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Juan Luis Panero (Madrid, 9 de septiembre de 1942-Torroella de Montgrí, Gerona, 16 de septiembre de 2013)1 fue un poeta español.
Biografía
Hijo del poeta Leopoldo Panero (1909–1962) y de la escritora Felicidad Blanc (1913–1990), hermano del poeta Leopoldo María Panero (1948–2014) y Michi Panero (1951–2004) y sobrino del poeta Juan Panero (1908–1937), creció en el seno de una familia acomodada recibiendo educación en El Escorial y luego en Londres. Su espíritu rebelde y viajero lo llevó a deambular por diferentes países de América, dándole la oportunidad de conocer a grandes escritores como Octavio Paz, Jorge Luis Borges y Juan Rulfo entre otros. Su poesía completa (1968–1996) está recogida en un volumen de la editorial Tusquets y algunas de sus conferencias, en particular la que recoge su relación con Luis Cernuda, están incluidas bajo el título de «Páginas sobre cine y poesía» en el libro Después de tantos desencantos. Vida y obra poéticas de los Panero, de Federico Utrera (Ed. Festival Internac. de Cine de LPGC, 2008). Casado en primeras nupcias con Marina Domecq Sainz de la Maza, de la que se separó al cabo de unos años. Ha preparado además antologías de poetas como Leopoldo Panero, Pablo Neruda y Octavio Paz y ha reunido selecciones de Poesía colombiana (1880–1980) y Poesía mejicana contemporánea. Desde 1985 fijó su residencia en Torroella de Montgrí (Gerona), donde vivía con su segunda mujer, la Dra. Carmen Iglesias, y donde falleció en 2013.
Obra poética
Su irrupción en la poesía española contemporánea se inició en 1968 con la publicación del libro A través del tiempo, al que siguieron, luego, Los trucos de la muerte, en 1975; Desapariciones y fracasos, en 1978; y Juegos para aplazar la muerte, en 1984. Antes que llegue la noche (1985) le permitió obtener el Premio Ciudad de Barcelona. En 1988, con «Galerías y fantasmas», obtuvo el Premio Internacional de Poesía de la Fundación Loewe. Sin rumbo cierto, XII Premio Comillas de Biografía, Autobiografía y Memorias, y Enigmas y despedidas, publicado en 1999, son sus últimas producciones. En 2009 Ediciones Vitruvio publicó La memoria y la muerte, una antología que recogió toda su obra poética editada hasta entonces.
El desencanto
En 1976 Jaime Chávarri inició el rodaje de lo que tenía que ser un reportaje sobre el padre: Leopoldo Panero, el material se convirtió en la película El desencanto que acabó siendo un símbolo tanto de la familia como de la época y fue una película de culto para toda una generación. En El desencanto la madre, paradójicamente llamada Felicidad, y dos de sus hijos (en realidad participan los tres hijos. De lo más interesante de la película, es la irrupción de Leopoldo, después de escuchar a Felicidad, al hermano menor Michi y al mayor Juan Luis) retrataron a través de sus recuerdos al poeta, siempre ausente. Pero sobre esta peculiar y decadente estampa familiar pesó el reflejo de una época que se agotaba. Los últimos coletazos del franquismo se dejaron ver a través de la evocación de la vieja gloria de quien fuera uno de los escritores oficiales del régimen. El desencanto fue además la última película mutilada por la censura cinematográfica en España y una de las obras de Chávarri más reconocidas por la crítica. Ya en 1994 llegó Después de tantos años, película en la que Leopoldo María, el hijo, se convirtió en el eje central del film y Ricardo Franco retomó la labor de retratista emprendida por Jaime Chávarri dos décadas antes.
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*
Poemas de Juan Luis Panero:
De A través del tiempo (1968):
MEMORIA DE LA CARNE
Por la noche, con la luz apagada,
miraba a través de los cristales,
entre los conocidos huecos de la persiana.
Como un rito o una extraña costumbre
la escena se repetía, día tras día,
igual siempre a sí misma.
Frente a frente su ventana,
la veía aparecer y bajo la tenue claridad de la luz,
lentamente, irse haciendo desnuda.
Sus ropas caían sobre la silla,
primero grandes, luego más pequeñas,
hasta llegar al ocre color de su cuerpo.
Andando o sentada, sus movimientos tenían
la inútil inocencia del que no se cree observado
y la imprevista ternura del cansancio.
