Antonio Colinas (La Bañeza, León, 30 de enero de 1946) es un poeta, novelista, ensayista y traductor español. Ha publicado una obra variada que ha recibido, entre otros galardones, el Premio Nacional de Literatura en 1982.
Datos biográficos
Antonio Colinas Lobato nació en La Bañeza (León) el 30 de enero de 1946, ciudad y territorio leonés con los que, a pesar de su trayectoria viajera, siempre ha estado en frecuente comunicación. Ni su biografía ni su obra se comprenderían sin su comunicación con otras culturas, como las de las dos orillas del Mediterráneo, las de Extremo Oriente o las de la América hispana.
Por tanto, sus raíces telúricas están en el origen, pero él siempre ha procurado proyectarlas, universalizarlas, afán que ha fijado en el contenido y temas de sus libros en varios géneros.
Fiel también a la fusión –por él tan defendida siempre entre poesía y vida, entre la experiencia de vivir y la experiencia de escribir– su obra no podría comprenderse sin esas estancias en otros espacios cuya influencia también ha subrayado el profesor José Enrique Martínez en la edición crítica de “En la luz respirada” (Madrid, Cátedra, 2004). Etapas como las de su adolescencia en el sur andaluz (Córdoba, 1961-1964), Madrid en sus años universitarios (1964-1970 y 1975-1977), París (otoño de 1968), Milán y Bérgamo (Italia, 1970-1974), los 21 decisivos años en Ibiza (Baleares, 1977-1998) o la no menos decisiva estancia de 24 años en Salamanca.
Durante su estancia en Italia trabajó como profesor invitado y Lector de Español en las Universidades de Milán y de Bérgamo. Desde su llegada a Madrid, en el otoño de 1964, tuvo como maestro hasta su muerte a Vicente Aleixandre, futuro Premio Nobel. Algo más tarde sería su maestra también, más en el campo del pensamiento, la filósofa María Zambrano, a la que conoce cuando esta vivía aún en Ginebra. Sobre ella escribiría su libro Sobre María Zambrano. Misterios encendidos (Siruela, 2019).
Sus primeras publicaciones son de 1969 y pertenecen al género lírico: Poemas de la tierra y de la sangre y Preludios a una noche total, aunque su poemario publicado en 2001, Junto al lago, fue escrito en 1967. En 1985 publicó su primera novela, Un año en el sur: Para una educación estética - la continuación de esta fue Larga carta a Francesca (1986). Entre sus traducciones del italiano se encuentran la obra de Giacomo Leopardi y la poesía completa de Salvatore Quasimodo, ganador del Premio Nobel de Literatura. En la prensa han publicado sus colaboraciones diarios como El País, ABC y El Mundo y revistas como la Revista de Occidente y Cuadernos Hispanoamericanos.
Aunque no figura en la antología de Josep María Castellet, se le suele incluir en el grupo de los Novísimos. Es uno de los pocos poetas españoles que cultiva de forma asidua el verso alejandrino. La obra de Colinas presenta amplitud y relativa variedad, ya que ha publicado poesía, novela, ensayo y memorias, además de un tipo de prosa poética y aforística, y ha realizado también numerosas traducciones (entre ellas, muchas de textos poéticos y autores italianos).
En agosto de 2020, 2021 y 2022 se celebraron tres Cursos del Verano programados por la Universidad de León y el Ayuntamiento de La Bañeza en torno a tres temas monográficos sobre el autor: Origen y universalidad, Nuevos géneros, nuevos caminos y De la poesía a la narrativa y al ensayo.
Comentarios sobre su obra
En Antonio Colinas, los críticos han destacado los temas de evocación clasicista, su regusto por lo clásico y por la decadencia material del pasado. Es un poeta de la estética y de la meditación. Su poesía se crea con un halo metafísico, señal que revela su anexión incondicional al pasado. Es tratado, por otra parte, como un poeta alejado del barroquismo y, dentro de los de su grupo, si podemos decir así, es el que más apego guarda con la tradición que remonta a la Antigüedad Clásica, al Renacimiento y al Romanticismo. Se lo considera como el más puro de los novísimos.
