Aires de Libertad

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    Gerald Stern (1925-2022)

    Pedro Casas Serra
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    Gerald Stern (1925-2022) Empty Gerald Stern (1925-2022)

    Mensaje por Pedro Casas Serra Dom 27 Ago 2023, 10:45

    .


    Gerald Stern  (Pittsburgh, 22 de febrero de 1925-Nueva York, 27 de octubre de 2022)1​ fue un poeta, ensayista y profesor estadounidense.

    Biografía

    Stern se graduó por la Universidad de Pittsburgh y la Universidad de Columbia y estudió en la Universidad de París como postgraduado.

    Fue galardonado con el Premio Nacional de Poesía de Estados Unidos de 1998 por su poemario This Time: New and Selected Poems y finalista en 1991 del Premio Pulitzer de Poesía por Leaving Another Kingdom: Selected Poems. En 2000, la gobernadora de New Jersey Christine Todd Whitman eligió a Stern como primer poeta laureado del estado.

    Autor de veinte libros de poesía y de cuatro ensayos, Stern impartió clases de literatura y de escritura creativa en la Universidad del Temple, la Universidad de Indiana de Pensilvania, el Colegio Universitario Raritan Valley y en el Iowa Writers' Workshop. Desde 2009, Stern ostenta el puesto de poeta residente y es miembro de facultad del programa de grado para el Máster en Bellas Artes en poesía de la Universidad Drew.

    (Sacado de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] )


    *


    Algunos poemas de Gerald Stern:


    De Regocijos (1973);


    EL MORDISCO

    No empecé a tomarme en serio como poeta
    hasta que el pelo blanco empezó a asomarme en la barbilla.
    Antes todo era diversión y afecto;
    ahora, como una liebre, una liebre, una liebre
    veo a la tortuga alzar su horrenda pata
    sobre el último escalón por subir antes de
    volver a casa, henchida de ventaja.
    ......De pronto, todo parece venir de arriba, de la mente,
    ......la belleza de la carretera ha desaparecido
    ......y mi vida es apenas una alegoría.




    De la Vida afortunada (1977):


    96 VANDAM

    Voy a llevar mi cama a Nueva York esta noche
    con sus sábanas colgando y con sus mantas raídas;
    la voy a empujar a través de tres avenidas oscuras
    o voy a lo largo de la costa bajo 600.000 pálidas estrellas.
    La quiero conmigo para no tener que pedir
    demasiados favores a mis pobres amigos en apuros.
    Quiero estar lo más cerca posible de mi almohada
    no sea que me visiten un sueño o una fantasía.
    Quiero quedarme dormido en mi propia escalera de incendios
    y despertar aturdido y hambriento
    con el sonido de la trituradora de la la basura abajo en la calle
    y el aroma a café hirviendo que llega desde la ventana de arriba.



    LA FUERZA DE LOS ARCES

    Si quieres vivir en el campo tienes que entender la fuerza de los arces.
    Tienes que verlos hundir sus dientes en las raíces de las viejas acacias.
    Tienes que verlos ahogan a los sicomoros hasta dejarlos sin aliento.
    Tienes que verlos llevar su gruesa cabellera hasta el sótano.
    Y cuando cortes tu fabulosa vara verde para pescar
    tienes que estar listo para verla brotar entre tus manos;
    tienes que clavarla en la tierra como un trozo de sauce;
    tienes que plantar tu mesa bajo sus hojas y empezar a comer.




    De La brasa roja (1981):


    RECUERDO A GALILEO

    Recuerdo a Galileo describir la mente
    como un trozo de papel que el viento arrastra,
    y me encantó la imagen de este pegándose a un árbol
    o saltando al asiento trasero de un coche,
    y durante años he visto papeles volar a través de mis ciudades;
    pero ayer vi que la mente era una ardilla atrapada al cruzar
    la Ruta 80 entre las ruedas de un camión gigante,
    bailando de un lado a otro como una delgada hoja,
    o un hilo asustado, apenas dos segundos de vida
    sobre el hormigón blanco antes de escapar,
    la vida acortada por todo aquel terror, su cabeza
    que tiembla, los dientes amarillos pulverizados.