Cuando todo volvía a la oscuridad,
los apresurados golpes del corazón
se aquietaban con una sosegada plenitud.
De quien así, ocultamente deseé,
nunca supe su nombre
y el romper de su risa es aún el vacío.
Sin embargo allí, en la perdida frontera de los catorce años,
por encima del Latín imposible
y de los misteriosos números de la Química,
el temblor detenido de mis manos,
la turbia fijeza de mis ojos sobre ella, permanecen,
dando fe de aquel tiempo, memoria de la carne.
LO QUE QUEDA DESPUÉS DE LOS VIOLINES
Lo que queda después de los violes
XAVIER ABRIL
Cuando te olvides de mi nombre,
cuando mi cuerpo sea sólo una sombra
borrándose entre las húmedas paredes de aquel cuarto.
Cuando ya no te llegue el eco de mi voz
ni el resonar cordial de mis palabras,
entonces, te pido que recuerdes que una tarde,
unas horas, fuimos juntos felices y fue hermoso vivir.
Era un domingo en Hampstead, con la frágil primavera de abril
posada sobre los brotes de los castaños.
Pasaban hacia la iglesia apresuradas monjas irlandesas,
niños, endomingados y torpes, de la mano.
Arriba, tras los setos, en la verde penumbra del parque
dos hombres lentamente se besaban.
Tú llegaste, sin que me diera cuenta apareciste y empezamos a hablar
tropezando de risa en las palabras, titubeantes
en el extraño idioma que ni a ti ni a mi pertenecía.
Después te hiciste pequeña entre mis brazos
y la hierba acogió tu oscura cabellera.
Luego la escalera gris, larga y estrecha,
la alfombra con ceniza y con grasa,
tus pequeños pechos desolados en mi boca.
Sí, a veces es sencillo y es hermoso vivir,
quiero que lo recuerdes, que no olvides
el pasar de aquellas horas, su esperanzado resplandor.
Yo también, lejos de ti, cuando perdida en la memoria
esté la sed de tu sonrisa me acordaré, igual que ahora,
mientras escribo estas palabras para todos aquellos
que un momento, sin promesas ni dádivas, limpiamente se entregan.
Desconociendo razas o razones se funden
en un único cuerpo más dichoso
y luego, calmado ya el instinto
y rezumante de estrenada ternura el corazón,
se separan y cumplen su destino,
sabiendo que quizá sólo por eso
su existir no fue en vano.
CON AROMA DE SAL
Con aroma de sal y húmeda madera golpeada,
con el interminable quebrantar de las olas
y las luces que oscilan lejanas y amarillas
tu cuerpo llega desnudo a mi memoria.
Y puedo repetir, rozar tal vez, la levantada blancura de tu pecho,
tus lentos muslos sobre la arena cálida
la rendida posesión de tu cansancio,
ocultos en la oscuridad, en ella unidos.
Una noche de agosto, frente al mar del verano,
frente a la espuma dorada por la luna,
dos cuerpos, dos garras de ansiedad se abrazaron
y en su unión, también la oscuridad fue estremecida.
Desandada ternura que ahora toco y se escapa
mientras sueño y aun veo el color de tu piel,
la fugaz certidumbre de tu sexo
y como una herida me estremece tu lengua.
Fantasma adolescente que inútil me señalas,
¿Qué haces bajo esta lluvia lejana de febrero?
mientras todas las estrellas de la noche temblando ven tu cuerpo
.............desnudo penetrar en la sombra.
De Los trucos de la muerte (1975):
UN AÑO DESPUÉS DE YA NO VERTE
Éste es el corrido del caballo blanco
que en un día domingo feliz arrancara.
JOSE ALFREDO JIMÉNEZ
Olor de solitario y soledad, cama deshecha,
cegados ceniceros en esta tarde de domingo,
helado soplo de noviembre en el cristal
y un vaso medio lleno de cansancio.
Te escribo por hacer algo más inútil aún
que pensar en silencio o imaginar tu voz,
o escuchar una música herida de recuerdos
o pedir al teléfono un absurdo milagro.
“Éste es el corrido del caballo blanco
que en un día domingo feliz arrancara”.
Éste es el corrido, pero nadie canta,
y un muerto con mi nombre, vestido con mis trajes,
me saluda y observa por los cuartos vacíos,
me mira en la distancia como si fuera un niño
y acaricia en sus dedos un rastro de ternura.