Aunque se le ha identificado con los novísimos, se distingue por seguir, prácticamente desde el principio, un camino personal, marcado por su propio instinto literario. Debido a ello, enseguida se singulariza su voz: frente a los excesos vanguardistas del grupo, Antonio Colinas alcanza un equilibrio clásico, nacido de su capacidad para asumir distintas tradiciones poéticas, literarias, filosóficas y espirituales, hacerlas propias y darles un aliento enteramente personal.
Otro rasgo de su obra es la conjunción entre literatura y vida, así como entre la experiencia vital y la cultural: una escritura que nace de la vida, a la que ilumina, da un impulso trascendente e impregna de continuas resonancias simbólicas y metafísicas.
Estilo de Colinas
Sobre el estilo de este poeta ha escrito el profesor José Paulino Ayuso que:
Conviene notar el curso pausado y reflexivo del ritmo, aunque con diferencias de composición. ya que puede escribir un poema breve, casi sentencioso, otro poema más extenso y descriptivo y llegar hasta el poema-libro. Del mismo modo, emplea versos regulares, medidos, como el alejandrino (un libro entero es una unidad orgánica compuesta en alejandrinos, por ejemplo) o elige una forma versal más libre, pero siempre busca el rigor (precisión, austeridad, exactitud, tono) en la construcción del poema y la musicalidad en el lenguaje, que nos acerca al fenómeno del encantamiento: en el lenguaje poético se produce el encantamiento del mundo y de nuestras emociones. Por otro lado, está en él la busca constante de lo esencial, del conocimiento que se desvela y revela y que viene acompañado por la emoción, más aún, por el estremecimiento ante la poesía y ante el misterio que se descubre en ella. Encantamiento y misterio componen los dos elementos esenciales que afloran en esa dicción, ritmo y musicalidad de Antonio Colinas, cuya poesía, de esta manera, ha alcanzado, por el reconocimiento de la crítica, la categoría de una poesía clásica, con el clasicismo propio de nuestra época.
El signo del equilibrio marca también su obra. Equilibrio que no es sino armonización de principios antagónicos, armonía dialéctica. Equilibrio entre la emoción y la meditación; entre la estética (un estilo siempre musical y claro, tendente a la esencialización de la palabra) y la ética (ese poner el dedo en la llaga de los desastres de la historia, de los abusos de un racionalismo estrecho, de la destrucción de la naturaleza.
Premios y distinciones
Premio de la Crítica de poesía castellana 1976 por Sepulcro en Tarquinia
Premio Nacional de Literatura 1982 por Poesía, 1967-1980
Mención Especial del Premio Internacional Jovellanos de Ensayo 1996 por Sobre la Vida Nueva
Premio Castilla y León de las Letras 1998
Premio Internacional Carlo Betocchi 1999 por su labor como traductor y estudioso de la literatura italiana
Premio de la Academia Castellana y Leonesa de Poesía 2001
Leonés del Año 2005 (enlace roto disponible en Internet Archive; véase el historial, la primera versión y la última).
Premio Nacional de Traducción 2005, concedido por el Ministerio de Asuntos Exteriores de Italia, por su traducción de la poesía completa del Premio Nobel Salvatore Quasimodo
"Alubia de Oro", galardón que reconoce su título de "Personaje Bañezano del Año 2006", creado por el semanario El Adelanto Bañezano
Premio Leonés del Año 2006 (concedido por la Cadena Ser)7
Pregonero Vitalicio de la Feria del Libro de Salamanca, 2008
Hijo Adoptivo de Salamanca, 2011
X Premio de la Crítica de Castilla y León, 2012
Premio de las Letras Teresa de Ávila, 2014
Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2016
(Sacado de https://es.wikipedia.org/wiki/Antonio_Colinas )
*
Algunos poema de Antonio Colina:
De Sepulcro en Tarquinia (1970-1974):
SIMONETTA VESPUCCI
Il vostro passo di velluto
E il vostro sguardo di vergine violata.
Dino Campana
Simonetta,
por tu delicadeza
la tarde se hace lágrima,
funeral oración,
música detenida.
