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    Acacia Uceta (1925-2002)

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    Acacia Uceta (1925-2002) Empty Acacia Uceta (1925-2002)

    Mensaje por Pedro Casas Serra Vie 10 Mayo 2024, 15:30

    .


    Acacia Uceta (Madrid, 28 de mayo de 1925-10 de diciembre de 2002) fue una poetisa española.

    Trayectoria

    Su madre, Acacia Malo Peñalver, había estudiado la carrera de Comercio y enseñaba francés; su padre, Rafael Uceta Sanz, era dibujante, pintor y decorador. Pasó la Guerra Civil en Madrid y los bombardeos, el dolor, el hambre y el sufrimiento fueron tema recurrente de su poesía. Estudió dibujo en la Escuela Central de Artes y Oficios y tras la Guerra Civil ingresó en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando.​

    Comenzó a escribir poesía en 1945. El 12 de mayo de 1950, en la tertulia Versos a medianoche que se celebraba en el Café Varela de Madrid, la escritora realizó su primera lectura poética. Participó en otras tertulias Versos con faldas y Adelfos entre otras, junto a otras poetas como Gloria Fuertes, Adelaida Las Santas y María Dolores de Pablos entre otras.2​3​

    En 1961 público su primer libro El corro de las horas y en 1967 fue pensionada por la Fundación Juan March para la redacción de su segundo poemario Detrás de cada noche.​ Frente a un muro de cal abrasadora fue elegido libro del año por el diario ABC en 1967.​ Y en 1981 le fue concedida por el Ministerio de Cultura una ayuda a la creación literaria de la cual surgió su poemario Íntima dimensión.​

    Estuvo vinculada personalmente a Cuenca, ya que esta era la ciudad natal de su esposo, el también escritor y periodista Enrique Domínguez Millán.​

    Fue directora de la sección de literatura del Ateneo de Madrid durante 12 años; fundadora y vicepresidenta de la Asociación de Escritores de Castilla-La Mancha y miembro numerario de la Real Academia Conquense de  Artes y Letras (RACAL).​ Pronunció su discurso de ingreso el 30 de noviembre de 1987 con el título Luz, equilibrio y asimetría de Cuenca.​

    Falleció el 10 de diciembre de 2002.

    Obras

    Incluida dentro de la llamada Generación de los 50, cultivó la narrativa, el ensayo y la crítica literaria pero se centró especialmente en la poesía.​ Como ensayista destaca su estudio de la figura de Ernestina de Champourcin, la voz femenina del 27, publicado en la revista El Ateneo en 2002.​

    En 2014 se publicó Poesía completa con prólogo de Jesús Hilario Tundidor en el que se recoge toda su producción poética.​ Esta está compuesta por siete poemarios publicados en vida de la autora y dos póstumos: Calendario de Cuenca y Memorial de afectos.

    Reconocimientos

    En Cuenca una calle lleva su nombre.​

    (Sacado de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] )


    *


    Tres poemas de Acacia Uceta:


    De Frente a un muro de cal abrasadora (1967):