    Fue la velocidad de la ardilla y su cercanía al suelo,
    su enorme resolución y la agilidad de su danza
    lo que me enseñó la diferencia entre ella y el papel.
    El papel será útil en teoría, cuando haya tiempo
    de sentarse en una silla de metal a estudiar sombras;
    pero para esta vida yo necesito una ardilla,
    sus patas acabadas en garras extendidas, su alma trémula,
    el viento cálido que corre por su pelo,
    el fuerte ruido que la hace temblar de la cabeza a la cola.
    Oh mente filosófica, oh mente de papel, necesito una ardilla
    que con su salvaje carrera consiga cruzar la autopista,
    que suba a toda prisa la verde ladera desgobernada.



    SIN VIENTO

    Hoy estoy sentado afuera de Duth Castle
    en la Ruta 30 cerca del Bird in Hand y el Blue Ball,
    veo a los amish chasquear sus tirantes ante las gafas de sol.
    Sueño con mi traje negro otra vez
    y con la tienda en Paradise donde seré vestido para toda la vida.
    Una niña pequeña y yo nos reconocemos
    de una vida anterior juntos en Córdoba.
    Lloramos sobre los bolsos de plástico, los canutillos de manzana y las alegres armónicas
    y caemos sobre la cálida moqueta
    recordando el bosque de mármol
    de la Mezquita
    y las paredes color de leche
    de la judería.
    La volveré a ver dentro de 800 años
    cuando lo tenga todo más claro.
    Le concedo todo ese tiempo
    teniendo en cuenta mi torpe memoria,
    la suciedad del agua potable y el lento deterioro.
    Le concedo al menos ese tiempo,
    antes de acostarnos de nuevo sobre las lilas diminutas
    y los paraísos de papel de la siguiente era.




    De Poemas del paraíso (1982):


    JABÓN

    He aquí un judío verde
    con los labios negros y delgados.
    Lo robé del baño de hombres
    del Amelia Earhart, y lo envolví en papel higiénico.
    Calle arriba en Parfumes
    hay judíos de Austria y de Hungría,
    sin apenas recuerdos,
    se tapan la nariz en medio de ese
    paraíso suyo.
    Hay una mujer afuera
    que duda porque casi es Navidad.
    "Creo que voy a ir a comprarme un judío", dice.
    "Quiero decir una pastilla de jabón, una de un hermoso lila o lirio
    para aliviarme las partes duras,
    una Zest, una Fleur de Loo, una Wild Gardenia".

    Y este es un judío azul.
    Que es de ese color, quiero decir,
    y se siente mejor enterrado en él, apresado
    por todo ese cielo, la tierra de la muerte y la abundancia.
    Si es un viejo baila,
    o se sienta rígido,
    mientras escucha las dulces palabras y admira las acciones viles
    del primero de los godos y luego los ostrogodos.
    Por dentro es una chica encantadora,
    una danesa, que dio buen acomodo
    y triste apoyo a jabones de todo tipo y género
    durante la guerra y durante la ocupación.
    Ella toca mi mano con ungüentos y pomadas.
    Me pone uno bajo la nariz, envuelto en un pañuelo de papel,
    uno que tensa las mejillas.
    Compro un rumano negro para mi balda.
    Lo utilizo para el cabello y la barba,
    e incluso para los dientes cuando las cosas se ponen amargas y tristes.

    Tenía un sueño, esta pastilla de jabón,
    si mal no recuerdo,
    quería vivir en Viena
    y sentarse detrás de un seto los domingos por la tarde
    a escuchar música y comerse un tierno schnitzel.
    Eso era el delirio. Aparte de eso soñaba
    con Norteamérica a veces, pero era algo cínico,
    y un poco perezoso -conservador-, incluso en sueños,
    y pagaría por ello, al final pagó por su falta de sueños.
    Los alemanes lo mataron porque no soñaba
    lo suficiente, porque no tenía visión.

