MIGUEL SÁNCHEZ GATELL (1965-

Gracias, Lluvia. Ya sabes el refrán: "palos con gusto no duelen."

Besos.

Sigo.

MIGUEL SÁNCHEZ GATELL (1965)

CONFESIONES, RENUNCIAS

XV

Entre pulsos y árboles hay ciudades de tiza
que se beben su música en largas conversaciones,
ciudades como láminas llorosas y delgadas,
que generan el tiempo y se ahogan en su frío.
Con todos sus hombres de manos imperfectas
y todas sus mujeres a partir de la lluvia.

Yo conozco mujeres que se cansan del verano,
de preguntar por la luz inconsciente
y de estar vivas los jueves por la tarde
arrimadas a un mundo de datos de agua,
de flores que son flores sólo cuando se sueñan.

Y yo, sordo de luz, prefiero esas mujeres
de polvo, de caña, de inevitable barro,
aunque a veces me hablen tranquilas de la muerte
-perfectas en sus voces, me entendéis-
de la muerte y sólo de la muerte.

MIGUEL SÁNCHEZ GATELL (1965)

CONFESIONES, RENUNCIAS

XVI

La tiza. La paciencia
del árbol.
O ella o el crepúsculo.
La luz es un poema,
un estrépito,
un gato.
Está girando por el cielo un grito
denso. Búscalo en cualquier verso.
Continuamente
haces ruido de acero enamorado.
Todos los hombres están bebiendo agua,
están amando, mirándose,
están a punto de morirse para siempre.
Yo mastico mis dientes,
me quemo el pecho en una isla,
en una sola isla.
Voy a empezar a contar los huesos,
los troncos de los árboles,
y las palabras que oigo desprenderse del cielo.
Luego sumaré muertos,
alguien llorará para reconocerlos.

Qué triste es acabarse sin mancharse de barro.

MIGUEL SÁNCHEZ GATELL (1965)

CONFESIONES, RENUNCIAS

XVII


Decidme
qué es la tierra.
Yo casi no conozco su sabor imperfecto.
Sólo sé hablar de las velocidades,
de la noche cruzando

¿Por qué lloras, José?
¿Por qué te acabas así, antes que el cielo?

Porque no puedo ya con los minutos
y se me pierde el alma por el viento.

¿En qué piensas, José?
¿Qué es esa luz que escondes?

Tengo miedo de perderme por el aire.
¿Es que no te das cuenta de la noche?

¡Ay, José, que te acabas!
Sobre tu cuerpo inmóvil y vencido,
ya sin velocidad,
otra vez, amanece.

MIGUEL SÁNCHEZ GATELL (1965)

CONFESIONES, RENUNCIAS

XVIII

Voy a seguir llamando a todas las puertas
el tiempo que sea necesario.
Es demasiado fuerte el crujir de las cosas
sobre la soledad absoluta de la tierra.

No sé que sigifica que no existe la tarde,
que pase de puntillas mientras miro mis manos
o que de pronto estalle al borde de los ojos
un inmenso silencio de playa perseguida.
Voy a ofrecer mis brazos como ramos de vida y
- - - / sin esfuerzo
para intentar mancharme las manos de ciudades
y mostrarlas, desnudas, ante el mundo.

A veces veo manchas de sangre entre las cosas
cuando me enfrento al tiempo o a la carne de barro.

MIGUEL SÁNCHEZ GATELL (1965)

POEMAS DE LA SAL

XIX

Es la gota breve en que el mar se resuelve,
la íntima perfección de ciertos besos,
y no hay amor posible sin vuelos de gaviotas,
sin vuelos de gaviotas como ríos que empiezan.

Qué tremenda decisión perderse hacia la luna,
repetir el ocaso cercano a la saliva,
y morderse,
morderse con seguridad los labios hasta sentir
que, como yo, se incluyen en el mundo.

Todo, en fin, me rodea con forma exacta y lógica,
mis brazos y mis piernas se parecen al aagua
en su ascensión impura hacia muchas superficies.

Qué nacimiento, qué improvisación de lluvia fría,
qué lentitud de formas caídas en mis manos,
qué constancia de estrellas me estructura.
Azul, azul, como ciertas lecturas de los dioses.

MIGUEL SÁNCHEZ GATELL (1965)

POEMAS DE LA SAL

XX

Una mujer recortada contra el mar,
dura, firme en su vital respiración de enredadera,
abandonando sus manos vivas como absolutas existencias,
llegándose, sintiéndose vivir en ciertos límites.