    POR EL HOMBRE

    Voy a cantar al hombre,
    al hombre sólo.
    Tapaos los oídos con cera los cobardes,
    volved la espalda los indiferentes:
    no callaré por eso.
    No podría callar aunque me echaseis
    un puñado de rosas a los ojos.
    Imposible es hallar cumbre o crepúsculo
    que arrasar no quisiera
    por levantar del polvo a un desvalido.
    Apagaría todos los luceros
    por devolver a un ciego la mirada,
    a un triste la esperanza,
    o simplemente
    por llevar un minuto de alegría
    al ser más humillado de la tierra.
    Sólo el hombre me importa,
    sólo el hombre:
    su vacío infinito,
    su valentía y su temor trenzados,
    su alma interrogante
    azotada de siempre por la duda,
    atada a una cadena de preguntas
    sin posible respuesta;
    su postura intermedia
    entre la Nada y Dios
    y su impotencia
    para negar el pecho a la tristeza.
    Tan sólo por el hombre,
    por nosotros, hermanos, los pensantes,
    los desvelados y los oprimidos,
    seguiré golpeando y golpeando
    en la hermética puerta clausurada;
    seguiré suplicando
    desde todas las voces ignoradas,
    desde todos los nombres conocidos,
    por los que han de venir y los que fueron,
    por los niños enfermos,
    por los soldados muertos,
    por los muertos en el comienzo mismo de la vida,
    por los triunfantes y los ajusticiados
    de todas las prisiones de la tierra,
    por el hombre de siempre
    con su destino oscuro
    abierto a los confines
    lo mismo que una cruz irrevocable,
    por su infancia marchita,
    ensuciada por todos
    sin compasión alguna a su pureza;
    por su alocada juventud vencida
    a golpes de renuncia y de fracaso,
    por su vejez de plomo
    vertiendo como alero
    su mínimo caudal en el vacío…
    Por esta sucesión interminable
    de pasos vacilantes monte arriba,
    por esta des de altura
    de la que siempre fuimos rechazados,
    por esta sumisión agradecida
    hasta el límite mismo de la muerte,
    yo vuelvo a alzar mi ruego
    y vuelvo a alzar mi canto
    en millones de voces repetido.
    Y hablo otra vez del hombre,
    de nosotros, hermanos,
    en un plural abierto
    sin frontera de tiempo ni de raza.
    Y ahora que el ademán es aún pujante
    sobre esta tierra dura que me aguarda
    y bajo estas estrellas que me ignoran,
    me descubro la herida,
    la herida mía y nuestra,
    tan vieja y tan dolida como el mundo,
    a ver si la ve Dios, a ver si existe
    una gota de gracia que la cure.


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    Acacia Uceta (1925-2002) Empty Re: Acacia Uceta (1925-2002)

    Mensaje por Pedro Casas Serra Sáb 11 Mayo 2024, 04:29

    .


    De Al sur de las estrellas:


    MADRID, PRIMAVERA DE 1938

    Y floreció entre los escombros.
    Era la primavera
    y por el muro más acribillado
    creció una enredadera fugitiva.
    Briznas de hierba
    besaron la ciudad martirizada.
    Un sol tímido,
    un sol avergonzado de su brillo,
    se posó en los andrajos,
    en las manos moradas,
    en los muñones de los mutilados,
    y entró por las ventanas sin cristales,
    por puertas arrancadas a la noche.
    Los niños,
    escuálidos, hambrientos,
    diminutos fantasmas ateridos,
    salimos a la calle
    e intentamos jugar desorientados.
    Los hierros retorcidos,
    los casquillos de bala,
    algún trozo de cuerda,
    algún papel borroso,
    eran nuestros juguetes.
    Buscábamos sin pausa.
    No pedíamos nada.
    Yo recuerdo mis manos recogiendo
    los pequeños cristales
    para hacer una estrella sobre el barro.
    Yo recuerdo mi voz de nueve años
    sin una sola queja.
    Las preguntas y el llanto no tenían objeto.
    «Es la guerra —decían— es la guerra.»
    «La guerra» —repetían
    los padres, los maestros.
    Querían explicarnos lo imposible.
    No entendíamos nada:
    éramos niños.
    Queríamos jugar, ir a los parques,
    la cocina abrigada en el invierno,
    el pan y el chocolate de la tarde…
    Queríamos
    que no llorase nuestra madre al vernos,
    que el bombardeo
    nos dejase dormir alguna noche.

    Se iba acabando todo.
    Una garra de fuego
    ceñía a la ciudad, la iba abrasando.
    Quemaba los oídos
    el ruido del combate.
    Las pupilas
    enrojecían en el horizonte.
    «Es la guerra  —decían— es la guerra»
    «Es la guerra» —repetían.
    Y la ciudad seguía resistiendo.
    Crecían los escombros,
    crecía la metralla
    que iba segando vidas,
    que iba lloviendo nardos.
    Niños como nosotros
    los he visto caer bajo las bombas
    buscando en los montones de basura.
    Murió mi compañero de colegio
    y mi joven vecina
    de diecisiete años
    se deshojó como una margarita
    inmolada a la tisis galopante.
    Los hombres nos miraban
    desde su furor oscuro e impotente.
    Las mujeres,
    crucificadas sobre su ternura,
    maldecían su vientre y su miseria
    frente a nuestra inocencia desvalida.

