por Pascual Lopez Sanchez Mar 27 Dic 2022, 09:02
MIGUEL SÁNCHEZ GATELL (1965)
CONFESIONES, RENUNCIAS
IX
Aquí hablo contigo. No sé si reconoces
este árbol de ramas dolorosas,
el color del abismo, el tiempo golpeando.
Yo quiero ser la piedra, ser contigo la piedra.
En ti se hace pedazos la historia de los hombres
como si fueras golpe, como si fueras agua.
Ya conoces los casos, esas largas historias,
en que todo da vueltas inevitablemente
y miras a otro ojos queriendo destruirte,
queriendo aniquilarte,
los hombres y los hombres queriendo destruirse.
Otras veces te he hablado hemos hablado
en distancias iguales que estas
y yo te he dicho unas manos, por ejemplo,
unas manos redondas
y unos ojos profundos.
Con esa suavidad que deja la distancia,
el color de los meses y acaso la poesía,
te propongo otro diálogo de manos,
de hombres en marcha,
de cielos derramándose.
Pon atención al mundo. Cada verso que escribo
tiene el sonido de un papel que se rompe
y recuerda de lejos a la ciudad sin puerto.
Cada verso es un grito,
sencillamente un grito,
una actitud de sangre hacia las cosas.
A veces me verás detenerme en un hombre
- o una mujer o un muerto-
así, obsesivamente, queriendo repetirlo,
queriendo repetirme, queriendo repetirte,
así, un montón de veces, así, un montón de huesos,
queriendo repetirnos hasta que duela hablar,
hasta que sólo sea necesario existir sencillamente.
Aquí naces. Como si salieras del vientre de una fruta dolorosa,
como si te doliera pensar que el cielo existe,
con la voz sumergida en el tallo del agua,
al mismísimo borde de que todo se hunda,
de que todo se vuelva hiriente y necesario.
Ilimitadamente existe. Te dueles a ti misma,
te dueles en ti misma de sostener el mundo,
de sostener el cielo sólo con tu dos brazos,
todo el cielo infinito sólo con tus dos brazos.
Y te miras y miras a unos ojos distintos,
todo es mujer en ti precipitadamente,
es decir, todo es muerte, tormenta humana y río,
tempestad que levanta las piedras y los versos.
Me duele un hombre, un solo hombre herido.
Una sola mirada que no reviente y rompa.
Una sola luz que nos llegue hasta el fondo.
A veces es difícil escribir y parecerse a los ríos,
a las torres del tiempo.
Pero el hombre respira con más hombres
y se parece más a una mujer desnuda cundo llora
si repite su sangre palabra por palabra,
su cansancio heredado, sus imperfectos límites,
su íntima desesperación de tierra seca,
su accidente de amor y sus preguntas.
Porque el hombre al nacer tiene ya su final sobre los hombros,
su dura muerte anclada, su viaje imposible, sus uvas de renuncia necesaria.
Por eso existen ríos que nunca desembocan
y hay niños que lloran cuando el cielo sólo cambia.
CONT.
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