    Compro un cepillo para la espalda, un mango de plástico
    simple con cerdas suaves. Compro un poco de polvo
    para endulzarme el cuerpo. Compro una crema amarilla
    para el rostro peludo. De vez en cuando me encuentro con
    una pastilla de jabón en Broadway, en verdad un trozo,
    sin mucha sustancia, a veces me encuentro con dos amigos
    pegados de ese modo en que los trozos se pegan
    y vuelvo un poco el rostro, lo vuelvo ara ocultar el horror,
    el dolor, porque a veces el jabón es tan delgado
    que la luz pasa a través de él, son los viejos flacos
    y las viejas flacas a través de los cuales pasa la luz, son
    los judíos que nacieron en 1865
    o 1870, por ellos me estremezco, por ellos
    lloro a veces, ellos son los que recuerdan
    el siglo XVIII, ellos los que escuchaban
    las voces celestiales, ellos los que fueron engañados y estafados.
    Mi homólogo nació en 1925
    en una ciudad de Polonia -no me gusta verlo nacer
    en un pequeño pueblo a ochenta kilómetros de Kiev
    y tener que luchar de forma tan salvaje solo para tener acceso
    a los libros, no quiero verlo luchar
    la mitad de su vida para ver un cuadro o para
    sentarse en uno de los sillones de felpa a escuchar música-.
    Lo sacaron a la fuerza de su casa en 1940
    y volvió a ser de cierta utilidad en 1941,
    aunque pudo haber luchado un poco, apilado
    unos cuantos ladrillos o vertido un poco de sucia gasolina
    sobre un camión alemán. Su color era el rosa
    y se mantuvo a flote por mí durante días y días; adoro
    la forma en que olfateaba el aire, adoro su aspecto,
    cómo sus ojos se iluminaban, cómo sus mejillas eran casi rosa
    cuando era feliz. Adoro la forma en que soñaba, cómo casi
    desaparecía cuando estaba sumido en sus pensamientos. Para él
    escribo este poema, para mi hermano pequeño, si
    puedo llamarlo así; tal vez es el fantasma
    que vive en ese lugar que yo he olvidado, ese amado mío
    que murió en mi lugar -¡oh, fantasma, perdóname!-.
    Tal vez se quedó para que yo pudiera salir, el mayor
    que se quedó para que yo pudiera vivir -¡oh vivir por siempre!
    ¡siempre!-. Tal vez es un ser de otro
    mundo, el brazo izquierdo de ágata, el ojo izquierdo de cristal,
    y ha venido de nuevo por enésima vez,
    esta vez a Polonia, a Varsovia, a Bialystok,
    para ver cómo es el infierno. Creo que es eso,
    que ha vuelto para vivir en nuestro infierno, si pudiera
    incluso pincharse el brazo de ágata o incluso llorar
    con el ojo de cristal -oh poder llorar con tu ojo de cristal,
    querido ser indefenso, querido ser desamparado-. Escribo esto
    en Iowa y Pensilvania y Nueva York,
    justo a tiempo para la Navidad de 1982,
    el aroma del jabón Irish Spring, el hedor del Ivory.



    EL BAILE

    En todas estas tiendas podridas, entre todo este mobiliario roto
    y corbatas arrugadas y trofeos de béisbol y cafeteras
    no he visto jamás una Philco de posguerra
    con dial automático
    ni escuchado el "Bolero" de Ravel como lo hice
    en 1945 en aquella salita de estar
    en Beechwood Boulevard, ni bailado como lo hice
    entonces, todos mis cuchillos destellando, todo mi pelo flotando,
    mi madre roja de risa, mi padre ahuecando
    la mano izquierda bajo la axila, bailando la danza
    de la vieja Ucrania, el sonido de su piel medio tambor,
    medio pedo, el mundo al fin un prado,
    nosotros tres girando y cantando, nosotros tres
    gritando y cayendo, como si nos estuviéramos muriendo,
    como si no pudiéramos parar -en 1945-
    en Pittsburgh, bello y sucio Pittsburgh, hogar
    de los crueles Mellon, a 8.000 kilómetros de distancia
    del otro baile -en Polonia y Alemania-,
    oh Dios de misericordia, oh salvaje Dios.