Simonetta Vespucci,
tienes el alma frágil
de virgen o de amante.
Ya Judith despeinada
o Venus húmeda
tienes el alma fina de mimbre
y la asustada inocencia
del soto de olivos.
Simonetta Vespucci,
por tus dos ojos verdes
Sandro Boticelli
te ha sacado del mar,
y por tus trenzas largas
y por tus largos muslos,
Simonetta Vespucci
que has nacido en Florencia.
GIACOMO CASANOVA ACEPTA EL CARGO
DE BIBLIOTECARIO QUE LE OFRECE, EN BOHEMIA,
EL CONDE DE WALDSTEIN
Escuchadme, Señor, tengo los miembros tristes.
Con la Revolución Francesa van muriendo
mis escasos amigos. Miradme, he recorrido
los países del mundo, las cárceles del mundo,
los lechos, los jardines, los mares, los conventos,
y he visto que no aceptan mi buena voluntad.
Fui abad entre los muros de Roma y era hermoso
ser soldado en las noches ardientes de Corfú.
A veces he sonado un poco el violín
y vos sabéis, Señor, cómo trema Venecia
con la música y arden las islas y las cúpulas.
Escuchadme, Señor, de Madrid a Moscú
he viajado en vano, me persiguen los lobos
del Santo Oficio, llevo un huracán de lenguas
detrás de mi persona, de lenguas venenosas.
Y yo sólo deseo salvar mi claridad,
sonreír a la luz de cada nuevo día,
mostrar mi firme horror a todo lo que muere.
Señor, aquí me quedo en vuestra biblioteca,
traduzco a Homero, escribo de mis días de entonces,
sueño con los serallos azules de Estambul.
FIÉSOLE
La Limonaia
Bien sabes que la tarde está vencida.
La ves cómo levanta las últimas palomas
del cipresal, cómo en un estertor interminable
aún vibra en cada pino.
Su ardor va por las lomas y allá abajo
deja su oro mejor entre las cúpulas del Arno.
Qué solemne tensión bajo tus ojos
cuando llega la sombra en oleadas de perfumes
y entreabres tus dos labios, solamente
para no decir nada, para mortificar a la Palabra.
Ibas por un momento a preguntarte
si tiene edad la noche en estas lomas.
Luego, te despreocupas, tú que tienes,
como ave, un caracol entre las manos
que, manso, haces sonar sobre Florencia.
NOVALIS
Oh Noche, cuánto tiempo sin verte tan copiosa
en astros y en luciérnagas, tan ebria de perfumes.
Después de muchos años te conozco en tus fuegos
azules, en tus bosques de castaños y pinos.
Te conozco en la furia de los perros que ladran
y en las húmedas fresas que brotan de lo oscuro.
Te sospecho repleta de cascadas y parras.
Cuánto tiempo he callado, cuánto tiempo he perdido,
cuánto tiempo he soñado mirando con los ojos
arrasados de lágrimas, como ahora, tu hermosura.
Noche mía, no cruces en vano este planeta.
Deteneos esferas y que arrecie la música.
Noche, Noche dulcísima, pues que aún he de volver
al mundo de los hombres, deja caer un astro,
clava un arpón ardiente entre mis ojos tristes
o déjame reinar en ti como una luna.
POSEIDONIA, VENCEDORA DEL TIEMPO
dudo que sean los hombres
los que han hecho brotar llamas de piedra
de este suelo
pero sin duda son bocas divinas
las que han hablado al mar desde este monte
en donde vibra denso el birimbao
del pastor y tan sólo quedan restos
de una bárbara, herbosa arqueología
porque también este remanso está
abocado a la muerte
pienso que los humanos no desnudan
bastante sus palabras, ni sus hábitos,
ni hacia los astros tienden ya las manos
llegada la hora de la destrucción
Poseidonia es semilla y hecatombe,
acaso sólo espacio en el que arde
viciosamente el tiempo de los hombres
SEPULCRO EN TARQUINIA
E loderó quella che più mi piacque
delle tue donne morte
e il tenue riso ond'ella mi delude
e l'alta imagine ond'io mi consola
nella mia mente
......................................................
e il sogno di voluntà che sta sepolto
sotto le pietre mute
G.A.
