POESÍA SOCIAL EN MÉXICO
Poesía social en México y América Latina
Disyuntivas, irrupciones y disertaciones
Por ARTURO ALVAR.
Cont.
En la producción poética de Octavio Paz existe un diálogo directo con el surrealismo, tanto en la propuesta estética como en lo político. En lo poético, la influencia de Stéphane Mallarmé se encarnó en Paz a través de poemas circulares como Blanco, mas la sensualidad y lo erótico tienen el signo surreal de la exploración onírica, que rompe con el simbolismo. En cuanto a las tendencias políticas de juventud, ya desde los años treinta, cuando conoce a André Bretón en plena guerra civil española, el poeta acude al Congreso de escritores antifascistas (junto con Vallejo y Neruda) y se asume como un escritor revolucionario, aunque es sabido el distanciamiento ideológico que Octavio Paz tuvo a la postre con la izquierda y el socialismo, así como, en el terreno artístico, la afirmación suya de que “el periodo propiamente contemporáneo es el fin de la vanguardia”, ya en la década de los setenta. Aunque el poeta solar haya tenido lúcidas revelaciones de poesía social, sobre todo en obras como Pasado en claro ―de tono más reflexivo y crítico, que lo sitúa en un contexto―, actualmente creo que no es leído tanto desde una lectura preocupada por encontrar el carácter social de su obra, sino en la propia legitimación canónica con máscara de liberalismo, de aquéllos que buscan por decreto divino ser sus herederos.
Con la caída del socialismo, es cuando algunos intelectuales imperialistas como Francis Fukuyama, ―quizá siguiendo la lógica de Duchamp para el arte―, declararon incluso el fin de la historia. La disolución del “arte social” y el “arte por el arte” se hacía más plausible con el arribo de las nuevas tecnologías. Si para Walter Benjamin, con los avances técnicos el Cine se había situado en el escenario central de las artes, mientras que la literatura había pasado a ser un género marginal, para Eric Hobsbawm, hacía finales del siglo XX la tecnología no sólo provocó que el arte fuera omnipresente, sino que transformó la percepción de sí mismo y de la sociedad en su conjunto, en donde “cualquier intento por asimilar la obra de arte en su reproductibilidad técnica, ―esto es, de creación más cooperativa que individual, más técnica que manual― con el viejo modelo del artista creativo individual, que sólo reconocía su inspiración personal” se dirigía inexorablemente al equívoco, pero también a una deshumanización progresiva.
A decir de Walter Benjamin, citado por Hobsbawm, el París de los surrealistas era un “pequeño mundo”, pero también lo era el mundo entero, ya que para el crítico literario tampoco había gran cosa fuera. En la ciudad las luces encontró muchas veces en la encrucijada de los carrefours, donde centelleaban, espectrales, las señales de tráfico, haciéndose en todo momento visibles “analogías inimaginables e imbricaciones de sucesos”. Este es el espacio del que da cuenta, a decir de Walter Benjamin, la lírica del surrealismo. Pero cuando el fascismo entró a París, izó su bandera y comenzó la resistencia, nada tuvo qué decir la vanguardia, ya que si en el fascismo no se podía admitir siquiera, como dice Cesare Pavese, un calor humano, “menos aún que nos buscásemos simplemente a nosotros mismos”.
El poeta Enrique González Rojo Arthur, en su libro Reflexiones sobre la poesía, considera que el surrealismo en realidad debería llamarse “suprarrealismo”, debido a que “con la ilogicidad de su mensaje no pretendía tanto hacer añicos lo real, cuanto crear una nueva realidad, supuestamente superior a la realidad común”. Esta obsesión por lo nuevo en las vanguardias, ha sido muy criticado por González Rojo Arthur, pero lo que terminó por distanciarlo definitivamente del surrealismo “fue la exclusión de la realidad en la creación”. Lo anterior lleva como propuesta, con trasfondo filosófico, que la poesía también tiene un “carácter cognoscitivo”, ya que “no sólo produce un placer estético, sino que nos permite conocer y conocernos”.
De esta manera, dentro de su experiencia como poeta de más de ochenta años, es decir, que atravesó una buena parte del siglo XX mexicano, Enrique González Rojo Arthur, nieto del poeta Enrique González Martínez ―miembro de la Academia de la Lengua en 1932, uno de los fundadores de El Colegio de México al siguiente año, candidato a Premio Nobel en 1949― e hijo del poeta Enrique González Rojo ―que perteneció a Contemporáneos, quizás el más influyente grupo literario, pero murió joven― declara que se necesitaría hoy en día “un arte realizado con gran respeto y exaltación por lo intrínsecamente artístico, pero sin inmolar al contenido y sin dejar al significante ausente de significado”, reivindicando así, en actitud conciliatoria, que el “arte social” está incompleto sin el “arte por el arte” y viceversa; propone así una inspiración secular, “que no es sino un producto humano”.
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