Apenas definida, masticando sus concretas alucinaciones,
inesperadamente ardiente como ciertos lutos,
vencida por el mar en su herida constante.

Porque es una mujer herida incluso en su sonrisa
/ hacia los pájaros,
sus vivos pies de carne lo confirman,
su obligatoria circunstancia de sangre,
sus tobillos desnudos como inevitables referencias.

Yo la siento respirar y dividirse,
ofrecer sus humanos racimos a gaviotas inconstantes,
entretener el sol en su atmósfera de diosa.
La mujer que viaja dentro de la mañana,
la mujer que viaja y late sin inquietarse,
queriendo ser cierta unión de mar y olvido blanco.

Es una mujer de ternura perfecta,
de pulso decidido y de manos capaces,
de ternuras capaces y ciclos infinitos.
Todas las ventanas de su sangre están abiertas
y hay algo que vuela y levanta
sus conjuntos de olvido apenas expresado.

POEMAS DE LA SAL

XIX

Es la gota breve en que el mar se resuelve,
la íntima perfección de ciertos besos,
y no hay amor posible sin vuelos de gaviotas,
sin vuelos de gaviotas como ríos que empiezan.

Qué tremenda decisión perderse hacia la luna,
repetir el ocaso cercano a la saliva,
y morderse,
morderse con seguridad los labios hasta sentir
que, como yo, se incluyen en el mundo.

Todo, en fin, me rodea con forma exacta y lógica,
mis brazos y mis piernas se parecen al aagua
en su ascensión impura hacia muchas superficies.

Qué nacimiento, qué improvisación de lluvia fría,
qué lentitud de formas caídas en mis manos,
qué constancia de estrellas me estructura.
Azul, azul, como ciertas lecturas de los dioses.



¡Belleza!
Y de tal palo, tal astilla, eso dice el refrán. Su madre; ¡Grande! Él, igualmente gran poeta.
Gracias, amigo.

Gracias, Lluvia. Efectivamente, buenos son los dos. Por eso que andemos con ambos.

Besos.

MIGUEL SÁNCHEZ GATELL (1965)

POEMAS DE LA SAL

XXI

Con cierta voz de mar, establecido en el naufragio
- - - / lento,
queriendo parecerme a las gaviotas en su seguro
- - - / huir desde la muerte,
atravesado por una luna que no existe,
por la luz ingrávida de peces invisibles y otras
- - - / batallas hondas,
con cierta lentitud de agua, atreviéndome a ser
- - - / sílaba,
inaugurando la luz de los ámbitos,
voy aprendiendo un extraño lenguaje de ola,
una actitud de mar,
los breves acontecimientos que ocurren en mis
- - - / manos.

Qué claridad, qué intensa claridad me acumula a la
- - - / tierra,
como a un elemento exclusivamente vivo, ahistórico,
- - - / de latido perfecto,
y me ensancha un duro discurrir de tinta, de
- - - / auténticas y breves felicidades,
una humana expresión que me puebla, y me reúne a
- - - / los cadáveres.

Me gusta que me duelan a veces los pies, me gusta
- - - / admirar su tensión casi heroica,
su calidad de chorro lácteo, su brutal ascensión,
su decisión de sangre y su temor a la muerte,
su temor casi infantil  a la muerte, su exacto
- - - / nerviosismo,
su fraternal amor hacia las caracolas.

Junto al mar hay mujeres que trabajan con la sal y la sangre,
que unen sus dedos blancos a la sal y la sangre,
mujeres que aún asocian las olas con los besos, el
- - - / agua con los besos, los barcos con los besos,
y yo sé que esas mujeres han perdido el amor,
lo han perdido en cualquier ola cuyo origen no
- - - / importa,
lo han perdido como un suspiro indefinido,
como algo que se asocia a océanos exactos.

Y entre tantos orígenes y divisines de la niebla,
entre mujeres que miran y entre gaviotas cuyos
- - - / vuelos yo trazo,
entre tanta materia capaz de dividirse,
entre tanta muerte posible escribo poemas,
escribo largos poemas o recompongo espacios,
espacios de sal infinita y arena repetida,
y rocas repetidas y ofrecidas al tiempo,
me gusta darme cuenta de la existencia blanca de mis manos,
de su humana redondez indefinida,
y, sobre todo, me gusta suponer,
adivinar ciertas conversaciones vegetales,
pensar que hay labios que no conocen la muerte,
o interpretar la lluvia como un llanto colectivo,
como una dispersión de cuerpos apagados.

