerra en tono trágico, lo podría hacer muy bien, ¡y podría llegar a decir cosas muy gruesas! Pero siempre he tenido tendencia a aprovechar la parte positiva de las cosas.” Es, también, un hombre práctico: ya dice en un poema que él es persona de huerto, más que de jardín. “Ahora mismo cultivo lechugas, berenjenas, tomates, puerros y calabazas. Y también tengo un cerezo” -defiende con la convicción del cuidador atento de la tierra y los productos que nos regala-. El cerezo de aquí fuera me trae a la mente uno de mis poemas predilectos del libro, El codonyer (El membrillero) - “sucio de tronco, débil de ramaje”-. Me interesa saber como compone sus versos. “Ya has visto que en el libro hay algún soneto, ¡e incluso alguna lira! A menudo hay un primer verso, que me trasporta, me lleva resto del poema, que se irá desarrollando a partir de aquel inicial y pequeño núcleo de sentido. De este modo, por ejemplo, nació el Bestiari (Bestiario): a partir del mosquito. En mi poesía se da más el sentimiento de la expresión, que la expresión del sentimiento.”
“Jo no planto cara als llops” (Yo no me enfrento a los lobos), leemos en el último verso del primer poema de este libro, dedicado a los ancestros del autor, a los fundadores del linaje, cabreros de oficio. (En el titulado Ho porto amb mi (Lo llevo conmigo), un autorretrato lírico: “Llevo en la sangre un soplo de marinada /y un hilo de relente, muy mezclados, / aroma de tomillos y de llenegas / y pelo de cabra de los antiguos rebaños.”) Quizá no a los lobos, pero sí que Vallverdú no ha evitado nunca hacer frente a la literatura, con todos los desafíos formales que se puedan derivar. Por esta razón ha practicado los diversos géneros disponibles, y, en algunos casos, como en la novela y las memorias, lo ha hecho con profusión y con algunos resultados de alta valía. La poesía no ha sido un género olvidado, puesto que Argila es su tercer libro de poesía (como bien recuerda, en el prólogo, Albert Turull). En cualquier caso, la de poeta no es la primera atribución que se nos ocurre al hablar de este Premio de Honor de las Letras Catalanas que ya ha traspasado la frontera de la noventa. Para la inmensa mayoría de lectores, además, la de poeta probablemente no debe de ser ni siquiera una asignación imaginable, al tratar la obra de Vallverdú. Pues bien, este libro -un libro de versos rotundo- pone las cosas en su lugar. A partir de ahora, Vallverdú tendrá que ser considerado también como poeta. Argila es un libro lleno de vida y de recuerdos,de materia muy sensible, y también de reflexión sobre la muerte. La niñez, por ejemplo, recibe un tratamiento privilegiado: “A veces me agarro a un mundo sin costuras; / quiero hablar de los años de juegos y días sin puertas, / cuando, sorprendente milagro, la caña era trompeta, / la ventana un teatro y la escoba un corcel”. Resulta inevitable recordar el caballito de cartón de Salvat-Papasseit o, más cerca, los poemas que Jordi Pàmias ha dedicado a este periodo de formación y descubrimiento de la vida. La infancia aún es recordada en un poema, Ulls en la fosca (Ojos en la oscuridad), que acaba así: “Yo quedo maltrecho, cansado y despierto, / los ojos clavados en la oscuridad, muy abiertos. / Los he heredado de mi niñez.”
La obra es, también, un delicado álbum de presencias, la mayoría de las cuales ya desaparecidas. Los versos dedicados a la madre, por ejemplo, son una pequeña maravilla (“La madre murió a los cuarenta y cuatro; / yo tenía dieciocho. / Ahora soy el doble de viejo que no era ella. / Vuelcos de la vida”). Y también lo son todos aquellos poemas en que el autor hace memoria de sus muertos, “disfrutados en vida a medias”. El de la muerte, como he escrito, es uno de los temas principales. El poeta nos habla, se enfrenta, reflexiona sobre el sentido hondo de esta palabra. A veces, el tono elegíaco es mínimo, pero está (Amics morts: Amigos muertos). Otras veces, Vallverdú aborda la cuestión con una cierta ironía (Enquesta: Encuesta). La muerte, el paso del tiempo… En este último caso, el poema Va dir l’home del temps (Dijo el hombre del tiempo) recrea el tópico del tempus fugit, y lo hace con unos versos formidables, en que la inestabilidad del tiempo meteorológico pasa el relevo al tiempo de la vida: “Solo un hilo de angustia nos inquieta: / qué frágiles son las horas, los momentos.”