Poi mi partia, consumato ogni duolo
DANTE
se abrieron las cancelas de la noche,
salieron los caballos a la noche,
campo de hielos, de astros, de violines,
la noche sumergió pechos y rosas,
noche de madurez envuelta en nieve
después del sueño lento del otoño,
después del largo sorbo del otoño,
después del huracán de las estrellas,
del otoño con árboles dorados,
con torres incendiadas y columnas,
con los muros cubiertos de rosales
tardíos
y tú en aquel tranvía salpicado
a la orilla del agua por las barcas,
por las luces
y el viento y los faroles y los remos,
aquel rostro otoñal que no vería
nunca más, amor mío, nunca más,
detrás de los cristales del tranvía
con un sueño de potros en los ojos,
con un hato de ciervos en los ojos,
con un nido de tigres en los ojos,
y con la bruma de los cementerios,
y con los hierros de los cementerios,
y con las nubes rojas allá arriba
(encima de cipreses y aves muertas,
del tomillo y los búcaros fragantes)
de los cementerios
navegando en tus ojos
se abrieron las cancelas a la noche,
salieron los caballos a la noche,
se agitaron las zarzas del recuerdo,
pasó un desierto (el mar) por mi recuerdo,
lloraba aquella niña en el camino
lleno de cruces
si me vieras junto a esta mesa oscura
con la manta y los vidrios de colores,
con el fuego apagado, sin más fuego
que éste de aquí del pecho, de aquel otro
de tus días pasando apresurada
hacia el lago y la noche y los jardines,
si me vieras,
si supieras:
ataron los leones con cadenas,
les metieron argollas por las bocas,
alguien llenó de plomo cada tubo
de la fuente y el agua de la taza
de mármol,
el agua de la taza sonrosada,
el agua de aquel mármol veteado
como serpientes verdes, como sierpes,
la envenenaron toda y allí está
muerta como las hojas que cayeron,
amordazada como los leones,
llena de argollas y de soles muertos,
llena de sol y lunas ateridas
debieron de robarles la custodia,
los hachones de oro y aquel cáliz
de ónice y pedrerías muy hermoso,
debieron de picar todos los techos,
artesonados, púlpitos, altares
(Tiziano, viejo amigo, había lienzos
cubriendo las paredes y se abrían
las tumbas que ya estaban expoliadas)
todo cayó en efecto, había una música
y una luz en ojivas y arquitrabes,
Lentz, Scarlatti, Telemann, Vivaldi,
techos llenos de frescos, los sagrarios,
las ancianas maderas aromadas,
carcomidas, lustrosas, de los coros,
el retablo, las losas, las trompetas,
el tropel de los ángeles, a veces
un son de mandolino, aquella virgen
de Botticelli con tu rostro, violas
temblando en nuestras venas y un gran coro
tronando enfurecido con el órgano,
con el corazón
el corazón, el corazón, salías
sin saber que ya todo había acabado
a la noche de entonces, tan beoda
se diría, con los cabellos sueltos,
tan sofocada y tímida, tan triste,
la música te hacía estremecer,
si llorabas las calles empedradas
te sentían pasar,
había un eco puro si llorabas,
algún jardín que daba pena verlo,
si llorabas
la ciudad encendía sus bujías,
todo era de metal, la Vía Láctea
crujía si llorabas, el abrigo
azul marino, la capucha alzada,
bajando muy despacio cada losa,
muy deprisa frente a las hornacinas,
si llorabas...