Sobre su frente inmóvil va cayendo tu nombre
y humedece sus labios una lluvia perdida.
Olor de soledad y humo de aniversario
mientras busco, dolorosamente trato de recordar
tus ojos insomnes con su vaho de mendigo,
devorando su luz, ahogando su locura.
Tus dos ojos como picos de presa que se clavan
y rasgan y desgarran la piel de nuestro amor.
Soplo de embriagado recuerdo, agria melancolía,
rescoldo que tu lengua aún enciende
en estas horas de strip-tease solitario
en que celebro en tu derrota todas las derrotas.
Un año después y tu pelo, tu largo pelo
ardiendo desbocado entre mis manos,
clavado para siempre en esta almohada,
recorriendo esta casa, sus rincones y puertas
como un viento insaciable que buscase su fin.
Un año después de ya no verte,
definitivamente talando en tu memoria,
qué real sigues siendo, qué difícil herirte.
La sosegada certidumbre de esta mesa en que escribo
puede tener la pasión estremecida de tu piel
y la ropa que el sillón desordena
puede ahora ocultar el temblor de tus pechos.
Sobre tu seco abierto y tus muslos de arena,
sobre tus manos ciegas que persiguen la noche,
qué triste es el cuchillo, qué aciaga la hoja.
Un muerto con mi nombre y mis uñas mordidas,
un cadáver grotesco, me dicta estas palabras,
me señala en los cuadros, en la pared manchada,
el destino de hoy, de este día cualquiera,
al borde de mi vida, al borde del invierno,
al borde de otro año que empieza con tu ausencia,
al borde de mis ojos y tu voz que ahora escucho.
Un año después de ya no verte,
mientras te escribo, odiando hasta la tinta,
en esta tarde de noviembre, olor de solitario y soledad,
helado soplo en el cristal vacío. Un muerto.
De Desapariciones y fracasos ((1978):
AÑOS DESPUÉS DE SEPARARNOS
Eran dos estrellas sobre un escenario, cada uno
actuando ante un público de dos personas: la pasión
con que jugaban la mascarada creaba la realidad.
FRANCIS SCOTT FITZGERALD
Quedan sí, ciudades, paisajes, sensaciones de calor o de frío,
nieve de Nueva York, implacable sol de Cartagena de Indias.
Quedan cuadros perdidos en museos o en casas,
como postales de otro tiempo, sin brillo,
conversaciones con amigos o tal vez enemigos,
encuentros que un momento dieron valor a nuestra vida,
tardes de toros, películas, canciones,
vasos vacíos, perros, pisos abandonados, artesanías mexicanas.
Queda un escenario perfecto,
con todos los detalles cuidados hasta el límite,
para representar la obra tanto tiempo ensayada,
la pareja estelar triunfadora por fin.
Pero hoy, todos lo saben, ni tú ni yo actuamos.
Y una escenografía, por brillante que sea,
no es nada sin palabras, sin un aliento humano.
Es sólo un hueco inmenso o, seamos modestos,
una gris papelera donde arrojar de golpe
-ni protestas ni aplausos- entradas de un estreno,
viejas fotografías, que a nadie ya interesan, de dos rostros que fueron.
Y las luces se apagan y se cierran las puertas.
ARTE POÉTICA
La larga, lenta lengua de la muerte
ha lamido la mano del que escribe,
lucidez o locura, nadie sabe:
sólo quedan palabras, palabras deshaciéndose.
De Antes que llegue la noche (1985):
IMAGEN RECUPERADA
Los rozados pezones tensos, gotas de agua
en tus pequeños pechos, recorriendo
la oscura raja de tu culo, temblando
entre las olas, bajo la luz de las estrellas,
en el mar tibio de final de verano.
Ahora, años después, esas mismas gotas
resbalan aún por la piel suave de tu vientre, tu escondido ombligo,
el áspero y negro pelo de tu sexo,
frágiles y mínimas, leves huellas de humedad en tus muslos.
Precaria intimidad, imagen recuperada de la vida,
frente a los años, frente al tiempo acosado,
y de repente en tus ojos, relámpago en la sombra,
la luz de aquella noche, en tus manos al aire
aquel galope blanco de la espuma llegando.
De Galería de fantasmas (1988):
EL POETA Y LA MUERTE
Y aunque la vida murió,
nos dejó harto consuelo
su memoria.
