CUBA
REINALDO ARENAS
(1943)
DE NOCHE LOS NEGROS
OH, sí, ya sé que todo esto son inútiles artificios para retardar el degollamiento.
Oh, sí, ya sé que el gran estallido será inevitable (mediocre, oscuro) y que de nada me servirán armonías, análisis ni blasfemias.
Pero cuando están clausuradas todas las posibilidades, cuando ya se han agotado urinarios y calzadas: ah, poema; ah, poema; ah, horrible.
Cuando las furias. Cuando el deseo se deshace en inútiles interrogaciones, cuando el cansancio suple al deseo, cuando la derrota aniquila al deseo, cuando la madrugada neutraliza al deseo: ah, poema; ah, horrible.
Es aquí donde convergen los grandes andamios y las paralelas y metálicas furias por las cuales se desliza nuestra sangre, nuestra única sangre, nuestra sangre de siempre, la más dulce.
Es aquí donde el humo esparce muleconas en la tarde animosa. Son nuestros huesos que fluyen en los abismos de la perenne furia. Son nuestras vidas que se derriten en las infatigables fornallas de la isla.
Ah, poema; ah, poema.
He aquí como para sobrevivir (para sobrevivir siempre, poema) te has convertido en la recompensa de las tarde estériles y en las justificaciones del aborrecido.
Llegamos, y aquí están las altas torres, y las infatigables calderas, saludándonos.
Llegamos, y aquí está el implacable código desplegándose, y el verde, el verde; las aristas del verde, engulléndonos.
Llegamos, y un fraile mientras se masturba con el arpón de una cruz, nos convierte automáticamente al cristianismo gracias a una bula pontificial.
Llegamos, y un pirata, mientras saquea nuestro sudor nos enseña, de paso, con un puntapié, el significado de la palabra patria.
Virgen, y a todas estas el flamboyán, reventando sus rojas corolas al final de la tarde.
Virgen, y a todas estas el antiguo deseo, las antiguas proporciones de la dicha, el antiguo sentimiento. Y el padecer y añorar como si aún fuéramos humanos.
Virgen, y a todas estas la insolente llamada, los pistones girando; la gran rueda, y nuestros brazos que enarbolan mochas, que se alzan, que hacen sucumbir la plantación a los pies del jefe de brigada.
Guarda tus notas, hijo mío; guarda tus notas, pues nada será más provechoso para tu imaginación que este golpe de guámpara incesante, que este roer de la claridad incesante.
Guarda las palabras escogidas, hijo; guarda las palabras rebuscadas, querido; pues ninguna palabra, por muy noble que sea, le dará más vigencia a tu poema que el grito: ¡de pie, cabrones!, rayando siempre el alba.
Guarda esas libretas, queridísimo; guarda ese minucioso acaparamiento de citas y frases decisivas. La poesía, al igual que el porvenir, se gesta en el vertiginoso giro de un pistón de 4 tiempos; en el mareante desfile de las carretas cañeras y en la árida voz del que te ordena más rápido, más rápido. Oh, la poesía está aquí, en la parada al mediodía para el trago de agua sucia. Oh, la poesía está aquí, en el torbellino de moscas que ascienden a tu rostro cuando levantas la tapa del excusado.
Con la creación del bocabajo (ta bueno ya, niño; ta bueno ya, mi amo; ta bueno ya, señó) es indiscutible que se inaugura toda una escuela literaria.
Donde florece el espanto, donde florece el espanto, allí está tu victoria; donde florece el espanto (¿dónde no?) allí está el inmenso arsenal donde todos, sin distinción de colores ni filosofías, podrán ir a beber.
Donde florece
Donde florece
Donde florece el espanto
Poeta,
allí estás:
La augusta maricona, con su insoluble y metafísica angustia (quién me entollará hoy, quién me entollará mañana) vagó inútilmente hasta el alba; regresó. Y se hizo inmortal.
El soldado (a quién mataré hoy, a quién mataré mañana), padeció de pronto la obsesión de las revelaciones. En un acto público, en medio del espectáculo, disparó contra una de las venerables cabezas. Disparó, no acertó, mas se hizo inmortal.
Viajeros, oh viajeros,
aunque ustedes lo ignoren (como lo ignoro yo),
aunque ustedes solo vean los destellos de un
nuevo terror (como lo veo yo),
aquí se está gestando el porvenir; sí,
aquí, todos unidos, mansamente unidos,
apretamos un poco más la tuerca
y escalamos un peldaño de la
«Historia».
Tú también lo aprietas,
viajero.
Tú también.
Mas, ¿es que alguna vez ha dejado de hacer la historia a golpe de rebencazos, zurriagazos, latigazos, estacazos (y continúe usted aportando variedades de janazos)? Esto no es secreto ni para un monje cartujo. Ah, hasta los más empedernidos humanistas, instalados en su segura cobardía, justifican ya cualquier violencia.
Ya ves como ni los conventos se declaran en recle.
Ya ves como quieras o no optas siempre por la balsfemia.
Ya ves como quieras o no sonríes cuando te estampan el
gallardete,
(cont.)
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