no eras feliz entonces, yo diría,
después de los conciertos, yo diría
que tu piel era suave como un cetro,
como un cetro preciada y dura y firme,
qué caja de viola todo el vientre,
yo diría
que un órgano sonaba por tus venas,
quién lo diría, todos te miraban
cruzando las murallas, bordeando
el teatro romano, si llorabas
adelfas en la sombra te sentían
pasar, cuánta frescura, crepitaba
la grava del sendero, eran tus pasos
si llorabas, eran tus ojos de ágata
los que soñaban una escena fúnebre
entre aquellas columnas abrasadas,
si llorabas
había rojas túnicas prendidas
en las zarzas, un bosque amaneciendo,
un bosque de cipreses encendidos
y sangre en aquel busto destrozado,
después del río te perdías lenta,
llovía lentamente si llorabas
o un huracán reinaba en la ciudad
y yo nunca sabía a dónde ibas
si llorabas
(mil ramas tronchó el viento en la espesura,
ramas de pinos, de manzanos, de álamos,
mórbidos frutos, mazos de rosales,
tronchó estatuas dejando cada fuente
repleta de agua verde y azufrosa,
arrancó campanillas y parterres,
el viento abrió ventanas en lo negro
y un torbellino de perfumes agrios,
un huracán de flores machacadas,
un resplandor de flores violetas
invadió las estancias de la villa,
mil ramas tronchó el viento en la espesura
y después de la lluvia violenta,
del ozono mordiendo los cristales,
después de los caballos alocados
brincando por los prados como llamas,
goteó el bosque lleno de lujuria,
se llenaron de estrellas los tejados,
tembló la fría luna en cada charca,
un violín amordazó la noche,
en Bérgamo, después de la tormenta,
un cisne flota en música de Liszt,
hunde su pico rojo en agua oscura
bajo los pinos ebrios de perfume,
como un blanco relámpago se mueve,
agita los laureles con sus alas,
grita alocado por estrellas húmedas,
Bérgamo crece en yedras, crece en ruinas,
la están ahogando bosques de castaños,
faroles amarillos y cerezos,
cisne: bulbo de nieve y lluvia y música,
con la cabeza derrotada y fláccida,
con la cabeza rota sobre el mármol,
su cuello es una flor mórbida, exótica,
cisne mío, mi juventud dichosa
expirando a los pies de Donizetti)
si me vieras ahora junto al fuego,
penetrado de ti, de tu memoria,
hay tanta nieve fuera y sin embargo
aún pasa por mi mente aquella villa
de Catulo que imaginamos juntos,
no la villa con ruinas de Sirmione
con música ligera y gente rubia
bailando sobre el puente hecho de barcas,
no donde Joyce y Pound se han encontrado
(debieron de ser dulces los olivos
de entonces, cuando el lago devoraba
el sol y era de fuego cada ola,
olas de verde fuego, cuántos peces
desde los miradores y qué hermosas
las doncellas del templo y de los baños,
Sirmio, Sirmio de entonces, la dilecta
entre las islas bellas de aquel lago,
cuando la flor llegaba a los almendros
tú, Catulo, poeta de Verona,
viajabas hasta Asia, Sirmio, Sirmio,
llena de labios rojos y de cráteras)
hay tanta nieve fuera y sin embargo
no me distraen los perros de aquel sueño
todo de ópalo y nubes diamantinas,
no me distrae la última manzana
que se niega a caer, ni los ramajes
llenos de cuervos del nogal, ni el aire
cuajado de humo, ni las alambradas,
ni la gallina muerta en el sendero
esta noche pasada, ni los cerdos,
ni sus entrañas rojas goteando
sobre la nieve, sangre tan violenta,
pero me llega otro recuerdo, tengo
Lln recuerdo de sangre más valioso,
y qué dulce y qué triste recordarlo
aroma de las hojas que no ardían,
la Venus mutilada del jardín,
los sátiros de piedra en la escalera,
los perros del guardián y luna fría
besando los parterres y las torres,
en aquel pabel1ón viví otra vida,
si llegabas de noche entre los pinos
brillaban a lo lejos los faroles,
sus galerías de cristal azul,
dentro los candelabros y la música
del piano perfumado de mimosas,
el cuadro aquel de la laguna Estigia
(el Patinir de los verde-manzana)
las muchachas más jóvenes bebían
las notas de Chopin y se olvidaban
del champagne espumoso de las copas,
las coronas de rosas se pudrían
sobre sus frentes de marfil y fiebre,
ellos tenían libros en las manos
que nunca terminaban de leer,
les inquietaban las estrellas húmedas
y el grito de los cisnes en el lago
les anunciaba el paso de la muerte,
la enfermedad y el Arte y el deseo
y el no poder besar aquellos labios
sin pensar en las flores de la sangre,
sospecha de las barcas en la orilla,
chapoteo en los juncos de los remos,
cada noche llegaba la visita
de la Muerte con rostros diferentes,
se enlutecía el son de la viola,
en el aire quedaba la amenaza
y un murmullo de ramas en lo oscuro,
pavos reales de luz de madrugada,
ruido de campanillas en el claustro,
azucenas tronchadas en la senda,
rojo cojín para aquel joven rubio
que nunca echó las cartas que escribía,
ataúd blanco para una dama triste
hay tanta nieve fuera y sin embargo...