JORGE MANRIQUE
Si como afirma Borges todos los hombres
son el mismo hombre, aurora y agonía,
y poco importan sus nombres y sus rasgos,
yo quisiera -olvidando la anécdota banal de mi destino-
buscar en otro rostro a ese único hombre,
otra sombra, otro sueño mejor, igualmente perdido.
Un caballero dispone sus armas,
sus escuderos ajustan la armadura,
se coloca el yelmo, sujeta con firmeza el escudo,
la luz de la mañana es un reflejo metálico del sol,
el tiempo se ha detenido en las gualdrapas del caballo.
Todo esto ocurre en 1479 y aún sigue ocurriendo
frente a las almenas del castillo de Garci-Muñoz.
El caballero blande su espada
en defensa de su lealtad y de su reina,
aún no sabe que su destino termina allí,
en el campo de Calatrava, que no verá otro día.
Entre rasgar de flechas y cascos de caballos,
oliendo a tierra seca y sangre sucia,
quizá recuerde el nombre de Guiomar de Castañeda
y piense, con justicia o con odio, en su enemigo,
el marqués de Villena que le aguarda.
Estruendo de hierro, crujido de huesos, carne desgarrada,
las huestes innumerables, pendones y estandartes y banderas,
los castillos impunables, los muros, baluartes y barreras.
Ha caído la noche sobre el campo arrasado,
la mano que sujetó una lanza, una pluma, un cuerpo de mujer,
está quieta, su mundo se ha borrado,
mientras se escuchan maldiciones y lamentos.
Ahora la muerte le atierra y le deshace.
Si todos los hombres somos el mismo,
elijo, pues es igual uno que otro,
aquel rostro en un campo de batalla,
la máscara del último rictus de su agonía,
el eco de sus palabras que aún se escucha,
un reflejo más digno de la tierra y la nada.
De Los viajes sin fin (1993):
A VECES, MUY RARAMENTE
Cuando poco en la vida nos consuela
del tiempo, ese verdugo indiferente,
a veces, muy raramente, en la monotonía de la noche,
entre repetidos sueños, surge una imagen
que refleja la ilusión que allí dejamos,
y un rostro -su remota apariencia- reconstruye
una intensa instantánea de la felicidad.
Cuando tan misterioso privilegio nos llega,
despertarse después es vivir el infierno:
no aquel juego grotesco de llamas y demonios,
sino el demonio de la luz de nuevo,
el fuego del primer cigarrillo.
De Enigmas y despedidas (1999):
HUMO AL ATARDECER
Después de haber olido el perfume dulzón de la muerte,
después de tantos cuerpos y pasiones y sueños,
miro ahora, sobre la mesa, una copa vacía,
unos libros, papeles en desorden, viejas fotografías,
la luz del atardecer, apagándose en la ventana.
Como en un bodegón de Zurbarán
—la naturaleza muerta, la naturaleza eterna—,
me dejo vivir ya sin preguntas,
mientras el humo del cigarrillo dibuja
todos mis rostros: el que fui, el que soy,
el que seré, en el frágil y caprichoso tiempo.
PALABRAS Y PRESAGIOS
Volver a unos versos de Cavafis, de Eliot,
como quien regresa a una casa que hace años fue nuestra.
Repetir las sílabas, iluminar los símbolos
como cerradas habitaciones, ventanas polvorientas
que ocultan un jardín perdido, árboles de la muerte.
Melancolía del regreso y miedo del vacío,
crujidos de madera, aletazos de sombras
y, de pronto, en un cuarto, perdida
como una vieja copa o un espejo empañado,
encontrar la clave de tu vida.
Palabras que te avisaron: «Un monótono día
sigue a otro igualmente monótono»,
o te advirtieron: «Nacer, copular, morir.
Eso es todo, eso es todo, eso es todo, eso es todo».
Palabras que la vejez y la noche me regalan,
presagios que no entendí, anunciadas derrotas.
LA MEMORIA Y LA MUERTE
Sólo son tuyas -de verdad- la memoria y la muerte,
la memoria que borra y desfigura
y la sombra de la muerte que aguarda.
Sólo fantasmales recuerdos y la nada
se reparten tu herencia sin destino.
Después de sucios tratos y mentiras,
de gestos a destiempo y de palabras
-irreales palabras ilusorias-,
sólo un testamento de ceniza
que el viento mueve, esparce y desordena.