    RUMANÍA, RUMANÍA

    Estoy de pie como un cuervo de campo frente
    a la sinagoga rumana en la calle Rivington,
    cantando canciones sobre Moldavia y Bucovina.
    Soy un violín andante, chirrío
    un poco en las notas altas, vibro un poco
    en las bajas, pulso triste mis cuerdas de tripa.
    La música es lo único que me salva. De lo contrario
    estaría siempre rondando calaveras, de lo contrario
    estaría arrancando plumas rojas de mi cuello ensangrentado.
    Solo es música, de lo contrario estaría pálido
    de ira o cediendo al odio
    o de vuelta a la lógica o a la religión
    -el concierto de Brahms, colinas y valles dorados,
    el poderoso Kreutzer, rubíes sobre rubíes,
    un poco de Bartók, un poco del viejo Bach-
    pero más por los blancos y finos manteles bajo los árboles
    que por Goga y sus cristianos,
    y más por las rojas enaguas y el vino helado y el ajo
    que por la estación de tren y las metralletas,
    y más por la pequeña curva de la calle Orchad
    y la vida de dulzura y más por los piadosos españoles
    y los piadosos chinos en fila para sus plegarias matutinas,
    y mucho, mucho más por las chaquetas de cuero en los percheros
    y el humo silencioso
    y las fastuosas escaleras de incendio,
    y mucho, mucho más por los pañuelos de seda en las ventanas
    y los coches en las calles
    y las sucias estrellas invisibles;
    Yehudi Menuhin
    que pasea entre abetos,
    Jascha Heifez
    que se inclina sobre las mesas,
    el gran Stern en persona
    que arrastra su corazón de un alma destrozada a otra.



    CANCIÓN

    No hay nada más dulce en este mundanal jardín
    que unas flores esparcidas donde caen,
    soldados tendidos de un barranco a otro,
    amantes bajo una ventana ensangrentada.

    Miro arriba a través de las ramas
    y sueño con el destino.
    Mi viejo enemigo, el cielo azul, está sobre mí.
    Mi viejo enemigo, el halcón,
    avanza lentamente a través de la cadena de nubes blancas.

    Un día voy a despertar de madrugada
    para filosofar sobre mi condición
    mientras me preparo.
    Me pondré mi camisa de invierno
    mientras pienso en el largo y amargo día que me espera.

    Tardé horas en decidir
    si me dispongo a vivir o a morir,
    qué coche preparar,
    qué bosques dejar atrás,
    qué animal aplastar bajo las ruedas,
    qué puente cruzar en mi camino.

    Me encanta verme
    revolcado por los suelos.
    Amo que me traspasen el corazón,
    medio hombre, medio flor,
    mientras extiendo mi mano, vuelvo las palmas hacia fuera,
    una de las muchas flores de color rosa y blanco,
    una de tantas sobre el cruel césped.


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    Gerald Stern (1925-2022) Empty Re: Gerald Stern (1925-2022)

    Mensaje por Pedro Casas Serra Dom 27 Ago 2023, 12:09

    .