En la paleta de los temas del libro, la naturaleza también tiene un papel destacado: Vallverdú es un poeta que ama las palabras, que conoce la importancia de relacionar una planta o un pájaro con su nombre particular. Un poema como El silenci d’abans (El silencio de antes), que recuerda un poco la poesía de Jordi Sarsanedas, empieza explicando el esparcimiento del yo lírico con todo lo que nos ofrece el mundo, pero acaba con la añoranza de la morada silente en que el poeta crea. El titulado El codonyer (El membrillero) es, dicho brevemente, un prodigio lírico (y tiene méritos para figurar entre los grandes exponentes de la poesía dedicada a árboles de nuestra tradición, y también de la tradición hispánica: recordamos el célebre “olmo viejo, hendido por el rayo” de Machado). Esta pieza es, también, un emocionante ejemplo literario sobre la piedad: “Me lo miro, conmovido, con acrecentado respeto, / porque es un mérito que cada año empuje / el hilo de savia que le queda, / solo para proclamar el deseo de vivir. / ¡No permitiremos que se muera cuando le toque!”. Este poema merecería figurar en cualquier antología de la mejor poesía catalana de todos los tiempos. Como quizás también el que lleva el título de Pegàs (Pegaso), que explica un recuerdo -más bien una epifanía- de hace setenta años: el protagonizado por un caballo que, de repente, aparece en la playa de S’Agaró para refrescarse (“Nadó, giró, se revolcó en la arena. / Me miró con un ojo de ébano encendido, / se sacudió la crin y se fue, ahora al trote, / altivo como un Pegaso”). Son, del primero al último, poemas que parecen abonar la lección del aprovechamiento de la vida; hechos de versos en absoluto de resignación, sino, al cabo, de esperanza, hasta cuando reflexionan sobre el sentido final de la existencia: “Me adormezco con la imagen de una ambuesta / de mi ceniza, cuando todo yo sea ceniza, / llevada por el dulce viento, montaña arriba, / hasta besar el granito que la corona”. Versos, a veces, como los citados, que tienen un tono augusto, un poco solemne y todo. A veces, esta solemnidad viene condicionada por el verso inicial, que puede ser, como en Tot s’ho va endur l’estiu (Todo se lo llevó el verano), un verso de otro autor (en este caso, del griego Odisseas Elitis: prueba de que Vallverdú es un exigente lector de poesía): “Cae un hielo extraño sobre mis huesos; / vestido de lana añoraré el verano / bajo el peso lánguido de las horas.”
(Traducido del catalán por Pedro Casas Serra)
Un poema de Josep Vallverdú:
DISSABTE
Dematí al Mercadal; amb ulls d’amic,
he retrobat l’encís de mil albades;
ocells de bultra rasen les teulades,
els portals s’obren amb mandrós xerric.
Mentre admiro, corprès i reverent
el rosat que desprèn Santa Maria,
em sobta, en pocs moments, l’algaravia
que omple tot d’una porxos i ciment.
I tot es torna crit i torrentada;
tendals amunt, barreja de gentada,
d’ombres i llum, com un àlbum obert.
Ai, mercat del dissabte, que poc dures!
Quan el sol brilla més a les altures
toca plegar. La plaça eés un desert.
Josep Vallverdú
SÁBADO
Temprano en Mercadal; con ojos de amigo,
he reencontrado el encanto de mil albadas;
pájaros de bosque rozan los tejados,
los portales se abren con perezoso chirrido.
Mientras admiro, prendado y reverente
el rosa que desprende Santa Maria,
me sorprende, al instante, la algarabía
que llena de pronto porches y cemento.
Y todo se vuelve grito y torrentera;
toldos arriba, mezcla de gentío,
de sombra y luz, como un álbum abierto.
¡Ay, mercado del sábado, qué poco duras!
Cuando el sol brilla más en las alturas
toca plegar. La plaza es un desierto.
Josep Vallverdú
(Versión de Pedro Casas Serra)
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Josep Vallverdú: “Mi poesía es el sentimiento de la expresión, más que no la expresión del sentimiento” (Entrevista por Jordi Llavina en Punt Avui, 11-07-2014)
Con noventa años, Josep Vallverdú publica su tercer libro de poemas, “Argila” (“Arcilla”), en Pagès editores.