MIGUEL SÁNCHEZ GATELL (1965)

POEMAS DE LA SAL

XXII

A través de árboles,
de pájaros ciegamente giratorios,
a través de colunas de sal y acantilados grises.
agigantado tiernamente por el mar las cosas me descifran,
giran en torno a mí como absolutas biografías de mi cuerpo.

Es una sensación de mariposa muerta,
un temblor premeditadamente vivo,
una decisión de jinete azul hacia la vida, hacia
  / otras brevedades,
una constante incorporación de pétalos y cruces.

La verificación del tiempo es, como suele decirse,
  / dolorosa,
y su raíz es larga y su fuerza es abrupta,
y hay ciertas direcciones que mi piel reconoce,
que mi latido asume y mi carne interpreta.
Hay certezas de tiempo en el ofrecerse del océano,
en la forma en que los niños se mojan los pies
  / en las playas
y en la forma en que bebe el viento su cerveza negra,
su tremenda dosis de cansancio heredado..

Es una costa larga de rocas y de meses,
de meses y de agua y extensiones sordas,
las conversaciones de la muerte,
las conversaciones amarillas que tienen los hombres
 / sobre la muerte,
el peso siempre triste de las piedras,
la soledad de gato de las fotografías.

MIGUEL SÁNCHEZ GATELL (1965)

POEMAS DE LA SAL

XXIII


Hay preguntas y luces queriendo oxidarse,
preguntas que intentan ser sólo tierra sola,
preguntas de agua en las costas opacas,
en la calle, dentro de las casas sin ventanas,
preguntas descolgándose desde los edificios,
arrastrando sonrisas partidas y niños asustados,
preguntas que hieren ángeles atrapados por un cielo imaginario,
preguntas revolcándose en los ceniceros, reales y agónicas y sucias,
brutalmente reales como un golpe caliente en los ojos.

Después de mirar largamente mis manos durante una noche sin cielo posible
veo ciertas reuniones de sal amordazada,
ciertas opacidades lentas de la luna,
y sé que el amor es parecido al sonido de las tejas,
al ruido sin dientes de las madreselvas arrancadas,
sé que comparte su velocidad con el invierno,
y por eso hay hombres muertos en las ventanas
con los ojos vacíos en todas las ventanas,
con un miedo infantil hacia las mariposas
y una tristeza eterna de caballo y ventanas.

Hombres atravesados de guerra y de cuchillos,
alucinando con la muerte de las piedras,
recordando amigos muertos y emigraciones de golondrinas,
quemando sus relojes en una hoguera del cielo,
acumulando sombras y gritos en las plazas,
hombres, hombres, exactamente hombres,
y niños que lloran con el paso de los meses.

Son verdaderas joyas estos versos.
Gracias, querido amigo!!!!!! Te sigo con mucho gusto.
Besosssssssssss

Hombres atravesados de guerra y de cuchillos,
alucinando con la muerte de las piedras,
recordando amigos muertos y emigraciones de golondrinas,
quemando sus relojes en una hoguera del cielo,
acumulando sombras y gritos en las plazas,
hombres, hombres, exactamente hombres,
y niños que lloran con el paso de los meses.

Tremendo!
Gracias, Pascual.

Gracias, Cecilia. Te doy toda la razón. Hay una poesía de altos vuelos. No casualmente fue PREMIO ADONAIS EN 1988.

Besos,

Gracias, Lluvia... el problema de este y otros autores que expondré es que el trabajo hay que hacerlo a mano... por eso, también, la lentitud en la exposición.

Besos.

MIGUEL SÁNCHEZ GATELL (1965)

APERTURA FINAL

XXIV

OFICIO DE TINTA

Con las puertas abiertas
definitivamente
al dolor al dolor al dolor,
al crepúsculo humano, a los acontecimientos
resbaladizos, grises del corazón, de los ojos
cortados, bruscamente, a la plata verde,
a la plata blanda y verde del mundo,
ahora que todo está un poco más claro,
sólo un poco más claro,
con la luna y el agua y las conversaciones,
quiero buscar otros signos, otra pólvora
que repita la sangre por los pétalos.
Si no, ¿para qué el pulso?
si no, ¿para qué el cielo?
¿Para qué los esfuerzos minerales?
¿Y el mar? ¿Y los latidos? ¿Y los labios?
¿Para qué si la tinta no salta
como una antigua bestia enfurecida,
como un eterno cíclope de sangre,
como una ola loca y fecundada?
Que salte saltando, con un corazón caliente entre las manos.
Que salte, que salpique de muertos las mesas negras de los escritores.
Que salte, que haga huir a la rana ya la rata.