JUAN LUIS PANERO, Antología (1968-2003), Renacimiento, 2003
Juan Luis Panero (Madrid, 9 de septiembre de 1942-Torroella de Montgrí, Gerona, 16 de septiembre de 2013)1 fue un poeta español.
Biografía
Hijo del poeta Leopoldo Panero (1909–1962) y de la escritora Felicidad Blanc (1913–1990), hermano del poeta Leopoldo María Panero (1948–2014) y Michi Panero (1951–2004) y sobrino del poeta Juan Panero (1908–1937), creció en el seno de una familia acomodada recibiendo educación en El Escorial y luego en Londres. Su espíritu rebelde y viajero lo llevó a deambular por diferentes países de América, dándole la oportunidad de conocer a grandes escritores como Octavio Paz, Jorge Luis Borges y Juan Rulfo entre otros. Su poesía completa (1968–1996) está recogida en un volumen de la editorial Tusquets y algunas de sus conferencias, en particular la que recoge su relación con Luis Cernuda, están incluidas bajo el título de «Páginas sobre cine y poesía» en el libro Después de tantos desencantos. Vida y obra poéticas de los Panero, de Federico Utrera (Ed. Festival Internac. de Cine de LPGC, 2008). Casado en primeras nupcias con Marina Domecq Sainz de la Maza, de la que se separó al cabo de unos años. Ha preparado además antologías de poetas como Leopoldo Panero, Pablo Neruda y Octavio Paz y ha reunido selecciones de Poesía colombiana (1880–1980) y Poesía mejicana contemporánea. Desde 1985 fijó su residencia en Torroella de Montgrí (Gerona), donde vivía con su segunda mujer, la Dra. Carmen Iglesias, y donde falleció en 2013.
Obra poética
Su irrupción en la poesía española contemporánea se inició en 1968 con la publicación del libro A través del tiempo, al que siguieron, luego, Los trucos de la muerte, en 1975; Desapariciones y fracasos, en 1978; y Juegos para aplazar la muerte, en 1984. Antes que llegue la noche (1985) le permitió obtener el Premio Ciudad de Barcelona. En 1988, con «Galerías y fantasmas», obtuvo el Premio Internacional de Poesía de la Fundación Loewe. Sin rumbo cierto, XII Premio Comillas de Biografía, Autobiografía y Memorias, y Enigmas y despedidas, publicado en 1999, son sus últimas producciones. En 2009 Ediciones Vitruvio publicó La memoria y la muerte, una antología que recogió toda su obra poética editada hasta entonces.
El desencanto
En 1976 Jaime Chávarri inició el rodaje de lo que tenía que ser un reportaje sobre el padre: Leopoldo Panero, el material se convirtió en la película El desencanto que acabó siendo un símbolo tanto de la familia como de la época y fue una película de culto para toda una generación. En El desencanto la madre, paradójicamente llamada Felicidad, y dos de sus hijos (en realidad participan los tres hijos. De lo más interesante de la película, es la irrupción de Leopoldo, después de escuchar a Felicidad, al hermano menor Michi y al mayor Juan Luis) retrataron a través de sus recuerdos al poeta, siempre ausente. Pero sobre esta peculiar y decadente estampa familiar pesó el reflejo de una época que se agotaba. Los últimos coletazos del franquismo se dejaron ver a través de la evocación de la vieja gloria de quien fuera uno de los escritores oficiales del régimen. El desencanto fue además la última película mutilada por la censura cinematográfica en España y una de las obras de Chávarri más reconocidas por la crítica. Ya en 1994 llegó Después de tantos años, película en la que Leopoldo María, el hijo, se convirtió en el eje central del film y Ricardo Franco retomó la labor de retratista emprendida por Jaime Chávarri dos décadas antes.
(Sacado de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] )
*
Poemas de Juan Luis Panero:
De A través del tiempo (1968):
MEMORIA DE LA CARNE
Por la noche, con la luz apagada,
miraba a través de los cristales,
entre los conocidos huecos de la persiana.
Como un rito o una extraña costumbre
la escena se repetía, día tras día,
igual siempre a sí misma.
Frente a frente su ventana,
la veía aparecer y bajo la tenue claridad de la luz,
lentamente, irse haciendo desnuda.
Sus ropas caían sobre la silla,
primero grandes, luego más pequeñas,
hasta llegar al ocre color de su cuerpo.
Andando o sentada, sus movimientos tenían
la inútil inocencia del que no se cree observado
y la imprevista ternura del cansancio.