En un artículo de este diario, Josep Vallverdú dijo: “Me he negado a estar aprendiendo cada día un procedimiento más para aprovechar los ingenios electrónicos y sus nuevas aplicaciones. O me he acobardado, si os parece más exacto”. La tesis recuerda la de Espinàs sobre este asunto, bien que Vallverdú, a diferencia de Espinàs, escribe con ordenador desde hace años, y cada día recibe y envía correos electrónicos, como usted o yo mismo. Voy al Eloi -que es su casa en Espluga de Franculí desde 1988-, con motivo de la publicación de su tercer libro de poesía, Argila (Pagès). Vallvedú ha practicado casi todos los géneros, pero sobre todo es conocido como novelista (para adultos y para niños y jóvenes) y, aunque menos, como memorialista. El recordado Isidor Cònsul afirmaba que era un escritor todoterreno. Tengo la impresión que la poesía le ha llegado como una necesidad, y él mismo me confirma que, en la última parte de su vida -el año pasado hizo noventa años-, éste será (o continuará siendo) el género que iluminará el desenlace de una obra generosa y diversa, con momentos de una gran intensidad. Le digo que lo encuentro mejor que nunca, y no se trata de un cumplido, sino de una estricta confirmación: ¡te dicen que tiene 75 años, y te lo crees! Me responde que vigila escrupulosamente la alimentación, que cultiva el huerto, que no para de moverse… Es un hombre que piensa deprisa, que té las pesca al vuelo. Con el sentido del humor inteligente de la gente de la Terra Ferma. Los ojos le chisporrotean, como dice en un poema, “que he heredado de mi niñez”.
¿Y de dónde salen estos versos tan bien hechos?, me pregunto yo. ¿De dónde nace, ahora, el ímpetu de la poesía?¿Por qué llega, a sus noventa años, la necesidad? “Siempre he escrito versos, desde que era un niño. Ahora bien, me daba cuenta que la poesía hay que escribirla bien, o, si no, vale más no dedicarse. Desde muy joven he convivido con la poesía, leyendo mucha y continuamente. Conocí a Verdaguer, Guimerà, Carner, Guerau de Liost, López-Picó… A continuación, y llevado por el afán lector, tuve noticia de los franceses. Y, ya en la universidad, y a través, sobre todo, de Joan Triadú, conocí a Palau i Fabre, Riba, Papasseit, Boix… Como leridano, también me he preocupado de Morera y de Agelet. Más tarde, me llegaron los ingleses: Wordsworth, Keats, Shelley. En la universidad, nuevamente, Martí de Riquer, gran profesor, con camisa azul de falangista, nos hablaba de literatura medieval catalana. Escuché por primera vez algunos nombres capitales, como los de March, Metge, de Próixita, Eiximenis, Pere III, Corella, Roig, Jordi de Sant Jordi… También me interesaban, y mucho, los castellanos, como Góngora o Quevedo, que es más afinado que no piensa mucha de la gente que lo ha leído mal. También me adentré en la obra de los poetas del 27.
Vallverdú se casó, hace poco, con Antonieta, una mujer elegante, viuda del eminente científico Joan Oró. Obsequiosa, cuando llego me ofrece tomar algo. Le digo que no, que se lo agradezco, pero que voy corto de tiempo. Vayamos hoy a lo esencial, como es propio del género lírico. “De la poesía, a mí siempre me ha atraído -continúa el escritor- el hecho de buscar palabras esquinadas y, a la vez, hacerlas convivir en un marco un poco preciosista como el de los poemas de Carner”.
Argila, un título de ecos bíblicos, tiene a la muerte como uno de sus temas principales. “Me planteo la problemática del hombre en el mundo: hay muchas cosas incomprensibles, en este viaje nuestro. Hay la incógnita de la muerte… Yo quería hacer un libro dividido en tres secciones. En la primera, sale la niñez como tema, pero también la cuestión de las raíces. El linaje, que decimos, la familia. En la segunda sección, la más larga, la que constituye el cuerpo principal del libro, El pes de la vida (El peso de la vida), aparece, entre otras desazones, ésta que apuntas de la muerte, que he querido tratar no como una preocupación extraordinaria, todo se tiene que decir (e, incluso, como has visto, a veces aplico un pellizco de ironía). Y, en la tercera sección, abordo el amor: el de mi primera mujer, Isabel, pero también el reencuentro del amor con Antonieta”.
Vallverdú es un escritor prolífico, que siempre tiene algún proyecto entre manos (o en la cabeza). Ahora mismo le sale de dentro hablar de los poemas que compone estos días, unos poemas que tienen el sabor de lo popular: “A Antonieta, éstos le gustarán mucho. Los titularé El rostoll (El rastrojo)”. Pero yo quiero que me hable más de Argila, que es un libro sólido, programático. De un poema como El Pegàs (Pegaso), por ejemplo: “Lo que explico es verdad, y pasó, como también dejo escrito, hace setenta años. Yo estaba en la playa de S’Agaró, porque imagino que era un día que no trabajaba. De repente, llegó un caballo solo, uno de aquellos caballos de campo, de patas grandes, que se bañó en el mar y que, a continuación, se sacudió y que, todavía, se secó con la arena de la playa, echándose de lado. Fue una imagen potente, que se ve que me quedó dentro, y que ahora, setenta años más tarde, ha surgido.”