Que salte.
Que hunda.
Que duela.
Que salte.

La ciudad de sueño y exactos precipicios,
que salte.
La enredadera blanca del cielo del invierno,
que salte.
La mujer que pregunta a qué edad mueren los hombres,
que salte.
El niño que reune caracolas y peces asustados y diluvios,
que salte.
Como una mano negra que necesariamente mancha,
que necesariamente explica y tiembla y tiembla
y resucita los llantos de los gatos,
como un siglo llenísimo de tortugas errantes,
como un mar imposible de barcos degollados.
Que salte.
Que salte que salte que salte.
Que salte siempre.
Que siga saltando
Con las puertas abiertas y las manos hundidas para siempre
en la tierra.

MIGUEL SÁNCHEZ GATELL (1965)

LA TIERRA (*)

XXV

El hombre había nacido
en el suelo sordo de la tierra.
Las manos
fueron principios de existencia o racimos,
racimos solitarios queriendo desprenderse.
Su boca, sus ojos, sus centros sanguíneos
eran esferas puras, motores absolutos,
referencias carnales empapadas de oxígeno,
eran
graves, solemnes direcciones de ternura.
El hombre había nacido
en el suelo sordo de la tierra.

Frente a él estaba el barro, el barro negro
y nada más que el barro mudo en la noche virgen,
siendo un conjunto extenso, un zumo extraordinario.
Y el hombre hundió en su centro sus manos musicales
y desvirgó sus grupos de humedad, sus seguras muertes,
y lloró como un ciervo perseguido por el cielo.

Las cosas, las cosas sin nombre, sin dioses posibles,
entraron por sus ojos como alimentos brutales
hasta instalarse en ciertas proporciones de agua
que el hombre estableció; y así, a la muerte
le llamó muerte, y decidió llorar por ciertos ritmos.

Luego nombró los dioses y las geografías
y fue poblando abismos necesarios
hasta imponer su estructura de río,
su descender de estrella alucinante.

Era cuando el cielo estaba lleno de preguntas
de oscuridades lentas, de niños asombrados,
de explosiones, de cosas incompletas.

El hombre había nacido
en el suelo sordo de la tierra.

De pronto vino la mujer y la magia.
El deseo fue un labio repitiéndose,
una cereza negra de ternura
que respiraba en las habitaciones.

Entonces el hombre se miró las manos
y exigió nuevas manos para reproducirse,
para desenterrar su olvidada arquitectura
y derramar su sangre íntimamente verde.
El sexo fue un origen, un pulso de existencia,
una velocidad de caballos derramados,
la escultura del látigo y el músculo,
el deshielo de la piel enamorada,
el centro del naufragio, los acontecimientos
oceánicos, la mítica batalla de los cuerpos
queriendo ser jardines para siempre.


CONT.


(*) Este excepcional poema es muy extenso ( más de 140 versos.) Mi GLAUCOMA no me permite hacer su seguimiento y pasarlo de una sola vez. Por tanto lo dividiré en tres partes que intentaré pasar en tres días consecutivos.

Gracias.

Entonces el hombre se miró las manos
y exigió nuevas manos para reproducirse,
para desenterrar su olvidada arquitectura
y derramar su sangre íntimamente verde.
El sexo fue un origen, un pulso de existencia,
una velocidad de caballos derramados,
la escultura del látigo y el músculo,
el deshielo de la piel enamorada,
el centro del naufragio, los acontecimientos
oceánicos, la mítica batalla de los cuerpos
queriendo ser jardines para siempre.


CONT.


(*) Este excepcional poema es muy extenso ( más de 140 versos.) Mi GLAUCOMA no me permite hacer su seguimiento y pasarlo de una sola vez. Por tanto lo dividiré en tres partes que intentaré pasar en tres días consecutivos.


Hay esperas que merecen la pena, siempre lo digo, pero así es. Mientras llegan las partes restantes te digo que ya se divisa un gran poema y agradecida de que aquí lo dejes.

Lo siento, amiga mía. De verás. En cuanto pueda lo termino.

Besos.