    De Loco de amor (1987):


    EL CUERPO DE BOB SUMMERS

    Nunca lo he contado: vi el cuerpo de Bob Summers
    por última vez cuando lo bajaron por la rampa
    del  crematorio. Se dio la vuelta dos veces
    y parecía colgar de la barandilla con una mano,
    como si tuviera deseos de sentarse de nuevo y gritar
    antes de llegar a las llamas. Estaba medio aterrado
    y medio avergonzado de verlo caer así,
    justo dos minutos después de haber cantado para él
    y haber pronunciado nuestros discursos. Me fue imposible
    verlo encarar otro destino
    en aquella postura, o verlo en aquel horno
    como alguien que estaba siendo consolado o purificado.
    Quisiera que lo hubiéramos envuelto en su sábana
    para que estuviera preparado; no hay mayor horror
    que estar frente a Perséfone con un traje puesto,
    el nombre del fabricante en el forro,
    los pantalones demasiado cortos o demasiado largos. Qué difícil
    lo tuvo el pobre Bob Summers en vida, cómo se esforzó
    por ser otra persona.  Espero que su voz,
    que perdió a causa de un derrame cerebral en 1971,
    le haya sido devuelta, donde quiera que ande perdido,
    el olor a humo aún sobre él, el fuego que ilumina
    de nuevo sus hermosos ojos, sus manos que exponen,
    alguien, dios u hombre, conmovido por su razonamiento,
    espíritus en particular, salvados por el fuego y con las manos
    juntas sobre las rodillas, algunos aún destinados a los gusanos,
    sus narices carcomidas, sus bocas apenas polvo,
    que asienten con la cabeza y sonríen en la suntuosa oscuridad.




    De Pan sin azúcar (1992):


    LA CANCIÓN DEL SAUCE VERDE

    Llevo a mi amada bajo el sauce
    para aumentar el flujo de su sangre.

    Una rama llora, ella también, una ramita se parte
    como uno de sus pensamientos.

    Los dos estamos indefensos, pasamos la noche
    oyendo sonidos indecentes

    y observamos la luna juntos, la vemos desplegar
    su sabiduría sobre la blanca morera.

    El que se acueste primero, ese escuchará
    al cardenal primero, y ese verá los rayos de sol

    sobre las lilas. El que no se vaya,
    el que sea fiel, el que se quede, ese verá

    a los conejos pensar, ese será el que ve el nido
    y a las crías cálidas de vida. El que se siente

    y mire el cielo -el que esté solo-
    ese será el doliente, ese hará

    su canción de la nada, ese se inclinará a un lado
    y removerá la tierra con su vara -y romperá su vara-

    si es su costumbre, y gemirá, si es su costumbre,
    y lo hará por siempre -sus nueve metros y medio a la vez-

    más de nueve metros hasta que empiecen las ramas,
    y las ramitas esparcidas,

    los pensamientos de ella otra vez -para él sus pensamientos-, la canción de él
    sobre el sauce verde, la canción de ella de dolor y ruptura.




    De Extraña piedad (1995):


    ORÁCULO

    Tengo una silla azul; hay una rosa azul
    y mala hierba en flor justo antes de que la colina
    comience en serio. Hay un equeño coro
    en algún lugar de ahí abajo y algo que perdió su voz
    hace medio siglo está surgiendo
    de nuevo; era un tenor, era un niño
    soprano, vive solo, es
    etéreo, se mueve de Do a Do,
    y está en un valle junto a la menta,
    contra un cerezo. Canté con toda el alma. Aprendí
    a cantar de joven, extendía mis brazos, ponía
    una mano sobre la otra -para tener algo
    que hacer con las muñecas, para poder expandir los pulmones
    al mismo tiempo, para poder trinar, para
    durar por siempre-. Ten en cuenta al bajo profundo que cantaba
    como si fuera una cuerda grave, su voz se expandía
    y se contraía, ten en cuenta al alto. El vello en mi rostro,
    las hormonas en el corazón, de mi mano la carne;
    así es como desaparece una soprano
    y un ronco barítono de registros limitados
    ocupa su lugar de repente. El sol en el desierto
    se esconde a toda prisa, la oscuridad de la nada, voces
    que zumban, voces que gritan, estoy agradecido.