Sugiero al poeta que los de Argila me parecen versos de aprovechamiento de la vida. “Tengo plenamente esta sensación, he pasado de todos los colores. Piensa que, si tuviera que hablar de la posguerra en tono trágico, lo podría hacer muy bien, ¡y podría llegar a decir cosas muy gruesas! Pero siempre he tenido tendencia a aprovechar la parte positiva de las cosas.” Es, también, un hombre práctico: ya dice en un poema que él es persona de huerto, más que de jardín. “Ahora mismo cultivo lechugas, berenjenas, tomates, puerros y calabazas. Y también tengo un cerezo” -defiende con la convicción del cuidador atento de la tierra y los productos que nos regala-. El cerezo de aquí fuera me trae a la mente uno de mis poemas predilectos del libro, El codonyer (El membrillero) - “sucio de tronco, débil de ramaje”-. Me interesa saber como compone sus versos. “Ya has visto que en el libro hay algún soneto, ¡e incluso alguna lira! A menudo hay un primer verso, que me trasporta, me lleva resto del poema, que se irá desarrollando a partir de aquel inicial y pequeño núcleo de sentido. De este modo, por ejemplo, nació el Bestiari (Bestiario): a partir del mosquito. En mi poesía se da más el sentimiento de la expresión, que la expresión del sentimiento.”
“Jo no planto cara als llops” (Yo no me enfrento a los lobos), leemos en el último verso del primer poema de este libro, dedicado a los ancestros del autor, a los fundadores del linaje, cabreros de oficio. (En el titulado Ho porto amb mi (Lo llevo conmigo), un autorretrato lírico: “Llevo en la sangre un soplo de marinada /y un hilo de relente, muy mezclados, / aroma de tomillos y de llenegas / y pelo de cabra de los antiguos rebaños.”) Quizá no a los lobos, pero sí que Vallverdú no ha evitado nunca hacer frente a la literatura, con todos los desafíos formales que se puedan derivar. Por esta razón ha practicado los diversos géneros disponibles, y, en algunos casos, como en la novela y las memorias, lo ha hecho con profusión y con algunos resultados de alta valía. La poesía no ha sido un género olvidado, puesto que Argila es su tercer libro de poesía (como bien recuerda, en el prólogo, Albert Turull). En cualquier caso, la de poeta no es la primera atribución que se nos ocurre al hablar de este Premio de Honor de las Letras Catalanas que ya ha traspasado la frontera de la noventa. Para la inmensa mayoría de lectores, además, la de poeta probablemente no debe de ser ni siquiera una asignación imaginable, al tratar la obra de Vallverdú. Pues bien, este libro -un libro de versos rotundo- pone las cosas en su lugar. A partir de ahora, Vallverdú tendrá que ser considerado también como poeta. Argila es un libro lleno de vida y de recuerdos,de materia muy sensible, y también de reflexión sobre la muerte. La niñez, por ejemplo, recibe un tratamiento privilegiado: “A veces me agarro a un mundo sin costuras; / quiero hablar de los años de juegos y días sin puertas, / cuando, sorprendente milagro, la caña era trompeta, / la ventana un teatro y la escoba un corcel”. Resulta inevitable recordar el caballito de cartón de Salvat-Papasseit o, más cerca, los poemas que Jordi Pàmias ha dedicado a este periodo de formación y descubrimiento de la vida. La infancia aún es recordada en un poema, Ulls en la fosca (Ojos en la oscuridad), que acaba así: “Yo quedo maltrecho, cansado y despierto, / los ojos clavados en la oscuridad, muy abiertos. / Los he heredado de mi niñez.”