ven, pájaro enjaulado, veo un poco
de mí posado en tus dos ojos mínimos,
ven pájaro llegado con la lluvia,
déjame que me mire, casi dos
negrísimas cabezas de alfileres
son tus ojos y quiero verme en ellos,
hecho para la Muerte cantas menos
mientras me entregas tardes abrasadas,
quisiera apresurarme, tienes todo
lo que perdí en tus ojos, concentrado,
lucha el sueño y la muerte en esta estancia,
luchan quince estaciones en mis ojos,
mis últimos recuerdos, mis ensueños:
luego que abriera el Arca recibió
Noé un fétido viento entre sus ojos,
¿ves? Valle Inclán enciende fuegos verdes,
que cante siempre el pájaro de invierno,
¿de qué te quejas, Beatrice d'Este
si tienes un vestido hecho de oro?,
bajaron a segar aquel verano
los ángeles: dormían junto al pozo,
después de la tormenta un caballito
rojo pace en el prado azul-lunar,
se había llenado el patio del convento
de leones amansados y jilgueros,
tú eres una doncella de Crotona:
¡si no supieras que existe el Amor!
Dufy al andar dejó huellas moradas,
Pinki amó el huracán, la luz del bosque,
Bucintoro, no llegues con el sol,
no dormí aquella noche y con el alba
llamaron a la puerta, cuando abrí
sobre la escarcha había una flor de almendro,
la enterraron bajo un manzano enorme,
un fragor de bambú sagrado y lotos,
no se reconocía viendo el sol,
se vio desnuda: ardió como una zarza
tú me entregabas lo desconocido...
¿recuerdas aún la historia del sepulcro?
entre el mar y las selvas de Tarquinia
alguien abrió el sepulcro de un guerrero
oculto desde el día de su muerte
(etrusco noble bajo las raíces
de almendros y olivares endulzados
por la honda primavera de Tarquinia)
a golpe de piqueta entraba el aire
en aquel tabernáculo de sombra,
de milenaria piedra resonante,
entraba el aire y todo se mutaba
en polvo negro y sacro que no hedía,
se derrumbó la curva de aquel pecho,
el cerco de la boca, la alta frente,
la enlutecida noche de los ojos,
hasta los brazaletes de buen oro
se hundían en cenizas al tocarlos,
sólo unas corrompidas vestimentas
y una hecatombe de armas oxidadas
quedó sobre el montón de polvo fúnebre,
sobre las cuerdas rotas de los brazos,
(primavera en Tarquinia sepultada)
se marchitó la fiebre del guerrero,
el tiempo sepultaba un lirio joven
bajo los negros pinos,
primavera en Tarquinia...
mientras arriba rasgan los arados
pedregales ardientes, espinosos,
mientras penetra el sol en lo más lúgubre
de la gruta del cíclope y resuena
el mar como una ruina en los cantiles,
abajo, en el sepulcro descubierto,
los ladrones de tumbas merodean,
meten sus uñas entre las cenizas,
rompen los vasos, buscan aquel oro
que el tiempo no perdona
(se levanta la noche lentamente
del lago Trasimeno, los olivos
saben a Dios, sollozan hondos, mansos,
bajo la luz de plata y esmeralda,
subiremos a Gubbio en el ocaso,
aún hay nieve y ya cuánta primavera,
el rebaño de cabras rumia siempre
abajo, entre las ruinas de los templos,
abre, Noche, tus alas sobre el claustro
de San Damiano y las torres de Assisi,
deja en el aire el cuerpo de la Umbria,
pobre Francesco, cuánta llamarada
de sangre inútil, tu sayal, tus manos
bajo un techo de estrellas temblorosas)
tú me entregabas lo desconocido...
