| He aquí que caigo arrodillado con un infinito anhelo de hablarte | | |
| en este silencio de negros presagios, | | |
| en esta espera final que te abre una agonía diferente en cada ojo. | | |
| Quisiera tocarte con cada una de mis palabras, | | |
| entrar dentro de tu alma sencilla como el viento entra en el valle. | | |
—47→ |
| Mañana, cuando volvamos a caminar, habrán quizás quemado todas las flores. | | |
| Nunca como ahora había advertido que hablarte es hablarme, | | |
| en qué medida mi voz es tu voz. | | |
| Nuestra sangre sube lentamente, cansada, al corazón | | |
| en donde se pierde en meandros sin estrellas, | | |
| arrastrándose como una serpiente sedienta. | | |
| Tú sabes que ya no existen dioses por los cuales combatir, | | |
| que en los mataderos no se mata sino que se es sacrificado, | | |
| -y que la memoria ya no recuerda ningún canto guerrero. | | |
| Los labios murmuran aún de vez en cuando fragmentos de pregarias | | |
| como los últimos troncos del hogar, casi consumidos, retienen las débiles llamas. | | |
| Te sé marcado como un buey o como un árbol | | |
| y tiemblas con un frío de niño solo. | | |
| ¡Qué te importan las grandes verdades que gritan los palacios y parlamentos! | | |
| Tú no comprendes nada de la arquitectura del odio, | | |
| pero sabes bien que las batallas se prolongan más allá de los hospitales. | | |
—48→ |
| Tú amas al mundo con sus caminos y sus mares, | | |
| con sus pájaros y sus nubes. | | |
| La tierra es bella con sus girasoles, | | |
| las casas son bellas con sus niños. | | |
| Tú quieres vivir poco a poco, como has crecido, | | |
| y que el sol y la lluvia vayan madurando tu muerte. | | |
| Que el día te corone con sus horas claras, | | |
| que la noche se apoye en tus fuertes hombros. | | |
| Más que el humo del incienso te gusta el vaho de los rebaños, | | |
| de los grandes rebaños que parecen pueblos en movimiento. | | |
| Vives para tus amores, tú mismo eres amor, pero si mandan obedecerás. | | |
| Estás solo y obedecerás con una triste obediencia de siglos | | |
| que, de repente, te sentirás colgada al cuello como una esquila. | | |
| ¡Dios mío! Quisiera poderte consolar, darte alguna esperanza, | | |
| decirte que los cañones se han dormido para siempre y sueñan armonías, | | |
| que todas las balas se han convertido en mariposas, | | |
| que la luz no peligra que la vistan de uniforme... | | |
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