    De Último azul (2000):


    PARÍS

    Si mal no recuerdo el plato que comí fue hígado
    con puré de patatas, y por simple cortesía
    guardé lo que pude en mi maletín o medio oculto
    bajo la mesa; creo que una máquina de escribir Underwood me procuró
    dos meses de desahogo y al arquitecto polaco
    al que se la vendí, y cuyos dientes habían destrozado
    en Auschwitz, le concedió al menos siete meses,
    con ayuda de otras cosas. Todo el asunto
    duró quizás un año, pues pensándolo bien
    cuando estaba listo para irme las tiendas ya estaban
    llenas de cosas nuevas y estaban limpiando los puentes
    y dando lustre a las plazas. Mi propio tiempo
    tuvo lugar entre la Gran Depresión y la Recuperación,
    pero había comido de sobra. Lo único
    que recuerdo de él es que teníamos el mismo
    nombre en hebreo aunque no sé cómo lo llamaban a él
    en polaco -espero que no Gerald- y que solíamos pasear
    después del almuerzo y parar para tomar un café. Según mis
    cálculos él andaría por los cuarenta. Me fui
    a Italia con ese dinero, fue mi primera
    beca, algo escasa con respecto a criterios posteriores,
    pero eso solo favorecía la práctica
    de la austeridad; durante uno o dos años: ketchup
    con alubias, tres kilos de cordero por un dólar,
    pan de ocho centavos la barra. Era
    más auténtico así, yo era tan terco que lo seguí haciendo
    durante diez años, quizás veinte, pero era
    mi única creencia, era por lo que había ido allí.




    De Sonetos norteamericanos (2002):


    SAM Y MORRIS

    Tuve dos tíos que eran proletarios
    y uno de ellos era pintor de brocha gorda y uno de ellos
    era carpintero; golpeaban a sus esposas
    con frecuencia y tuvieron diecinueve hijos
    entre los dos. Una vez al mes o así mi padre
    iba a una de sus casas para mediar
    y un día, recuerdo, un coche de policía con un perro.
    Cuando estaba en casa con un breve permiso fui
    con mi madre y mi padre a un restaurante judío
    y allí, sentados al fondo, estaban mis dos tíos,
    tenían setenta años por entonces, y comían juntos
    pollo, hígado picado, Dios sabe qué, además de pepinillos
    y ensalada de col, siempre había pepinillos y ensalada de col
    y parecían conspirar, o eso me parecía
    entonces, tan joven como era, y ya leía a
    Ezra Pound y me avergonzaba de lo que
    este decía de los judíos. Sobre la usura aquellos
    dos yidden sin afeitar, uno de ellos con los ojos rojos
    por culpa del whisky, no sabían nada, nunca habían
    oído hablar de Rothschild. Sus manos enormes y agarrotadas,
    apenas podían comer su kreplach, Pound, ¡hijo de puta!




    De Todo arde (2005):


    EN LA CUNETA

    Estábamos rodeados de ranúnculos y flox
    para que sepas qué mes era, uno de nosotros tenía
    a Sara Vaughan en su oído interno, uno de nosotros
    a Monk, quién puso una mesa allí no lo
    sabíamos, pero estábamos más o menos agradecidos y no estaba
    encadenada a nada y los huevos
    que comimos eran perfectos, los rompí en mi cabeza
    como siempre hago y los despedacé con el puño,
    los tomates cherry que solo cuestan un dólar
    la caja casi no tenía ácido, el neumático
    se iba deshinchando pero yo era todo un experto
    en neumáticos de verdad, y en gatos mecánicos, incluso
    volví a los radiadores humeantes, yo podría
    contarle cosas, le dije a Monk, anduve
    tres kilómetros una vez con dos litros de gasolina
    goteando de un cartón de zumo de naranja, "In My
    Solitude" dijo él, "September Song", dijo ella.