La obra es, también, un delicado álbum de presencias, la mayoría de las cuales ya desaparecidas. Los versos dedicados a la madre, por ejemplo, son una pequeña maravilla (“La madre murió a los cuarenta y cuatro; / yo tenía dieciocho. / Ahora soy el doble de viejo que no era ella. / Vuelcos de la vida”). Y también lo son todos aquellos poemas en que el autor hace memoria de sus muertos, “disfrutados en vida a medias”. El de la muerte, como he escrito, es uno de los temas principales. El poeta nos habla, se enfrenta, reflexiona sobre el sentido hondo de esta palabra. A veces, el tono elegíaco es mínimo, pero está (Amics morts: Amigos muertos). Otras veces, Vallverdú aborda la cuestión con una cierta ironía (Enquesta: Encuesta). La muerte, el paso del tiempo… En este último caso, el poema Va dir l’home del temps (Dijo el hombre del tiempo) recrea el tópico del tempus fugit, y lo hace con unos versos formidables, en que la inestabilidad del tiempo meteorológico pasa el relevo al tiempo de la vida: “Solo un hilo de angustia nos inquieta: / qué frágiles son las horas, los momentos.”
En la paleta de los temas del libro, la naturaleza también tiene un papel destacado: Vallverdú es un poeta que ama las palabras, que conoce la importancia de relacionar una planta o un pájaro con su nombre particular. Un poema como El silenci d’abans (El silencio de antes), que recuerda un poco la poesía de Jordi Sarsanedas, empieza explicando el esparcimiento del yo lírico con todo lo que nos ofrece el mundo, pero acaba con la añoranza de la morada silente en que el poeta crea. El titulado El codonyer (El membrillero) es, dicho brevemente, un prodigio lírico (y tiene méritos para figurar entre los grandes exponentes de la poesía dedicada a árboles de nuestra tradición, y también de la tradición hispánica: recordamos el célebre “olmo viejo, hendido por el rayo” de Machado). Esta pieza es, también, un emocionante ejemplo literario sobre la piedad: “Me lo miro, conmovido, con acrecentado respeto, / porque es un mérito que cada año empuje / el hilo de savia que le queda, / solo para proclamar el deseo de vivir. / ¡No permitiremos que se muera cuando le toque!”. Este poema merecería figurar en cualquier antología de la mejor poesía catalana de todos los tiempos. Como quizás también el que lleva el título de Pegàs (Pegaso), que explica un recuerdo -más bien una epifanía- de hace setenta años: el protagonizado por un caballo que, de repente, aparece en la playa de S’Agaró para refrescarse (“Nadó, giró, se revolcó en la arena. / Me miró con un ojo de ébano encendido, / se sacudió la crin y se fue, ahora al trote, / altivo como un Pegaso”). Son, del primero al último, poemas que parecen abonar la lección del aprovechamiento de la vida; hechos de versos en absoluto de resignación, sino, al cabo, de esperanza, hasta cuando reflexionan sobre el sentido final de la existencia: “Me adormezco con la imagen de una ambuesta / de mi ceniza, cuando todo yo sea ceniza, / llevada por el dulce viento, montaña arriba, / hasta besar el granito que la corona”. Versos, a veces, como los citados, que tienen un tono augusto, un poco solemne y todo. A veces, esta solemnidad viene condicionada por el verso inicial, que puede ser, como en Tot s’ho va endur l’estiu (Todo se lo llevó el verano), un verso de otro autor (en este caso, del griego Odisseas Elitis: prueba de que Vallverdú es un exigente lector de poesía): “Cae un hielo extraño sobre mis huesos; / vestido de lana añoraré el verano / bajo el peso lánguido de las horas.”
(Traducido del catalán por Pedro Casas Serra)
Un poema de Josep Vallverdú:
DISSABTE
Dematí al Mercadal; amb ulls d’amic,
he retrobat l’encís de mil albades;
ocells de bultra rasen les teulades,
els portals s’obren amb mandrós xerric.
Mentre admiro, corprès i reverent
el rosat que desprèn Santa Maria,
em sobta, en pocs moments, l’algaravia
que omple tot d’una porxos i ciment.
I tot es torna crit i torrentada;
tendals amunt, barreja de gentada,
d’ombres i llum, com un àlbum obert.
Ai, mercat del dissabte, que poc dures!
Quan el sol brilla més a les altures
toca plegar. La plaça eés un desert.
Josep Vallverdú
SÁBADO
Temprano en Mercadal; con ojos de amigo,
he reencontrado el encanto de mil albadas;
pájaros de bosque rozan los tejados,
los portales se abren con perezoso chirrido.
Mientras admiro, prendado y reverente
el rosa que desprende Santa Maria,
me sorprende, al instante, la algarabía
que llena de pronto porches y cemento.
Y todo se vuelve grito y torrentera;
toldos arriba, mezcla de gentío,
de sombra y luz, como un álbum abierto.
¡Ay, mercado del sábado, qué poco duras!
Cuando el sol brilla más en las alturas
toca plegar. La plaza es un desierto.
Josep Vallverdú
(Versión de Pedro Casas Serra)
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