Cuando todo volvía a la oscuridad,
los apresurados golpes del corazón
se aquietaban con una sosegada plenitud.
De quien así, ocultamente deseé,
nunca supe su nombre
y el romper de su risa es aún el vacío.
Sin embargo allí, en la perdida frontera de los catorce años,
por encima del Latín imposible
y de los misteriosos números de la Química,
el temblor detenido de mis manos,
la turbia fijeza de mis ojos sobre ella, permanecen,
dando fe de aquel tiempo, memoria de la carne.
LO QUE QUEDA DESPUÉS DE LOS VIOLINES
Lo que queda después de los violes
XAVIER ABRIL
Cuando te olvides de mi nombre,
cuando mi cuerpo sea sólo una sombra
borrándose entre las húmedas paredes de aquel cuarto.
Cuando ya no te llegue el eco de mi voz
ni el resonar cordial de mis palabras,
entonces, te pido que recuerdes que una tarde,
unas horas, fuimos juntos felices y fue hermoso vivir.
Era un domingo en Hampstead, con la frágil primavera de abril
posada sobre los brotes de los castaños.
Pasaban hacia la iglesia apresuradas monjas irlandesas,
niños, endomingados y torpes, de la mano.
Arriba, tras los setos, en la verde penumbra del parque
dos hombres lentamente se besaban.
Tú llegaste, sin que me diera cuenta apareciste y empezamos a hablar
tropezando de risa en las palabras, titubeantes
en el extraño idioma que ni a ti ni a mi pertenecía.
Después te hiciste pequeña entre mis brazos
y la hierba acogió tu oscura cabellera.
Luego la escalera gris, larga y estrecha,
la alfombra con ceniza y con grasa,
tus pequeños pechos desolados en mi boca.
Sí, a veces es sencillo y es hermoso vivir,
quiero que lo recuerdes, que no olvides
el pasar de aquellas horas, su esperanzado resplandor.
Yo también, lejos de ti, cuando perdida en la memoria
esté la sed de tu sonrisa me acordaré, igual que ahora,
mientras escribo estas palabras para todos aquellos
que un momento, sin promesas ni dádivas, limpiamente se entregan.
Desconociendo razas o razones se funden
en un único cuerpo más dichoso
y luego, calmado ya el instinto
y rezumante de estrenada ternura el corazón,
se separan y cumplen su destino,
sabiendo que quizá sólo por eso
su existir no fue en vano.
CON AROMA DE SAL
Con aroma de sal y húmeda madera golpeada,
con el interminable quebrantar de las olas
y las luces que oscilan lejanas y amarillas
tu cuerpo llega desnudo a mi memoria.
Y puedo repetir, rozar tal vez, la levantada blancura de tu pecho,
tus lentos muslos sobre la arena cálida
la rendida posesión de tu cansancio,
ocultos en la oscuridad, en ella unidos.
Una noche de agosto, frente al mar del verano,
frente a la espuma dorada por la luna,
dos cuerpos, dos garras de ansiedad se abrazaron
y en su unión, también la oscuridad fue estremecida.
Desandada ternura que ahora toco y se escapa
mientras sueño y aun veo el color de tu piel,
la fugaz certidumbre de tu sexo
y como una herida me estremece tu lengua.
Fantasma adolescente que inútil me señalas,
¿Qué haces bajo esta lluvia lejana de febrero?
mientras todas las estrellas de la noche temblando ven tu cuerpo
.............desnudo penetrar en la sombra.
De Los trucos de la muerte (1975):
UN AÑO DESPUÉS DE YA NO VERTE
Éste es el corrido del caballo blanco
que en un día domingo feliz arrancara.
JOSE ALFREDO JIMÉNEZ
Olor de solitario y soledad, cama deshecha,
cegados ceniceros en esta tarde de domingo,
helado soplo de noviembre en el cristal
y un vaso medio lleno de cansancio.
Te escribo por hacer algo más inútil aún
que pensar en silencio o imaginar tu voz,
o escuchar una música herida de recuerdos
o pedir al teléfono un absurdo milagro.
“Éste es el corrido del caballo blanco
que en un día domingo feliz arrancara”.
Éste es el corrido, pero nadie canta,
y un muerto con mi nombre, vestido con mis trajes,
me saluda y observa por los cuartos vacíos,
me mira en la distancia como si fuera un niño
y acaricia en sus dedos un rastro de ternura.