    LA TIERRA DE STERN

    Para el insomnio, la cabeza boca abajo, los omóplatos
    flotando y la aspirina como último recurso, cuando
    la muerte amenaza, aunque últimamente he experimentado
    con los números y respecto a los sueños nunca he sido aburrido
    y solo una vez mordí el brazo de una mujer
    sentada junto a mí y debería tener cuidado,
    ella podría tener un poema escrito a mano o un libro de memorias
    y acaso no le mordí el brazo y acaso no somos los dos
    poetas, aunque la prevengo de que emito gorjeos
    y me dan tirones en ambas piernas y hago saltar
    la cama y estoy cansado de mirar poemas
    y no me preocupa de qué pasta está hecha ella
    y tiene que irse al desierto sola
    y que se jodan los ejercicios, deja que la aplaste
    un camión Mack, entonces estará lista para lamentarse.




    De Concédeme el último baile (2008):


    AMOR MÍO

    Esto lo aprendí de Ángela, el culo del
    cervatillo tiene que estar limpio o no cagará,
    y si no hay madre que lo lama, tendrás
    que usar papel higiénico, con amor, y así
    te conviertes en su madre, llegas a ponerle un nombre
    y podrás encontrarlo en la Johnson Road, un Mercury
    del 74 recalentado a su lado, el propietario
    llorando, y tú, la madre, consolándolo
    mientras ambos arrastráis el cuerpo hacia el bosque,
    lo cual le calma aunque tus manos estén temblando
    y estés jadeando después de haber empujado la última
    pata que queda dentro de la tierra sin
    molestar al vientre hinchado o a la nariz
    que quiere asomar entre las hojas y no
    bajas la pala y alisas el terreno
    porque tú has mimado el universo y caminas
    con miedo -o cuidado-, caminas con cuidado y te limpias
    la cara con tierra y besas al asesino.




    De En plena hermosura (2012):


    DÍA DE LUTO

    Intentaba dirigir a una avispa hacia lo alto de una ventana
    donde había algo de cielo y donde había azucenas tigre
    allá afuera solo para hacerle el amor o quizás tan solo para
    darle un beso, ya que ella volvía aprisa a casa
    a luchar contra una escoba y yo intentaba abrir
    una puerta con una mano mientras la otra agitaba
    los tomates, e incluso se podía oler el maíz
    porque el maíz viaja en el viento y ese fue el primer
    indicio de frío y oscuridad, aunque nada
    comparado con lo que vendría, y alguien debería decir
    qué día era, yo creo que era el 20 de agosto y
    que ese debía ser un día de luto porque el luto
    comienza ese día y el hombre del maíz empieza a temblar
    y también los cuervos y los perros que odian el viento,
    aunque el luto vendría después y fue un alivio
    saber que no estaba solo, pero sea como fuere,
    ya que hacía frío y estaba a oscuras me sorprendí cantando
    las brillantes canciones de amor de mi otra religión.

    GERALD STERN, Esta vez. Antología poética, traducción de José de María Romero Barea, Vaso Roto, 2014.


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    Mensaje por cecilia gargantini Dom 27 Ago 2023, 13:48

    Ya desde el primer poema, "El mordisco", me enamoré de este autor!!!!!!!
    Qué merecido el premio nacional de poesía.
    "Recuerdo a Galileo" y "La canción del sauce verde", sublimes.
    Me imagino que estudiar escritura creativa con él, debe haber sido una delicia.
    Graciasssssssss Pedro. Besossssssssssss
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    Mensaje por Pedro Casas Serra Lun 28 Ago 2023, 02:28

    Muchas gracias por tus apreciaciones, Cecilia.

    Un abrazo.
    Pedro


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    Mensaje por Amalia Lateano Lun 18 Sep 2023, 10:23

    Muy bueno lo que nos traes Pedro,

    Es grato leer tus aportes!!
    Un beso

    Buena semana

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Lun 18 Sep 2023, 11:53

    Muchas gracias, Amalia, por tu interés.

    Un abrazo.
    Pedro


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