estás allí, remota y entrevista,
enterrada en la tarde de septiembre
bajo una lluvia de campanas muertas,
bajo un monte de higueras venenosas,
te recuerdo
bajo una lluvia de campanas negras,
bajo una lluvia de campanas lentas
te arropabas las tardes del invierno,
si posara en tus venas una mano
sentiría la noche y sus campanas,
cuando callas: campanas expectantes,
si me sueñas, si esperas, te hallaré
enterrada bajo una losa fría
que desgastó la lluvia hecha de bronce,
morir contigo en esta tarde única
cantando en las murallas sonrosadas
por las luces más frías del invierno,
bajo una lluvia de campanas negras
rueda la tarde como un casco de oro
sobre la filigrana del asfalto
golpeando las esquinas y las rejas,
serás el fuerte polen de la noche,
el cristal de la tarde, la tormenta
de música que Mozart compusiera
el día de su muerte y que no oímos,
mereces la visita de la luna,
tienes una azotea en cada ojo,
abres los muslos, abres las dos manos,
tus dos pechos apuntan a la nieve,
tu vientre es una zarza a medio arder,
¿son ramos o racimos esos labios?
morir sin estrujarlos qué delicia,
verte pasar como un río colmado,
ser ajorca en tus pies, en tu muñeca,
no besar esos labios, no creer
que esa boca te pertenece, es tuya
y no racimo que se muerde y pasa,
pasa, mujer, como una ola en lo oscuro,
pasa, mujer, como la noche pasa,
Amor tiene en los labios cicatrices,
morir sin poseerte qué delicia
tú me entregabas lo desconocido,
a qué bosques, a qué palacios altos
me llevabas cuando nos encontrábamos,
a qué ácido estanque, a qué palmeras,
a qué tardes de espinos enlunados,
a qué nave sin rumbo en la negrura,
a qué jardín desconsolado y hondo,
a que terrazas...
llegaste entre las tumbas de Torcello,
alta, con la cabeza llena de oro,
tus pies descalzos recorrían Torcello,
la yerba rumorosa de serpientes
(antes de que se hundan estas islas
-dijiste- has de cantar su pesadumbre,
su belleza, sus sueños enterrados)
entre tantas estatuas destrozadas
sólo tu mármol palpitaba cálido,
tus dos pechos gloriosos y aquel vientre
mórbido y musical como una luna,
y entre las torres, desde la atalaya,
llena de capiteles y de flores,
contemplabas la mar con calma inmensa
mientras ibas tejiendo con la hiedra
una grave y bellísima corona
que, ante mis ojos, arrojaste luego
a la mar
fue aceitosa la noche, entre las cañas
vimos partir sin luz la última nave,
era el nuestro un suicidio acariciante,
oscuridad profunda y untuosa
de los canales muertos, las iglesias
bizantinas con medio metro de agua,
qué acariciante muerte, qué dulcísimas
lámparas de la pesca en la laguna,
Burano, San Francesco del Deserto,
Murano, los palúdicos aromas
de las islas, las ruinas fantasmales,
un infinito gozo y una música
hecha con el silencio de la mar,
fue aceitosa la noche, entre las cañas
vimos partir sin luz la última nave,
toda la isla nuestra, cuánto éxtasis
entre pagano y místico en los ojos,
creíamos aún en la belleza,
íbamos a enterrar la voluntad
bajo la yerba muda de la isla
debes saberlo ahora que recuerdas:
jamás llegará nadie a este lugar,
aquí nos trae el mar los peces muertos
y no hay más vida que la de las olas
estallando en la noche de las grutas,
soñarás una barca cada noche,
soñarás unos labios cada noche,
en vano escucharás junto a las rocas,
jamás llegará nadie a este lugar,
recorrerás las salas del convento,
escrutarás la faz de la Diana,
los gatos mirarán la fría aurora,
habrá un fresco con grumos de salitre
en la critpa, sin techo del castillo,
el huracán arrancará geranios,
jamás llegará nadie a este lugar,
jamás llegará nadie a este lugar
y las gaviotas me darán tristeza
Monterosso al Mare, 1972
VENÍA UN VIENTO NEGRO...
