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| Sí, tu niñez ya fábula de fuentes.
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| El tren y la mujer que llena el cielo.
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| Tu soledad esquiva en los hoteles
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| y tu máscara pura de otro signo.
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| Es la niñez del mar y tu silencio
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| donde los sabios vidrios se quebraban.
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| Es tu yerta ignorancia donde estuvo
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| mi torso limitado por el fuego.
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| Norma de amor te di, hombre de Apolo,
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| llanto con ruiseñor enajenado,
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| pero, pasto de ruina, te afilabas
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| para los breves sueños indecisos.
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| Pensamiento de enfrente, luz de ayer,
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| índices y señales del acaso.
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| Tu cintura de arena sin sosiego
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| atiende sólo rastros que no escalan.
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| Pero yo he de buscar por los rincones
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| tu alma tibia sin ti que no te entiende,
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| con el dolor de Apolo detenido
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| con que he roto la máscara que llevas.
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| Allí, león, allí furia del cielo,
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| te dejaré pacer en mis mejillas;
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| allí, caballo azul de mi locura,
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| pulso de nebulosa y minutero,
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| he de buscar las piedras de alacranes
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| y los vestidos de tu madre niña,
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| llanto de media noche y paño roto
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| que quitó luna de la sien del muerto.
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| Sí, tu niñez ya fábula de fuentes.
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| Alma extraña de mi hueco de venas,
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| te he de buscar pequeña y sin raíces.
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| ¡Amor de siempre, amor, amor de nunca!
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| ¡Oh, sí! Yo quiero. ¡Amor, amor! Dejadme.
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| No me tapen la boca los que buscan
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| espigas de Saturno por la nieve
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| o castran animales por un cielo,
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| clínica y selva de la anatomía.
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| Amor, amor, amor. Niñez del mar.
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| Tu alma tibia sin ti que no te entiende.
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| Amor, amor, un vuelo de la corza
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| por el pecho sin fin de la blancura.
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| Y tu niñez, amor, y tu niñez.
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| El tren y la mujer que llena el cielo.
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| Ni tú, ni yo, ni el aire, ni las hojas.
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| Sí, tu niñez ya fábula de fuentes.
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