Sobre su frente inmóvil va cayendo tu nombre
y humedece sus labios una lluvia perdida.
Olor de soledad y humo de aniversario
mientras busco, dolorosamente trato de recordar
tus ojos insomnes con su vaho de mendigo,
devorando su luz, ahogando su locura.
Tus dos ojos como picos de presa que se clavan
y rasgan y desgarran la piel de nuestro amor.
Soplo de embriagado recuerdo, agria melancolía,
rescoldo que tu lengua aún enciende
en estas horas de strip-tease solitario
en que celebro en tu derrota todas las derrotas.
Un año después y tu pelo, tu largo pelo
ardiendo desbocado entre mis manos,
clavado para siempre en esta almohada,
recorriendo esta casa, sus rincones y puertas
como un viento insaciable que buscase su fin.
Un año después de ya no verte,
definitivamente talando en tu memoria,
qué real sigues siendo, qué difícil herirte.
La sosegada certidumbre de esta mesa en que escribo
puede tener la pasión estremecida de tu piel
y la ropa que el sillón desordena
puede ahora ocultar el temblor de tus pechos.
Sobre tu seco abierto y tus muslos de arena,
sobre tus manos ciegas que persiguen la noche,
qué triste es el cuchillo, qué aciaga la hoja.
Un muerto con mi nombre y mis uñas mordidas,
un cadáver grotesco, me dicta estas palabras,
me señala en los cuadros, en la pared manchada,
el destino de hoy, de este día cualquiera,
al borde de mi vida, al borde del invierno,
al borde de otro año que empieza con tu ausencia,
al borde de mis ojos y tu voz que ahora escucho.
Un año después de ya no verte,
mientras te escribo, odiando hasta la tinta,
en esta tarde de noviembre, olor de solitario y soledad,
helado soplo en el cristal vacío. Un muerto.
De Desapariciones y fracasos ((1978):
AÑOS DESPUÉS DE SEPARARNOS
Eran dos estrellas sobre un escenario, cada uno
actuando ante un público de dos personas: la pasión
con que jugaban la mascarada creaba la realidad.
FRANCIS SCOTT FITZGERALD
Quedan sí, ciudades, paisajes, sensaciones de calor o de frío,
nieve de Nueva York, implacable sol de Cartagena de Indias.
Quedan cuadros perdidos en museos o en casas,
como postales de otro tiempo, sin brillo,
conversaciones con amigos o tal vez enemigos,
encuentros que un momento dieron valor a nuestra vida,
tardes de toros, películas, canciones,
vasos vacíos, perros, pisos abandonados, artesanías mexicanas.
Queda un escenario perfecto,
con todos los detalles cuidados hasta el límite,
para representar la obra tanto tiempo ensayada,
la pareja estelar triunfadora por fin.
Pero hoy, todos lo saben, ni tú ni yo actuamos.
Y una escenografía, por brillante que sea,
no es nada sin palabras, sin un aliento humano.
Es sólo un hueco inmenso o, seamos modestos,
una gris papelera donde arrojar de golpe
-ni protestas ni aplausos- entradas de un estreno,
viejas fotografías, que a nadie ya interesan, de dos rostros que fueron.
Y las luces se apagan y se cierran las puertas.
ARTE POÉTICA
La larga, lenta lengua de la muerte
ha lamido la mano del que escribe,
lucidez o locura, nadie sabe:
sólo quedan palabras, palabras deshaciéndose.
De Antes que llegue la noche (1985):
IMAGEN RECUPERADA
Los rozados pezones tensos, gotas de agua
en tus pequeños pechos, recorriendo
la oscura raja de tu culo, temblando
entre las olas, bajo la luz de las estrellas,
en el mar tibio de final de verano.
Ahora, años después, esas mismas gotas
resbalan aún por la piel suave de tu vientre, tu escondido ombligo,
el áspero y negro pelo de tu sexo,
frágiles y mínimas, leves huellas de humedad en tus muslos.
Precaria intimidad, imagen recuperada de la vida,
frente a los años, frente al tiempo acosado,
y de repente en tus ojos, relámpago en la sombra,
la luz de aquella noche, en tus manos al aire
aquel galope blanco de la espuma llegando.
De Galería de fantasmas (1988):
EL POETA Y LA MUERTE
Y aunque la vida murió,
nos dejó harto consuelo
su memoria.