venía un viento negro de encina
sobre las uvas, hasta nuestra zarza,
el candelabro de la tarde alzaba
sus brazos, los fundía la cruenta oscuridad,
la herrumbre en Piñotrera, el hálito
fétido de las urnas, el bronce corrompido
(todavía debemos esperar; nos lo ordena
el pulmón en tensión, el aire antiguo)
hay un imán inmenso dentro de la montaña,
aletea beodo cada pájaro, es tarde
para encontrar la senda
cubre el cielo
la mortaja de lino de la sacerdotisa,
la túnica granate del centurión
NECRÓPOLIS
aquí el centinela vigila la necrópolis,
aquí puertas de piedra sólo abiertas al alba,
aquí la sala para los esclavos que esperan
con la sal y la leña para los sacrificios,
aquí el olor de aceite y de flores bravías,
aquí la fresca gruta en estío y el cálido
refugio para lobos y liebres en invierno,
aquí donde la noche, de puro impenetrable,
sólo es rota por lámparas muy tristes y tambores,
aquí la terracota que no ha visto la nieve,
aquí el cuenco, la piedra para majar la grasa,
aquí ánforas de trigo negras por el gorgojo
y el último de agosto con cáscaras doradas,
aquí las huellas tiernas en el húmedo barro,
aquí el primer cadáver irreverente, enorme,
el romano aguerrido de las tropas de Augusto
y el bastón y la huesa del bárbaro celoso,
aquí los idolillos de piedra sin cabeza,
aquí donde no entró un labio de mujer,
aquí el grito, los rezos al dios de la negrura,
aquí el ara y la sangre no sabemos si humana,
aquí la tosca cátedra de los astros hambrientos,
aquí la sala grande y las mil hornacinas,
los cantos arrojados por las manos sin nombre,
la honda desolación de las vasijas rotas,
la tremenda hecatombe de las santas ceniza
MYSTERIUM FASCINANS
viene la noche hasta las piedras,
viene la bl'isa oscura a acariciar el lomo de las piedras,
blanda la piedra por el beso
con sabor a siglos
piedra junto a la piedra van negando
el Caos, lo impenetrable,
sube un rumor de piedras desde el río
y de la nieve escasa va llegando
a la mies
la voz o la dureza de la piedra
porque la noche como piedra rueda
aquí, donde gravita el corazón,
y el Cosmos calla a veces
para que la palabra se propague
como piedra infecunda
silencio, nos decimos, escuchemos
qué es lo que trae el aire:
y un silencio de piedra va y conmueve
los ramos de la noche, las zarzas de la noche,
los ojos con espanto o con luna del rebaño,
un silencio que crece
y que materializa en cúpulas y ojivas
el sueño de los hombres,
trae música el silencio de la piedra,
remota orquestación
con fiebre va y asciende
-¡oh plata que arde al sol de madrugada!-
la luz burila limbos en la piedra,
teje aves, abejas, hojarascas,
reverbera el buen barro
como la hoguera humilde,
tensos tiemblan los fustes
o gira el rosetón con turbulencia de astro
se hace y se deshace el tiempo,
cada robusto muro,
se funden las vidrieras,
en su luz cae la luz o cae la escarcha,
acaso cae la nieve en los inviernos
y van brotando soles del vacío,
coronas luminosas de las sombras
(para escrutar la vida hay que fundarla
y que fundamentarla
en un Orbe,
¡fascinante misterio!
ya suba el alba como un ángel frío,
ya se inflame la tarde en las veletas,
ya se bese la noche con el agua,
aquí, en la catedral,
el Tiempo dormirá en el astrolabio)
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