    Se puede estar tres años apretando,
    cercando a una ciudad sin que se muera.
    Van cediendo los árboles, las casas,
    los débiles primero:
    el pueblo se desangra apresurado:
    los viejos, los enfermos y los niños
    van suavemente al río de la muerte
    y el caudal va creciendo, va creciendo…
    Faltan la luz, la lumbre,
    la sonrisa, el reposo;
    faltan la medicina salvadora
    y el pan de cada día.
    Y crecen los incendios,
    las cañerías rotas,
    las heridas del cuerpo y la esperanza.

    Y sin embargo, un día
    llegó la primavera
    y su viento templado
    me acarició las sienes.
    Los niños que quedábamos
    nos cogimos las manos
    y empezamos alegres
    a girar nuevamente ante la vida.
    Cantábamos canciones de trinchera
    (de libertad hablaban y victoria).
    Algunas hojas nuevas
    se mecieron al sol como nosotros.
    Cierto que no quedaba
    ni un pájaro en la rama,
    que la guerra siguió lo mismo que antes
    ensuciando las mieses y la aurora.
    Pero nosotros, niños sin fortuna,
    olvidados y puros,
    con las alas atadas para el vuelo,
    alzamos nuestro canto
    frente a la primavera,
    giramos y giramos la sorpresa
    fundidos con la hierba renacida
    que empezaba a trepar por los escombros.



    A MIGUEL HERNÁNDEZ

    Ha sonado la hora
    de florecer tu savia,
    de alzarse las espigas plurales de lu canto.
    Tú has sido la semilla derramada sin tregua,
    ¡a enamorada mano
    que acariciara el torso de la patria.
    Este río del tiempo
    por donde va tu muerte, tan frágil y sonora,
    te va acercando a todo
    lo que te fue negado.
    Como lú lo soñabas,
    cada olivo es un puño levantado en tu nombre:
    por cada limonero
    se derrama el perfume de lu claro mensaje.
    Los desangrados hombres que lucharon contigo
    y en la intemperie hallaron la derrota,
    las mujeres dobladas
    sobre el hogar sin lumbre,
    los escuálidos niños que ayer fuimos,
    por los que tú elevaste
    tu canto y tu bandera,
    hemos ido guardando tu palabra.
    Recogida en el fondo del granero,
    tejida con el amor y el fruto,
    ha estado prolongándose tu hoguera.
    Yo escribí con mis dedos ateridos
    tu nombre en un cuaderno de mi infancia,
    junto al amor te tuve y el esfuerzo
    como al amigo íntimo, entrañable.
    A través del invierno y de la noche,
    tu sangre ha ido encendiendo
    los helados contornos de tu pueblo
    hasta abrir una puerta a la mañana.
    Mira, Miguel, los pies de tus hermanos
    descalzos de esperanza
    cómo buscan tu huella compañera,
    mira
    sus manos laboriosas
    cómo enlazan tu palma en la ternura.
    Estamos todos los que ayer llamaste,
    los que abril convocaba
    para cubrir la tierra de trigales
    y apenas conseguimos
    vencer el huracán de la ceniza.
    Tú ya sabes, Miguel, que aquellos niños
    no conocimos tregua ni reposo:
    buscábamos el pan y el libro abierto
    con la fiera inocencia de la vida,
    con el afán purísimo
    que consigue elevar un ala rota.
    Y algunos se perdieron para siempre
    en aquella abrupta amanecida.
    Pero quedó tu voz,
    tu copa alzada,
    el polen de tu huerto repartido,
    el temblor de tu acequia rumorosa,
    tu aliento germinal,
    y se extendió
    tu alborear perpetuo dominando
    la libertad tallada,
    verso a verso,
    sobré el pecho del hombre más herido.


    ACACIA UCETA, Mujer que soy. La voz femenina en la poesía social y testimonial de los años cincuenta, Bartleby 2006.


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