JORGE MANRIQUE
Si como afirma Borges todos los hombres
son el mismo hombre, aurora y agonía,
y poco importan sus nombres y sus rasgos,
yo quisiera -olvidando la anécdota banal de mi destino-
buscar en otro rostro a ese único hombre,
otra sombra, otro sueño mejor, igualmente perdido.
Un caballero dispone sus armas,
sus escuderos ajustan la armadura,
se coloca el yelmo, sujeta con firmeza el escudo,
la luz de la mañana es un reflejo metálico del sol,
el tiempo se ha detenido en las gualdrapas del caballo.
Todo esto ocurre en 1479 y aún sigue ocurriendo
frente a las almenas del castillo de Garci-Muñoz.
El caballero blande su espada
en defensa de su lealtad y de su reina,
aún no sabe que su destino termina allí,
en el campo de Calatrava, que no verá otro día.
Entre rasgar de flechas y cascos de caballos,
oliendo a tierra seca y sangre sucia,
quizá recuerde el nombre de Guiomar de Castañeda
y piense, con justicia o con odio, en su enemigo,
el marqués de Villena que le aguarda.
Estruendo de hierro, crujido de huesos, carne desgarrada,
las huestes innumerables, pendones y estandartes y banderas,
los castillos impunables, los muros, baluartes y barreras.
Ha caído la noche sobre el campo arrasado,
la mano que sujetó una lanza, una pluma, un cuerpo de mujer,
está quieta, su mundo se ha borrado,
mientras se escuchan maldiciones y lamentos.
Ahora la muerte le atierra y le deshace.
Si todos los hombres somos el mismo,
elijo, pues es igual uno que otro,
aquel rostro en un campo de batalla,
la máscara del último rictus de su agonía,
el eco de sus palabras que aún se escucha,
un reflejo más digno de la tierra y la nada.
De Los viajes sin fin (1993):
A VECES, MUY RARAMENTE
Cuando poco en la vida nos consuela
del tiempo, ese verdugo indiferente,
a veces, muy raramente, en la monotonía de la noche,
entre repetidos sueños, surge una imagen
que refleja la ilusión que allí dejamos,
y un rostro -su remota apariencia- reconstruye
una intensa instantánea de la felicidad.
Cuando tan misterioso privilegio nos llega,
despertarse después es vivir el infierno:
no aquel juego grotesco de llamas y demonios,
sino el demonio de la luz de nuevo,
el fuego del primer cigarrillo.
De Enigmas y despedidas (1999):
HUMO AL ATARDECER
Después de haber olido el perfume dulzón de la muerte,
después de tantos cuerpos y pasiones y sueños,
miro ahora, sobre la mesa, una copa vacía,
unos libros, papeles en desorden, viejas fotografías,
la luz del atardecer, apagándose en la ventana.
Como en un bodegón de Zurbarán
—la naturaleza muerta, la naturaleza eterna—,
me dejo vivir ya sin preguntas,
mientras el humo del cigarrillo dibuja
todos mis rostros: el que fui, el que soy,
el que seré, en el frágil y caprichoso tiempo.
PALABRAS Y PRESAGIOS
Volver a unos versos de Cavafis, de Eliot,
como quien regresa a una casa que hace años fue nuestra.
Repetir las sílabas, iluminar los símbolos
como cerradas habitaciones, ventanas polvorientas
que ocultan un jardín perdido, árboles de la muerte.
Melancolía del regreso y miedo del vacío,
crujidos de madera, aletazos de sombras
y, de pronto, en un cuarto, perdida
como una vieja copa o un espejo empañado,
encontrar la clave de tu vida.
Palabras que te avisaron: «Un monótono día
sigue a otro igualmente monótono»,
o te advirtieron: «Nacer, copular, morir.
Eso es todo, eso es todo, eso es todo, eso es todo».
Palabras que la vejez y la noche me regalan,
presagios que no entendí, anunciadas derrotas.
LA MEMORIA Y LA MUERTE
Sólo son tuyas -de verdad- la memoria y la muerte,
la memoria que borra y desfigura
y la sombra de la muerte que aguarda.
Sólo fantasmales recuerdos y la nada
se reparten tu herencia sin destino.
Después de sucios tratos y mentiras,
de gestos a destiempo y de palabras
-irreales palabras ilusorias-,
sólo un testamento de ceniza
que el viento mueve, esparce y desordena.
JUAN LUIS PANERO, Antología (1968-2003), Renacimiento, 2003
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